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FECRISTIANA

Y SOCIEDAD
MODERNA

Ateísmo y ocultamiento de Dios


W alter Kern / W alter Kasper

Espíritu y Espíritu Santo


W alter Kern / Yves Congar

Tiempo y eternidad
Raphael Schulte

22
%
Biblioteca dirigida p or

Franz Bóckle
Franz-Xaver Kaufmann
Karl Rahner
y Bernhard Welte
y coordinada por
Robert Scherer

Edición e s p a ñ o la dirigida por

Alfonso Alvarez Bolado


Adela Cortina Orts
José Ramón García-Murga
Antonio López Pina
Juan Martín Velasco
y Andrés Torres Queiruga
y coordinada por Jesús Larriba
Fe cristiana
y Sociedad moderna
22
Biblioteca dirigida por
Franz Bóckle
Franz-Xaver Kaufm ann
K arl R ahner
Bernhard Welte
y coordinada por
Robert Scherer
Fe cristiana
y Sociedad moderna
Edición española dirigida por 22
Alfonso Alvarez Bolado
Adela Cortina Orts
José Ram ón G arcía-M urga
Antonio López Pina Ateísm o y ocultamiento de D io s
Ju a n M artín Velasco W a lte r K e r n / W a lte r K a s p e r
Andrés Torres Queiruga
y coordinada por
E spíritu y E spíritu Santo
Jesús Larriba
W a lte r K e rn / Y ves C o n g a r

Tiempo y eternidad
R a p h a e l S c h u lte

ediciones J 5BJoaquín Turma 39 28044Madrid


Introducción

E l presente volumen de Fe c ris tia n a y S o cied ad m o d e rn a aborda


tres cuestiones fundamentales para la comprensión de ese doble mis­
terio de Dios y del hombre, su imagen, que, sin disolverlo, la f e
cristiana viene a iluminar. Y, fie l al espíritu de la enciclopedia, las
aborda en contacto y en confrontación con la sociedad moderna, sus
inquietudes, sus sombras, sus aspiraciones y sus preguntas. T a l es
el hilo conductor que engarza los tres temas del ocultamiento de Dios
y el ateísmo, el Espíritu Santo y el tiempo y la eternidad, temas
claramente diferentes pero que confluyen en aportar una luz inesti­
mable para la comprensión de lo eterno en el hombre y del eclipse
que padece en la situación contemporánea.
E l tema del ocultamiento social y cultural de Dios y del ateísmo
es abordado desde la doble clave de interpretación de la filosofía
fW . K e r n ) y la teología (W . K a s p e r j.

Redacción editorial: E l estudio de W . Kern recorre las cuatroform as más importantes


Robert Scherer del ocultamiento de Dios para el pensamiento de nuestro tiempo y
R u dolf Walter las raíces históricas de cada una de ellas. Se refiere, en primer lugar,
al cambio de form a de pensar y de imagen del mundo originado por
Título original: Christlicher. Glaube in m odem er Gesellschaft la ciencia, que desplaza a Dios del cosmos, siguiendo un impul­
© Verlag Herder, Friburgo de Brisgovia, 1982
so producido por la doctrina bíblica de la creación y estableciendo
© Ediciones SM, 1987
Joaquín Turina, 39 - 28044 Madrid una secularización legítima del pensamiento explicativo del mundo
para desembocar más tarde en un «ateísmo doctrinario» infunda­
Diseño de cubierta: Alfonso Ruano do e inconsecuente con los mismos procedimientos metódicos de la
ciencia.
Distribuidor exclusivo: CESMA, S.A.
Aguacate, 25 - 28044 Madrid En segundo lugar estudia la mentalidad dominadora del h o m o
fab e r, el orgullo de la mentalidad que engendra la técnica y las
ISBN de la obra completa: 84-348-1513-3 derivaciones de la misma actitud que suponen el ateísmo humanista
ISBN del tomo 22: 84-348-2522-8 y la doctrina nietzscheana de la voluntad de poder. A continuación
Depósito legal: M-33578-1988
Fotocomposición: Grafilia, S.L. describe el ocultamiento de Dios en la insuficiencia del lenguaje hu­
Impreso en España / Printed in Spain
Imprenta SM - Joaquín Turina, 39 - 28044 Madrid mano sobre él y los ateísmos semánticos surgidos de ese ocultamiento.

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INTRODUCCIÓN INTRODUCCIÓN

Por último se refiere al problema del mal comofuente de ocultamiento da por supuesto que Dios no existe. Sólo que, como interpretaciones
de Dios y al ateísmo «preocupado» (K . Rahner) que origina. radicales del conjunto de la realidad, ambas posiciones se ven abo­
E l centro de interés de la consideración teológica del ocultamiento cadas al diálogo y a dar cada una razón también de la posibilidad
de Dios y del ateísmo propuesta por W . Kasper reside en la insis­ de la otra.
tencia sobre el momento negativo de toda teología cristiana como E l tema del Espíritu Santo es estudiado por el P. C o n g a r con
consecuencia de la condición misteriosa de Dios que la revelación la riqueza de datos y la claridad que han caracterizado siempre su
cristiana no disuelve sino que preserva,ya que «la revelación consiste pensamiento. La peculiaridad de la enciclopedia impone a este tema
en que Dios revela su misterio como misterio de una libertad. La central de la teología un tratamiento que comienza por el estudio del
revelación de Dios es, pues, paradójicamente la revelación del ocul­ espíritu en la historia del pensamiento occidental. W . K e rn persigue
tamiento de Dios». Así, el ocultamiento de Dios no es «la última en él con agudeza lo que podríamos llamar sem in a S p iritu s en el
palabra del autoconocimiento humano, sino la primera palabra del pensamiento filosófico. E l P. Congar comienza su exposición teo­
conocimiento de f e ofrecido por Dios». Pero el ocultamiento cristiano lógica por las dificultades con que se enfrenta la doctrina del Espíritu
de Dios no conduce a la noción de una trascendencia indeterminada en la actualidad como consecuencia de planteamientos teológicos uni­
y alejada de los hombres, sino a un Dios de los hombres que asume laterales de otros tiempos: irracionalismo, menosprecio del cuerpo,
la condescendencia de una proximidad amorosa y que precisamente sospecha de proyección y visiones demasiado estrechas de la historia
por ello es misterio insondable. E l ocultamiento de Dios en el cris­ humana. E l tratamiento propiamente teológico se distingue por arran­
tianismo no es, por último, palabra de la especulación teórica, sino car de una consideración que, sin perder nada del rigor sistemático,
palabra práctica, de juicio y salvación, que condena las pretensiones sitúa todos sus pasos en el interior de una verdadera teología espi­
idolátricas del hombre y le concede la salvación por la gracia. ritual que tiene en cuenta la necesidad de interioridad, la actividad
La identificación del ocultamiento de Dios como objeto de la de la oración, la capacidad liberadora y la incitación a las reformas
revelación obliga a la teología a plantearse deform a nueva el tema que comporta la presencia del Espíritu en la Iglesia.
de la justificación racional de la f e en ese Dios oculto al hombre por E l tercer estudio del volumen aborda el tema «tiempo y eterni­
su propia esencia. Las filosofías atentas al carácter negativo de las dad». Como los anteriores, ofrece un resumen apretado de las más
afirmaciones humanas sobre el Absoluto no desembocan en un teísmo importantes concepciones del tiempo y la eternidad presentes en la
natural, sino en una más radicalizada d o c ta ig n o ra n tia que mues­ historia del pensamiento, además de aludir a las concepciones pre-
tra, eso sí, la apertura del hombre a un más allá de s í mismo que füosóficas que transparentan los mitos y los símbolos y de exponer
sólo la f e identificará inequívocamente como Dios. con detenimiento la concepción bíblica del tiempo y la eternidad.
Junto a este tratamiento verdaderamente teológico del oculta­ E l núcleo central del artículo constituye un tratamiento de la
miento de Dios, W . Kasper ofrece un resumen admirablemente claro temporalidad como dimensión de la existencia en el interior de la an­
de las más importantes valoraciones teológicas del ateísmo en las tropología cristiana y estudia sucesivamente el marco previo de la
teologías católicas y protestantes posteriores al Vaticano II. Pero temporalidad humana, la temporalidad como rasgo de la experiencia
entre la tesis teológica sobre el ocultamiento de Dios y el ateísmo no humana personal, la condición de criatura como fundamento y origen
hay correspondencia sino conflicto frontal, en cuanto la primera parte de la temporalidad humana y la relación entre temporalidad e his­
de la afirmación de la realidad siempre mayor de Dios y el segundo toricidad.

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INTRODUCCIÓN

Toda persona interesada por el doble misterio de Dios y del


hombre —y ¡quién puede no estaj interesado por esta cuestión ra­
dical!— tiene en este breve volumen un relato f ie l de la form a en
que se lo han planteado nuestros antepasados, y pistas, sugerencias
y materiales para seguir planteándoselo en consonancia con la men­
talidad y la sensibilidad de nuestra generación.

J u a n M a r tín V elasco
Ateísmo y ocultamiento de Dios

Walter Kern
Walter Kasper

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I. Formas ateas del ocultamiento de Dios (Walter Kern) 14 Artículos complementarios
1. Dios, desplazado del cosmos 14
Acción y contemplación; antropología y teología; autonomía y condición crea-
a) El aspecto numinoso de la antigua imagen del mundo 15
tural; burguesía y cristianismo; cristianismo y religiones del mundo; diálogo;
b) El im pacto de la revolución copernicana 17
dimensión pública del mensaje cristiano; emancipación y libertad cristiana;
c) Desarrollo y éxito de las modernas ciencias de la naturaleza 19
d) La fe bíblica en la creación, impulso para las ciencias naturales espíritu y Espíritu Santo; experiencia cotidiana y espiritualidad; experiencia de la
modernas 20 contingencia y pregunta por el sentido; experiencia y fe; fenómenos naturales
e) Transm utación ilegítima en un ateísmo doctrinario 21 y milagros; historia del mundo e historia de la salvación; humanismos y cris­
f) Reflexión teológica 23 tianismo; ideología y religión; Ilustración y revelación; lenguaje literario y len­
2. La expulsión de Dios por el homo faber 24 guaje religioso; ley y gracia; materialismo, idealismo y visión cristiana del
a) La quiebra del orden de las esencias inmutables en la Edad mundo; mito y ciencia; mundo técnico-científico y creación; negatividad y mal;
Media 25 persona e imagen de Dios; realidad - experiencia - lenguaje; reconciliación y
b) El saber como saber hacer y como poder en Bacon y en Vico 26 redención; religión y política; secularización; símbolo y sacramento; sociali­
c) El concepto de homo faber en el ateísmo hum anista 27 zación religiosa; sociedad y reino de Dios; sufrimiento; teoría de la ciencia y
d) La voluntad de poder en Nietzsche, últim a caída en el nihilismo 29 teología; tiempo y eternidad; tolerancia y pretensión de validez universal; tras­
e) Previsión hum ana y gobierno de Dios 31
cendencia y Dios de la fe.
3. La insuficiencia del lenguaje como forma del ocultamiento de Dios 52
a) Crítica de la religión en el atomismo y el empirismo lógicos 33
b) O tras críticas analíticas y reacciones filosófico-teológicas 34
c) Nuevas objeciones a la crítica analítica del discurso sobre Dios 38
4. El ateísmo «preocupado» 39

II. Ateísmo y ocultamiento de Dios desde el punto de vista teo­


lógico (Walter Kasper) 41
1. Aporías de la teología actual ante el ateísmo 41
a) Crisis del modelo apologético de confrontación teológica con el
ateísmo 42
b) El modelo dialógico y sus aporías 43
c) Planteamiento y problemática de un modelo dialéctico 46
2. Tradición y refundamentación de la teología negativa 49
a) Origen y desarrollo de la teología negativa desde la Antigüedad
hasta Tomás de Aquino 49
b) Enfoques y aporías de la teología negativa en la época moderna 51
3. El ocultamiento de Dios en su revelación 54
a) El carácter paradójico de la revelación divina en el Antiguo y el
Nuevo Testam ento 54
b) Triple determinación del ocultamiento de Dios 56
4. Ateísmo y fe en Dios en el debate sobre el hombre 59

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LA ANTIGUA IMAGEN DEL MUNDO

(aristotélico-tolomea) del m undo, caracterizada por la pansacra-


I. Formas ateas del ocultamiento de D io s
lidad.

a) El aspecto numinoso de la antigua imagen del mundo


El ocultamiento de Dios aparece — en la m edida en que lo oculto El cosmos de la Antigüedad englobaba en un todo numinoso, en
como tal puede «manifestarse» — como un estadio final de los una totalidad sacral, a los hombres, los dioses — o lo divino— y
caminos del esfuerzo cognoscitivo de los hombres. Entre tales ca­ el m undo perceptible por los sentidos. En ese todo tenían su lugar
minos figuran ciertos rodeos y senderos falsos y equivocados. Estos «natural» inequívoco los seres terrestres y los poderes supraterre-
caminos, en el sentido más amplio del término, pueden originar nos e' infraterrenos. Así ocurre en los mitos olímpicos y en los
diferentes ateísmos, y de hecho los han originado en el curso de primeros comienzos de su racionalización filosófica. Y esta visión
la historia del pensamiento europeo, a través de un proceso que numinosa del orden del universo seguía vigente un milenio y me­
puede explicarse psicológicamente. Pero su consecuencia lógico- dio después de la im plantación de la fe bíblica en la creación, en
racional, y muy im portante en el plano existencial, puede ser una principio desmitogizante, como lo prueba el grandioso ejemplo
purificación de la comprensión del Dios de la fe cristiana, el cual de la Divina comedia de Dante, con su viaje desde el «infierno»
se revela en sus ocultamientos y, precisamente así, se hace «más hasta el «paraíso».
patente» nuevam ente en cada caso. Según Hegel (cf. K ern 1969, espec. 293-296), la religión griega
Los caminos mentales que conducen a la negación ilegítima une al m undo y al hom bre m ediante el vínculo de la «armonía»
de Dios y a su ocultamiento legítimo, que contrasta con este tras- divina (Hegel 528). Los dioses, «formas de la fantasía y de la
fondo negativo, recorren diferentes esferas de la realidad. Tales belleza» (604), no son señores de la naturaleza; «Helios no es el
esferas pueden compendiarse genéricamente bajo los epígrafes dios del Sol, sino el propio Sol en cuanto Dios; Poseidón
«cosmos empírico», «creación técnica» y «estructuras lingüísti­ no es el dios del m ar, sino el dios M ar» (587). Y Poseidón es la
cas». Los análisis en torno a dichas esferas no pretenden agotar personificación tanto de la fuerza natural del m ar como de la
la problem ática y se hacen a título de ejemplo. fuerza cultural de la navegación. Así, los dioses son, por encima
H ay que recordar algunos hechos y tesis conocidos por el de­ de su origen natural, imágenes de la «hum anidad idealizada»:
bate de los últimos decenios sobre el ateísmo. Y habrá que poner «Dios es la esencia del hombre» (575). «De este modo, lo divino
el énfasis en la valoración, que se hará sucintam ente desde el recibe su honra a través de la honra de lo hum ano, y lo hum ano,
punto de vista filosófico y luego se desarrollará con más detalle a través de la honra de lo divino» (573). La sobrecogedora visión
en el plano teológico. de la «naturaleza eternam ente divina» (683) se les manifiesta a
los griegos, en una especie de transición hacia el afán de unidad
de la filosofía, como el gran Pan «con la flauta de siete notas...
1. Dios, desplazado del cosmos en que resuena inequívocamente la arm onía general del univer­
so» (562).
Desde 1945 se repite como un eslogan que Dios se ha quedado «Todo está lleno de dioses», dice Tales de Mileto (ed. Diels,
sin hogar, y un panfleto ateo de 1958 proclam aba que, una vez A 22), determ inando el fundam ento básico — el agua— de todo
que el prim er sputnik había explorado el espacio, no quedaba «en lo naturalm ente escrutable e iniciando así el paso del mito al logos
el universo ningún lugar para Dios». Esto refleja la falsa conse­ (a un logos muy numinoso todavía), dado, al parecer, por la fi­
cuencia de un desarrollo secular que arranca del desmorona­ losofía antigua. Empédocles da aún el nom bre de las deidades
m iento — unido al nom bre de Copérnico— de la antigua imagen más im portantes — Zeus, H era, etc.— (ed. Diels, B 6-17) a las
14 15
ATEÍSMO Y OCULTAMIENTO DE DIOS EL IMPACTO DE LA REVOLUCIÓN COPERNICANA

cuatro «raíces» del m undo «descubiertas» por él y denom inadas calípticos o postrimerías representan plásticam ente cómo se efec­
más tarde «elementos». Tam bién para los clásicos Platón (Timeo tu ará al final de los tiempos la ascensión de los salvados para
92b) y Aristóteles (Sobre la filosofía, escrito de juventud, ed. Ross, siempre y — más gráficam ente— la caída de los condenados al
18), el cosmos es «el Dios perceptible por los sentidos» o «el gran infierno. Es comprensible que Copérnico o, mejor dicho, el editor
Dios visible». Para dem ostrar la existencia de los dioses, el último de la obra De revolutionibus orbium coelestium 1 intentara presentar
Platón (Leyes 886d) aduce — ¿apologéticamente?— «el Sol y la al público su heliocentrismo — tras un antecedente prem aturo
Luna, las estrellas y la T ierra como dioses». Pero la verdadera que no encontró ningún eco: Aristarco, siglo III a.C .— como una
realidad son para él las ideas, de las que las cosas del m undo m era hipótesis m atem ática, que era útil porque facilitaba los cál­
m aterial son sólo una participación e imitación pálida y desdi­ culos astronómicos (—►cristianismo y religiones del m undo; mito
bujada. Aristóteles traza la línea divisoria dentro del m undo vi­ y ciericia).
sible. Los cuatro grandes elementos constituyen el m undo «sub­
lunar», imperfecto y desordenado; por encima de él, en el reino
cuasi-espiritual y divino del éter, de la quinta esencia, im pera el b) El impacto de la revolución copernicana
perfecto movimiento rotatorio de los astros. En el siglo II después
El nom bre de Copérnico es el exponente de un giro que dio
de Cristo, Tolomeo desarrolla esta imagen del m undo en términos
origen a un nuevo m undo y a una nueva era, la Edad M oderna,
astronómicos. Cicerón (De natura deorum 2,8 21) pretende m ostrar
o de un im pacto que dejó al hom bre y a su T ierra sin un lugar
que «el m undo es Dios», y Plinio (Hist. nat. 2,1), el naturalista
seguro, situación que resultaba más titánica e inquietante porque
del siglo I. d.C., ensalza hímnicamente el «mundo sagrado». Las
afectaba a Dios y a todo lo divino y parecía d a r al traste con
filosofías tardías de la Stoa y del neoplatonismo llevaron a cabo con
ellos y, por tanto, desarraigaba a los hom bres y los sumía en la
respecto al hom bre lo que ya se hallaba en germen desde el prin­
incertidum bre en todos los aspectos, incluido el suprem o y de­
cipio: su inclusión en el antiguo cosmos sagrado m ediante el pro­
finitivam ente válido. Se había quedado sin hogar el propio Dios
gram a de su divinización y su progresiva asimilación con lo «di­
y, con él, el hom bre, cuya T ierra era ahora un astro más en un
vino» (Epicteto, Discurso 1,9,1; M arco Aurelio, Meditaciones 7,9).
espacio hom ogéneo e infinito, al menos tendencialm ente, sin nin­
La apoteosis de los emperadores romanos es la expresión más clara
gún punto de apoyo claro.
de la tendencia a identificar al hom bre con Dios en el cerrado
El im pacto de la revolución copernicana de la im agen del
m undo sagrado del único universo.
m undo ha quedado reflejado en num erosos testim onios litera­
Según una visión del m undo que no era exclusiva de los es­
rios a lo largo de los siglos (Lówith 1958, 68-86; B lum enberg
tratos populares, todo lo existente tenía su correspondiente lugar
1965 [1] y [2]). En In g laterra, el nuevo heliocentrism o se di­
originario dentro de la estructura arm ónicam ente ordenada
fundió y encontró seguidores ya en el siglo x v i. C hristian Hey-
— tal es el significado de «cosmos»— de una pansacralidad re­
don (A Defence o f Iudicial Astrology, 1603) reacciona con a m a r­
ligioso-natural: los seres hum anos, en la cara o superficie de la
gura: C opérnico «trastocó todo el orden de la natu raleza en aras
Tierra; los demonios o, en lenguaje cristiano, Satanás y sus se­
de su hipótesis». Y Jo h n D one (Anatomy o f the World, 1611) se
cuaces, en las entrañas de la T ierra, en los cráteres subterráneos;
expresa así:
en el espacio supraterreno, más allá de los astros visibles, en el
empíreo, en el tercero, séptimo o noveno cielo, Dios, los ángeles
y los santos, con sus coros y clases jerarquizados. Así, las elevadas 1 El mismo año 1543 apareció un segundo escrito, «que hizo época», de
dimensiones de lo divino y las abisales dimensiones de lo de­ Versalius, quien llevó a cabo algo que hasta entonces estaba prohibido: la
m oniaco están fijadas con toda claridad a p artir de la T ierra disección de cadáveres hum anos; el escrito se titu lab a De humani corporis fabrica
(cf. aquí II).
inmóvil del hom bre. Los cuadros medievales de los ésjata apo­
16 17
ATEISMO Y OCULTAMIENTO DE DIOS DESARROLLO DE LAS CIENCIAS NATURALES

«U na nueva filosofía pone en d u d a todo. m undo de inocencia, de poesía y de piedad; el testimonio de los
El elem ento del fuego se ha extinguido; sentidos; la convicción de una fe poético-religiosa... No es extraño
han desaparecido el Sol y la T ierra, que muchos se resistieran a abandonar todo esto y com batieran
y ninguna inteligencia m uestra al hom bre con todos los medios a su alcance una doctrina que justificaba y
dónde puede encontrarlos. exigía en quienes la aceptaban una libertad de pensamiento y
Y el hom bre confiesa sin rodeos una am plitud de convicciones desconocidas e insospechadas hasta
que el m undo entero se ha agotado entonces». Nietzsche formuló concisamente la conclusión: «Desde
cuando uno busca siempre cosas nuevas Copérnico, el hom bre rueda desde el centro hacia una incógnita»
en los planetas y en el firm am ento [Der Wille zur Machí, ed. M usarion, X V III,8). E interpreta el
y ve que todo se resuelve en átomos. nuevo sistema cósmico como una de las «consecuencias nihilistas
Todo está en fragm entos sin cohesión alguna». de la ciencia natural», que han hecho la existencia hum ana «más
azarosa y más ociosa» (Zur Genealogie der Moral II, ed. M usarion,
Pascal (Pensées, ed. Brunschwicg 72.206) piensa que el hom ­ X V ,440) (-» universo - T ierra - hombre).
bre se halla en el inconsistente ám bito que m edia entre la in­
m ensidad del espacio cósmico y la infinita pequeñez del átom o. c) Desarrollo y éxito de las modernas ciencias de la naturaleza
«¿Qué es un hom bre en el universo infinito?» «El eterno silencio
de estos espacios infinitos me estremece». K an t, hom bre nada Entre los resultados positivos de esta convulsión existencial figura
visceral, experim enta un sentim iento análogo (Crítica de la razón el desarrollo de las ciencias naturales m odernas, que se lim itan
práctica, 1788, A 289) y dice: la visión del «cielo estrellado sobre a describir procesos físicos de condiciones y consecuencias que
mí» — «poblado de m undos y más m undos y de sistemas de sis­ pueden expresarse m atem áticam ente, prescindiendo m etódica­
temas», que abarca «tiempos infinitos», con los que yo me hallo m ente de lo no expresable de ese modo, de lo meta-físico. Galileo,
«en un contacto puram ente casual»— «aniquila, por así decir, sobre todo, abordó la naturaleza con una pregunta que estaba
mi im portancia» y me hace sentirm e «como una m era criatura determ inada por la respuesta esperada de antem ano, que debía
anim al obligada a devolver al planeta (un simple punto del uni­ poder formularse en términos m atem áticos con la m ayor preci­
verso) la m ateria de la que surgió, tras un breve plazo en el que sión posible. La observación, más bien el experim ento, que ex­
(no se sabe cómo) estuvo do tad a de fuerza vital». Y en la Crítica cluye los factores perturbadores, debía decidir sobre el supuesto
de la razón pura (21787, B X V II), K a n t había com parado ya con hipotético. Así surgieron las ciencias exactas, com enzando por la
el giro copernicano su revolución de la teoría del conocim iento física celeste o astronom ía. O bviam ente, Dios no se manifiesta
hum ano, revolución que sigue la p a u ta de Galileo (!). en el ám bito de los objetos de la física, constituido por el método
U n excelente testigo de la profunda conmoción de los espí­ de la experiencia m ensurante y de la representación m atem ática.
ritus es Goethe (Materiales para la historia de la teoría de los colores): Por esta vía no es posible llegar a Dios ni encontrarlo. El bisturí
«Entre todos los descubrimientos y reflexiones no hay probable­ del cirujano tam poco puede tropezar con el alm a del hom bre,
m ente nada que haya tenido tanto influjo en el espíritu hum ano ni la psicología em pírica puede registrar el acto libre de la vo­
como la teoría de Copérnico. T a n pronto como se reconoció que luntad hum ana.
la T ierra era redonda y constituía un cuerpo cerrado sobre sí El hecho de prescindir de los aspectos metafísicos y de limi­
mismo, la propia T ierra tuvo que renunciar al enorm e privilegio tarse a su específico «asunto m undano» es el verdadero factor
de ser el centro del universo. Es posible que la hum anidad no se constitutivo de las ciencias m odernas y lo que posibilitó su éxito
haya visto nunca ante un reto más grande. Porque este recono­ espectacular. Este proceso de secularización y de em ancipación
cimiento diluía todo en brum a y humo: un paraíso tem poral, un con respecto a la teología y la filosofía fue fundam ental para la
18 19
ATEÍSMO Y OCULTAMIENTO DE DIOS TRANSMUTACIÓN EN UN ATEÍSMO DOCTRINARIO

M odernidad europea. Según una teoría bien fundada, entre los El hecho de que este influjo de la fe bíblica en el surgim iento
factores decisivos de tal proceso figura la radical desacralización de las ciencias naturales m odernas sólo surtiera efecto relativa­
a que la fe bíblica en la creación sometió la «sacro-cósmica» m ente tarde puede interpretarse, con Hegel, como un avance
actitud de las religiones extrabíblicas ante el m undo. lento del «espíritu del m undo» o, más bien, como el necesario
Esquem atizando en aras de la claridad y de la brevedad, se período de incubación de un acontecim iento que m arca una
puede decir que son constitutivos de las ciencias naturales mo­ época. Esto no excluiría, sino que incluiría, el concurso de otros
dernas, al menos en la época de su surgim iento, (1) el supuesto factores necesarios, como la racionalidad griega, la idiosincracia
de que la naturaleza se rige por leyes estrictas, expresables m a­ rom ana y germ ánica y el Renacim iento.
tem áticam ente, y (2) la verificación o falsificación de esta hi­ Esto explica que, siguiendo los pasos de algunos historiadores
pótesis apriórica por el experimento. No es difícil advertir que, de la ciencia y de ciertos filósofos (cf. K ern 1969, 303s), deter­
cuando se cree que todo el cosmos está regido por un factor di­ minados teólogos recientes (cf. K ern, ibid. 301-303) valoren po­
vino y habitado por dioses y semidioses, tiene que parecer ilícito sitivam ente, a veces bajo el pretencioso título «teología de la
someter im placablem ente la naturaleza a experimentos. Por otra secularización», el proceso de desmitologización y desacraliza­
parte, ni en el deficiente m undo m aterial de Platón ni en la parte ción del m undo, proceso que ya se refleja claram ente en algunos
sensible y sublunar del cosmos aristotélico se puede esperar un aspectos de los relatos veterotestam entarios de la creación * y que
orden y una regularidad m atem áticam ente inteligibles. Ésa es la es característico e incluso constitutivo de la M odernidad (de E u­
razón de que entre los griegos, a los que se rem onta la ciencia ropa occidental) (-» autonom ía y condición creatural; secula­
racional, apenas se desarrollara la física terrestre 2 (-»• deter­ rización).
m inación y libertad; fenómenos naturales y milagros; m undo téc-
nico-científico y creación; naturaleza e historia).
e) Transm utación ilegítima en un ateísmo doctrinario

d) La fe bíblica en la creación, impulso para las ciencias naturales T an to la sensación am biental y difusa — provocada por la in­
modernas versión de la im agen del m undo— de que Dios se ha quedado
sin lugar como la prescindencia m etódica — que llega a constituir
La fe de la Biblia en la creación abrió el camino para m atem atizar un rasgo básico de la ciencia em pírica m oderna y se hace cada
la naturaleza y someterla a la experimentación. El artículo de fe vez más consciente— de todo lo m etaem pírico podían d a r pie,
«Dios hizo el m undo de la nada» excluye que el m undo surgido máxime cuando los dos fenómenos se superponían y se reforza­
de la nada sea de naturaleza divina o esté dotado de una dignidad ban m utuam ente, para afirm ar la no existencia del Dios así des­
numinosa, con independencia de la forma en que se conciba esto. plazado de la ciencia y de la im agen del m undo en un ateísmo
La circunstancia de que el hacedor del m undo sea el Dios todo­ doctrinario.
poderoso, y no un simple demiurgo incapaz de vencer la resis­ En la im agen precopernicana del m undo, todo lo existente
tencia de la m ateria preexistente, garantiza que, en sus estructuras estaba localizado en la T ierra, encim a de la T ierra o debajo de
y en su funcionamiento, el m undo se ajusta plenam ente a las ideas ella. Es lo que se llam a un universo con tres pisos o plantas. La
creadoras de Dios en «medida, núm ero y peso» (Sab 11,21) 3.
der Phánomene, Berlín 1968, 178-258) aduce que la au to rid ad en que se apoyó
G alileo no fue el Platón histórico y auténtico, sino el Platón cristianizado por
2 S. Sam burski, Das physikalische Weltbild der Antike (Z urich 1965), espec. 5- Agustín y por la filosofía platonizante del R enacim iento en el sentido indicado
18.598-619. (las ideas se desplazan a la m ente del C reador).
3 C ontra la objeción de que, en lo concerniente a su nueva orientación * Cf. W. K ern , Z ur theologischen Auslegung des Schopfungsglauben, en Myst. Sal.
científica, G alileo se basó en P latón y no en la Biblia, J . M ittelstrass (Die Rettung II (1967) 464-545; 509ss.

20 21
ATEISMO Y OCULTAMIENTO DE DIOS REFLEXIÓN TEOLÓGICA

existencia de un ser y su lugar natural estaban tan obvia y pal­ ram ente secundaria entre la pretensión de explicar todo sin Dios,
m ariam ente unidos que podían considerarse como sinónimos y característica de la m entalidad de los siglos x v m y X IX , y el
equivalentes. Esta parece haber sido la razón básica del im pacto conformarse con la totalidad del azar, que reem plaza a Dios.
copernicano: Dios se quedó sin lugar, y tal desaparición de lo Porque aun cuando J . M onod invita hoy a los hom bres a resig­
divino del cosmos visible tenía que experim entarse como un no narse al papel del «gitano situado en la periferia del universo»,
estar presente o estar a m ano que no parecía distinguirse de la ¿no d a la impresión de que la carencia de hogar del hom bre
no existencia de Dios. Pero tras esta equiparación, aparente­ poscopernicano, asum ida con talante heroico o nihilista, repre­
m ente plausible, entre no estar localizado y no existir, un análisis senta la últim a p alab ra cuasi metafísica? (-» causalidad - azar -
atento descubre una argum entación errónea, una especie de hí­ providencia; Ilustración y revelación; teoría de la ciencia y teo­
brido silogístico surgido de los principios de la antigua imagen logía).
del m undo y de los de la nueva: lo que existe está localizado
( = antigua im agen del m undo); Dios no está localizado ( = nue­ f) Reflexión teológica
va im agen del m undo); luego Dios no existe. Sem ejante argu­
m entación late tras el título de un libro publicado en Moscú en Si la aparición de las ciencias empíricas m odernas (juntam ente
1959: Sputnik atheista. El paso de una ciencia em pírica a una vi­ con el heliocentrism o astronómico) debe atribuirse en parte a la
sión del m undo pseudocientífica incurre en la misma figura a r­ doctrina cristiana de la creación y representa una consecuencia
gum entativa inadmisible. Se cuenta que Napoleón preguntó a legítim a de la misma, ¿no habría que considerar la m encionada
Laplace en 1805 qué opinaba sobre «el buen Dios», y el astró­ transform ación ilegítima de la ciencia em pírica en una visión
nomo contestó: «Sir, yo no tengo necesidad de esa hipótesis». atea del m undo como una falsa consecuencia de la postura cris­
Laplace quería decir que no la necesitaba en astronom ía, y, en tiana ante el m undo, de esa desacralización del propio m undo
ese sentido, la respuesta es correcta. En la misma época, su colega basada en la Biblia? De hecho, el ateísmo universal y radical es
L alande pasó de la abstracción m etódica 5 a la negación doc­ un fenómeno posterior a Cristo: se circunscribe a la M odernidad
trinaria: «De este modo es posible explicar todo sin Dios (con el y al ám bito cultural cristiano (K ern 1969, 289-293). Tam bién
método y en el ám bito de la ciencia em pírica); por eso (?) Dios en este aspecto es el ateísmo un «problem a teológico» (Figl
no existe». U na argum entación de ese tipo subyace al ateísmo 82-118).
doctrinario, que elim ina a Dios m ediante explicaciones que dan «El m undo, científicamente objetivado, se ha quedado m udo
un alcance m eta-em pírico a hechos empíricos o a meras hipótesis. ante la pregunta sobre el puesto que el hom bre ocupa en él. El
Esto puede afirmarse del m aterialism o y del sensualismo de la hom bre no tiene otra salida que formularse esa pregunta a sí
Ilustración francesa del siglo XVIII (Helvétius, d ’H olbach, Con- mismo» (Blumenberg 1965 [1], 368). En un m undo — el m undo
dillac, D estutt de T racy), y de lo que M arx llam a m aterialism o real— que no puede ofrecer un lugar a Dios, el hom bre consti­
vulgar de la Alem ania de m ediados del siglo X IX (Vogt, Büchner, tuye un problem a para sí mismo. ¿A la vista de Dios? A la vista
M oleschott, etc.), pero tam bién del m aterialism o dialéctico, más del Dios de una trascendencia absoluta (estando en este marco
refinado, que Engels formuló el año 1883 en su escrito Dialéctica inevitablem ente vinculado a categorías espaciales el discurso so­
de la naturaleza al suponer una naturaleza que se mueve eterna­ bre un Dios «supram undano» o «transm undano»), el cual es al
m ente a sí misma 6. T am bién parece haber una diferencia me- mismo tiem po, en una correspondencia esencial, una inm anencia
absoluta, pero no localizable sin más. Trascendencia e inma-
L a expresión «ateísm o metodológico» de las ciencias n aturales, au n es­
tando objetivam ente bien fu n d ad a, parece am b ig u a y poco recom endable. en favor de la existencia de Dios se sitúan en un plano radicalm ente distinto
No es preciso explicar aquí que las razones de un arg u m en to cosmológico (cf. K ern 1981, 102-132).

22 23
ATEISMO Y OCULTAMIENTO DE DIOS LA QUIEBRA DEL ORDEN DE LAS ESENCIAS

nencia han de entenderse en el sentido de san Agustín (Confesiones El profeta Jerem ías y su hijo Sira estudiaron durante tres años
111,6,11): Dios es «superior suprem o meo et interior intim o el «libro de la creación» ", hasta que lograron crear un hom bre
meo». Y del mismo modo que no se debe relegar a Dios a la com binando correctam ente las letras. En su frente había esta
periferia del m undo, tam poco hay que equipararlo al centro de inscripción: Tahve Elohim ’emeth, «Dios, el Señor, es fiel». Pero el
nuestra mismidad. La problem ática situación del hom bre a la hom bre recién creado llevaba un cuchillo en la m ano y con él
vista de Dios puede ser tergiversada o violentam ente encauzada borró la prim era letra de ’emeth. La inscripción quedó así: Tahve
por derroteros erróneos. El retorno del politeísmo por el que hoy Elohim meth, «Dios, el Señor, ha m uerto». Entonces Jerem ías se
se aboga en Francia 7 y últim am ente en Alem ania equivaldría rasgó las vestiduras y preguntó: «¿Por qué has borrado el alef de
a reentronizar en un cosmos resacralizado unos dioses y unos ’emeth?». El nuevo hom bre respondió: «Te voy a contar una p a­
héroes que se invocarían por motivos políticos y no religiosos. rábola: U n arquitecto construyó m uchas casas y ciudades; nadie
Por otra parte, la secularización (legítima), aquí bloqueada llegó a conocer el secreto de su arte ni pudo apropiarse sus co­
e incluso en declive, afecta ilegítim am ente, desde hace tiempo, nocimientos y su habilidad. Pero un día dos personas lo conven­
al propio hom bre como homo technicus, sepultando su profunda cieron de que les enseñara su arte; ahora esas dos personas co­
referencia a Dios. nocían todo de forma adecuada. Y ya no tenían necesidad de
tratarlo con tanto m iram iento. Riñeron con él, lo abandonaron
y se hicieron arquitectos como él, con la única diferencia de que
2. La expulsión de Dios por el h o m o fa b e r ellos hacían por seis m aravedís todo aquello por lo que él cobraba
un real de vellón. C uando las gentes lo advirtieron, dejaron de
Ya antes que M artin Buber, Joseph Górres señaló que el «eclipse
honrar al prim er m aestro, acudieron a sus discípulos, los hon­
de Dios» constituye un signo de la época actual 8. T am bién la
raron y les dieron sus encargos cuando necesitaron una cons­
expresión nietzscheana de la «m uerte de Dios» resuena desde
trucción. De igual modo, Dios os creó a vosotros a su im agen y
m ucho antes, desde principios del siglo x m , en la doctrina eso­
semejanza. Pero ahora que vosotros dos habéis creado un hom ­
térica de la cábala, donde aparece en un contexto absolutam ente
bre, como hizo él, se dirá: En el m undo no hay otro dios que
actual. El «hom bre loco» de Nietzsche (La gaya ciencia \2b)
estos dos». Con su intención atea (elim inada en las versiones
irrum pe en la plaza pública con su inaudito mensaje, y los ase­
posteriores), este porm enorizado relato da en el blanco (antici­
sinos de Dios, que «fueron capaces de borrar todo el horizonte»,
pándolo con gran audacia) de un desarrollo que iba a m arcar
se precipitan tras él en todas las direcciones en el m undo sin
centro. El viejo relato de la cábala, en cambio, no arguye en el una época.
terreno de una teoría cósmica 9, sino en el de la praxis del hom ­
bre, del homo faber, que transform a el m undo 10. a) La quiebra del orden de las esencias inmutables en la Edad Media

El hom bre, im agen de Dios y representante suyo en la T ierra,


1 Cf. A. D um as, Renaissance du paganisme: L um iére et vie (Lyon) 156 (1982) aun siendo la corona de la creación, estaba sujeto al orden previo
8 Según E. Biser en T heol. R evue 76 (1980) 89. de las cosas que Dios había creado según sus géneros y especies.
9 E n m edio de las reflexiones cosmológicas, sólo u n a indicación, om itida En una especie de prolongación de este orden divino eternam ente
en la versión im presa — h ab la en tono escéptico y negativo— de la cu ltu ra válido, al hom bre se le había encom endado cultivar, conservar
cread a por el arquitecto hom bre: «¿Q ué será de nuestro arte de edificar sin y cuidar lo que la naturaleza producía (cf. Gn 1,26-31). Ni la
esta línea ( = Dios)? ¿Seguirán m anteniéndose en pie nuestras casas?» (según
E. Biser 1971); cf. K ern 21979, 56ss).
10 G. Scholem , Z ur Kabbala und ihrer Symbolik (Z urich 1960) 234ss; cf. K ern " El libro Jeztra, ap arecido hacia el 500 d.C ., se basa en el poder creativo
21979, 39-41. de la p alab ra , in te rp re ta d o a la luz de G n 1: «Dijo Dios...».

24 25
ATEtSM O Y OCULTAMIENTO DE DIOS EL HOMO FABER EN EL ATEISMO HUMANISTA

más elevada exaltación bíblica de la posición del hom bre — «sólo el program a de la utopía de Bacon, titulada La nueva Atlántida,
un poco» por debajo de Dios (Sal 8)— rom pe el esquem a in­ es «conseguir dom inar todo». «Los sueños de Bacon se han hecho
dicado. La cosmología de la alta escolástica fija en consonancia realidad: hoy es posible acelerar la floración de las plantas, au­
con esto la estructuración jerárquica del m undo: sobre la base m entar el tam año de los frutos y los animales, crear nuevas es­
de lo inanim ado o m ineral se alzan los reinos de las plantas y pecies, transform ar diferentes especies com binándolas entre sí...,
los animales, y el hom bre engloba los grados ónticos inferiores y m atar y reanim ar artificialm ente, provocar el gigantism o y el
los supera por su naturaleza espiritual. La estructura jerárquica enanismo, la fecundidad y la esterilidad... En las instalaciones
une y concilia el m undo visible con el supram undo de lo divino, industriales de su utopía hay ya estaciones meteorológicas, fri­
que aparece, por así decir, retrospectivam ente unido a este orden goríficos, cám aras clim atizadas para el tratam iento de enfermos,
suyo. centrales hidráulicas, rascacielos, aparatos de calefacción, etc.»
Con el nominalismo, la filosofía y la teología de la Edad M e­ (Lówith 1968, 20).
dia tardía rom pieron el orden de las esencias inm utables. Al de­ G iam battista Vico reflexiona con más clarividencia y m ayor
saparecer los eslabones esenciales entre lo divino ultraterreno y profundidad. Deduce de las palabras creadoras de Dios (Gn 1)
lo cosístico-empírico, que ahora podía nom brarse, pero no com­ que et factum et verum cum verbo convertuntur, que «hecho» y «ver­
prenderse, esto quedó nivelado en la individualización, y lo di­ dadero» son «sinónimos» (Lówith 1968, 8 nota 4), de acuerdo
vino y ultraterreno fue relegado a la lejanía del poder arbitrario. con la expresión latina dictum factum («dicho y hecho») y con lo
La anterior inteligibilidad — real o supuesta— fue sustituida por que sugiere Goethe cuando en el Fausto traduce el logos creador
el voluntarism o de Dios y del hom bre en ambos campos. La por Tat (acción). Lo que es válido en el caso de Dios, Vico lo
potentia absoluta de Dios, que se separaba «especulativam ente» de traslada a la im agen y semejanza de Dios: el poder hacer es la
la sabiduría y la justicia, únicam ente seguía respetando, en el condición del verdadero conocimiento: «El criterio de lo ver­
m ejor de los casos, la ley formal de la no contradicción; y en dadero es el haberlo hecho personalm ente (veri criterium es id ipsum
el m undo del hom bre, la bondad y la verdad consistían en el fecisse)» (Lówith 1968, 9). P ara Vico, el cam po de la acción hu­
acatam iento ciego de los decretos de un Dios Señor, a menos que m ana no es la naturaleza, como p ara Bacon, sino la historia. La
el hom bre op tara por sustraerse a tal sometim iento m ediante la luz inextinguible de la verdad consiste en que «este m undo civil
rebelión (—►hum anismos y cristianismo). ha sido hecho sin duda por los hombres; por eso es posible en­
contrar sus principios... en las modificaciones de nuestro propio
b) El saber como saber hacer y como poder en Bacon y en Vico espíritu hum ano» l3. Pero, en Vico, la fatídica equiparación de
«hecho» con «verdadero» esta vinculada todavía al fundam ento
Bacon, hacia el 1600, y Vico, hacia el 1700, extrajeron las pri­ teológico-cristiano del conocim iento y la acción creadora de
meras consecuencias. Francis Bacon puso el saber — que p ara él Dios.
era el conocimiento de la naturaleza— al servicio del hacer. En
su opinión, el hom bre, del mismo modo que estudia la palabra
de Dios, así tam bién, y con m ayor razón, debe investigar su obra, c) El concepto de homojaber en el ateísmo humanista
sin una hum ildad falsa, en aras de un «progreso sin límites». La
m eta es el «reinado del hom bre». Y la idea directriz, que el saber En el últim o siglo y medio, el alegato del ateísmo hum anista o
y el poder coinciden 12. Saber es poder, posibilidad de hacer. Y postulado en favor del homofaber se dirige contra el Dios creador.
Registremos un nom bre que representa algo más que un simple
Scientia et potentia in idem coincidunt o «el conocim iento h u m an o y el poder
h u m ano son u na m ism a cosa» (según Lówith 1968, 29). 13 La Scienza nuova Seconda, ed. Nicolini M953; según Lówith 1968, 52.

26 27
ATEISMO Y OCULTAMIENTO DE DIOS LA VOLUNTAD DE PODER Y EL NIHILISM O

preludio: Ludw ig Feuerbach. H acia 1840, Feuerbach sostiene origina la superestructura ideológica estabilizadora: la religión
que es preciso reducir la teología a la antropología, devolviendo que, según M arx, en determ inadas situaciones (¡que no de­
al hom bre todo aquello de lo que él se ha privado en favor de berían darse!) actúa tam bién benéficam ente como opio— , los
Dios. Así, «el hom bre será Dios para el hom bre». Esto presupone, principios morales, el aparato represivo del Estado... Al desa­
y así piensa efectivamente Feuerbach, que los atributos de la parecer la división de clases, desaparece tam bién este reflejo suyo.
om nipotencia, la omnisciencia, la om nipresencia, etc., proyec­ Pero el desarrollo ocasionado por el mal radical de la división
tados como predicados divinos sobre un más allá celestial, co­ del trabajo y de la propiedad privada fue un mal necesario hasta
rresponden en el fondo al hom bre y han de ser realizados por él la transform ación crítica del capitalismo: la superabundante pro­
en cuanto m iem bro de la especie en el espacio y el tiem po de la ducción de bienes como consecuencia de la industrialización y
hum anidad entera. Los comienzos de tal realización pueden ad ­ la autom atización (¡así se expresa M arx! 15), y no un comunismo
vertirse ya en una sociedad altam ente industrializada. prim itivo (cf. 583), posibilita el autodesarrollo integral de todos
K arl M arx reprocha a Feuerbach haber considerado la re­ los hom bres, que en el comunismo perfecto — en la coincidencia
ligión como raíz de la miseria de los hom bres, cuando en realidad ideal del naturalism o y el hum anism o lograda m ediante el acto
sería sólo un síntom a de tal miseria. En cam bio da un valor del trabajo (cf. 536-539ss)— son sus propios creadores. El críti­
decisivo a la inversión de las relaciones entre la teoría y la praxis co del capitalism o com parte con éste el presupuesto decisivo:
llevada a cabo por Vico l4. M undaniza enteram ente el m undo que el hom bre es el hacedor, o creador, de su m undo y de sí
del hom bre, al que ap u n ta b a n Bacon y Vico. Produciéndose a mismo.
sí mismo m ediante el trabajo, el hom bre produce su m undo, que
debe ser cam biado y no sólo interpretado de otro modo. M arx d) La voluntad de poder en Nietzsche, última caída en el nihilismo
elogia a Hegel por «haber concebido la autoproducción del hom ­
bre como un proceso». T al proceso no es posible si el hom bre no Friedrich Nietzsche intentó expresar conceptualm ente el destino
«emplea todas las fuerzas de su especie, lo cual exige, a su vez, y el ser (o no ser) del homo faber m oderno. Su diagnóstico es que
la acción conjunta de todos los hombres, y sólo es posible como «los valores supremos se devalúan. No hay una meta; no hay
resultado de la historia» (ed. Lieber 1,574). Esto se efectuaría u na respuesta al porqué» (Der Wille z.ur Macht, ed. M usarion,
m ediante el trabajo, la «actividad vital» (516) del hom bre en X V , 145; cf. Heidegger). Por eso el nihilismo, «el más inquietante
cuanto m iem bro de la especie, «condición en la que tiene que de todos los huéspedes», está ante la puerta y va a determ inar
corroborarse y activarse m ediante su ser y su saber» (579). Vía la historia los dos siglos próximos (XV, 137). M ás aún, «así surge
y m eta de este proceso laboral son «la historia de la industria y la últim a form a de nihilismo, que incluye no creer en un m undo
la existencia objetivada de la industria», «libro abierto de las metafisico... y que prohíbe la fe en un m undo verdadero»
fuerzas esenciales del ser hum ano» (542). En las sociedades de (XV, 149). El m undo «verdadero» es el m undo irreal del más
clases del pasado, donde los esclavos, los siervos y los proletarios allá, que vive a costa del más acá. Está regido tanto por las ideas
trabajaban p ara los otros, el proceso de autoproducción del hom ­ de Platón como por los principios absolutos y las norm as abso­
bre sólo era «posible en form a de alienación» (574), de modo lutas de la metafísica cristiana; el cristianismo es un platonism o
que «esta realización del trabajo aparece... como una desreali­ para el pueblo. El nihilismo, al rechazar ese m undo, afirm a la
zación del trabajador» (512). El carácter clasista de la sociedad «im potencia de todo lo suprasensible a que el hom bre debe so­
meterse». Porque el supram undo es el transm undo que hace del
hom bre que se rige por él un ser transm undano. A hora bien, el
H U n a n o ta de E l capital (1,4,13; ed. Lieber IV ,425a9) rem ite a Vico, según
el cual «la historia h u m an a se distingue de la historia n a tu ra l en que nosotros
hemos hecho la prim era y no la segunda». 15 Das Elend der Philosophie... (1847): ed. M E W I V ,157.

28 29
ATEISMO Y OCULTAMIENTO DE DIOS PREVISIÓN HUMANA Y GOBIERNO DE DIOS

Dios cristiano, exponente de ese ultram undo supuestam ente ver­ que constituye una «m anipulación que se olvida del ser» (13,
dadero, ha perdido su poder sobre el destino del hom bre. Nietz­ cf. 256). «El aseguram iento del m áximo e incondicional auto-
sche com pendia esta conclusión en la lapidaria frase «Dios ha desarrollo de todas las facultades de la hum anidad en busca del
m uerto». Lo que Nietzsche expresa al caracterizar una época dom inio incondicional de toda la Tierra» constituiría el «aguijón
por la «m uerte de Dios» es la tendencia decadente de la m oderna secreto» que im pulsa al hom bre m oderno a tom ar constante­
civilización técnica: que ya no es posible señalar una m eta ni m ente iniciativas nuevas (145). Sólo así se transform aría el ni­
encontrar un sentido p ara el m undo ni, por tanto, p ara la crea­ hilismo en lo que es: un nihilismo perfecto y acabado, «el ideal
ción de mundos por parte del hom bre, pues «los valores supremos del poder suprem o». Sem ejante concepción del homo faber ter­
se devalúan». Porque «todos estos valores, reconsiderados psi­ m inaría por convertir al hom bre en un «bruto bestial» m ediante
cológicamente, son los resultados de determ inadas perspectivas la glorificación del peligro («¡vivid peligrosamente!») y m ediante
de utilidad, establecidas p ara conservar e increm entar estruc­ el abuso de la violencia (393), por lo que la frase nietzscheana
turas hum anas de dom inio, pero proyectadas erróneam ente so­ de la «bestia rubia» no sería una m era hipérbole ocasional (200).
bre la esencia de las cosas» (XV,151). «En suma, las categorías
“ fin” , “ u n id ad ” y “ ser” , con las cuales hemos atribuido un valor
e) Previsión humana y gobierno de Dios
al m undo, son desechadas de nuevo por nosotros, y ahora el
m undo aparece como falto de valor» (XV, 150). En todo caso, la interpretación que hace Heidegger de la técnica
Nietzsche pretendía superar el nihilismo, en el que a su juicio m oderna y de todo el desarrollo de E uropa occidental, califi­
desem bocan la historia del pensam iento y el m undo de la vida cándolos de «economía m ecanizada» y de «cóm puto autom ati­
de la E uropa m oderna. La presunta superación es en realidad zado de la actividad y la planificación» (165), ha encontrado
— al menos, según la interpretación de M. H eidegger (340)— su gran eco en la crítica de la época en los últimos tiempos, p a r­
culm inación o la «últim a caída en el nihilismo». Nietzsche pro­ ticularm ente a raíz del estudio de M eadow sobre los Límites del
clam a la transm utación de todos los valores anteriores en virtud crecimiento, publicado en 1972. T al eco no se ha debido en prim er
de la voluntad de poder, que es el «principio de la nueva — y, en térm ino al diagnóstico nihilista de Nietzsche ni a su radicaliza-
el fondo, de toda— fijación de valores» (Heidegger 340); su per­ ción por Heidegger, que incluye en su veredicto al propio Nietz­
sonificación será el superhom bre. Pero el poder sólo es poder en sche, ni tam poco a la ya vieja predicción de Hegel (ed. Glockner
la m edida en que es «más poder», increm ento de poder, en la V II,25) sobre el m oderno «ateísmo del m undo ético»; lo decisivo
m edida en que subyuga (cf. Heidegger 36). «Por eso, el nuevo ha sido la lacerante constatación de que, desde la física atóm ica
orden tiene que ser el dom inio incondicional del poder puro so­ a la bioquím ica, no basta centrarse exclusivamente en el «cómo»
bre el globo terrestre a través del hom bre» (Heidegger 39, cf. de la factibilidad sin plantearse la pregunta sobre el últim o «para
108.126), concretam ente a través del nuevo tipo de hom bre, que qué» de todo eso, sobre el «de dónde» y el «hacia dónde» de la
ocupa el puesto de Dios. «¡Adelante, adelante, hom bres superio­ existencia hum ana como tal. No vamos a discutir aquí si el op­
res! A hora comienza a estar de parto el m onte del futuro h u ­ timismo del progreso y la fe en la ciencia no se han transform ado
m ano. Dios ha muerto; ahora queremos que viva el superhom ­ en el extrem o contrario de una visión desm esuradam ente pesi­
bre» (V I,618). Este program a de dom inio iniciaría «la época de mista de la civilización (cf. Splett 1982, donde se estudia este
la plena objetivación incondicional de todo lo que es» (387); sería punto y se analiza si tal cam bio de m entalidad hace que la evo­
«más inquietante que la ausencia de Dios» (396). Heidegger, lución de la M odernidad resulte todavía peor p ara el cristia­
cuyo «pensam iento centrado en la historia del ser», de claro nismo, a la vista de Gn 1,28). La ideología de la autocreación
acento místico (389 y passim), no es preciso recoger ni explicar radical y universal del hom bre y el ateísmo postulatorio, acorde
detenidam ente, somete dicho program a a la escueta crítica de con ella, han sido superados con toda justicia por un nuevo rea­
30 31
ATEISM O Y O CU LTA M IENTO DE DIOS
EL A TOM ISM O Y EL EM PIR ISM O LÓGICOS

lismo que ya no tiene com o norte lo h u m an a m en te posible, sino W. v. H u m b o ld t l7, las «relaciones gram aticales» deberían «ajus­
lo necesario p a ra el hom bre. A m i juicio, tam bién es d a r un salto tarse exactam ente a las lógicas». Pero ¿cómo expresar el logos
excesivo e ir dem asiado lejos afirm ar que el pronóstico cartesiano de Dios en u n a g ram ática hum ana?
(Discours de la méthode, 1637) de que la ciencia m oderna h a rá a
los hom bres «dueños y poseedores de la n aturaleza» constituye
el com ienzo de u n a supuesta historia de decadencia de la M o­ a) Crítica de la religión en el atomismo y el empirismo lógicos
d e rn id ad que desem boca en la posición de dom inio pseudo-ab- En el Tractatus logico-philosophicus (1921/22; cf. D alferth 1981, 94-
soluto del hom bre. E n todo caso, así se rectifica la precipitada 120) L udw ig W ittgenstein presupone un m odelo lingüístico cuyo
glorificación de la «ortopraxis». Y los vaivenes de los puntos de p u n to débil es u n a estricta teoría de la reproducción: las estruc­
vista valorativos no deben ocultarnos la sencilla aportación po­ turas de la realidad se corresponden con los elementos de la pro­
sitiva de la experiencia que el hom bre, en cu an to homofaber mo­ posición. De ahí que esta prim era form a de filosofía analítica del
derno, h a hecho consigo mismo: al igual que en el cosmos visible, presente siglo reciba el nom bre de atom ism o lógico. E ntre sus
tam bién en el contexto experiencial inm ediato del estrecho ám ­ representanes figuran tam bién G. E. M oore y B. Russell. Las
bito de la vida h u m an a está oculto Dios. Y la peste, el ham bre proposiciones, tal como las entiende el Tractatus, sólo tienen una
y la guerra, «antiguos instrum entos de poder de un Dios que función analítica; no am plían el conocim iento, sino que se li­
castigaba y al que se suplicaba que m odificara el curso de los m itan a clasificarlo y explicarlo m ediante la explicitación del
acontecim ientos» (Seckler 182), se im p u tan en prim er térm ino sujeto efectuada en el predicado. El sujeto representa u n a cosa
a la falta de previsión humana, consecuencia de culpas y nece­ de este m undo; el predicado, u n a propiedad o actividad nece­
dades. El gobierno de Dios sólo podrá percibirse en las encru­ saria del sujeto. «Los límites de mi lenguaje significan los límites
cijadas del destino individual y colectivo, centrando la atención de mi m undo» ( Tractatus, n. 5.6). A hora bien, de aquí se sigue
en determ inadas experiencias fundam entales del hom bre, de su que todas las proposiciones metafísicas y religiosas carecen de
existencia ética y de su am or personal, y en el esfuerzo por la sentido porque a te n tan contra la posibilidad de la lógica del len­
últim a fundam entación de la libertad y de los derechos hum anos guaje (6.43); son pseudoproposiciones, ya que pretenden expre­
(cf. K e r n 21979, 152-182; 1980, 129-155) (-» hum anism os y cris­ sar lo que es inefable y sólo puede experim entarse como senti­
tianism o). m iento (6.45). «Pero lo inefable existe..., es lo místico» (6.522).
Sin em bargo, «sobre lo que no se puede h a b la r hay que g u ard ar
silencio» (7). En el planteam iento del prim er W ittgenstein, la
3. La insuficiencia del lenguaje como form a reducción del lenguaje a lo descriptivam ente enunciable tiene
del ocultamiento de Dios que g u a rd a r silencio sobre Dios, porque «Dios no se m anifiesta
en el m undo» (6.52).
T am bién el «descubrim iento del lenguaje como problem a» (Dal- Con m ayor radiculidad — y sin m irar más allá de las fronteras
ferth 1981, 13), incluso como «el problem a que rebasa y abarca del lenguaje y de la ciencia, ni entrever el sentido místico del
todos los dem ás problem as» 16, ha contribuido a bloquear el m undo en cuanto totalidad— , el empirismo lógico excluye el
acceso al conocim iento de Dios. El interrogante con m ayor discurso sobre Dios. Según el Círculo de V iena (R. C arnap,
trasfondo es el siguiente: ¿disponemos de recursos lingüísticos M . Schilick y otros) y el inglés A. J . Ayer, hay dos clases de
p ara form ular preguntas de alcance teológico? Porque, según proposiciones con sentido: las analíticas, que fijan ciertos sím-

16 W. Flach, en J. Simón (ed.), Aspekle und Probleme der Sprachphilosophie (Fri­ ” Über das Entslehen der grammatischen Formen... (18” ), ed. Flitner-Giel 111,41;
burgo 1974) 69. según Dalferth 1981, 14.

