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“Hacia una moral sin dogmas”

José Ingenieros

La obra empieza dando a conocer lo que significa un dogma. Señala que un dogma es
una opinión impuesta por una autoridad, dicha autoridad proviene de la revelación
divina, afirmaron los teólogos de cada Iglesia, pretendiéndose sus intérpretes fieles; la
autoridad de la pura razón, arguyeron los filósofos racionalistas, creyéndose los
legisladores de esa entidad superior a la común razón de los hombres. En uno u otro
caso, teólogos y filósofos, convenían en que los principios básicos de la moral, ya fuesen
teológicos o racionales, eran prácticamente inaccesibles al examen y la crítica individual,
concibiéndolos como eternos, inmutables e imperfectibles.

Es así que, un dogma moral es una opinión inmutable e imperfectible impuesta a los
hombres por una autoridad anterior a su propia experiencia. La historia de la ética,
desde sus primeras concreciones hasta nuestros días, muestra una lucha constante
entre dos géneros de sistemas dogmáticos. Primero, los teólogos y religiosos ponían sus
principios en dogmas revelados y han cumplido eficazmente en ciertas épocas una
positiva función social; segundo, los filosóficos e independientes partían de dogmas
racionalistas y nunca alcanzaron la difusión necesaria para influir sobre las creencias
colectivas.

Toda ética fundada en una teología es, por definición, dogmática. Por ende, quien dice
dogma, pretende invariabilidad, imperfectibilidad, imposibilidad de crítica y de
reflexión. El dogma no deja al creyente la menor libertad, ninguna iniciativa; un
verdadero creyente, por el simple hecho de serlo, reconoce que, fuera de los preceptos
dogmáticos, es inútil cualquier esfuerzo para el perfeccionamiento moral del individuo
o de la sociedad. Da a conocer, que no se puede concebir una religión que no haya sido
al mismo tiempo un sistema de moral ya que toda creencia colectiva en lo sobrenatural
ha implicado la noción de obligaciones.

Ingenieros, sostiene los ideales éticos "son hipótesis acerca de posibles perfecciones
morales futuras." La nueva ética que deberá gestarse no incluirá contenidos dogmáticos,
estudiará la moralidad en evolución en el transcurso de la vida de la humanidad. Una
moral así concebida reunirá las siguientes características: naturalidad (espontaneidad),
autonomía, perfectibilidad (en continua modificación), soberanía (depende del
individuo como sujeto de obligaciones morales para con la sociedad). Aunque el autor
critica las éticas racionalistas (y específica mente la kantiana) porque si bien la aparición
de la idea de hombre como sujeto de conciencia moral, autónomo, representa un
momento clave en la evolución del pensamiento ético, político y social, sin embargo es
considerada como ya agotada, en tanto se requiere su efectiva superación hacia el bien
público. La relación del hombre con sus semejantes en el seno del agregado social remite
necesariamente al deber para con la sociedad, a la experiencia social ya la
imprescindible adaptación a ese medio social.

Por otra parte y según el autor, la vida, las doctrinas y la acción social del orador y poeta,
Ralph Waldo Emerson, permitirán comprender que la moralidad humana puede
expandirse sin la tutela de dogma alguno; más aún, la subordinación de la moralidad a
los dogmas que suelen complicarla es un obstáculo constante al libre desenvolvimiento
de nuestra experiencia moral.

La ética de Emerson habla al sentimiento siempre, rara vez a la inteligencia; trata


problemas que interesan al gran público, despreocupándose de los que entretienen a
los metafísicos. Quiere encender en todos sus oyentes el culto de la moral, con
abstracción de cualquier dogma o doctrina religiosa; pasa así de una razón a la contraria,
emplea imágenes, muestra ejemplos, aprovecha los sentimientos religiosos de la
mayoría para orientarlos en el cauce de la ética pura, sin preocuparse nunca de ser
coherente y ordenado. Es así que la característica fundamental de su pensamiento fue
independizar la conciencia moral de la humanidad de todo dogmatismo teológico,
demostrando que la moralidad, como fenómeno autónomo, es un resultado espontáneo
de la naturaleza y de la vida en sociedad.

A su vez, Channing es el representante de un misticismo pragmatista, en que la acción


constituye el centro mismo de la moralidad y en que las virtudes se miden por sus
resultados sociales. Su credo religioso contiene elementos de un neto panteísmo, y Dios
aparece como un supremo Bien, en que están refundidas las cualidades que
en los hombres llamamos virtudes; la divinidad es para él una abstracción ética de la
humanidad y con razón se ha interpretado su pensamiento como un verdadero
“antropomorfismo moral”. La conciliación del sentido práctico y del misticismo idealista
es una de sus preocupaciones; entendiendo que la independencia moral es más fácil y
completa cuando se tiene la independencia económica, estimula todo esfuerzo
individual y social para adquirirla.

