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Corrupción: conceptos y medición

Las organizaciones internacionales de desarrollo —como el Banco Mundial— ven la


corrupción como un gran obstáculo para el desarrollo y, por ende, consideran que la
lucha contra la corrupción es necesaria para que un país pueda desarrollarse.
Específicamente, ven el establecimiento de un buen gobierno como una herramienta
importante para combatir la corrupción; de esta manera, por un lado, ven la
gobernabilidad como “las tradiciones e instituciones mediante las cuales la autoridad en
un país se ejerce para el bien común” y por otra parte, definen la corrupción como “el
abuso de cargos públicos para beneficio privado”. Por lo anterior, ven la corrupción
como producto o consecuencia del abuso del poder gubernamental.
Si bien la corrupción es un concepto difícil de alcanzar y, por tanto, difícil de medir,
Transparencia Internacional la define como el abuso de poder para beneficio propio y
distingue entre la “corrupción frente a lo permitido por las normas” y la “corrupción en
contra de las normas”; por tanto, el término se aplica a ambas actividades legales e
ilegales. La primera categoría consiste en los pagos de facilitación, en los que se paga un
soborno al receptor para que haga algo a lo que está obligado por ley. Por el contrario,
la segunda categoría consta de los sobornos pagados para obtener servicios que la ley
le prohíbe al receptor del soborno proporcionar. Esta definición ha sido criticada por la
“referencia explícita a el pago de sobornos, pues hay muchas formas de corrupción que
pueden no implicar un tipo de transacción financiera”.
De acuerdo con Staffan Andersson y Paul Heywood, la corrupción debe definirse de una
manera más amplia como “el mal uso de poder en aras de una ganancia ilícita”, para
que abarque la idea de que aquellos que no gozan de un poder “establecido”, como
actores privados, están a menudo involucrados en actividades corruptas. En su opinión,
con el fin de ser “significativamente aplicable” una definición debe abarcar los
“diferentes tipos de corrupción, los cuales varían según el sector en el que se producen (público
o privado; política o administrativa), los actores involucrados (por ejemplo, funcionarios
del Estado, políticos, empresarios, etc.), el impacto que tienen (local o extenso) y el
grado en el que se formalizan (integrado y sistémico u ocasional y esporádico)”. Podría
decirse que la definición del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD)
de la corrupción cumple esta prueba de aplicabilidad significativa, ya que define la
corrupción como “el abuso de poder público, de cargos o autoridades para obtener un
beneficio privado —por medio del soborno, la extorsión, el tráfico de influencias, el
nepotismo, el fraude, el llamado ‘dinero rápido’ y la malversación de fondos”.
También es difícil definir la corrupción, porque el concepto es percibido de manera
diferente en los diferentes contextos políticos y culturales. No hay consenso
internacional sobre el significado de la corrupción, y la gente no está de acuerdo sobre
qué es el estado incorrupto de cosas. Además, la percepción de corrupción de las
personas se ve considerablemente influenciada por sus experiencias personales y los
medios de comunicación.
La corrupción es también difícil de observar, ya que por lo general se oculta. Al respecto,
Michael Johnston establece que “Sabemos que existe la corrupción, pero los testigos
directos son pocos; a menudo, los que tienen un conocimiento directo tienen interés en
mantenerlo secreto” y debido a que la corrupción es un fenómeno clandestino, se ha
argumentado que es prácticamente imposible de medir con precisión.
Los tres enfoques predominantes para medir la corrupción a menudo se utilizan de
manera conjunta.
El primer enfoque mide la percepción de los grupos destinatarios en relación con la
corrupción, y se basa en la suposición de que hay una asociación entre la percepción y
la corrupción actual. La utilidad de este enfoque es dudosa por dos razones. En primer
lugar, porque “factores como la cobertura mediática de los escándalos de corrupción
específicos pueden amplificar excesivamente las percepciones populares sobre el nivel
global de la corrupción”. En segundo lugar, porque “la naturaleza altamente secreta de
las transacciones corruptas… puede contribuir a la subestimación de la percepción de la
corrupción en la gente”.