32 33
ATEÍSMO Y OCULTAMIENTO DE DIOS OTRAS CRÍTICAS LINGÜÍSTICAS

bolos lingüísticos a un uso determ inado, y las sintéticas, que ver­ Así, Paul van Burén (80s,98) sostiene que, en la época actual,
san sobre hechos de experiencia. En el caso de las proposiciones no sólo ha m uerto Dios, sino tam bién el térm ino «Dios». La
de la segunda clase, que siempre son m eram ente probables, es dificultad no residiría en «lo» que se dice sobre Dios, sino en el
preciso poder indicar observaciones que sean relevantes para su mero hecho de hab lar de Dios. «No sabemos “ qué” es Dios ni
verdad o falsedad. A hora bien, tal cosa es imposible en el caso podemos com prender cómo se em plea la palabra “ Dios” ... El
de la proposición «Dios existe». Puesto que «Dios» designa un problem a no puede resolverse tam poco sustituyendo la palabra
existente que trasciende la experiencia, las proposiciones sobre Dios por otras palabras». Y: «Hoy día ni siquiera podemos com­
él no pueden ser confirm adas ni refutadas m ediante la experien­ prender la exclamación nietzscheana de que Dios ha m uerto, ya
cia (Ricken 1979, 183). Pero la formulación de este criterio de que, si fuera así, ¿cómo podríam os saberlo? No; hoy el problem a
la experiencia, del llam ado principio de verificación, crea a toda es que ha m uerto la palabra “ Dios” ».
la crítica de la religión efectuada por la filosofía del lenguaje Partiendo de una posición dialógico-operativa, la Escuela de
dificultades no resueltas hasta ahora. En 1950, A. Flew trató de Erlangen (P. Lorenzen, W. K am lah y otros) subraya en Ale­
soslayarlas en su «parábola del jardinero» (citada aquí, según m ania que la palabra «Dios» no puede adquirir su significado
Ricken 1979, 184): m ostrando el objeto en cuestión, como las palabras «mesa» o
«Dos exploradores llegan a un claro abierto en la jungla, «monte». Sólo podría adquirir significado como función del con­
donde crecen flores y maleza. U no de ellos sostiene que el claro texto en que se usa («sincategóricamente» o como «sinsemán-
es cultivado por un jardinero; el otro piensa que no hay ningún tico»). M. G atzem eier 19 aborda una y otra vez, a lo largo de
jardinero. Por eso levantan sus tiendas y m ontan guardia; pero 400 páginas, el problem a de la posibilidad o im posibilidad de
no logran ver ningún jardinero. Entonces, el prim ero afirm a que em plear apropiadam ente la palabra «Dios». A F. K am bartel 20,
se tra ta de un jardinero invisible. Pero ni con una alam brada en cam bio, le bastan cuatro páginas para presentar sus pro­
eléctrica ni con perros de presa logran c a p tu rar a tal jardinero. puestas sobre un uso razonable del térm ino en una asociación
No obstante, el explorador crédulo persiste en su opinión, si bien de palabras compleja, concretam ente en el complejo verbal «vi­
ahora la modifica de la form a siguiente: el jardinero es insensible vir en Dios», que él describe como «vivir creyendo y confiando
a las descargas eléctricas; los perros no pueden olerlo; no hace en la consecución de la paz». Esto desemboca, finalmente, en
ningún ruido. El escéptico le pregunta qué queda de la afir­ «vivir confiando en la suficiente buena voluntad de los otros y
m ación prim itiva y en qué difiere tal jardinero de un jardinero cooperando en los necesarios esfuerzos comunes en pro de una
im aginario o inexistente». Según esto, la proposición sobre la vida razonable». Como puede verse, el Dios oculto tras las p a ­
existencia de Dios representa p ara Flew 18 «un ejemplo típico de labras se desvanece en los postulados de un hum anitarism o uni­
una afirmación degenerada». versal.
Algunos filósofos de la religión ingleses habían hecho antes
propuestas de diferente naturaleza sobre un uso del térm ino
b) Otras críticas analíticas y reacciones filosófico-teológicas «Dios» que no estuviera expuesto al reproche de vacío semántico
y de falta de sentido. C uando no se quería caer en una estrategia
Algunos teólogos estadounidenses, que entre 1960 y 1970 crearon de inm unización (J. Hick: «verificación escatológica»), se afir­
la «teología de la m uerte de Dios», suelen repetir, en la línea de m aba la posibilidad de un lenguaje religioso no cognitivo-aser-
la parábola de Flew, que «Dios había m uerto a causa de mil
cualificaciones» (Dóring 275-353; H asenhüttl 1980, 183-206). ls Theologie ais Wissenschaft, 2 vols. (S tu ttg art 1974/75).
20 Theo-logisches. Definitorische Vorschlage zu einigen Grundtermini im £usammen-
God and Philosophy (L ondres 1966) §§ 8.25; 8.28. hang christlicher Rede von Gott: Zeitschrift fíir evang. E thik 15 (1971) 32-35.

34 35
OTRAS CRÍTICAS LINGÜISTICAS
ATEISMO Y OCULTAMIENTO DE DIOS

La crítica atea de la religión que acabam os de presentar


tivo, sino no-cognitivo en uno u otro sentido: lenguaje afectivo,
desde el ángulo de la filosofía analítica como lo que se podría
apelativo, invocativo, etc. T al lenguaje no pretende transm itir
llam ar un ateísmo semántico, intentaron desvirtuarla algunos teó­
constataciones, sino com unicar actitudes; adem ás, en él queda
logos, sobre todo en el decenio 1960-1970, reduciéndola a un
al m argen el problem a de la verdad o la falsedad. Así, R. M.
rechazo de las concepciones tradicionales del teísmo filosófico.
H aré aboga ppr el reconocim iento del lenguaje religioso como
En una teología entre comillas y entre paréntesis, tales teólogos
com unicación de una determ inada visión — que él llam a blik—
propugnaban un «cristianismo “ a-teo” » (cf. K ern 21979, 134-
de la realidad. M ás conocida es la referencia de I. T . Ram sey a
151). T ras este intento parece latir, de un lado, la aversión de
situaciones de disclosure o desvelamiento, de a p ertu ra de expe­
la teología reform ada contra el conocim iento natural de Dios por
riencias nuevas. A todas estas propuestas les había preparado el
p a rte de la razón hum ana; de otro, el esfuerzo de pensar la «his­
cam ino la teoría del últim o W ittgenstein (Investigacionesfilosóficas
toria de Dios», que culm ina en la m uerte en cruz del Hijo de
1953) sobre los «juegos lingüísticos» condicionados por la co­
Dios hum anado, pero que parece estar en contradición con los
rrespondiente forma de vida, sustancialm ente diferentes entre sí
predicados divinos teístas de la perfección, la inm utabilidad y la
y legítimos a su modo.
im pasibilidad. A hora bien, si se elim inara uno de los aspectos
Pero se objetó con razón que en el discurso sobre Dios tiene
cognoscitivos, el teísta, tal eliminación redundaría en detrim ento
que estar prim ariam ente en juego la verdad y su conocimiento;
de los datos en cuestión, hacia los cuales debe orientarse real­
de lo contrario caería en la sospecha de ser m era proyección e
mente la reflexión filosófica, pese a que no pueda expresarlos sin
ilusión. Incluso cuando ciertos teólogos em pleaban el equívoco
más, lo mismo si se intenta interpretarlos preferentem ente como
discurso de la «m uerte de Dios» lo hacían, en definitiva, para
la historia del espíritu de Dios, de acuerdo con la dialéctica de
contribuir a que el evangelio de Jesús cobrara una verdad nueva,
Hegel, que si se prefiere explicarlos como la paradoja del «Dios
viva. «Sea lo que fuere lo que los hom bres puedan haber buscado
en forma de siervo», en la línea de K ierkegaard 23. Sólo la con­
cuando buscaban a “ Dios” , sólo puede encontrarse encontrando
frontación serena con la posición teísta consciente de sus límites,
a Jesús de N azaret» (v. Burén 137). W. H am ilton, que se declara
que es preciso fijar con toda claridad, im pedirá que la apelación
exponente radical de la «teología de la m uerte de Dios», dice 21:
directa al Dios sólo cognoscible en la cruz de Jesús únicam ente
«N uestra espera de Dios, nuestra carencia de Dios, es en parte
represente, para muchos hombres, el más aventurado de los mi­
búsqueda de un lenguaje y de un estilo que nos perm itan estar
tos (cosa que también es). ¿No constituye tam bién el teísmo un
de nuevo ante él...». Y este esperar e incluso pedir el retorno de
modo de ocultam iento — relativam ente legítimo— de Dios, toda
Dios constituye el «camino a Jesucristo». Así, la consigna con­
vez que no puede d a r respuesta a las preguntas, existencialm ente
testataria «Dios ha m uerto» significa, negativam ente, que ya «no
im portantísim as, del hom bre por la justicia y/o la misericordia
hay un poder u ltram undano que pueda alienar la vida del hom ­
de su Dios? Porque hoy no brota de nuestros labios tan fácil y
bre» 22 y, positivam ente, que el representante terreno perm a­
rápidam ente como en tiempos de Tom ás de Aquino el «et hoc
nente del Dios Padre y Señor no experim entable y trascendente
omnes nominant deum» cuando analizam os los enunciados filosóficos
es Jesús, el herm ano de los hombres, y que así, en Jesús, la au ­
sobre el últim o fundam ento.
sencia de Dios se transform a en «un modo de su ser-para-noso-
tros» (Sólle 1965).
" W. K ern, Philosophische Pneumatologie. Zur theol. Aktualitat Hegels, en
21 «Death o f God Theology» in den Vereinigten Staaten: P astoraltheoloeie 56
(1967) 353-362; 425-436. W. K asper (ed.), Gegenwart des Geistes (Friburgo 1979), espec. 78-90. T am bién
>d., Menschwerdung Gottes im Spannungsfeld der Interpretationen von Hegel und Kier­
“ C om o in terp re ta M . M ayenberger (según G atzem eier, aq u í n o ta 19:
kegaard, en A. Z iegenaus (ed.), Wegmarken der Christologie (D onauw órt 1980)
1,132s nota 6), m uy benévolam ente, la o b ra Cospel o f Christian Atheism de
81-126.
T h . J . J . Altizer.
37
36
c) Nuevas objeciones a la crítica analítica del discurso sobre Dios 4, E l ateísmo «preocupado»

Ya hemos indicado los diferentes reparos que pueden oponerse


a las distintas variantes de la crítica analítica del discurso me- Además de los ateísmos que aquí hemos analizado y calificado
tafisico y religioso sobre Dios. La lógica del lenguaje que su­ de ateísmo doctrinario, postulatorio y semántico, hay otros. Estos
puestam ente fuerza al prim er W ittgenstein a negar que una pro­ últimos se sitúan en un plano diferente y menos accesible todavía
posición que rem ite más allá de la experiencia pueda reivindicar a la argum entación. De todos modos, como los hom bres no po­
un sentido com unicable es en realidad la lógica de su concepción demos renunciar enteram ente al pensam iento, una actitud ag­
reduccionista del lenguaje. El principio de verificación del em­ nóstica tiene que incluir elementos no reflejos, por lo menos, de
pirismo lógico, según el cual sólo las proposiciones sintéticas a la crítica señalada, o de otra semejante, que fundam enten de
posteriori, adem ás de las analíticas, pueden ser verdaderas, no se algún modo la abstención del juicio. En un ám bito difícilmente
puede com probar analíticam ente ni sintéticam ente a posteriori (si accesible a la discusión filosófica se sitúan estos dos extremos: el
fuera verdadero, habría que definirlo, con K ant, como una «sín­ «ateísmo preocupado», agobiado por el problem a de la teodicea,
tesis a priori», como una am pliación cognoscitiva dependiente y la irreflexiva despreocupación de un ateísmo m eram ente (?) prác­
de la experiencia). De ahí que en el curso de la evolución pos­ tico, que se supone — y en realidad lo está— m uy difundido en
terior se aban d o n ara el principio de verificación en favor de una O ccidente (¿y no ocurre lo mismo en el Este?).
progresiva aproxim ación a la «verdad» m ediante falsaciones des­ El sufrimiento en todas sus formas y grados y el mal en este
lindantes; pero, según H ans A lbert y otros, aquí surge la misma m undo constituyen la instancia más dolorosa y menos refutable
dificultad por el hecho de que la equiparación entre «no falsable» contra la existencia de Dios; por eso, Georg Büchner ha dicho
y «sem ánticam ente vacío» no puede someterse a la prueba que que representan «la roca del ateísmo». Como es sabido, ésa es
se exige en los demás casos. la razón de que, en la novela de Dostoievski, Iván K aram azov
La parábola flewiana del jardinero, plausible p ara algunos, quiera devolver el billete de entrada en este m undo; y Camus
supone lo que hay que dem ostrar: que la existencia de Dios sólo recogió el grito de protesta contra una creación en la que se
puede com probarse em píricam ente, e incluso con un m aterial de tortura a niños. Ya Hegel (ed. Glockner X IX ,472) com batió el
observación tan precario como ese jard ín de flores (y m aleza). optimismo de Leibniz en su Teodicea de 1710, obra a la que se
Lo que hemos dicho sobre el Tractatus de W ittgenstein puede rem onta la expresión «justificación de Dios»: para él, Dios «ven­
aplicarse al constructivism o de Erlangen, que llega a los mismos dría a ser la alcantarilla en que confluyen todas las contradic­
resultados partiendo de planteam ientos diferentes. ciones». Esto constituye el polo opuesto de este candoroso mo­
Como las contribuciones teológicas orientadas de acuerdo tete: «A quien deja que el buen Dios reine... Dios le conservará
con las teorías lingüísticas no suelen d ar m ucha cabida a las ideas m ilagrosamente». En ningún sitio está Dios, el supuesta y real­
filosóficas, conviene recalcar positivam ente la «coextensión» del m ente infinitam ente poderoso, sabio y bueno, tan oculto, tan
lenguaje con el pensam iento hum ano, el cual le perm ite que, en profundam ente encubierto por lo deforme e inquietante como en
virtud de su capacidad de negar, enuncie con una fundada pre­ la enemistad entre los hombres, en el asesinato y la guerra, en
tensión de sentido y de validez la existencia y la esencia de Dios, el odio y la calum nia. Aquí sirve de poco «el Dios general», que
el Incondicional y el Infinito, bajo la m odalidad de una doble «para los atenienses era aún el Dios oculto» según H ch 17,23 (y
negación, por más que no pueda expresarlas, pues esto desborda Hegel, ed. Glocker V I I I ,359). Sobre el trasfondo del aconteci­
lo hum anam ente posible y queda reservado a la libre autorre- m iento del Gólgota, que culm ina en el grito de abandono de
velación de Dios ( —* lenguaje literario y lenguaje religioso; rea­ Jesús (M e 15,34), la frase de Pablo en Rom 8,32 — «si Dios no
lidad - experiencia - lenguaje; teoría de la ciencia y teología). escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros, ¿no

38 39
ATEISMO Y OCULTAMIENTO DE DIOS

nos regalará todo con él?»— arroja alguna luz sobre la inson­ II. Ateísm o y ocultamiento de D io s desde
dable oscuridad del misterio del mal.
K arl R ahner, a quien se rem onta la expresión «ateísmo preo­ el punto de vista teológico
cupado» 24, engloba en ella un am plio espectro de fenómenos:
«el horror ante la ausencia de Dios en el m undo, el sentimiento
de no poder com prender ya lo divino, la consternación por el
silencio de Dios, por su cerrarse en su propia inaccesibilidad, por 1. Aportas de la teología actual ante el ateísmo
la absurda profanización del m undo, por la opaca e informe ob­
jetividad del m undo, incluso cuando no se tra ta ya de la n atu ­ El ateísmo es sin d u d a «uno de los fenómenos más graves de
raleza, sino del hom bre...». Pero esta «auténtica experiencia de nuestro tiempo» (Gaudium et spes 19). C aracteriza nuestra época
la más profunda existencia» es, en el fondo — y esto es lo único y forma parte de «los signos del tiempo». M . H eidegger habla
que pretendían aclarar las presentes páginas— , un testimonio de una «ausencia de Dios»; M. Buber, del «eclipse de Dios» en
del «crecer de Dios en el espíritu de la hum anidad». ¡Ojalá sea nuestra época. D. Bonhoeífer y A. Delp reflexionaron bajo el
así! nazismo sobre la crisis que tal situación provocó en la teología
En este horizonte hay que escuchar la constitución pastoral y, sobre todo, la sufrieron vicariam ente como hom bres y como
Gaudium et spes, prom ulgada por el Concilio V aticano II en 1965 cristianos.
(19-22), que atribuye parte de la responsabilidad del ateísmo Sin duda, siempre ha habido ateos aislados, si bien hay que
m oderno a aquellos cristianos que, «con la exposición inade­ preguntar en cada caso qué se entiende exactam ente por ateísmo
cuada de la doctrina o incluso con las deficiencias de su vida (K ern 1979, 15ss). La teología siempre ha tenido conciencia de
religiosa, m oral y social, velan más que revelan el verdadero la invisibilidad de Dios, de su ocultam iento y de su carácter mis­
rostro de Dios y de la religión» (19), creyendo — podríam os añ a­ terioso. Es erróneo afirm ar (como Ebelin 1979, 1,167ss) que la
dir— encontrar fácilmente a Dios en la naturaleza visible o en teología clásica se desarrolló como una especie de idilio en la
una providencia sobre el destino hum ano, individual o colectivo, aséptica atm ósfera de la ausencia de oposición y bajo el fanal de
o m ediante una «teoría em pírica de la comunicación religiosa a la obviedad de la fe en Dios. N ada menos que Tom ás de Aquino
través de textos» (Dalferth 1981, 271) (-» negatividad y mal; form ula al comienzo de su teología los dos argum entos que se
sufrimiento; trascendencia y Dios de la fe). siguen form ulando en la actualidad como objeciones clásicas con­
tra la fe en Dios: el m undo puede explicarse tam bién suponiendo
W alter Kern que Dios no existe. La realidad del mal habla contra la hipótesis
[Traducción: M . Olasagasti] de un Dios que debería ser concebido como bondad infinita
{S. th. 1,2,3). La M odernidad no ha añadido gran cosa a estos
argum entos; en el fondo, se ha lim itado a desarrollar lo que dijo
Tom ás de Aquino.
Lo nuevo en nuestra situación m oderna consiste en el fenó­
meno del ateísmo masivo. La negación de Dios ha dejado de ser
un asunto provocador y arriesgado; hoy representa más bien lo
plausible y aceptado en grandes sectores. En esta situación, la fe
en Dios ha perdido la capacidad de expresarse lingüísticam ente
24 K . R ahner, ¿Es la ciencia una confesión?, en id., Escritos de teología I I I (M a­ y de comunicarse. Carece de imágenes, símbolos, conceptos y
d rid 1961) 427-443,432. categorías universalm ente reconocidos con cuya ayuda pueda
41
ATEÍSMO Y OCULTAMIENTO DE DIOS EL MODELO DIALÓC1CO Y SUS APORÍAS

hacerse entender. Esta crisis de los presupuestos hermenéuticos incluye no sólo el politeísmo pagano, sino a veces tam bién el
del discurso sobre Dios constituye la verdadera crisis de la teo­ monoteísmo judío e islámico. Las declaraciones expresas del m a­
logía. En términos más técnicos: la crisis de la teología actual gisterio sobre el ateísmo m oderno en el sentido estricto son muy
radica en la desaparición de los preámbulojidei o presupuestos que tardías. El mismo V aticano I sólo m enciona el ateísmo de pasada
la fe necesita para poder ser tal fe. Las aporías en que se halla y en términos m uy generales; afirm a que es contrario a la razón
la teología a causa del ateísmo m oderno aparecen con claridad y destruye los fundam entos de la sociedad hum ana (Proemio de
recordando los diversos modos en que la teología ha abordado la constitución Dei Filius). En la encíclica Mater et magistra de
dicho ateísmo (-» autonom ía y condición creatural; negatividad Ju a n X X II I (1961) encontram os una prim era tom a de postura
y mal). detallada, pero que sigue los cauces tradicionales: el ateísmo es
contrario a la razón y socava los fundam entos de todo orden
hum ano y social. La encíclica no ofrece un análisis preciso del
a) Crisis del modelo apologético de confrontación teológica
fenómeno mismo ni de sus impulsos positivos, aunque desviados,
con el ateísmo
para la construcción de un m undo más justo y más hum ano
Lo prim ero que tenía que e n trar en crisis en la nueva situación (-» teoría de la ciencia y teología).
era el modelo apologético de confrontación con el ateísmo. Es
explicable que la teología de la segunda m itad del siglo X IX y b) El modelo dialógico y sus aporías
de la prim era m itad del siglo X X intentara echar m ano, en su
confrontación con el ateísmo m oderno, de las formas con que la La encíclica Ecclesiam suam de Pablo V I abre por prim era vez
Biblia, los Santos Padres y la teología escolástica de la Edad una página nueva en la confrontación con el ateísmo y establece
M edia habían desarrollado su controversia con las m odalidades pautas nuevas. A unque se opone categóricam ente al ateísmo, la
del ateísmo de sus épocas o con lo que se designaba con tal ex­ encíclica inicia una relación dialógica con él. En la carta apos­
presión. Se intentó m ostrar que los argum entos de los ateos no tólica Octogésima adveniens (1971), Pablo V I entabla este diálogo
eran concluyentes y probar que la fe en Dios, por el contrario, con el ateísmo de signo m arxista. Pero lo que representa la ver­
era acorde con la razón. T al vía de la controversia se encuentra dadera carta m agna de una relación dialógica es la constitución
ya germ inalm ente en la Biblia. Sólo los necios dicen que «no hay pastoral Gaudium et spes (cf 19-22) del Concilio V aticano II. Pese
Dios» (Sal 10,4; 14,1; 36,2). Para el Salmista, esta necedad no a la firmeza en los principios, aquí se inaugura un nuevo estilo
es estulticia, sino insolencia y m aldad, pues el gobierno de Dios de confrontación que ya no aborda el problem a desde un pen­
en la creación y en la historia es dem asiado claro. Según el Libro samiento abstracto y esencialista, sino partiendo de un enfoque
de la Sabiduría, son necios en este sentido todos los que carecen histórico y concreto.
del conocimiento de Dios, «pues la grandeza y la belleza de la El nuevo acceso al problem a puede com pendiarse en tres as­
creación perm iten descubrir a su Creador» (13,5). El Nuevo Tes­ pectos. En prim er lugar hay que m encionar el intento de des­
tam ento recoge esta argum entación (Rom 1,18-20; H ch 14,14- cribir m atizadam ente el fenómeno del ateísmo, sus diversas cau­
16; 17,26-29). Al igual que el A ntiguo Testam ento, sólo ve en la sas y sus formas de expresión, así como, sobre todo, el intento de
increencia una m aldad que no quiere reconocer como Dios al valorar sus impulsos y motivos positivos. En segundo lugar, el
Dios conocido y, por eso, venera como ídolos a elementos terre­ Concilio transform a estos argum entos e impulsos en un interro­
nos, lo cual conduce a la m áxim a perversión y depravación mo­ gante a la postura propia y reconoce que los creyentes son p ar­
ral (Rom 1,24; Gál 4,8; 1 Tes 4,5; E f 2,12; 4,17-19). cialm ente culpables de la aparición del ateísmo. Por tanto, no
Los Santos Padres desarrollan estos planteam ientos bíblicos; habla de la fe en sí, sino de la fe concreta, históricam ente en­
en este m arco m anejan un concepto muy am plio de ateísmo, que señada y vivida, en sus formas deficientes. Por eso, el ateísmo

42 43
ATEISMO Y OCULTAMIENTO DE DIOS
EL MODELO DI ALÓGICO Y SUS APORlAS

tiene que servir para purificar el discurso cristiano sobre Dios y la confrontación con el ateísmo. C aben cuatro posibilidades
la praxis cristiana. Por últim o, tam bién en la confrontación ar­
(R ahner 1967 [2], 200ss):
gum entativa aparecen acentos nuevos. El argum ento del cono­
cimiento de Dios por la razón se com plem enta con la referencia a) El hom bre interpreta categorialm ente su referencia tras­
a la experiencia hum ana; pero el verdadero argum ento es la dig­ cendental como teísmo y asume el teísmo m ediante una
nidad del hom bre, que sin Dios constituye un interrogante sin decisión libre.
respuesta. Por eso, el reconocim iento de Dios no se opone a la b) El hom bre interpreta categorialm ente su referencia tras­
dignidad del hom bre, sino que la fundam enta y la perfecciona. cendental como teísmo, pero niega a Dios m ediante una
Esta argum entación antropológica se prosigue luego cristológi- decisión libre. Es el ateísmo culpable tradicional, prác­
cam ente, porque sólo el misterio de Jesucristo arroja verdadera tico y teórico.
luz sobre el misterio del hom bre y aclara el enigm a del sufri­ c) El hom bre acepta su referencia trascendental, pero la in­
m iento y de la m uerte. Así pues, el Concilio no argum enta pri­ terpreta sirviéndose de un concepto erróneo de Dios, que
m ariam ente partiendo del conocim iento n atural de Dios presu­ él rechaza, o no llega a un concepto de Dios. Es el ateísmo
puesto por la fe, sino desde el núcleo de la fe cristiana. inculpable, que en el fondo es un teísmo anónim o.
Pero tam bién en este texto se echan de menos algunas cosas. d) T raicionando su propia conciencia, el hom bre niega la
El enfoque concreto, histórico y existencial no basta por sí solo referencia trascendental y, por eso, rechaza el concepto
p ara d ar respuesta a los interrogantes intelectuales del ateísmo. de Dios, sea recto o erróneo, o no llega a un concepto
Por eso, el aspecto histórico tendría que haberse arm onizado más de Dios. Es el ateísmo culpable, p ara el que no hay po­
claram ente con la doctrina tradicional sobre la posibilidad del sibilidad de salvación m ientras el hom bre perm anezca
conocim iento natural de Dios. Por otra parte, el Concilio pasó en esa actitud.
por alto la doctrina de la teología negativa, la tesis del oculta­ Esta teoría de R ahner, que en conjunto se sitúa plenam ente
m iento de Dios. T al doctrina podría haber servido p ara subrayar en la línea de la tradición escolástica, representa un avance gi­
m ejor la función positiva, purificadora, del ateísmo p ara la fe en
gantesco porque perm ite por prim era vez analizar intrateológi-
Dios. Finalm ente, se echa de menos una referencia a los presu­
cam ente el fenómeno del ateísmo y sus posibilidades internas, en
puestos morales de la fe en Dios, el cor fiurum et purificatum. Pero,
lugar de rechazarlo como algo extraño y absurdo. Esta teoría
pese a esta crítica, hay que reconocer que los capítulos 19-22 de posibilita por vez prim era un diálogo que presupone esencial­
la constitución pastoral «pueden incluirse entre las declaraciones
m ente una base común. En cierto sentido, se puede afirm ar que
más im portantes de este Concilio» y representan «un hito en la la teoría rahneriana sobre el ateísmo es la contrafigura de la
historia de la Iglesia de nuestro siglo» ^J. R atzinger).
teoría atea de la religión. Si esta últim a interpreta ateam ente el
El principal ensayo de entablar una relación dialógica con teísmo como proyección del hom bre, R ahner explica teística-
el ateísmo hecho tras el V aticano II se debe a K arl R ahner. En m ente el ateísmo como una interpretación errónea del hom bre
la línea de Tom ás de Aquino, R ahner parte de que la condición y de su trascendencia. Según esto, el problem a entre el teísmo y
de posibilidad de todo conocim iento finito es una «anticipación» el ateísmo es cómo debe entenderse la trascendencia del hom bre,
hacia el ser infinito. Según R ahner, en esta «anticipación» hacia aceptada en com ún por ateos y teístas. La polémica en torno a
el ser, en cuanto condición de posibilidad del conocim iento del Dios es, en últim a instancia, una polém ica en torno al hom bre.
existente finito, siempre está ya coafirm ada la realidad de Dios. Pero, pese a la fecundidad de esta teoría, quedan algunas cues­
Por tanto, la aprehensión atem ática de Dios se efectúa con una tiones que giran en torno a la idea central de R ahner sobre la
necesidad trascendental en todo acto espiritual, incluso en el acto necesidad de la afirmación de Dios. ¿Puede haber, con este pre­
de la negación de Dios. Esta tesis es de capital im portancia para supuesto, un ateísmo real que no sea un teísmo anónim o encu­
44
45
ATEÍSMO Y OCULTAMIENTO DE DIOS UN MODELO DIALÉCTICO

bierto? ¿Cabe tom ar en serio, dentro de esta teoría, la decisión sorbe» como antes la religión «absorbía» la revelación (331).
en favor o en contra de Dios? Por im portantes que sean lgs es­ Pero esta oposición es de naturaleza dialéctica; la revelación «ab­
fuerzos de K. R ahner tendentes a arrojar un poco de luz sobre sorbe» la religión en el doble sentido de que la niega y la conserva
el ocultam iento de Dios y sobre su carácter de misterio y a re­ superada. Por eso, «la religión cristiana es la religión verdadera»
novar la teología negativa, no parece que el eximio teólogo haya (357).
tenido suficientemente en cuenta sus aporías m odernas (cf. infra) M ás tarde, B arth rectificó en buena parte su d u ra condena
antropología y teología; diálogo). de la teología natural tal como la entiende la teología católica,
a diferencia de la teología de la Ilustración, y formuló afirm a­
ciones positivas sobre la religión. Pero su planteam iento prim i­
c) Planteamiento y problemática de un modelo dialéctico
tivo ha tenido grandes repercusiones en la teología protestante
M ientras el modelo dialógico busca en la tradición de la teología de nuestro siglo. Todas estas repercusiones confluyen en el in­
natural una base común de entendim iento a p artir de la cual tento de encontrar una posición más allá del teísmo y del ateísmo
puedan la fe en Dios y el ateísmo comprenderse y discutirse m u­ y de asum ir las preocupaciones legítimas del ateísmo rechazando
tuam ente y, así, entablar un diálogo, el modelo dialéctico cuestiona el teísmo. Esto es lo que hace, de form a en cierto modo perio­
precisam ente esa base común. Este modelo no conoce ningún dística, la teología de la m uerte de Dios o la teología después
engarce positivo, sino sólo un engarce en la contradicción. Tal de la m uerte de Dios, representada con matices diferentes por
es la dirección en que, siguiendo a K arl Barth, aborda una gran J . A. T . Robinson, G. V ahanian, W. H am ilton, T h. J . J . Altizer,
parte de la teología evangélica actual la discusión con el ateísmo P. van Burén, D. Sólle y otros. El Dios crucificado de J . M oltm ann
moderno. constituye un ensayo teológico sólido. Si se tom a en serio la
Por obra de K arl Barth, el problem a de la teología n atu ­ m uerte de Dios en la cruz, el ateísmo form a parte de la realidad
ral ha llegado a constituir en nuestro siglo un punto de contro­ de Dios y, al mismo tiempo, está superado en ella. «Con la teo­
versia nuevo y antes desconocido; más aún, el punto de controver­ logía trinitaria de la cruz, la fe soslaya la disputa y la alternativa
sia por antonomasia. Barth sitúa la teología natural en la misma entre teísmo y ateísmo» (239).
línea que la teología m odernista de la Ilustración y del libera­ W. Pannenberg es quien más enérgicam ente se ha enfrentado
lismo, contra la que dirigió sus ataques desde el principio. Según con esta teología radical de la revelación. A su juicio, dicha teo­
él, la teología natural hace de la naturaleza, de la razón, de la logía no va más allá de una afirmación vacía de Dios y, por tanto,
historia y de la religiosidad natural del hom bre el m arco y el constituye ella misma un caso extremo de la subjetividad mo­
criterio de la fe y reduce el cristianismo a un caso especial de lo derna. «E ntre los casos de adaptación desm esurada de la teología
neutral y genéricam ente hum ano. Sobre este trasfondo hay que a las modas intelectuales de la época figura el hecho de que la
entender el famoso capítulo «La revelación de Dios como su­ teología dialéctica ha creído poder aceptar la argum entación
peración de la religión» del tomo 1/2 de la Dogmática eclesiástica. atea y superarla m ediante una fe radical en la revelación. En lo
Su tesis central es que «la religión es increencia; la religión es que respecta al esfuerzo intelectual de los teólogos, esto repre­
cosa del hom bre no creyente» (327). Es hechura caprichosa del senta la form a más trivial de m odernidad» (18). Paradójica­
hom bre, el arrogante intento hum ano de adueñarse de Dios y mente, la teología hace del ateísmo el presupuesto natural de la
moldearlo a im agen y semejanza del propio hom bre. Es idolatría fe y, por tanto, lo convierte en la teología natural. Según P an­
y justicia de las obras. Feuerbach tiene razón: el ateísmo desvela nenberg, la teología, si ha de seguir siendo racional, tiene que
el misterio de la religión. «La revelación no enlaza con una re­ despojarse de su form a autoritaria y enfrentarse con el ateísmo
ligión del hom bre ya presente y confirm ada, sino que se opone m oderno sobre la base de la argum entación.
a ella, como antes la religión se oponía a la revelación»; la «ab­ La posición barthiana no es el único punto de partida desde
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ATEISMO Y OCULTAMIENTO DE DIOS LA TEOLOGIA NEGATIVA

el que la teología protestante actual entabla el debate con el 205). El que prescinde de esta relación y habla abstractam ente
ateísmo m oderno. J u n to a ella se defiende tam bién la posición del ser de Dios en sí, corre el peligro de objetivar a Dios y des­
luterana, que tiene sus principales representantes en G. Ebeling y pojarlo de su divinidad. A firm ar la existencia de Dios es tan ateo
E- Jüngel. Coincide con la barthiana en que sin la fe no hay como negarla. Por eso, se puede decir que el Deus supra nos, nihil
verdadero conocim iento de Dios. «Porque — escribe Lutero en ad nos, que ese Dios no nos afecta en absoluto. «La concepción
el G ran Catecismo— los dos, Dios y la fe, se hallan unidos» de un Dios sin m undo es un m ero pensam iento límite que expresa
(BSLK 560). Pero, a diferencia de Barth, esta posición no sólo la verdad de que, en la conjunción de Dios y el m undo, la pri­
afirm a la correlación entre Dios y la fe, sino que tam bién tiene m acía corresponde a Dios» (Ebeling, op. cit. 224). Es claro que
en cuenta la correlación entre la fe o la palabra y la situación. esta posición, con su crítica de la metafísica, se halla peligrosa­
En la palabra «Dios» y en la palabra de Dios no sólo se m ani­ m ente cerca de la tesis hegeliana, con todas sus am bigüedades,
fiesta Dios, sino que tam bién se revela la situación del hom bre. de que Dios no puede existir sin el m undo.
En efecto, para Lutero, el objeto de la teología es «el hom bre U n a m irada retrospectiva perm ite com probar, en síntesis,
reo y perdido» y, a la vez, «el Dios que justifica y salva» (WA que todas las posiciones teológicas analizadas se hallan ante el
40/2,327). El conocim iento de Dios y el conocim iento del hom bre ateísmo m oderno en una profunda aporía común. La aporía
están, pues, indisolublem ente unidos. Q ue Dios es el misterio de afecta tanto a la posición apologética y dialógica, que trabajan
la realidad, sólo lo sabe el hom bre por la palabra; sólo la palabra con la teología natural, como a las posiciones dialécticas, que
de Dios m uestra que el hom bre está siempre tocado por Dios. niegan dicha teología y por ello están en peligro de convertirse
Por eso, con anterioridad a la palabra de Dios, no es posible en una teología puram ente natural, apenas diferenciable ya de
conocer a Dios como el misterio de la realidad; pero la palabra una interpretación atea. No creemos equivocarnos si decimos que
«Dios» y la palabra de Dios pueden verificarse en el ser del hom ­ nos encontram os ante la aporía por excelencia de la teología
bre y del m undo. La disputa con el ateísmo es, pues, una disputa actual. D ado el reto del ateísmo, la fe y la teología tienen que
sobre el m undo y sobre el hom bre. Pero, a diferencia de lo que replantearse de forma radical la pregunta por sus propios pre­
ocurre en la teología natural y en la determ inación dialógica de supuestos y por las condiciones de su posiblidad. Esto sólo puede
la relación entre la fe en Dios y el ateísmo m oderno, esta disputa hacerse recurriendo creativam ente a los modelos clásicos de la
no se desarrolla sobre la base de un terreno neutral común, de gran tradición teológica.
una posibilidad n atural de conocer a Dios previa a la fe y a la
increencia. La fe no es un caso especial dentro de algo común
genérico — aquí coincide la crítica luterana con la de Barth— , 2. Tradición y refundamentación de la teología negativa
El punto de partida es la realidad de la fe, que sale al encuentro
de la realidad de la increencia como situación fáctica del hom bre. a) Origen y desarrollo de la teología negativa desde la Antigüedad
El punto de partida es la promesa de Dios, la promissio de la hasta Tomás de Aquino
palabra revelada, que la fe acepta y la increencia rechaza. El
El concepto de teología negativa (apofática) aparece por prim era
pensam iento luterano no se mueve en el esquem a «conocimiento
vez, dentro de la teología cristiana, en un autor desconocido del
n atu ral de Dios y conocim iento sobrenatural del mismo Dios»,
sino en el esquema «ley y evangelio». siglo v que se oculta tras el pseudónimo de Dionisio Areopagita,
discípulo de Pablo. Él formuló el siguiente principio: «Con res­
Pero la consecuencia de la tesis de que sin fe no hay verdadero
pecto a lo divino, las negaciones (apopháseis) son verdaderas; las
conocim iento de Dios reside en que no podemos hab lar de Dios
afirmaciones (katapháseis), insuficientes» (De caelesti hierarchia 2,3).
en sí, prescindiendo del hom bre, sino sólo de Dios p ara mí y para
Lo que Dionisio el Pseudoareopagita expresa con esta fór-
nosotros, de Dios en su relación con el hom bre (Ebeling, op. cit.
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ATEISMO Y OCULTAMIENTO DE DIOS LA TEOLOGIA NEGATIVA

m uía tiene una larga e ilustre tradición que se rem onta a los un altar dedicado a un Dios desconocido p ara afirmar: «Eso que
comienzos del pensam iento occidental con los presocráticos. Ya veneráis sin conocerlo, os lo anuncio yo» (Hch 17,23). Esta teo­
en el siglo V a.C., Jenófanes de Colofón critica las representa­ logía negativa se fue elaborando y desarrollando, sobre todo, en
ciones míticas de los dioses, dem asiado antropom órficas. A nti­ la controversia con el racionalism o de los eunomianos. En este
cipando la crítica m oderna de la religión, descubre que los hom ­ contexto expusieron Gregorio de N acianzo y Gregorio de Nisa
bres crean en cada caso a los dioses a su im agen y semejanza. su tesis de que el misterio de Dios «siempre es mayor». En el
Sin em bargo, esto no induce a Jenófanes a negar lo divino, pero siglo v i, J u a n Dam asceno com pendió la aportación de la teología
sí a una descripción negativa de lo divino, totalm ente distinto negativa en lo concerniente a la teología griega: Dios es el su-
de los mortales: «U n único Dios, el más grande entre los dioses perser y, por eso, incom prensible e inefable (Sobre la fe ortodoxa
y los hombres, no sem ejante a los m ortales ni en la figura ni en 1,12). Dionisio A eropagita resume la misma tradición en lo con­
el pensam iento». Es claro que la teología negativa, tal como se cerniente a la teología latina, hasta que encontró su expresión
razona aquí, no concibe el predicado «negativo» en el sentido — a través de unos pasos interm edios que no podemos enum erar
de negación, sino que ap u n ta a una afirmación que supera todo aquí— en la fórm ula clásica del C uarto Concilio de Letrán
lo positivam ente decible. (1215): «Porque del C reador y de la criatura no puede afirm ar­
En este m arco no es posible exponer, ni siquiera a grandes se ninguna semejanza que no incluya una desem ejanza m ayor»
rasgos, toda la historia de la teología negativa. En ella tuvo un (DS 806; N R 280).
influjo decisivo la dialéctica platónica. Por la vía de la recons­ Esta teología negativa encontró su expresión determ inante
trucción crítica, esta dialéctica busca el origen últim o y sin pre­ para la posteridad en el pensam iento de Tom ás de Aquino. Se­
supuestos de todo el saber (Pol. V I,51 Ib) y llega a la conclusión gún Tom ás, de Dios no sabemos qué y cómo es, sino sólo qué y
de que la idea del bien constituye el últim o fundam ento de po­ cómo no es (S. th. 1,3 prooem.). Para Tom ás, la vigencia de este
sibilidad de todo conocer y ser. Pero sitúa tal idea «más allá del principio no se lim ita al conocim iento natural: tam bién del orden
ser» (Pol. V I,508b), de modo que no es posible conocerla cien­ de la gracia hay que afirm ar que sólo podemos conocer a Dios
tíficamente, sino que sólo puede bro tar «súbitam ente» en el partiendo de sus obras y, por tanto, estamos unidos con él «quasi
alm a, «como brota de una chispa la luz encendida» (Carta V III, ignoto», como con un desconocido (ibíd. 12,13 ad 1). Pero la
341c-d). De aquí surgió en el platonism o medio y en el neopla­ teología negativa no se disuelve en la nada, sino que ap u n ta a
tonismo una tensión irreductible entre la experiencia mística pre­ una afirmación de Dios superior y más em inente. La via negationis
supuesta y la reflexión, que nunca puede aprehender plenam ente no puede separarse de la via positionis ni de la via eminentiae (ibíd.
tal experiencia. Así, el conocim iento dialéctico term ina por in­ 13,2 y 3). Pero Tom ás, a diferencia de Hegel, no articula la via
terrum pirse (Plotino, Enéadas V I,9) y desem boca en el gran si­ positionis y la via negationis en una síntesis superior, sino que la
lencio (Proclo, Theologia Platonis). Lo últim o es, como ya sabía afirmación más elevada obtenida a través de la negación rem ite
Sócrates, un saber del no saber (Apol. 23b), fórm ula que rea­ a una apertu ra sin límites y a un misterio inconcebible que sólo
parece posteriorm ente en Agustín (Ep. 130,15,28; 197), en Bue­ Dios puede descubrir al hom bre en la visión beatífica (ibíd.
naventura (Breviloquium V,6,7) y, sobre todo, en Nicolás de Cusa 12,1 ss).
( De docta ignorantia).
Los Padres de la Iglesia recogieron la teología negativa. Vie­
ron en ella un punto de engarce, una especie de laguna que podía b) Enfoques y aporías de teología negativa en la época moderna
llenarse positivam ente con las afirmaciones de la revelación
(W. Pannenberg). El discurso de Pablo en el Areópago les brin­ En la teología negativa existió desde el principio una tensión no
d ab a ya este modelo de conciliación. En él, Pablo tom a pie de resuelta entre la form a negativa de los enunciados y la m eta de
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ATEISMO V OCULTAMIENTO DE DIOS LA TEOLOGIA NEGATIVA

los mismos, em inentem ente positiva. En el curso de la E dad M o­ directam ente, en form a de alusión, reconociendo la posibilidad
derna, esta tensión culm inó en una verdadera aporía cuando la de una opción y abriendo así un ám bito para la fe.
teología negativa se desligó del pensam iento jerárquico de la me­ El fracaso del pensam iento sistemático de Hegel se traduce
tafísica clásica, en el que estuvo inserta du ran te la A ntigüedad de diferentes m aneras en el pensam iento actual, por ejemplo en
y durante la Edad M edia (Hochstafll 65ss; 140ss). La proble­ la dialéctica negativa de la Escuela de Franckfort y en el axiom a,
m ática surgida de esta circunstancia aparece ya claram ente en ya clásico, del prim er L. W ittgenstein «sobre lo que no se puede
la mística del M aestro Eckhart. La em ancipación de las ante­ hablar, hay que callar» ( Tractatus 7). Pero tam poco esta teología
riores estructuras metafísicas (a la vez que políticas y religioso- negativa radical de W ittgenstein pretende negar la existencia de
eclesiásticas) de orden condujo, como Hegel analizó repetidas lo místico. No ocurre lo mismo en algunas de las formas de
veces, a un m undo escindido: por una parte, un Absoluto pu­ ateísmo semántico, para el que la misma pregunta sobre Dios
ram ente ultram undano o puram ente interior; por otra, un carece de sentido (Peukert 67ss). H a tenido especial relevancia
m undo profano puram ente intram undano. Frente a una tras­ la «destrucción» de la teoontología u ontoteología tradicional en
cendencia vacía y sin contenido, una inm anencia tam bién sin la filosofía de M . Heidegger.
contenido, unidim ensional y vacía. Frente a un Dios sin m undo, La filosofía del último Schelling reelabora racionalm ente la
un m undo sin Dios. La mística y el racionalism o o el positivismo teología negativa polem izando con Hegel y enlazando — aunque
son, dentro de la «vía dual de la historia del pensam iento mo­ en una línea más radical— con el neoplatonism o y con las apo-
derno» (J. R itter), dos caras de la misma m oneda. En el plano rías kantianas. Schelling constata aquí el fracaso de la filosifía
filosófico, esta dicotom ía entre una idea del Absoluto que la ra ­ dialéctica conocida desde Platón; por eso la cataloga como una
zón teórica sólo puede aprehender como concepto lím ite y una filosofía negativa. Esta filosofía tropieza al final con «algo» cuyo
razón ceñida al ám bito de la experiencia posible aparece con an sit puede conocer, pero cuyo quid sit le resulta inaccesible (Phi-
toda claridad en las antinom ias kantianas, que surgen siempre losophie der Offenbarung I,155ss). No llega a un teísmo n atural en
que se quiere hacer un uso trascendente de la razón. En la po­ el sentido de la tradición clásica, sino sólo a un concepto negativo
lémica sobre el ateísmo suscitada por Fichte en 1798 se llega por de Dios. Con ello se desm orona la ontoteología o teoontología
vez prim era a un conflicto abierto sobre este tem a. tradicional, como ha vuelto a recalcar en nuestro siglo M . H ei­
Hegel em prende la titánica empresa de volver a reconciliar degger. Por eso, en la filosofía positiva, Schelling recomienza
la escisión. La lleva a cabo tom ando en serio la «labor de lo analizando el an sit del Absoluto como Dios, es decir, como señor
negativo» (Phanomenologie, ed. HofFmeister 20), «el increíble po­ del ser y, consiguientem ente, como libertad, y verificando, en la
der de lo negativo» {ibíd. 29), y haciendo de lo negativo, por así Filosofía de la revelación, esta opción en el m undo y en la historia
decir, el m otor de un proceso dialéctico donde cada negación se {ibíd. 129ss). En el pensam iento actual, esta nueva fundam en-
transform a en m om ento de una nueva posición. Esto perm ite la tación crítica de la teología negativa se halla presente en la «fi­
conciliación de Dios y del m undo, de suerte que Dios sin m undo losofía de la esperanza» de P. R icoeur y en los planteam ientos
ya no puede ser Dios (Religionsphilosophie, ed. Lasson 1,148). Así, de H. Bouillard, basados en E. Weil. De m ayor alcance es
la antinom ia se convirtió en la dialéctica como m étodo del saber la prolongación de la diferencia ontológica de M. Heideg­
absoluto. Pero hacer de Jesucristo la unidad especulativa de Dios ger en la diferencia teológica de la «teología de la gloria» de
y el hom bre significa destruir el cristianismo, como señaló Kier- H. U. von Balthasar (1965, 943ss).
kegaard, porque im plica elim inar el escándalo y la opción de la En el plano puram ente especulativo, todas estas formas de
fe. «La cognoscibilidad inm ediata es una característica de los pensam iento dejan el Absoluto e Incondicionado en una últim a
ídolos» (Einübung im Christentum, en Gesammelte Werke 26,139). Del apertura, am bigüedad e indefinición. El pensam iento puro, tal
Dios verdadero no se puede hablar directam ente, sino solo in­ como se presenta hoy, una vez que la filosofía se ha em ancipado
52 53
ATEÍSMO Y OCULTAMIENTO DE DIOS EL CARÁCTER PARADÓJICO DE LA REVELACIÓN

de la tradición religiosa, desemboca en una docta ignorantia m ucho aparece en muchos pasajes de la Biblia. Los relatos sobre teo-
más radical que la filosofía clásica. No conduce necesariam ente fanías nunca hablan de u n a figura visible de Dios. Sólo son
a un teísmo natural, sino que acaba en una a p ertu ra última. visibles los signos de la presencia de Dios: la zarza en llamas
Sólo la fe, que acepta la autorrevelación de este Absoluto como (Ex 3,2), la colum na de nubes al salir de Egipto (Ex 13,21), las
libertad personal en el am or autocom unicativo, puede identificar nubes y la torm enta del Sinaí (Ex 19,9.16; cf. D t 4,33-36). A
inequívocam ente tal trascendencia como Dios. En esta form a de Moisés se le dice expresam ente que no puede ver el rostro de
teología negativa, el pensam iento n atural no es directam ente, Dios, «porque nadie puede verm e y quedar con vida». Por eso,
sino sólo de form a indirecta, punto de engarce p ara la fe. Pero, a Moisés sólo se le perm ite que, una vez que Dios ha pasado
justam ente así, la teología o la filosofía negativa pueden dejar delante de él, vea su espalda (Ex 33,20).
abierto un espacio p ara la fe. En sentido contrario, la fe puede Es particularm ente significativa la prohibición veterotesta­
verificarse m ediante la confrontación racional con la realidad del m entaria de las imágenes: «No te harás imágenes de Dios»
m undo, del hom bre y de la historia (-> espíritu y Espíritu Santo-, (Ex 20,4; D t 5,8). Interp retaría erróneam ente esta prohibición
m aterialismo, idealismo y visión cristiana del m undo; teoría de quien pretendiera considerarla como expresión de una singular
la ciencia y teología; trascendencia y Dios de la fe). espiritualidad del culto y pensara que indica que la veneración
de Dios es asunto del corazón más que de los ojos y que no es
posible representar en form a visible al Dios invisible. H ay que
p artir de la concepción, existente en el m undo antiguo, de que
3. E l ocultamiento de Dios en su revelación la divinidad se hace presente en la im agen, y el m undo es trans­
parente p ara lo divino. Esta concepción es la que la prohibición
a) El carácter paradójico de la revelación divina en el Antiguo
de las imágenes considera contraria a la esencia de la revelación
y el Nuevo Testamento
de Yahvé: el hom bre no puede adueñarse de Dios m ediante la
Como en este contexto no es posible abordar toda la com plejidad imagen ni m ediante la pronunciación del nom bre de Dios. La
del concepto de revelación, nos vamos a lim itar a decir lo si­ libertad de Dios p ara revelarse cuando, donde y como quiera
guiente. la autorrevelación de Dios significa que el misterio, que debe qu ed ar intacta. «Pero esto significa que la prohibición de
se abre m ediante el pensam iento, no es una m era cifra de la las imágenes forma parte del ocultam iento en que se realiza la
dimensión profunda del hom bre y del m undo. No es un mero revelación de Y ahvé en el culto y en la historia... La destrucción
predicado del m undo; es más bien sujeto, un sujeto capaz de im placable de las representaciones habituales de Dios... tiene una
h ab lar y actuar. El misterio no es un misterio silente ante el que estrecha relación teológica, quizá tácita, pero real, con la pro­
sólo quepa postrarse en silencio. Es misterio hablante que inter­ hibición de las imágenes. T oda interpretación que se ocupe del
pela al hom bre y al que nosotros podemos interpelar. Es el mis­ fenómeno de la ausencia de imágenes de Yahvé y que no rela­
terio de una libertad de la que el hom bre no puede disponer en cione estrecham ente la prohibición de las imágenes con el con­
absoluto, que se sustrae y se oculta a su conocim iento, cuando ju n to de la revelación de Yahvé pasa por alto lo esencial»
no se revela y com unica ella misma con am or libre. Esto significa (v. R ad 1,231). Así, la prohibición veterotestam entaria de las
que la revelación no elim ina el misterio de Dios, de suerte que imágenes se sitúa más allá de la alternativa entre la idolatría y
en esta vida lo conozcamos plenam ente. La revelación consiste la iconoclastia. Su objetivo es salvaguardar el ocultam iento en
en que Dios revela su misterio como misterio de una libertad. la revelación de Dios.
La revelación de Dios es, pues, paradójicam ente la revelación La dialéctica de revelación y ocultam iento rige tam bién en
del ocultam iento de Dios. el punto culm inante de la revelación en Jesucristo. Como Hijo
Este carácter de ocultam iento y de misterio de la revelación eterno de Dios, Jesucristo es la im agen, el icono de Dios Padre
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ATEÍSMO Y OCULTAMIENTO DE DIOS TRIPLE DETERMINACIÓN DEL OCULTAMIENTO