Hasta 1830 era Channing el eje de esa gran evolución ética; Emerson y los
trascendentalistas son, sino sus discípulos, sus continuadores. Channing convirtió en
doctrina lo que se venía desenvolviendo como una tendencia instintiva: hacer de la
religión una moral social. Su escenario fue el unitarismo, cuyo único dogma fue no tener
ninguno. Las ciencias morales y religiosas entraban en el campo de las ciencias sociales;
el unitarismo no quería atraer a nadie mediante doctrinas metafísicas, sino
ensanchando para todos el campo de la acción enérgica. La Iglesia unitaria, tal como
Channing la concebía, era una mutualidad para el perfeccionamiento moral de los
individuos, una comunidad solidarista para la acción social. Su espíritu liberal y
tolerante, encaminado a reducir el cristianismo a una moral evangélica, reapareció en
Emerson y en los trascendentalistas; se le agregaron, sin embargo, nuevos elementos:
fuertes influjos sansimonianos y fourieristas, con una vehemente inquietud de reformas
sociales.

Respecto a la ética social, la lectura señala que en las sociedades contemporáneas que
suelen considerarse más civilizadas, los ideales éticos predominantes son esencialmente
sociales. El individualismo radical y el humanitarismo absoluto se consideran ya como
posiciones reñidas con la experiencia moral. No se conocen individuos que no vivan en
sociedad, ni sociedades que no estén constituidas por individuos. El derecho de cada
uno representa el deber de los demás; y el deber de cada uno constituye el derecho de
los otros. El hombre debe vivir moralmente, porque no puede sustraerse a la sociedad
de sus semejantes; su experiencia individual se forma en función de su experiencia
social, recibiendo de ésta los sentimientos, las creencias, el lenguaje, la cooperación de
todas las horas y de todos los días, nunca interrumpida.

El hombre no es ya responsable ante la justicia divina, sino es responsable ante la justicia


de su sociedad, es esta única segura. Ya no interesa averiguar si le atormentará el
remordimiento de su conciencia moral; basta con el seguro menosprecio de las personas
cuya solidaridad ha violado, cometiendo acciones que ellas consideran como inmorales.
La ética social llena un vacío dejado por los dogmas teológicos y por los dogmas
racionales, y al hombre que no cree ya en dogmas revelados o racionales, puede
afirmarle que su deber no se extingue aunque cambien sus creencias; que su obligación
de vivir moralmente no está subordinada a hipótesis metafísicas sino al hecho básico de
vivir asociado con otros hombres, solidarizado con ellos.

Es así que los principios éticos fundamentales en el pensamiento de Emerson, además


de influir poderosamente sobre las Iglesias norteamericanas, determinando su
atenuación dogmática e intensificando su ética social, reaparecen más puros en las
sociedades de cultura moral, independientes de las Iglesias tradicionales. Emersión
expresaba la depuración de todo contenido sobrenatural, ajeno a todo preceptismo
teológico y metafísico, adaptable a toda verdad conquistada por la ciencia, encaminada
a exaltar en el hombre la autoeducación, la confianza en el propio esfuerzo, el culto del
deber social. En la evolución de las Iglesias no-conformistas estas ideas fermentaban
desde principios del siglo XIX, sin atreverse a romper decididamente sus ataduras
tradicionales. Con Emerson y los trascendentalistas esas tendencias se acentuaron a
punto de que su actitud pareció de franca hostilidad a todas las Iglesias cristianas.

Lo característico del eticismo, en suma, no es la simple afirmación de “la soberanía de la


moral”, para repetir el título del ensayo de Emerson, sino su convicción de que la
moralidad es natural y humana, independiente de todo dogma religioso y de toda
especulación metafísica. La moralidad puede nacer, desarrollarse, prosperar, alcanzar
su máxima plenitud e intensidad, sin tener por fundamento la noción de realidades
sobrenaturales, la idea de una divinidad trascendente o de una vida después de la
muerte.

Finalmente, considera a la educación como el único medio práctico para el porvenir que
desempeña un papel insustituible porque puede dificultar o promover la adaptación al
medio. Es así que, la educación moral "prepara las generaciones... para la tolerancia
recíproca de las creencias que es la base misma de la solidaridad social. Sólo por obra
de la escuela marchará la humanidad hacia una moral sin dogmas. Los dogmas dividen
a los hombres, el ideal moral los une."

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