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Colombia es una nación reconocida por la historia de violencia abrupta que la ha marcado
desde su constitución como Estado independiente. Muchos factores han influido en esto: la
creación de una lógica bipartidista intolerante, el abandono estatal que han sufrido muchas
regiones marginadas y alejadas del centro del país (donde se concentra el poder), la pérdida
de territorio nacional por este mismo abandono, el nacimiento de grupos subversivos que
luchaban por tener voz y voto dentro del marco gubernamental, el poder y control ejercidos
por estos grupos sobre zonas aledañas, la influencia de prácticas ilícitas que nos hicieron
reconocidos y rechazados en el exterior, etcétera. Un sinfín de problemáticas que nos han
llevado al colapso como Estado y, que al día de hoy, la población aún llora.
En Trujillo, Valle del Cauca, no han sido para nada ajenos a todas estas alteraciones de
orden público. En realidad, es uno de los municipios más golpeados por el conflicto armado
interno colombiano, donde en la actualidad, sigue sin hallar respuestas.
Contextualicemos. Década de los 80, pleno auge de la guerra en contra del narcotráfico y la
lucha contra los actores armados al margen de la ley. Trujillo, como muchos, era un
municipio más de aquellos olvidados por un gobierno que lideraba una batalla brutal para
no arrodillarse ante los criminales. Fue el momento perfecto para la intromisión del
conflicto en el territorio trujillense, y de qué manera. Múltiples factores y personajes se
cruzaron en el mismo sitio, entre estos la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional
(ELN) y cabecillas de carteles del narcotráfico, además de lidiar con las secuelas que había
dejado el período de La Violencia interpartidista. Todos estos luchando por una misma
zona, hicieron de Trujillo un campo de batalla que luego iba quedar reducido a manchas de
sangre.
Pero también las fuerzas públicas, como el Ejército y la Policía Nacional, estuvieron
involucradas con un buen número de porcentaje frente a los delitos perpetuados en esta
masacre. Esta situación deja mucho que pensar y abre puertas a muchas dudas, porque, si
nuestras propias instituciones creadas para hacer valer los derechos de cada individuo
nacido en esta nación, cometieron actos que van en contra de personas de las cuales tenían
la responsabilidad de proteger, están traicionando los principios con los que fueron creados,
siendo algo totalmente inmoral y aberrante.
Todo este panorama oscuro de los 80 pasó a un segundo plano, cuando el sufrimiento en los
90 se vio interminable. Esta disputa por el poder superó todo tipo de límites al arremeter
contra la dignidad humana, donde se borran las reglas del juego de guerra y la crueldad se
hace enfermiza. Todo tipo de torturas se hacen visibles en la tierra trujillense:
desmembramiento a personas aún vivas con motosierras, asfixia con agua, hierros
quemados en el cuerpo, martilleo de dedos y levantamiento de uñas, comentan
investigadores del Centro de memoria histórica colombiana. Toda humanidad hallada en el
ser humano se perdió en los campamentos de tortura de esta área.
Pero, ¿en esta masacre se involucró a quiénes y por qué? Esta vulneración a los derechos
humanos no solo llegó a hombres líderes de hogares, las mujeres cumplieron un papel
desafortunado en la matanza. Las que estaban envueltas en el conflicto, normalmente tenían
parentescos con los hombres que habían sido víctimas de los hechos anteriormente
mencionados, aunque el número de víctimas de tortura y sevicia, se hicieron más presentes
en los hombres que en las mujeres.
Cuando la tragedia parece acabar para los habitantes de esta región, la esperanza vuelve a
hundirse. Esta vez no por agresiones físicas, si no en contra de la dignidad humana: las
denuncias de las víctimas del conflicto son desechadas por el sistema judicial colombiano,
cuando a pesar de los testimonios dados por Daniel Arcila Cardona, un actor importante de
la alianza, los responsables son exonerados. Ante tal sadismo, las víctimas recurren a las
ONG hasta lograr un acuerdo con el Estado, de crear la Comisión de Investigación de los
Sucesos Violentos de Trujillo (CISVT), todo en busca de la verdad y el reconocimiento de
lo innegable.
Nos podemos dar cuenta que hay una hendidura entre el Estado y los afectados por el
conflicto, ya que los representantes de estos en esta masacre buscan que se haga justicia por
cada uno de los implicados y el sistema limita su responsabilidad de los hechos ocurridos
antes y después entre el 29 de marzo y el 17 de abril de 1990, debido a que para el
gobierno puede tener implicaciones jurídicas y políticas, porque si acepta su complicidad
en esta masacre perdería legitimidad social y política tanto interna como externa.
En este sentido, el CECT estableció un informe donde vincula a doscientos once
perjudicados en el lapso de tiempo dictado por el Estado, pero este comunicado fue
rechazado por el mismo gobierno generando que las familias de las víctimas no accedan a
una indemnización, lo que hace que estas personas se tengan que vincular a un plan de
reparación social el cual está diseñado para atender a una comunidad en general. Una
vergüenza estatal, por supuesto.
Finalmente, cabe resaltar que las víctimas de esta matanza fueron tanto hombres como
mujeres comunes, ciudadanos de a pie, con una vida cotidiana y siendo anónimos para los
medios de comunicación. Tanto el Estado como la opinión pública se mostraron
indiferentes ante tales barbaridades, siendo solo motivo de indignación cuando se
presentaban las muertes de personas reconocidas y con poder político. Colombia ignoró
totalmente la monstruosidad de la que estaba siendo víctima el municipio de Trujillo, y no
hubo quien vislumbrara un brillo de salvación para toda esa gente. Esta masacre devela el
rostro de la mayoría de perjudicados en el conflicto armado: aquellos que son rechazados y
“no tienen valor para la sociedad”.
Trujillo es solo una muestra más de Colombia como Estado fallido, Estado ausente, Estado
arrodillado. Trujillo lucha cada día porque su catástrofe se mantenga en el recuerdo de
todos para que no se vuelva a repetir. Trujillo implora porque se haga justicia y se aclaren
los hechos, que la verdad sea contada de una vez por todas y quien hizo daño pague.
Trujillo clama con que la memoria de sus muertos sea dignificada y valorada, nunca más
ignorada. Trujillo sueña con volver a levantarse, con despertar algún día y gritar: ¡la
pesadilla acabó!
“Al día de hoy, no existe ninguna condena a los perpetradores de la masacre. La Masacre de
Trujillo es una masacre continua” [ CITATION Sán08 \l 9226 ].
Bibliografía
Sánchez G., G. (2008). Trujillo: una tragedia que no cesa. Bogotá: Planeta Colombiana
S.A.
GMH. (2013). ¡BASTA YA! Colombia: Memorias de guerra y dignidad. Bogotá: Imprenta
Nacional.