(2 Cor 4,4; Col 1,15), el reflejo de su gloria y la im pronta de su alcanzable, pero siempre huidizo, de nuestro conocimiento, sino
ser (Heb 1,3). En él se hace visible quién es Dios, el Dios con el contenido fundam ental de la revelación de Dios. T al contenido
rostro hum ano. El que lo ve, ve al Padre (Jn 14,9). Esta visión es un enunciado no negativo, sino positivo; es una palabra que
es una visión de fe. Porque, en Jesucristo, el «ser en forma de no condena al silencio, sino que faculta p ara el discurso, más
Dios» está fusionado con el enajenam iento, «con la forma de concretam ente p ara la alabanza, la exaltación, la adoración y
esclavo» y con la «obediencia hasta la m uerte en cruz» (Flp 2, la glorificación de Dios. Esto no significa que conozcamos per­
6-8). A hora bien, la p alab ra de la cruz es escándalo decepcio­ fectamente a Dios. La revelación como revelación del oculta­
nante para los judíos y necedad p ara los paganos; sólo p ara los miento de Dios no es una aclaración que ponga fin al misterio
creyentes es fuerza de Dios, sabiduría de Dios (1 C or l,23ss). Así, de Dios, sino que constituye su constatación y corroboración de­
en su autorrevelación en Jesucristo, Dios se halla oculto sub con­ finitiva. El creyente no sabe sobre Dios más que el no creyente,
trario, bajo su contrario, como explica M artin L utero en su theo- y los teólogos no son los «consejeros privados» de Dios. Al con­
logia crucis (WA 1,354; 362). Esta presencia oculta de Dios en trario: el no creyente pretende conocer la respuesta definitiva; el
Jesucristo se prolonga, de algún modo, en su presencia en los creyente, en cam bio, sabe que no puede darse personalm ente la
herm anos de Jesucristo, sobre todo en los pobres, los pequeños, respuesta, y que la respuesta que Dios le da es la palabra del
los enfermos, los perseguidos y los m oribundos (M t 25,31-46). perm anente ocultam iento de Dios. Por eso, cuando hablam os de
Por tanto, teológicamente, el ocultam iento de Dios no alude al la revelación de Dios, debemos subrayar los dos extremos: la
Deus absolutus ultraterreno y lejano, sino al Deus revelatus, presente palabra «revelación», en la que Dios se com unica al conoci­
en medio de las alienaciones del m undo. En la m uerte y resu­ miento hum ano, y la p alab ra «Dios», porque en esta revelación
rrección de Jesús, la soberanía de Dios está presente bajo las suya Dios es sujeto y objeto y, así, revela su indom eñabilidad y
condiciones de este «eón»: la soberanía de Dios en la im potencia su ocultam iento.
hum ana, la riqueza en la pobreza, el am or en el abandono, la 2. En la Biblia, la frase sobre el ocultam iento de Dios no se
plenitud en el vacío, la vida en la m uerte. refiere a un ser de Dios alejado del hom bre, sino a su ser volcado
La síntesis más im presionante de esta convicción de fe se en­ hacia el hom bre, a sus designios salvíficos eternos y a la reali­
cuentra en Is 45,15: «Realm ente, tu Dios es un Dios oculto». En zación de los mismos en la historia. El ocultam iento divino no
este sentido, p ara la Biblia es obvio que Dios es invisible (Rom es el ser-en sí de Dios antes, sobre y «detrás» de la historia de la
1,20; Col 1,15) e incom prensible (Sal 139,6; J o b 36,26), que sus salvación, sino su ser-para-nosotros y con-nosotros en la historia.
pensam ientos y designios son insondables (Rom ll,33ss), que Así pues, la revelación del ocultam iento de Dios no nos conduce,
m ora en una luz inaccesible (1 Tim 1,17) (—►Ilustración y re­ como en el neoplatonism o, a las alturas nihilistas de un concepto
velación). de Dios puram ente negativo y sem ánticam ente vacío ni a una
trascendencia indeterm inada y puram ente formal expresable
b) Triple determinación del ocultamiento de Dios sólo en cifras, sino al Dios de los hom bres, que se rebaja a las
determ inaciones del espacio y el tiempo, a su condescendencia
1. La frase sobre el ocultam iento de Dios no aparece en la Bi­ (rebajam iento). Por eso, el ocultam iento de Dios tam poco es,
blia en el contexto de una teoría sobre el alcance y los límites como en el nom inalismo de algunas afirmaciones de Lutero y de
del conocim iento hum ano, sino en el contexto de la autorreve­ Calvino, un resto oculto y una periferia som bría de la insondable
lación de Dios. No es un principio gnoseológico, sino un principio majestad de Dios, que infunden miedo y terror al hom bre; es
teológico, no es la ultim a p alab ra del autoconocim iento hum ano, más bien la voluntad salvífica de Dios, su entrega, su gracia y
sino la prim era palabra del conocimiento de fe que nos otorga su autocom unicación sin reservas, su am or. De ahí que el Nuevo
Dios. El ocultam iento de Dios no es el últim o horizonte, todavía T estam ento pueda definir sintéticam ente el ocultam iento de Dios
56 57
ATEÍSMO Y OCULTAMIENTO DE DIOS

como am or (1 J n 4,8-16). Esto no quiere decir que Dios sea el 4, Ateísmo y f e en Dios en el debate sobre el hombre
«buen Dios» en el sentido anodino en que se suele entender esta
expresión. El Nuevo T estam ento dice, más bien, que el incom ­ De todo lo dicho hasta aquí se desprende que la tesis del ateísmo
prensible misterio en que se adentra el hom bre no es una lejanía y la tesis sobre el ocultam iento de Dios no son dos enunciados
que se le escapa y lo juzga, sino una proxim idad benévolam ente que se correspondan ni, sim plem ente, dos interpretaciones dife­
volcada hacia él, y que precisam ente esto constituye un misterio rentes de u n a experiencia común. T odavía sería más erróneo
asombroso, insondable, inderivable. afirm ar que el ateísmo se lim ita a recordar el ocultam iento, siem­
3. La revelación del ocultam iento de Dios no es una p alabra pre m ayor, de Dios. U n a interpretación semejante constituiría
de la especulación teórica, sino una p alab ra «práctica» de sal­ una incautación teológica del reto del ateísmo. La tesis del
vación. Es tanto una p alab ra de juicio como una p alab ra de ateísmo y la afirmación creyente del ocultam iento de Dios,
gracia. Es, en prim er térm ino, una palabra de juicio porque dice cuando se tom an en serio, se presentan con una pretensión que
definitivam ente que el hom bre no puede adueñarse del oculta­ abarca todo y, por eso, pretenden negarse recíprocam ente. De
m iento de Dios m ediante el conocim iento ni m ediante la acción. ahí que la tesis del ocultam iento de Dios pueda considerarse
En este sentido, la revelación del ocultam iento de Dios es un como m arco que perm ite explicar la posiblidad del ateísmo, del
juicio contra la soberbia hum ana, que quiere ser como Dios (Gn mismo m odo que, en sentido contrario, los ateísmos modernos
3,5). Por eso, la revelación de Dios es un juicio sobre los ídolos son, en el fondo, intentos de explicar la génesis de la fe en Dios,
autofabricados, sobre nuestras imágenes de Dios y sobre todas considerada como un fenómeno secundario. En términos posi­
las absolutizaciones, que no nos liberan, sino que nos esclavizan. tivos: m ientras el ateísmo parte de que Dios no existe, la afir­
La revelación del ocultam iento de Dios, al ju zg ar al hom bre, le mación creyente del ocultam iento de Dios implica, por el con­
recuerda sus límites y, en este sentido, constituye p ara él un ali­ trario, aseverar la realidad de Dios, siempre m ayor y más
vio, una p alab ra de gracia. Deroga la ley del rendim iento, de la profunda. Así pues, entre la tesis del ateísmo y la tesis del ocul­
voluntad de rendim iento y de la presión de rendir y nos dice que tam iento de Dios no hay una correspondencia, sino un conflicto
la realización de nuestra vida no puede ni debe ser fruto de nues­ frontal.
tro rendim iento. Estamos definitivam ente aceptados con nues­ Como las dos tesis pretenden ser una interpretación de toda
tros límites; por tanto, no sólo debemos conocer nuestros límites, la realidad en lo concerniente a su fundam ento y a su sentido,
sino que tam bién no es posible y lícito aceptarlos. E stando ab­ tienen que acreditar su verdad m ostrando que son capaces de
solutam ente aceptados por Dios, podemos aceptarnos. Estando explicar la totalidad de la realidad y que, consiguientemente,
incondicionalm ente aprobados por Dios, podemos aprobarnos a pueden «absorber» en sí mismas el m om ento esencial de la otra.
nosotros mismos y ap ro b ar a los demás. En térm inos teológicos: Así, cuando se tom an en serio, la fe en el ocultam iento de Dios
la revelación del ocultam iento de Dios deroga la ley de la au- y el ateísmo, pese a su radical oposición, tienen necesidad de un
tojustificación por las obras y proclam a el evangelio de la jus­ diálogo recíproco. La existencia de cada una hace patente a la
tificación por la gracia sola. Así, la revelación del misterio y del otra que su posición no es obvia, e im pide tanto un ateísmo como
ocultam iento de Dios es la revelación del misterio de nuestra un teísmo satisfecho de sí mismo o triunfalista. Sólo en la con­
salvación; es la verdad salvífica fundam ental y central de la fe troversia tom an la fe en el ocultam iento de Dios y el ateísmo
cristiana. verdadera conciencia de sí mismos. Así, el fenómeno del ateísmo,
especialmente el ateísmo de masas, hace que la fe en Dios tome
nuevam ente conciencia de que, en este m undo, es esencialmente
una fe inquisitiva, en búsqueda, tentada. Además, el ateísmo
desem peña una función purificadora con respecto a la imagen
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ATEISMO Y OCULTAMIENTO DE DIOS ATEISMO Y FE EN EL DEBATE SOBRE EL HOMBRE

de Dios de la fe. Destruye todas las identificaciones apresuradas cruz (frente a todas las tendencias restauradoras) y de que puede
de Dios con una determ inada visión histórica del m undo y con am pliar, ah o n d ar y transform ar crítica y creativam ente tal ex­
una praxis concreta y desm onta cualquier im agen de Dios an ­ periencia (frente a todas las tendencias secularistas). Esto se rea­
quilosada y com pacta. Subraya nuevam ente el factor de la theo- liza concretam ente m ediante la asunción crítica y superadora de
logia negativa y, así, ayuda a tom ar conciencia de que Dios está las preocupaciones positivas del ateísmo hum anista. En este
oculto en su misma revelación. Y, en sentido contrario, la fe en marco, la fe tiene que m ostrar, no sólo teórica, sino tam bién
Dios preguntará al ateísmo si no identifica dem asiado apresu­ prácticam ente, que la trascendencia del Dios oculto fundam enta
radam ente determ inadas formas de fe, tal vez deficientes, con la y garantiza la trascendencia, inviolabilidad y dignidad de la per­
propia fe y si no presum e así, precipitadam ente, de saber todo sona h u m an a (Gaudium et spes 72). Es preciso y posible m ostrar
sobre Dios, el hom bre y el m undo. Preguntará, en particular, al que Dios no es el límite y la am enaza de la libertad hum ana,
ateísmo hum anista cómo quiere salvar el fundam ento y el sentido sino su fundam ento y su plenitud. En este contexto, la fe en el
de la libertad hum ana negando a Dios, libertad absoluta, que Dios oculto puede d ar razón no sólo de la grandeza del hom bre,
no sojuzga la libertad hum ana, sino que, en su condescendencia, sino tam bién de su miseria, de su culpa, de su sufrimiento y de
se interesa por ella, la perdona, la libera, la conforta y le cumple su m uerte. A fin de cuentas, la única vía de acceso a la expe­
sus deseos de infinitud. ¿No es vano pretender salvar un sentido riencia del Dios oculto en su am or, dentro de las alienaciones del
absoluto sin Dios? (M. H orkheim er). m undo, reside en el testimonio de am or hum ano y cristiano. Esto
A través de la teología negativa radicalizada y renovada, tal lleva a una nueva forma social y eclesial de la experiencia de
como aquí la hemos expuesto enlazando con la filosofía del úl­ Dios en la que el Dios existente por nosotros y con nosotros se
timo Schelling, es posible una m ediación indirecta entre la tesis revela en el ser-para-otros y el ser-unos-con-otros de los hombres.
del ateísmo y la tesis del ocultam iento de Dios. D icha teología En este m arco se pueden asum ir las preocupaciones de la teología
m uestra que el pensam iento hum ano, una vez que se ha em an­ política y de sus intentos de superar «prácticam ente» el ateísmo
cipado de la tradición religiosa y no cuenta más que con sus m oderno y es posible desarrollarlos y darles m ayor profundidad
propias fuerzas, desemboca en una «docta ignorancia» radical. m ediante la noción bíblica de representación vicaria. En una
Por eso, en el plano puram ente racional, el ateísmo es posible, situación de creciente desesperanza, es tarea y misión de la fe en
pero en modo alguno necesario. Entre el ateísmo y la fe en Dios Dios m antener viva, en representación de todos, la esperanza
no se interpone un raciocinio lógico, sino una decisión de la vo­ siempre m ayor y d ar testim onio de ella con las palabras y las
luntad, una opción. La afirmación creyente del ocultamiento de Dios obras (—> humanismos y cristianismo).
se presenta como una determinación de la experiencia indeterminada y
ambigua de la trascendencia. No puede dem ostrar categóricam ente W alter Kasper
esta determ inación, pero puede aducir motivos sólidos para mos­
tra r que es razonable y responsable. [Traducción: M . Olasagasti]
No es tarea ni propósito del presente artículo ofrecer una
fundam entación global (en el sentido, ya expuesto, de una in­
vitación fundam entada) de la fe en Dios acorde con la expe­
riencia y con la filosofía del lenguaje y racional. Tenemos que
contentarnos con algunas indicaciones a modo de conclusión. La
fe en Dios m uestra fundam entalm ente su verdad m ediante el
hecho de que puede asum ir la actual experiencia atea del m undo
como una parte de su experiencia de Dios determ inada por la
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66 67
Espíritu y Espíritu Santo

Walter Kern
Y ves Congar
I. El «espíritu» de los filósofos (Walter Kem) 72
Artículos complementarios
1. Primera orientación de la pregunta por el «espíritu» 72
Acción y contemplación; antropología y teología; arte y religión; ateísmo y acui­
2. El «logos» de la Antigüedad 73
tamiento de Dios; autonomía y condición creatural; causalidad - azar - provi­
a) Heráclito 73
dencia; comunidad; confesiones y Ecumene; cristianismo y religiones del
b) Aristóteles 75
mundo; crítica y reconocimiento; cuerpo y alma; determinación y libertad;
c) La Stoa 77
evolución y creación; experiencia cotidiana y espiritualidad; experiencia y fe;
3. La filosofía del espíritu de Hegel 79 fenómenos naturales y milagros; historia del mundo e historia de la salvación;
4. La «filosofía de la mente» 83 humanismos y cristianismo; ideología y religión; Iglesia; Ilustración y revela­
5. Reflexión provisional sobre la naturaleza del espíritu 84 ción; lenguaje literario y lenguaje religioso; ley y gracia; materialismo, idea­
lismo y visión cristiana del mundo; muerte y resurrección; orden político y
II. El «Espíritu Santo» en la historia y hoy (Tves Congar) 88 libertad; participación; persona e imagen de Dios; pluralismo y verdad; rea­
1. Israel 88 lidad - experiencia - lenguaje; reconciliación y redención; religión y política;
2. Iglesia primitiva 88 secularización; símbolo y sacramento; sociedad y reino de Dios; solidaridad y
3. Problemática actual 89 amor; sufrimiento; tiempo y eternidad; tolerancia y pretensión de validez univer­
sal; tradición y progreso; trascendencia y Dios de la fe; utopía y esperanza.
III. Objeciones críticas contra el discurso sobre el Espíritu Santo 91
1. El mundo no ha cambiado 91
2. Fomento del ii'racionalismo 92
3. Menosprecio de lo corpóreo 93
4. Sospecha de proyección 94
5. Historia del mundo e historia de la salvación 96

IV. El Espíritu como principio vital presente en nosotros y en la


Iglesia 102
1. El anhelo de interioridad 102
2. El gesto de la oración 104
3. Principio de libertad 106
4. Principio de una libertad no meramente internay espiritual 107
5. Impulsor de renovacionesy reformas 110
6. Carismas e Iglesia de base 113

V. Teología de la tercera persona 115


1. Sobre la historia de una teología del Espíritu Santo 115
2. Tres que son uno 116
3. ¿Tres «personas»? 118
4. El Espíritu como consumacióny don de la consumación 121
5. Dos aproximaciones al misterio: Orientey Occidente (FilioqueJ 122
70 71
EL «LOOOS» DE LA ANTIGÜEDAD

pregunta por el concepto y significado genérico de «espíritu» en


I. E l «espíritu» de los filósofos nuestro espacio cultural, se ve rem itido a la m archa configurativa
de la historia del pensam iento europeo; en otros ám bitos habría
que analizar la Bhagavadgita, por ejemplo. T am bién los datos que
vamos a exponer orientan de antem ano nuestras pesquisas en
1. Primera orientación de la pregunta por el «espíritu» determ inadas direcciones y nos llevan, por ejemplo, a preguntar
por la universalidad del espíritu en el m undo, incluso por el
Sería difícil definir de en trad a el espíritu. ¿Dónde se podría, en m undo como espíritu, o por la trascendencia del espíritu hu­
tal caso, encontrar algo más conocido que perm itiera deslindar mano. Como nuestra reflexión «conclusiva», de carácter más
de todo lo demás lo menos conocido, el «espíritu»? «Espíritu» es bien sistemático, toca los temas fundam entales de la alta esco­
una palabra originaria que no se puede circunscribir m ediante lástica, la encuesta histórica puede limitarse a algunas formas
ciertas determinaciones. A prim era vista, el espíritu parece per­ representativas del pensam iento antiguo, por un lado, y a Hegel,
tenecer a una sola especie de vivientes terrestres, a nosotros los exponente de la m oderna filosofía del espíritu, y a una m irada
hom bres (y así es, en efecto). ¿Se trata, pues, de una obra cum bre — basada en Jo h n M acquarrie— a la actual «filosofía de la
de la evolución biológica? U na segunda m irada descubre que el mente», por otro (-» cristianismo y religiones del m undo; m a­
espíritu constituye en el cam po del sujeto la correspondencia de terialismo, idealismo y visión cristiana del m undo).
todo lo que es posible en el cam po del objeto; por tanto, no sólo
de la vida, sino tam bién del ser en general. Pero sobre esto
volveremos más adelante. ¿Cómo definir y de-lim itar, pues, el
2. E l «logos» de la Antigüedad
«espíritu»?
¿No queda, entonces, o tra alternativa que com pendiar y ca­ a) Heráclito
racterizar todo lo que, en cualquier tiempo y en cualquier lugar,
el uso lingüístico hum ano ha designado como «espíritu»? Pero Parménides (5)1 form uló de modo insuperable no sólo la corres­
si alguien se propusiera escribir con la m ayor im parcialidad po­ pondencia, sino tam bién la identidad — ¿cómo entenderla?— en­
sible una «historia del espíritu», por fragm entaria que fuera, cae­ tre el pensam iento y el ser; y, un poco más tarde, Anaxágoras
ría en la nueva tram pa de esta expresión, que W ilhelm Dilthey (12) atribuyó expresam ente a la razón la autoría del m undo. No
introdujo hace unos cien años, reduciendo el espíritu, en el marco obstante, fue H eráclito de Éfeso (hacia el 500 a.C .), llam ado «el
de su distinción entre ciencias de la naturaleza y ciencias del Oscuro», quien entre los prim eros filósofos griegos dijo cosas más
espíritu, a un modo de vida especial y más evolucionado. La esclarecedoras sobre la razón, que es com ún a todos los hom bres
historia del espíritu es m ucho más am plia que la «historia del vigilantes e insondable en el individuo y que, como logos del
espíritu» de Dilthey y difiere esencialmente de ella. El espíritu m undo, rem ite a una unidad suprem a: «lo sabio».
que habla sobre sí mismo se mete en un cam po ajeno, «sin «El pensam iento es com ún a todos» (113), «común» en po­
acotar», en m ayor m edida que cuando habla sobre cualquier tencia y como im perativo. Porque: «Es preciso seguir lo común.
otro tema. Esta podría ser la forma originaria del «círculo her- Pero, aunque el logos es com ún, muchos viven como si tuvieran
menéutico», de un esfuerzo de comprensión cerrado circular­ un conocim iento propio» (2). Son «gentes que no saben escuchar
mente. No obstante, la referencia a la historia del espíritu para ni hablar» (19). «No lo com prenden (¿lo “ sabio” ?) aunque lo
conocer el significado de este térm ino es legítima. Pero ¿en fun­
ción de qué se ha de hacer la inevitable selección? ' Los núm eros designan los fragm entos B de H . Diels, Die Fragmente der
Q uien en los prolegómenos de una teología del Espíritu Santo Vorsokratiker I (71954).

72 73
ESPIRITU Y ESPIRITU SANTO EL «LOGOS» DE LA ANTIGÜEDAD

oigan; por eso, son como sordos. El proverbio se lo atestigua: en contacto con los m uertos en el sueño; en la vigilia está en
“ Presentes, están ausentes” » (34). Se entregan a «juegos de ni­ contacto con los durm ientes» (26).
ños» (70) y son como un «tropel de chiquillos» (52). «Los vi­ ¿Es equivocado o elitista afirm ar que las palabras de H erá­
gilantes tienen un m undo único y común; de los durm ientes, en clito, al parecer tan crípticas, hablan claram ente por sí solas?
cambio, cada cual se centra en su propio m undo» (73). De ahí
la conclusión: «No hay que actu ar y hablar como los durm ientes» b) Aristóteles
(73). Porque «ellos se divorcian del logos, con el que, sin em bargo,
tienen un contacto muy estable, y por eso les parecen extrañas Si para Platón «el espíritu es, por una parte, la facultad que
las cosas con que se encuentran a diario» (72). Y H eráclito con­ capacita al hom bre p ara la contem plación de las ideas atem -
cluye: «Si uno quiere hab lar con razón, tiene que fortalecerse porales y eternas y, por o tra (en el últim o Platón), la potencia
con lo común a todos», es decir, con la razón, como explica el cósmica de la razón del ser y del m undo» (Puntel 206), Aris­
juego de palabras xyn noi (con razón) = xynói (a lo com ún) (114). tóteles (384-322 a.C.) aborda esto de una form a nueva, que va
Sobre el individuo que vive lo com ún con espíritu vigilante a influir decisivam ente en el pensam iento de la alta Edad M edia.
dice H eráclito lapidariam ente: «Yo me estudié a mi mismo» El que estudia los principios del devenir natural, de la physis,
(101). Y he aquí lo que averiguó: «Los límites del alm a no los llega a la convicción de que el alm a es la form a sustancial del
puedes encontrar cam inando, aunque recorras todos los senderos cuerpo y está esencialm ente referida a la m ateria, que es su co-
imaginables: ¡tan profundo es el logos que tiene!» (45). Esto obe­ principio. J u n to a esta convicción y sin conciliar con ella coexiste
dece, en últim a instancia, a que «es propio del alm a el logos el aserto, procedente del origen platónico de Aristóteles, de que
que se acrecienta a sí mismo (logos heauton auxon)» (115). Pero lo espiritual del hom bre no nace y perece con lo corpóreo-m a-
tam bién aquí vuelve a refugiarse H eráclito en la com unidad terial. La razón penetraría en el hom bre thyrathen, «desde la
de los seres hum anos y de su destino esencial: «A todos los hom ­ puerta», es decir, desde fuera, como «lo único divino» (736b28);
bres se les ha otorgado conocerse a sí mismos y pensar correc­ estaría «separada» ( choristos) , sería «impasible» y no estaría
tam ente» (116). «mezclada» con la m ateria, «y sólo esto es inm ortal y eterno»
¿Por qué el alm a del hom bre no se acaba m erced a su logos? (De anima 111,5; 430al7-23). Estas elevadas frases sobre la razón
«¿Cómo puede uno ocultarse a lo que nunca perece?» (16). Es como lo eterno en el hom bre no es algo que Aristóteles se limite
«lo sabio», que im pregna y abarca a los hom bres y al m undo. a tom ar de la tradición: son, en esencia, el resultado de una sólida
«Si no me han escuchado a mí, sino al logos, entonces es sabio reflexión.
decir, conforme al logos ( homologein), que todo es uno» (50). «Este A diferencia de los sentidos, la razón conoce las cosas no sólo
m undo, el mismo para todos, no lo ha hecho un dios ni el hom ­ tal como aparecen, sino como son realm ente. Es la facultad del
bre, sino que siempre existió, existe y existirá...» (30). Pero «lo conocimiento verdadero. No lo sería si estuviera «m ezclada» con
sabio es sólo una cosa: estar versado en el pensam iento que dirige algo distinto, «extraño», m aterial, pues esto se interpondría entre
todo hacia lo sabio» (41). Y así se abre la perspectiva: «De todos el sujeto cognoscente y el objeto a conocer e im pediría, «obs­
aquellos cuya p alab ra he escuchado, ninguno llega a conocer que truiría», que el objeto fuera aprehendido en conform idad con la
lo sabio es algo separado ( kechórismenon) de todo» (108). «La dis­ realidad, como en el caso de las gafas de color o de los propios
posición invisible es más fuerte que la visible» (54). «U na sola órganos sensoriales hum anos. Por eso, el espíritu pensante como
cosa, lo único sabio, debe y no debe designarse con el nom bre tal tiene que estar «separado (choristos) del cuerpo» (111,4;
de Zeus» (32)... No obstante, ante lo que «gusta de ocultarse» 429al8-b5). Sólo así se garantiza que el espíritu no esté ocupado
(cf. 123), hay que afirm ar del hom bre, de todo hom bre indivi­ de antem ano por algo determ inado (lo cual llevaría a prejuicios),
dual en lo concerniente al destino en la tierra: «Viviendo está sino abierto a todo; más aún: él es, «en cierto modo, todas las
74 75
ESPIRITU Y ESPIRITU SANTO

cosas»; del mismo modo que la m ano es el instrum ento de los


c) La Stoa
instrum entos, así el espíritu es la forma de las formas (mentales:
eidos eidon. 111,8; 431b21.432als). En una línea parecida, el sabio La Stoa fue el m ovim iento intelectual más im portante a lo largo
Laotse com paró la capacidad receptiva del alm a hum ana con de medio milenio. El estoicismo antiguo, en el que vamos a cen­
un espejo infinitam ente terso y límpido. trar nuestra exposición, fue fundado en el siglo III a.C. por Ze-
Aristóteles insiste tanto en que el espíritu, por actu ar en vir­ nón; su «teólogo» fue Oleantes ( Himno a Z eus)> su sistematizador,
tud de su propia esencia, es pura energía y, por tanto, «lo único Crisipo. El principio central de la visión estoica del m undo y del
inm ortal» (111,5; 430al8.2), que la posterior interpretación «he­ hom bre es el logos: nada ni nadie puede sustraerse a sus leyes; él
terodoxa» de Averroes — según la cual los hom bres m ortales sólo abarca y gobierna el cosmos y fija al hom bre su destino esencial,
participan, m ientras viven, del único espíritu, com ún a todos, el objetivo de su vida. Lo mismo en el macrocosmos que en el
que m ora en ellos procedente de fuera— está históricam ente fun­ microcosmos, el espíritu es — y debe ser— el poder que configura
dada, en contra de Tom ás de Aquino, el cual tra ta de idear lo y gobierna todo.
más difícil: que el espíritu, con su apertu ra infinita, es parte esen­ Esto es más sorprendente porque los estoicos no pueden con­
cial del hom bre finito individual y, en realidad, lo constituye. cebir el espíritu sin una corporeidad sutilísima y porque la génesis
Lo que la psicología de Aristóteles dice con una cierta in­ del m undo presupone la m ateria, si bien totalm ente pasiva, de
determ inación sobre la única razón existente en o sobre la h u ­ modo que no cabe hablar — contra Pohlenz— de una verdadera
m anidad partiendo del hom bre, lo afirm a con gran claridad su creación por parte del logos. El principio del m undo que confi­
metafísica, que se eleva sobre el m undo em pírico y asciende a gura activam ente todo es denom inado, adem ás de logos, physis.
Dios, fundam ento trascendente de su m eta y de su sentido. El La physis contiene en sí misma la capacidad de autom overse y
pasaje más com entado (y, muchas veces, erróneam ente inter­ la com unica a todo lo que se halla en devenir. En esta función
pretado; cf. K rám er 159s uo) de la Metafísica ( X I I,7; 1072bl4- está íntim am ente unida al fuego, el más activo de los elementos,
30) dice del Dios principio, del que «dependen el cielo y la n a­ extremo en el que, como en algunos otros, los estoicos enlazan
turaleza»: Su vida es lo excelente en el m áxim o grado, y ello con H eráclito. Así, para Zenón, la physis es «el fuego que con­
perpetuam ente. Porque su energía es al mismo tiem po gozo. Pero figura artísticam ente y que procede a la creación por vías me­
lo más gratificante es el pensam iento, y el pensam iento más ex­ tódicas» (Pohlenz 1,68). A ctúa con conocim iento de causa, como
celso tiene por objeto lo mas excelso. Por tanto, la razón se piensa el artista, y con la providencia universal e infalible que ordena
a sí misma; la razón y lo «percibido» son una misma cosa: «pen­ todo racional y enteram ente en busca de la arm onía perfecta; en
sam iento del pensam iento» (X II,9; 1074b34). La autocontem - este punto, los estoicos no dejan m argen p ara las dudas. La
plación de Dios no es una teoría inerte: en él m ora la vida. Por­ fuerza prim igenia crea de acuerdo con leyes fijas, y como nada
que la energía de la razón es vida, y la energía de Dios es en sí puede oponérsele, «lleva a cabo todo con la misma necesidad,
misma vida suprem a y eterna. Aristóteles repite: «vida y d u ra ­ igual el giro eterno de las estrellas que el m ovim iento de mi dedo
ción perpetua, eterna: eso es Dios» (con este pasaje, sin comen­ meñique». Según Crisipo, tal fuerza es «la ley racional según la
tario alguno, concluye Hegel su Enciclopedia de las cienciasfilosóficas cual ha sido hecho lo hecho, se hace lo que está en devenir y se
21827). El Dios espíritu, el «m otor inmóvil», en realidad viviente hará lo futuro» (102). El fundam ento de la acción y de la m eta
en grado suprem o, m antiene el orden del universo (X II, 10; del m undo, que es a un tiem po providencia consciente y nece­
1075al 1-25), que está orientado hacia él como hacia lo buscado sidad fatídica, logos y physis, es equiparado, finalmente, con la
y añorado ( X I I,7; 1072b3) ( —►cuerpo y alm a). razón suprem a de Dios, con el propio Zeus. Es tanto fuego pen­
sante como espíritu ígneo, y como alm a del universo prodiga por
doquier m ovim iento y vida.
76 77
ESPÍRITU Y ESPÍRITU SANTO LA FILOSOFÍA DEL ESPÍRITU DE HEGEL

Las cosas terrenas participan del logos m erced al orden, que se hace acorde con ella o, más exactam ente, se consagra a ella
preside el cosmos entero, m erced a la diakosmésis. Todas y cada (o ik é io sis). Esto significa — según la fórm ula y norm a de la
una de ellas poseen los logoi spermatikoi o fuerzas germinales de gtoa vivir en consonancia con el logos (homologumenós zen; cf.
la razón; en ellos se manifiesta y con ellos se com unica la razón 116-118). Sólo lo logra perfectam ente, en raras ocasiones, el sabio
cósmica, la ley eterna. La peculiaridad de las cosas depende de ideal del estoicismo. En él, al logos interno, a su daimon bueno,
su respectiva participación del espíritu, de diferente intensidad responde la endemonia, la felicidad de su existencia externa. Pero
y pureza, de su pneuma. «Por eso hay una jerarq u ía del ser en la tam bién el estoico norm al am plía su solicitud más allá de sí
que, sobre una base general, se desarrollan formas de existencia mismo, de sus allegados y de su propia y lim itada polis y, tra ­
superiores m ediante el increm ento del contenido de pneuma» zando círculos cada vez más amplios, term ina por englobar en
(Pohlenz 183). Los grados inferiores, plantas y animales, son sólo ella a la hum anidad entera, a la cosmopolis. Ésta se m antiene
la infraestructura de los superiores: del desarrollo del logos en el unida y estructurada m erced a la ley cósmica divina, que es tam ­
hom bre. T am bién en el hom bre, y en él particularm ente, la ver­ bién el derecho natural del hom bre, de todos los hombres
dadera sustancia es el pneuma. El pneuma une al hom bre con la (115.133).
divinidad. Pero tam bién organiza todo su ser y actuar; es la
«causa que m antiene unido» todo m ediante la «tensión espiri­
tual» (42s). Las impresiones sensoriales son percibidas en la su­ 3. La filosofía del espíritu de Hegel
perficie del cuerpo por los órganos encargados de ello y luego
son conducidas al centro del alm a por las corrientes de pneuma No hay que m inim izar ni disim ular el salto de la Stoa a Hegel.
que circulan en ellos. El pneuma facilita tam bién la procreación Porque han quedado por decir m uchas cosas sobre la Antigüe­
y hace posible el lenguaje. M ás aún: Oleantes atribuye el acto dad, e incluso sobre los estoicos, por ejemplo sobre la distinción
de cam inar a una corriente de pneuma que el corazón envía a los del estoicismo m edio (siglo ii/i a.C .), tan im portante p ara la
pies... (87.91). teoría trinitaria cristiana, entre el logos endiathétos, que actúa en
El logos es, sobre todo, el que da al hom bre la capacidad de el interior del hom bre, y el logos prophorikos, que se abre paso hacia
form ar conceptos. «Así puede él elevarse por encim a de las im- fuera m ediante la voz. Con m ayor razón habría que hablar de
presiones m om entáneas, otear el pasado y el Futuro» y «construir la m oderna filosofía de la subjetividad que, desde Descartes hasta
su vida de cara a una m eta», m ediante una libre decisión que K ant y Fichte, precedió a Hegel. En la Crítica de la razón práctica
él tom a en virtud de su actitud aním ica global (89). En esta (1788) de K a n t encontró su expresión más consecuente el ethos
función del logos p ara la existencia ética del hom bre, único ser de la razón y del deber de la Stoa: como ley operativa del yo
que distingue y realiza el bien y el mal, pone gran énfasis la Stoa. inteligible, inteligible porque, según Hegel (ed. Glockner II,
«¿Cuál es la esencia específica del hom bre? La razón. Por ella 147), «el yo es el nosotros, y el nosotros es el yo». No obstante,
supera a los anim ales y sigue a los dioses. C uando la razón m an­ nadie ha pretendido de form a tan resuelta y unilateral y gran­
tiene su integridad y está plenam ente desarrollada, el hom bre diosa como Hegel (1770-1831) encontrar la estructura intelec­
alcanza la felicidad» (Séneca, siglo i d.C ., Carta 76,9s; Pohlenz tual del hom bre, su determ inación por el espíritu, tan central
1,113). «El logos individual es una parte del logos cósmico y no para la Stoa, en las estructuras lógicas de la realidad como tal,
difiere esencialm ente de él» (Pohlenz 1,133). Por eso, la norm a en la historia cultural de la hum anidad y en el ser y el obrar del
del logos rige incluso para la más insignificante acción cotidiana; propio Dios-Espíritu (cf. K ern 1979).
todo lo dem ás son sólo allotria. El hom bre tiene que llegar a ser Lo que constituye el pensam iento sobre las cosas no es un
lo que es. Eso es lo im portante. Se logra cuando el hom bre se simple concepto externo de las mismas, conceptualísticam ente
centra en su propia esencia, se «encasa» en ella (casa = oikos), entendido: su verdadero concepto es, más bien, la propia cosa
78 79
ESPÍRITU Y ESPÍRITU SANTO LA FILOSOFIA DEL ESPÍRITU DE HEGEL

real, m ucho más real que «la vertiente de lo palpable y del exis­ mismo» ( = 1); más brevem ente: «la unidad consigo mismo en
tir-fuera-de-sí sensorial» ( Wissenschaft der Logik 1-111,1812-1816, el ser-otro» o «el existir cabe sí en el ser-otro» (ed. Glockner
o 1 ,21831; ed. Lasson 1923,1,32) de los objetos con que tratam os. 11,577; X V II,348; V I,49). «Espíritu es la unidad viva de lo m úl­
La lógica tra ta del «pensam iento en tanto que es la cosa en sí tiple», había escrito ya Hegel en su juventud (1800; ed. Nohl
misma» o de «la cosa en sí misma en tanto que es el pensam iento 347). Hegel form uló la ley fundam ental de la dialéctica del es­
puro» (30). Según esto, las «determ inaciones inm anentes» del píritu partiendo tanto del desarrollo del hom bre individual como
pensam iento, los conceptos, coinciden con la «verdadera n a tu ­ de la historia educativa de la hum anidad (cf. K ern 1980; 1981).
raleza de las cosas»; am bas poseen el mismo e idéntico contenido Para hacer plausible su idea de que la realidad está íntim a
(26). Y del mismo modo que el m undo externo constituye un e intrínsecam ente determ inada por el espíritu, Hegel recurrió a
cosmos, así tam bién esta interna estructura conceptual suya. Por la fe cristiana en la creación: puesto que Dios es espíritu, su obra
encim a de los múltiples conceptos particulares está «el concepto tiene que d a r testimonio de ello. M ayores dificultades creó a H e­
en sí mismo», o más bien subyace a ellos como «la base sustan­ gel, lo mismo que antes a la Stoa, trasladar el carácter de espíritu
cial». Y cada uno de los diferentes conceptos es «una determ i­ del m undo existente, de la naturaleza creada por Dios, al m undo
nación formal, un m om ento de la form a en cuanto totalidad, del cultural creado por el propio hom bre, a la historia de la h u ­
propio concepto». Este no es contem plado ni representado sensi­ m anidad. Pero ¿no es el hom bre im agen y semejanza de Dios,
blemente; es sólo «objeto, producto y contenido del pensam iento según la Biblia (Gn 1,26)? Y si la razón actúa en la criatura
y la cosa existente en sí y para sí, el logos, la razón de lo que es, irracional, ¿cómo no va actu ar en el hom bre, que es una criatura
la verdad de lo que lleva el nom bre de las cosas». Es «lo más racional? A nte los hechos fatales, el filósofo de la historia Hegel
íntim o de los objetos, su mero pulso vital». El logos fundam ento tiene que recurrir a la «astucia de la razón», en virtud de la cual
«pulsa» en los conceptos particulares, en sus propios momentos el «espíritu del m undo», desm em brándose en el «espíritu nacio­
(de movere,mover), y se une en una especie de organism o cósmico nal» de la hora histórica correspondiente, utiliza a los grandes
de la lógica (18s). personajes de la historia universal — a Alejandro M agno o a N a­
De todos modos, el entendim iento se detiene en los conceptos poleón, por ejemplo— como ejecutores de sus fines superiores,
particulares y los conserva. Pero la razón los «volatiliza», ne­ sin que tales personajes, y m ucho menos las masas, lo quieran o
gativam ente, trasladando toda determ inación a su contrario y, lo sepan. U n a necesidad superior im pera en y sobre el arbitrio
positivamente, «gestando así lo universal y com prendiendo en él lo de la libertad hum ana: la necesidad del espíritu. Pero no se puede
especial». Este m ovim iento espiritual, «el desarrollo inm anente negar que la «visión intelectual del universo» de Hegel ( Wis­
del concepto», constituye la dialéctica hegeliana (6s), que no es senschaft der Logik, ed. Lasson 1,31) resulta precaria.
sólo un m étodo subjetivo de conocimiento, sino «la m archa de A priori tienen que parecer mayores las posibilidades de en­
la cosa misma» (36). Como conclusión de su Lógica (Lasson contrar en el arquetipo del espíritu hum ano, en el propio Dios,
11,487-499), Hegel describe los tres pasos del «m étodo absoluto» la ley dialéctica fundam ental del espíritu. P ara Hegel 2, la his­
de la dialéctica (1) de la generalidad inm ediata, im plícita o abs­ toria religiosa de la hum anidad culm ina en la fe cristiana en el
tracta, pasando por (2) las determ inaciones o especificaciones Dios uno y trino. Si la religión ju d ía de la sublim idad quedó
separadoras, a la (3) generalidad ya plena o concreta, que «se fascinada ante la infinitud de su Dios Señor absoluto y trascen­
realiza m ediante el ser-otro y converge consigo misma m ediante dente, y si los griegos evocaron la más bella finitud en sus «dei­
la absorción de esta realidad (lo especial)» (11,498). La dialéctica dades plásticas» (142), los dos momentos de lo infinito y lo finito
describe al mismo tiem po la acción y la naturaleza del espíritu:
el espíritu es «el ser constituido por el m ovim iento de conser­ Vorlesungen über die Philosophie der Religión (1821-1831), ed. Lasson II/2
var ( = 3) y desarrollar en su ser-otro ( = 2) la igualdad consigo (*929); cf. K ern 1979, 70-78.

80 81
ESPÍRITU Y ESPÍRITU SANTO

se unen en la historia trinitaria de D ios (54), que engloba la historia 4. La «filosofía de la mente»
del m undo: «El espíritu es la historia divina, el proceso de dis­
tinguirse y dirimirse... retornando a sí mismo» (65). Dios en su D u r a n te el ú ltim o c a m b io d e sig lo , la filo so fía in g le s a e s tu v o d o ­
eternidad, considerado «antes» de la creación del m undo, es lo m in a d a p o r u n m a r c a d o n e o h e g e lia n is m o . P e r o la p o s te r io r «fi­
infinitam ente absoluto en sí, en la generalidad del pensam iento lo so fía d e la m e n te » d e jó d e c o n s id e ra r a l e s p ír itu c o m o la r e a ­
puro; al parecer, Hegel habló en alguna ocasión del «reino del lid a d f u n d a m e n ta l y — e n c o n s o n a n c ia c o n la n u e v a c o n c ie n c ia
Padre» (cf. 30s, nota 1). Pero «la naturaleza del espíritu es m a­ e m p ír ic a , m á s a c o r d e c o n la tr a d ic ió n in g le s a — só lo v io e n él u n
nifestarse, objetivarse; su acción y su vitalidad» (33) consiste en f a c to r m á s d e l m u n d o . E s ta filo so fía n o s b r i n d a el e je m p lo d e
revelarse. Porque la religión cristiana es esto: «Espíritu p ara el u n a te o r ía d e l e s p ír itu p o s id e a lis ta y a c tu a l.
espíritu». Dios «no crea el m undo de una vez por todas, sino que El «realista» Ch. D. Broad (1887-1971; T h e M in d and its Place
es el C reador eterno...; tal es su concepto, su determ inación» in N ature) trató de definir por una vía empírica, en la m edida de
(35). La generalidad de la prim era «forma» de Dios siempre se lo posible, el estatuto del «espíritu», apoyándose en fenómenos
ha superado ya en dirección a lo otro de sí misma, a las espe­ parapsicológicos como la telepatía. Dentro de los límites de un
cificaciones de la «segunda forma», al «reino del Hijo», que in­ empirismo estricto, creyó que este procedimiento perm itía es­
cluye la creación del m undo y la encarnación de Dios en Jesús tablecer algo, no sobre un alm a inmortal del hom bre, pero sí
de N azaret. Para Hegel, todo el «m undo de la finitud» (85) es, sobre un «factor psíquico» que sobrevive durante un tiem po des­
en sentido amplio, hij© de Dios. Y Hegel cree poder dem ostrar pués de la m uerte, el cual sería una fornia sutil o «característica
que esto tiene que expresarse aquí y ahora (o allí y entonces: en emergente» de la m ateria/energía.
Palestina en tiempos de Augusto) en la «existencia más finita», M ayor eco encontraron G ilbert Ryle (1900-1976) y su obra
oculta y perdida (132) de un individuo hum ano que fue de forma T he Concept o f M in d (1949). Su empirismo, unido a un riguroso
singular y exclusiva Hijo de Dios. Con la m uerte expiatoria de análisis lógico y lingüístico, se enfrenta polém icam ente al d u a­
J e sú s por nosotros en cuanto «m om ento del espíritu» (158s, nota lismo de Descartes: «el espíritu (ghost) en la m áquina». Según
3), se «llevó al extrem o... la lim itación de la conciencia» (158). Gilbert Ryle, el espíritu (la «mente») y el cuerpo son insepara­
Y con la resurrección de J e sú s y el envío del espíritu en Pente­ bles. Ryle analizó detenidam ente las diferentes actividades psí­
costés, tal lim itación se transform a en el «reino del espíritu» per­ quicas del hom bre y llegó a la conclusión de que tales actividades
fecto e infinito. «La particularidad de la idea divina... en forma pueden explicarse sin suponer ningún agente interno, contra lo
de un ser hum ano sólo se consum a en la realidad “ recondu- que sugieren erróneam ente los sustantivos «espíritu», «alma»,
ciendo” a los m últiples individuos a la unidad del espíritu, a la «inteligencia».
com unidad, y existiendo allí como autoconciencia real general» Peter Strawson (*1910; Individual j, 1959) elaboró una «me­
(164). La com unidad cristiana es «el espíritu existente» (198), tafísica descriptiva» que supera los planteamientos de Ryle. Ci­
porque en ella Dios «llega a su verdad y realidad perfecta» temos un ejemplo significativo: cuando yo digo «Juan quiere a
(E nzyklopadie 3, §381, adición). La particularidad de Jesús está su mujer», expreso una conducta empíricamente observable, que
superada en la universalidad del Espíritu Santo dado al m undo, es la paradigm ática para Ryle. Pero cuando digo «yo quiero a
a todas sus regiones y a todas las épocas. T al es la historia, a un mi mujer», no indico que he observado mi conducta, sino que
tiempo eterna y tem poral, de Dios con el m undo de los hombres: describo una actitud que experimento directam ente como per­
como espíritu único y universal (-*• historia del m undo e historia sona que am a (loving agens). Y sin embargo, el verbo «querer»
de la salvación; m aterialismo, idealismo y visión cristiana del tiene en los casos el mismo sentido, que parece poseer una acep­
m undo; reconciliación y redención). ción o referencia interna y otra externa que no pueden reducirse
a una sola vertiente, al aspecto meramente empírico del espíritu.

82 83
ESPIRITU Y ESPÍRITU SANTO REFLEXIÓN PROVISIONAL

En una línea distinta se sitúa la metafísica de C. L. M organ, turas. Se tra ta de una diferencia de alcance infinito. Dios es ser;
S. Alexander y A. N. W hitehead, que en una filosofía natural es según Tom ás de Aquino, el esse ipsum, el propio ser. Las cria­
evolucionista encuentran lugar no sólo para formas finitas del turas sólo tienen ser según su modo finito, sustancial o accidental,
espíritu, sino tam bién para el espíritu cósmico-universal. Además cualitativo o relacional.
defienden un pampsiquism o que atribuye a toda realidad un do­ Pero ¿qué tienen que ver estos breves datos sobre la analogía
ble polo, físico y psíquico (—►evolución y creación; participa­ entis con la supuesta estructura espiritual de la realidad? Sobre
ción). esto puede arrojar alguna luz la tesis segunda de la ontología
clásica sobre las propiedades trascendentales de todo ente. El significado
de la palabra «ente» puede explicarse conceptualm ente como
«algo a lo que le com pete el ser». Así queda patente una tensión
5. Reflexión provisional sobre la naturaleza del espíritu entre un «quid», una esencia o form a en el sentido más amplio,
por un lado, y un «quod» o hecho de que a tal «quid» le compete
En un prim er resum en podemos afirm ar lo siguiente: un ser y, por tanto, un acto (actualidad) o — en términos aris­
totélicos— una energeia, por otro. El m om ento «quid» es la forma-
1. La reflexión sobre el espíritu se basa en la experiencia que
fundam ento más universal — específica para cada ente— de la
los hom bres hacemos con nosotros mismos, con nuestro pen­
inteligibilidad. Aristóteles describe operativam ente lo que no­
sam iento y con nuestro querer.
sotros llamamos con-cepto en estos términos; «el “ ¿qué es esto?” »
2. En tal experiencia no nos percibimos como un yo aislado,
(to ti e stin ); «lo que da respuesta a la pregunta “ qué es esto” ».
sino como un yo abierto a la com unidad («en vigilia», diría
El segundo m om ento de la com petencia del ser es de otro género;
Heráclito) del «nosotros» hum ano, a una solidaridad y a una
convivencia auténtica y libre. es activo, energético. La form a es o deviene acto; la esencia re­
clama realidad y eficiencia; el «algo» tiende a la realización,
3. El fundam ento profundo de tal com unidad en el espíritu es
el prototipo incondicionado e infinito de espíritu denom i­ «quiere» ser.
nado «Dios». En la estructura óntica que m edia entre el «quid» y el «quod»
se anuncia una estructura espiritual. La filosofía escolástica afir­
4. Como el m undo es creación de Dios, cabe esperar que haya
m aba estas dos tesis sobre los trascendentales: «omne ens est ve-
en él, incluso en el aspecto en que no es de naturaleza hu­
rum», todo ente es verdadero — es decir, está referido al conoci­
m ana, estructuras espirituales.
miento por su «quid»— , y «omne ens est bonum », todo ente es
bueno, es decir, susceptible de ser querido en razón de su «quod».
Partiendo de la citada universalidad — centrada en sí misma Las cosas aparecen como verdaderas y buenas en su estructura
y articulada en múltiples grados— del espíritu en el hom bre, en óntica cuando son consideradas en relación con el espíritu. La
Dios y en el m undo, hay que decir algo sobre la tesis clásica de relación con el espíritu en cuanto cognoscente establece su verdad;
la analogía del ente, tanto de este concepto como de la realidad la relación con el espíritu en cuanto capaz de am ar y querer es­
que en cada caso responde a él. Sus ám bitos coinciden en que tablece su bondad.
les compete el ser; pero a la vez son fundam entalm ene distintos En sentido originario y originante, esto se aplica al espíritu
por el modo en que puede afirmarse de ellos tal cosa. Y eso es del Dios creador; la relación del espíritu hum ano con la realidad
lo que significa la analogía: coincidencia diferenciada, deseme­ es secundaria, subsiguiente. A hora bien, así se ha determ inado
jan za (el cuarto Concilio de Letrán, 1215, dijo, incluso, «mayor básicamente la form a de actu ar y el modo de ser del espíritu, su
desemejanza»; DS 806) dentro de la semejanza en la «posesión estructura doble y única como razón (que conoce) y como vo­
del ser». H ay diferencia, sobre todo, entre el C reador y las cria­ luntad (que am a).
84 85
ESPIRITU Y ESPIRITU SANTO REFLEXIÓN PROVISIONAL

El idealismo alem án 3 hizo suya la gran tradición filosófica demasiado unilateralm ente en términos griegos, con la ley del
— sin conocer bien la escolástica medieval— cuando trató de espíritu cognoscente y de su necesidad 5.
concebir el espíritu como la realización de la identidad del sujeto H acia el 350, M arcelo de A ncira (De incamatione... 8; PG
y el objeto. T al identidad se realiza cuando el cognoscente aloja 26,996) esboza un panoram a más am plio y más fecundo: «El
en sí mismo el objeto en tanto que conocido, y cuando el am ante Logos e Hijo del Padre, unido a la carne, se hizo carne, hom bre
se vuelca sobre el am ado y se entrega a él. Las dos funciones pleno y perfecto, para que los hombres, unidos al Espíritu,
básicas no se hallan yuxtapuestas sin conexión alguna; en el lleguen a ser un solo espíritu (pneuma)» en am or y libertad
fondo son inseparables. Es obvio que nada puede ser querido si (-* antropología y teología; persona e im agen de Dios).
no es conocido («nihil volitum nisi cognitum »). Pero tam bién el
conocimiento verdadero presupone que el sujeto de la volición W alter Kern
no se cierre librem ente a la realidad, sino que se abra a ella. La [Traducción: M . Olasagastt]
frase del evangelio (Jn 8,32) «la verdad os h ará libres», la com­
pleta Hegel (ed. Glockner 10,31) con la frase contraria: «La ver­
dad hace libre al espíritu — como ya dijo Cristo— ; la libertad lo
hace verdadero». La verdad y la libertad, el conocim iento racional
y la voluntad am orosa se condicionan y se interpenetran. El es­
píritu es las dos cosas juntas. Se da en él, entre sus dos momentos
funcionales, la «pericoresis» o circumincessio de que habla la teo­
logía trinitaria (cf. infra, pp. 116ss) 4. Tam bién la teología cris­
tiana desde su prim era época, o al menos desde Agustín, vio en
la estructura deducida del espíritu hum ano un reflejo de la vida
una y trina de Dios, de modo que, partiendo de tal estructura,
es posible, si no deducir, sí explicar dicha vida; del mismo modo
que todo conocimiento se expresa en su palab ra cognitiva — ini­
cialm ente interna— , así tam bién Dios como Padre se conoce en
su P alabra eterna, el Hijo; del mismo modo que el am or se con­
suma en la unión de los am antes, así la relación am orosa del
Padre y del Hijo es la tercera persona en Dios, llam ada Espíritu
Santo. Hegel trató de interpretar la T rinidad intradivina o «in­
m anente», ju n to con la «disposición salvífica» de Dios sobre la
hum anidad (la «T rinidad económica»), como la historia onto-
lógica del espíritu divino-hum ano. Pero no sería difícil m ostrar
que Hegel se obsesionó con la ley funcional de un logos concebido

* Ejem plo: G. W. F. H egel, Grundlinien der Philosophie des Rechts (1821) 4. 5 Cf. L. O eing-H anhoff, Hegels Trinitátslehre: T heol. u. Philos. 52 (1977)
P ara el anterior epígrafe 5, cf. K ern 1964. 378-407. Cf. W . K ern , Dialektik und Trinitát in der Religionsphilosophie Hegels'.
4 1 omás de A quino (De virt. in communi 7) dice del verum et bonum: se invicem Z K T h 102 (1980) 129-155; tam bién puede leerse con fruto, en parte, Das Ver-
circumeunl; Hegel (ed. G lockner 1,301) habla de u n a «originaria identidad bi­ haltnis von Erkenntnis und Liebe ais philosophisches Grundproblem bei Hegel und Thomas
lateral». von Aquin: Scholastik 34 (1959) 394-427, espec. 414-427.

