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Sergio Daniel Sabogal

Isabella Sierra Atencia

Trujillo: una gota de esperanza

Colombia es una nación reconocida por la historia de violencia abrupta que la ha marcado
desde su constitución como Estado independiente. Muchos factores han influido en esto: la
creación de una lógica bipartidista intolerante, el abandono estatal que han sufrido muchas
regiones marginadas y alejadas del centro del país (donde se concentra el poder), la pérdida
de territorio nacional por este mismo abandono, el nacimiento de grupos subversivos que
luchaban por tener voz y voto dentro del marco gubernamental, el poder y control ejercidos
por estos grupos sobre zonas aledañas, la influencia de prácticas ilícitas que nos hicieron
reconocidos y rechazados en el exterior, etcétera. Un sinfín de problemáticas que nos han
llevado al colapso como Estado y, que al día de hoy, la población aún llora.

En Trujillo, Valle del Cauca, no han sido para nada ajenos a todas estas alteraciones de
orden público. En realidad, es uno de los municipios más golpeados por el conflicto armado
interno colombiano, donde en la actualidad, sigue sin hallar respuestas.

Contextualicemos. Década de los 80, pleno auge de la guerra en contra del narcotráfico y la
lucha contra los actores armados al margen de la ley. Trujillo, como muchos, era un
municipio más de aquellos olvidados por un gobierno que lideraba una batalla brutal para
no arrodillarse ante los criminales. Fue el momento perfecto para la intromisión del
conflicto en el territorio trujillense, y de qué manera. Múltiples factores y personajes se
cruzaron en el mismo sitio, entre estos la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional
(ELN) y cabecillas de carteles del narcotráfico, además de lidiar con las secuelas que había
dejado el período de La Violencia interpartidista. Todos estos luchando por una misma
zona, hicieron de Trujillo un campo de batalla que luego iba quedar reducido a manchas de
sangre.

La dinámica fue la siguiente: tanto narcotraficantes como el ejército nacional fueron


víctimas del poder del ELN en la región, deciden pactar una alianza para acabar con estos
últimos, es decir, formar una estrategia paramilitar o contrainsurgente. El problema surge
cuando, en su afán por debilitar a la guerrilla, emprenden acciones en contra de civiles y
gente inocente, que tuvo que pagar los platos rotos de una guerra en la que nada tenían que
ver.

De esta manera, se llevaron a cabo torturas, desapariciones forzosas, homicidios selectivos


y detenciones arbitrarías, también crímenes como limpieza social, eliminación de testigos,
despojo de tierras y persecución por parte de la Policía, todo esto ocasionado por el
enfrentamiento entre marginales y capos de la región, siendo esto algo deplorable y que
atenta contra los derechos humanos y contra la misma Constitución política colombiana.
Los mayores índices de violencia en esta región fueron los homicidios selectivos y las
desapariciones forzadas causadas por actores armados sin ética ni compasión.

Pero también las fuerzas públicas, como el Ejército y la Policía Nacional, estuvieron
involucradas con un buen número de porcentaje frente a los delitos perpetuados en esta
masacre. Esta situación deja mucho que pensar y abre puertas a muchas dudas, porque, si
nuestras propias instituciones creadas para hacer valer los derechos de cada individuo
nacido en esta nación, cometieron actos que van en contra de personas de las cuales tenían
la responsabilidad de proteger, están traicionando los principios con los que fueron creados,
siendo algo totalmente inmoral y aberrante.

Todo este panorama oscuro de los 80 pasó a un segundo plano, cuando el sufrimiento en los
90 se vio interminable. Esta disputa por el poder superó todo tipo de límites al arremeter
contra la dignidad humana, donde se borran las reglas del juego de guerra y la crueldad se
hace enfermiza. Todo tipo de torturas se hacen visibles en la tierra trujillense:
desmembramiento a personas aún vivas con motosierras, asfixia con agua, hierros
quemados en el cuerpo, martilleo de dedos y levantamiento de uñas, comentan
investigadores del Centro de memoria histórica colombiana. Toda humanidad hallada en el
ser humano se perdió en los campamentos de tortura de esta área.

Una serie de hechos dados entre el 29 de marzo y el 17 de abril de 1990 marcaron la


trascendencia de este conflicto: enfrentamiento entre ELN y una patrulla del ejército en La
Sonora, detenciones arbitrarias de policías, primeros asesinatos selectivos, desapariciones
forzadas en La Sonora, atentado contra concejales, asesinato y desapariciones de dirigentes
políticos, también contra amigos personales del sacerdote Tiberio Fernández, desaparición
forzada del Padre Tiberio Fernández y acompañantes (hecho que significó la pérdida de la
esperanza del pueblo) y, finalmente, el asesinato de un testigo importante en el caso
Trujillo, Daniel Arcila Cardona.

Pero, ¿en esta masacre se involucró a quiénes y por qué? Esta vulneración a los derechos
humanos no solo llegó a hombres líderes de hogares, las mujeres cumplieron un papel
desafortunado en la matanza. Las que estaban envueltas en el conflicto, normalmente tenían
parentescos con los hombres que habían sido víctimas de los hechos anteriormente
mencionados, aunque el número de víctimas de tortura y sevicia, se hicieron más presentes
en los hombres que en las mujeres.

