Sie sind auf Seite 1von 10

El término neoconstitucionalismo es uno cuyo uso se remonta, a más tardar, a la

década de los 70 del siglo pasado. Ya avanzado el camino hacia sus bodas de oro no
existe claridad respecto del objeto al cual se hace referencia con esta denominación. El
objeto de este trabajo es presentar el resultado de un encuentro con el
neoconstitucionalismo, lo que implica dos cosas. La primera, un acercamiento e intento
de precisar sus contornos, su entidad y su identidad; la segunda, una toma de
posición, un enfrentamiento preliminar con el resultado de este encuentro.

1. ¿ES EL NEOCONSTITUCIONALISMO UN NUEVO


CONSTITUCIONALISMO?

El neoconstitucionalismo, como sucede con otras construcciones similares, es un


neologismo conformado por un referente conocido y la adjetivación de un elemento
temporal de actualización. En esta estructura, el neoconstitucionalismo sería un
constitucionalismo nuevo. Sin embargo, en el análisis, esta posibilidad de construcción
semántica es descartada tempranamente. El constitucionalismo, como fenómeno
social, político y jurídico originado a fines del siglo XVIII y primer tercio del siglo XIX,
tiene unos contornos bien precisos; se trata, en primera línea, de un movimiento
político, con inspiración filosófica ilustrada que, sobre la base del cuestionamiento de
los criterios de legitimación tradicional, busca dotar al poder de un fundamento de
legitimidad racional, tanto desde el punto de vista de su forma —la ordenación
articulada y sistemática de los fundamentos de la organización política en un solo
instrumento—, como desde el punto de vista de su origen —una ordenación objeto de
una decisión consciente y deliberada del cuerpo político o sus representantes—, así
como desde la perspectiva de su contenido —la consagración de un régimen de
limitación del poder a través de la sujeción de las autoridades a la constitución y a las
leyes, de la división del poder en distintos poderes separados y de la declaración de los
derechos individuales. Dicho de otra manera, el Constitucionalismo persigue que los
Estados se doten de constituciones, entendidas de la manera señalada. Puede
considerarse un verdadero programa político, basado en unos postulados filosófico—
políticos y jurídicos, y que permite, a sus adherentes, identificarse nominativamente
con la denominación.

Si se aplica el prefijo "neo" a este contenido, podría pensarse que el


neoconstitucionalismo es un resurgimiento de los postulados del constitucionalismo, o
bien un constitucionalismo de nuevo cuño. Para ello, y con independencia de su
contenido, tendría que conservar al menos este carácter de programa dirigido a la
forma de organizar el poder, a sus criterios de legitimación y a la relación entre éstos y
el derecho.

Nada de ello ocurre, sin embargo, en el caso del término en análisis. No describe un
movimiento como programa político o unos objetivos políticos a los cuales pueda
adherir alguien que se declara "neoconstitucionalista", sino que, en primera línea, se
usa para describir ciertos fenómenos o prácticas institucionales de los Estados
constitucionales —en su inicio, europeos— tras la Segunda Guerra Mundial.

Dos elementos parecen estar a la base de esta evolución; uno de ellos histórico
cultural, y el otro, de tipo institucional. El primero es el impacto que en la cultura
jurídica europea tuvo la Segunda Guerra Mundial, a partir de la experiencia de la
ausente capacidad de un derecho concebido esencialmente como acto o decisión de
voluntad puesta a regir para contener las atrocidades de un poder político totalitario,
beligerante y genocida. Frente a este fracaso del derecho, sino producto, al menos
alimentado por una determinada forma de concebirlo desde algunas vertientes del
positivismo jurídico, resulta comprensible que la mirada se vuelva a actos de habla que
devuelven la esperanza de que el derecho pueda contener a la política: reaparece,
aquí, el recurso a los valores en el discurso jurídico1. Pero no en todo el discurso
jurídico, sino que específicamente en el discurso jurídico constitucional, de la mano del
segundo elemento. Éste es la instauración (justamente en Alemania e Italia, dos países
que, desde una brillante tradición cultural y humanista, habían derrapado a regímenes
totalitarios) de órganos de jurisdicción constitucional dotados de importantes
competencias, algunas de las cuales, en especial en el caso alemán, obligaban a la
respectiva magistratura a imbricar el texto constitucional en el razonamiento para las
resoluciones de cuestiones ya no político—constitucionales, sino que del contencioso
ordinario de los tribunales.