86 87
PROBLEMÁTICA ACTUAL

píritu, no puede e n trar en el reino de Dios» (Jn 3,5). «Yo rogaré


II. E l «E spíritu Santo» en la historia y hoy
al Padre, y él os d a rá otro abogado..., el Espíritu de la verdad»
(14,16). «Pero el abogado, el Espíritu Santo..., os enseñará todo
y os recordará todo lo que yo os he dicho» (14,26; 16,13).
Ésta es tam bién la experiencia de la Iglesia y, puesto que la
1. Israel Iglesia es el «nosotros» de los cristianos, dentro de ella, la expe­
riencia de los discípulos, ya que, «por el único Espíritu, en el
La enseñanza tradicional del cristianismo, que tiene raíces judías, bautismo fuimos acogidos todos, judíos y griegos, esclavos y libres,
contiene una afirmación que resuena en todas las épocas y en en único cuerpo por el mismo Espíritu; y todos fuimos rociados
todos los lugares. D ada la pluralidad de fuentes, es sorprenden­ con el mismo Espíritu» (1 Cor 12,13). «Así, el propio Espíritu
temente homogénea. Dice así: Dios está presente y actúa en nues­ atestigua a nuestro espíritu que somos hijos de Dios» (Rom 8,16).
tra vida m ediante un poder que no coacciona; nosotros lo lla­ ¿Cómo evocar los veinte siglos de esta historia? No obstante,
mamos «Espíritu Santo». H e aquí algunos testimonios, seleccio­ es preciso aducir algunos testimonios. Ireneo (hacia el 180) con­
nados entre cientos: sidera que el Espíritu renueva sin cesar el contenido y el conti­
Los setenta ancianos que asisten a Moisés (hacia el 1230 nente del cristianismo: la fe y la Iglesia (Adv. haer. 111,24,1). En
a.C .): «T an pronto como el Espíritu reposó sobre ellos, cayeron su conocida Confesión, Patricio (f 460) n a rra su experiencia per­
en trance profético» (Nm 11,25). Samuel a Saúl (hacia el 1040 sonal: «Tam bién en otra ocasión advertí que alguien oraba en
a.C.): «Encontrarás un grupo de profetas... El espíritu del Señor mí — esta vez me pareció que yo estaba en mi cuerpo— y lo vi
vendrá sobre ti y tú caerás en trance como ellos y te transfor­ por encim a de mí, es decir, por encim a del hom bre interior, y
m arás en otra persona» (1 Sm 10,5-6). Ezequiel (hacia el 580 allí oraba en voz alta entre suspiros. Yo estaba adm irado y sor­
a.C .): «Entonces me arrebató el espíritu...» (3,12). «Yo os daré prendido y pensaba quién podría estar orando en mí. Pero al
un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo en vosotros. A rran­ final de la oración dijo que era el Espíritu. Entonces desperté y
caré el corazón de piedra de vuestro pecho y os daré un corazón recordé las palabras del Apóstol: “ El Espíritu acude en auxilio
de carne. Pondré mi espíritu en vosotros...» (36,26-27). El pro- de la debilidad de nuestra oración. Porque nosotros no sabemos
fetismo característico de la historia de Israel es éste: «El Señor lo que debemos pedir; pero el Espíritu en persona ora por no­
Dios me envió y envió su espíritu» (Is 48,16; alrededor del 550 sotros con gemidos inenarrables” (Rom 8,26)» (§25s).
a.C .). Los profetas d an a conocer las promesas de Dios: «Yo
d erram aré mi espíritu sobre toda carne...» (Joel 3,1). De este
texto dice Pedro el día de Pentecostés: ahora está sucediendo 3. Problemática actual
esto, como podéis com probar (Hch 2,17).
Como es natural, aquí no podemos escribir una historia de la
espiritualidad, ni la historia de la santidad. U n a serie de hechos
2. Iglesia primitiva y de testimonios avalan la convicción de que hay una experiencia
que consiste en el «goce del Absoluto» (J. M aritain). A unque
Jesús ha llegado. El Espíritu es principio de su nacim iento, de puedan discutirse muchos de tales hechos y testimonios, quedan
su misión y de sus actividades. Y Jesús prom ete a sus discípulos: bastantes válidos. Hoy, como ayer y siempre, sigue habiendo
«C uando os lleven a los tribunales, no os preocupéis por lo que vidas que cam bian por la acción del Espíritu. Recordemos este
vais a decir... El Espíritu de vuestro Padre h ab lará por medio proverbio m usulm án: «Si te dicen que un m onte ha variado de
de vosotros» (M t 10,19-20). «Si uno no nace del agua y del Es­ lugar, créelo. Pero si te dicen que un hom bre ha cam biado su

88 89
ESPIRITU Y ESPÍRITU SANTO

carácter, no lo creas». El «carácter» reaparecerá probablem ente, III. Objeciones críticas contra el discurso
pues uno reacciona siempre con lo que es. No obstante, es un
hecho que ciertos hom bres y mujeres dan una nueva orientación sobre el E spíritu Santo
a su vida, cam bian sus norm as de conducta, porque irrum pe en
ellos súbitam ente una fuerza, un impulso que ellos atribuyen al
Espíritu Santo. En tales casos pueden contem plarse nuevam ene
las virtudes que ya Pablo denom inó «frutos del Espíritu Santo»: El m undo surgido de la Ilustración sospecha de nuestras afir­
«am or, alegría, paz, tolerancia, agrado, generosidad, lealtad, maciones sobre el Espíritu Santo. Se le ha enseñado a desconfiar
sencillez, dom inio de sí» (Gál 5,22-23). de cualquier explicación por una «causa» trascendente, no ve-
U no de los rasgos más im presionantes de esta historia es la rificable. Está en favor del espíritu, pero de nuestro espíritu, no
coherencia y hom ogeneidad de tales testimonios, pese a la di­ de ese desconocido que m ora más allá de las nubes. La sospecha
versidad de las situaciones. N aturalem ente, se puede pensar que se produce en m uchas direcciones. Sin pretender ser exhaustivos,
tal hom ogeneidad se debe a que las necesidades y las estructuras vamos a m encionar algunas de las formas, desde la objeción más
psíquicas son siempre las mismas. Nosotros no ignoram os este simple hasta la más clarividente, en que se manifiesta la sospecha
aspecto. Pero ¿es lícito considerar como simples visiones qui­ (-» ideología y religión; Ilustración y revelación).
méricas lo que personas extrem adam ente ponderadas y creativas
atribuyan a la iniciativa de otro?
Se podría objetar que en todas las religiones e incluso en 1. E l mundo no ha cambiado
ciertas filosofías hay afirmaciones análogas. Baste recordar el
cham anism o y la Stoa (con Crisipo y Séneca). A esto habría que Los cristianos hablan de una nueva vida. M ás aún: dicen que
responder que las analogías sólo lo son en parte; no son equi­ con la resurrección de Jesús y con Pentecostés penetró en el
valentes a una vida anim ada y transfigurada por el Espíritu, a m undo y está actuando en él el principio de un orden nuevo, el
la vida de la Iglesia. De todos modos, el Espíritu actúa tam bién germen del futuro absoluto. Esto es dem asiado bello, dem asiado
fuera de los límites visibles y oficiales de la Iglesia. Lo que se sublime. Es conocida la anécdota que suelen n a rra r los autores
aduce como objeción, no lo es en realidad. judíos. Alguien dice a un rabino: «H a venido el Mesías». El ra ­
bino se acerca a la ventana, echa una m irada a la calle y contesta:
«No. Las cosas siguen igual». Los cristianos han hecho guerras,
incluso unos contra otros y, a veces, con más crueldad que contra
los no cristianos. «Algunos santos aprobaron las cruzadas y la
Inquisición. Yo no puedo sustraerm e a la idea de que se equi­
vocaron. Y tam poco puedo rechazar los dictámenes de la con­
ciencia», escribía Simone Weil en 1942. Y ésta fue una de las
razones que le im pidieron e n trar en la Iglesia.
Los hechos son los hechos. Pero es preciso juzgar adecua­
dam ente las cosas, es decir, en el contexto histórico, que aclara
el texto. Pablo dice que, de m om ento, sólo poseemos el Espíritu
como «prenda» (cf. 2 C or 1,22; 5,4-5; Rom 6,5s; 8,18-25). Los
exegetas modernos expresan esta situación m ediante la dialéctica
del «ya» y el «todavía no». El Espíritu actúa ya; pero todavía
90 91
ESPÍRITU Y ESPÍRITU SANTO

no se ha adueñado soberanam ente de nosotros. H ay una lucha 3, Menosprecio de lo corpóreo


en la que, como dice H ans K üng, la Iglesia se ha dejado arrastrar
más de una vez por su «anti-esencia». Esto es lo que principal­ Si la renovación carism ática, con su tonalidad afectiva y con el
m ente constata la historiografía. Pero la suma de los frutos del perceptible entusiasm o gozoso de sus reuniones de oración, re­
Espíritu — a veces sorprendentes, a veces tan insignificantes que presenta un cierto retorno de Dioniso a nuestra racionalidad ca­
pasan inadvertidos— m uestra que tam bién el «ya» es verdadero. tólica (cf. van der M ensbrugghe), ¿basta esto como respuesta al
acre reproche que hace Nietzsche al cristianismo acusándolo de
que ha m enospreciado el cuerpo y ha aguado las alegrías de la
2. Fomento del irracionalismo vida? Reconozcam os con sinceridad que una cierta actitud as­
cética de orientación dualista, una cierta tradición del «menos­
Algunos temen que una preocupación por el Espíritu como la precio del m undo» y un residuo de jansenism o han favorecido
que se registra, por ejemplo, en la renovación carism ática pro­ una espiritualidad que infravalora excesivamente el cuerpo, el
picie la irrupción del irracionalism o (cf. W oodrow ). Si así fuera, placer, la sexualidad, la alegría e incluso la libre creatividad.
yo sería el prim ero en d a r la voz de alarm a. Pero antes habría Pero se tra ta de deformaciones de una espiritualidad bíblica del
que fijar los límites de lo racional en nom bre de la verdad del Espíritu Santo. En la Escritura, «carne» no designa el cuerpo,
hom bre, de su equilibrio y de su felicidad. Es comprensible que sino el apego egoísta a sí mismo. No obstante, hay una relación
se perfile una reacción contra la asfixia de las fuerzas del corazón especial entre la carne y el cuerpo, y Pablo puede pasar de la
y de la poesía por un entorno excesivamente program ado, cifrado una al otro (Rom 12,13). La experiencia espiritual y la tradición
y tecnificado. M ejor que refugiarse en la violencia y en el furor no vacilan sobre este punto: si uno cede a todas las incitaciones
destructivo, es buscar en la vida espiritual profunda, en la ple­ del cuerpo, no puede llevar una vida espiritual. Porque, en pri­
garia libre y en la alegría entusiasta válvulas de escape para la mer lugar, el cuerpo está escindido. Es capaz de lo mejor, pero
necesidad de recuperar la dimensión del corazón. Pero el Espíritu tam bién de lo menos bueno. En segundo lugar, sus inclinaciones,
no debe m utilar al hom bre. J . D upont ha m ostrado el amplio aun las más honestas, tienden a crecer desorbitadam ente. Esto
espacio que ocupan en Pablo las exhortaciones al conocimiento. tiene especial vigencia en el caso de las satisfacciones sexuales.
Ésta es una de sus más aprem iantes preocupaciones. Y si sólo se ¿Quién rechazará el testimonio de un hom bre tan lúcido y fuerte
me perm itiera extraer de mis estudios sobre el Espíritu Santo una como Dietrich Bonhoeffer? Suyas son estas palabras:
sola conclusión, ésta sería la de su estrecha relación con el Logos.
No hay soplo sin sonido y articulación; de lo contrario, sería una «Si sales en busca de la libertad, aprende ante todo la
dinám ica sin dirección, algo así como un torbellino, que es un disciplina de los sentidos y del alm a, p ara que los apetitos
movim iento sin punto de referencia. Ireneo com para al Logos y y tus miembros no te lleven tan pronto a un lado como a
al soplo del Espíritu con dos manos que Dios utiliza p ara m odelar otro.
la arcilla (Adv. haer. V ,6 ,l; 28,4). Es decir, yo estoy en contra de Q ue tu espíritu y tu cuerpo sean castos, estén enteram ente
un espiritualismo que tenga como program a un irracionalismo sometidos a ti y busquen obedientem ente la m eta que se les
que elimine y menosprecie lo racional; pero estoy a favor de una ha fijado.
concepción del Espíritu que va más allá de lo racional, porque Nadie experim enta el misterio de la libertad si no es m ediante
hay una profundidad y unas aperturas en las que la razón sola la disciplina» 6.
no penetra ( —►crítica y reconocimiento).
6 Bonhoeffer an tep o n e este texto a su Ethik. Cf. tam bién Bonhoeffer 1951,
250.

92 93
ESPÍRITU V ESPÍRITU SANTO SOSPECHA DE PROYECCIÓN

¿No puede afirmarse esto con m ayor razón del seguimiento de chos concretos se someten al discernim iento de que hablarem os
Cristo y de la com unión con el Dios tres veces santo a la que nos más adelante, la pregunta por principio no plantea grandes di­
invita y nos conduce el Espíritu Santo? U n santo es algo com­ ficultades. Porque, prescindiendo de lo absolutam ente milagroso,
pletam ente distinto del superhom bre de Nietzsche, que no pasa la acción de Dios discurre a través de nuestras fuerzas psíquicas
de ser un mito literario que h a resultado peligrosam ente ambiguo y físicas. Sería erróneo suponer que nuestra participación repre­
en la historia. A hora bien, nunca ha habido santos que no hayan senta el setenta y cinco por ciento, por ejemplo, y que la inter­
participado de la cruz de Cristo; pero a la cruz le sigue el retorno vención de Dios comienza donde term inan nuestras fuerzas.
a la vida y la exaltación (-» cuerpo y alm a; historia del m undo Todo procede de nosotros y todo procede de Dios. Dios está y
e historia de la salvación). obra en el interior y es trascendente en esa misma inm anencia.
En el mismo instante en que nosotros exclamamos con confianza
amorosa «Padre nuestro», añadim os «que estás en los cielos».
4. Sospecha de proyección Q ue el Espíritu Santo, si realm ente es él, coincida con nues­
tros anhelos no tiene nada de extraño para una antropología no
O tra objeción dice: lo que los cristianos, particularm ente la re­ m aterialista. Y m ucho menos p ara un pensam iento bíblico que
novación carism ática, atribuyen al Espíritu Santo puede expli­ sostiene que el hom bre ha sido creado a im agen de Dios. Por ser
case psicológicamente. Se tra ta de deseos, sentimientos, ideas y espíritu, el hom bre está abierto a toda verdad expresable. En­
tendencias emergentes que nosotros proyectam os y objetivamos. carna una infinitud potencial de conocimiento y de anhelo 8. Lo
Los atribuim os a otro y le damos el nom bre correspondiente: que los psicólogos llam an m egalom anía del anhelo es también m a­
Espíritu Santo, soplo de Dios. En este sentido, tales fenómenos nifestación de la infinitud potencial inherente a nuestro ser. Por
constituyen una autoalienación. Pero en realidad todo surge de ser «espíritu», sólo puede vislum brar un destino divino y encon­
nosotros y en esos fenómenos nos encontram os con nosotros trar su plenitud definitiva en Dios. D ado el carácter fijo y li­
mismos. m itado de las naturalezas, se ha dicho con razón que el hom bre
Esta objeción podría docum entarse con textos paulinos. Se­ es por naturaleza más que naturaleza: «El hom bre es infinita­
gún Rom 8,15, el Espíritu nos hace exclam ar «¡Abba, Padre!». mente superior al hom bre» (Pascal). Por eso no hay por qué
Pero somos nosotros quienes exclamamos. Según G ál 4,6, es él extrañarse de las coincidencias entre la acción de Dios en no­
quien profiere esa exclamación en nosotros. ¿Es él o somos no­ sotros y nuestras aspiraciones y estructuras espirituales. Tales
sotros? Sin du d a somos nosotros, pero se lo atribuim os a él. En coincidencias pueden llegar m uy lejos. M ás adelante hablarem os
las reuniones de oración de la renovación carism ática se dan de las imágenes de la Santísim a T rinidad. Pero citemos aquí un
casos de personas que hablan, oran o cantan en lenguas. Estos ejemplo concreto: las virtudes «teologales», la fe, la esperanza y
fenómenos se atribuyen a una efusión o irrupción del Espíritu. la caridad. «Nosotros no las recibimos de fuera como algo he­
Pero cuando se estudia el caso con más rigor, se advierte que terogéneo con respecto a lo que somos, como algo que el Espíritu
intervienen tam bién el aprendizaje y la imitación. Ciertas formas crea de la nada. No se nos injertan unas virtudes surgidas in­
de conducta desencadenan otras 7. Esto pertenece al dom inio de dependientem ente de nosotros. No. T oda persona de constitu­
la psicología y tiene una explicación psicológica. ción norm al posee una cierta capacidad de confiar — de lo con­
Nosotros aceptam os el problem a. En los casos en que los he­ trario sería imposible la vida— . En el hom bre hay tam bién una

7 La docum entación más com pleta se en cu en tra en M cD onnell. Ni él ni 8 Las lenguas constituyen un indicio de esta infinitud potencial. C ad a len­
yo creemos que la glosolalia p u ed a explicarse ú nicam ente p or aprendizaje e gua ofrece infinitas posibilidades de com binación. Y hay alrededor de seis mil
im itación. lenguas o dialectos en el m undo.

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ESPIRITU Y ESPIRITU SANTO H ISTORIA DEL MUNDO E HISTORIA DE LA SALVACION

cierta tensión hacia el futuro, una expectativa, una esperanza. brenatural, y se reduce a este m undo, a sus fuerzas y causalidades
Y hay en él una cierta sim patía, un sentido de solidaridad con lo que por ignorancia se atribuía a supuestas realidades trascen­
los otros» (Emery 38s). dentes. El Espíritu está en el m undo, el Espíritu está en todas
Con los conceptos y los instrum entos de la antropología tras­ partes. Y si hay una dinám ica es la de la historia.
cendental de K. R ahner se podría tra ta r detalladam ente esta Hegel (1770-1831) intentó rechazar la Ilustración. Quiso res­
cuestión. En nosotros hay algo que hace posible lo que afirmamos tablecer la arm onía, incluso la unidad, entre la razón y la
sobre el don y la acción del Espíritu. Como eso actúa en nosotros, religión 9. En el fondo, la religión diría de forma simbólica y
cabe referirlo tanto a nosotros como a él. Pablo afirm a que el poética lo mismo que la filosofía dice m ediante conceptos. Se
Espíritu ha sido enviado «a nuestro corazón», es decir, a lo más trataría de una filosofía del espíritu y de su dialéctica. El espíritu
profundo de nuestra persona. existe en sí mismo; luego se exterioriza y sale de sí; pero en una
Por eso puede ocurrir que uno atribuya al Espíritu Santo cosas tercera etapa vuelve nuevam ente a sí mismo. La segunda fase es
que proceden sólo de nosotros. Así pueden justificarse fácilmente la de la creación, la encarnación y la m uerte de Dios en Jesu ­
iniciativas problemáticas e incluso verdaderas desviaciones. Siem­ cristo. Pero esta m uerte, a la que sigue la resurrección, es una
pre fue necesario hacer un discernimiento (cf. Therrien; Con- muerte de la m uerte, una negación de la negación, la apertura
gar 1982, 290-292; Switek; Rulla). Pablo lo exige enfáticamente a la positividad. Ésta será la tercera fase: el Espíritu universaliza
(1 Tes 5,19-22; 1 Cor 12,10; 14,1-33). Prescindiendo de un ca- el hecho singular de Cristo; es Dios en la com unidad y es el
risma que correspondería a una capacidad intuitiva para juzgar retorno al Espíritu absoluto. Así, la historia del m undo es la his­
inm ediatam ente, el discernimiento se sirve de criterios que son toria de Dios. Y esta historia es trinitaria: según Hegel, se de­
reglas de objetividad: relación con Jesucristo; búsqueda de normas sarrolla en el reino del Padre, en el reino del Hijo y en el reino
en la Sagrada Escritura (que es muy eficaz y ayuda mucho a del Espíritu Santo. Esta concepción se apoya en el pensam iento
m adurar); guiarse por los planes de Dios; que cuando se necesita de Jo aquín de Fiore, cuya dinám ica atraviesa todas las épocas y
una cierta casuística, se tomen por criterio, como Pablo, las exi­ sigue influyendo en nuestros días. Jo aq u ín había historizado la
gencias del amor, lo que «edifica» (cf. Congar 1958); soportar las escatología e incluso la T rinidad. Hegel escribe: «La Edad M edia
pruebas, ese fuego que acrisola las obras de cada cual y muestra fue el reino del Hijo. En el Hijo, Dios no es aún perfecto; com ien­
su bondad (1 Cor 3,13); conversión paciente de nuestra subjeti­ za a serlo en el Espíritu, pues como Hijo se ha puesto fuera de
vidad, para que «se configure y se oriente cada vez más de sí y, por tanto, existe un ser-otro que debe ser superado en el Es­
acuerdo con la forma en que Jesús vivió el evangelio» (Emery 37; píritu, en el retorno de Dios a sí mismo. Del mismo modo que la
cf. 53,132); por último, la rectitud de vida: el am or es el que juzga relación del Hijo tiene un factor exterior, así en la Edad M edia
sobre los verdaderos milagros (Pascal) (-+ antropología y teolo­ rigió la exterioridad. Pero con la Reform a comienza el reino del
gía; fenómenos naturales y milagros; ideología y religión). Espíritu, donde se reconoce realm ente a Dios como espíritu l0.

9 Cf. K ern 1979. Sobre J o a q u ín de Fiore y sobre los avatares de sus ideas,
5. Historia del mundo e historia de la salvación
C ongar 1982 (bibliografía); de L ubac 1979, 1981.
Vorlesungen über die Philosophie der Weltgeschichte (obra p u b licada en 1837,
La Ilustración es una historia que, bajo formas relativam ente tras la m uerte del a u to r), en la ed. de G. Lasson, vol. IV , Die germanische Welt
nuevas, sigue siendo nuestra historia. Se quería protestar contra (Leipzig 1920) 881. Según Hegel, la R eform a, por su devaluación de las buenas
la alienación consistente en atribuir a causas trascendentes no obras y p o r su m enosprecio del m undo, se cerró en u n a interioridad abstracta
Y no instauró la sociedad reconciliada por la unión de lo universal y lo singular,
verificables e inventadas por las religiones lo inherente a la na­ . 1° interior y lo exterior, com o h u b iera correspondido a la vocación del cris­
turaleza y a la razón. Es decir: se rechaza lo milagroso, lo so­ tianismo. Esta misión in cum plida la asum e luego el Estado.
96 97
ESPIRITU Y ESPÍRITU SANTO H ISTORIA DEL MUNDO E HISTORIA DE LA SALVACIÓN

N uestra época es trib u taria de Jo a q u ín y Hegel. En ese le­ naturaleza en la obra creadora. Esta últim a era adjudicada al
gado ha encontrado los m ateriales p ara elaborar una teología de padre y atribuida a la sustancia del Dios vivo. Como es natural,
la historia: Dios está im plicado en la historia; el Espíritu está hay que evitar identificar al Espíritu Santo con la m era respi­
presente en todas partes e interviene en todo. Esta historia es una ración o vivificación de la naturaleza, riesgo que se corre cuando
historia de búsqueda de la libertad, una historia de la liberación se enlazan textos del A ntiguo Testam ento en que aparece el tér­
del hom bre. Siguiendo a Hegel se ha visto ahí una historia de mino ruach = soplo, espíritu ", o cuando se considera al Espíritu
Dios, concretam ente del Dios uno y trino (cf. K ern 1979, 78s; Santo como vivificador del m undo y de su evolución l2. Pero el
cf. M oltm ann). K. R ahner (1958 [2]) ha subrayado el hecho Espíritu-Paráclito de la revelación cristiana no es el pneuma de
innegable de que, en Jesucristo, Dios es sujeto de una historia. los estoicos. H ay que distinguir entre la acción del Espíritu — que
Dios, de suyo inm utable e impasible, se somete al sufrimiento y naturálm ente supone su presencia, pero sólo una presencia como
al cam bio en Jesús, en el cual se expresa. R ahner ha desarrollado causa— y el don, la inhabitación del Espíritu como comunicación
lo que él considera como un axiom a fundam ental, sobre el que graciosa que nos capacita p ara vivir con Dios en com unión e
volveremos más adelante: que la T rinidad «económica», que se intim idad familiar.
revela y com unica en la historia de la salvación, es la T rinidad U na vez dicho esto, hay que hablar de una presencia cósmica
inm anente, eterna, «y al contrario». En este sentido, la historia del Espíritu y de su función en el movim iento del m undo y en
de la salvación es historia de Dios. su desarrollo. El judaism o helenístico y los Padres de la Iglesia
Aquí no podemos exponer la teología de la m utabilidad anteriores a san Basilio vieron en el texto de Gn 1,2 una función
de Dios y del sufrimiento en Dios. Lo han hecho los católicos cósmica del Espíritu, que se cernía sobre las aguas (cf. Kretsch-
H. M ühlen, H. K üng y F. Varillon, y los protestantes W. Elert, m ar 27-36; A rm strong). «El Espíritu del Señor llena el orbe de
E. Jüngel y J . M oltm ann. Pero ellos se centran en la cristología: la tierra y él, que da consistencia al universo, no ignora ningún
la historia de Dios en el m undo es, ante todo, la historia de Cristo sonido» (Sab 1,7). «Porque tu Espíritu incorruptible está en
y, en Cristo, la historia del sufrimiento. Jam ás hablan, por ejem­ todo» (12,1). Si nos hallamos ante un eco de ciertas ideas estoi­
plo, de su transfiguración... Q ue la T rinidad económica es la cas, tal eco está enteram ente teologizado. Se tra ta del soplo de
T rinidad inm anente y la revela se deduce de la teología patrística Yahvé. H ay precedentes del uso de este pensamiento: el soplo de
y escolástica de las «misiones divinas». Porque estas misiones — la Dios se extiende no sólo al hom bre (Gn 2,7; 6,3; Jo b 21,3; 33,4;
del Hijo en la encarnación, la del Espíritu en su efusión el día Ez 37; Ecl 12,7), sino a todos los vivientes (Sal 104,28-30; Jo b
de Pentecostés— no son sino las procesiones intradivinas en tanto 33,14-15). Además, el «soplo de Dios» es un soplo creador (Jdt
que term inan en un efecto creado: la asunción de una naturaleza 16,27; Sal 37,6; 104,30). Al igual que la sabiduría y el logos, el
hum ana en la unión hipostática, la santificación de los discípulos. espíritu de Dios actúa en todas partes. «En realidad — dice Ba­
Pero el «y al contrario» sólo puede m antenerse m ostrando la silio— , la creación no posee ningún don que no proceda del Es-
distancia (imposible de explicar aquí) que m edia entre lo que
Dios es en sí y para sí y lo que nos com unica sobre sí mismo en
la economía y entre los modos de esta comunicación (Congar 11 A mi juicio, tal es el caso de E. Schweizer 1978; cf. K ern 1979, 66-68.
1982, 17ss). Esta vez pensam os en P an n en b erg 1975, 31-56; cf. K ern 1979, 68-69.
En lo que se refiere a la idea de la presencia del Espíritu en Cf. Isaacs; cf. tam bién E m ery 104: «El testim onio que estos cristianos
todas partes, la acepto gustosamente. Es cierto que la tradición dan de Dios será de g ran im p ortancia a los ojos de las personas religiosas que,
no sin alg u n a razón, conciben a Dios com o la energía espiritual del universo.
católica ha contem plado principalm ente al Espíritu en su acti­ A tales personas se les podría decir: efectivam ente, Dios es esa energía, pero
vidad de santificar, vivificar e inspirar a las personas individuales ae un m odo espiritual, es decir, trascendente, personal, como un a voluntad
y a la Iglesia y no lo ha considerado tanto como hacedor de la amorosa, com o u n a aspiración a la com unión».

98 99
ESPÍRITU Y ESPIRITU sa n to HISTORIA d e l m u n d o e h i s t o r i a d e l a s a l v a c ió n

píritu Santo» l3. U n texto paulino que renueva constantem ente dencia; cristianismo y religiones del mundo; emancipación y li­
nuestra esperanza m uestra al m undo en trance de alum brar bertad cristiana; evolución y creación; historia del m undo e his­
su transfiguración escatológica; los creyentes, que poseen el Espí­ toria de la salvación; Ilustración y revelación; reconciliación y
ritu como prim icia, participan en el m undo de esta aspiración redención; tolerancia y pretensión de validez universal; trascen­
a la vida, la libertad y la gloria de los hijos de Dios (Rom 8, dencia y Dios de la fe; utopía y esperanza).
18-25).
Esta acción del Espíritu se extiende obviam ente a las obras
del espíritu hum ano — búsqueda de la verdad, derecho, creación
literaria, cultura...— y a las religiones. En la Edad M edia era
frecuente citar la frase del Ambrosiaster: Omne verum, a quocumque
dicitur, a Spiritu Sancto est (cualquier verdad, la diga quien la diga,
procede del Espíritu Santo) 14. En el caso de las religiones, no se
puede im p u tar al Espíritu Santo lo que hay en ellas de error, de
inducción a la idolatría o sim plem ente al sincretismo. Pero po­
demos y debemos reconocer que el Espíritu Santo no actúa sólo
en la oración de los fieles de estas religiones, sino tam bién en su
mensaje, por m uy deform ado o am biguo que pueda ser. Es cierto
que los cristianos las han com batido, no sólo confesando su fe
— cuando fue preciso hasta la m uerte— , sino tam bién recha­
zando los cultos falsos y ambiguos y destruyendo los ídolos. En
el pasado, los seguidores de los distintos credos establecían con
todo rigor las líneas divisorias, luchaban encarnizadam ente unos
contra otros y cada cual tra tab a de atra er al otro a su campo.
Así ocurría claram ente todavía en el siglo X V I. Se procedía así
por am or a la verdad; pero se tenía la idea de que la verdad era
un monolito, y cada cual creía que se encontraba exclusivamente
en su cam po. Hoy sabemos que la verdad está fragm entada y se
halla tam bién entre los otros. Por eso, el mismo am or a la verdad,
pero entendido de distinta forma, nos lleva a preconizar el ecu-
menismo, la libertad religiosa, el respeto a las otras religiones.
La Iglesia misionera quiere ir al encuentro de tales religiones en
actitud de comprensión y de crítica. T al es la posición del Concilio
V aticano II (cf. Lumen gentium 17; A d gentes 9). En otro lugar he
analizado si y cómo las religiones pueden ser medios de salvación
(Congar 1972; 1973). Esto no afecta directam ente a nuestro tema,
pero determ ina la respuesta a él (-* causalidad - azar - provi­

13 Tratado sobre el Espíritu Santo (el añ o 375) X IX ,49.


14 PL 17,245, cf. O hm .

100 101
EL ANHELO DE INTERIORIDAD

por qué han seguido la estrella. El prim ero dice: «Yo quiero
IV . E l E spíritu como principio vital presente
averiguar cómo se puede ser veraz hoy; por eso sigo la estrella».
en nosotros y en la Iglesia El segundo dice: «Yo quiero averiguar cómo se puede estar vivo
hoy; por eso sigo la estrella». El tercero: «Yo quiero averiguar
cómo se puede am ar hoy; por eso sigo la estrella». Y luego los
tres: «Queremos averiguar cómo se puede ser hom bre hoy; por
Prim ero hemos exam inado la ingenua, pero constante, afirm a­ eso seguimos la estrella». H. K üng coincide con estos magos
ción de que el Espíritu de Dios actúa en nosotros y en el m undo; cuando titula así la últim a parte de su Ser cristiano: «Ser cristiano
luego hemos abordado los principales problem as que esta afir­ como ser radicalm ente hom bre». Alguien ha dicho que se trata
m ación suscita. Es un paso que los creyentes conocen muy bien: de una arm onización dem asiado optim ista que no tiene suficien­
tras un m om ento de posesión pacífica de la fe, surgen problemas. temente en cuenta ciertas exigencias más dram áticas, una cierta
La fe implica, si no la duda, sí un perm anente interrogar que profundidad espiritual y el aspecto de la cruz (Lehm ann, en Kas-
Tom ás de Aquino llam a cogitatio. Sólo con esta condición se llega per 1979, 189s). Pero la tesis fundam ental es verdadera: el ser-
a lo que Paul Ricoeur ha definido como «segunda ingenuidad»: cristiano, cuyo principio en nosotros es el Espíritu Santo, realiza
el estado de una fe m adura, ilustrada. Aquí querem os llegar a de modo radical nuestra búsqueda de un ser-hom bre pleno.
ese estado con respecto al Espíritu Santo. Para ello exam inare­ A trapado en el m undo del asfalto, de la técnica, de la vida
mos su acción en nosotros, en la com unidad y en la Iglesia y pre-program ada y de la com petencia im placable, el hom bre de
luego expondrem os sencillamente lo que dice sobre él la teología hoy siente la necesidad de poseer un «dentro», un santuario per­
o ciencia de la p alab ra de Dios y de la fe. sonal y, a la vez, una com unión con otras personas. Pero un
«dentro» — la expresión fue acuñada por T eilhard de C hardin—
que no aísle. T eilhard pretendía m ostrar que la evolución del
1. E l anhelo de interioridad mundo, que se prolonga en la historia de la hum anidad, se pro­
duce sim ultáneam ente en dirección hacia una mayor personali­
El hom bre de hoy está especialmente necesitado del Espíritu zación y hacia una m ayor socialización, es decir, hacia la co­
Santo y lo anhela. La abundancia de publicaciones sobre el tema m unidad y la comunión. Ahora bien, el misterio de una verdadera
constituye una expresión literaria de tal necesidad y anhelo. En relación con los otros consiste en saber que tam bién ellos son su­
el plano de la reflexión científica sobre la fe se ha superado lo jetos, personas, centros de sentimientos y proyectos. Nosotros no
que H eribert M ühlen llam a im agen p retrinitaria de Dios o mo­ somos los únicos que constituimos un centro semejante. Si alguien
noteísmo pretrinitario. Las publicaciones teológicas y los libros se considerara y se com portara como el único centro de esta na­
de espiritualidad y de m editación, la liturgia, la poesía religiosa turaleza, trataría a los demás como objetos de sus propios deseos
e incluso la música son hoy trinitarios. O liver M essiaen ha puesto y empresas. Pero tam bién ellos son personas (Künkel).
música al escrito De trinitate de santo Tom ás... Al menos en F ran­ El Espíritu Santo es la presencia activa del Absoluto en no­
cia, este movim iento se beneficia de la presencia y la irradiación sotros que profundiza nuestro interior dándole vida y calor, y
de la ortodoxia oriental, de su espiritualidad trinitaria y de su nos pone al mismo tiempo en com unión con otros. El Espíritu
pneum atología viva. exige la communio y la facilita.
No es casual que este anhelo de la T rinidad y del Espíritu Tengo un amigo que, cuando estudiaba en la universidad y
Santo aparezca en la misma época que la angustiosa búsqueda no estaba aún bautizado ni había recibido formación religiosa,
de identidad por parte del hom bre. A. T. Robinson cita un ora­ trabó am istad con una joven que era tam bién universitaria. Le
torio de N avidad de W. H. Auden donde los tres magos explican pidió relaciones íntim as, y ella rehusó diciendo que era cristiana.

102
103
ESPIRITU Y ESPIRITU SANTO EL GESTO DE LA ORACIÓN

«Entonces descubrí — me dijo más tarde el joven— que en ella tado estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los
m oraba alguien». Efectivam ente, en nosotros m ora alguien. Ya pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien” » (Le 10,21). La
lo dijeron Jesús (Jn 14,16.23) y Pablo (1 Cor 3,16; 6,19; Rom exclamación «Abba, Padre querido», con su acento de cariño y
8,9.11; cf. tam bién 1 J n 4 ,12s. 16). Los teólogos lo explican. Los fam iliaridad, es propia de Jesús, como ha dem ostrado Joachim
creyentes lo viven. Es conocida la confesión de Agustín en su Jerem ías. Es significativo que Pablo, que no ha conocido a Jesús
alabanza al Dios de la gracia: «Tú estabas dentro y yo estaba «según la carne» y escribe en griego, adopte la expresión aram ea
fuera». ¡Cuántas personas se hallan fuera de su m orada interior! em pleada por Jesús, que la com unidad cristiana ha repetido sin
Viven en el torbellino de las cosas, en la actualidad superficial duda a ejemplo de Jesús y transm itido a Pablo. A hora bien, se­
de los acontecim ientos diarios y del ajetreo cotidiano. Y, sin em­ gún Pablo, es el Espíritu Santo el que nos hace pronunciar dicha
bargo, hay en nosotros una dimensión de eternidad, de relación invocación e incluso la pronuncia en nosotros (cf. Rom 8,15; Gál
con lo trascendente. Quienes la conocen por experiencia no pue­ 4,6). El mismo Espíritu por medio del cual oraba Jesús suscita
den d u d a r de ella, pero se sienten incapaces de m ostrarla a los en nosotros la oración. Él es tam bién el que nos hace reconocer
que carecen de sensiblidad para esa dimensión (-♦ antropología a Jesús como Señor (1 Cor 12,3). Aquí se desarrolla una especie
y teología; tiempo y eternidad). de concierto trinitario. De hecho, según los testimonios más an ti­
guos, ya los cristianos dab an gracias a Dios Padre por m edio del
Hijo/Cristo en el Espíritu. U saban en este sentido el siguiente
2. E l gesto de la oración texto paulino: «U n Dios y Padre de todos, que está por encim a
de todo, en medio de todo y en todo» (Ef 4,16) 15. Éste sigue
Esta dimensión se actualiza en la oración, en ese espléndido gesto siendo el sentido profundo de la liturgia (cf. V agaggini 139-151).
que es específico del hom bre y lo cualifica como hom bre. No­ Todas nuestras plegarias eucarísticas concluyen con esta doxo-
sotros podemos realizar la relación yo-tú no sólo horizontal­ logía: por Cristo, a ti Dios Padre, en la unidad del Espíritu Santo,
mente, con un interlocutor hum ano, sino tam bién verticalm ente, todo honor y toda gloria. El Padre es la m eta, así como el origen
con el interlocutor que está infinitam ente por encim a de nosotros absoluto; Cristo, el Hijo, es nuestro sacerdote y m ediador; el Es­
y, sin em bargo, nos es más íntim o que nuestro yo más profundo. píritu nos hace templos de este culto espiritual. Como hemos
Tenemos tan ta necesidad de recurrir a él que tam bién aquí ca­ visto, esto lleva a una presencia tal que la exclamación «Abba,
bría decir que se tra ta sim plem ente de una proyección de nuestro Padre» puede atribuirse tanto al Espíritu como a nosotros. Por­
anhelo. Tenemos necesidad de un apoyo, de una ayuda. H ay que esta exclamación se forma en el «corazón» (—» acción y con­
personas que lo buscan en el alcohol, en la droga, en un gurú... templación; ateísmo y ocultam iento de Dios; trascendencia y
¿Será Dios una droga noble? Si existe — se puede dem ostrar que Dios de la fe).
es razonable creer en él— , será algo com pletam ente «distinto».
Pero, una vez más, lo religioso e incluso lo sobrenatural respon­ 15 Así Ireneo (entre 180 y 200), Adv. haer. V ,18 (PG 7,1173; H arvey II,
den a una estructura de nuestra existencia, cosa que es absolu­ 374); en Demostración de la predicac. apostl. 1,5 (Patr. Or. X I I ,759) se lee: «Sobre
esto dice certeram en te Pablo: “ U n solo Dios, que está sobre todos com o P adre
tam ente norm al. Ésta es la solución real y concreta de un arduo y que está con todos y en todos nosotros” . P orque está sobre todos com o Padre;
problem a filosófico: ¿cómo es posible que algo sobrenatural pueda está con todos com o P alab ra, ya que por la P a lab ra entró todo en el devenir
ser una respuesta a una llam ada de la naturaleza? desde el Padre; pero está en todos nosotros com o E spíritu, el cual clam a ” A bba,
El Espíritu asegura el carácter plenam ente cristiano de nues­ P adre” y configura al hom bre com o im agen de Dios». H ipólito, a principios
tra oración. Nos perm ite continuar la oración de Jesús. De ella del siglo iii, Contra las herejías, ed. crítica de fragm entos por P. N au tin (París
1949) 254-256. Cf. G. K retschm ar: «El E spíritu S anto aparece en esta doxo-
se nos dice: «Lleno del Espíritu Santo, Jesús exclamó con gozo: logía com o el don de la gracia que nos cap acita y nos faculta a nosotros, a la
“ T e alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocul­ Iglesia, p a ra conocer y ensalzar a Dios» (en K asper 1979, 123).

104 105
PRINCIPIO DE UNA LIBERTAD NO MERAMENTE INTERNA

3. Principio de libertad recta. Pero es tam bién el hom bre y la m ujer cuya vida está con­
dicionada por la inserción en la sociedad, en cuanto que form an
Interioridad significa libertad. Jesús y Pablo asocian estas rea­ parte de un grupo y, quizá, de la sociedad entera. Por eso, am ar
lidades: Espíritu, filiación, libertad. «Los hijos son libres», dice a este prójimo, cum plir con respecto a él lo que la ley exige,
Jesús (M t 17,25s). «Si os libera el Hijo, seréis realm ente libres» puede consistir en una acción en el plano de las estructuras y de
(Jn 8,36). Y Pablo dice: «Donde está el Espíritu del Señor, hay las condiciones sociales de la existencia. Pío X I habló de una
libertad» (2 Cor 3,17b). Si el Espíritu es el don escatológico, «caridad política». Tam bién en este plano de las estructuras y
como veremos, y si la historia cam ina hacia la libertad, como de las condiciones sociales de la vida hay «carne» en el sentido
intenta dem ostrar Hegel, nada más norm al que esta asociación. paulino del térm ino. Los últimos sínodos y papas han procla­
Veamos sus aplicaciones y prolongaciones. m ado que la liberación es parte integrante de la evangelización
Pablo habló de libertad frente a la ley en virtud de la fe en (-> determ inación y libertad; em ancipación y libertad cristiana;
Cristo; pero los com entarios de los autores antiguos (Agustín, ley y gracia; religión y política; solidaridad y am or).
Tom ás de Aquino) y de los exegetas m odernos (H. Schlier,
S. Lyonnet) m uestran que se tra ta de la libertad frente a la ley
en tanto que obligación que se im pone desde fuera (cf. Congar 4. Principio de una libertad no meramente
1982, 258-265; L yonnet/de la Potterie). No es que uno pueda interna y espiritual
hacer lo que quiera por estar «por encim a del bien y del mal»;
no se trata de quietismo, sino de un movim iento que procede del Tam bién en otro aspecto va más allá de la esfera puram ente
Espíritu libre. El Espíritu no libera del contenido de la ley, del espiritual y privada de la vida interna y personal la libertad que
bien; pero sí libera de la coacción de las obligaciones, porque nos proporciona el Espíritu. Ante todo, porque afecta tam bién
m ediante la gracia y el am or transform a en algo interior lo que a nuestro cuerpo, y no sólo por la espiritualización del rostro,
las obligaciones exigen. Así, lo exigido por las obligaciones pro­ que a veces es patente y bella. T am poco hay que pensar en he­
cede de mí, es un m ovim iento espontáneo mío. chos prodigiosos como los que se registran en la vida de algunos
Esta situación del cristiano se encuentra bajo el signo del «ya» santos, en los que se m anifiestan rasgos que tienen algo de la
y del «todavía no». En lenguaje paulino, es la lucha entre el transfiguración de Jesús o de las propiedades de su cuerpo
Espíritu de Dios y la «carne». Etim ológicam ente, «ascesis» sig­ resucitado ’6. Aquí, como en los verdaderos milagros, irrum pen
nifica ejercitarse en algo; es una lucha. Todos los autores espi­ el reino de Dios y la escatología. Porque nosotros anhelam os lo
rituales de O riente y O ccidente han hablado de la vida espiri­ que Pablo llam a la «redención de nuestro cuerpo» (Rom 8,
tual como de una lucha que d u ra toda la vida. El cura de Ars 21-23; cf. E f 4,30). En la tierra m antenem os en la existencia la
decía: nuestros apetitos m ueren un cuarto de hora después que vida de nuestro espíritu m ediante el cuerpo. Y conservamos
nosotros. la vida de nuestro cuerpo absorbiendo lo que nos rodea, sacri­
Ciertos libros espirituales y (con toda la seriedad que lo ca­ ficando anim ales y plantas — que tam bién poseen su vida— para
racteriza) el jansenism o han desarrollado este gran tem a de la nutrirnos. Y, sin em bargo, la vida del espíritu tendría que irra-
lucha para llegar a la libertad en un m arco individualista. Esto
es necesario, porque la conversión ha de hacerse personalmente;
pero no es suficiente. El contenido de la ley que el am or nos 16 Cf. El inform e de M otovilow sobre su conversación con el san Serafín de
Sarow (f 1834), en I. Smolitsch, Leben und Lehre der Starzen (V iena 1936) 240-
perm ite realizar (Rom 13,8-12) se refiere al prójimo. Se da, en 244. H ay tam b ién casos de ayuno total (M arth e R obin, f 1981), de trato
prim er lugar, la dimensión inm ediata: el prójimo es aquel con fam iliar con anim ales salvajes y de levitación. Cf. E. R odríguez, en Dict. de
quien nos encontram os y tenemos una relación personal y di­ Spiritualité, vol. IX (1976) 738-741.

106 107
ESPÍRITU Y ESPÍRITU SANTO PRINCIPIO DE UNA LIBERTAD NO MERAMENTE INTERNA

diar sobre el cuerpo. Ésta será la «situación» escatológica, mente de un diario com pletado por Tertuliano. Antes de que los
cuando los hijos del prim er A dán, que fue un «viviente terreno», testigos de Jesús entraran en el anfiteatro, se pretendió vestir a
se asemejen al eschatos Adam, que es «espíritu vivificante» (1 Cor los hom bres de sacerdotes de Saturno y a las mujeres de sacer­
15,44-49): «se siem bra un cuerpo terreno, y resucita un cuerpo dotisas de Ceres. Ellos se resistieron y dijeron al tribuno: «No­
supraterreno...»). Ésta es la utopía cristiana. T al utopía va m u­ sotros hemos venido aquí voluntariam ente p ara que no se nos
cho más lejos aún, cosa que es norm al, ya que, por nuestro quite nuestra libertad; por eso hemos entregado nuestra vida...
cuerpo, somos un fragm ento decisivo — aunque mínimo en Ese pacto hemos hecho con vosotros» 19. La Iglesia siempre ha
masa— del m undo, pues su evolución culm ina en nosotros y, por engendrado m ártires, pero nuestra época es especialmente rica
tanto, está englobada en nuestro destino 17. Nosotros esperamos en cristianos perseguidos y b árbaram ente encarcelados por re­
«un cielo nuevo y una tierra nueva». Según Pablo (Rom 8,19s), gímenes ateos, en personas que dan testimonio de las difíciles
la creación espera «la manifestación de los hijos de Dios», es decir, exigencias del evangelio en lo concerniente a los derechos del
su transfiguración en gloria y libertad, una liberación. Esta uto­ hom bre y de los pobres.
pía cristiana no es absurda; pero, para poder ser aceptada, pre­ Pablo habla de las dynameis, de los poderes, para decir que
supone la fe, una fe razonable en el hecho de la creación. Es Cristo los ha vencido y triunfará plenam ente sobre ellos al
significativo que la liturgia nos m ande com enzar la cuaresm a, es final 20, un nuevo caso de «ya» y «todavía no». Refiriéndose a
decir, la preparación p ara la Pascua, con la lectura del libro del ellos, afirma: «Nosotros no lucham os contra hom bres de carne
Génesis y que esta lectura se reanude la noche de la Pascua. Si y hueso, sino contra los príncipes y las potestades, contra los
se tiene conciencia de que el m undo es creado y depende radi­ dom inadores de este m undo tenebroso, contra los malos espíritus
calm ente de aquel que es por sí mismo, no es difícil aceptar que de la región celeste» (Ef 6,12). Si traducim os esto a términos
constituye una especie de bosquejo provisional y que su C reador concretos p ara nosotros, h ab rá que pensar en ciertas fuerzas su­
consum ará su obra. periores que son, a la vez o alternativam ente, personales y co­
Pero volvamos a nuestra situación actual. El Espíritu, cuando lectivas, y que están presentes en las grandes corrientes del
inhabita en un alm a, le confiere la fuerza p ara ser libre. Hipólito m undo y de la historia.
(comienzos del siglo III) observa que los Apóstoles negaron al Estas fuerzas tra tan de a p a rta r a la creación y a los hom bres
Señor antes de Pentecostés, pero luego predicaron y dieron tes­ del fin a que los ha destinado Dios; los impelen a buscarse úni­
tim onio con la fortaleza inquebrantable que la Biblia llam a camente a sí mismos ( quaerere quae sua sunt) y a actuar por cuenta
parrhesia 18. Como m uestran los Hechos de los Apóstoles, entre el propia. T ra ta n de d ar a las cosas y a la vida de los hom bres un
Espíritu y la irradiación del testimonio hay una relación pro­ fin y un sentido en el m arco exclusivo de los elementos del m undo
funda. Y tam bién entre el testimonio y la libertad cristiana. R e­ actual. ¿Es preciso indicar sus nombres? Son los ídolos de la
cuérdese el episodio del testimonio de las santas Perpetua y Fe­ «carne»: la pretensión, existente desde siempre, de una auto­
licidad, del que se conserva el relato original; se tra ta probable- nomía absoluta (cf. Gn 3,5) con sus teóricos; pero tam bién las
imágenes deformes de Dios. Son los falsos mesías, el poder po­
Concilio V aticano II, Lumen gentium 48,1. Sobre el sentido de la prom esa lítico (¡o clerical!) que pretende ocupar el lugar de Dios y que
de un nuevo cielo y u na nueva tierra, cf. Is 65,17; 66,22; 2 Pe 3,13; M t 19,28; en el Apocalipsis de J u a n recibe el nom bre de «bestia». Son nues­
H ch 3,21; A p 21,1. tros ídolos modernos: el dinero, la raza, la ciencia, el confort, el
H ipólito, loe. cit. 256 y 257: «Los judíos glorificaron al Padre; pero no le
dieron gracias, porque no reconocieron al Hijo. Los discípulos reconocieron al
H ijo, pero no en el E spíritu S anto y, por eso, lo negaron». Sobre la parrhesia, 19 Passio SS. Felicitatis et Perpetuae X V I I I ,3.
cf. Sehlier, T h W N T III,887s. La parrhesia está en conexión con el E spíritu San­ M Col 2,10 y 15; E f l,21s; 1 C or 15,24s; 1 Pe 3,22. Cf. Sehlier 1958. H ay
to: Flp l,19s; 2 C or 3,7s y 12s; H ech 4,8; cf. 4,31; 18,25s. tam bién «príncipes de este m undo» (Jn 12,31; 16,11).

