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“Es como un calendario vivo del crimen,” critica uno de sus conocidos (Stamford) a

Holmes, pues su mente está llena de datos relacionados con noticias de crímenes pasados.
Pero a pesar de este conocimiento enciclopédico del mundo criminal, Holmes parece a
veces contradecirse. En El sabueso de los Baskerville pide a Watson que refresque su
memoria sobre un caso, pues asevera que la concentración mental intensa tiene una
curiosa manera de bloquear lo que ha sucedido antes. Como un abogado, dice, que tiene
la información de un caso a la mano y hasta es capaz de discutir con un experto sobre su
propio tema, pero que una o dos semanas de trabajo en la corte borran todos estos datos
de su mente. De esa manera, asegura, cada uno de sus casos desplaza al último. ¿Será
acaso que su regla no se aplica al historial de sus propios casos?
Un hombre debe mantener su pequeño “ático cerebral (brain-attic)” amueblado con todos
los muebles que probablemente usará, y el resto puede guardarlo en el trastero de su
biblioteca, de donde lo puede obtener si lo desea, confirma. Y sin embargo, Holmes
parece prosperar entre el caos. En El ritual de los Musgrave, Watson comenta que le
parece un tanto anómalo del carácter de su amigo, el hecho de que a pesar de que sus
métodos mentales eran los más limpios y metódicos de la humanidad, y aun cuando
vestía formalmente, era sin embargo uno de los hombres más desordenados en sus
hábitos personales. Holmes conservaba sus puros en el cajón para el carbón, su tabaco en
el fondo de una pantufla persa, y su correspondencia atravesada por un cuchillo clavado
en el centro de la repisa de la chimenea. A veces se sentaba en su sillón con pistola en
mano y cien cartuchos a dispararle tranquilamente a la pared que tenía enfrente. Fue así
como la “decoró” con las iniciales VR (Victoria Regina). Sus habitaciones estaban
siempre llenas de químicos y reliquias criminales que siempre acababan en los sitios más
inesperados, a veces incluso en el plato de la mantequilla. Y nada sufría Watson más que
los papeles de Holmes, a quien le horrorizaba destruir documentos, en especial los
relacionados con sus casos pasados. Los organizaba sólo una vez al año o a veces cada
dos años, por lo que mes tras mes los papeles se acumulaban hasta que cada rincón del
cuarto estaba apilado con papeles de manuscritos que de ninguna manera debían
quemarse, ni guardarse excepto por su dueño. Sin su caos, a Sherlock Holmes le es difícil
vivir. En la aventura de Los tres estudiantes, donde Holmes debe trabajar en el College
of St. Luke´s por varios días, se encuentra como pez fuera del agua, privado de su

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