El segundo enfoque pregunta a la gente sobre sus experiencias reales o sus incidencias
en la corrupción. Con este enfoque, por ejemplo, los investigadores tratan de
determinar si efectivamente y con qué frecuencia los individuos han solicitado, ofrecido,
pagado o se vieron obligados a pagar sobornos durante un período determinado, como
un año. Una vez más, este enfoque tiene inconvenientes, como que, al ser la corrupción
usualmente ilegal y moralmente censurable, existe la posibilidad de que los encuestados
pueden reportar menos corrupción de la que en realidad experimentaron. Además, es
poco probable que aquellos que ven las experiencias de corrupción como transacciones
mutuamente rentables las revelen.
La evaluación de la corrupción por parte de las élites, como los empresarios (tanto
locales como internacionales), y los actores no gubernamentales. Este enfoque ha sido
igualmente criticado. Por ejemplo, se argumenta que las evaluaciones de los
empresarios están sesgadas, ya que a menudo ofrecen sobornos. En segundo lugar, se
dice que los empresarios internacionales a menudo no están familiarizados con las
costumbres y el idioma local, y como resultado tienden a usar sobornos para obtener
soluciones rápidas a sus problemas. En tercer lugar, se afirma que el conocimiento de
élite suele ser estrecho, ya que es “limitado a un ministerio del gobierno o sector
económico concreto y difícil de generalizar, ya que las élites no constituyen una muestra
nacional de probabilidad”.
Corrupción en África
Desde 1995, Transparencia Internacional estudia el Índice de Percepción de la
Corrupción (IPC) en el mundo. El de 2017, presentado a finales de febrero del 2018, es
muy claro: “La mayoría de los países progresan poco o nada en su empeño para poner
fin a la corrupción, mientras que periodistas y activistas en países corruptos ponen en
riesgo sus vidas todos los días en su intento de denuncia”. El informe tampoco muestra
ninguna ambigüedad al señalar a los países africanos como los peor clasificados.
En 2017, el continente africano es, un año más, la región peor clasificada desde el punto
de vista de la percepción de la corrupción, con una nota media de 32 puntos, en una
escala de 100. Cabo Verde (47), Ruanda (48), Namibia (53) y Mauricio (54). Todos estos
países obtienen una puntuación igual o superior a 50 puntos, sobre 100, marca que ni el
primer país del elenco, Nueva Zelanda, consigue; se queda en 89. Los dos últimos
estados que aparecen en la lista son Sudán del Sur y Somalia. Mientras que Botsuana,
en el puesto 34, de 180, es el que ocupa la posición más alta. Viene seguido de Seychelles
(36) - los dos están por encima de España que ocupa el puesto 42-.
Estos datos ponen de manifiesto que la mayoría de los gobiernos africanos no toman las
medidas necesarias para luchar contra la corrupción en sus países. Sin embargo, no se
puede generalizar porque hay casos en los que la práctica es muy distinta, como se
desprende de la puntuación adquirida por algunos de ellos. Además, los presidentes de
las dos mayores economías del continente, Nigeria y Sudáfrica, recientemente han
realizado declaraciones en las que ponen en el centro de sus agendas la buena
gobernanza y la lucha contra la corrupción.
La ONG señala que los países que consiguen mayor rango en su índice comparten un
“liderazgo político que participa constantemente en la lucha contra la corrupción”.
Apunta como ejemplos de buenas prácticas la aplicación de un Código de conducta en
Ruanda por parte del presidente Paul Kagame, la promoción de la transparencia
institucional del presidente Jorge Fonseca de Cabo Verde, o la firmeza de Ian Khama de
Botsuana. Según los autores del informe, en estos países se “han implementado
medidas firmes contra la corrupción y existe un claro compromiso de sus dirigentes de
lucha contra ella”. También señalan que no basta con aprobar leyes anticorrupción,
estos países demuestran que hay que dar “pasos adicionales y efectivos para su
implementación”.
Otro ejemplo positivo lo encontramos en Costa de Marfil, donde han aumentado su
clasificación entre 2013 y 2017. Una mejora debida a la concreción de la promesa
electoral del presidente Alassane Outtara, quien aprobó una ley sobre prevención y
represión de la corrupción, creó una autoridad nacional anticorrupción y ha
implementado algunas de las recomendaciones de Trasparencia Internacional,
especialmente las referidas a las industrias extractivas. Ahora, el país ha subido hasta el
puesto 103 de la clasificación mundial. Igualmente, la llegada de Macky Sall a la
presidencia de Senegal influyó en el IPC del país. En la actualidad está en el puesto 66.