108 109
ESPIRITU Y ESPIRITU SANTO IMPULSOR DE RENOVACIONES

sexo, la gnosis y las falsas místicas. Éstos son tam bién los adver­ lebraciones eucarísticas. Esta propiedad del Espíritu está ínti­
sarios del hom bre espiritual, que debe dejarse guiar por el m am ente relacionada con su naturaleza profunda, con lo que él
Espíritu (Gál 5,16). «Si el Espíritu es nuestra vida, entonces es en el misterio de Dios, con el hecho de que él, uno y el mismo,
obremos conforme al Espíritu» (5,25). ¡Todo un program a! está en todos — prim ero en Jesús y luego en nosotros para
(-*• cuerpo y alm a; m uerte y resurrección; reconciliación y re­ vivificarlos 22. ¿No somos miembros de Cristo, cuerpo suyo, por
dención). la identidad del Espíritu? (cf. 1 C or 12,12-13; E f 4,4). Consi­
guientem ente, el Espíritu es al mismo tiempo principio de una
enorm e diversidad y principio de unidad, pues distribuye dife­
5. Impulsor de renovaciones y reformas rentes carismas, pero «para utilidad de los demás» (1 C or 12,7).
De hecho, «comunión» significa unidad sin uniform idad, ar­
No se puede excluir que el Espíritu, que quiere traer la libertad, m onía o sinfonía de diferentes voces. No hay nada más sublime
actúe en ciertos movimientos concretos que protestan contra la y más concreto al mismo tiempo. Nosotros lo vivimos. La Iglesia
vigencia — quizá dentro de la propia Iglesia— de formas de­ de hoy realiza de modo sorprendente el texto de 1 C or 12. H abría
m asiado rígidas y convertidas en normas, pues tales formas pue­ que reproducirlo aquí. En todo caso, es preciso leerlo.
den ser perjudiciales e im pedir el avance del evangelio. Eviden­ El Espíritu Santo «interioriza» y personaliza los bienes de la
tem ente, sería erróneo pretender que todo llam am iento a una vida eterna que nos han sido otorgados en Cristo; al mismo
conducta inconformista está inspirado por el Espíritu; pero tam ­ tiempo, los «universaliza» comunicándolos a un gran núm ero de
poco es lícito excluir de antem ano que el Espíritu actúe en los personas. Así hace a los creyentes miembros de un todo y, al
movimientos de protesta y de reforma. K arl August Fink (1 9 8 1 , mismo tiempo, sujetos personales de sus actividades. Es insepa­
115) cita aprobatoriam ente dos estudios de G. Cracco (1971 [1], rable del Logos (la im agen de las «dos manos» utilizada por Ire-
[2]), el cual sostiene que las manifestaciones de protesta del si­ neo). El Logos es la forma, la determ inación. El Espíritu, la di­
glo XI — aisladas, pero m uy homogéneas— contra el aparato nám ica de tal forma.
clerical están anim adas por carismas 21. Éste es el gran problem a La Iglesia católica cree que la plenitud de los dones del Es­
de la reforma, de las innovaciones, de la aparición de lo nuevo píritu se encuentra allí donde está presente la plenitud de las
en la Iglesia (cf. C ongar 1960; R ahner 1 9 5 8 ). T am bién esto determ inaciones del Logos. De acuerdo con las categorías clásicas
form a parte de ella. Es inherente a la libertad del Espíritu. En de la teología, la plenitud de la realidad ( res) espiritual se co­
cierto sentido, la Iglesia tiene que ser libre tam bién frente a sí rresponde con la plenitud del sacram ento Iglesia, totalidad or­
misma, frente a todo lo que en ella hay de inerte, frente al espíritu gánica de los medios de gracia. Pero entre estos dos planos de
del m undo que ha penetrado en ella, frente a la autojustificación, realidad no hay una correlación física y m ecánica. Por eso puede
frente al lastre de su pasado e incluso de su presente. El Espíritu haber personas con una vida espiritual de calidad muy elevada
que habita en ella suscita incesantem ente, desde la base hasta la pertenecientes a «Iglesias» que sólo pueden considerarse como
cúspide, iniciativas de reforma y de innovaciones creativas. Iglesias en m edida muy escasa. Pensemos, por ejemplo, en los
Si tales iniciativas proceden de él, no destruirán la unidad, cuáqueros: son personas profundam ente morales y religiosas y
sino que, por su propia naturaleza y raíz, serán principio de
com unión (Schnackenburg); recordemos 2 C or 13,13, texto que,
22 Sobre esta idea, cf. T om ás de A quino, I I I Sent., d. 13, q. 2, a. 1, ad 2;
como fórm ula de saludo, crea el m arco litúrgico de nuestras ce-
a. 2, q. 2; De vertíate, q. 29, a. 4; In loan, c. 1, lect. 9 y 10; S. th. II - I I , q. 183,
a. 3, ad 3; Pío X II, encíclica Mystxci corporis, n° 54, en AAS 35 (1943) 219;
Pero C racco entiende el carism a en un sentido m uy am plio: compromiso Concilio V atican o II, Lumen gentium 7, §7. Esto exige obviam ente u na «cristo-
personal por la propia salvación y por el progreso de la co m unidad cristiana. logia pneum atológica», p a ra la que hay algunos planteam ientos aprovechables.

110 111
ESPÍRITU Y ESPÍRITU SANTO

dan gran im portancia al Espíritu; pero apenas tienen «Iglesia» 6. Carismas e Iglesia de base
en cuanto totalidad orgánica de los medios de salvación.
El Concilio V aticano II puso las bases, aunque de un modo El Espíritu no es m onopolio de la jerarq u ía ni de algunos in-
incom pleto, de una eclesiología de com unión (cf. Acerbi; Congar conformistas. O torga sus carismas a todos los miembros vivos del
1982, 151-152; 167-176; Laminski; Congar 1981), del mismo cuerpo de Cristo. Por «carismas» no hay que entender necesa­
m odo que, de form a incom pleta pero real, asumió una pneu- riam ente dones extraordinarios, como los milagros, las curacio­
m atología. Al menos aplicó las dos al problem a ecuménico, que, nes y la glosolalia. Tales dones se dieron en otro tiem po y siguen
ju n to con el m undo, constituyó el horizonte de su trabajo. El dándose. En Pablo, de quien procede este térm ino, «carisma»
V aticano II no sólo reconoce que el Espíritu Santo actúa en este designa un don, un «talento» que se halla enm arcado en el plan
m undo 23, sino que, acerca de los otros cristianos, afirma: «A esto salvífico de Dios y afecta a dicho plan. Pablo enum era el m a­
se añade la com unión de oraciones y de otros bienes espirituales, trimonio entre los carismas y, en un solemne y conocido pasaje
e incluso una verdadera unión en el Espíritu Santo, que con sus (1 Cor 13), proclam a que el am or es el carism a supremo. C ada
dones y gracias actúa tam bién en ellos con su virtud santifica- cual posee sus dones, que debe poner al servicio de la construc­
dora» 24. Refiriéndose al ecumenismo, el Concilio usa la cate­ ción del cuerpo de Cristo.
goría «comunión imperfecta», que Pablo V I empleó tam bién en U no (o una) instruirá en la fe a un grupo de niños; otro (otra)
muchas ocasiones. Aquí aparece una vez más el «ya» y el «to­ organizará las celebraciones litúrgicas, eventualm ente en ausen­
davía no». Con ello tiene nuestro ecumenismo una base teológica cia del sacerdote; otro (otra) m antendrá vivo un círculo bíblico
seria, cuyas posibilidades distan de estar agotadas y cuyas con­ o un grupo ecuménico. O tros estudiarán, otros tendrán el don
secuencias no se han extraído aún en su totalidad. Las dos cosas de establecer contactos y relaciones. O tros — o los mismos— se
se conseguirán m ediante la vida y la praxis. En este plano se com prom eterán por la justicia y la paz, trab ajarán en la diaconía
constata a m enudo una coincidencia m uy sustancial. De ella po­ y en los servicios asistenciales de la Iglesia... La Iglesia no se
drían extraerse consecuencias en el terreno doctrinal. En lo con­ construye sólo desde arriba m ediante las acciones sagradas del
cerniente a la pneum atología, concretam ente, hay perspectivas ministerio jerárquico, aunque los ministros son necesarios y muy
de resultados prom etedores 25. T rab aja el propio Espíritu, y lo im portantes, ya que tienen que celebrar los sacram entos y ex­
hace mejor que nosotros (-> com unidad; Iglesia; tradición y pro­ ponen auténticam ente la doctrina de la fe. En ocasiones, esto ha
greso). ocupado todo el campo. En ciertas épocas se ha considerado
la Iglesia como una pirám ide; hay abundantes ejemplos al res­
pecto.
U na nueva concentración vertical en la acción del Cristo glo­
53 Él llena el universo: Gaudium et spes 11, §1; fresb. Ord. 22, §3. «El E spíritu rificado y del Espíritu Santo ha propiciado una descentralización
de Dios, que con adm irab le providencia dirige el curso de los tiem pos y renueva horizontal que afecta al cuerpo entero. Éste es el movim iento
la faz de la tierra, secunda esta evolución»: Gaudium et spes 26, §4. que se ha desarrollado en eclesiología du ran te los últimos cin­
24 Lumen gentium 15. C iertas consecuencias q u e con respecto a las otras cuenta años y en el V aticano II. En un m om ento en que todas
Iglesias ha extraído de este texto H . M ühlen van dem asiado lejos. Porque
lo que hay que p reg u n ta r es si se d an todos los frutos eclesiales del E spíritu las instituciones entran en crisis y se desplom an los gruesos muros
donde el sacram ento Iglesia es im perfecto. Cf. tam bién Unitatis redintegratio 3, de muchas estructuras, el Espíritu hace b ro tar de nuevo el evan­
§2 y 4; 4, §9. gelio en todas partes. Este proceso se desarrolla a través de las
23 U n ejem plo es el inform e final del tercer ciclo de coloquios de la comisión personas y, por tanto, tiene algo de precario, de frágil e incluso
católico-m etodista internacional. Este inform e se refiere a la pneum atología y
señala convergencias sustanciales (Servicio de Inform ación del Secretariado
de disperso. No obstante, como el mismo Espíritu habita en to­
R om ano p ara la U nid ad 46 [1981/11] 87-100). dos, en el propio Jesús y en nosotros, un director de orquesta

112 113
ESPIRITU Y ESPIRITU SANTO

oculto, pero soberano, arm oniza la diversidad en la unidad de


V. Teología de la tercera persona
una obra que es obra suya.
Esta visión debe ampliarse a la Iglesia entera. C ada persona
posee sus dones específicos. T am bién cada pueblo y su historia.
Esta diversidad sinfónica construye la Iglesia en las Iglesias locales
y particulares y partiendo de ellas, como dice el V aticano II. 1. Sobre la historia de una teología del Espíritu Santo
Del mismo modo que el Dios vivo, el Dios de la alianza, es
im pensable sin un pueblo y una Iglesia, así tam bién esa Iglesia Pasó m ucho tiem po antes de que se form ulara una teología del
de la sinfonía de diferentes dones, de la corresponsabilidad, del Espíritu Santo, de Cristo y de la T rinidad. No había ningún
intercam bio y la com unión es im pensable sin considerar a Dios modelo; el tem a estaba todavía abierto; pero en cierto sentido
en su Espíritu como aquel que establece relaciones, vincula y se hallaba ya saturado. En la A ntigüedad, la Stoa estaba tan
une. Pablo define al Espíritu como koinonia, com unicación, co­ difundida que im pregnaba las capas populares e incluso el
m unión (2 Cor 13,13) (-*• com unidad; pluralism o y verdad). m undo de los esclavos. Enseñaba que el m undo está vivificado
por un soplo divino, pero concebía ese soplo como un elemento
del propio m undo. Tendía, pues, a considerar el logos o la sa­
biduría de Dios y, después, su espíritu-soplo (pneuma) como un
instrum ento de la creación, como un simple eslabón entre Dios
y la naturaleza, inm anente a esta últim a. No es extraño que
algunos cristianos, al intentar expresar los hechos de la historia
de la salvación — la intervención y don del Espíritu, la encar­
nación del Logos en Cristo— , interpretaran que el Logos y el Es­
píritu son los primeros eslabones o eslabones intermedios de la
creación o, en el m ejor de los casos, simples plasmaciones del
Dios creador y providente. La historia de las doctrinas cristianas
designa estos intentos con nombres abstractos que expresan los
errores condenados como herejías, y con los nom bres concretos
de las personas que form ularon y defendieron tales doctrinas.
Entre ellas figuran, ya a finales del siglo I, el m onarquianism o
inspirado en el monoteísmo judío y propugnado por Cerinto; en
el siglo m , el adopcionismo, unido al nom bre de Pablo de Sa-
mosata: Cristo habría sido sólo un hom bre, y Dios lo habría
adoptado como Hijo en el bautism o... A mediados del siglo III,
Sabelio, condenado en Rom a, defendió el modalismo. Y poco
después de que C onstantino devolviera la paz a la Iglesia, Arrio,
presbítero de Alejandría, consideró al Hijo como un eslabón in­
termedio entre el Padre y la creación. C ontra él se alzó Atanasio,
que hubo de sufrir cinco veces el destierro por defender resuel­
tam ente la fe definida en el Concilio de Nicea, según la cual Jesús
es de la misma naturaleza que el Padre.

114 115
ESPIRITU Y ESPIRITU SANTO TRES QUE SON UNO

A mediados del siglo IV, el obispo M acedonio de Constan- que objetar, ni motivo para escandalizarse de que uno equivalga
tinopla y los denom inados «pneum atóm acos» (adversarios del a tres. N ingún m atem ático criticaría esto, pues las m atem áticas
Espíritu Santo) propusieron una idea análoga a la del arria- saben que la cantidad de lo infinito no puede aum entar. H ab lar
nismo. San Basilio libró contra ellos la misma batalla que Ata- de «tres personas» supone en Dios una distinción, pero no una
nasio había librado ya contra los arríanos e incluso contra quie­ cantidad. Los Padres de la Iglesia lo explicaron acertadam ente.
nes cuestionaban la divinidad del Espíritu. Si el Espíritu no es Y un m atem ático soviético (ucraniano) actual dice:
Dios, ¿cómo puede divinizarnos? Basilio redacta su tratad o sobre «Los sarcasmos de Tolstoi sobre la Santísim a T rinidad evi­
el Espíritu Santo en el año 375. En él se lee: debemos alabar dencian su racionalismo. El aldeano más atrasado sabía que uno
(orar) como creemos, y creer como fuimos bautizados. Para no no puede ser igual a tres; por consiguiente, el dogm a de la T ri­
herir a los pneum atóm acos y para facilitarles el retorno a la doc­ nidad sería absurdo y sólo serviría p ara entontecer a los creyen­
trina verdadera, Basilio no llam a «Dios» al Espíritu ni habla de tes. Yo, como m atem ático, sé m uy bien una cosa: el principio
su consustancialidad con el Padre y el Hijo. El Concilio de Cons- de que la parte es m enor que el todo sólo rige para cantidades
tantinopla (381) hace lo mismo. Se contenta con la afirmación finitas. En el caso de m agnitudes infinitas, este principio no tiene
(que seguimos recitando en el credo) «(creo) en el Espíritu Santo, validez alguna; aquí la parte puede ser igual al todo. Y por la
Señor y dador de vida, que procede del Padre y con el Padre y lectura de un historiador soviético del cristianismo me he ente­
el Hijo recibe una misma adoración y gloria y que habló por los rado de que el fundador de la teoría de los grandes números,
profetas». Esto equivale a afirm ar que es Dios. Pero notemos Cantor, comenzó su estudio reflexionando sobre el problem a de
un extrem o subrayado por diversos autores (cf., por ejemplo, la equivalencia entre una hipóstasis de Dios y tres hipóstasis...»
Schlink 265s): el pueblo de Dios piensa lo que vive; su doctrina (Plioutch 55).
se deduce de esta vida; al mismo tiempo, la vida es preservada Esta tri-unidad es p ara los cristianos una verdad fundam ental
y orientada por la doctrina. Como dice un texto atribuido al de su fe: la verdad de su bautism o «en el nom bre del Padre y
papa Celestino ( t 432), la regla del culto y de la oración es tam ­ del Hijo y del Espíritu Santo». Esta confesión triple y una cons­
bién la regla de fe (DS 246). Esto no term ina por coincidir con tituye, ju n to con la triple inmersión o aspersión con agua, un
la concepción m odernista de George Tyrrell, p a ra el cual el cris­ único bautism o, como los Tres son un solo Dios. La liturgia no
tianism o consistía sólo en la experiencia espiritual, y la teología celebra por separado las tres personas divinas. No hay una fiesta
era una superestructura. Tyrrel pasa por alto que en el origen del Padre; N avidad no es la fiesta del Hijo, sino la celebración
hay una revelación en palabras y textos que inspira y regula la del acontecim iento de su nacim iento en nuestro m undo; Pente­
praxis. Las dos realidades se interpenetran recíprocam ente. Si costés no es una fiesta del Espíritu Santo, sino la celebración del
los creyentes están en contacto con la revelación en y por la acontecim iento de su misión sensorialmente perceptible a los pri­
praxis, la praxis depende prim ariam ente de la revelación. No es meros discípulos.
lícito confundir los dos elementos ni separarlos (-> tradición y Se han ideado diferentes imágenes para trasladar el misterio
progreso). de la T rinidad al universo de nuestras representaciones. U na de
las más usuales es la del sol con su luz y su calor. Estos tres soles
coinciden plenam ente. O la fuente, el río y el m ar, com paración
2. Tres que son uno frecuente entre los Padres griegos. O el pensam iento, la palabra
y el soplo. O tam bién: la raíz, la ram a y el fruto. Se trata, ob­
El Espíritu Santo es Dios. Dios es Padre, Hijo y Espíritu en la viamente, de imágenes m uy imperfectas, que uno tiene que re­
unidad de una misma e idéntica «sustancia» (es decir, realidad tirar tan pronto como las propone.
concreta que posee una existencia propia). Aquí no hay nada Puesto que hemos sido creados a im agen de Dios, es legítimo
116 117
ESPÍRITU Y ESPÍRITU SANTO ¿TRES «PERSONAS»?

que utilicemos, con las necesarias cautelas, los datos más esen­ gracia de nuestro Señor Jesucristo, el am or de Dios (Padre) y la
ciales de nuestro ser profundo para expresar y construir intelec­ comunión del Espíritu Santo esté con todos vosotros» (2 Cor
tualm ente (en eso consiste la teología) el misterio del Dios uno 13,13). En varias fórmulas aparece el Espíritu Santo como sujeto
y trino. Paul Couturier, el virtuoso sacerdote a que tanto debe de actividades referentes a nuestra vida espiritual: da testimonio
el ecumenismo, ha dicho: «En virtud de su infinitud, el abso­ de que somos hijos de Dios; acude en ayuda de nuestra debilidad;
lutam ente U no de la esencia infinita se hace una tríada de per­ intercede por nosotros (Rom 8,16.26.27). En J u a n es «otro p a­
sonas que agotan las posibilidades de la relación del Infinito con­ ráclito» Qn 14,6), como lo fue y sigue siéndolo Jesús (1 J n 2,1);
sigo mismo» (cf. Villain 326). En O ccidente ha habido grandes nos enseña (Jn 14,26). Podemos «contristarlo» (E f4,30). Pode­
y geniales escritores religiosos que se han aventurado a hacer una mos dirigirnos a él de persona a persona y hablarle de tú. «Recibe
teología de la T rinidad utilizando los m omentos esenciales de la una misma adoración y gloria» con el Padre y el Hijo, decimos
vida inm anente, de la fecundidad interna del espíritu y del amor. en el credo.
Porque Dios es espíritu (Jn 4,24) y luz, pero es tam bién am or Afirm ar que el Espíritu Santo es persona tiene la ventaja de
(1 J n 4,8). Agustín ( t 430), Anselmo ( t 1109), Tom ás de Aquino que así no se le concibe como una m era fuerza impersonal; pero
( t 1274), y, entre los ortodoxos, Sergei Bulgakov (f 1944) se es preciso reconocer que tam bién plantea problemas. Ya Agustín
centran en la analogía con el espíritu hum ano; R icardo de San confiesa que em plea el térm ino «persona» no tanto p ara decir
V íctor ( t 1172), B uenaventura (f 1274) y, en nuestro tiempo, algo como p a ra no decir nada 26, y Anselmo habla de tres nescio
Louis Bouyer prefieren la analogía del am or (cf. C ongar 1982; quid 27. La E dad M edia se encuentra con varias definiciones de
Bouyer 438s). persona. Boecio (f hacia el 525) la define como «sustancia in­
dividual de naturaleza racional» 28, definición que reúne los va­
lores de naturaleza espiritual, naturaleza individual y subsisten­
3. ¿Tres «personas»? cia: un ser autónom o distinto de los otros. Esto resulta m uy me-
tafisico y poco personal. Por eso, R icardo de San V íctor (hacia
Es cierto que, a veces, el Espíritu aparece en la Biblia y en la el 1170) critica esta definición y la sustituye por la fórm ula «al­
experiencia cristiana más como una fuerza o un dinam ism o que guien que existe conforme a un modo singular de existencia ra ­
como una «persona». El Espíritu Santo se esconde, por decirlo cional» 29. Esto tiene una tonalidad más personal. La persona
así, detrás del fruto que produce. Se ha hablado ya de su kenosis. —dice R icardo— no es un quid, no es algo, sino un quis, es decir,
Pero «nuestra fe no recogería lo esencial del Espíritu si no con­ alguien 30. Esto le perm ite desarrollar toda su teología trinitaria
fesáramos que es una persona, como la del Padre y la del Hijo. en el horizonte del am or. Tom ás de Aquino seguirá a Boecio,
Pero así la fe se encuentra en una situación extrem a, pues el pero com pletándolo con Ricardo.
Espíritu nos oculta intencionadam ente su rostro y evita presen­ El pensam iento de la Edad M oderna destacó y enriqueció
tarse ante nosotros. En lo que respecta a las imágenes que nos aún más el valor personal. A ntón G ünther (f 1863) identificó
perm iten pensar en el Espíritu Santo, hablar de él y alegrarnos «persona» y «autoconciencia», lo cual tenía el inconveniente de
en él, presentan el inconveniente de que no evocan a una per­ suponer en Dios una triple autoconciencia, cosa que raya en el
sona» (Emery 117). Son imágenes de una acción enérgica: el tnteísm o. En la perspectiva del pensam iento m oderno, la auto-
viento, el fuego, el agua viva, pero tam bién el ave que vuela y
26 De Trinitate V I I ,6,11 (PL 42,943).
aletea. Pero en Pablo hay numerosas fórmulas trim em bres — se 27 Monologion 79.
han contado hasta 47 (Blüml 230)— , algunas de las cuales son 28 Liber de persona et duabus naturis 3 (PL 64,1343).
trinitarias. U na de las más expresivas es aquella con la que co­ 29 De Trinitate IV ,24.
menzamos muchas veces nuestras celebraciones eucarísticas: «La 30 Ibíd. IV ,7.

118 119
ESPIRITU Y ESPIRITU SANTO EL ESPIRITU COM O CONSUMACIÓN

conciencia y la autonom ía constituyen a la persona; ésta es un en mí» (Jn 10,38; 17,21). «Así, cada persona está en cada una de
sujeto autónom o dotado de conciencia y de capacidad decisoria. las otras, todas están en cada una, todas están en todas, y todas
M uchas exposiciones actuales aplican a las personas de la T ri­ son uno» 31. La mística M atilde de M agdeburgo describe una
nidad la psicología interpersonal; la idea de la relación con el de sus visiones en estos términos: «Entonces las tres personas bri­
otro, presente en dicha psicología, parece adecuarse especial­ llaron bellamente de consuno; cada una de ellas parecía arder me­
m ente a las tres personas. Pero a veces se cae en un antropo­ diante la otra y estaban enteram ente unidas» (cit. por Oehl 11,90)
morfismo superficial, si no en un triteísmo inconsciente, según el (-» persona e imagen de Dios).
cual las personas divinas hablan entre sí y se am an unas a otras
como personas individuales autónom as.
Por eso, K. R ahner ha propuesto que, sin ab andonar el tér­ 4. E l Espíritu como consumación y don de la consumación
mino «persona», respaldado por la autoridad de una tradición
solidísima, la teología hable de «modos de subsistencia» (R ahner Como tercero en la unidad de esencia, el Espíritu es el que con­
1967, 387s; Bantle). Así, el térm ino «persona» se explica de una suma la autorrevelación y autocom unicación de Dios a la cria­
form a que evita suponer una triple autoconciencia, un triple tura hecha a su im agen. El Nuevo T estam ento lo presenta como
am or y tres centros de actividad inm anente. Esto no constituye aquel que es prom etido tras la venida y el don del Hijo. Lo
un «modalismo», p ara el que sólo hay tres funciones y tres nom ­ denom ina «el don» por excelencia. Es el don final, el que con­
bres de una única persona. O bviam ente, esta solución no es sa­ suma los otros dones. Ireneo escribe: «El Espíritu Santo, el don
tisfactoria en todos los aspectos. Pero citemos como un posible que el Padre otorga a los hom bres por medio del Hijo, perfec­
precedente las palabras del Concilio de L etrán del 649, presidido ciona todo lo que posee» 32. Este perfeccionam iento o consu­
por el papa M artín I y al que asistió M áxim o el Confesor, ambos mación se designa con diferentes fórmulas: llegar a ser hijo de
m ártires de la verdadera fe: Unum Deum in tribus subsistentiis con- Dios, llegar a ser m iem bro de su familia (cf. Rom 8,14-16; Gál
substantialibus («Un solo Dios en tres subsistencias de la misma 4,6s; E f 2,19-22), divinización, nueva creación, vida eterna. Las
esencia», DS 501). Es una fórm ula excelente, pero m uy técnica. últimas palabras del credo son «vida del m undo futuro». Así
Afirma que en la unidad de la sustancia divina (un solo Dios) concluye lo que los protestantes llam an tercer artículo de la fe:
hay tres m omentos entitativos, tres modos diversos, peculia­ el relativo al Espíritu Santo 33. De hecho, la profesión de fe es
res, específicos, de ser «ella misma». Dios, el Espíritu absoluto, trinitaria. T oda la tercera parte habla de la acción que se a tri­
existe de tres formas: como origen radical y existencia radical, buye al Espíritu Santo. Se extiende hasta la escatología, hasta
como autoconocim iento y autoexpresión y, finalm ente, como la vida del m undo futuro, que nos está prom etida, pero que sólo
autoam or. poseemos «en prenda» (2 C or 1,22; 5,5; E f 1,14).
Esto no supone introducir en Dios la cantidad y el número, En todo esto actúan juntos Cristo, el Hijo, y el Espíritu Santo.
pues estos conceptos no tienen validez en lo infinito, en el océano Aunque cada uno es sujeto de una misión específica, los dos lle­
inmenso del ser. Pero cabe hablar de un orden; los griegos lo van a cabo la misma obra. Pero Cristo la realiza porque, en su
llaman taxis. En este sentido, el Espíritu es el tercero. Pero eso no
quiere decir que sea posterior al Padre y al Hijo en el orden tem­ 51 A gustín, De Trinitate V I ,10,12 (PL 42,932).
poral: los tres son absolutam ente simultáneos, atemporales, de 52 Adv. haer. V ,9 ,l.
De ahí la división de las dogm áticas clásicas. Cf. G. Ebeling, Dogmalik
una esencia. Como «personas» diferentes se interpenetran m u­
des christlichen Glaubens: I. L a fe en Dios, creador del m undo; II. L a fe en Dios,
tuam ente, existen y viven uno en otro, circunstancia que en griego redentor del m undo; I I I . L a fe en Dios, consum ador del m undo. Cf. tam bién
se designa con el térm ino perichoresis y en latín con la palabra H. Thielicke, Der evangelische Glaube. Grundzüge der Dogmalik', el vol. I I I (1978)
circumincessio o circuminsessio. «Yo estoy en el Padre y el Padre está "eva el título de Theologie des Geistes (Teología del E spíritu).

120 121
ESPIRITU Y ESPÍRITU SANTO DOS APROXIMACIONES AL M ISTERIO

glorificación, fue im pregnado por el Espíritu Santo (cf. 1 Cor cia del Hijo y del Espíritu, que proceden del Padre; el Hijo, por
15,45; 2 Cor 3,17). generación; el Espíritu, por ekporese.
¿Por qué razones y por qué intereses se m antiene el Filioque?
Agustín alega que el Nuevo T estam ento habla del Espíritu como
5. Dos aproximaciones al misterio: Oriente y Occidente Espíritu del Padre (M t 10,28; J n 15,26) y Espíritu del Hijo (Gál
(F ilioque) 4,6; cf. R om 8,9; Flp 1,19; él aduce tam bién J n 14,26; 20,22; Le
6,19). El Espíritu es, pues, Espíritu de ambos, su am or recíproco.
Como es sabido, en la doctrina sobre el Espíritu Santo o, más Agustín parte del problem a de arm onizar estas dos afirmaciones:
exactam ente, sobre su origen eterno en Dios, hay una diferencia Dios es uno y Dios es tres. La unidad se expresa en los enunciados
de opinión entre el O riente ortodoxo y el catolicismo, cuyas con­ absolutos: sabio, todopoderoso, bueno, creador. En esto no di­
cepciones se form ularon en Occidente. Los católicos dicen: el fieren las personas. «Padre», en cam bio, im plica una relación
Espíritu «precede del Padre y del Hijo». Lo dicen desde el siglo con el Hijo y del Hijo con el Padre. Las personas se distinguen,
IV o V (Ambrosio, Agustín, León) y en varios concilios celebrados pues, por una relación, concretam ente por una relación de origen
en Occidente du ran te los siglos v i y v il. Se tra ta de una larga cuyo significado y plenitud entitativa se debe a que expresa la
época durante la cual, al m argen de algunos episodios lam en­ comunicación de la sustancia divina dentro de esta unidad de
tables, vivieron en com unión recíproca la parte latina de la Igle­ esencia. En el caso del Espíritu Santo, la relación es la existente
sia y la griega. entre el dador y el don, siendo jun tam en te el Padre y el Hijo el
El O riente se atuvo a la fórm ula que J n 15,26 pone en labios dador, m ientras que «don» designa al Espíritu Santo, que en la
de Jesús: «que procede del Padre». Así lo hizo tam bién el C on­ Biblia recibe a m enudo este nom bre (cf. H ch 8,20 y 2,38; 10,45;
cilio de C onstantinopla (381), al que debemos nuestra profesión J n 6,10; H eb 6,4; 1 Tes 4,8; C ongar 1982, 32ls ). El Espíritu
de fe. Su deseo e intención fue d ar con respecto al Espíritu un merece tal título aun antes de ser otorgado realm ente, cosa que
paso semejante al que el Concilio de Nicea había dado el año presupone la existencia de seres creados por la acción libre de
325 con respecto al Hijo. Q uería corroborar el carácter divino Dios. El Espíritu es en Dios la munificencia, pues es el am or que
del Espíritu y — sin em plear el térm ino— su igualdad de esencia procede del Padre y del Hijo y — si se nos perm ite hab lar en
con el Padre y el Hijo. Pero no determ inó n ad a sobre su relación términos hum anos— va más allá de la respectividad del Padre
eterna con el Hijo. Los Padres griegos no reflexionaron sobre este y del Hijo, de «Dios» y de su im agen, p ara abrir, p ara la co­
artículo como los latinos. No precisaron en qué relación está el m unicación, p ara el don... El don sólo se otorgará realm ente
Espíritu, en su origen eterno, con el Hijo. Varios Padres emplean cuando haya criaturas a las que puede concederse; pero en lo
fórmulas que sugieren una relación positiva: el Espíritu procede que se llam a «economía» (historia de la salvación), sólo term ina
del Padre por medio del Hijo (Máximo, Ju a n Damasceno, el pa­ fuera de Dios lo que existe en Dios. W. K asper y H. M ühlen han
triarca Tarasio); es Espíritu de ambos (Cirilo de Alejandría); pro­ form ulado esto más certeram ente 34.
cede del primero, del Padre, por mediación de aquel que procede La teología de las misiones divinas establece una relación, e
inm ediatam ente del primero, el Hijo (Gregorio Niseno); procede
del Padre y recibe del Hijo (epíclesis siria, Epifanio, Gregorio 34 M ühlen 1974 [1], 128: «El Pneum a es el ser-fuera-de-sí de Dios». Cf.
Niseno); perm anece en el Hijo (Epifanio, Ju a n Damasceno). Pero tam bién M ühlen 1974 [2], 186; K asp er 1976, 34: «Él es lo m ás íntim o de Dios,
los griegos reservan estrictam ente al Padre la propiedad de ser u nidad de u n a lib ertad trascendente en sí m ism a, y, al mismo tiem po, lo más
principio (arche) y causa (aitia). Insisten en la m onarquía del exterior, la lib ertad y posibilidad divina de com unicarse de un m odo nuevo,
es decir, hacia fuera. Así pues, el E spíritu es, tan to en Dios com o entre Dios y
Padre. Tam bién los latinos lo hacen; pero esto no desempeña en el m undo, el vínculo de la u n id ad , de un a libertad en el am or que, uniendo,
ellos la misma función: la del fundam ento de la igualdad de esen­ libera a la vez».

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ESPÍRITU Y ESPÍRITU SANTO DOS APROXIMACIONES AL M ISTERIO

incluso una continuidad, entre la libre autocom unicación de caracterizan a las personas, no las definen como tales. Y, ju n to
Dios a su creación, la economía, y la vida intratrinitaria. Las a las relaciones de origen, existen entre ellas otras relaciones
misiones y los dones son la term inación de las procesiones intra- como la de manifestación y la de recepción m utua... Los orto­
divinas en la creación. Esta teología, que se encuentra en los doxos piensan que la construcción latina es dem asiado racional.
Padres y en los grandes escolásticos, ha sido resum ida por algunos Además creen que tal construcción hace depender al Espíritu del
teólogos de nuestro tiempo, como K. B arth y K. R ahner, en lo Logos, de Cristo; ésta sería la razón de que el O ccidente haya
que R ah n er llam a «axiom a fundam ental»: la T rin id ad econó­ caído en un «cristomonismo» en el que el Espíritu es sólo «re­
mica, que nos ha sido revelada, es la T rinidad intradivina in­ presentante» de Cristo y no ocupa el lugar que le corresponde
m anente, y al contrario. El alcance concreto de esta teología en una eclesiología de com unión, de un pueblo sacerdotal y ac­
aparece con claridad en el informe publicado por la Comisión tivo en su totalidad. U n a cristología no equilibrada m ediante
p ara la Fe y la Constitución de la Iglesia. E n 1él se lee: «Cuando una pneum atología plena llevaría a una im agen piram idal y cle­
invocamos a Dios, no nos dirigimos y abrim os a ningún otro Dios rical de la Iglesia.
que al que se nos ha revelado en su palabra». Y se establece que En caso de que hayam os merecido esta crítica, el movim iento
«el Dios vivo no ha sido, es ni será por los siglos de los siglos otro que hoy se registra en nuestra Iglesia le ha quitado gran parte
que el que se ha revelado en la historia» (Vischer 15s). Pero el de su legitim idad. Además, es una crítica dem asiado simple y no
«y al contrario» de K. R ahner tiene que salvaguardar la libertad tiene en cuenta otros factores históricos im portantes. Pero no es
de la autocom unicación y la trascendencia de la T rinidad eterna eso lo principal. La cuestión de la doctrina sobre la procesión
con respecto a su autocom unicación. No es seguro que todas las del Espíritu es m ucho más profunda. Afecta tam bién a las Igle­
teologías de la T rinidad — por ejemplo la de Jü rg en Molt- sias protestantes y anglicanas, pues tam bién ellas sostienen la
m ann— cum plan esta exigencia. No se puede afirm ar que la procesión ab utroque, que nadie ha defendido con más firmeza que
T rinidad eterna es sólo la T rinidad revelada en la economía de K arl Barth; por eso, la cuestión figuró prim eram ente en el orden
la gracia. del día de los intentos de alcanzar un acuerdo entre la Iglesia
En la economía de la salvación, el Espíritu es enviado tanto rom ana y la ortodoxa (Ninfea, ju n to a Calcedonia, durante el
por el Hijo como por el Padre. Esta circunstancia no constituye siglo Xlll). En el Concilio de Florencia, sobre todo, se discutió
el único motivo en favor del Filioque; pero lo confirma y lo aclara. seriamente la cuestión, y el 6 de junio de 1439 se firmó la unión
Si la misión y la venida de las personas divinas a nuestra vida y sobre la base de la equivalencia de las fórmulas Filioque y per
a nuestra historia constituyen el térm ino de su procesión eterna, Filium, siendo interpretada la segunda en el sentido de la pri­
entonces la misión y la venida del Espíritu suponen su procesión mera. La solución no fue totalm ente satisfactoria. Desde hace
del Padre y del Hijo. En la construcción teológica del misterio, más de un siglo, la cuestión está en el orden del día de diferentes
el Hijo tiene todo lo que tiene el Padre, excepto el ser-padre; comisiones mixtas. En 1978 y 1979, la Comisión para la Fe y la
esto lo exige su igualdad de esencia. Por o tra parte, como las Constitución de la Iglesia del Consejo M undial de las Iglesias
personas se distinguen por la oposición de su relación de origen reunida en K lingenthal, Alsacia, sostuvo un diálogo interesante
— Padre, Hijo; dador, don— , el Espíritu, que procede del Padre, en extremo. Allí se subrayó que «el Espíritu Santo procede sólo
no se distinguiría hipostáticam ente del Hijo si no se diera entre del Padre en tanto que el Padre es tam bién Padre del Hijo»
él y el Hijo esta oposición en la relación de origen. (Vischer 18; todavía puede leerse con fruto Bolotor). La existen­
Los ortodoxos rechazan esta construcción. Ellos tienen otra cia de la segunda hipóstasis es el presupuesto p ara la existencia
visión del misterio, que posee tam bién su coherencia interna. de la tercera. Pero el diálogo mostró, sobre todo, que no es lícito
Piensan que el modo de proceder del Padre basta para distinguir hacer que todo gire en torno a este artículo de la fe, cuya im ­
entre sí al Hijo y al Espíritu. Las relaciones de origen, si bien portancia ha sido m agnificada por la polémica. En cualquier
124 125
ESPÍRITU Y ESPIRITU SANTO

caso, aquí debemos m antener la posición que J u a n Pablo II


adoptó en su carta del 25 de m arzo de 1981 al p atriarca Di-
Bibliografía
mrtrios y en su hom ilía de Pentecostés del año 1981: el texto em a­
nado del Concilio del 381 es norm ativo; posee el m áxim o grado
de autoridad dogm ática; ninguna interpretación en el sentido A. A c e rb i, Due ecclesiologie. Ecclesiologia giuridica e ecclesiologia di Comunione
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Santo presenta muchos más aspectos que la dependencia lineal, G . T . A rm s tro n g , Die Genesis in der Alten Kirche. Die drei Kirchenváter
por así decir, del Espíritu con respecto al principio Padre-Hijo. (T u b in g a 1962).
U n a m entalidad cartesiana, geométrica, tiende a suponer que la H . U . v. B a lth a s a r , Spiritus Creator. Skizzen zur Theologie I I I (E in s ie d e ln
persona del Padre estaba ya plenam ente realizada antes de la 1967).
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realizado antes de la espiración del Espíritu, cuando de hecho
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las tres personas son simultáneas. No existe una persona sin la
%ur Lehre vom Heiligen Geist (M u n ic h 1930) 1-38.
otra, sino una persona con la otra y en la otra, condicionándose R . B lü m l, Paulus und der dreieinige Gott (1 9 2 9 ).
m utuam ente dentro de las procesiones del Padre. C ada hipós- V . V . B o lo to v , 27 Thesen über das Filioque: R e v u e I n t e r n a t io n a le d e
tasis, cada persona divina, vive una vida trinitaria. En la tra ­ T h é o lo g ie 6 (1 8 9 8 ) 6 8 1 -7 1 2 .
dición y en los teólogos ortodoxos hay aspectos m uy enriquece- D . B o n h o effer, Widerstand und Ergebund (M u n ic h 1951; tr a d . e sp a ñ o la :
dores sobre este punto. Resistencia y sumisión, S a la m a n c a 1983).
En la unidad de la sustancia divina, que es am or, cada per­ L. B o u y e r, Le Consolateur. Esprit-Saint et Gráce (P a rís 1980).
sona vive trinitariamente con las otras y en las otras. Por eso, el Y. C o n g a r, Die Kasuistik des hl. Paulus, e n T h . F il th a u t / J . A . J u n g -
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lo que Dios realizó y nos dio en Jesús redunde en beneficio de B a rc e lo n a 1983).
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130 131
Tiempo y eternidad

Raphael Schulte
I. Introducción: El acceso a la cuestión del tiempo y de la eter­ 2. Sobre la temporalidad humano-personal 178
nidad desde la experiencia y el lenguaje cotidianos 136 a) La experiencia fundam ental de nuestro ser: «yo soy» 179
b) La experiencia del ser y del obrar como duración 180
1. Paradojas de nuestra experiencia del tiempo 136
c) La vivencia de la plenitud del tiempo 181
2. Aportas del tiempo 138
d) U n ser-en-el-tiempo realizado personalmente 183
3. Lo personal del tener tiempo 139 e) Dedicarse tiempo 183
4. Tiempo e historia 140
3. Fundamento y origen de la temporalidad humana: creación y tiempo 185
5. Experiencias en torno a la eternidad 141
a) El ser y el tiempo como don 185
b) La creación como comienzo del tiempo otorgado por Dios 186
II. Panorama histórico 143 c) El am or y la fidelidad de Dios como tiempo otorgado 187
1. Tiempo y eternidad desde el punto de vista prefilosófico y mítico 145 4. El tiempo, don de la eternidad de Dios 189
2. Tiempo y eternidad en la filosofía griega 146 a) El tiempo como concesión de la eternidad de Dios 189
a) Los primeros pensadores 146 b) La eternidad de Dios como «atem poralidad» e «¡limitación»; la li­
b) Platón 147 bre vinculación de Dios al tiempo 191
c) Aristóteles 149 c) Eternidad y «validez eterna» de la verdad y la ley 192
3. La concepción bíblica del tiempo y de la eternidad 151 5. Eternidad, temporalidad e historicidad 193
a) Generalidades 151 a) El dominio del hombre sobre el «pasado», el «presente» y el «fu­
b) Lo peculiar de la concepción bíblica del tiempo y de la eterni­ turo» 194
dad 152 b) El tiempo como período de decisión: la historia 196
a) E l tiempo como kairos y la eternidad 152 c) Sobre la dirección tem poral de la historia 197
P) E l tiempo como aion y la eternidad 153 d) Responsabilidad histórica y responsabilidad temporal 198
y ) L a alianza de vida Dios-hombre y el tiempo 154 e) El recuerdo (anamnesis) como acción sobre el tiempo; sacramento
8) Tiempo e historia 156 y conversión (metanoia) 199
e) L a elección de Israel y el tiempo 156 f) La esperanza como confianza en el tiempo 200
O La «plenitud de los tiempos»; el acontecimiento de Cristo 157 6. La eternidad como fruto del tiempo 202
T|) E l tiempo de la Iglesia, un tiempo de signo escatológico 159
4. La trayectoria histórica hasta los planteamientos modernos 160
a) La época de los primeros Padres 160
b) Agustín 161 Artículos complementarios
c) La alta Edad Media; Tomás de Aquino 164 Acción y contemplación; angustia y confianza cristiana; animal y hombre;
d) La Edad M oderna; Hegel y Nietzsche 167 antropología y teología; autonomía y condición creatural; causalidad - azar -
e) De Kierkegaard a Heidegger 167
providencia; cristianismo y religiones del mundo; cuerpo y alma; desarrollo y
maduración; determinación y libertad; espírituy Espíritu Santo; evolución y crea­
III. Tiempo y eternidad en el horizonte de la concepción cristiana ción; experiencia de la contingencia y pregunta por el sentido; experiencia y
de la existencia 169 • fe; historia del mundo e historia de la salvación; materialismo, idealismo
1. El marco previo de la temporalidad humana 171 y visión cristiana del mundo; mito y ciencia; muerte y resurrección; natura­
a) El ser-en-el-tiempo de los seres vivos 171 leza e historia; participación; persona e imagen de Dios; realidad - experiencia -
b) El tiempo definido físicamente 174 lenguaje; reconciliación y redención; rendimiento y ocio; símbolo y sacramento;
a ) E l «antes» y «después» físico 174 tradición y progreso; trascendencia y Dios de la fe; universo - Tierra - hombre;
P) E l problema de la dirección temporal del acontecer cósmico 176 utopía y esperanza.

134 135
PARADOJAS DE LA EXPERIENCIA DEL TIEMPO

I. Introducción: unas cosas tenemos tiempo suficiente, mientras que en otras no


podemos perder más tiempo. En estas formas de expresión lin­
E l acceso a la cuestión del tiempo güística nos encontram os con el hecho experiencial — que nos im­
y de la eternidad desde la experiencia presiona sin cesar, unas veces inquietándonos y otras consolán­
donos, pero que siempre resulta paradójico— de que el tiempo al
y el lenguaje cotidianos parecer no sujeto a nuestras decisiones o, al menos, algo de él está
a nuestra disposición: tenemos tiempo para este asunto concreto;
para otro, no. Podemos dedicar mucho tiempo a una cosa y poco
a otra. Tenemos la vivencia (y la aprovechamos oportunam ente)
La pregunta por el tiempo y la eternidad pone sobre el tapete el de tomarnos tiempo para algo que nos interesa; podemos dejar
problem a de la existencia hum ana. Ya un análisis superficial pasar el tiempo para un asunto, mientras que otro nos aprem ia
del modo y los momentos en que se usa el térm ino «tiempo» en porque apenas queda tiempo. Decimos, como disculpa, que no
el lenguaje cotidiano perm ite vislum brar la estrecha conexión tenemos tiempo, por ejemplo, para visitar a un amigo, mientras
existente entre la autocom prensión del ser hum ano y lo que de que en ocasiones tenemos tanto tiempo que no sabemos cómo
experiencias específicamente hum anas expresan términos como «matarlo». La vida económica está presidida por el frenesí que
«tiempo» y «eternidad», «temporal» y «eterno». se expresa en la frase «el tiempo es oro». A veces desperdiciamos
el tiempo, y luego tenemos que reconocer que es demasiado tar­
de; el tiempo ha pasado irrem ediablem ente sin que lo hayamos
1. Paradojas de nuestra experiencia del tiempo aprovechado, aunque podríamos haberlo hecho.
En suma, el tiempo es algo que nos es dado y con lo que se
La experiencia más inm ediata, pero a la vez misteriosa y pro­ nos da una realidad acabada y, a la vez, por consumar; algo de
funda, es que el tiempo pasa. La vivencia primigenia parece ser lo que tenemos mucho o poco según las situaciones y las cir­
ésta: el incontenible fluir de la corriente del tiempo, que brota cunstancias de la vida y de lo que podemos disponer, aunque no
fatídicamente de un m anantial desconocido y corre hacia lo eter­ absolutamente, en un sentido verdadero. Esto queda patente tam ­
nam ente pasado. T al fluir se vive unas veces como un torrente bién cuando tomamos el tiempo que se nos ha concedido como
veloz, otras como un decurso lento y perezoso, otras como una algo puesto a nuestra disposición para hacer de él un uso no uti­
cascada indom inable que arrastra todo consigo y nos deja pobres litarista, lúdico, y lo disfrutamos como tiempo libre o, incluso, lo
y despojados. M ientras la hora presente se le pasa a uno en un llenamos con «pasatiempos». Lo específico de tal experiencia es
instante, otro se desespera porque para él dura una eternidad. Si lo siguiente: en esta vivencia deja oír su voz una vivencia del
en ocasiones experimentamos como una pérdida trágica el paso tiempo que se opone diam etralm ente a aquella otra que definimos
incesante de los días y los años, otras veces nos quejamos de que como un aburrim iento que constituye el tiempo del tedio de la
el tiempo se ha parado. Al parecer, estamos irremediablemente vida, del no saber qué hacer con el tiempo e incluso del odio del
condenados a estas formas existenciales. A m enudo, el tiempo pa­ tiempo. Así pues, no parece constar que sea el propio tiempo el
rece ser el curso informe e infinito de algo incontenible. No obs­ que decide qué es o puede ser para nosotros, pese a que conocemos
tante, cabe distinguir en él una especie de estructuras múltiples, tam bién la experiencia de vivir como un sino no deseado, ine­
por ejemplo los días y las horas que se me han otorgado y que xorable e incluso insoportable el tiempo que se nos otorga.
puedo aprovechar y utilizar.
Nosotros hablamos de que se nos ha dado tiempo, y ello de
modo que podemos distribuirlo personalmente de forma que para

136 137
LO PERSONAL DEL TENER TIEMPO

2. Aportas del tiempo en él mismo. La experiencia del impetuoso fluir del tiempo incluye
siempre este elemento: la coexistencia e implicación de mi «pa­
C uando reflexionamos sobre el flujo incesante del tiempo, éste se sado» y mi «futuro» en el presente. Vivimos las dos cosas, la hui­
nos presenta a m enudo como lo más irreal de la vida. El tiempo diza indom eñabilidad y la posibilidad personal de conservar y
que llamamos presente es tan inasible que, por su absoluta falta reconfigurar lo devenido, de ser señor del pasado personal y del
de extensión, no es nada a nuestros ojos: el «todavía no» del futuro propio en el ahora del presente (-* realidad - experien­
tiempo que fluye hacia nosotros es una nada, puesto que no existe cia - lenguaje; tradición y progreso).
todavía; en el mejor de los casos, llega a constituir la realidad del
verdadero «ahora» en el instante del presente; pero tan pronto
como la ha constituido, corre hacia el «ya no». El futuro se nos
3. Lo personal del tener tiempo
presenta como una lejanía inasible: en cuanto «todavía no»,
no es una realidad y, en rigor, no posee más ser que el futuro
Vamos a volver sobre un elemento de nuestra experiencia del
«ya-no» del pasado. A nuestros ojos, el pasado se prolonga has­
tiempo, tal como se refleja en el lenguaje cotidiano, al que ya
ta el infinito, pero como desaparecido, como (ya) no existente.
hemos aludido antes. «No saber qué hacer con su tiempo» (con
El presente real, palpable, experimentable, es sólo el punto de
el tiempo que, por tanto, parece haber sido puesto a disposición
contacto «entre» el futuro y el pasado, es decir, el punto de con­
del interesado) viene a ser lo mismo que no saber qué hacer «con­
tacto de dos «nadas», un punto que tiene como único destino no
sigo mismo», «con su propia vida». De hecho, si uno me pregunta
ser nada.
cuándo «voy a tener tiempo para él», desea que me tome tiempo
En un prim er análisis no podemos aducir gran cosa contra
para él. Q uiere que, al organizar el tiempo de que dispongo, lo
semejante reflexión sobre la fugacidad del tiempo y su casi ab­
tenga en cuenta para atenderle, de forma que ponga mi tiempo
soluta falta de realidad. No obstante, conocemos tam bién una — y, con él, me ponga a mí mismo— a su disposición en lo que
experiencia totalm ente distinta que nos perm ite captar la pro­
constituye su preocupación. El hecho de que el otro — el amigo
funda aporía de nuestra vivencia del tiempo. Fórmulas como
o el cónyuge, por ejemplo— «nunca tenga tiempo» para uno se
«superar el pasado» o «no haberlo superado aún» y la realidad
experimenta como un dram a hum ano y existencial. Sin perjuicio
de una configuración planificada del futuro reflejan hasta qué de la imposibilidad de dom eñarlo y medirlo exactamente, el
punto el presente vivido es sustancialmente más que ese instante
tiempo aparece aquí como algo que ha de entenderse y valorarse
m atem ático entre el pasado, que ya no es, y el futuro, que no es
personalmente. En consecuencia, están en juego la propia persona
todavía. El pasado no superado se halla ante nosotros como una y sus relaciones personales, sobre todo la que se vive en el amor.
tarea presente para el m añana, para nuestro propio futuro; to­
La amistad, el am or y probablem ente la vida hum ana en general
davía no ha configurado realmente mi hoy y, por tanto, sigue aún
viven literalm ente del tiempo que se les dedica; pero tal dedica­
pendiente. Y el futuro a configurar planificadam ente es algo que ción no se efectúa «autom áticam ente» por la m era convivencia
se está realizando ahora, en la actualidad. Por eso, el hom bre en físico-corpórea en el mismo lugar y durante las mismas horas, sino
su presente siempre es el que ha sido, el que ha devenido; y ya es
que tiene que ser un acto personal. Por eso, dedicar tiempo sig­
de algún modo el que será. Si hemos de dar crédito a nuestro
nifica darse uno mismo y m ostrar al otro, con un com portam ien­
idioma, el hom bre tiene en el ahora la vivencia no sólo, ni quizá to personal y libre, qué es uno para él en una presencia expresa
en prim er lugar, de ese punto del presente, sino de sí mismo; y
(-* persona e imagen de Dios).
este él-mismo es el que ha devenido y, por tanto, el que «ahora»
es su propia historia, y ello como prenda real de su m añana y
pasado m añana, de su futuro, que en esa m edidad ésta ya «ahora»
138 139
4. Tiempo e historia 5. Experiencias en torno a la eternidad.

