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Resumen
Este escrito, se propone recuperar una mirada sobre las representaciones construidas
en Historia de un clan (Luis Ortega) y Un gallo para Esculapio (Bruno Stagnaro)
como edificación de una memoria en las tramas narrativas puestas al aire en la
televisión argentina en los últimos años. Entendemos a la construcción poética
también como una forma de la acción política, y desde allí nos proponemos reconocer
el lugar de la conciencia crítica en el campo de las representaciones masivas, que no
solo manipulan, sino que también conmueven, crean, imaginan, y significan en la
escena de las decisiones y circunstancias culturales contemporáneas.
Así, en toda acción de la cultura, se imprime una huella que debemos reconocer y
analizar para comprender el lenguaje de la imagen como parte del debate en la escena
pública. En su ensayo titulado “Como abrir los ojos”, Didi Huberman indica que, no
existe “una sola imagen que no implique, simultáneamente, miradas, gestos,
pensamientos. Dependiendo de la situación, las miradas pueden ser ciegas o
penetrantes, los gestos brutales o delicados, los pensamientos, inadecuados o
sublimes” (2014).
Este debate, en el seno de los medios masivos, entre una imagen que constituya una
verdad, desde una impresión técnica, donde los detalles iluminan y dejan ver el
imaginario de lo real, y una imagen dónde la técnica este al servicio de una operación
manipuladora del interés dramático, es desde donde abordaremos el análisis crítico de
las obras planteadas. Podemos decir, que ambos directores trabajan desde una
composición narrativa que supera la crónica de los acontecimientos y la forma de la
rítmica y se posicionan desde un ordenamiento estético propio, para encontrar una
revelación que desafía el orden ideológico, en el sentido de un “sistema” de creencias
o de significados (Williams, 1988). La televisión se torna así, un campo que permite a
Ortega y a Stagnaro expresar la existencia de los hechos reales en la complejidad de
un tiempo histórico, una materialidad cultural y una realidad subjetiva que expresa las
contradicciones de una crisis.
Dos años más tarde llega, también de la mano de Telefe, y TNT “Un gallo para
Esculapio” (2017), serie que devuelve a la dirección en televisión a Bruno Stagnaro,
aquel director que junto a Adrián Caetano, irrumpe en los 90 con “Pizza, Birra, Fazo”
(1996), marcando toda una generación en la pantalla cinematográfica, que luego pasa
a la televisión con “Okupas” a principios de los años 2000.
En su ensayo titulado “Como abrir los ojos”, Didi Huberman indica que, no
existe “una sola imagen que no implique, simultáneamente, miradas, gestos,
pensamientos. Dependiendo de la situación, las miradas pueden ser ciegas o
penetrantes, los gestos brutales o delicados, los pensamientos, inadecuados o
sublimes” (1953).
Este debate, en el seno de los medios masivos, entre una imagen que constituya una
verdad, desde una impresión técnica, donde los detalles iluminan y dejan ver el
imaginario de lo real, y una imagen dónde la técnica este al servicio de una operación
manipuladora del interés dramático, es desde donde abordaremos el análisis crítico de
las obras planteadas. Podemos decir, que ambos directores trabajan desde una
composición narrativa que supera la crónica de los acontecimientos y la forma de la
rítmica y se posicionan desde un ordenamiento estético propio, para encontrar una
revelación que desafía el orden ideológico, en el sentido de un “sistema” de creencias
o de significados (Williams, 1988). La televisión se torna así, un campo que permite a
Ortega y a Stagnaro expresar la existencia de los hechos reales en la complejidad de
un tiempo histórico, una materialidad cultural y una realidad subjetiva que expresa las
contradicciones de una crisis.
En “Pizza, birra, faso”, el personaje de Sandra huye a Uruguay al final del film
con un hijo por venir como esperanza de futuro. Veinte años después el que interpreta
Daniel Hendler en “El otro hermano” (Caetano, 2016) solo lleva su soledad y dinero,
pero Nelson, en “Un gallo para Esculapio” espera a la vera de la ruta con un pequeño
mapa hecho en papel blanco de cómo moverse en el oeste del conurbano, una
promesa hecha al Chelo y un amor y lealtad profunda a los seres que lo acompañan.
No hay escritores sin teoría, dice Ricardo Piglia (1984) “en todo caso la
ingenuidad, la espontaneidad, el antiintelectualismo son una teoría bastante compleja
y sofisticada…”. Las postulaciones políticas que asume todo el tiempo el personaje de
Arquímedes Puccio se presentan más como fachadas justificatorias de las acciones que
pretende cometer que como posiciones políticas reales. Una crítica a la política
asumida sólo como discursos reducidos a categorías generales que vive parte de
nuestro presente. Frente a lo cual se exhibe más cuestionador del orden ideológico el
personaje de Alejandro Puccio, que por momentos se encuentra entre el umbral la
locura y es en quien el relato se posa para preguntarse sobre lo que la familia, y la
historia, asumen como única verdad.
“Si no hay trabajo no hay proyecto, y la soledad se hace imposible de soportar, dado
que no es posible el amor, su consumación, y los deseos se transforman en espectros,
en muerte…donde los demás directores observaban el mundo, sus indicios y detalles,
los personajes de la realidad en sus acciones y costumbres, y generaban crónicas
intensas y críticas, reveladoras y maduras, él buceaba en el corazón de sus criaturas,
en sus riquezas existenciales, en sus pequeñas y grandes penurias, y en lugar de
convertirlos en personajes, los elevaba a la categoría de mitos.” (Vallina, 2017)
Llevar las creencias, las frustraciones, los deseos y las esperanzas del pueblo a la
categoría de mito, constituye a Favio como un reivindicador de la cultura popular. La
síntesis estética-política que se observa en “Un gallo para Esculapio” concuerda con un
reconocimiento propio hacia una posición sobre los destinos del Estado, el lugar de la
identidad en el trabajo, y sobre todo en la supervivencia en un territorio marcado por
la violencia.
Un paisaje contrario nos muestra Stagnaro, pero con una luminosidad que
alumbra a los seres sociales que se identifican en la opacidad de los suburbios, pero
con la iconicidad del baile de carnaval boliviano, dando cuenta de la multiculturalidad
que componen las escenas y personajes de la serie. Incluso tienen como protagonistas
a los seres sociales olvidados aún en la cotidianidad más cercana, como son los
jóvenes venidos de algún lugar de Nigeria o del áfrica que forman parte del paisaje
urbano con sus mercancías a la venta en veredas y viviendo en pensiones de viejas
casas chorizos de una buenos aires que solio albergar la más grande inmigración y
esperanza en otros tiempos.
Bibliografìa
144-153.