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Tema, autor o nota

El Milagro de leer teatro y cine

Por Moisés Castillo


28 de julio, 2012

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Tolita Figueroa, Lorena Maza y Daniel Giménez Cacho eran muy dados al sincretismo
religioso y pensaron que en el nombre llevaría la penitencia: vivir de milagro y hacerse de
milagro. Así surgió ediciones “El Milagro” en 1992, como un espacio editorial para darle
relevancia al teatro y al cine a través de la publicación de libros. Otros personajes clave para
que sucediera “El Milagro” fueron el dramaturgo David Olguín y el diseñador Pablo Moya,
quienes tenían la concepción del libro como objeto bello.

Sobrevivir dos décadas en un país donde casi nadie lee -menos teatro y cine- es un
acto casi divino: los índices de lectura según la UNESCO y la OCDE colocan a México en el
lugar 107 de 108 países encuestados. Un mexicano lee en promedio 2.8 libros al año, pero
no sabemos qué tipo de lecturas consume. ¿Por qué a los mexicanos no les gusta leer?
Es todo un misterio. El poeta Gabriel Zaid en un ensayo publicado en Letras Libres revela
que la mitad de los universitarios (cuatro millones) no compra libros. Un dato escalofriante.
Giménez Cacho, Davido Olguín y los fundadores de El Milagro.

Ante esta realidad sombría, la labor editorial de “El Milagro” es extraordinaria: 200 títulos y
autores como Edward Albee, Peter Brook, Étienne Decroux, Witold Gombrowicz,
Jorge Ibargüengoitia, David Mamet, Leonardo Sciascia, entre otros. También los premios
Nobel como Dario Fo, Harold Pinter, Gao Xingjian, forman parte de la colección de lujo, que
encuentran textos introductorios originales de Eliseo Alberto, Salvador Elizondo, Hugo
Gutiérrez Vega, Carlos Monsiváis, Daniel Sada, Álvaro Mutis y Sergio Pitol.

A 20 años de distancia, el panorama de “El Milagro” sigue siendo un río turbulento y los
editores practican su deporte favorito: nadar a contracorriente. A principios de los 90, los
textos teatrales sólo eran de importación, llegaban algunas cosas de “Losada” desde
Argentina o de editoriales españolas.

La comunidad teatral trabajaba con fotocopias, así le ocurrió a David Olguín con la obra “La
noche de los asesinos”, de José Triana: tenía una copia donde se distinguían dos o tres
montajes como si fuera un palimpsesto. También existía el problema de las traducciones, ya
que las ediciones de “Astrana Marín” están plagadas de gilipollas y españolismos.
Davud Olguín.

“Somos gente de teatro y en ese momento dijimos hagamos una editorial de teatro. El
maestro Ludwik Margules insistía en la idea de que los centros de producción teatral tenían
que ser lugares de pensamiento crítico y una parte fundamental eran los libros.
Necesitábamos ponernos en contacto con nuestros contemporáneos de otras latitudes, con
el pensamiento teatral y la reflexión. Darle dignidad editorial a las obras y autores
nacionales”.

Hace unas semanas, “El Milagro” fue reconocida en la Feria del Libro Independiente por su
Trayectoria Editorial y fomentar la obra de dramaturgos mexicanos contemporáneos.

Desde el 14 de febrero de 1992, ediciones “El Milagro” ocupa un nicho muy poco frecuentado
y sigue con la ilusión de publicar, en un futuro, la obra teatral de Juan García Ponce,
Francisco Tario, Pedro Miret, cuyos textos están sepultados. Los primeros libros que lanzó
fueron “Sexo, pudor y lágrimas”, de Antonio Serrano; y “El Contrapaso”, de Thomas
Middleton y William Rowley.
-¿Por qué iniciaron esta gran aventura con estos dos títulos?

“Sexo, pudor y lágrimas” era una obra que en ese momento tenía un gran éxito comercial.
Había generado una polémica entre los que hablaban de un teatro light y quienes vieron una
renovación del lenguaje escénico. Entonces dijimos quizá nos genere unas buenas ventas
para sustentar otro tipo de proyectos. Por otro lado, “El Contrapaso” era una apuesta, un
rescate bibliográfico, una obra desconocida en español. Fue un texto difícil que tradujo Juan
Tovar. Lo que descubrimos a través de los años es que esta idea comercial no existe en el
teatro y mira que le hemos probado de todas las maneras posibles.

¿Cómo seleccionan las obras y autores que van a publicar?

El consejo editorial estaba integrado por Tolita Figueroa, Lorena Maza, Daniel Giménez
Cacho, Pablo Moya y yo. Después salió Lorena y Tolita y se incorporó Gabriel Pascal. A la
fecha somos cuatro, el único promotor original del proyecto es Daniel. ¿Cómo opera? Con un
filtro de privilegiar textos contemporáneos y hacer un balance adecuado entre teatro
universal y la dramaturgia mexicana. Arrancamos en ese entonces con autores más
canónicos y conocidos: Héctor Mendoza, Sabina Berman, Víctor Hugo Rascón Banda. Luego
bajamos a mi generación, la de Jaime Shabot, Luis Mario Moncada, Estela Leñero.
Posteriormente, empezamos a publicar autores franceses, italianos, polacos, alemanes,
ingleses. Sin embargo, el filtro más importante es la calidad del texto, eso es lo que más nos
interesa.

-¿Cuáles han sido los momentos más críticos de la editorial?