O tros giros lingüísticos reflejan otro elem ento de lo que el tiempo En el análisis precedente no hay ninguna referencia — o, al me­
significa para nosotros. H ablam os de nuestros contem poráneos, nos, así lo parece— a lo que llamam os «eternidad». El discurso
es decir, de los que viven en el mismo tiem po que nosotros dentro sobre la «eternidad» surge de dos fuentes, sin que de m om ento
de una colectividad, de un pueblo o un Estado, e incluso dentro pretendam os decidir si a fin de cuentas las dos vienen a constituir
del acontecer m undial, y, por tanto, form an una com unidad una sola. El adjetivo «eterno» suele emplearse p ara designar un
— cualquiera que sea la forma en que se articule y sea valorada— tiempo largo o incluso un tiempo que parece infinitam ente largo:
que se manifiesta justam ente como una com unidad tem poral. de ordinario se tra ta de un tiempo relacionado con nuestra vi­
Aquí adquiere el térm ino «tiempo» un contenido enorme. Sa­ vencia existencial, unas veces con respecto al pasado, otras con
bemos qué pensamos cuando nos acom odam os o no nos aco­ respecto al futuro y otras dentro de una vivencia actual. Cuando
modamos a los gustos del tiempo o al espíritu del tiempo, cuando decimos a un m om ento «deténte, que eres bello», o hablam os
m archam os al compás del tiem po o cuando juzgam os que los de «perm anecer», «detenerse», «perdurar», etc., indicamos lo
tiempos no están m aduros todavía para algo, no han llegado aún, mismo que el adjetivo «eterno» significa en este aspecto. Pode­
y por tanto esperamos otros tiempos, tiempos mejores. Algunas mos conjeturar que la vivencia de la perduración de un tiempo
personas añoran los buenos tiempos pasados y desperdician el determ inado, la perm anencia de una situación gratificante (o
presente porque viven sólo en el pasado. O tros se anticipan enor­ trágica) y la copresencia de personas que se quieren, en la me­
m em ente a su tiempo, cosa que tam bién puede llevar al fracaso. dida en que son fenómenos en los que se manifiesta una duración
Tenem os conciencia de la no contem poraneidad de las genera­ del presente, constituyen la fuente decisiva de lo que expresamos
ciones dentro del mismo hoy; los problem as generacionales pue­ con el adjetivo «eterno». Actos como la esperanza y la espera
den considerarse como una tarea peculiar de la superación del indican que el hom bre tiene conocim iento de un ser hacia el cual
tiempo, tarea cuyo cum plim iento exige reflexionar y actu ar sobre tiende ahora, no en razón de lo que sabe de su no-ser (aunque se
lo inherente al tiempo. T odo esto m uestra que el tiem po está trate sólo de un «no ser todavía»), sino en razón de lo que sabe
intrínseca e indisolublem ente relacionado con la historia, que del ser o ser-ahí de lo esperado y aguardado, aunque a lo es­
uno y otra se refieren de algún modo a lo mismo, sin que por perado y aguardado le com peta un modo de ser-ahí distinto del
eso podamos decidirnos a identificarlos. T am bién aquí aparece que ostenta lo presente y actual. En una palabra, nosotros te­
el tiempo como algo esencialmente relacionado con nuestra li­ nemos la vivencia de un ser al que sólo con m ucha im propiedad
bertad hum ana. Pese a nuestra m undanidad antecedente y a una se le puede aplicar el térm ino «tiempo». Es cierto que en tales
vinculación a la historia im puesta como un sino, nosotros nos casos no siempre usamos las palabras «eterno» o «eternidad»;
experim entam os en nuestra tem poralidad como actores de la his­ pero sabemos que el ser, particularm ente nuestro propio ser, se
toria, es decir, como seres a los que se les han im puesto en el halla por encim a de lo que el térm ino «tem poral» significa en
tiem po tareas que es preciso llevar a cabo con libertad. M ás aún: sentido estricto.
tenemos la vivencia de que el tiempo, pese a su carácter inquie­ L a segunda (o quizá la misma) fuente de nuestro hab lar de
tante y fatídico, puede ejercer un papel de consolación, como se «eterno» y de «eternidad» es lo que fundam enta la vivencia y el
refleja en las expresiones «con el tiempo llega el consejo» o «el saber religiosos. Como es sabido, los términos «eterno» y «eter­
tiem po cura todas las heridas». nidad» nunca aparecen en el lenguaje técnico y científico ni, en
sentido estricto, en las ciencias históricas; en cambio, aparecen
siempre donde y cuando hay que hab lar del ser hum ano en un
sentido más global: en el discurso religioso y en el filosófico, de­
140 141
TIEM PO Y ETERNIDAD

rivado del anterior. El ser hum ano tiene la vivencia de proceder


II. Panorama histórico
de lo divino, deriva de lo divino su responsabilidad últim a y más
propia y, consiguientem ente, hace de lo divino el centro supremo
de sus intenciones vitales. Pues bien, lo divino — cualquiera que
sea la form a concreta en que debe concebirse— se identifica con U na breve ojeada a la evolución histórica de la concepción del
lo eterno. La expresión no implica sólo un correlato — sea cual tiempo y de la eternidad resulta muy instructiva. Si las cosas son
fuere su naturaleza concreta— del «tiempo» y de la «tem pora­ como las hemos presentado en nuestro análisis introductorio, el
lidad», sino tam bién la afirmación de que lo divino posee por sí panoram a de la historia del pensamiento tendrá que m ostrar
mismo una capacidad de vida inagotable y, por tanto, no la hasta qué punto la pregunta por el tiempo y la eternidad m archa de
recibe de fuera. Del mismo modo que el propio hom bre tiene acuerdo con la pregunta por el ser hum ano como tal, hasta qué
conciencia de que, en su ser, en su vida y en su deber, se halla punto la una implica y aclara la otra. Como veremos, los diversos
en una relación fundam ental con el «totalm ente O tro», con un intentos de resolver estos problemas han barajado en el curso de
ser superior (o como quiera llamársele), así tam bién su tem po­ la historia de la hum anidad todas las posibilidades conocidas. De
ralidad y la eternidad se hallan en una relación análoga, cuya una u otra forma, los problemas reaparecen constantemente. Así
clarificación es tarea del presente artículo (-+ historia del m undo como el hom bre de cada época se siente cuestionado de una forma
e historia de la salvación; utopía y esperanza). específica y no intercam biable, así tam bién el hom bre de cada
generación se ve precisado a afrontar de modo nuevo, en la vida
y en el pensamiento, aquello a lo que alude la pregunta por el
tiempo y la eternidad.
Ahora bien, en los últimos decenios es habitual presentar es­
quem áticam ente en dos formas básicas, opuestas entre sí, la con­
cepción del tiempo y de la eternidad tal como se ha plasm ado en
el curso de la historia. Estas dos formas fundamentales tendrían
su expresión característica pura en la concepción greco-helenística
del tiempo y la eternidad (que luego suele identificarse con la
filosófico-metafísica) y en la bíblico-cristiana. La prim era sería
una concepción cíclica y tendría su símbolo adecuado en el círcu­
lo; la segunda, en cambio, sería lineal, y habría que presentarla
mediante una recta ascendente dirigida hacia una meta. Aunque
tal caracterización pueda ser útil para determinados propósitos,
no debemos exponernos precipitadam ente a semejantes esque-
matizaciones; lo que hay que hacer es exam inar detenidam ente
y sin prejuicios las concepciones constatables para captar sufi­
cientemente toda la complejidad de la pregunta por el tiempo y
la eternidad.
No pocas veces se añade que la concepción greco-helenística
del tiempo y la eternidad se elaboró partiendo más bien del es­
pacio y que el espacio es determ inante p ara la correspondiente
concepción de la existencia. Las cosas serían distintas en el caso
142 143
TIEM PO Y ETERNIDAD

de las concepciones bíblica y — si se conserva con la pureza de­ Tiempo y eternidad desde el punto de vista
bida— cristiana de la existencia hum ana; aquí sería caracterís­ prefilosófico y mítico
tico el tiempo, sobre todo en el sentido de historia. Esta diferencia
m odelaría directam ente la concepción del hom bre, de su vida y, U na ojeada a la tem prana época de los mitos y los poetas parece
consiguientem ente, de sus ideas y formas de vida religiosa. Pero justificar la afirmación de que la vivencia de la naturaleza y de
tam bién aquí se im pone la cautela. En general, hay que recordar sus infinitos ciclos periódicos y la experiencia de la lim itada d u ­
que «tiempo» y «espacio», «tem poral» y «espacial», son en los ración de la vida hum ana, de la inexorabilidad de la m uerte y
idiomas (incluidos los bíblicos) términos más próximos y más de la consiguiente transitoriedad y lim itación tem poral de la exis­
entrelazados de lo que a prim era vista se podría pensar. Es fre­ tencia del hom bre han sido la base del discurso sobre el tiempo
cuente describir el tiempo con categorías espaciales; los conceptos y la eternidad. El hom bre conoce y adm ira que el acontecer se
de tiem po im plican lo espacial, y al contrario. Se aplican a ambos desarrolla uniform em ente desde tiempos inmemoriales y ve en
expresiones comunes. Lo mismo que el tiempo, un espacio puede tal uniform idad la promesa de un eterno retorno sin fin. Con­
ser corto o largo, incluso ilim itado e infinito. H ablam os de un sidera su propia vitalidad como una participación, aunque do­
«espacio de tiempo», y «espaciar las cosas» es au m en tar el in­ lorosamente lim itada en el tiempo, de ese acontecer natural
tervalo de tiem po entre ellas. El olam hebreo (originariam ente eterno. T odo esto se efectúa siempre en el m arco de una m en­
tiempo, duración tem poral) significa tam bién «m undo», «cos­ talidad que podríam os denom inar religiosa. De un lado está el
mos». El ám bito greco-helenístico no es el único que conoce lu­ hom bre, que se sabe transitorio y destinado a una existencia pu­
gares santos y su trascendencia para la salvación. A unque quepa ram ente tem poral, pese a que participa de la naturaleza y de su
pensar que lo m entado con la expresión «tierra prom etida» no vida, eternas por retornar y resurgir constantem ente. De otro,
debe concebirse necesariam ente en términos geográficos, en todo la naturaleza o los dioses o lo divino, dotado de inm ortalidad y
caso Jerusalén y el tem plo tienen du ran te siglos su indiscutible de eternidad. El hom bre mítico resuelve la pregunta por el sen­
significación religiosa y salvífica incluso como lugares entendidos tido de su existencia tem poral considerándose él mismo y con­
en sentido espacial. Esto no impide reconocer que los lugares cibiendo la historia hum ana como parte de la naturaleza, la cual
santos de Israel llegaron a serlo gracias a ciertos acontecimientos posee el ser auténtico y divino incluso bajo la idea del eterno
históricos y no «por su naturaleza» ni como consecuencia de he­ retorno de lo mismo, representada m ediante el símbolo del cír­
chos naturales y que, por tanto, no pueden asirse m ediante sis­ culo. Este m ito del eterno retorno representa la respuesta a la
temas de coordenadas. T odo esto nos aconseja no dirigir preci­ pregunta tanto por el universo físico como por el «deber ser»
pitadam ente nuestra m irada hacia un solo aspecto. Además, en ético del hom bre. Las diversas realidades del universo, si no son
la vista y el oído tenemos un caso análogo de esta singular in­ de carácter eterno y divino como los astros, aparecen, se desa­
terpenetración, que llega hasta la intercam biabilidad, de los tér­ rrollan, desaparecen y em piezan de nuevo en virtud de la ne­
minos y las categorías, sin perjuicio de la distinción esencial de cesidad física del ser eterno y cíclico. En este ritm o se hallan
am bas facultades sensitivas: hablam os de tonos de colores y de inmersos tam bién los hombres: viven y m ueren con el universo
música colorista, de tim bres claros y oscuros y de colores chillo­ para resurgir de nuevo con él y volver a llevar la misma vida
nes, de voces blancas y de sopranos argentinas. Es probable que que antes. El ciclo eterno del tiem po rige el m undo sin d ar la
tam bién esto constituya un indicio de una unidad más profunda preferencia a ningún m om ento concreto; implica limitación
de lo diferente que convenga tener en cuenta. (siempre lo mismo) e infinitud (siempre lo mismo) a la vez.
Nosotros creemos que en estas ideas se refleja de algún modo
la doble experiencia ya señalada: a todo lo que es tem poral en
un sentido u otro subyace un envolvente, un supratem poral, del
144 145
TIEM PO Y ETERNIDAD PLATÓN

que el hom bre participa, pero sin poder escapar a la ley del sino tam bién en un sentido em inentem ente ético. El tiem po es
tiempo; se tra ta de la posibilidad de disponer, aunque lim ita­ juez de lo que el hom bre hace, como dicen expresam ente Ana-
dam ente, sobre algo en realidad indom eñable. El eterno retorno xim andro, Solón y otros. A este aserto suyace la convicción de
de lo siempre idéntico, que, no sin razón, es vivido como trágico que el tiem po descubre y sanciona, incluso sin intervención del
e incluso carente de sentido, garantiza una especie de consuelo hom bre, las injusticias que se cometen. Porque el derecho no es
existencial, porque, en la m edida en que participa de la natu­ sólo una convención m eram ente hum ana, sino una norm a eficaz
raleza, el hom bre parece tener asegurada una perm anencia. En existente en la propia realidad del cosmos. En todo el reino del
esta época prim itiva, la eternidad se refiere siempre a lo autén­ ser hay un derecho inm anente que se im pone en todos los casos.
ticam ente divino, pues el concepto de eternidad incluye, junto De acuerdo con él se efectúan el surgir y el perecer. Por eso,
al increm ento y la am pliación de la idea de tiem po (duración incluso el acontecer físico está lleno de sentido y sujeto a una
infinita; sucesión de diferentes espacios de tiem po cerrados, par­ norm a estricta que, por representar la propia justicia divina,
ticularm ente en el sentido del ciclo), el com pendio del poder y debe ser acatada. Así pues, tal norm a es de algún modo anterior
de la fuerza (especialmente la pujanza de la vida, duradera, do­ a la libertad del hom bre y vinculante para ella. De esta forma,
tada de una eficacia ilim itada, im perecedera, inagotable y, por el devenir y el perecer, que los poetas lam entan a m enudo como
tanto, capaz de resurgir constantem ente (-► cristianismo y re­ una tragedia de la existencia hum ana, están objetivam ente jus­
ligiones del m undo; mito y ciencia). tificados. No sólo explican el acontecer de la naturaleza, sino que
pretenden desvelar un sentido más profundo, divino, que sub-
yace a ellos y que es preciso aceptar. Es evidente que aquí se
2. Tiempo y eternidad en la filosofía griega
interpreta en sentido religioso, incluso en la vivencia de la
A m edida que el hom bre fue adquiriendo conciencia de su dis­ limitación tem poral de la vida, la responsabilidad de la vida
tinción de la naturaleza, resultó insuficiente la concepción mítica hum ana. Se tra ta de un factor que sigue influyendo, a u n ­
que no siempre aparezca en el prim er plano de la reflexión in­
del tiempo y de la eternidad. El hom bre individual consciente
telectual.
de su libertad no puede darse por satisfecho con la interpretación
m eram ente natural de su ser. Por la distinción entre espíritu y
naturaleza, el hom bre se sitúa por encim a del curso cíclico y b) Platón
comienza a considerarse él mismo — o a considerar el elemento
Para Platón, la cuestión fundam ental de la filosofía es la pre­
espiritual de su ser— como atem poral y eterno, sin creerse por
gunta por la esencia del hom bre y por su realización dentro de
ello sustraído a la naturaleza en el tiem po (cf. la concepción de
su existencia en el cosmos. El hom bre perecedero, acosado por
la inm ortalidad del alm a individual en Platón). Consiguiente­
el tiempo y el error, no está a la altura de su verdadera esencia
mente, el pensam iento filosófico busca una visión más profun­
m ientras no enm arca su vida en el cosmos cognoscible racio­
d a de lo que desde m ucho antes se designaba con los términos
nalm ente. La esencia perm anente de las cosas y, por tanto, del
«eternidad» y «tiempo», sin olvidar enteram ente el origen re­
ligioso de esta problem ática (-» cuerpo y alm a; determ inación orden del cosmos es accesible al conocim iento hum ano en su
forma im perecedera, porque el alm a está unida con su origen
y libertad).
merced a la m em oria ( = hondón rem em orativo del espíritu). La
a) Los primeros pensadores naturaleza, el cosmos, es la articulación de las cosas surgida por
si misma y ordenada espontáneam ente, lo divino y eterno. Lo
Los primeros pensadores griegos conciben el tiem po no sólo como divino y eterno, por constituir el existente fundam ental, la arche,
un curso cosmológico natural y, por tanto, necesario y fatídico, está presente en la totalidad de las cosas, constituye el funda­
146 147
TIEM PO Y ETERNIDAD

m entó de la finalidad de su forma y de su articulación y abarca, c) Aristóteles


preside y dirige todo. La eternidad de esta arche se basa en su
condición de realidad no devenida, en su duración infinita y en Si ya Platón había interpretado la eternidad y el tiempo en un
su poder sobre todo. El devenir (y, por tanto, el tiem po dentro sentido cosmológico (aunque desde la perspectiva de la respon­
del m undo visible) no puede entenderse sin la «eternidad inmóvil sabilidad del hom bre en la vida), este enfoque se im pone por
y una» del verdadero ser, de la que el tiem po es una «imagen completo en Aristóteles. Sus investigaciones e ideas filosóficas so­
eterna que progresa según las leyes de los números» (Tim . 37d). bre el tiem po han seguido influyendo hasta nuestros días, aunque
Así pues, hay una forma esencial, perm anente y eterna, de la no siempre se ha reconocido esto explícitam ente. En su análisis
que el m undo visible es una imitación im perfecta que perece en del tiempo, Aristóteles se guía por el tiem po considerado como
el tiempo, pero que retorna constantemente. Este m undo visible un modo de ser del ente en la naturaleza, en el cosmos, si bien
es una vida que se ordena de acuerdo con relaciones numéricas. entiende por «cosmos» la totalidad de la realidad o, en todo caso,
Su orden racional, visible en la rotación del cielo y en el movi­ mucho más que el m undo conocido por las ciencias naturales.
miento cíclico de los seres vivos, se basa en la arche en cuanto A borda expresam ente las aporías que surgen de nuestra concep­
razón cósmica. El núm ero es el poder que regula toda realiza­ ción cotidiana del tiempo y, sobre todo, de su concepto científico
ción, el proceso de todo devenir que se produce en el m undo. El e intenta resolverlas basándose en sus principios cosmológico-
tiempo es la m ediación entre la forma fundam ental eterna y lo metafisicos.
informe. Como curso tem poral, es «la im agen eterna ( = d u ra­ La prim era aporía se refiere a la realidad del tiempo y del
dera por siem pre), que progresa según las leyes de los números, m ovim iento en su dimensión tem poral. Lo real en ellos es sólo
de la eternidad inmóvil y una». Platón no logró conciliar la eter­ el m om ento puntual presente, no su pasado ni su futuro. Así, el
nidad y el tiempo, particularm ente en lo que afecta a la vida tiempo y el m ovim iento sólo son reales en uno de sus elementos;
hum ana, incluida la corporal, y a su sentido últim o. Esta falta pero este elem ento no es más que el límite y el nexo sin duración
de conciliación queda patente en sus ideas sobre el alm a (espí­ de sus partes no reales.
ritu) hum ana, por una parte, y sobre la corporeidad del hom bre, La segunda aporía surge de im aginar el tiempo como un pre­
por otra. Así, según él, y según la concepción greco-helenística sente que avanza o como un «flujo del ahora». Esto lleva a pre­
en general, la vinculación al tiempo tiene que constituir para el guntar si tal ahora perm anece idéntico en su avance o cam bia
hom bre una esclavitud y una maldición. En consecuencia, toda en cada caso. En el prim er supuesto, todos los «ahora» instan­
búsqueda griega de redención tiene como norte liberar al hom bre táneos serían el mismo y único «ahora», con lo cual desapare­
de su corporeidad, del ciclo eterno o del encadenam iento al cería cualquier diferencia entre el antes y el después. En el se­
tiempo y, por tanto, en últim a instancia, del propio tiempo. En gundo supuesto se salvaguardaría la diversidad de los momentos
ocasiones se concibe la redención como un traslado al más allá, temporales, pero resultaría incom prensible la continuidad del
a la arche, donde uno no estará sometido al curso cíclico. Q ue la flujo tem poral, ya que no es posible construir una sucesión cons­
redención pueda efectuarse en el tiempo resulta im pensable, y tante sobre la base de una pluralidad de diferentes «ahora» inex-
no se espera, entre otras razones, porque la concepción cíclica tensos.
del tiempo y la concepción de la eternidad como atem poralidad Según Aristóteles, el m ovim iento y, paradigm áticam ente, el
no ofrecen ningún m argen para ello (—►cuerpo y alm a; m uerte movim iento locativo constituye aquello con lo que podemos de­
y resurrección). term inar o m edir el tiempo. Com o movim iento en un medio ex­
tenso, garantiza la continuidad, de form a que donde hay algo
que «se mueve en el espacio» es posible determ inar el tiempo
m ediante el m ovim iento y m edir el movim iento por el tiempo.

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TIEM PO Y ETERNIDAD

En consecuencia, Aristóteles define el tiempo como «el número 3. La concepción bíblica del tiempo y de la eternidad
del movim iento según el antes y el después». El antes y el des­
pués, al ser num erados por el alm a, adoptan la im pronta de la a) Generalidades
m edida que es el tiempo en sentido pleno, de suerte que si no
hubiera alm a tam poco habría tiempo. La m edida modélica del Si examinam os la autocom prensión del hom bre bíblico-israelita
tiempo la obtenemos del movim iento locativo continuo, concre­ y su inserción vivencial en la naturaleza y en la historia, com ­
tam ente de la rotación del cielo. El cielo (el m undo sideral, el probarem os que el israelita era consciente del acontecer natural
éter) concebido en sentido cosmológico-metafísico es p ara Aris­ y tenía una conciencia del tiempo acorde con tal circunstancia,
tóteles el origen últim o de todo el acontecer natural. Así, Aris­ al igual que los pueblos de su entorno. Como es obvio en un
tóteles introduce en su concepción del tiempo ideas decidida­ pueblo de nóm adas y pastores, el israelita conoce el curso del
m ente metafísicas. Lo que se mueve irregularm ente (el devenir año, el constante retorno de las estaciones, con sus tareas espe­
natural de la T ierra; las plantas, los anim ales y los hombres) cíficas. Conoce tam bién otros fenómenos periódicos de la n a tu ­
está, en su surgir y perecer, referido al m ovim iento constante de raleza, a los que se ajusta no sólo en la vida cotidiana, sino tam ­
lo que existe siempre («el cielo»). Este m ovim iento constante bién en su vida religiosa (sobre todo porque el israelita no conoce
rem ite a su vez a un fundam ento que, siendo inmóvil y estando esta distinción). Esto se refleja en la exactitud con que determ ina
por tanto fuera del tiempo, lo m antiene en m archa. Este prim er los diferentes tiempos festivos, que siguen un ritm o anual (cf. Gn
m otor se llam a Dios; él es la razón que, pensando de antem ano 1,14; Ex y Lv passim; Eclo 33,8s), aunque no se basan en el ciclo
la ordenación del todo, se piensa a sí misma. del año natural. Recordemos, por ejemplo, la fijación de la fecha
La principal preocupación de Aristóteles al definir la esencia de la Pascua, que exigía una observación precisa del ciclo lunar.
del tiempo es de tipo cosmológico-metafísico y no de carácter En este aspecto, Israel com parte casi todo con los demás pueblos,
ético-religioso, como ocurre en Platón. No obstante, son eviden­ circunstancia que no debe pasarse por alto. Tam bién la concep­
tes tanto la relación intrínseca entre el tiem po y la eternidad ción del tiem po plasm ada en el Eclesiastés refleja una m últiple
como el trasfondo religioso del planteam iento. afinidad con otras ideas de la época en la vivencia e interpre­
Los elementos de la comprensión del tiem po y de la eternidad tación del tiempo. Lo que allí se dice, cualquiera que sea la va­
analizados hasta aquí ejercieron un influjo decisivo en las épocas loración concreta que m erezca, no debe pasarse por alto: «U na
posteriores. Algunas novedades introdujo la confrontación ex­ generación se va, otra generación viene. La tierra está eterna­
presa de las ideas filosófico-éticas y religiosas de Grecia y del m ente quieta... Lo que pasó, eso pasará; lo que sucedió, eso su­
helenismo con el mensaje salvífico del cristianismo naciente. cederá: no hay nada nuevo bajo el sol» (1,4.9). Y: «Todo tiene
A unque ya hubo una influencia inicial y una interpenetración su hora. P ara todo lo que ocurre bajo el cielo hay un tiempo
recíproca entre el pensam iento judeo-israelita y el acervo filo- determ inado (el autor aduce numerosos ejemplos)... Dios hizo
sófico-religioso del helenismo (cf., por ejemplo, Filón), el influjo todo de modo perfecto a su debido tiempo. Introdujo la eter­
m utuo sólo adquirió verdadera profundidad du ran te los pri­ nidad en todo, pero sin que el hom bre pueda descubrir lo que
meros siglos después de Cristo. Por eso, para seguir el curso de Dios hizo desde el principio hasta el fin... Entonces comprendí:
la historia del pensam iento tenemos que analizar la concepción todo lo que Dios hace acontece en la eternidad: no es posible
bíblica del tiem po y de la eternidad (-» cuerpo y alm a). añadir ni q u ita r nada, y Dios hace que los hom bres lo tem an.
Todo lo que aconteció ya había existido antes, lo que va a acon­
tecer ha acontecido ya, y Dios buscará de nuevo lo que ha huido»
(Ecl 3,1.11.145).

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EL TIEM PO COMO «AION»

b) Lo peculiar de la concepción bíblica del tiempo y de la eternidad lapso de tiempo; pero se aplica sobre todo al tiempo en tanto
que ocurre en él algo decisivo, o al tiempo para una determ inada
Pero en la concepción bíblica del tiem po hay algo especial que acción o pasión existencialm ente relevante. En este contexto es
conviene analizar más detenidam ente. Se trata, en pocas pala­ significativa la fórm ula «día del Señor (Yahvé)». Expresa la idea
bras, de la conciencia específica de Dios, que es el factor deter­ (y el hecho) de una ocasional intervención repentina de Dios y,
m inante (como m uestran los propios textos, más bien fatalistas, así, alude enfáticam ente a la futura acción salvífica definitiva de
del Eclesiastés) de lo que el tiem po significa p ara el pueblo y, Dios. Así pues, la propia intervención de Dios se efectúa en el
dentro de él, p ara el individuo y de lo que el hom bre bíblico tiempo y m ediante una acción tem poral, cosa que no tendría
piensa cuando habla de la eternidad de Dios, por un lado, y de cabida en la concepción griega del tiempo. La «hora» significa
los días otorgados personalm ente por Dios a cada individuo, por en el N T el tiem po preestablecido por Dios para una acción o
otro lado. Esto puede deducirse del uso de los términos y giros pasión, así como la posibilidad — otorgada por Dios a cada
pertinentes y de los contenidos m entados con ellos. Los dos con­ cual— de realizar una acción incluso m ala y, por tanto, la si­
ceptos que más claram ente reflejan la concepción neotestamen- tuación de prueba exigida por Dios (cf. J n 16,21; 2,4; 16,4; Le
taria del tiem po y, encerrada e incluida en ella, la del Antiguo 22,53; M e 14,35 c o n jn 12,27; Rom 13,1 ls y passim). Entre estas
T estam ento son los expresados con los térm inos kairos y aion. Pero expresiones figura tam bién el «ahora» ( nyn) enfático, que a p a ­
no es fácil encontrarles equivalentes castellanos adecuados que rece a m enudo en el N T. En principio, tiene un significado an á­
no lleven involuntariam ente a unas concepciones básicas dis­ logo al de «hora»; pero se aplica especialmente al m om ento cul­
tintas. m inante del acontecim iento de Cristo o a la Iglesia. El N T llam a
enfáticam ente «ahora» al tiem po determ inado por d aconteci­
a) El tiempo como kairos y la eternidad m iento de Cristo, en contraposición al tiempo anterior a Cristo.
Este «ahora» caracteriza al tiempo de la Iglesia, aunque en cierto
En el vocabulario profano, kairos es la ocasión tem poral espe­ sentido es un tiem po posterior a Cristo; en un sentido peculiar, tal
cialm ente favorable p ara una empresa, el m om ento oportuno. tiempo es el «ahora» de la salvación definitiva. Este principio
El uso histórico-salvífico del Nuevo T estam ento le d a el mismo rige tam bién, con respecto a la apropiación de la salvación, para
sentido. Pero aquí no son las consideraciones y los planes de los cada generación posterior al tiempo del cristianismo prim itivo
hombres, sino las decisiones de Dios las que hacen de esta o aque­ y, dentro de ella, para cada persona individual: la gracia ofreci­
lla fecha un kairos, y ello con respecto a la ejecución del plan da al individuo le depara personalm ente el «ahora» de la ac­
salvífico de Dios. La realización de este plan se efectúa m ediante ción salvífica definitiva (ya efectuada históricamente) de Dios
acontecim ientos a los que el propio Dios da el carácter de kairos. (cf. 2 C or 5,15.18s; 6 ,ls ). Ésta es una clave decisiva para com­
Así se instaura la historia de Dios con el hom bre, la historia de prender el acontecim iento salvífico sacram ental en el tiempo de
la salvación. Esto rige tanto para el individuo como para la co­ la Iglesia, acontecim iento que se caracteriza por una singular
m unidad salvífica, para el pueblo o la hum anidad y el m undo «supratem poralidad» dentro del tiempo.
en general.
La idea de que hay m omentos especiales, existencialm ente
P) El tiempo como aion y la eternidad
decisivos, subyace tam bién al uso específicamente bíblico de
otras expresiones tem porales análogas. Aquí hay que m encionar Si los términos analizados hasta ahora, que se agrupan en torno
en prim er térm ino las palabras «día» y «hora», en griego hemera al concepto central de kairos, destacan momentos o lapsos de
y hora, a las que corresponde en hebrero ’et. Este térm ino, que tiempo aislados decisivos subrayando su significado especial, aion,
suele traducirse por «tiempo», designa en ocasiones un simple la otra expresión frecuente en el N T , recoge la extensión tem ­

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TIEM PO Y ETERNIDAD
LA ALIANZA DE VIDA V EL TIEM PO

poral, la duración. Aion se basa en el ’olam (largo tiempo) ve- de la m ano de Dios y está en manos de Dios. Al sellar la alianza
terotestam entario, que designa originariam ente una extensión con el hom bre, Dios penetra en el tiempo, determ inado por su
tem poral del pasado o del futuro. Esa longitud inherente a tal acción creadora. Se com prom ete y actúa desde el «comienzo»
acepción es sum am ente indefinida o variable: puede tratarse sim­ en «los tiempos, los días y los años». Su perm anecer-siem pre-en-
plem ente de un decenio o de tiempos inconcebiblem ente largos. la-alianza, su fidelidad a su acto del «comienzo», es su nom bre
Aion no supone ningún tipo de valoración, de modo que cabe revelado y ofrecido como una realidad susceptible de vivencias.
hablar, por una parte, de «este aion perverso» (Gál 1,4) y, por «Yahvé», es decir, «Yo estoy siempre con vosotros y, por tanto,
otra, llam ar a Dios «rey de los aiones» (1 T im 1,17). El plural de constantem ente “ ah o ra” , “ hoy” , porque ya estuve “ ayer” y, por
aion expresa una duración especialmente larga del período tem­ tanto, estaré “ en todo el tiem po” (eternidad), siempre y cons­
poral m entado y, por eso, puede ser sinónimo de lo que nosotros tantem ente entre vosotros».
llamam os «eternidad». Es interesante observar que ni en el AT Este factor de la tem poralidad divina o de la tem poralización
ni en el N T hay ninguna palabra específica que equivalga a de Dios frente al hom bre en el m undo suele tratarse bajo el epí­
«eternidad». C uando se usa el plural de ’olam o de aion en relación grafe «historia»: Dios realiza con el hom bre la historia de la sal­
con Dios, designa a Y ahvé como el «Dios de (todos) los tiempos», vación y de la gracia y, así, manifiesta su existir-con-el-hombre-
es decir, como el Dios que se halla por encim a de todos los tiem­ en-el-tiempo. Pero el térm ino «historia» no basta en modo al­
pos, vive «eternam ente» y, lejos de estar lim itado por tiempo guno p ara recoger enteram ente el ser-en-el-tiempo de Dios con
alguno, dispensa el tiempo. Así pues, en la concepción bíblica, el hom bre en el m undo de acuerdo con la concepción bíblica.
la eternidad no se opone al tiem po ni im plica atem poralidad o Es cierto que la existencia hum ana im plica la historicidad, pero
term inación de la tem poralidad. El plural aiones sugiere más bien tam bién im plica otros aspectos, tal vez más elevados. H ay con­
una prosecusión infinita, inasible p ara el hom bre, del tiempo o, tenidos vitales y, consiguientemente, temporales, realizaciones de
más exactam ente, de la vida de Dios, el cual puede hacer que la vida y acciones personales que se desarrollan en una esfera y
existan y surjan espacios ilimitados de tiem po que sólo él esta­ con unas intenciones que no solemos recoger bajo el epígrafe
blece, conoce y m odela con su voluntad salvífica, si bien los pone «historia», si es que les prestamos alguna atención. Los actos
a disposición del hom bre. vitales cotidianos (pero em inentem ente hum anos), por ejemplo
la dedicación diaria de la m adre al hijo o la «sencilla» — pero
viva y cargada de compromiso personal— unión de los amigos
y) La alianza de vida Dios-hombrey el tiempo y el ritm o anual de la naturaleza — en otras palabras: todo
el acontecer natural que se repite constantem ente y todas las
El «Dios de (todos) los tiempos» es el que, al crear el m undo
manifestaciones constantes de solicitud am orosa— tienen «su
entero, le fijó el comienzo, lo puso en el tiem po y le otorgó
tiem po porque Dios les confiere el ser y el tiempo» (cf. Ecl 3,
tiempo. Pero no lo hizo sólo para que existieran el m undo, el
1-15) y el propio Dios está presente en ellos. «Mis tiempos están
cosmos, la naturaleza y su tiem po y, apresado en ellos o surgido
en tu m ano», dice el orante basándose en una experiencia viva.
de ellos, el hom bre como parte de la naturaleza. La acción crea­
Dios da el comienzo, da contenido y sentido a las etapas de la
dora de Dios ap u n tab a de antem ano al hom bre o, mejor, a la
vida, de modo que el hom bre puede «construir para la eterni­
alianza de vida de Dios con el hom bre en el m undo y en la
dad», confiado en la fidelidad divina (cf. Sal 31,16 y passim). La
historia. Con respecto a nuestra tem ática, esto significa que el
vida hum ana y su tiempo, por limitados que sean y por inmersos
«Dios de (todos) los tiempos», al crear al hom bre, lo hace par­
que estén en procesos naturales recurrentes, están orientados al
tícipe de su ser y de su vida y, por tanto, de su propio tiempo y ser-con-Dios, han sido otorgados para la decisión libre, para la
de su dom inio sobre el tiempo. El tiem po del hom bre procede
adhesión y la perm anencia en la alianza de vida que Dios es­
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TIEM PO Y ETERNIDAD LA «PLENITUD DE LOS TIEMPOS»

tablece con cada uno. Aquí se basa la expectativa confiada de acto creador de Dios y su constante perm anencia actual, ni sólo
«la vida (eterna) en la región de los que viven». por la im pía, y de graves consecuencias históricas, acción de la
criatura contra Dios que recibe el nom bre de pecado original, y
8) Tiempo e historia que precipitó en la perdición a la hum anidad entera y al m undo
en general, sino tam bién por su elección con vistas a la salvación
A hora bien, el hom bre bíblico tiene una conciencia sum am ente
futura, al «día de Yahvé», que va a acontecer en favor de Israel
viva de estar situado en su propio tiempo no sólo como individuo,
y, dentro de él, p ara la salvación de todos los pueblos y del
sino tam bién como m iem bro del pueblo y, en últim a instancia,
m undo entero. Esta elección se efectuó en el tiempo; ciertas per­
de la hum anidad, que es en su totalidad el interlocutor de Dios
sonas históricas fueron llam adas por Dios a la alianza, y entraron
en la alianza. Aquí encuentra su lugar legítimo el térm ino «his­
librem ente en ella, personalm ente y como representantes de to­
toria». Por eso, la «eternidad» de Dios y su tem poralización están
dos aquellos a los que Dios destinó y destina la salvación en la
m arcadas, lo mismo que el tiempo del hom bre, por la histori­
cidad. Cómo están configurados los «tiempos» y qué «está en historia: A brahán es el padre de todos los que creen (y creerán).
sazón» «hoy» es algo que se deriva de lo que desde el «co­ La solemne prom esa de Dios a A brahán, Isaac y Ja co b como
mienzo», desde el acto creador de Dios, ha ocurrido en el tiempo, padres de la alianza y de la fe debía cumplirse en la historia, del
es decir, en la historia de Dios con (toda la) la hum anidad o en mismo modo que había sido hecha históricam ente. Israel vive
de este «pasado» de su elección, que m arca decisivamente, en el
el pueblo y con el pueblo; aunque de form a distinta, esto afecta
por igual al hom bre y a Dios. El hom bre bíblico vive con la clara plano existencial, su tiem po y, en él, el de cada individuo. En
conciencia de que su vida, su «ahora» y «hoy», se halla troque­ esta historia de Israel, iniciada con la elección, ocupa un lugar
lada por múltiples factores: en prim er lugar, por lo que estableció especial la salida de Egipto por obra de Dios, ya que, si bien es
originariam ente Dios en su obra de la creación; luego, por lo que un acontecim iento histórico con su significado particular en su
ocurrió en los «primeros tiempos» (hoy diríamos «por los acon­ época, determ ina la constitución «eterna» del pueblo de la
alianza, constitución que define irrevocablem ente p ara todo el
tecimientos históricos») y tuvo repercusiones en la historia; fi­
futuro el ser de Israel. Por eso, Israel no evoca este aconteci­
nalm ente, por lo que la prom esa de Dios anuncia (todavía) sobre
m iento fundam ental sim plem ente como un hecho del pasado his­
su intervención en los «tiempos venideros», particularm ente so­
tóricam ente im portante, en la form a en que se hace com únm ente
bre el «día de Yahvé». Esto significa que el hom bre bíblico (y
el que vive de la conciencia bíblico-cristiana de Dios y de la fe) en la historia de los pueblos y de los Estados: la explicación del
sabe de una singular unidad, basada en Dios, del pasado y el sentido de la fiesta de Pascua, celebración anam nética del éxodo
futuro en el hoy, que afecta a Dios y al hom bre. El hoy debe su y de la conclusión de la alianza con la sangre del cordero, pone
de manifiesto que «aquel» acontecim iento implicó esencialmente
configuración concreta a lo que existió, a lo que ocurrió y llegó
a ser, y a lo que Dios ha prom etido en su fidelidad. a Israel a través de todas las generaciones y, dentro del pueblo,
a cada uno de los individuos del hoy correspondiente: «para que
recuerdes el día de tu salida de Egipto durante toda tu vida»
e) La elección de Israel y el tiempo (Dt 16,3), igual que el propio Yahvé «recuerda eternam ente su
alianza, su orden salvífico p ara Israel» (Sal 106,8 y passim).
Además de lo dicho, es preciso subrayar una peculiaridad que
concierne al pueblo veterotestam entario de la alianza y a su con­ 0 La «plenitud de los tiempos»; el acontecimiento de Cristo
ciencia histórica, así como a la hum anidad entera, en razón del
acontecim iento (neotestam entario) de Cristo. Israel sabe que su Pero, al elegir y constituir a Israel como pueblo de la salvación,
existencia y, por tanto, su tiempo no están m arcados sólo por el Dios tenía una meta: la salvación del m undo. Partiendo de aquí
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TIEM PO Y ETERNIDAD EL TIEM PO DE LA IGLESIA

se com prende el mensaje neotestam entario de que «se han cum­ cepción que el N T y, por tanto, el cristiano tiene del tiem po ha
plido los tiempos» (M e 1,15; Gál 4.4 y p a ssim ). Los kairoi han recibido de ese acontecim iento histórico una dimensión entera­
alcanzado su plenitud por la obra de Dios en el hecho de Cristo, mente nueva, desde la cual se puede y se debe proyectar una luz
en el acontecim iento que se halla caracterizado eternam ente por decisiva sobre la comprensión general del tiempo y de la eter­
el nom bre de Jesucristo (cf. 1 Cor 10,11 y p a ssim ). Así se ha nidad, siempre que haya que hablar del único Dios y del único
constituido p ara el m undo entero un «ahora» que define esencial m undo creado por él y de su fidelidad inquebrantable a su de­
y perm anentem ente todos los tiempos «después de» Cristo. Esto cisión del «comienzo»; y esto lo exige inequívocam ente la fe cris­
merece especial atención en nuestro contexto, porque tales afir­ tiana y es coherente con lo que hemos logrado averiguar sobre
maciones atribuyen a la historia de la hum anidad y del m undo el tiempo y la eternidad.
en general una determ inación derivada de un acontecim iento
! histórico y, por tanto, ocurrido en el tiempo («bajo Poncio Pilato»), rj) El tiempo de la Iglesia, un tiempo de signo escatológico
pero que tiene una relevancia supratem poral y presente, tanto
p ara el tiempo (sucesivo) de «este aion» y, consiguientemente Así pues, en la perspectiva del N T , el tiempo que se inicia con
para cada existencia histórica de tipo individual y com unitario, la m uerte y resurreción de Jesucristo, aunque en términos crono­
como p ara el futuro «día de Yahvé», que ahora queda definido lógicos se define como tiempo después de Cristo, se concibe como
como «segunda venida del Señor Jesucristo». El acontecim iento tiempo de Cristo. Porque como tiempo de Cristo constituye el
salvífico en el tiempo, del que se afirm a expresam ente que ocu­ «ahora» del tiem po de la Iglesia y, de ese modo, el tiempo de la
rrió de una vez por todas (cf. H eb 7,27 y p a ssim ) y al que se historia del universo, todavía en curso, hasta el «día de Yahvé».
atribuye un carácter histórico manifiesto, tiene un influjo y un Este tiem po de Cristo es ya el tiempo del f i n , pues el aion futuro
significado que m arcan indeleblem ente a cada generación y a su prom etido en la antigua alianza ha llegado ya con lo ocurrido
tiempo. El acontecim iento sacram ental que se desarrolla en cada en Jesucristo en el tiempo. Pero todo esto tiene nuevam ente una
hoy, aquí y ahora, se caracteriza por d a r participación y par­ característica singular.
ticipar del acontecim iento de Cristo, de suerte que el creyente En efecto, el tiem po de la Iglesia y, por tanto, el tiempo del
(es decir, el que ahora se deja librem ente determ inar por él) vive cristiano y del m undo presente en general está m arcado tanto
y experim enta actualm ente en cada hoy el pasado propio en J e ­ por el «ya» de la acción salvífica definitiva como por el «toda­
sucristo: «Vosotros habéis sido crucificados, sepultados y resu­ vía no» de su consumación definitiva y manifiesta el «día de
citados con Cristo» (cf. Rom 6,3-8; Col 2,12ss; 3,1 ss), para con­ Yahvé». Perm anece la tensión entre lo definitivam ente devenido
figurar así el futuro propio y el del m undo en el «ahora». Con y realizado y la consumación de sus repercusiones en una re­
esto se afirm a en todo caso que el acontecim iento histórico de la solución eterna m ediante la segunda venida Jesucristo y el «so­
m uerte y resurreción de Jesucristo bajo Poncio Pilato tiene una m etim iento del Hijo al Padre», para que «Dios todo en todas las
referencia al presente, una virtualidad siempre actual y un influjo cosas» (1 C or 15,28). Para nuestro tem a, esto significa, entre
perm anente de tal naturaleza que supera esencialmente la efi­ otras cosas, que examinaremos más adelante, que toda interpre­
cacia de los restantes acontecim ientos históricos. La razón de ello tación cristiana de la existencia hum ana y de la historia hum ana
reside en lo que el propio D ios realizó m ediante una acción his­ debe evitar siempre los peligros que la acechan: el de considerar
tórica, entrando en el tiem po de forma irrepetible y tem porali­ esta historia nuestra «desde» Cristo como la salvación ya con­
zándose — a través de la hum anización del Logos (cf. J n 1,14; sum ada y vivir en consecuencia (es el peligro o la realidad que
Gál 4,4ss y p a ssim ) y de su m uerte y resurrección— . Por eso, si tuvo que afrontar 1 Cor) y el de seguir aferrándose a la actitud
la fe cristiana ha de ser relevante para la concepción actual de de espera de la antigua alianza o incluso retornar a la visión
la existencia, podemos y debemos concluir de ahí que la con­ m ítica de un universo recorriendo infinitos ciclos, que hoy ap a­

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TIEM PO Y ETERNIDAD AGUSTÍN

rece no pocas veces bajo la noción de un acontecer cósmico en lación «a la m orada anterior». No es m uy distinta la forma en
perpetuo desarrollo evolutivo hacia metas no decididas ni deci- que Gregorio Niseno (f 394) entiende dos siglos más tarde la
dibles. Lo que hay que hacer es seguir la singular llam ada al tem poralidad en el horizonte de la exigencia del ascenso ince­
«ser en el tiempo», llam ada que constituye un eco del mensaje sante del alm a a Dios. La tem poralidad es un medio fundam ental
y de la realidad de lo que, por obra de Dios, aconteció, fue re­ para la conform ación de la persona hum ana. Aquí encontram os
velado y cobró eficacia en Jesucristo: «Aprovechad el tiempo» un eco evidente de la perspectiva según la cual la concentración
(cf. E f 5,16; Col 4,5; tam bién Gál 6,10; Flp l,20ss; 1 Cor 10) del ¿lima en su interioridad se interpreta como un retorno a su
(-» Iglesia; sociedad y reino de Dios). origen: la perfección consiste en trasladar el fin al principio
(cf. Plotino). Esto está en relación directa con la idea, m uy fre­
cuente, del retorno al paraíso, que m arca decisivam ente el con­
4. La trayectoria histórica hasta los planteamientos modernos cepto de tiempo: la restauración de la im agen divina se logra
m ediante el m ovim iento que busca la dirección hacia lo perdido.
El encuentro de la concepción m ítica y greco-helenística del Aquí se da unilateralm ente a lo prim igenio una prioridad y un
tiempo y la eternidad, en sus diversas variantes, con el mensaje valor no respaldados por la Biblia y se pasa por alto lo histórica
cristiano de la salvación por Jesucristo como acontecim iento de­ y escatológicam ente nuevo, por no hablar de las reminiscencias
sarrollado en el tiem po para la eternidad y constituido por la de la concepción cíclico-mítica.
cruz y la resurrección de entre los m uertos condujo inicialmente Orígenes ( t hacia el 254) com pleta este principio en su doc­
a síntesis de rasgos no bien definidos y poco claros. En las reli­ trina de la apocatástasis o restauración del universo tal como era
giones y filosofías no cristianas de los prim eros siglos después de el principio. Además interpreta el tiempo como producto del
Cristo im pera un sincretismo multiforme. Y los primeros pen­ pecado original y, por tanto, tiene que valorarlo negativam ente,
sadores y escritotes cristianos no lograron inicialm ente una ri­ lo mismo que la corporeidad. Pero el gnosticismo va m ucho más
gurosa reflexión intelectual sobre la fe que sintetizara en una lejos. En últim a instancia, se atiene a la concepción greco-he-
visión arm ónica y aceptable desde el punto de vista cristiano las lenística del tiem po y de la eternidad, enriqueciéndola con con­
ideas de distinta procedencia que había que m antener en cada tenidos cristianos, de suerte que lo bíblico-cristiano no puede
caso. Es cierto que procuraron atenerse expresam ente al legado realm ente desplegar sus virtualidades. La gnosis, para la cual es
de fe basado en la Biblia; pero no rom pieron las cadenas de la absoluta la opción entre el m undo y Dios o entre el tiem po y la
concepción básica (de cuño helenista) de su época. Citemos al­ eternidad, no conoce ninguna valoración positiva del tiem po y
gunos ejemplos característicos al respecto. de la historia. El tiem po no es un reflejo de la eternidad, sino
una caricatura suya. Así, puesto que la revelación llega, en cierto
a) La época de los primeros Padres modo, «desde arriba» como algo radicalm ente atem poral o in­
tem poral, tam poco el pasado tem poral puede m erecer otra cosa
En Clemente de A lejandría (f antes del 216) encontram os una que la reprobación. El tiem po es angustia y perdición; lo tem ­
versión cristológica del principio helenístico de la redención poral no puede eternizarse.
como retorno del alm a a su origen: Cristo es alfa y omega, prin­
cipio y fin (cf. Ap 21,6). La actividad soteriológica de Cristo
b) Agustín
consiste, según Clemente, en arm onizar el fin con el principio,
de forma que el fin adquiera su perfección con el retorno al prin­ U na vía m uy diferente sigue san Agustín, cuyas conocidas ex­
cipio. Cristo posee la perfección porque es kyklos, círculo. La sal­ plicaciones sobre la concepción del tiem po y de la eternidad m ar­
vación y restauración del cristiano se efectúa m ediante una tras­ caron la p a u ta a la filosofía y a la teología durante siglos. U n
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TIEM PO Y ETERNIDAD
AGUSTIN

pasaje fundam ental de las Confesiones m uestra hasta qué punto posee la extensión del ser sobre el pasado (haber sido) y el futuro
la relación entre la inm ediatez y la reflexión constituye el pro­ en el ahora; puede desdoblar intencionalm ente el ser en deter­
blem a central no sólo del tiempo, sino tam bién de la comprensión m inadas direcciones de la conciencia y, a la vez, m antenerlo
de la existencia hum ana en general: «¿Qué es, pues, el tiempo? unido: puede «presencializar» el tiempo m irándolo retrospecti­
¿Quién lo explicará con facilidad y brevedad?... Pero ¿qué m en­ vam ente, contem plándolo directam ente y avistándolo en pers­
cionamos en nuestra conversación con más fam iliaridad y es­ pectiva (es decir, recordando, contem plando y esperando).
pontaneidad que el tiempo? C uando pronunciam os esa palabra, Consciente o inconscientemente, Agustín es tributario aquí
la entendemos perfectam ente, y cuando oímos a otro hab lar del del legado platónico. En analogía con la anamnesis de la gnoseo-
tiempo, lo entendemos tam bién. ¿Qué es, pues, el tiempo? Si logía y la ontología platónicas (y, por tanto, con la correspon­
nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo a quien diente concepción de la eternidad y del tiem po), usa la m em oria
me pregunta, no lo sé» (Conf. X I, 14). De hecho, Agustín refle­ como un concepto clave, si bien corroborándolo con la apelación
xiona sobre el tiem po y la eternidad entretejiendo de forma muy de la obra creadora de Dios in principio, en la que es co -creado el
personal puntos de vista existenciales y autobiográficos y pers­ tiempo, en el sentido estrictam ente cristiano del térm ino (cf. X,7)
pectivas filosóficas generales y teológico-cristianas, y no es casual Es cierto que, al parecer, en la concepción de Agustín la memoria
que lo haga precisam ente en sus Confesiones. Es im portante tener está dem asiado vinculada retrospectivam ente a su origen, acto
esto en cuenta si no se quiere m utilar sus pensamientos. Agustín en el cual se reconoce, en cierto modo, todo lo nuevo, lo que
llega a su concepción del tiempo como tem poralidad partiendo sucederá en el futuro; pero debe valorarse muy positivam ente el
de la relación del alm a con Dios. No sin razón comienza me­ hecho de que él subraye expresam ente «los amplios espacios y
ditando sobre la prim era frase del relato de la creación (cf. Gn los grandes palacios de la memoria», es decir, la am plitud espi­
1,1; Conf. X I ,3.5). Así, toda su reflexión sobre el tiempo está ritual que perm ite captar el ser y, por tanto, el tiempo, incluso
presidida por la eternidad de Dios, que llam a lo creado a la con su extensión. T am poco debemos pasar por alto que Agustín
existencia ju n to con el tiempo. La distinción entre la eternidad señala el efecto negativo del pecado para la posibilidad (capa­
y el tiem po se basa en la distinción entre el C reador y la criatura. cidad) o im pedim ento de la facultad tem poral de la memoria.
Desde este ángulo hay que entender y valorar tam bién las Por el pecado, la distentio en que el alm a experim enta y ordena
coincidencias, reales o supuestas, de sus afirmaciones con las de intencionalm ente la duración se ha transform ado en distentio en
Aristóteles y Platón. Al igual que Aristóteles, Agustín exam ina el sentido de incapacidad. El alm a no puede recuperar su po­
la aporía del presente como punto inextenso entre el nondum, el tencia originaria más que por la gracia y por la m irada — que
todavía-no del futuro, y el iam non, el ya-no del pasado (X I,20). la propia gracia posibilita— al Creador, que el hom bre ha ab an ­
Los dos se plantean el problem a de la m edida del tiempo. Y los donado al pecar.
dos sitúan el principio de solución en el ser mismo. Pero Agustín En todo caso, por lo que respecta a nuestro tem a conviene
no recurre ya al continuo inm utable de los movimientos astrales subrayar que, p ara Agustín, el hom bre es algo radicalm ente dis­
y celestes p ara averiguar la naturaleza del tiem po y su mensu­ tinto de un simple caso de devenir intram undano. El alm a posee
rabilidad válida. Plantea el problem a partiendo directam ente de de antem ano en sí misma la visión de la verdad perm anente,
la experiencia vivida del propio ser hum ano y de su tem porali­ superior a ella, que le proporciona la perspectiva justa, de
dad: es en el alm a donde el pasado y el futuro se hallan englo­ acuerdo con la cual debe conocer y valorar el ser; por eso, dentro
bados como presencia en el ahora. El alm a tiene conciencia de de su tem poralidad, está por encim a de tal tem poralidad en la
la duración {mora: X I,29), que supone una distentio (extensión y m edida correspondiente a su dignidad de persona llam ada por
fraccionamiento) y que se experim enta incluso cuando no se pro­ Dios. A nteponiendo la experiencia interna del tiempo del alm a
duce ningún movim iento corporal. Gracias a la memoria, el alma perteneciente a Dios al conocim iento del m undo, Agustín puede
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TIEM PO V ETERNIDAD HEGEL Y NIETZSCHE

conciliar la fe cristiana en la creación, y todo lo que ella implica, m iento alum braron en el racionalismo de la Ilustración (Descartes)
con los datos perm anentes derivados de su inserción en la historia nuevos planteam ientos e ideas nuevas sobre el tiempo y la eter­
del pensam iento hum ano. nidad. A esto se añaden, como consecuencia de la atención de
las ciencias m odernas a la naturaleza, al individuo y a la co­
c) La alta Edad Media; Tomás de Aquino m unidad hum ana, el empirismo, el sensualismo y el escepticismo
(Bacon, Locke, H um e, Shaftesbury), el m aterialism o (Lam ettrie,
Las aportaciones de Agustín para una concepción (filosófico- D iderot), el naturalism o y el positivismo, corrientes todas ellas
existencial y, sobre todo) cristiano-teológica del tiem po y de la que tuvieron que abordar, de un modo o de otro, la problem ática
eternidad siguen vigentes a lo largo de toda la Edad M edia y del tiem po y la eternidad, sobre todo porque la filosofía cristiana
m arcan la p a u ta en muchos aspectos, sin que aparezcan plan­ y la teología de la época seguían haciendo valer sus plantea­
team ientos y conocimientos nuevos. En cierto sentido, constituye mientos. En general hay una tendencia a integrar los conceptos
una excepción la definición de la eternidad de Boecio, sobre todo tradicionales en las preocupaciones de los diferentes enfoques,
porque Tom ás de Aquino la recoge y la interpreta dentro de la con las consiguientes interpretaciones unilaterales. Aquí sólo po­
concepción global de su teología (y de su filosofía). demos destacar algunos m omentos característicos para d a r una
En la fórm ula de Boecio, transm itida y utilizada durante si­ idea del proceso.
glos — aeternitas est interminabilis vitae tota simul et perfecta possessio, A hora, es com ún referir prim ariam ente la verdad a la con­
la eternidad es la posesión siempre actual y perfecta de una vida ciencia p u ra del conocim iento científico; de aquí surge progre­
ilim itada— , Tom ás subraya dos elementos (S . th. 1,10.1 y passim): sivam ente el uso lingüístico im propio de concebir la eternidad
en prim er lugar, que habla de «vida» y no de «ser». Así, el con­ como vigencia supratem poral. Los sistemas del racionalism o fi­
cepto de eternidad y, en consecuencia, el de tiem po se relacionan losófico atribuyen una verdad ontológica a los principios lógicos
radical y prim ariam ente con la vida y se interpretan a p artir de de la razón (supratem poralm ente válidos). En Leibniz encon­
ella. A esto se añade, corroborándolo, la expresión possessio, que tram os la tendencia a reducir las verdades fácticas a las verdades
es im portante porque subraya lo que hoy llamam os dimensión eternas de la razón: el curso del tiem po es un reflejo del orden
personal: el concepto de eternidad no tiene como punto de re­ del universo ideado por Dios (recuérdese la concepción de la
ferencia un «ser» indiferente e indeterm inado, sino la «posesión», m ónada y del universo como una arm onía preestablecida). Dios
el «tener» consciente o, mejor, el vivir conscientem ente la vida pasa a constituir el principio del conocim iento racional del
en una autorrealización consciente. Y esto arroja luz sobre el m undo, de m odo que la eternidad se predica de la razón que
concepto de tiempo, que se diferencia sustancial y análogam ente construye el sistema, con lo cual se pierde cada vez más, al
según el grado de participación (creatural) del ser — desde la principio inadvertidam ente, la relación con el Dios de la reve­
naturaleza viva espiritual hasta la naturaleza inanim ada— : a la lación.
aeternitas de Dios se contraponen la aevitemitas ( aevum; el aion aris­ En Hegel, lo eterno es lo tem poral, pues lo eterno no vive
totélico) de los espíritus puros (y de otros aevitema) y el tempus, cabalm ente dentro de sí mismo, sino que se despliega en lo tem ­
que es distinto a su vez en el caso del hom bre, en el del anim al, poral en virtud del m ovim iento dialéctico. El ente es el espíritu
en el del vegetal y en el de la naturaleza inanim ada (—►cuerpo exteriorizado en el tiempo, que se com prede como subjetividad
y alm a). en los estadios de su autorrealización y se reencuentra consigo
d) La Edad Moderna; Hegel y Nietzsche
mismo en las formas cam biantes de su manifestación tem poral.
Por eso, en Hegel, no hay una eternidad por encim a del tiempo,
El giro hacia la inm anencia iniciado con el nominalismo y el sub­ sino sólo una eternidad como tiempo, es decir, como proceso
jetivismo de la Edad M edia tardía y el humanismo del Renaci­ dialéctico: «El tiem po es el destino y la necesidad del espíritu».

