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No obstante, hace unos meses me sorprendí observando noche tras noche desde
un onceavo piso, a primera vista un hermoso castillo de una arquitectura exquisita,
que me traslada sin duda a una época donde se respira y se vive el romanticismo,
aquella época en donde la sumisión de la mujer se disfrazaba con los cuentos de
hadas y castillos.
También, puedo observar que es una zona donde se desarrollan eventos públicos
y actividades mercantiles, pues plazoleta sin vendedores o mercaderes no es
plazoleta, allí permanecen durante el día los tres o cuatro embola zapatos,
artistas empíricos, vendedores de minutos, helados, confitería, mangos y uno que
otro hippie. Además es concurrido masivamente en las llamadas horas picos por
transeúntes que evitan el exorbitante número de autos y prefieren cruzar en
medio de la plaza, algunos van en parejas manifestando su amor por medio de la
unión de sus manos, otros en grupo de tres o cuatro jóvenes uniformados por
cierto, algunas mujeres y hombres adultos caminan solos, con paquetes y con un
afán de llegar, a dónde, no lo sé, otros, un tanto más jóvenes, que están a la
espera de algún amigo o familiar, usan como asiento los pocos escalones que
están a la entrada del castillo el cual está encerrado en rejas, las cuales dan la
impresión de que es un lugar privado, ¡ah! y no puede faltar en este panorama las
copiosas palomas que en el crepúsculo comienzan a retirarse en manadas.
Al llegar no había decidido qué haría para poder platicar con uno de los tres,
avance despacio en medio de la plaza, como si fuese asistir a la célebre
eucaristía, me llamó la atención un grupo de personas sentados al costado
izquierdo en los escalones a la entrada del castillo-iglesia, puesto que, no suelen
estar como se diría en Colombia –arrejuntados-, por lo general están dispersos,
solitarios y, en algunas ocasiones en tríos o parejas.
No tarde mucho en conocer el motivo por el cual se encontraba reunido un grupo
de personas tan heterogéneo (bebes, niños, jóvenes, ancianos, adultos, hombres
mujeres habitante de la calle), pues, para mi grata sorpresa un hombre, de
contextura delgada, estaba dando la bienvenida al espacio de cuentería y
comedia, que por cierto me encanta; por tal motivo, descarté la segunda opción y
decidí tomar asiento en la zona delimitada por el cuentero como las graderías. Aun
cuando estaba muy emocionada por ser espectadora de este evento, que me
apasiona de una manera única, debido a que se entretejen risas un tanto burlonas
y saludables, reflexión y critica de posturas políticas, religiosas y sociales, el reloj
se convertía en mi verdugo el cual me recordaba que antes de las 6:30 pm
debería estar poniendo mi huella en una aparato un tanto extraño, para que una
computadora registrara la hora de inicio de la abrumadora labor.
A pesar del poco tiempo que dedicaría a escuchar el repertorio de los cuenteros,
decidí disfrutarlo al máximo, durante mi conflicto interno en cuanto el tiempo
disponible, el cuentero todavía seguía en su extendida y particular bienvenida a
cada sujeto que se acercaba, me desconecte del transcurso de los segundos y
minutos porque se aproximaba un chico de cabello muy largo, creo que era a la
medida de las caderas, y el cuentero le dijo: ¡hey tú, metalero con ese entusiasmo
que no te caracteriza acércate más, tenemos un puesto reservado para ti, en
V.I.P! - ¡me imagino este man cantando metal, debe ser una mezcla de emo-
metal!- las carcajadas no se dieron a esperar y cada vez aumentaban en tono y
cantidad, me asombró la imaginación y creatividad del cuentero, dado que, es
como si tuviera un detonador que le permite con tan solo visualizar a su próximo
blanco de burlas crear un acumulado de ridiculeces, pues se acercaba un hombre
rastafari y lo hizo sentar a lado de una mujer y le dijo a ella: -tranquila que los
piojos no son terratenientes, les basta con los 50 metros de estropajo tejido-
El cuentero después de hacernos reír tanto con sus ocurrencias, presentó a sus
dos compañeros los cuales eran un santandereano y un santafereño, y dijo: -
hagan de cuenta que es una mezcla de ajiaco con culonas-, muchos se quedaron
callados, por lo cual él expresó “-quien lo entendió lo entendió-” y como soy
santandereana, por supuesto lo entendí, aunque, al poco tiempo me arrepentí de
haberlo expresado, pues me preguntó si los santandereanos somos gente arrecha
y le afirme de inmediato, de lo que pronto me arrepentí, porque se me olvidó que
en el contexto Bogotano, tiene un singular significado que me puso en ridículo,
pero bueno, he aprendido que si te ríes, o bueno, simulas que te ríes, el incómodo
momento se hace más amable.