Una recuperación debida, en particular, a la creación de un Ministerio de Buen Gobierno
y de la Oficina Nacional de Lucha contra el Fraude y la Corrupción (OFNAC).
A estos esfuerzos hay que sumar que 2017 también ha visto la caída de varios
gobernantes acusados de favorecer la corrupción, como es el caso de Yahya Jammeh en
Gambia, Jose Eduardo dos Santos en Angola, Robert Mugabe en Zimbabue y, el último
de todos, ya en 2018, Jacob Zuma de Sudáfrica. También a principios del 2018 ha
dimitido el primer ministro de Etiopía, Hailemariam Desalegn.
Sin embargo, otros líderes siguen atrincherados en el poder a pesar de las acusaciones
de corrupción que pesan sobre ellos. Tal es el caso de Kabila en la República Democrática
del Congo, Museveni en Uganda, Obiang en Guinea Ecuatorial, Bongo en Gabón, Sassou-
Nguesso en la República del Congo, Gnassingbé en Togo o Biya en Camerún, entre otros.
Junto a estas naciones, otras han empeorado la puntuación adquirida en años
anteriores: Malaui, Madagascar, Mozambique o Guinea-Bissau. Al final, estos casos
negativos parecen inclinar la balanza del continente y, así, la percepción general es que
la corrupción sigue avanzando por él.
No hace falta señalar que esta lacra no se circunscribe solamente a los dirigentes
políticos, sino que también se trasmite, principalmente, a los funcionarios públicos, que
se aprovechan de la falta de medidas que frenen estas prácticas. Finalmente,
Transparencia Internacional tiene muy claro el vínculo “entre los niveles de corrupción,
la defensa de las libertades de los periodistas y el compromiso de la sociedad civil”. Un
dato para corroborar este punto: la gran mayoría de los periodistas asesinados durante
2017, lo fueron en países que obtuvieron una puntuación inferior o igual a 45.
Corrupción en Kenia:
Las organizaciones internacionales, la sociedad civil y los gobiernos de los países
desarrollados y en desarrollo le han declarado la guerra a la corrupción. En los países en
desarrollo, la corrupción es vista como el principal factor que impide alcanzar el
desarrollo económico, por lo que los indicadores que miden la corrupción o la
percepción pública de esta se han convertido en una herramienta importante para esta
guerra. Los indicadores adoptan diferentes metodologías y se utilizan para diferentes
propósitos, incluyendo la sensibilización del público, la defensa de las reformas
institucionales y la evaluación para determinar el grado en que se están aplicando estas
reformas. En Kenia, desde 2002, tanto el gobierno como Transparencia Internacional
miden anualmente la corrupción para diferentes propósitos. Transparencia
International (en adelante, TI) es una organización transnacional dedicada a la lucha
contra la corrupción y produce (en sus capítulos nacionales) anualmente un indicador
de soborno para cada país. Este indicador forma parte de los esfuerzos de TI “para
informar la lucha contra la corrupción con su investigación y análisis riguroso y objetivo”.
Así mismo, TI produce indicadores de sobornos regionales. En el este de África, se han
producido estos indicadores desde 2009. TI-Kenia ve el indicador de soborno como una
encuesta que “captura la corrupción vivida por los ciudadanos ordinarios en su
interacción con los funcionarios de organizaciones públicas y privadas”, la cual han
elaborado con la información proporcionada por los encuestados “en qué
organizaciones se han encontrado sobornos durante el año, dónde se pagaron sobornos,
junto con la información de cuánto se pagó y para qué”. A los encuestados también se
les pide evaluar los cambios que han observado en estas organizaciones. Según TI-Kenia,
tanto los indicadores nacionales como los regionales son herramientas para medir el
“soborno menor o insignificante”, al que ven como “un indicador” general para otras
Formas de corrupción en un país determinado”. El indicador de soborno tiene un rango
de valores de 0 a 100: a mayor valor, peor es el rendimiento. Este indicador busca intuir
o dar Forma a los discursos sobre la gobernanza, dado que TI considera la corrupción
como una manifestación de mal gobierno. El indicador debe ser visto en el contexto de
la misión de TI para animar “a los gobiernos a establecer y aplicar leyes eficaces, políticas
y programas de lucha contra la corrupción”.Por su parte, el gobierno de Kenia ha estado
midiendo la corrupción desde el año fiscal 2007/2008, en el contexto de las reformas de
contratación de rendimiento en curso. Desarrolló indicadores de desempeño de
Erradicación de la Corrupción y encargó a la Comisión de Ética y Lucha contra la
Corrupción (en adelante, EACC, por su sigla en inglés) supervisar y evaluar su aplicación.