Este punto no ha sido destacado en el análisis de las elucubraciones teóricas tras la


Segunda Guerra Mundial, el hecho de que a) estamos ante un conjunto de juristas, i.
pertenecientes a la comunidad nacional que carga en sus espaldas la experiencia de
una dictadura totalitaria, el sentimiento de culpa por la guerra y por el genocidio, ii.
bajo la mirada atenta de fuerzas de ocupación (o equivalentes), b) que se ve llamado a
resolver cuestiones i. para las cuales no existe un método previamente desarrollado o
aplicado, ii. sobre la base de un texto sucinto —en contraposición a la tarea tradicional
de los juristas, dirigida a cuerpos normativos de mayor densidad textual— y iii.
aplicado, al menos en el caso de la queja constitucional alemana incluso a cuestiones
contenciosas entre particulares.

Si a esto agregamos que en la literatura alemana de entreguerras ya se había


desarrollado, en la obra de Rudolf Smend, una teoría de la constitución en la cual una
de sus funciones se describía como la de integración espiritual en torno a los valores
de los que daban cuenta los derechos fundamentales, resulta a la mano entender el
por qué, a muy poco andar de su funcionamiento, el Tribunal Constitucional Federal
alemán afirma la función de los preceptos sobre derechos fundamentales, no en una
dimensión normativa tradicional, sino que en una sustancialización ontológica; los
enunciados sobre derechos fundamentales dejan de constituir la base para fundar
reglas de deber ser y pasan a considerarse un orden objetivo de valores. Si bien es
cierto que con ello los derechos fundamentales se mantienen en el universo de las
categorías deónticas, no lo es menos que, desde la perspectiva de la función que
cumplen los textos normativos en el sistema de fuentes, se presencia aquí una
revolución copernicana, si es que la figura es aplicable a la cultura jurídica: los textos
normativos no serán más considerados como un llamado al juez a disciplinar su
proceso argumental en la construcción de reglas, sino que como definiciones de lo
valioso, que, una vez asumidas como tales, dejan en libertad de acción al juzgador.

Es en este punto donde se puede establecer un criterio para distinguir aquello que
puede calificarse como evolución del constitucionalismo en el siglo XX y tras la
Segunda Guerra Mundial, de aquello que ha venido en llamarse neoconstitucionalismo.
Este último implica una actitud que selecciona determinados aspectos de dicha
evolución (en especial aspectos que dependen de ciertas prácticas de los operadores
jurídicos y de la influencia que la doctrina ejerce sobre ellos) y los valora
favorablemente.

Junto con la evolución constitucional occidental en general, el específico proceso de


integración europea, tanto en las demandas hacia el sistema institucional de sus países
miembros y el de la propia integración, como en los desafíos y posibilidades que abre a
la reflexión desde la ciencia jurídica, constituye un elemento adicional dentro del
cúmulo de factores que se suelen incorporar dentro de aquello que se nombra como
neoconstitucionalismo, si bien, como se apreciará a lo largo de este trabajo, este es un
tema que plantea problemas distintos que aquellos generalmente tratados bajo la
etiqueta de neoconstitucionalismo y que se distinguen por plantearse, como tales
problemas, a la teoría de la constitución en general, y no depender de determinadas
prácticas institucionales o enfoques doctrinales. La denominación de pluralismo
constitucional, propuesta por Núñez2, u otras similares, pueden servir para separar
terminológicamente esta cuestión de aquellas que se ubican bajo la genérica alusión al
neoconstitucionalismo.

No está de más aprovechar la oportunidad para destacar que, cuando se habla de


neoconstitucionalismo, no se alude, ni lejanamente, a un fenómeno de alcance
universal. La evolución constitucional del mundo anglosajón no se ha visto
significativamente afectada ni por el diseño ni por las características de la evolución
jurisprudencial y doctrinaria apreciada en Europa continental y Latinoamérica. Pueden
encontrarse puntos de encuentro (por ejemplo, la reflexión sobre la relación entre
derecho y moral) en autores de diverso origen; pero los elementos que en su conjunto
(y no aisladamente) se vinculan al neoconstitucionalismo se despliegan como un
fenómeno esencialmente europeo—continental y latinoamericano.

2. SENTIDOS DEL TÉRMINO NEOCONSTITUCIONALISMO

La primera referencia acreditable, entonces, de la voz neoconstitucionalismo, consiste


en la descripción de un conjunto de características del diseño y de la práctica
constitucional posterior a la Segunda Guerra Mundial. Autores que pueden
considerarse al interior del neoconstitucionalismo, apreciado como movimiento o
tendencia (que se tratará más adelante), describen este sentido del término como
aludiendo a "una serie de fenómenos evolutivos que han tenido evidentes impactos en
lo que se ha llamado el paradigma del Estado constitucional"3.