Ha habido varios. Uno donde hubo dificultades entre los socios y sí consideramos la idea de
cerrar. También en tres ocasiones de tremenda crisis económica donde ocurrió algo
inesperado que nos rescató. En este sexenio vivimos una tremenda sequía en cuanto a
coediciones. Habíamos corrido con mucha fortuna en nuestra relación con la dirección
general de publicaciones de Conaculta. Nos consideraba un buen socio y hacíamos libros de
calidad. Sin embargo, en este último periodo con Laura Emilia Pacheco cambió radicalmente
toda la política hacia las editoriales independientes, se fue poniendo más difícil. Dijimos pues
al carajo no hacemos nada con Conaculta y nos empezamos a mover para armar
coediciones con universidades y demás instituciones pero nos pegó muy fuerte.
Desafortunadamente tenemos un mercado editorial deprimido, falta de costumbre para el
libro teatral y cierto anti intelectualismo que de pronto priva en el medio teatral.
-El escritor Jordi Soler dice que las cosas inútiles, como la poesía, son la sustancia de
la vida, ¿el teatro y el cine también se encuentran en esta dirección?

El cine creo que es un terreno más para especializados o para un lector de culto. Genera un
interés muy documental para la gente de comunicación. Tiene un lado muy práctico la
publicación de los guiones. En el caso de la apuesta a la lectura del libro teatral estás
hablando de una escritura con una ambición autoral. Con las preguntas tan complejas que
puede hacerse un poeta, un ensayista o un narrador. En este sentido, se vuelve una forma de
escritura que no está expuesta al mercado. Algunos países le han sacado mucho provecho a
la idea del libro teatral. Por ejemplo, en Francia muy pronto se dieron cuenta que leer teatro y
practicar la lectura de teatro en las escuelas beneficiaba enormemente a la educación en
términos de la comprensión de la lectura. Metieron a su sistema de enseñanza al teatro
como una herramienta de análisis y de divertir enseñando. Se volvió una materia curricular
de su sistema educativo.

Don DeLillo y economía mixta

El mítico bar Milán, ubicado en la colonia Juárez, también es sede de la editorial “El Milagro”.
En el primer piso hay un par de oficinas muy amplias, la duela vieja rechina a cada paso, se
asoman montañas de libros, revistas, papeles. Todo está cuidadosamente desordenado.
David Olguín llega con un par de mochilas que se ven pesadas y parece que siempre tiene
prisa.

Dice que no son independientes del todo, sino autónomos porque practican una especie de
economía mixta: los socios inauguraron el bar que financia los diversos proyectos culturales
de “El Milagro”, como el teatro. Esta estrategia les ha permitido no depender ciegamente de
los apoyos gubernamentales.

“Sí pensamos en una dosis de mentalidad comercial al tratar de vender los libros, de
comercializarlos, de no editarlos para embodegarlos. Pero con la absoluta conciencia de que
no es financiable. Ya lo hemos comprobado con el paso del tiempo y creo que el teatro de
arte, el que tiene una aspiración seria, difícilmente es independiente al 100 por ciento”.
-De los 200 títulos, ¿cuáles son los más entrañables o los más complicados para su
publicación?

Algunos nos costaron sangre conseguir los derechos. En el caso del narrador
estadounidense Don DeLillo, me acuerdo que Juan Villoro me preguntó: “Oye cómo lograron
conseguir los derechos de Don DeLillo”. Yo no tenía conciencia de lo que habíamos logrado
porque me dijo “es que para publicar en español sus novelas es carísimo, lo logran muy
pocos, es muy complicado”. Y sí tuvimos que tolerar muchos maltratos, pero nos vendieron
los derechos muy baratos. Hicimos la chillona de la pobreza, pero bueno tuvimos a este
autor en nuestro catálogo. Hay libros en donde te diviertes mucho o libros que traen de por
medio muchas borracheras como el Teatro de los Insurgentes, que fue un libro hecho con
muchas copas, con un gran equipo detrás. También hicimos una gran antología de teatro
polaco. A Slawomir Mrozek, que vivió en México algunos años, ni lo fumaban y es uno de los
grandes clásicos de la dramaturgia europea del siglo XX. Vivía de ermitaño en Río Frío,
Puebla. Se casó con una mexicana y entramos en contacto con él. Nos dio una de sus obras
y nos mandó inclusive un decálogo del autor dramático. Antes de que fueran reconocidas, le
apostamos a “Fedra y otras griegas”, de Ximena Escalante; “1822”, de Flavio González Mello.
Los publicamos, se lanzaron a escena y se volvieron exitazos del teatro mexicano. Y hoy en
día son de los mejores autores nacionales que tenemos en la escena.

-¿Qué editoriales independientes desaparecidas estaban haciendo un trabajo


interesante?

Desde las absorbidas por los grandes consorcios como Joaquín Mortíz, es mitológico todo lo
que hicieron y de pronto es un sello extraviado. En el terreno nuestro pensaría en algunas
revistas como la de teatro de la Universidad Nacional, La Cabra y luego Escénica, por fortuna
apareció Paso de Gato. Tablado Iberoamericano, sin que su calidad editorial fuera muy
buena, cumplía un papel clave en atender lo que pasaba en América Latina y por falta de
fondos desapareció. La de Carlos Nóphal, que era un poco precaria en la calidad de la
edición pero cumplía un papel con ediciones al día.

-¿Cuáles son los grandes retos de “El Milagro”?


Creo que ahorita tenemos que radicalizar más la oferta editorial, en el sentido de su calidad.
Hay pocos fondos y tenemos que apostar editorialmente a lo que creemos que vale la pena.
Por otro lado, hay que buscar otras vías de comercialización, entrarle al mundo digital sin
olvidar la idea del libro físico.

Seguramente “El Milagro” correrá a contra reloj para seguir dando voz a los jóvenes
dramaturgos y documentar la escena teatral con la plena convicción de que el tiempo fluye y
el espacio persiste. O como dijo el dramaturgo Arthur Miller: “El teatro no puede desaparecer
porque es el único arte donde la humanidad se enfrenta a sí misma”

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