Para poder llevar a cabo esta Función, la EACC mide la corrupción con métodos como
las encuestas de percepción pública.
Explicación del abuso de poder y la persistencia de la corrupción:
La corrupción en Kenia debe atribuirse al fracaso institucional. Es decir, las instituciones
disfuncionales o fallidas a menudo facilitan el abuso del poder gubernamental, lo cual
crea oportunidades para la corrupción. Por tanto, la prevalencia de la corrupción se
atribuye a la predominancia del poder arbitrario, en especial en el orden legal (a
diferencia de la Constitución). El orden legal de Kenia concede a la rama ejecutiva,
legislativa y judicial amplios poderes sin establecer los mecanismos procesales eficaces
para circunscribir su ejercicio. Los actores gubernamentales a menudo hacen caso omiso
de las prescripciones de la ley, en especial cuando ven los requisitos legales como un
obstáculo para el logro de objetivos políticos a corto plazo u otros fines. Por otra parte,
el presidente, los ministros de gobierno y los funcionarios públicos de alto rango utilizan
a menudo la ley para intimidar a los más jóvenes en silencio o en la obediencia a órdenes
ilegales, en gran parte debido a la ausencia de mecanismos de rendición de cuentas. De
hecho, los funcionarios públicos subalternos son a menudo cómplices involuntarios en
los abusos de poder o en la corrupción. Por otra parte, hasta la promulgación de una
nueva Constitución en agosto de 2010126, la ley no restringía la capacidad del
Presidente para tomar decisiones sin consultar al gabinete o menoscabar la
independencia del poder judicial, ni se limita la capacidad del Presidente del Tribunal
Supremo de comprometer la independencia decisional de jueces, ni la capacidad de los
legisladores para convertirse en mercenarios contratados para el mejor postor. En el
caso de la legislatura, el hecho de no institucionalizar los códigos de conducta de
funciones se convierte en una licencia para que los legisladores violen normas de
conflicto de interés con impunidad.
En el caso de la función pública, Kenia debería estar ahora saliendo de un pasado en el
que los funcionarios públicos servían a gusto del presidente. Así, el presidente podría —
y con qué frecuencia— poner fin a sus servicios a voluntad. En este entorno, los
funcionarios públicos hicieron lo que el presidente o los ministros de gobierno les
dijeron, aun cuando las instrucciones eran ilegales. Como resultado, a menudo eran
cómplices en actividades corruptas. Los tribunales incluso sancionaron la transferencia
de funcionarios públicos de una posición a otra sin el debido proceso. La Constitución
de 2010 de Kenia trata de abordar algunos de los anteriores factores institucionales que
contribuyen a la corrupción. En particular, establece los principios y mecanismos de los
límites en el ejercicio del poder. Por ejemplo, establece los “principios rectores del
liderazgo y la integridad”, que incluyen: (a) la selección de los funcionarios públicos
sobre la base de la integridad personal, la competencia y la idoneidad; (b) la objetividad
e imparcialidad en la toma de decisiones para garantizar que las decisiones no estén
influenciadas por el nepotismo, el favoritismo, otros motivos apropiados o las prácticas
corruptas; (c) el servicio desinteresado, como lo demuestran la honestidad y la
declaración de cualquier interés personal que puedan tener problemas con la función
pública; y (d) la rendición de cuentas al público sobre sus decisiones y acciones. Además,
obliga a los funcionarios del Estado a “comportarse, ya sea en la vida pública y oficial,
en la vida privada, o en las asociaciones con otras personas, en una manera en la que se
evite todo conflicto entre los intereses personales y los deberes públicos u oficiales”.