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TIEM PO Y ETERNIDAD

En esta perspectiva, el espíritu com pendia la totalidad del acon­ e) De Kierkegaard a Heidegger
tecer histórico; de este acontecer surge el círculo cerrado de la
La concentración expresa en la existencia, que tiene en K ier­
reflexión absoluta. A hora bien, así no se llega a la auténtica con­
kegaard un exponente paradigm ático, introdujo un elem ento
cepción cristiana de la historia, aunque a prim era vista pueda
hasta cierto punto nuevo en la reflexión sobre el tiempo y la
parecer otra cosa. En Hegel, no cabe hablar de una esperanza
eternidad. A hora se analiza de form a enteram ente nueva el con­
cristiana que, basándose en la promesa divina, tienda hacia algo
cepto de tiempo, sobre todo relacionándolo esencialmente con la
enteram ente nuevo. La consumación de la cruz y la resurrec­
existencia hum ana, particularm ente en la situación en que se ve
ción en los ésjata — que Dios h ará realidad al final de la historia,
forzada a tom ar decisiones. La tem poralidad como ser-para-la-
pero más allá de ella— de una concepción genuinam ente cris­
m uerte es considerada como la experiencia fundam ental que de­
tiana queda absorbida en la «idea suprem a», en el «concepto»
term ina la vida de la persona. M ediante la distinción religiosa
atem poral-eterno; pero eso no significa que sea asum ida real­
mente. entre el Dios eterno y el hom bre tem poral, K ierkegaard intenta
d ar cabida a la fe y fundam entar la existencia tem poral en lo
Esta singular im bricación e identidad de lo eterno y lo tem ­
poral aparece expresada de múltiples formas en la literatura y eterno.
A finales del siglo pasado y comienzos del presente, la nueva
en el arte, donde encuentra expresión lingüística y plástica «lo
reflexión sobre el tiem po y su recta comprensión im pugnaba un
eterno en el hom bre», al mismo tiempo que la pérdida de la
modo de describir nuestra experiencia viva del tiempo excesi­
conciencia de ser en el tiem po interlocutor libre y personal del
vam ente influido por las ciencias naturales exactas y usual en la
Dios eterno que librem ente se revela y da vida (Novalis, Scho-
penhauer, Goethe). psicología y, por influjo de ella, en ciertas concepciones filosófi­
cas. Así, H. Bergson subraya enfáticam ente la «duración vivida»
Tam bién en Nietzsche coinciden, aunque de form a distinta,
( durée vecue) y su recta interpretación contra cualquier concep­
el tiempo y la eternidad: lo tem poral es lo eterno. En efecto, para
ción m ecanicista del tiempo. T oda una serie de relevantes psi­
él distinguir lo eterno de lo tem poral y situar lo eterno por en­
cólogos y filósofos han insistido, aunque con diferentes matices,
cim a de lo tem poral como trascendente constituye el pecado ori­
en las decisivas diferencias que existen entre el tiem po m ate­
ginal del cristianismo, que es un «platonism o invertido». Frente
mático-físico y el tiempo biológico-psicológico, con lo cual han
a este error, Nietzsche pretende volver a situar lo eterno en lo
hecho posible una comprensión más válida del ser hum ano como
tem poral, que así pasa a constituir y constituye lo eterno. T al es
una existencia en el tiem po de carácter singular (cf. E. Husserl,
el significado del nietzscheano «eterno retorno» de lo siempre
M . M erleau-Ponty, L. Lavelle, J . Nogué, V. v. Weizsácker,
idéntico, según el cual nada perm anece definitivam ente y nada
F. J . J . Buytendijk, H. Plessner, W. Stern, M . Pradines y otros).
perece definitivam ente. Nos hallamos, pues, ante la ilim itada re­
petición, sin principio ni fin, «de series absolutam ente idénticas» Estas reflexiones psicológicas y fenomenológicas sobre el
( La voluntad de poder 1066). Todo ha sido ya innum erables veces, tiem po y la conciencia del tiem po influyeron decisivamente en
y todo volverá a ser innum erables veces. La eternidad no sig­ el pensam iento de M . H eidegger sobre «el ser y el tiempo», que
nifica otra cosa que un eterno retorno; el tiem po es eternidad. tuvo grandes repercusiones a mediados del siglo actual. H eideg­
ger reduce la «subjetividad trascendental» al ser-ahí «abierto»
U na eternidad que trascienda el tiempo, aunque sea en grado
ínfimo, constituye para Nietzsche una idea absurda (-» auto­ en la tensión de la existencia tem poral, al cual le es inherente
nom ía y condición creatural; espíritu y Espíritu Santo; m ateria­ ser-en-el-m undo. El ser-ahí «ex-siste», es decir, se halla fuera, en
lismo, idealismo y visión cristiana del m undo). la ap ertu ra de su tem poralidad. El ser-ahí hum ano es esencial­
m ente un ser transitorio, un ser p ara el final o p ara la m uerte.
El ser-ahí tem poral es un «ser entre el comienzo y el final», un

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TIEM PO Y ETERNIDAD

mero «entre». El ser-en-el-m undo posee una estructura propia


que H eidegger denom ina «cuidado» y que constituye el clima y III. Tiem po y eternidad en el horizonte de la
la forma en que se desarrolla enteram ente el ser-ahí. En los tres concepción cristiana de la existencia
«éx-tasis» del tiempo que se tem poraliza en él tiene el ser-ahí el
ente en medio del cual se encuentra, lo trasciende en cada caso
y establece un horizonte m undano. Heidegger indica más ade­
lante que el tiem po no es, sino que da, y añade: «El d a r que da Todos los datos expuestos hasta ahora m uestran que el ser hu­
tiem po se determ ina por la cercanía que deniega y retiene. Tal mano en todas sus dimensiones, cualquiera que sea la forma en
cercanía otorga lo abierto del espacio-tiempo y encierra lo que que se viven y experimentan, está indisolublemente unido a eso
queda denegado en lo sido y retenido en el advenim iento» (Hei­ que llamamos tiempo. T am bién ha quedado patente que, cuando
degger 1969, 16). D eliberada o indeliberadam ente, este pasaje se habla existencialmente del tiempo, aparece inevitablemente
deja abierta una puerta a través de la cual se puede m irar hacia ante nuestros ojos lo que recibe el nom bre de eternidad. Así, hay
la eternidad y, en una perspectiva cristiana, hacia Dios. Pero que hablar de tiempo y eternidad siempre que están sobre el tapete
Heidegger, personalm ente, no rom pe las redes del tiempo. No el hom bre, su ser específico y su esencia peculiar. Y conocemos
obstante, algunos teólogos cristianos siguieron la p au ta de su la tem poralidad del m undo y de su acontecer en virtud de la
pensam iento, como puede com probarse por el caso de R. Bult- experiencia directa de la tem poralidad de nuestra existencia hu­
m ann, el cual sólo contem pla la existencia cristiana en un pre­ m ana, y ello no sólo en lo concerniente a nuestro concepto coti­
sente no tem poral, la concibe como una situación de opción exis- diano del tiempo, sino tam bién en lo que respecta a las concep­
tencial total y, por tanto, considera como ropaje mitológico todo ciones básicas del tiempo imperantes en las ciencias. El modo de
lo tem poral e histórico, incluso lo concerniente al mensaje sal- concebir el tiempo es siempre un momento y un componente
vífico cristiano. de la autocom prensión del hom bre tanto en su condicionamien­
En los últimos decenios se ha visto cada vez con más claridad, to como en su libertad, es decir, en su facultad de decidir sobre
en filosofía y en teología, que p ara definir adecuadam ente la su ser.
existencia cristiana e incluso la existencia hum ana en general y De hecho, lo que más directam ente llam a nuestra atención
para presentar responsablem ente ciertas formas de vida que hoy es la am bivalencia o, incluso, aporía que registrábam os en la
parecen necesarias es preciso abordar lo m entado con los tér­ introducción: nosotros percibimos el tiem po como algo de lo que
minos «tiempo» y «eternidad» de modo acorde con la visión ac­ podemos disponer librem ente, pero de forma que encierra ele­
tual de la existencia h u m an a en el m undo y del sentido de la mentos de un factor indom eñable, de un inesquivable condicio­
misma. H ay que conjugar las aportaciones de las ciencias y de nante de nuestra libertad, hasta el punto de que nuestra facultad
la filosofía con los de la teología cristiana y extraer las conse­ de disponer de él parece quedar en realidad radicalm ente cues­
cuencias pertinentes. Es lo que vamos a in ten tar en el último tionada. En efecto, nosotros sabemos realm ente en qué m edida
capítulo del presente artículo (-► cuerpo y alm a). formamos parte del universo y hemos sido injertados en él sin
que se nos haya preguntado al respecto. Sin nosotros y mucho
antes que nosotros se dan m uchas cosas — y probablem ente se­
guirán dándose m ucho tiem po después de nosotros— que per­
cibimos como un acontecer indom eñable en el plano tem poral:
la génesis y evolución de un universo inm ensam ente grande, que
se expande espacial y tem poralm ente de acuerdo con unas leyes
férreas; el curso de los astros; el ciclo anual con sus estaciones
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TIEM PO Y ETERNIDAD

siempre recurrentes; el ritm o del día con sus diferentes reper­ 1. E l marco previo de la temporalidad humana
cusiones en la naturaleza anim ada e inanim ada; los múltiples
acontecim ientos particulares — periódicos o articulados de cual­ U n prim er m om ento de la tem poralidad hum ana que salta in­
quier otra forma— de la naturaleza y de la historia, que tienen m ediatam ente a la vista es la inserción del hom bre en el universo
un comienzo y tienden hacia una m eta determ inada y term inan y en su devenir, con todas las estructuras dadas de antem ano.
en ella, sin que sea posible conocer con certeza en qué desemboca El propio ser personal en el tiempo, otorgado con vistas a una
definitivam ente todo esto; por último, las variadísimas formas de vida y una vivencia en clave de yo, aparece inserto en estructuras
los seres vivos, increíblem ente ricas, y de sus m odalidades tem ­ tem porales de carácter m aterial y biológico que, analizadas de­
porales. Además, nosotros percibimos todo esto no como algo tenidam ente, resultan ser datos previos y presupuesto de la li­
que acontece sólo fuera de nosotros mismos, sino como algo de bertad hum ana. Comencemos por analizar esto (-> determ ina­
lo que participam os y que nos afecta profundam ente en sentido ción y libertad).
estricto y, al parecer, en la totalidad de nuestro ser. Porque nues­
tra «corporeidad» implica que formamos parte del universo, in­
cluso en lo concerniente al acontecer tem poral del m undo y de a) El ser-en-el-tiempo de los seres vivos
la naturaleza, que fluye constantem ente y dom ina todo y que
para nosotros se halla insoslayablemente m arcado y lim itado por En nuestro contexto es lógico p artir de una idea com únm ente
el nacim iento y la m uerte. No es casual que la conciencia de aceptada desde hace tiempo: el ser-en-el-tiempo de los seres vivos
todas estas cosas haya llevado a las correspondientes interpre­ difiere radicalm ente del propio de la naturaleza inanim ada y de
taciones de la existencia (cf. los mitos y ciertas religiones y filo­ las cosas existentes en ella (lo cual no tiene por qué estar en
sofías). Pero, por otra parte, tam bién tenemos conciencia de que contradicción con una conexión evolutiva). T al idea no se deriva
podemos decidir realm ente sobre nosotros mismos y sobre nues­ sólo del análisis del ser-en-el-tiempo explícitam ente hum ano: es
tro tiempo, hasta el punto de que nos consideramos capacitados algo que los estudiosos pertenecientes al cam po de las ciencias
y facultados no sólo p ara reclam ar tiempo p ara nosotros mismos, naturales exactas señalan de consuno con los biólogos, los psi­
sino tam bién para tomárnoslo con el fin de dedicárselo a otros cólogos y los filósofos. D onde hay vida — es decir, donde hay un
y de darnos a ellos con él. ser vivo que «dura» individualm ente— , hay que reconocer la
Con esto queda clara la secuencia de las reflexiones que va­ presencia de un tiem po especial. Por eso está justificado distin­
mos a exponer. Partim os de un dato previo del ser hum ano: de guir el tiem po biológico del tiem po físico. Porque lo propio de
nuestra inserción natural en el universo y en sus procesos tem ­ la física en sentido genérico y global es contem plar la totalidad
porales. Luego m ostrarem os que nuestro ser y el del universo del universo prescindiendo expresam ente (y legítim am ente den­
entero han de tener un fundam ento y origen com ún incluso en tro de su perspectiva) del aspecto del ser vivo y de todas sus
lo concerniente a la tem poralidad. Esta peculiaridad básica y implicaciones. El tiempo de los seres vivos en general, sean ve­
decisiva es, en términos científicos, la contingencia y, en términos getales, anim ales u hombres, es un tiem po que no puede repre­
teológicos, la condición creatural. Por eso, el ser-tem poral del sentarse m ediante puntos tem porales, ni se compone de tales
hom bre, al igual que su tener-personalm ente-tiem po-libre, debe puntos, ni en realidad puede captarse adecuada y plenam ente
contem plarse en el horizonte del ser contingente y creado, para con el esquem a pasado-presente-futuro. La generación de un ser
ver en él lo específica y distintivam ente hum ano (-> evolución vivo, por ejemplo, constituye un todo, un devenir con su tiempo
y creación; experiencia de la contingencia y pregunta por el sen­ específico, que no puede determ inarse, sino, a lo sumo, destruirse
tido). y fragm entarse, m ediante hitos tem porales externos. Si se quiere
establecer un vector-tiem po biológico, es preciso tener presente
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TIEMPO Y ETERNIDAD EL SER-EN-EL-TIEMPO DE LOS SERES VIVOS

que el propio ser vivo fija el punto de partida desde el cual cabe acuerdo con determ inadas regularidades del tiempo y que, por
h ablar de un «antes» y un «después», y sólo desde este punto de tanto, el tiem po del ser vivo im plica a la vez condicionam iento
p artida vital y librem ente elegido tiene interés un «antes» y un y posibilidad de decidir. En esto radica la regularidad vital
«después» dentro de la duración vital de este viviente concreto. («tiempo biológico»), de cuya peculiaridad fundam ental hace
Sólo a p artir de ahí tiene sentido hablar de «demasiado pronto» abstracción la regularidad del tiem po entendida en sentido físico.
o «demasiado tarde». Recordem os tam bién el devenir y el ser de El tiem po biológico no puede deducirse exclusivamente del
un árbol. No es exacto decir que la semilla existió, p ara luego tiempo físico, pese a que el prim ero incluye al segundo o se halla
dejar de existir, porque «ahora» existe un árbol. Lo que existe es sometido a sus condicionam ientos (cf. la preocupación que se
más bien un «roble» o, mejor, este roble: él existe y vive, si bien refleja en el térm ino «fulguración», em pleado por K. Lorenz, y
prim ero bajo el modo de ser de la bellota y luego bajo el modo en la interpretación del hecho evolutivo por M . Eigen).
de ser del árbol desarrollado. En todas estas fases existenciales, Por eso, si queremos ajustarnos a la realidad, hemos de em­
el roble es este roble. Él gesta — si se quiere hab lar así— el pre­ plear con cautela la imagen, usada a menudo, del flujo de los
sente de sí mismo como roble en todos sus momentos, fijados como seres vivos o del curso tem poral de la vida. De hecho, la vida es
tales desde fuera. Será preferible no hab lar aquí de un «presente manifestación de un acontecer espontáneo. Las funciones y pro­
que trasciende el tiempo» (Auersperg, que quiere subrayar con cesos vitales forman un curso vivo porque m antienen en movi­
esta expresión algo verdadero), porque entonces se entendería el miento su propio flujo; de ahí que sean por principio algo diferente
«tiempo» como una m agnitud prim ariam ente física. En realidad, de lo que encontramos en el curso de una corriente continua de
el ser vivo no «trasciende» el tiempo, sino que dom ina su tiempo agua. El ser vivo ejerce desde dentro un influjo que tiene como
específico de acuerdo con el grado de su correspondiente poder térm ino su propio curso y que dirige tal curso en conformidad
sobre el ser. con su ser específico. Pero no es posible negar ni pasar por alto
El «pasado» del viviente individual puede definirse más rec­ que, en sus actos vitales, los seres vivos dependen tam bién de con­
tam ente como un «devenimiento» que lo contiene como su ser diciones externas y, por tanto, su ser-en-el tiempo está determ i­
en el «ahora»; y su «futuro» está ya previam ente dado en su ser- nado tam bién por estructuras temporales externas. Ningún ve­
germ en, pero no como un mero no-ser-todavía, sino como ser que getal, por ejemplo, puede influir por sí mismo en el curso diario
brota de él como vida. Por eso, para el ser vivo, el pasado no es del Sol ni prescindir de él. Por eso, entre los seres vivos y el uni­
sim plem ente pretérito. De hecho, lo «sido» del viviente es en él verso en general hay una conexión existencial y procesual en la
como individuo y, a través de él, p ara el universo algo devenido tem poralidad. Pero lo decisivo para poder hablar de seres vivos
m ediante lo cual el presente (si lo concebimos como un punto) es el ser-temporal actuado por ellos mismos de acuerdo con su
se halla m odelado y abierto con vistas al futuro concreto de un respectiva especie, el realizarse ellos mismos y cum plir su tiempo
ser particular y del universo. Lo que en este m om ento deviene específico y recorrer los momentos del mismo relevantes para la
y luego ha devenido no está ya en cada caso absoluta y defini­ vida en las condiciones externas mencionadas y aprovechándolas
tivam ente decidido en virtud de constelaciones externas y de le­ vitalmente. Todo esto puede afirmarse tam bién del hom bre como
yes naturales entendidas en un sentido exclusivam ente físico. ser biológico en el mundo. Pero antes de analizar este tema, vamos
Porque el viviente es un ser que se autoconfigura activa y vital­ a echar una ojeada al tipo de «tiempo» que es característico de
m ente y cuya configuración de cada m om ento se plasm a y sigue la naturaleza inanim ada o que se concibe y describe en la pers­
configurándose — es decir, vive— en su «devenim iento» y en su pectiva de las cieneias físico-naturales. Tras lo que acabamos
ser-en-el-universo — y, por tanto, en su estar condicionado— con de decir, es posible definirlo de forma más acorde con la realidad
vistas a su futuro específico (cf. V. v. W eizsácker). En este m arco (-► anim al y hombre; naturaleza e historia; universo - T ierra -
hay que tener presente que tam bién la vida se desarrolla de hom bre).
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1
EL «ANTES» Y «DESPUÉS» FÍSICO

b) El tiempo definido físicamente sativas» p ara la dirección y tendencia de los cambios de estado
en una parte de este desarrollo y para el tipo de realizaciones
En el m arco del tem a tiempo y eternidad no interesa realm ente el que surgen en ellos. A unque esto no constituye siempre una cau­
problem a — que las ciencias naturales se plantean y tienen que sación en el sentido de «producir m ediante la acción sobre otra
resolver— de la medición del tiempo y de la posibilidad o im­ cosa» o de «hacer que em erja de uno una entidad», sí es prueba
posibilidad de constatar la sim ultaneidad (coincidencia) de los y expresión auténtica de que el ente tem poral tiene un poder
acontecim ientos naturales, sobre todo en el ámbito microcós­ ónticam ente dom inante y determ inante sobre un desarrollo tem ­
mico. T am poco es preciso analizar aquí el problema del continuo poral. Nos hallam os ante un aspecto de la relativa virtualidad y
espacio-tiem po y el lugar que ocupa en la teoría de la relatividad autonom ía óntica que el ente finito posee, sobre el trasfondo de
especial y general o en la m oderna física cuántica. N o obstante, su creaturalidad, del carácter de don de su existencia y de su
parece im portante el hecho de que la física del cosmos se pre­ desarrollo tem poral. La anterioridad de una fase de desarrollo
gunte por el «antes de» y el «después de» y, en consecuencia, con respecto a otra de la misma cosa o del mismo sistema significa
por la efectividad y verificabilidad de una «dirección» tem poral aquí que la prim era es determ inante o codeterm inante p ara la
de todo el devenir del cosmos. cualificación de la segunda y de la secuencia de cambios de que
forma parte. «Seguir» significa estar cualificado en consonancia
a) El «antes» y «después»físico con las determ inaciones de los momentos con los que se d a la
relación de sucesión. La asim etría de las relaciones tem porales
En lo que respecta a la prim era cuestión, se suele apelar a la se basa en la unilateralidad esencial de las relaciones de deter­
concepción m oderna de la causalidad, según la cual las relacio­ m inar y estar determ inado en cada caso.
nes tem porales del antes y el después entre estados m omentáneos C ontra esta concepción no hay nada que objetar, en prin­
de un sistema im plican tam bién relaciones de determinación cau­ cipio. Pero con ella sólo se afirm a que entre varias cosas o sis­
sal. Según esta concepción de la causalidad, que ya fue esbozada temas hay efectivamente una relación de determ inación y su­
en la filosofía estoica y que, en gran medida, el pensam iento cesión así entendida y que, por tanto, lo designado con el «antes»
científico m oderno adoptó como p a u ta (muchas veces apelando y el «después» tiene un fundam ento objetivo en la realidad. Pero,
a K an t), el preceder en el tiem po debe interpretarse como una contem plada con la m irada puesta en los acontecimientos p ar­
relación de determ inación causal unilateral con respecto a lo que ticulares del cosmos entero, la relación de determ inación así en­
sigue. T al relación tiene su expresión lingüística en las conocidas tendida resulta ser físicamente necesaria y, sobre todo, no con­
proposiciones «si... entonces», en las que el «si» se entiende como vertible. Por eso, en el plano físico-cosmológico, no es posible
«cuando» (tiempo) y como «en caso de» (condición). Al parecer, decidir cómo, cuándo y en qué «dirección» son efectivas en cada
las relaciones de tiem po pueden reducirse a relaciones cosmo­ caso tales determ inaciones. De ahí que determ inadas afirm acio­
lógicas no recíprocas de causalidad y determinación. Aunque nes sólo sean posibles en el sentido de la probabilidad de las leyes
aquí quedan pendientes graves problem as de carácter metafísico, aleatorias. Desde la perspectiva de nuestra experiencia hum ana
especialmente en lo concerniente a un concepto válido de cau­ y personal del tiempo, el tiem po entendido de acuerdo con las
salidad, se puede aceptar lo siguiente: leyes físico-naturales es una abstracción en la que, pese a darse
La aplicación corriente (si bien todavía por analizar) de los una relación «antes-después», el «pasado», el «presente» y el
conceptos de causa y efecto a fases sucesivas puede explicarse «futuro» en el sentido de la vivencia hum ana no tienen signifi­
aceptando que, en el supuesto de un universo que se desarrolla cado alguno. Dicho tiempo aparece más bien como un continuo
en muchos estados m om entáneos, las cosas de cada m omento hom ogéneo que, considerado exclusivamente en sí mismo, está
p articular son determ inantes y decisivas y, en este sentido, «cau­ sin estructurar. En ese tiempo, todo discurre necesariamente, de
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TIEM PO Y ETERNIDAD ¿UNA DIRECCIÓN TEMPORAL DEL ACONTECER CÓSMICO?

suerte que la exposición de lo com prendido por las leyes n atu ­ hay actualm ente dos concepciones opuestas. Así, unos aducen
rales puede em pezar en cualquier punto de cualquier vector tem ­ que poseemos docum entos físicos del pasado, pero no del futuro.
poral que se fije arbitrariam ente. Aquí carece de im portancia Esto dem ostraría que hay que atrib u ir al acontecer global de la
que partiendo de un determ inado punto se defina como «pa­ naturaleza una dirección unívoca. En la misma línea apuntaría
sado» algo que partiendo de un punto situado antes sería lla­ el segundo principio de la term odinám ica (ley de la entropía).
m ado «futuro». Según esto, la «dirección futuro» aparece como un fenómeno
Por eso, el «antes» y el «después» de la física difieren radi­ colectivo del acontecer natural, el cual presupone obviam ente
calm ente de lo que esas mismas expresiones significan en la vida totalidades susceptibles de que se les atribuya una entropía. En
de los seres vivos. Pero las cosas cam bian cuando no se tra ta ya este m arco se supone que todo los procesos particulares, al menos
de la física, es decir, de establecer las leyes generales de la na­ en su acum ulación, se hallan insertos en la secuen<íia unidirec­
turaleza, sino de hacer afirmaciones sobre hechos o cambios de cional de los estados del cosmos entero, porque las determ ina­
estado fácticos que han acontecido o están aconteciendo en la ciones decisivas, ante todo las entropías, se modifican, conside­
realidad. En estos casos se parte, sin advertirlo expresam ente, de radas globalm ente, en una sola de las direcciones temporales.
u na percepción consciente y, por tanto, de un acto m anifiesta­ Aquí se supone que la «dirección futuro», con todo lo que sig­
m ente hum ano. Entonces la «presentidad», por ejemplo, es pri­ nifica, puede definirse por el cam bio de la entropía en sentido
m ariam ente un atributo de los acontecim ientos observados que de crecim iento, de form a que el contenido del principio de en­
«ahora» se registran conscientemente. Pero esto no hace sino con­ tropía en su versión corriente se reduce a afirm ar el dato uni­
firm ar lo que decíamos antes. versalm ente verificado de que los cambios entrópicos se efectúan
Esta determ inación — necesaria por principio, pero de suyo en el mismo sentido en todos los períodos de tiempo.
indefinida— del acontecer natural físicamente descrito consti­ A unque esa interpretación del universo es atractiva y no ca­
tuye en y por su indeterm inación (indefinición) un pre-supuesto rece de fundam ento, otros muchos investigadores señalan que
de la vida, es decir, de ese poder sobre el ser que, autodeter- aquí se introducen ciertos presupuestos no dem ostrados y, pro­
m inándose, pone y m antiene en m ovim iento un acontecer es­ bablem ente, indem ostrables, sobre todo el principio de entropía
pecífico (lo cual significa «vivir»). Por eso, el m encionado poder como un principio universalm ente válido y susceptible de dirim ir
de los seres vivos sobre el ser, que im plica en cada caso un poder la cuestión. De hecho, este principio sólo está com probado y es
específico sobre el tiempo, resulta ser un poder capaz de dirigir evidente en el caso de sistemas cerrados; pero no se h a demos­
las relaciones de determ inación y de tiem po (físico), de suyo in­ trado que el universo en su totalidad constituya un sistema ce­
definidas, hacia una definición en favor de la propia realización rrado, y, por tanto, es lícito, cuando menos, suponer que cons­
vital. Vivir significa siempre utilizar, m ediante una autodeter­ tituye un sistema abierto. A h o ra bien, en estas circunstancias hay
m inación, las regularidades naturales previtales como condicio­ que reconocer que no está resuelto que sea legítimo hablar, en
nes previas p ara el desarrollo y la configuración de la propia el plano de las proposiciones físico-cosmológicas, de una direc­
existencia. Así pues, el tiempo biológico presupone y utiliza aque­ ción unívoca del tiem po que presida realm ente el acontecer del
llo que la física constata sobre las relaciones de «tiempo» en la universo entero, a no ser que puedan aducirse en favor de tal
naturaleza físicamente considerada (—*■ causalidad - azar - pro­ aserto argum entos sólidos (y científicam ente aceptables) tom a­
videncia; determ inación y libertad). dos de o tra parte. El exam en de tales argum entos, aun no siendo
P) El problema de una dirección temporal del acontecer cósmico asibles ni valorables en el plano físico-cosmológico, sería tarea
de una visión científica global. Pues bien, en esa dirección p a ­
En lo concerniente a la dirección temporal del acontecer global del recen a p u n ta r los datos de las ciencias biológicas, las cuales,
cosmos y a la verificabilidad de la misma por las ciencias físicas como hemos visto, creen tener que hablar de un tiem po biológico
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TIEM PO Y ETERNIDAD LA EXPERIENCIA FUNDAMENTAL DE NUESTRO SER

y de una dirección del proceso vital del universo, por ejemplo en la atención sobre las conocidas aporías del tiempo y trataron de
la línea de una teoría de la evolución general. Pero al analizar resolverlas. La «presencialidad» hum anam ente vivida es, en
esta teoría hay que seguir planteando la cuestión de la posibi­ efecto, todo lo contrario de ese punto presente inextenso, que en
lidad de decidir la dirección tem poral del universo que conoce realidad representa una nada entre el pasado, que ya no es, y el
la vida. M ás adelante estudiarem os qué hay que decir al respecto futuro, que no es todavía.
desde el punto de vista de la teología cristiana, o si dicha teología
debe m antenerse abierta y en qué sentido (-*■ evolución y crea­
a) La experiencia fundamental de nuestro ser: «yo soy»
ción; universo - T ierra - hom bre).
Lo fundam ental, lo que debemos tener presente ante todo, es lo
que se enuncia en el simple — aunque interpretado de múltiples
2. Sobre la temporalidad humano-personal formas— aserto «yo soy». Aquí deja oír su voz la vivencia fun­
dam ental del propio ser, que se halla por encim a de todas las
¿Qué podemos decir, a la luz de lo expuesto, sobre el ser-en-el- posibles divisiones en pasado, presente y futuro, porque consti­
tiem po específicamente hum ano? Sin duda, todo lo averiguado tuye su fundam ento originario. Todo «yo fui» y «yo seré» pre­
sobre el ser-en-el-tiem po de la naturaleza inanim ada y de los supone el «yo soy». Es lo mismo que se expresa con la sencilla
seres vivos rige tam bién p ara el hom bre. Nuestro análisis intro­ frase «yo vivo»: me enuncia a mí y enuncia de forma plenam ente
ductorio ha m ostradcuen qué m edida el hom bre está en condi­ válida la realización fundam ental y om niabarcante de mi mismo;
ciones de ejercer un poder sobre sí mismo y sobre el tiem po que por tanto, es expresión de lo que constituye mi autoactuación,
se le ha otorgado. Si tuviéram os que expresar sucintam ente qué la cual se opone a cualquier objetivación. Esta afirmación del
es propiam ente lo que caracteriza así al hom bre, podríam os de­ ser propio, viviente y con carácter de yo — es decir, el «yo soy»
cir: (el hecho de que tiene conciencia de sí mismo en cuanto per­ o «yo vivo»— , no está concebida como una form a específica de
sona con carácter de yo y conoce tanto la peculiaridad de su ser- presente, aunque lo sea desde el punto de vista gram atical. Ex­
en-el tiempo, m arcado por la im pronta de lo personal-espiritual, presa una p u ra autopresencia que ya se recoge im propiam ente
como su tem poralidad y sabe que am bas se hallan en manos de cuando se la describe como «ser-cabe-sí», porque aquí se distin­
su libertad; se tra ta de un saber que el hom bre expresa de m úl­ gue (aunque m uy sutilmente) entre el yo y el experim entara
tiples modos como una experiencia inm ediata y originaria. El (como ser-cabe-sí). El fundam ento de mi ser se sitúa en esa in­
ser-espíritu del hom bre, que se com prende y se afirm a m edian­ terioridad auténtica — no susceptible de ningún cuestionam iento
te el lenguaje, es lo que m arca inconfundiblem ente y desde ulterior razonable— de mí mismo a la que alude lo que cada
dentro su ser-tem poral. Por eso, es el indicio más claro de cual expresa cuando dice «yo». En esta interioridad espiritual
la tem poralidad específica del hom bre y de su dom inio sobre (identificada, no sin razón, con el núcleo de mi alm a espiritual)
ella. yo soy presencia de mí mismo, si bien para experim entar y ex­
A nuestro juicio, tal dominio puede reconocerse, ante todo, presar desde ahí, en cuanto presentes a mí, «realidades» de mi
en su estar-presente-para-sí-mismo y en el poder — que se expe­ propio ser que form an parte de la riqueza del ser que me ha sido
rim enta y debe vivirse como hum ano— sobre esta «presenciali- dado como propio: mi corporeidad con sus múltiples factores,
dad» suya. Ahora hay que subrayar lo que todo esto significa. mis actos espirituales, lo psíquico en mí, etc., e incluso mi «pa­
Porque con dem asiada frecuencia caemos en un grave equívoco sado» y mi «futuro». Al yo le ha sido dado afirmarse como au ­
que tiene sus raíces en una visión estrecha — la m ayoría de las topresencia espiritual a través de la pluralidad de las vivencias.
veces centrada en lo cuantificable— de la realidad, como ya tu­ Este espiritual estar-presente-a-sí-mismo en la corporeidad cons­
vieron que com probar Aristóteles y san Agustín cuando llamaron tituye la esencia específica del ser hum ano.
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TIEMPO Y ETERNIDAD LA VIVENCIA DE LA PLENITUD DEL TIEMPO

A hora bien, el «yo soy» incluye las múltiples formas de ex­ acciones. Son lo que son gracias a la tem poralidad. Pero, aunque
perim entar y realizar el propio ser y, por tanto, la tem poralidad tienen principio y fin, las acciones no son un puente p ara salvar
específicamente hum ana. E ntre ellas figuran, en prim er térm ino, la distancia entre el principio y el fin, sino que form an una uni­
los datos previos de lo hum ano y personal que ya hemos señalado dad dinám ica originaria y, por tanto, una «presencialidad». Al
(«tiempo físico» y «tiempo biológico»). Porque en el hom bre, en m argen de estos ejemplos, llevamos a cabo muchos actos per­
su corporeidad en cuanto vinculación al m undo anim ado e ina­ sonales que poseen una tem poralidad singular, establecida por
nim ado, se da tam bién un acontecer tem poral que tiene sus pro­ nosotros. Recordem os lo que significa esperar, tener esperanza,
pias leyes, de las que el hom bre no puede disponer. Recordemos creer, ser fiel, ser responsable, estar disponible para, etc. En todos
los diferentes fenómenos de nuestra existencia som ática que, estos actos, que nosostros hacemos «durar», «perm anecer», ac­
como la circulación de la sangre, tienen una estructura rítm ica tuam os consciente y librem ente nuestro propio ser en el tiempo
o una estructura tem poral de cualquier otro tipo. Todos estos y hacemos que otros lo experim enten como procedente de no­
fenómenos están sujetos a la sucesión tem poral y a la insoslayable sotros. Tales actos se desarrollan en el tiempo, incluyen tiempo
concatenación de los procesos naturales; adem ás suelen desarro­ y, por tanto, pueden entenderse como «formas temporales». Si
llarse sin que nosotros concurram os ni decidamos conscientemente. nos fijamos expresam ente en ello, abarcan, por así decir, lo que
Pero lo que constituye nuestro ser-en-el-tiempo específicamente llamam os pasado, presente y futuro. Pero aquí no tiene sentido
hum ano presenta unas características com pletam ente distintas. hab lar de una sucesión de m omentos presentes ni pensar en una
Nosotros no experim entam os nuestra vida, al menos prim aria y duración naturalm ente determ inada — y, por tanto, cronom é­
principalm ente, como el curso o la sucesión de una secuencia de tricam ente m ensurable— de fenómenos como la fidelidad y cosas
estados, procesos o «ahoras». El tiempo, en la m edida en que semejantes. Su tiempo está m arcado por su contenido; no cesan
constituye una vivencia hum ana o, mejor, la existencia hum ana porque pase el tiempo, sino cuando y en caso de que nosotros los
concreta, no puede interpretarse sim plem ente como un flujo. abandonem os como actos personales nuestros y dejemos de en­
Esto estaría en contradicción con ciertos valores experienciales tregarnos a ellos y de entregarles nuestro tiempo.
obvios. El tiem po se nos presenta como un fenómeno originario
de nuestra vida, siempre presente, vivo y cercano. No es posible
captarlo exhaustivam ente interpretándolo como una secuencia c) La vivencia de la plenitud del tiempo
de nuestros sentimientos, pensamientos y voliciones (-> cuerpo En muchos casos, el punto del presente tem poral e incluso la im a­
y alm a). gen lineal del tiem po son inadecuados, si no erróneos, en lo que
concierne a la vivencia hum ana y a determ inadas formas del
b) La experiencia del ser y del obrar como duración tiempo. La vivencia visual de un paisaje durante un paseo sin
fines utilitarios, el dejarse im presionar por un cuadro m uy ex­
N uestra auténtica vivencia del tiem po es lo que nos afecta per­ presivo y otros hechos similares, por más que desde una perspectiva
sonalmente o lo que acontece como fruto de nuestra conducta y distinta, ajena al verdadero asunto, se desarrollen en una d u ­
actividad personal y consciente. Intentem os explicarlo con al­ ración m ensurable, son actos en los que la tem poralidad se vive
gunos ejemplos característicos. Pensemos en acciones nuestras como vitalm ente presente, condensada en una «reposada» ple­
como cam inar, escribir, ju g ar, etc.; son ejemplos claros de una nitud de ser («a pesar de» la finitud) que es considerada con
duración (tem poral) dinám ica y unitariam ente vivida, que no­ razón como una participación de la eternidad: toda sucesión de
sotros expresamos con los verbos correspondientes. Estos verbos horas queda «olvidada» en un sentido em inentem ente positivo
de acción denotan actividades que surgen por iniciativa nuestra porque se halla trascendida. Algo semejante ocurre con la au ­
y que, por tanto, d u ran , lo cual constituye su verdadero ser como dición de una sinfonía: esta vivencia constituye como tal un todo
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TIEM PO Y ETERNIDAD DEDICARSE TIEMPO

cuya estructura no se captaría siquiera, pese a los movimientos hom bre se percibe a sí mismo y percibe su tem poralidad de forma
melódicos y a otros fenómenos análogos, si se prestara atención com pletam ente distinta — y com plem entaria y vitalm ente ne­
a los m omentos o lapsos de un «vector tiempo» cronom étrico cesaria— que, por ejemplo, en el m undo de los im perativos la­
(cosa que, por cierto, hace el ingeniero de sonido al g rab ar un borales (—» acción y contem plación).
disco). U n a melodía, una canción o una sinfonía, al igual que
el diálogo en una reunión amistosa, representan en cada caso
una form a de tiempo cualificada que sólo puede captarse per­ d) Un ser-en-el-tiempo realizado personalmente
sonalm ente. Lo estético tiene su propio tiempo; por eso, las obras En todos los ejemplos aducidos resonaba ya algo que ahora es
de arte, las composiciones, etc., poseen un carácter supratem - preciso destacar expresamente. En efecto, la form a en que todos
poral y se hallan sustraídas al curso del tiempo. Aquí no hay estos actos o vivencias son realm ente míos y han sido realizadas
propiam ente sucesión, sino conjunción y sim ultaneidad, per­ conscientem ente, e incluso el hecho de que sean actos personales
m anencia y perduración. Al contem plar un paisaje, al escuchar míos o me afecten personalm ente, depende de que yo haga que
música y al realizar otros muchos actos semejantes de plenitud existan tem poralm ente como actos míos y del grado en que haga
personal tomamos conciencia de que hay una riqueza entitativa tal cosa. Q ue algo dure p ara mí y cuánto dura para mí algo
que está por encima de cualquier concepción puntual y lineal. depende fundam entalm ente de que — cómo y cuánto— yo me
Si el «yo» posee un modo de extensión que difiere por prin­ detenga y prolongue mi presencia actuada personalm ente por mí.
cipio de la espacialidad definible en términos físicos o fisiológico- Esto puede lograrse o quererse más o menos plenam ente en cada
somáticos, algo semejante se puede afirm ar de la tem poralidad caso: es el problem a del uso personal de mi poder sobre el tiempo.
del yo vivida en determ inados actos concretos. Algo puede ser Cabe, incluso, que uno esté localmente presente y no se entregue
tan rico, tan grande, tan im ponente que necesitemos tiem po para personalm ente, por ejemplo porque se halla m om entáneam ente
«asimilarlo». La conclusión de un concierto no es el comienzo absorbido por un recuerdo y no se dedica a lo que ahora está en
de un pretérito, sino una consumación o culm inación en cuanto sazón. Se tra ta siempre del problem a de cómo uno se com porta
presencia pasado-actual en el ser-ahí espiritual. El concierto ha consigo mismo y m aneja su tiempo. Encontrarse a sí mismo, estar
pasado a constituir una presencia actual que, como tal, no co­ cabe sí mismo y estar luego realm ente presente para otro es algo
noce propiam ente ningún futuro, porque es un enriquecim ien­ que requiere realizar un acto personal del propio poder sobre el
to perm anentem ente vivido. La vivencia de tal ser-presente tiempo; en determ inados casos, tenemos que poner freno al vér­
«quieto» y duradero no es un curso lineal, sino, para seguir con tigo externo (y, con frecuencia, al propio vértigo interior) del
la imagen, como una superficie o una esfera con «todas» sus tiempo y recuperar la calm a para captarnos a nosotros mismos
dimensiones, con la profundidad y el estar-elevado-a-las-alturas, y cap tar lo otro o al otro en la quietud. A unque «el tiempo pasa»,
es decir, la vivencia de una plenitud presente y perm anente. Pres­ depende de mí que algo quede para mí sumido en lo eternam ente
tar atención a esto y experim entarlo siempre de forma presente pasado o que permanezca asum ido en mí, porque me m antuve pre­
y viva constituye el propósito de la m editación y la contem pla­ sente en el m om ento dado. De hecho, lo que me afecta «ahora»
ción bien entendidas y practicadas, las cuales no representan algo puede ocuparm e durante m ucho tiempo, si me dedico a ello, y
suprahum ano, aunque com prueban la presencia de la eternidad llegar a constituir una riqueza perm anente.
en el tiempo. En tales situaciones, la «quietud» como «estado»
hum ano personal es sum am ente relevante en el aspecto tem po­
e) Dedicarse tiempo
ral, sin que tenga nada que ver con lo estático o inanim ado. Por
eso, tam bién la fiesta forma parte de una realización auténti­ Adem ás de lo expuesto hasta ahora, el yo hum ano puede fijar
cam ente hum ana de la existencia del hom bre: en la fiesta, el un comienzo y, así, abrir y configurar creativam ente un tiempo
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TIEM PO Y ETERNIDAD

para él mismo y p ara otros. El diálogo personal, particularm ente 3. Fundamento y origen de la temporalidad humana:
el de un intercam bio de ideas amoroso y enriquecedor, constituye
creación y tiempo
a este respecto un ejemplo elocuente que rem ite a algo que, en
últim a instancia, se da en toda relación yo-tú duradera. Para
Todas las consideraciones precedentes han ido centrando nuestra
interpelar al otro se requiere una presencia personalm ente ac­
atención en algo que ahora es preciso abordar expresam ente. La
tuada; algo semejante hay que decir del interpelado, el cual tiene
constatación de las constantes tem porales del universo y, sobre
que dejarse llam ar en su ser-presente al acontecim iento de diá­
todo, del m ayor o m enor dom inio de los seres vivos sobre el
logo iniciado. El yo se abre en el «momento» de dirigir la p a ­
tiem po — dom inio que culm ina en la libertad personal del hom ­
labra; el tú «tiene» que abrirse librem ente y hacerse presente
bre frente a su propio ser y su propio tiempo— exige ahora for­
para poder ser afectado e interpelado. Al interpelar, el inter­
m ular una pregunta ineludible p ara un ensayo de conocimiento
pelante busca una respuesta que, naturalm ente, ha de esperar,
honesto: tras haberlo silenciado tácitam ente o, al menos, no h a ­
pues tiene que d ar tiem po al otro p ara que se decida a dejarse
ber reflexionado expresam ente sobre él, es preciso preguntarse
interpelar y a dialogar. Como los dos interlocutores son personas,
por el presupuesto fundam ental de todas nuestras experiencias y
hay que respetar su indom eñabilidad en el ser y en el tiem po y
conocimientos, es decir, por el «de dónde» de la contingencia del
darse tiempo para estar presentes el uno al otro. Así, el inter­
universo y de nuestra libertad. A unque las ciencias particulares
pelante abre un futuro para él mismo y p ara el otro. El inter­
ignoren esta problem ática y, por tanto, no la traten, no por eso
pelado no puede negar ese futuro en cuanto abierto p ara él; pero
deja de acuciar al científico individual, lo mismo que a todo
que tal futuro llegue a ser su futuro y, luego, a constituir una
hom bre que intenta forjarse una idea de la totalidad del universo
«presencialidad» perm anente y duradera depende de él, de lo
y de su propia existencia y encontrar una respuesta a la pregunta
que él haga con el don de tiempo que se le brinda en la inter­
por el «de dónde» y el «hacia dónde», que inevitablem ente se
pelación. Aquí se dan muy diferentes grados de presencia. El
plantea con respecto a dicha totalidad.
modo más claro de com probarlo es analizar la form a suprem a
de disponer personalm ente del tiempo: el acontecim iento del
am or personal. a) El ser y el tiempo como don
El am ante ejercita su dom inio del tiempo, es decir, su poder Podemos p a rtir de algo que ha encontrado expresión tanto en
sobre sí mismo y sobre su tiem po m ediante una presencialización los mitos y las religiones como en las diversas filosofías de todas
que, por incluir toda la vida personal, es total. Lo que da vida las épocas: que el tiempo aparece a los ojos del hom bre como
a los am antes es el hecho de que, dándose tiem po m utuam ente existente antes que él y procedente de la eternidad. El hom bre
y entregándose así uno al otro, se hacen con-tem poráneos y así tiene conciencia de ser el llam ado a la existencia sin pedirle su
logran dejar que el otro disponga del propio ser ahora, constan­ parecer, sea cual fuere la form a en que este hecho se ha inter­
tem ente y por siempre. Así, el uno pasa a ser p ara el otro su pretado en el curso de la historia del pensam iento. El mensaje
futuro; por eso, los am antes pueden ser una presencia plena­ cristiano sobre Dios como creador no hace sino confirm ar lo que
m ente actual en la libertad que se fia del otro, sin perderse con el hom bre ha conjeturado siempre de otro modo: por constituir
el tiempo; cada uno existe con vistas al otro, en un acto perfecto un ser corpóreo-espiritual y tener la vivencia de serlo, el hom bre
de autopresencia brindada. T am bién aquí está englobado todo está llam ado y capacitado p ara existir él mismo librem ente en
lo que llamam os pasado, presente y futuro. Porque m antener la el m undo como persona con carácter de yo. «Pese a» su condi­
palabra con que uno se entregó am orosam ente significa haber cionam iento corpóreo-m undano, se le han otorgado su propio
decidido perm anentem ente sobre sí mismo p ara todo el tiempo ser y su propia vida p ara que los realice libre y autónom am ente.
propio con vistas al otro y m antenerse en tal decisión. Con esto se le ha dado un tiem po que él, facultado p ara decidir
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TIEM PO V ETERNIDAD EL AMOR Y LA FIDELIDAD DE DIOS Y EL TIEMPO

responsablem ente, considera a la vez como don y tarea. Lo in­ gen. De hecho, «fuente» designa algo tras lo cual no tiene sentido
dom eñable de la propia existencia en el m undo y, por tanto, del seguir investigando para «esclarecer» la existencia del arroyo.
tiempo otorgado aparece como un don previo otorgado con vis­ Por eso, el tiem po del hom bre «comienza» en la nada de sí
tas a su posesión y realización. Además, el hom bre sabe por su mismo, ya que es creación originaria de Dios.
propia experiencia vital que d a r tiempo y dejar tiempo, en Por consiguiente, la existencia efectiva de la creación y del
cuanto actos de la propia libertad personal, sólo pueden cons­ hom bre es una libre resolución divina que afecta en prim er tér­
tituir un acontecim iento plenam ente válido cuando tienen como m ino al propio Dios. Al transform ar su designio creacional en
destinatario otra persona y como norte otra libertad. resolución y hacer así que la creación y el tiem po «comiencen»
De hecho, el hom bre se percibe como un ser que puede brin­ por iniciativa suya, Dios penetra personalm ente en la creación
d ar y conceder tiempo a otras personas y entregarse con su y en el tiempo. Se «tem poraliza» en su obra, a la que da tiempo.
tiempo a ellas sin perderse. Pero tam bién tiene conciencia de la De hecho, la fe en que Dios creó lo creado y el tiempo y desde
peculiaridad de esta facultad suya: sólo puede d a r su tiempo y entonces, es decir, desde el «principio» (cf. G n 1,1 y J n 1,1), se
darse él mismo en la m edida en que puede disponer del tiempo halla frente a lo creado en el tiem po no se refiere sólo al acto
y de sí mismo. Pero el hom bre no se posee a sí mismo ni posee instantáneo de establecer el comienzo. El hecho de que Dios sea
el tiempo por su propia naturaleza ni en grado ilimitado. Existe creador por un acto de su libertad am orosa significa, más bien,
y posee tiempo en virtud de algo exterior a él; además, se halla que quiere ser permanentemente fuente y origen del ser creado, por­
sometido a múltiples interpelaciones y exigencias, que proceden que éste nunca puede existir por sí mismo. De hecho, a la criatura
de su origen (cualquiera que sea), de los otros y del m undo y su no le ha sido concedido crearse a sí misma, sino únicam ente existir
devenir. H ay m uchas cosas que le quitan tiempo, que lo recla­ en virtud de un don libre, si bien d urando realm ente ella misma
m an y reclam an su tiempo y que sólo le dejan tiem po en cierta y siendo dueña de sí misma m erced a tal don. Así pues, el de­
m edida. Este saber originario del hom bre acerca de sí mismo y signio creacional de Dios im plica tam bién su decisión de per­
de su tiempo perm ite aceptar con honradez intelectual la afir­ m anecer librem ente con-tem poráneo de lo creado como origen y
m ación de la fe cristiana sobre dicho hecho básico como una in­ fuente del ser y de la vida. Si se produce, el hecho de que Dios dé
terpretación posible de la existencia hum ana o, incluso, asum irla en la creación el ser y la vida y, por tanto, el tiem po constituye
personalmente. una dedicación y donación perm anente m ediante un acto cons­
tantem ente actuado. Aun siendo instauración del comienzo y del
b) La creación como comienzo del tiempo otorgado por Dios tiempo, la creación no es un pretérito, sino más bien una pre­
sencia actual de Dios bajo la m odalidad del compromiso personal
La existencia y el tiempo del hom bre no com ienzan en virtud del am or (-► autonom ía y condición creatural).
de una decisión eterna y necesaria, sino en virtud de una decisión
eterna y libre de Dios. De esta decisión divina surge la criatura, c) El amor y la fidelidad de Dios como tiempo otorgado
el hom bre; y al hom bre, por otorgársele el ser-ahí, se le deja
tiem po para que sea él mismo. La fuente de la existencia y de Al tem poralizarse en la creación, Dios se tom a tiempo para ella,
la vida del hom bre es la libre decisión am orosá de Dios, la cual, pues le dedica su propia eternidad como un tiem po otorgado
por ser am or, no tiene «tras sí», por definición, algo de lo que librem ente. Por eso, afirm ar que Dios da tiempo al tiempo en el
pueda nutrirse. Por eso, no se debe hablar de comienzo sino más sentido de que concede tiempo a sus criaturas, particularm ente
bien de origen o, mejor, del autor del ser creado. Como la autoría al hom bre, equivale a decir que se atiene a su p alab ra creacional.
del hom bre es atributo del amor de Dios, no tiene sentido seguir La criatura empieza de la nada y en la n ad a de sí misma; por
preguntando por un comienzo que se halle más allá de este ori­ eso, nunca posee el ser y el tiempo por sí misma, sino en virtud
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U fc M i'U Y f c lf c K N llM D EL TIEM PO COMO CONCESIÓN DE LA ETERNIDAD

de aquello por lo que fue «creada de la nada»: el am or de Dios. m ano con vistas a uno. C uando alguien llam ado a ello se apresta
A hora bien, este am or, por ser absolutam ente libre, si m antiene a aprehender lo así ofrecido y dado y se abre a ello consigue lo
en la existencia aquello por lo que se decidió, no puede hacerlo que le estaba adjudicado. Esto significa «presencializarse» libre­
por una necesidad natural, sino únicam ente por fidelidad. La fi­ m ente con vistas al don por recibir y, luego, recibido; es decir,
delidad de Dios a su p alab ra creacional es la m agnitud de la que hacerse presente tam bién a aquel que, como dador presente, nos
depende y en la que está enm arcado el tiempo. posibilita aceptarnos y conservar la vida.
Pero, en sentido estricto, sólo se puede hab lar de fidelidad
cuando se tra ta de personas. A hora bien, el hom bre se sabe
creado y llam ado por Dios como persona, como tú suyo y como 4. E l tiempo, don de la eternidad de Dios
respectividad personal de un sentim iento amorostf; por eso per­
cibe en el ser específico que se le ha otorgado el don previo del A hora podemos hab lar con m ayor concreción sobre la eternidad
tiempo, al que Dios quiere responder con la fidelidad, la cual de Dios. No es ya difícil com prender que la «eternidad» no debe
perdura, por tanto, m ientras subsiste el don previo. Porque la interpretarse como una extrapolación de las expectativas h u ­
fidelidad im plica libertad y tiempo, ya que es una p alab ra m an­ m anas de vivir, como si fuera sólo un sueño irreal y un deseo
tenida librem ente con vistas a la aceptación y la decisión del otro. irrealizable de que la vida hum ana dure ilim itadam ente.|El do­
De hecho, por ser persona y ser libre, el hom bre tiene la posi­ minio que Dios le ha otorgado librem ente sobre la vida y el
bilidad (y la necesidad) de decidir sobre sí mismo, sobre su au- tiem po autoriza al hom bre a entender la eternidad en analogía
toaceptación en el ser-sí-mismo. Esto im plica que se le ha dejado con su propio ser. Porque este ser constituye para él una posi­
tiem po p ara llevar a cabo esta acción decisiva de su vida. Así bilidad, otorgada por Dios, de conocer el ser propio de Dios. Por
pues, el haberse-decidido de Dios (creación) se efectuó con vistas eso, no es erróneo sin más entender la «eternidad» en cuanto
a una futura decisión del hom bre, todavía pendiente. P ara Dios, supratem poralidad de Dios partiendo de que el tiempo se dilata
el don previo del tiem po al hom bre significa esperar la decisión hasta lo infinito e ilim itado, o en el sentido de atem poralidad.
del hom bre. Por eso, la propia fidelidad de Dios tiene tiempo, No obstante, todos estos conceptos, formados aparentem ente a
desea experim entar el tiempo, porque da tiem po p ara que la p artir del tiem po y de su comprensión originaria, deben inter­
criatura personal decida librem ente aprovechando el tiem po li­ pretarse rectam ente p ara que no resulten nuevam ente equívocos
bre otorgado p ara la vida y para la opción por la vida. ni orienten el pensam iento hacia derroteros erróneos.
A fin de que el hom bre como criatura se tome tiem po para
su opción vital definitiva, Dios m antiene su palabra; por eso está a) El tiempo como concesión de la eternidad de Dios
presente en el hom bre y en todas las criaturas como fuente de vida
y origen de la libertad hum ana. U n a vez decidido a d a r el ser La eternidad de Dios es supratem poralidad por el hecho de que
y el tiempo, Dios se «presencializa», se com prom ete personal­ Dios da tiem po originariam ente. En cuanto fuente libre y eterna
m ente a una presencia perm anente y amorosa: es Yahvé, el Dios del tiempo, Dios es dador y, por tanto, autor del tiempo, como
eternam ente presente a sus criaturas. Esto significa que la vida corresponde a la fuente. Por eso, desde una perspectiva cristiana,
creada por Dios no es propiam ente algo que sale y se aleja de el tiem po y la eternidad no pueden contraponerse ni considerarse
su origen y comienzo, como si fuera esencialmente pasajera y como m agnitudes que se excluyen m utuam ente por ser contra­
term inara por ser mero pasado. El ser-criatura de Dios, la vi­ dictorias. No hay que afirm ar la eternidad contra el tiempo ni
talidad creada, consiste más bien en estar llam ado a recibir lo definir el tiem po como no-eternidad. En realidad, tam poco cabe
que se ofrece para que uno se lo apropie. La recepción es un acto decir que el tiem po no sea de algún modo eternidad. El tiempo
que tiene como norte lo que se halla brindado y dado de ante­ debe considerarse, más bien, como una concesión de la eternidad.
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TIEM PO Y ETERNIDAD