La cosificación de la mujer en estos sucesos se puede agrupar en tres divisiones: el primero


es la identidad transitiva, que ante un actor armando la mujer no adquiere presencia de
individualidad y no son consideradas por lo que ellas son y por lo que se les incrimina,
sino más bien por el parentesco de algún hombre, el segundo es que las mujeres son
tratadas como emblemas de la identidades colectiva, que lo que buscan es atarlas ya que
adquieren la identidad del actor al que se quiere doblegar y se usa como una estrategia para
quebrantar y desmoralizar al enemigo, y el tercero, donde son objeto de persecución por
haber trasgredido su rol femenino. Estos son casos en los cuales se degrada a la mujer como
una cosa material o simplemente como algo sin importancia, irrespetando los derechos de
estas, ya que no las hacen valer como seres razonables con conciencia de sus acciones.

Hay muchas características que enmarcan el desarrollo de la masacre de Trujillo, pero la


principal es que se usó un mecanismo de terror difuso, que buscaba la discontinuidad de
espacios pacíficos y generaba la continuidad de hechos violentos como las desapariciones
forzosas y homicidios colectivos.

Cuando la tragedia parece acabar para los habitantes de esta región, la esperanza vuelve a
hundirse. Esta vez no por agresiones físicas, si no en contra de la dignidad humana: las
denuncias de las víctimas del conflicto son desechadas por el sistema judicial colombiano,
cuando a pesar de los testimonios dados por Daniel Arcila Cardona, un actor importante de
la alianza, los responsables son exonerados. Ante tal sadismo, las víctimas recurren a las
ONG hasta lograr un acuerdo con el Estado, de crear la Comisión de Investigación de los
Sucesos Violentos de Trujillo (CISVT), todo en busca de la verdad y el reconocimiento de
lo innegable.

A todo esto, le sumamos que la masacre de Trujillo el Estado colombiano la analizó un


lapso de tiempo corto, en el cual solo se reconocieron treinta y cuatro víctimas, cuando en
realidad el tiempo en el que duró esta masacre fue mayor y las personas afectadas
realmente fueron trescientas cuarenta y dos, siendo este un acto irresponsable y cínico por
parte del Estado.

Sin embargo, la AFAVIT (Asociación de Familiares de la Víctimas de Trujillo) solicitó que


se hiciera un estudio más a fondo de los casos que el gobierno no reconoció, y a partir de
esto se conformó el CECT (Comité de Evaluación de Casos de Trujillo) que está
conformado por las ONG de derechos humanos, la Iglesia Católica y la Defensoría del
Pueblo. Así mismo, la CECT ha logrado esclarecer algunos de los casos y pudo hallar una
conexión ente los casos nuevos y los que el Estado no reconoció entre 1986 y 1994, con un
nuevo número de víctimas equivalente a ciento treinta y uno. Desafortunadamente, para
ochenta víctimas se necesitaba más información para su investigación. Las conclusiones
que sacó la AFAVIT son que las víctimas no son trecientas cuarenta y dos, sino más bien
doscientas cuarenta y cinco.

Nos podemos dar cuenta que hay una hendidura entre el Estado y los afectados por el
conflicto, ya que los representantes de estos en esta masacre buscan que se haga justicia por
cada uno de los implicados y el sistema limita su responsabilidad de los hechos ocurridos
antes y después entre el 29 de marzo y el 17 de abril de 1990, debido a que para el
gobierno puede tener implicaciones jurídicas y políticas, porque si acepta su complicidad
en esta masacre perdería legitimidad social y política tanto interna como externa.
En este sentido, el CECT estableció un informe donde vincula a doscientos once
perjudicados en el lapso de tiempo dictado por el Estado, pero este comunicado fue
rechazado por el mismo gobierno generando que las familias de las víctimas no accedan a
una indemnización, lo que hace que estas personas se tengan que vincular a un plan de
reparación social el cual está diseñado para atender a una comunidad en general. Una
vergüenza estatal, por supuesto.

Finalmente, cabe resaltar que las víctimas de esta matanza fueron tanto hombres como
mujeres comunes, ciudadanos de a pie, con una vida cotidiana y siendo anónimos para los
medios de comunicación. Tanto el Estado como la opinión pública se mostraron
indiferentes ante tales barbaridades, siendo solo motivo de indignación cuando se
presentaban las muertes de personas reconocidas y con poder político. Colombia ignoró
totalmente la monstruosidad de la que estaba siendo víctima el municipio de Trujillo, y no
hubo quien vislumbrara un brillo de salvación para toda esa gente. Esta masacre devela el
rostro de la mayoría de perjudicados en el conflicto armado: aquellos que son rechazados y
“no tienen valor para la sociedad”.

Trujillo es solo una muestra más de Colombia como Estado fallido, Estado ausente, Estado
arrodillado. Trujillo lucha cada día porque su catástrofe se mantenga en el recuerdo de
todos para que no se vuelva a repetir. Trujillo implora porque se haga justicia y se aclaren
los hechos, que la verdad sea contada de una vez por todas y quien hizo daño pague.
Trujillo clama con que la memoria de sus muertos sea dignificada y valorada, nunca más
ignorada. Trujillo sueña con volver a levantarse, con despertar algún día y gritar: ¡la
pesadilla acabó!

“Al día de hoy, no existe ninguna condena a los perpetradores de la masacre. La Masacre de
Trujillo es una masacre continua” [ CITATION Sán08 \l 9226 ].

Bibliografía
Sánchez G., G. (2008). Trujillo: una tragedia que no cesa. Bogotá: Planeta Colombiana
S.A.
GMH. (2013). ¡BASTA YA! Colombia: Memorias de guerra y dignidad. Bogotá: Imprenta
Nacional.

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