El inventario de estos fenómenos es extenso y no necesariamente compartido por


todos los autores que podrían mencionarse de manera preliminar como cercanos a
posturas del neoconstitucionalismo. Adicionalmente, debe mencionarse que se trata en
lo esencial de lecturas de fenómenos, ocasionalmente imprecisas e incluso erradas, y
que en su conjunto pueden llegar a apreciarse como incompatibles. Cabe adelantar
aquí que uno de los problemas que plantea el término en estudio es que no se articula
dentro de un órgano o cuerpo de postulados sistemáticos, ni siquiera en lo que podría
considerarse su función descriptiva de las realidades constitucionales de la segunda
mitad del siglo XX. Estos fenómenos, sin entrar todavía en su análisis, e incluyendo
categorías que son parcialmente cosecantes, son los siguientes:

a) cambio del Estado legislativo de derecho al Estado constitucional de derecho (paso


al constitucionalismo rígido), entendido éste como un estado de constitución rígida y
control de constitucionalidad de leyes ordinarias4(o bien: constitución rígida y su
garantía jurisdiccional)5;

b) constituciones con alta densidad normativa o alto contenido normativo6, dado


esencialmente por la inclusión del catálogo de derechos fundamentales y de principios
rectores de la organización política, social y económica;
c) constituciones con fuerza normativa vinculante y aplicación directa en el sistema de
fuentes, con el consiguiente resultado de irradiación (de la constitución hacia las
demás fuentes) y de "constitucionalización" del derecho, cuando los tribunales asumen
ambos postulados7;

d) consideración de los derechos fundamentales y eventualmente de otras partes del


texto constitucional como "valores" en la argumentación fundante de decisiones
jurisdiccionales, en especial, pero no exclusivamente, a nivel de la jurisdicción
constitucional8;

e) introducción del "método" de ponderación para la solución de conflictos entre


derechos fundamentales o entre derechos fundamentales y otros principios
constitucionales (en general, proposición de la ponderación como forma de solucionar
la colisión entre valores). Al igual que en el literal precedente, en especial, pero no
exclusivamente, a nivel de la jurisdicción constitucional;

f) específicamente en el ámbito europeo, el proceso hacia una mayor complejidad del


sistema de fuentes y la relativización del rol de la constitución y el proceso político
nacional frente al derecho europeo y el proceso de integración europea (como ya se ha
señalado, este rasgo presenta características propias que ameritan su separación del
grupo bajo estudio).

La doctrina, por su parte, ha tomado nota y posición respecto de los hitos de esta
evolución. En parte importante, la reacción ha sido favorable a los mismos. Es en este
ambiente laudatorio y propiciatorio de las características del diseño y de la práctica
constitucional posterior a la Segunda Guerra Mundial donde puede ubicarse la segunda
referencia de la voz neoconstitucionalismo. Carbonell, a continuación de la cita
transcrita, señala que "con el término neoconstitucionalismo se hace referencia
también a una determinada teoría del derecho que propugnado en el pasado reciente
por esos cambios y/o que da cuenta de ellos, normalmente en términos bastante
positivos o incluso elogiosos"9. Puede dejarse en suspenso el examen de la afirmación
de que el neoconstitucionalismo constituye una nueva teoría del derecho (aun cuando
pueda comprender diversos elementos o tomas de posición en el plano teórico); lo que
interesa de la cita de Carbonell es el sentido del término en análisis como una actitud
de satisfacción y apoyo a la evolución de la realidad constitucional de la segunda mitad
del siglo XX. Paolo Comanducci utiliza la expresión "neoconstitucio—nalismo
ideológico" para referirse al corpus doctrinal que no se limita "… a describir los logros
del proceso de constitucionalización, sino que los valora positivamente y propugna su
defensa y ampliación"10. Esta actitud, traducida al plano de la reflexión relativa al
derecho, lleva a la elaboración y desarrollo del material institucional y, en algunos
casos, a una postura militante proclive a determinadas opciones doctrinales,
parcialmente coincidentes con, o que apuntan a profundizar en, los rasgos de la
evolución institucional ya reseñados. Se pueden mencionar como manifestaciones de
esta actitud,

a) una postura autorreflexiva respecto de algo denominado neoconstitucionalismo, que


sería aquella teoría del derecho que aspira a describir los logros de la
constitucionalización post Segunda Guerra Mundial 11, teoría que se sitúa en un posible
trasfondo iusnaturalista, pero, en todo caso, opuesta al iuspositivismo12, y que
reivindica una estrecha conexión entre derecho y moral, en especial a partir de la
calificación de los derechos fundamentales como valores;
b) la recepción, tout court y ocasionalmente sin discriminar entre sus diversas
variantes, de la idea del efecto horizontal de los derechos fundamentales, y

c) la defensa del "método" de la ponderación para la solución de conflictos entre


derechos y/o principios constitucionales, entendida como la forma adecuada de
enfrentar las particularidades de la interpretación constitucional y, en general, de la
argumentación fundante de la aplicación de la constitución.