En términos metafóricos, el tiem po y la eternidad se relacionan b) La eternidad de Dios como «atemporalidad» e «¡limitación»;
entre sí como el arroyo y la fuente: ésta es concesión perm anente la libre vinculación de Dios al tiempo
del ser del arroyo, el cual, aun no siendo fuente, es lo que es
gracias a ella. El tiem po da parte y participa de lo que la eter­ M ientras la criatu ra debe su propio ser a Dios y, por tanto, tiene
nidad de Dios significa, concretam ente, de su ser eternam ente su «límite» en Dios como fuente del ser, p ara Dios no hay nada
vida libre. Por eso, la eternidad de Dios no debe considerarse a lo que tenga que agradecer su ser y su acervo de tiempo. No
tanto como algo anterior, superior y posterior al tiem po (aunque sea hay ningún poder extradivino que de antem ano dé y fije tiempo
tam bién esto) cuanto como algo existente para nosotros en el tiempo, a Dios, de modo que sólo después pueda Dios disponer del
como el don de vida que nos ha sido concedido y se nos concede tiempo; de existir tal poder, tiene que tratarse de un poder creado
constantem ente; como una m agnitud existente no más allá del y capacitado por Dios para ello, y eso es el hom bre. Por consi­
tiempo, sino con vistas a él. Porque el ser de Dios «antes» y guiente, la eternidad significa ilimitación de la vida en el sentido
«durante la eternidad» es su propia vida. Esta vida consiste en de que sólo Dios fija el plazo de la opción y así da tiempo con
vivirse-a-sí-mismo como acción libre de una autorrealización vi­ vistas a una m eta (límite), para llegar a una decisión. Pero esta
tal y consciente en la que Dios está enteram ente presente a sí eternidad en cuanto ilimitación no representa una ausencia ab­
mismo: la plena e inagotable autopresencia como acción óntica soluta de decisión y de leyes como si Dios no pudiera ponerse
personal y consciente, p ara estar enteram ente presente como tal, límites por una libre decisión propia. De hecho, lo hizo (y se
si llega el caso (en virtud del ser-creador libre), tam bién a otros atiene a ello) con el «comienzo», es decir, con la puesta en m ar­
seres m ediante la actuación, librem ente querida, del propio ser cha de la creación, la cual fija el punto inicial de la decisión no
como d ar con vistas a otros. Así, la eternidad es plena potestad sólo para ella misma, sino tam bién para el propio Dios. De este
sobre el tiempo y fundam ento de la concesión de un poder sobre modo, Dios se ha fijado a sí mismo un «límite» tem poral, con­
el tiempo, pues cuando Dios da tiempo, da una participación de cretam ente el comienzo de su ser-con-la-creación, de form a per­
su vida y, por tanto, se hace librem ente presente como funda­ m anentem ente válida, comienzo que significa un límite de su
m ento originario. La eternidad de Dios resulta ser lo que se m a­ vida «posterior», aunque resulta ser una ley de am or. Además,
nifiesta como tener-tiempo de Dios para nosotros y para sus criaturas Dios se ha fijado tam bién el limite tem poral consistente en dejar
en general en el doble sentido del término: Dios, por decidirse tiempo al hom bre. Porque Dios da tiempo al hom bre en cuanto
librem ente como el eterno a tener tiempo para nosotros, nos da ser creado y confiado a su propio tiempo y a su propia libertad,
en propiedad el tiempo a nosotros y a todas las criaturas desde su con el fin de que, en el período de vida que se le ha otorgado
propia supratem poralidad, es decir, desde la libertad frente a su como propio, opte librem ente por lo que era y es resolución del
propia eternidad; además, lo hace de modo que tiene tiempo propio Dios. Esto im plica que Dios tiene que ag u ard ar a dicha
para sus criaturas con vistas a estar presente a ellas con una opción vital, ha de esperarla, p ara considerarla luego como tem ­
presencia personal y com prom etida, es decir, ofreciéndose él poralm ente realizada para él; es decir, tiene que dejarse tem ­
mismo y ofreciendo su vida de modo perm anente y existencial. poralizar desde ella, de modo que la espera de Dios no singnifica
Esto m uestra que M. Heidegger no está en lo cierto cuando persisitir en u n a infinitud inalterable.
afirm a que «el d ar que da tiempo» está determ inado «por la Desde esta perspectiva se puede definir rectam ente la eter­
cercanía que deniega y se reserva» (Heidegger 1969, 16). El d ar nidad de Dios, si se quiere interpretarla como «atem poralidad».
con m edida que continúa dando y nunca es reservarse y denegar; Dios es atem poral en un sentido absoluto en cuanto que no ha
si la fuente pretendiera d a r de una vez su plenitud, tendría que sido situado con su ser en el tiem po por algo ajeno a él y, en
agotarse y desaparecer, en detrim ento de aquello p ara lo que consecuencia, no se halla necesariam ente tem poralizado por
quiere ser fuente. nada exterior a él. Pero no es atem poral, sino que ha penetrado
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TIEM PO Y ETERNIDAD ETERNIDAD, TEMPORALIDAD E HISTORICIDAD

en el tiem po con libertad y poder divino en cuanto que se tem ­ pre. Pero la fidelidad de Dios es algo radicalm ente distinto de la
poraliza librem ente (por ejemplo, poniendo en m archa la crea­ validez absoluta de los principios m atem áticos. Estos son «eter­
ción m ediante un acto libre y contingente) o se deja tem poralizar nam ente» válidos, pero tam bién eternam ente indiferentes. Dios,
por otros seres (dándoles tiem po y poder sobre sí mismo, es decir, en cam bio, se com prom ete personalm ente (y no de modo indi­
haciendo historia con ellos). La atem poralidad de Dios no sig­ ferente) a m antener su palabra. Porque ésta constituye la rea­
nifica im posibilidad absoluta de vincularse al tiempo, siempre lidad, el hom bre puede «encontrar» tales leyes (de la naturaleza,
que haya vinculaciones por am or. etcétera) y expresarlas en fórmulas, justam ente porque él y el
Así pues, la atem poralidad de Dios rectam ente entendida no universo en cuanto criaturas son esa palabra libre de Dios y están
se opone a lo que significa el tiempo, sino que es el poder de llamados a conocerla tam bién como p alab ra revelada.
donarse y, así, d a r tiempo por una virtualidad propia y no m er­
ced a un don recibido. De hecho, el hom bre d a tiem po al otro
porque se le ha dado a él; Dios da tiempo en virtud de su ser- 5. Eternidad, temporalidad e historicidad
eternam ente-Dios, es decir, en virtud de su ser-eternam ente-da-
dor-de-vida. La eternidad de Dios nos da nuestro tiem po y Dios D urante el tiem po que se le ha asignado, la vida hum ana pre­
quiere tem poralizarse en él, a fin de que nosotros nos decidamos senta un doble rasgo característico. Por un lado es una vida exis­
por lo que o, mejor, por el que está en el tiempo, dedicándole tente y destinada por principio a la perm anencia, a la presencia
nuestro tiem po y entregándonos así a él en correspondencia. y al puro gozo del existir en cuanto ser-con Dios en el m undo,
una vida en la que, por ser participación de la vida divina
(“ eterna” ), se experim enta y se degusta la eternidad. Pero, por
c) Eternidad y «validez eterna» de la verdad y la ley
otro lado, todo existe inicialm ente de modo «puram ente» tra n ­
Esto m uestra tam bién que yerran quienes confunden o interpre­ sitorio, es decir, con el fin de que nos decidamos personalmente por
tan la «eternidad» con la validez o vigencia «eterna» de las leyes lo que nos ha sido dado para poder conocerlo y poseerlo luego
m atem áticas y, por derivación de ellas, de las leyes científicas o como definitivam ente decidido. La transitoriedad de nuestra
de cualquier otro tipo. Lo correcto es lo contrario: el libre vin­ vida (en este m undo) y, por tanto, de la historia no constituye
cularse de Dios a lo contingente surgido de él y, en consecuencia, su negatividad, sino la dinám ica que Dios les ha im prim ido. De
su m ostrarse fiel y su atenerse a su palabra constituyen el soporte hecho, el plazo de libertad otorgado p ara decidir significa — al
y fundam ento de todo lo que él fijó librem ente y, así, elevó a la m argen de que nosotros queram os o no que las cosas sean p ara
categoría de ley, de todas las «verdades» y proposiciones recta­ nosotros como Dios quiere que sean— que nosotros tenemos que
m ente conocidas por el hom bre en cualquier momento. tom ar algún día nuestra decisión personal. Q ue un don se con­
Pero esto no significa en modo alguno que el Dios eterno vierta realm ente en don personal p ara nosotros, nos llegue y nos
pueda suspender arbitrariam ente en cualquier m om ento la va­ lo apropiemos y conservemos depende de nuestra decisión sobre la
lidez de tales principios o leyes y volver a establecerla más tarde. aceptación o no. Yo «tengo que» tom arla alguna vez. Porque lo
Así se interpretaría erróneam ente el señorío de Dios sobre su que no he aceptado realm ente m ediante un acto libre, no lo
propio ser y su propia palabra y, por tanto, sobre la validez del poseo. A hora bien, lo que decido librem ente debe tener validez,
tiempo. Lo que ocurre es, más bien, que el Dios eterno, al crear so pena de que la libertad de opción personal no pase de ser una
librem ente y vincularse definitivam ente en ese acto a su creación palabra vacía. Por eso espero profundam ente que mi decisión,
(esto significa la fidelidad, que no debe confundirse con la ne­ una vez tom ada, valga tam bién como resolución p ara el dador.
cesidad natural), fundam enta la validez de las leyes y principios
citados, ya que contienen su palabra, d ad a de una vez p ara siem­

192 193
DOM IN IO SOBRE EL «PASADO», EL «PRESENTE» Y EL «FUTURO»

a) El dominio del hombre sobre el «pasado», el «presente» propia profundidad, es decir, penetrar en su propia profundidad
y el «futuro» considerada no como pasado personal, sino como el fundam ento
de su propio ser, fundam ento que se nos ha dado para que nos
Si el hom bre ha de tom ar en su vida la decisión indicada, tiene nutram os de él. Así, el curso de la vida está lleno de un presente
que poseer el poder correspondiente sobre el lapso de su vida. que es preciso aprovechar como kairos. De lo contrario, el kairos
De hecho, esto forma parte de nuestra experiencia cotidiana del se convierte en pasado en sentido literal: cuando no lo aprove­
tiempo: en cierto sentido, nosotros tenemos poder sobre lo que chamos, pese a que se nos brindó y, por tanto, estuvo presente
llamam os presente, pasado y futuro. El propio lenguaje refleja y esperando, pasa de largo, se transform a en pasado cualificado,
tam bién la enorm e gam a de posibilidades del hom bre en el m a­ en culpa, en ayer irrecuperable. T odo «ahora» que me afecta
nejo del tiempo. El hom bre puede hacer que el tiem po vivido como kairos reclam a mi decisión, ya que me reclam a a mí y re­
«sea» extraordinariam ente variado. Puede dejar pasar algunas clam a mi presente con vistas al futuro.
cosas, lograr que otras duren, saltarse una p ara hacerse contem ­ Pero tam bién se puede desperdiciar el presente refugiándose
poráneo de otra. Se «presencializa» lo que no es cronológica­ en el pasado o en el futuro. Ajustarse a lo que está en sazón
m ente sim ultáneo y, en ocasiones, se advierte la intrascenden­ significa, pues, hacerse contem poráneo a todo en consonancia
cia de la sim ultaneidad horaria. A unque no se puede negar el con la realidad: al pasado como pasado y al futuro como futuro.
paso de las horas, una cosa puede ser urgente du ran te m ucho Algo form a parte de mi pasado no p ar el mero hecho de ser
tiempo, p ara luego precipitarse súbitam ente en el «demasiado pasado, sino porque me lo apropié. Esto no significa vivir en el
tarde». pasado ni retenerlo como tal, sino «asumirlo» y hacerlo fecundo
Así pues, el tiempo de la vida hum ana sigue la dirección de en el ahora del ¡presente con vistas al futuro personal. C uando
un avance singular. Pero física o cronológicam ente considerados, miramos ál pasado, podemos lam entarlo y sentir rem ordim ientos
los años vividos no dicen nada sobre el progreso del interesado de conciencia. Pero m ientras disponemos de tiempo, tenemos la
en su vida como persona. Los años pueden transcurrir, y su vida posibilidad de m odificar cualitativam ente el pasado para el m a­
puede quedar estancada o retroceder y al contrario: un «ins­ ñana. El tiem po como kairos es un tiem po que es preciso apro­
tante» puede constituir toda una vida, com pendiar su trayectoria vechar o «agotar», es decir, un período de decisión que, como
anterior y su estado actual y cam biarla radicalm ente de golpe. pasado, perm anece presente p ara mí en orden a una resolución
El nacim iento es un m om ento singular de la existencia hum ana definitiva, de form a que aquí, en este tiempo, no cabe un juicio
individual, que con él queda confiada a sí misma y experim enta definitivo sobre lo que el acontecim iento particular o el hom bre
el acontecim iento radical del comienzo. Pero no es que el indi­ individual h an llegado a ser. De hecho, eso depende tam bién del
viduo se acerque a su fin, a su perfección, con cada paso que se futuro, es decir, de los poderes personales que asumen lo ya acon­
aleja del comienzo. El universo cam ina (o parece cam inar) hacia
tecido como posibilidad de su libertad siempre nueva y, deci­
el futuro y me lleva consigo de una u o tra forma. Pero, como
diendo, lo incluyen en una nueva resolución. Por tanto, m ientras
soy persona, está en mis manos mi cam inar hacia el futuro y, por
está pendiente la últim a resolución, sobre todo la que ha de
tanto, el tener tiempo para ello. T am bién puedo desperdiciarlo.
tom ar el propio Dios, cualquier pasado tiene futuro. Esto rige
Porque la «vida» no se desarrolla por sí sola: hay que ponerse para la obra de la vida del hom bre y, más aún, para él como
en m archa personalm ente, recorrer el cam ino a que uno está
persona. Sólo al final se decide y queda patente la trayectoria
llam ado, no tanto hacia el futuro considerado como categoría
del hom bre.
específica de tiempo cuanto hacia una riqueza ofrecida perso­
nalm ente, que no es algo, sino más bien aquel a quien uno debe
su vida desde el comienzo. Al hom bre le es dado vivir de su
194 195
c) Sobre la dirección temporal de la historia
b) El tiempo como periodo de decisión: la historia

Para que tomemos personalm ente nuestra decisión vital se nos A hora podemos d ar una respuesta a la pregunta, ya form ulada,
concede el tiem po que dura nuestra vida en este m undo. No­ sobre la dirección de la tem poralidad hum ana y de todo el acon­
sotros somos insustituibles p ara nuestro Dios porque nos ha tecer cósmico. La historia tiene originariamente una dirección que
ideado como tú personal suyo; él quiere saber que somos suyos, procede de Dios. T al dirección brota de la decisión divina sobre
que existimos con él y cabe él. Con este fin nos da tiem po para el hom bre y es, por tanto, la dirección — anterior al hom bre y
que correspondam os a su fidelidad prom etida y al «interés» de al m undo— del «tem poralizarse» de Dios al poner en m archa
su amor. la creación. Aquí encontró (y conserva) su orientación irrever­
T al es el sentido del tiempo de nuestra vida. P ara expresar sible nada menos que la eternidad de Dios. La resolución de Dios
esto introducim os el térm ino «historia». Sobre la historia se habla de otorgarnos el ser, la vida y el tiem po y de dársenos así él
detenidam ente en otros lugares de esta obra. En nuestro contexto mismo, lo h a determ inado por toda la eternidad a ser Dios-para-
basta decir sucintam ente que «historia» no designa cualquier nosotros. Esto quiere tenerlo presente en su m em oria «por toda
acontecim iento de la naturaleza, del cosmos, etc., sino un acon­ la eternidad», como reza su promesa. Al rem em orar su decisión
tecer que, si bien depende de los presupuestos del acontecer cós­ «del comienzo», se acuerda de nosotros con un recuerdo que
mico del m undo, se desarrolla esencialmente en virtud de deci­ implica presencia perm anente y compromiso personal. De aquí
siones libres. La historia así entendida es en últim a instancia un recibe su dirección el tiempo de nuestra vida, lo mismo que el
acontecer personal en el kairos — preparado por Dios— de nues­ acontecer del m undo entero. Porque tal dirección es un kairos
tra libertad hum ana. Como hemos visto, el ser del hom bre brota preparado por Dios, un tiem po de decisión p ara nuestra opción
de la decisión creadora de Dios, para desem bocar, a través de vital en respuesta a la resolución de Dios, que persigue la unión
una libre decisión hum ana con carácter de respuesta, en esa re­ eterna en el am or. La opción vital se hace en cada una de las
solución de la vida que tiene como fundam ento la libertad de «pequeñas» decisiones de nuestra vida cotidiana lo mismo que
los dos, la de Dios como fundam ento divino y la del hom bre en las grandes decisiones (menos frecuentes), que exigen y re­
como fundam ento creado. En esta perspectiva, la historia se de­ quieren toda nuestra existencia, y desem boca en la decisión única
sarrolla últim am ente como un acontecer personal entre Dios y y auténtica que la m uerte consuma. A esto nos referimos cuando
el hom bre, entre Dios y la hum anidad entera de todas las ge­ hablam os de la biografía personal que se encam ina hacia la op­
neraciones, pueblos y culturas, sobre la base del universo m a­ ción individual definitiva. Algo semejante se puede afirm ar de
terial. Según esto, vivir como hom bre — lo mismo si se entiende las diferentes com unidades y culturas hum anas e incluso de la
por hom bre el individuo que si se entiende la colectividad en­ colectividad global del m undo: todo tiene historia en el senti­
tera— significa vivir conscientem ente en libertad como criatura do de tiem po de decisión con vistas a la resolución final y defi­
del Dios que otorga la vida y el plazo de la existencia. En todo nitiva.
caso, el hom bre no debe expirar en y con el tiempo: debe existir La historicidad y tem poralidad del hom bre se halla inserta
en el m undo en presencia de Dios y no perecer sumido en la en una com pleja tram a relacional de la que form an parte las
corrupción. Para Dios, el hom bre no es un evento tem poral tra n ­ relaciones sociales con el prójimo, las de la tradición, etc., las
sitorio, un episodio, sino que ha sido creado p ara una presencia cuales son a su vez relaciones temporales. Los contem poráneos,
perm anente (—» historia del m undo e historia de la salvación; el espíritu de la época correspondiente, así como el pasado co­
naturaleza e historia). m unitario en cuanto gestación de la com unidad hum ana y las
perspectivas y planes comunes (o individuales) p ara el futuro
m arcan con su im pronta nuestro respectivo hoy. Este se presenta
197
196
TIEM PO Y ETERNIDAD EL RECUERDO COMO ACCIÓN SOBRE EL TIEMPO

siempre como un kairos, en el que el propio Dios, aunque la m a­ juicioso se g u ard ará tam bién de la im paciencia existencial, del
yoría de las veces oculto tras los factores citados, espera nuestra inhum ano increm ento del ritm o en la historia, en la técnica, en
opción por la adhesión y el asentim iento a su designio originario. el progreso y en el uso del tiempo, porque advertirá que esta
Esto m uestra hasta qué punto la tem poralidad hum ana coincide incesante aceleración representa lo contrario de lo que origina­
con lo que nosotros llamam os responsabilidad personal y social riam ente se buscaba: el vértigo y el paroxismo impiden que el
sobre la historia. Esta responsabilidad m arca nuestra tem pora­ hom bre se posea a sí mismo y goce de la vida con sosiego exis­
lidad, de suerte que en las decisiones de la vida hum ana nada tencial, pues le hacen estar pendiente de lo que no existe (to­
es indiferente, porque todos y cada uno de sus factores conform an davía) y, así, lo incapacitan p ara cualquier decisión. El hom bre
e incluyen nuestra decisión vital personal y están orientados h a­ consciente de que procede del Dios que le «da tiempo» puede
cia lo definitivo (—> m uerte y resurrección). realizar activam ente su vida en actitud de espera, tener paciencia
consigo mismo, con los demás hom bres y con el acontecer del
d) Responsabilidad histórica y responsabilidad temporal m undo porque sabe qué o, mejor, quién lo espera. El hecho de
que se nos ha dado tiempo nos da valor para una confianza
Esto explica que el hom bre, inmerso en el tiem po histórico, tenga expectante que no es fatalismo, puesto que el tiem po que se nos
que hacerse presente en su vida p ara adecuarse a su historicidad ha otorgado personalm ente no es designio de un destino ciego.
con responsabilidad personal. Esta responsabilidad actual exige Si esperamos el acto amoroso de una persona y, en últim a ins­
de él una presencia personal y vigilante ante sí y ante Dios, que tancia, esperamos a Dios, no es porque nos falte o se nos retenga
le prepara su kairos en situaciones históricas concretas. Ni el de­ algo, sino porque alguien m antiene su palabra, que ya poseemos
sarraigo de la historicidad por la desaparición y pérdida culpable y en la que está presente (-+ acción y contem plación; rendi­
de la tradición ni un vivir-en-el futuro frenético y aparentem ente m iento y ocio).
progresivo, que no puede detenerse en el hoy ni encontrar tra n ­
quilidad en él (ni siquiera m om entáneam ente), ni el someti­
e) El recuerdo (anamnesis) como acción sobre el tiempo:
m iento a la presión del tiem po hacen justicia a las exigencias de
sacramento y conversión ( metanoia)
la tem poralidad hum ana. El huir del tiem po propio (sea hacia
el futuro o hacia el pasado) es en realidad un huir de sí mismo Con esto se halla estrecham ente unido lo que llamamos «recor­
que no perm ite llegar a ser uno mismo m ediante la autoacep- dar» y «no olvidar». Lo que es preciso recordar puede ser un
tación. Y al contrario: perderse en el instante en cuanto «ahora» pasado histórico; pero en el plano personal es una presencia,
negativo y finito significa perderse en el tiem po y, por tanto, aunque, naturalm ente, se tra ta de una presencia que yo tengo
perderse uno mismo, pues así se aferra uno a m uchas cosas, pero que hacer que lo sea m ediante mi acción personal. Así pues, lo
finitas, que sólo poseen un tiem po lim itado, en lugar de afian­ recordado no es un ayer, sino un presente, una acción mía basada
zarse en Dios. en el dom inio sobre el tiempo. Esto puede afirmarse en un sentido
El hom bre puede observar durante el tiem po de su vida com­ específico del acontecer divino-hum ano e históricam ente rele­
portam ientos m uy diferentes desde el punto de vista cualitativo. vante que se conserva y se halla presente en la anamnesis, es decir,
Si vive su tiem po reconociendo la realidad, es decir, como otor­ en el recuerdo activo de Dios y del hom bre. La anamnesis no es
gado por Dios en orden a la libertad, h ará ciertas cosas y pro­ aquí una vuelta al pasado, un «situarse en el pasado», sino una
curará evitar otras. V ivirá por principio en actitud de agrade­ acción actual de la presencia viva de Dios y del hom bre con vistas
cim iento, como una acción de gracias existencial, porque tendrá a una opción vital definitiva. Esto se efectúa de forma especial
presente que su ser y su tiempo son un don. La gratitud es una en los sacramentos, es decir, en los acontecim ientos salvíficos del
form a específica de realizar el propio ser en el tiempo. El hom bre cristianismo en que, merced a una acción divina con poder sobre
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TIEM PO Y ETERNIDAD LA ETERNIDAD COM O FRUTO DEL TIEM PO

el tiem po y a una cooperación — requerida y prestada para despedirse de sí mismo, supuestam ente p ara siempre. Porque con
ello— de la persona interesada, acontece aquí y ahora la sal­ eso no puede elim inar la presencia am orosa de Dios ni «librarse»
vación que se hizo realidad histórica en Jesucristo «bajo Poncio de ella. La angustia lleva a la resignación, pues hace que uno
Pilato». comience a vivir contra la esperanza. En esta situación, uno no
Del mismo modo se manifiesta el dom inio de Dios sobre el tiene valor p ara arriesgarse a la decisión, que es preciso tom ar,
tiempo en el acontecim iento de la metanoia, es decir, en ese acon­ de la libertad propia. De hecho, nosotros estamos llamados a
tecim iento de la conversión personal, que no significa desandar hacer, m ediante una decisión libre, que el tiem po de nuestra vida
la biografía personal, sino superar, trascendiendo el tiempo, lo discurra hacia la eternidad de Dios y «term ine» o desem boque
ya (culpablem ente) decidido m ediante un nuevo comienzo efec­ en ella. El ser-ahí que vive en la angustia no pasa, por así decir,
tuado de form a personal. M ientras d u ra el plazo de vida que se de la experim entación consigo mismo y nunca llega a la ver­
me ha concedido, cabe una conversión, una metanoia, de mi op­ dadera decisión de confiarse él mismo y confiar su tiem po a Dios.
ción existencial ya tom ada, y ello merced a un kairos que Dios El hom bre puede estar seguro de que la vida tem poral no queda
me concede. La conversión en sentido cristiano significa hacer sum ergida en un pasado vacío, sino que desem boca en una d u ­
expresam ente que m uera y desaparezca un pasado personal o ración perm anente cabe Dios.
com unitario m ediante una nueva opción radical. De este, modo, De m odo sem ejante hay que valorar el intento del hom bre
el propio Dios relega eficazmente al «olvido», es decir, al «no de escam otear su angustia ante la (supuesta) transitoriedad
acordarse más» activo, el pasado (m arcado por la culpa) e in­ creando «obras eternas» y erigiéndose así un m onum ento «im­
cluso el presente y el futuro del «hom bre viejo», pues, al per­ perecedero» p a ra procurarse la «supervivencia», el futuro, sobre
donar, «vuelve las espaldas» a lo que el pecador recuerda (cf. Is todo en el recuerdo de los otros. Q uien procede así, no ve que
38,17). Así se me da nuevam ente fuerza p ara tender o tra vez a eso no es su futuro, sino una nueva alienación.
aquel que está presente p ara mí como mi origen y constituye mi Lo im portante, en suma, es cim entarse en el «ahora» de la
fituro y me concede ser un «hom bre nuevo» como «converso» presencia de Dios y m antenerse presente ahí, es decir, creer que
{—* símbolo y sacram ento). Dios está ahora personalm ente presente p ara nosotros como nues­
tro origen y como el futuro de nuestra vida. De esta fe surge la
esperanza, acto existencial que tiene como térm ino lo o, mejor, el
f) La esperanza como confianza en el tiempo que ha de venir. Del mismo modo que Dios, cuando me d a la
vida y el tiem po en cierta m edida, no me niega su presencia,
De este modo, la persona que, velando personalm ente, se halla tam poco su venida a nosotros como futuro nuestro reside en que
presente a sí misma y hace que Dios esté presente p ara ella se nos retiene (todavía) el presente (contra lo que afirm a Heidegger
encuentra en condiciones de afrontar el peligro de la «situación» en El ser y el tiempo). En cuanto fuente de vida del hom bre, Dios
existencial del hom bre que llam am os angustia. La angustia no es reserva eterna e inagotable (no retención) de ser creado y,
tiene que oprim ir irrem ediablem ente al hom bre en lo concer­ porque d a por am or, distribuye am orosam ente con m edida col­
niente a su pasado porque, de una parte, tal pasado, en cuanto m ada (cf. Le 6,38), a fin de que el hom bre pueda nutrirse li­
procedencia personal, es el propio Dios y, de otra, porque Dios brem ente sin ahogarse en la superabundancia (—►angustia y con­
está dispuesto a cancelar la culpa contraída y, por el perdón, le fianza cristiana; culpa y pecado; m uerte y resurrección; utopía
concede al hom bre un futuro p ara acogerlo como «dis-culpado» y esperanza).
y redim ido. El hom bre tam poco tiene por qué poner fin al
«ahora», considerado insoportable o inviable, m ediante un sui­
cidio real o consum ado «sólo» interiorm ente, creyendo poder
200 201
LA ETERNIDAD COM O FRUTO DEL TIEM PO

6. La eternidad como fruto del tiempo que alberga como consum adas todas las vicisitudes de la exis­
tencia.
El tiem po de la vida hum ana es un don basado en la promesa, La dirección de la eternidad creadora de Dios, que nos per­
y al hom bre se le d a du ran te su vida tiem po p a ra decidir, hasta mitió descubrir que el tiem po de la existencia h u m an a está orien­
el punto de que, en virtud del acontecim iento de la metanoia, tado desde Dios, aparece así como u n a dirección orientada hacia
efectuado por Dios, puede invalidar decisiones ya tom adas y en­ una resolución eterna que constituye su «final». L a resolución
globarlas en u n a nueva decisión que las borra. No obstante, este de Dios «al comienzo», perm anentem ente presente entre noso­
tiem po de opción vital sería una tem poralidad aterradora, por tros en su p alabra, tiene que transform arse un día en la esca-
negativam ente infinita, si nunca se llegara a una decisión defi­ tológica y definitivam ente consum ada. Esto ocurrirá cuando la
nitiva que consume realm ente todo y sea irrevocable tam bién historia del hom bre se haya consum ado en su existir — tem po­
como resolución. Porque m ientras no es seguro que mi decisión ralm ente— con Dios. A hora podemos afirm ar que es nueva­
libre es realm ente válida p a ra mí y, por tanto, p ara Dios, sin m ente Dios quien decide cuándo ocurre esto, es decir, cuándo de­
que quepan nuevas escapatorias ni excusas, mi libertad y mi semboca en la eternidad el tiem po como decidido: acaece en el
plazo de tiempo serán una ilusión, un engaño y u n a burla del m om ento en que Dios acepta como definitiva la opción vital de
espíritu hum ano. Para que haya verdadera libertad es preciso la criatu ra h u m an a y la transform a en resolución definitivam ente
que yo pueda llevar a cabo algo realm ente válido, es decir, algo consum ada también para él. Sólo entonces quedan decididos p ara
irrevocable tam bién para todas las demás necesidades y liber­ constituir u n a presencia perm anente el «pasado» del hom bre y
tades. Esto explica que el tiempo de nuestra vida en cuanto pe­ el de Dios. Porque el pasado no es la sum a global de los acon­
ríodo de decisión esté orientado, por su misma naturaleza, hacia tecimientos, sino lo alcanzado y decidido con vistas a una per­
una m eta que constituye su plenitud y su culm inación. De hecho, m anencia plena y aceptada. Esta es la única form a de que la
el hom bre no espera para sí un futuro concebido como un tiempo historia no sea un «juego» caprichoso y no vinculante.
que fluye incesantem ente, sino que, por vivir el tiem po de su En esta perspectiva, la interpretación últim a de todo el acon­
vida como un kairos, espera y aguarda una resolución definitiva tecer es nuevam ente la de Dios. Por eso, el «día de Yahvé» es
y la perm anencia de la misma. Sin duda, ahora percibimos ya tam bién el día de la revelación definitivam ente esclarecedora de
el futuro como lo venidero que, al llegar, se convierte en adve­ las intenciones de los corazones, de las de Dios y de las de los
nim iento y presente: el futuro llega a ser el correspondiente día hombres, es decir, de todas las intenciones vitales, que en ese
de hoy. «día» encontrarán su realización suprem a y definitiva y adqui­
Pero m ientras la llegada sigue siendo presente en trance de rirán una validez eterna. La «vida eterna» así fundam entada e
llegar y no está absorbida en la perm anencia, yo tengo que con­ iniciada es, como puede verse ahora, el rendim iento de la cosecha
siderar mi decisión como no decisión todavía. La prom esa de la del tiem po, concretam ente del tiem po que Dios se dio y dio a
llegada, sobre todo de la llegada de Dios, exige un llegar y un los hom bres p ara decidir sobre una com unión de vida perm a­
haber llegado definitivo que luego es —-y será siempre— una per­ nente. Como Dios se tem poralizó en la historia desde el comienzo
manencia libre y surgida de la libertad. Por tanto, lo que consti­ de la creación p ara acercarse al hom bre y como el tiempo de la
tuye el futuro del futuro como ésjaton es que no cabe esperar ni vida hum ana estaba en la historia orientado a una m adurez lo­
lograr nuevam ente un futuro concebido como tiempo, sino que grada m ediante tal decisión, la eternidad, que constituirá la fu­
ya no tiene por qué haber — ni h ab rá— tiem po p ara decidir, tura «vida eterna» del «día de Yahvé», resulta ser un fruto del
pues la vida eterna está ahí como decidida, existente como plenitud tiempo de Dios y del hom bre. En él, el mismo Dios que dio el
actual perm anente, como vida que, por ser «descanso eterno», tiempo como anticipo de la eternidad (y, al d ar el tiempo, se dio
es una vida presente y dotada de la m áxim a vitalidad, un hogar él mismo en prenda) afirma, corrobora y hace valer definitiva­
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TIEM PO Y ETERNIDAD

m ente el yo libre del hom bre y la com unión de todos los hom bres
con Dios en el m undo. T a n to la eternidad de Dios que comienza Bibliografía
el «día de Yahvé» como la eternidad de la «vida eterna» otor­
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206 207
índice analítico

Absoluto autoproducción
com o Dios (Schelling) 53 del hom bre 28s
abu rrim ien to azar
y tiem po 137 totalidad del (M onod) 23
acontecer salvifico
en el tiem po 153ss bautism o
alienación 36 T rin id a d 117
alm a bien
ascensión del (G regorio de Nisa) idea (Platón) 50
161 bien y m al
experiencia del tiem po (Agustín) discernim iento p o r el logos (Stoa)
163 78
y E spíritu 108 y E spíritu S anto 109
y pneuma (Stoa) 78
am or cáb ala 24s
de Dios y ho m b re 187ss caridad
y T rin id a d 126 política (Pío X I) 107
anamnesis 199ss causalidad
an tropocentrism o 18s y tiem po 174s
antropología ciencias naturales
y E spíritu S an to 95 em ancipadas de la teología 9s
apocatástasis 161 m odernas (giro copernicano) 19
ascesis 106 y fe en la creación 20s
ateísm o com unión
d o ctrin ario (im agen científica del y E spíritu S anto 103, 11 ls
m undo) 21ss Concilio
en el V atica n o I 43 de C onstantinop la (doctrina tri­
en el V atica n o II 31, 43ss n itaria) 122
masivo m oderno 41, 60s de Florencia (doctrina trinitaria)
m etodológico 22 125
preocu p ad o 39s conversión
sem ántico 37 dom inio de Dios sobre el tiem po
y fe cristiana (diálogo) 43ss en la 200
y fe en Dios 41ss, 59ss cosm ología
y ocultam iento de Dios 14ss de la alta escolástica 26
y realid ad de Dios 44ss, 48 cosmos
y teología 41ss, 46ss com o Dios (Platón) 16
y teología política 61 em pírico y ocultam iento de Dios
y trascendencia del h om bre 44s, 14s
60s sacral 15s
autocom unicación y tiem po 147, 174s, 176s
de Dios y E spíritu S an to 121, 123s en física 174

209
In d ic e a n a l ít ic o In d ic e a n a l ít ic o

creación fidelidad (tiem po y eternidad) y Dios en H egel 81s y E spíritu S anto 104
y E spíritu S anto 98s 187s y E spíritu S an to 72ss y kairos 152s
y tiem po 185ss historia de (Hegel) 81s y experiencia 84 y tem poralidad e historicidad
creación, fe en la in tra trin ita ria m en te 122s y m ate ria (en la Stoa) 77s 193ss
y ciencias naturales 20s m uerte de 34s y tiem po 136ss
E spíritu S anto
cristianism o teología de la 34s en el cristianism o 169ss
acción del 100
y ateísm o radical 23 y acontecim iento de la cruz 47 en Platón 146ss
acción del h om bre y acción de
C risto P adre (T rin id ad ) 104s, 119 y Dios y hom bre 154ss
Dios 95s, 103
acontecim iento de C. y concepción p rim er m otor (Aristóteles) 150 com o don 105, 121 s, 123 eternidad, concepción
del tiem po 153, 157s realidad de D. y ateísm o 44s, 48 consum ador de la revelación bíblica 151 ss
com o H ijo (T rinidad) 105, 118ss, tem p o ralid ad y etern id ad 154s, en A gustín 161 ss
121s
12 ls 186s, 191s, 199s en la historia del pensam iento
dirección 109
cristología tres personas 118ss 143ss
e Iglesia 89s, 92, 98s, 102ss,
y pneum atología 124s T rin id a d 105, 118ss griega 146ss
112ss
crítica de la religión y concepción bíblica del tiem po m ítica 145s
atom ism o lógico 33 e irracionalism o 92 m oderna 164ss
15 lss
em pirism o lógico 33s en el A T 88 y acontecim iento de C risto 157s
y física (objeto de la) 19
cruz en el N T 88s y vida (T om ás de A quino) 164
y h om bre 95, 102
necedad y escándalo 56 experiencia del 89s eucarística, celebración
y homo faber 24s
acontecim iento de la Pentecostés 88, 91, 98 y T rin id ad 118s
e historia de Dios 37 presencia del A bsoluto 103 experiencia
econom ía de la g racia p rincipio de lib ertad 106s
y m uerte de Dios 47 fundam ental del ser 179s
y T rin id ad 123s p rincipio vital 102ss
cuerpo y espíritu 84
econom ía m ecanizada 31 teología del 115ss
espíritu de vida 107s y E spíritu S anto 89s
em pirism o lógico 33s, 38 tres personas (problem ática) 116s
y espiritualidad 93 experiencia cotidiana
ente 85 y antropología 95s
cuerpo-alm a del tiem po 136ss
entendim iento y com unión 103, 112s
tiem po y eternidad (Platón) 147s
y razón (Hegel) 80 y creación 98s
escatología 107 fe cristiana
y hom bre 102ss
determ inación esperanza T rin id ad , verdad fundam ental de
y m u n d o 91 s
y tiem po 175s com o confianza en el tiem po 200s la fe 117
y oración 89, 94, 104s
dialéctica fe y c arid ad 95 y ateísm o 43ss
y renovación carism ática 92, 94
del espíritu (Hegel) 80s espíritu y E spíritu S anto 102ss
espiritualidad fidelidad
negativa 53 acción del (Hegel) 80s E spíritu S an to 89, 102 de Dios (tiem po y eternidad) 187s
platónica y teología negativa 50 a p e rtu ra infinita del (T om ás de y co rporeidad 93 fiesta 182s
Dios A quino) 76
alianza de D. y tiem po 154ss com o logas Estado fiestas religiosas
carencia de 36 en H eráclito 73s y R eform a 97 y T rin id ad 117
com o cosmos (Platón) 16 en la Stoa 77ss eternidad filosofía
com o vida (Aristóteles) 76 en el idealism o alem án 86 com o d u ració n del presente 141, concepción del tiem po y de la eter­
e im agen (antigua) del m undo en P latón 75 146 n idad 146ss
15s filosofía del (Hegel) 79ss de Dios y tiem po 189ss de la revelación (Schelling) 53
en el nom inalism o 26 «filosofía de la m ente» 83s en el tiem po 181s del espíritu 79ss
en la a lta escolástica 26 in m o rtalid ad (Aristóteles) 76 experiencia de 141s «filosofía de la m ente» 83s
en la filosofía del lenguaje 32ss necesidad del e. y lib ertad en H e­ fruto del tiem po 202ss filosofía del lenguaje
espera de 36 gel 81s y aion 153s crítica de la religión 32ss
eternidad de D. y tiem po 155s, pam psiquism o 84 y atem p o ralid ad 191s futuro
186, 189ss, 199s significado genérico 72s y devenir (Platón) 147s categoría tem poral 172, 194s

210 211
In d ic e a n a l ít ic o
In d ic e a n a l ít ic o

giro copem icano 17s, 22


im agen, teoría de la (P latón) 148
gnosis mística p articipación
im agen de Dios
tiem po y eternidad 161 y orden divino 25s y teología neg ativ a 50, 52 de la etern id ad de Dios (tiem po)
gracia mito 190
y T rin id a d 117
justificante y ocultam iento de Dios im ágenes, prohibición concepción del tiem po 145s pensam iento
58 Dios y m u n d o en el 15s logos en H eráclito 73s
en el A T y ocultam iento de Dios
55 m undo Pentecostés
historia individuo estructuras espirituales del 84 E spíritu S anto 88, 91, 98, 108, 117
dirección tem poral de la I96ss y m odos tem porales 172 y E spíritu S an to (dialéctica) 91s persona
trin itaria 81s, 97s Israel m undo, concepción cristiana del tem poralidad de la 139, 178
y tiem po 140, 156 elección de I. y tiem po 156s y ateísm o rad ical 23 tres p. en Dios 116ss
historia de la salvación m undo, im agen del pesimismo
e historia del m un d o (Espíritu an tig u a (Dios y m undo) 14s y optim ism o del progreso 31
Santo) 84ss jansenism o 93, 106 giro copernicano (im portancia) pneuma
y T rin id ad 71s, 98 Jesucristo 17s en la Stoa 77, 99
hom bre « problem ática de las tres perso­ heliocéntrica (Dios y m undo) 16s y E spíritu S anto 99
autoproducción (M arx) 28s nas» 118ss en T olom eo 16 poder
carencia de hogar (ateísm o) 23 judaism o S aber es p. (Bacon) 26s
com o homo faber 24ss, 27s y función cósm ica del E spíritu 99 Sobre el tiem po 194
com unidad del logos (H eráclito) naturaleza voluntad de (Nietzsche) 29ss
73s kairos y concepción del tiem po 145s, 169s praxis
experiencia del tiem po 136ss (tiem po y etern id ad ) 152s, 197s, nihilism o (N ietzsche) 29ss transform adora del m undo y ex­
responsabilidad tem poral 198s 202 nom inalism o 26 pulsión de Dios 24s
ser corpóreo-espiritual 185 num inoso, lo previsión
tem poralidad 171, 178s libertad en la an tig u a im agen del m undo hu m an a y gobierno de Dios 3 ls
en el m ito 145s y m artirio 108s 15ss procreación
origen 185ss y necesidad del espíritu (Hegel) 81 y pneuma (Stoa) 78
trascendencia y ateísm o 44s, 60 y verdad 86 prom esa
liturgia ocultam iento de Dios
y am o r a Dios 186s y tiem po 156
determ inación 56ss
y Dios (E spíritu Santo) 95s, 103 de cuaresm a 108 pueblo
en el cosmos em pírico 14s
y E spíritu S anto 102ss y T rin id a d 105 Israel com o pueblo elegido y el
lógica en la revelación 54ss
homo faber 24, 27s, 32 tiem po 156s
según la B iblia 54ss
de H egel 79s
logos y ateísm o (en teología) 41
idealism o alem án
y homo faber 32 razón
espíritu e identidad 86 co m unidad (H eráclito) 73s
y salvación 57s com unidad de la (H eráclito) 73s
Iglesia existencia ética p o r el 1. (Stoa) 78
y teodicea 39 lo divino de la (Aristóteles) 75
de base 112ss y vida (Stoa) 78s
y trascendencia 60 y entendim iento (Hegel) 80
ortodoxa (doctrina trinitaria) realidad
oración
122ss m artirio y E spíritu S an to 89, 94, 104s estru ctu ra espiritual de la 85
tiem po escatológico de la 159s y lib ertad 108s reconciliación
orden divino
y E spíritu S anto 89s, 92, 102ss, m aterialism o y escisión 52
e im agen de Dios (en la E. M edia)
lllss ateísm o d o ctrin ario en el (Ilu stra­ 25s redención del cuerpo 107s
Ilustración ción) 22s ortodoxos R eform a
ateísm o de la I. francesa 22 m isterio de Dios d o ctrin a trin ita ria 122ss y E stado (H egel) 97
crítica de las afirm aciones sobre el com o ocultam iento 41 religión
E spíritu 91 en los Padres 51 experiencia de la eternidad 141s
natu raleza y religión 96s trin itario 117s, 122ss p a lab ra de Dios y lenguaje (ocultam iento de Dios)
y conocim iento de Dios 48s 33ss
212
213
In d ic e a n a l ít ic o In d i c e a n a l ít ic o

religiones negativa en A gustín 161ss teología de la 116ss


acción del E spíritu 90, 100 en los Padres50s en H eidegger 167s ¿tres personas? 118s
en el V aticano I I 100 historia 49ss griega 146ss verdad fundam ental de la fe 117
responsabilidad m o d ern a (aporías) 5Lss historia de la 143ss
personal e historicidad 198s reform ada (conocim iento de m edieval 164 valores
resurrección Dios) 37 m ítica 145s transm utación de los (Nietzsche)
de Jesús en H egel 82, 97 y ateísm o 60s m o d ern a 164ss 30
revelación en B arth 46ss y acontecim iento de C risto 157ss V aticano I
autorrevelación de Dios y E spíritu y m ística 50, 53 y espacio 143s sobre el ateísm o 43
S anto 121 política y n atu ra lez a 145s, 170 V aticano II
filosofía de la (Schelling) 53 y ateísm o 61 tiem po, experiencia del eclesiología de com unión 112
y ocultam iento de Dios 54ss testim onio personal 183ss sobre el ateísm o 40, 43s
Espíritu S an to 88s, 93s y acción 180s sobre las religiones del m undo 100
saber tiem po trascendencia verdad
y poder (Bacon) 26s anamnesis 199s del ho m b re y ateísm o 44ss etern id ad de la 192s
sacram ento aporías (Aristóteles) 149 y ocultam ien to de Dios 60 y espíritu (Hegel) 86
anamnesis 119s biológico 171s, 176, 180 T rin id ad y lib ertad 86
de la Iglesia 11 ls com o aion y etern id ad 153s anhelo de la 102s vida
salvación com o algo d a d o 137, 187s d o ctrin a trin ita ria 115s Dios com o v. (Aristóteles) 76
y revelación del ocultam iento de com o d u ració n (Bergson) 167 e historia de la salvación 81s, 97s e tern a 156
Dios 58 com o fenóm eno d e la vida 180 económ ica 98 tiem po, fenóm eno de la v. 180
y tiem po 144, 152s com o kairos 152s, 196, 202 in m an en te 98 y E spíritu S anto 102ss
secularización ded ica r tiem po 183s m isterio 117s, 122s y logos (Stoa) 78s
y politeísm o 24 dom inio sobre el 194s
seguim iento de C risto e historia 125, 156, 195s
y E spíritu S anto 94 escatológico de la Iglesia 159s
ser físico. 147, 174ss
en el tiem po 170 modos 138s, 172s, 194
experiencia fundam en tal del 179s personal (lo) del tiem po 139, 183ss
grados del s. (pneuma) 78 p lenitud del (C risto) Í57s
y ente (diferencia) 84s sentido ético del 147s
Stoa ser-en-el-tiem po 171ss, 178, 183
espíritu 77ss ser y tiem po com o don, 185s
significado salvífico 144, 152ss
técnica «tener tiem po» 139, 194
según H eidegger 31 vivencia del 180s
teísmo 47 y cosmos 147, 174, 176s
anónim o 45s y creación 185ss
teodicea y Dios 186ss
y ocultam iento de Dios 39 y elección de Israel 156ss
teología y esperanza 200s
confrontación con el ateísm o 4Iss y etern id ad 136ss
crisis de la (ateísm o) 4lss y prom esa 156
de la cruz 47 tiem po, concepción del
de la m uerte de Dios 34ss bíblica 151ss
del E spíritu S anto (historia) I15ss y Dios 151ss
n a tu ra l (crítica de B arth) 46ss cíclica 143s

214 215
Contenido

Introducción................................................................................... 7
Ateísmo y ocultamiento de D ios................................................... 11
I. Formas ateas del ocultamiento de Dios (Kem) .......................... 14
II. Ateísmo y ocultamiento de Dios desde el punto de vista teológico
(Kasper) ................................................................................ 41
Espíritu y Espíritu S a n to ............................................................... 69
I. El «espíritu» de los filósofos ( Kem) ........................................ 72
II. El «Espíritu Santo» en la historia y hoy (Congar) ................... 88
III. Objeciones críticas contra el discurso sobre el Espíritu Santo ... 91
IV. El Espíritu como principio vital presente en nosotros y en la Igle­
sia 102
V. Teología de la tercera persona ................................................... 115
Tiempo y eternidad (Schulte) ....................................................... 133
I. Introducción: el acceso a la cuestión del tiempo y de la eternidad
desde la experiencia y el lenguaje cotidianos .............................. 136
II. Panorama histórico ................................................................... 143
III. Tiempo y eternidad en el horizonte de la concepción cristiana de la
existencia......................................................................... 169
índice analítico .............................................................................. 209

217
BIBLIOTECA

FE CRISTIANA Y SOCIEDAD MODERNA

1
Realidad - experiencia - lenguaje
Diálogo
Trascendencia y Dios de la fe

2
Mito y ciencia
Arte y religión
Lenguaje literario y lenguaje religioso

3
Universo - Tierra - hombre
Evolución y creación
Animal y hombre
Naturaleza e historia

4
Determinación y libertad
Causalidad - azar - providencia
Fenómenos naturales y milagros

5
Cuerpo y alma
Muerte y resurrección

6
Mundo pulsional y personalización
Desarrollo y maduración
Fases y crisis de la vida - ayudas para vivir
Relación entre los sexos y capacidad para el am or
7 15
Matrimonio Estado - sociedad - Iglesia
Familia Estado social y diaconía cristiana

8 16
Formación Desviación y norma
Rendimiento y ocio Minorías, grupos marginales e integración social
Acción y contemplación Solidaridad y amor
Trabajo Interés y desprendimiento
9 17
Experiencia de la contingencia y pregunta por el sentido Justicia
Angustia y confianza cristiana Pobreza y riqueza
Felicidad y salvación Economía y moral
Negatividad y mal
10 18
Burguesía y cristianismo
Sufrimiento
Secularización
Salud - enferm edad - curación
Autonomía y condición creatural
Agonía y asistencia a los moribundos
Emancipación y libertad cristiana
Tristeza y consuelo
11 19
Orden político y libertad Humanismos y cristianismo
Participación Materialismo, idealismo y visión cristiana del mundo
Planificación, administración y autodeterm inación en la Iglesia Pluralismo y verdad

12 20
Derecho y moral Teoría de la ciencia y teología
Valores y fundam entación de normas Mundo técnico-científico y creación
Culpa y pecado Ciencia y ethos
Conciencia
13 21
Ilustración y revelación
Ley y gracia
Paz Ideología y religión
Crítica y reconocimiento
Castigo y perdón

14 22
Autoridad Ateísmo y ocultam iento de Dios
Soberanía - poder - violencia Espíritu y Espíritu Santo
Revolución y resistencia Tiempo y eternidad
23
Tcádrción y progreso
Utopía y esperanza
Historia del mundo e historia de la salvación
Reconciliación y redención

24
Antropología y teología
Persona e imagen de Dios
Sfctema y sujeto

25
Anonimato e identidad personal
Experiencia cotidiana y espiritualidad
Experiencia y fe
Socialización religiosa

26
Tolerancia y pretensión de validez universal
Cristianismo y religiones del mundo
Judaismo y cristianismo

27
Derechos hum anos - derechos fundam entales
Religión y política
Legitimación

28
Sociedad y reino de Dios
Dimensión pública del mensaje cristiano
Símbolo y sacramento

29
Comunidad
Iglesia
Confesiones y Ecumene

30
Indices

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