Finalmente, mi reloj marcaba las 6:40 pm, por lo cual, me comunicaba que una
vez más llegaría tarde a mi trabajo, me apresuré a ponerme en marcha para
dirigirme al onceavo piso del edifico que está al frente; al mismo tiempo, el
santafereño, indicaba que se haría una pausa para que los buenos ciudadanos
aportaran algún billete de cualquier denominación, con la condición que fuera en
pesos colombianos, al escucharlo en primer momento elegí retirarme rápido
justificándome que no estaría para ver el final, avance unos pasos y escuche que
decía: -Nosotros hemos estado hace dos horas organizando la zona y más de un
mes practicando para poder brindarles un espacio donde salgan de sus rutinas y
además pregunto ¿Cuánto cuesta la entrada al teatro para disfrutar de estas
presentaciones?
Por tal motivo reflexioné y decidí antes de abandonar el lugar acercarme a los
cuenteros y darles el único billete de dos mil que tenía en mi bolsillo, lo
agradecieron de tal manera que lo último que escuché de ellos fue: -Iniciamos con
dos mil pesos, quien quiere ser igual de ciudadano a esa señorita-, asimismo,
cuando caminaba de espaldas a ellos, me gritaron – No va esperar el final – sin
voltear con el brazo les señale que no, en seguida emprendí la carrera para llegar
en el menor tiempo posible al trabajo, al cabo de ocho minutos estaba sentada
frente a un computador recibiendo las llamadas de domicilios de pizza, ese día la
jornada fue más amena, pues aún recordaba las ocurrencias de aquellos buenos
comediantes- musicales.
De tal manera que, inicio afirmando que de los numerosos sujetos que a diario
permanecen o transitan la Plaza Lourdes, son pocos los que contemplan la
majestuosa iglesia que se encuentra en su parte inferior, puesto que,
deplorablemente en Colombia no existe una cultura de amor por el arte, a pesar
de que nuestra educación es totalmente euro centrista, en la cual el arte se
percibe como una de las máximas expresiones del hombre, por ende la espléndida
edificación categorizada como una de las más bellas obras del arte arquitectónico
con que cuenta Bogotá, pasa desapercibida por los transeúntes.
Por otra parte, están allí mujeres y hombres colombianos, que salen a luchar
contra las adversidades de un modelo de vida mezquino, impuesto por el
mercado y sus grandes elites, tienen como arma letal para superar el hambre y el
frio, un indescriptible buen ánimo y alegría, por lo tanto, es insensato descalificar
sus diferentes labores, entre las cuales se destacan: vendedoras ambulantes y
embola zapatos, de tal manera que, la Plaza Lourdes, lejos de ser un centro de
adoración de imágenes, es un lugar donde se entretejen sueños, esperanzas,
propósitos y se construye la bella utopía de un mundo mejor, en el que
prevalezcan la compasión, la felicidad, la belleza y la solidaridad.
Finalmente, La plazoleta junto con la bella estructura que se impone allí, significan
para mí un lugar de reflexión, debido a que, desde un onceavo piso la observo y
medito en las varias décadas que separa la edificación de la iglesia con las
construcciones contemporáneas; sin embargo, nada ha cambiado en el trascurso
del tiempo, en cuanto, a las relaciones humanas de una sociedad cada vez más
deshumanizada, por tal motivo, es el símbolo del encuentro de dos generaciones
que han conducido a la sociedad al suicidio, una es la generación dogmática-
conservadora- y la otra, es la consumidora – salvaje-, no obstante, se agudizan las
contradicciones del choque entre estas formas de concebir la vida, y en
consecuencia, surge la esperanza de construir un nueva sociedad.