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La vida digital existe. La palabra “alimentar” nuestras redes sociales no está demás.

Hace años que el mundo se despliega en varias versiones paralelas, como si de


alguna manera, todo se diera en dimensiones, a veces extrañas, pero también muy
amables.
Cuando estamos lejos de la familia y amigos porque salimos de viaje o porque
simplemente vivimos en otros espacios, nuestra existencia virtual se nutre para que
la distancia no nos mate de hambre. En otras circunstancias, en cambio, vivir y crear
contenidos digitales tiene que ver con compartir nuestros días. ¿Dónde está el
límite? ¿Cómo se maneja la privacidad y esos contextos que en ciertas ocasiones
nos da la gana conocer y otras no?
Hacer amigos o mantener a nuestras amistades y relaciones íntimas en modo
digital: cuenta. Diríamos que mucho. Al fin y al cabo, vivir en simultáneo tiene su
parte feliz. ¿Quién nos quita el placer de darnos un paseo por la pantalla de nuestros
días allí en la red? En definitiva, tener una vida digital se relaciona con no morir o,
mejor dicho, con vivir un poco más.

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