Art. 75.
Evaluación del impacto de la corrupción (la percepción) de los indicadores del discurso de la
gobernanza en Kenia.

Corrupción en Asia
Al menos 900 millones de personas de países de la región Asia Pacífico, incluidas las
economías más grandes de la región, han pagado sobornos para acceder a los servicios
públicos, según un informe de la organización anticorrupción Transparencia
Internacional.
Según el estudio "Personas y Corrupción: Asia Pacífico" publicado este martes por la
organización, India encabeza la lista de países con mayor recurrencia de este delito. Un
69% de los encuestados reconoce haberse visto involucrado en algún tipo de soborno.
El siguiente país en la lista es Vietnam, con un 65% de encuestados que confirman este
tipo de situaciones, seguido de Tailandia (41%), Pakistán (40%) y China (26%). En el otro
extremo se encuentran países como Japón y Australia, con un 0,2% y 4%,
respectivamente.
La información se ha elaborado con entrevistas a un total de 22.000 personas en 16
países. De ellos, un 38% afirmó haber sido víctima de corrupción, especialmente en
grupos de bajos ingresos, según el estudio de Transparencia Internacional. Las encuestas
se realizaron cara a cara o por teléfono entre julio de 2015 y enero de 2017.
La Policía ocupa el primer lugar en la lista de servicios públicos que exigen un soborno
con frecuencia, y un tercio de los encuestados que habían entrado en contacto con un
agente en los últimos doce meses reveló haber sido instado a pagarlo.
Los consultados coincidieron en que la acción más importante para detener la
corrupción es denunciarlo o resistirse a abonar el soborno, pero uno de cada cinco
afirmó sentirse impotente frente a la situación.
En China, casi tres cuartas partes de las personas encuestadas dijeron que la corrupción
aumentó en los últimos tres años, lo que sugiere que la gente no ve que la gran ofensiva
contra la corrupción esté funcionando.
Para hacer frente a este delito, Transparencia Internacional recomienda que los
gobiernos impulsen una legislación que proteja a los denunciantes basada en las normas
internacionales vigentes. Asimismo, sugiere a las autoridades sancionar el cobro y pago
de sobornos para poner punto final a este delito.
Corrupción en Corea del Sur:
En el último medio siglo, la República de Corea se ha esforzado por superar
las divisiones nacionales y lograr un mayor desarrollo económico. Desde la inauguración
del gobierno participativo, la función y participación de las organizaciones no
gubernamentales en la sociedad civil ha pasado a ser más esencial que nunca. La
realidad obliga a reconocer, sin embargo, que, a pesar de los nobles
esfuerzos por combatir la corrupción, el flagelo de la corrupción persiste en la República
de Corea. ¿Cómo se puede explicar esto? Las pruebas parecen indicar que la
concienciación sobre la corrupción y un denominado proceso de “autopurificación” en
los sectores políticos y empresariales no están funcionando satisfactoriamente.
Desde la división de las dos Coreas en 1948, el país se ha convertido en uno de los más
prósperos de Asia. Corea del Sur —con apenas 30 años de democracia— es un modelo
para muchos vecinos del continente. Con un PIB de US$38.000 per cápita, según datos
de la OCDE, su economía supera a países como España o México y se coloca muy cerca
del nivel de potencias europeas como el Reino Unido.
Si hablamos de democracia, el país asiático sí superó en 2017 a Estados Unidos el ránking
que cada año elabora la Unidad de Inteligencia del diario The Economist. La publicación
considera a Corea del Sur una democracia plena. Pero, el país tiene un problema grave
de corrupción al más alto nivel. Todos sus líderes, desde que hay democracia, se han
visto envueltos por escándalos de corrupción. Incluida la expresidenta del país, Park
Geun-hye ahora en la cárcel.
"Tengo la sensación de que se resalta mucho la democracia surcoreana pero que
realmente no se entiende que hay problemas importantes como un fuerte estado
policial con profundas restricciones a la democracia", cuenta Owen Miller, doctor de
Estudios del Este Asiático en la Universidad SOAS de Londres.
La expresidenta surcoreana Park Geun-hye, el pasado 13 de marzo del 2018 fue
sancionada por el Tribunal Constitucional, destituida y despojada de inmunidad, bajo la
acusación de haber cometido graves actos de corrupción.
Park ha sido la única mujer en llegar a tan alto cargo en esa nación asiática y también
pasa a la historia como la primera líder elegida democráticamente en ser destituida.
Desde hacía varios meses proliferaban las manifestaciones en su contra mientras el país
se balanceaba entre la parálisis y la confusión, a la que se unían graves tensiones con la
República Democrática de Corea y con la República Popular China debido a la línea de
confrontación seguida por su gobierno contra esos países.
Corea del Sur tendrá que celebrar nuevas elecciones presidenciales en un plazo de dos
meses, o sea, a principios de mayo.
Miles de manifestantes celebraron la decisión de la Corte Institucional sobre Park, al
unísono que otra concentración más pequeña, en Seúl a favor de la ex mandataria
culminaba con dos personas muertas y una decena de heridos.
Como ha sucedido durante largos meses de acusaciones e investigaciones por parte de
las autoridades, la presidenta Park volvió a negar su responsabilidad, pero tanto el
Tribunal Constitucional como el Parlamento y la Fiscalía consideran probado que fue
cómplice en la trama de corrupción y tráfico de influencias dirigida por su amiga Choi
Soon-sil.
Esta mujer, a la que apodan Rasputina porque su oscura influencia sobre el Gobierno
era similar a la que tuvo aquel siniestro monje ruso en la corte del Zar Nicolás II, dirigía
una Administración paralela en la sombra para vender favores políticos a cambio de
sobornos.
La presidenta Park tenía una amplia conexión con Choi, y ésta última le corregía los
discursos de la mandataria; tuvo acceso a documentos secretos sobre las relaciones con
Japón y Corea del Norte y se aprovechó de esa estrecha amistad para persuadir a las
mayores transnacionales del país, como Samsung y Hyundai, para que entregaran hasta
80 000 millones de won (casi 63 millones de euros) a dos fundaciones que ella misma
dirigía.
Chang Si-ho, sobrina de Choi Soon-sil, admitió en los tribunales que chantajeó a la
compañía Samsung en colaboración con su tía, a la que señaló como cerebro de la trama
de corrupción que sacude a Corea del Sur. Además de la presidenta y estas dos mujeres,
asesores presidenciales compañías transnacionales, altos funcionarios como el ex
viceministro de Cultura y Deporte, Kim Chong, se hayan implicados en el caso.
También está detenido el vicepresidente y heredero de la Samsung, Lee Jae-yong, a
quien se acusa de haberle entregado 43 000 millones de won (35 millones de euros) a
Park y a su Rasputina para que el Gobierno autorizara la fusión de dos de sus filiales.
Por otro lado, el expresidente surcoreano Lee Myung-bak fue acusado formalmente de
varios delitos de corrupción por los que será juzgado y se convertirá en el cuarto
exmandatario del país en enfrentarse a la Justicia.
La Fiscalía presentó un total de 16 cargos, entre ellos soborno y abuso de poder, contra
Lee, quien fue presidente entre 2009 y 2013 y que está detenido de manera preventiva
desde el pasado 22 de marzo del 2018.
La acusación contra Lee llega después de que el pasado viernes la también expresidenta
Park Geun-hye fuera condenada a 24 años de prisión por su implicación en la trama
corrupta de la "Rasputina", que previamente causó su destitución.
Además de Park, los presidentes Chun Doo-hwan y Roh Tae-woo, ambos militares,
también se enfrentaron a penas de prisión en los años 90.
La fiscalía acusa al político conservador, entre otros delitos, de haber recibido unos
11.000 millones de wones (10,2 millones de dólares, 8,3 millones de euros) en sobornos
procedentes de instituciones que van desde el Servicio Nacional de Inteligencia (NIS) a
la todopoderosa empresa tecnológica Samsung.
Tras la acusación formal, Lee podría ser juzgado a partir del mes próximo y de ser
condenado a una pena de entre 11 años y cadena perpetua, según la agencia Yonhap.
Lee ha negado todas las acusaciones, entre las que también se cuentan abuso de poder
y malversación, y ha denunciado que la investigación es en realidad una venganza
política encabezada por el actual Gobierno del liberal Moon Jae-in.

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