La identificación de los autores asociados al neoconstitucionalismo es doblemente


difícil; en primer lugar, porque no está claro lo que sea el neoconstitucionalismo; en
segundo lugar, porque los autores vinculados a esta corriente no se presentan,
usualmente, como neoconstitucionalistas, ni es siempre posible establecer su posición
respecto de los tópicos —neoconstitucionalistas— que tratan13. No obstante ello, es
posible citar algunos nombres, a partir de la referencia que hace uno de los difusores
más conspicuos del término, Miguel Carbonell. Carbonell identifica al
neoconstitucionalismo como un fenómeno reciente en el ámbito de la cultura jurídica
española e italiana, y en diversos países latinoamericanos 14. Menciona Carbonell los
aportes de Ronald Dworkin, Robert Alexy, Gustavo Zagrebelsky, Carlos Nino, Luis
Prieto Sanchís y Luigi Ferrajoli. Más allá de estas referencias, se ocupan de tópicos
relacionados, ocasionalmente desde una perspectiva crítica, Juan José Moreso, Paolo
Comanducci, Alexei Julio Estrada, Riccardo Guastini, Alfonso García Figueroa, y otros.
La frecuente referencia, en los textos que se pueden adscribir a esta corriente, a la
obra del alemán Peter Häberle justificaría, también, incorporarlo entre estos autores.

Es interesante mencionar aquí que la evolución de la que hablamos se da


fundamentalmente en el ámbito de influencia del diseño constitucional, la teoría y la
práctica de Alemania e Italia. Las obras de los autores más influyentes, en sus
respectivas traducciones al castellano o al portugués, reciben luego acogida en el
espacio hispano—lusoamericano. Este dato no es irrelevante: mientras que autores de
la importancia de Robert Alexy, o de la popularidad de Peter Häberle, traducidos al
castellano, campean sin competidores sustantivos en la arena doctrinaria
hispanoparlante, la crítica doméstica de origen a los mismos no suele ser traducida,
proyectando de este modo una imagen de ellos de mayor autoridad o tamaño
intelectual entre las huestes doctrinarias relativamente más pobres de los países
receptores.

Por último, es posible encontrar el término neoconstitucionalismo aplicado a un nuevo


"modelo", "paradigma" o teoría del derecho, cuyo rasgo más distintivo sería la
reincorporación de la moral al derecho, a través de los principios de justicia material
que se encontrarían presentes en los textos constitucionales, y el consecuente —y
militante— rechazo del positivismo jurídico como inadecuado para dar cuenta de esta
reincorporación.

Como afirma el conocido profesor español Luis Prieto Sanchís, el neoconstitucionalismo o el


constitucionalismo contemporáneo es la forma como hoy se alude a los distintos aspectos que
caracterizan a nuestra cultura jurídica [1] , los mismos que puede ser compartidos al mismo tiempo
por la gran mayoría de teóricos legales y filósofos del derecho de la actualidad [2].

En realidad, se entiende básicamente por neoconstitucionalismo a la teoría constitucional que


surgió tras la segunda guerra mundial siendo los casos de la Constitución Italiana (1947) y
Alemania (1949), de Portugal (1976) y de España (1978) y en Latinoamérica en los casos de la
Constitución Brasileña de 1988 o la Colombiana de 1991 caracterizándose fundamentalmente por
la inclusión de un conjunto de elementos materiales en la Constitución, dejando de ser ésta
exclusivamente una forma de organización del poder o de establecimiento de competencias para
dirigirse a la concreción de una serie de fines sustantivos [3] .

Como se indica en un reciente texto sobre filosofía del derecho contemporáneo: “la constitución ya
no es sólo el fundamento de autorizaciones y marco del Derecho ordinario. Con conceptos tales
como los de dignidad, libertad, igualdad y Estado de derecho, democracia y Estado social, la
Constitución proporciona un contenido substancial al sistema jurídico. Esta circunstancia se
materializa en la aplicación del Derecho a través de la omnipresencia de la máxima de
proporcionalidad, y en una tendencia ínsita a reemplazar la subsunción clásica de los hechos en
reglas jurídicas, por una ponderación que sopese valores y principios constitucionales”[4]

En este sentido, es también usual el considerar que el neoconstitucionalismo surge de la


integración de dos clásicos modelos constitucionales, el modelo norteamericano y el modelo
europeo. En el primer caso, nos encontramos con la idea de la Constitución como regla de juego
de la competencia social y política, como pactos de mínimos para que en un contexto de igualdad
los individuos desarrollen sus planes de vida dentro del marco de un Estado neutral, en cambio, en
el modelo Europeo la Constitución es nítidamente un proyecto político de transformación social y
política [5] que busca aproximarse a los ideales políticos de la revolución francesa, en el sentido de
afirmar valores como el de la libertad y sobre todo el de la democracia (léase igualdad)

Precisamente, como primer rasgo que podría percibirse sería el hecho que esta tradición
constitucional al haber surgido dentro de países que atravesaron por regímenes poco afines a la
ideología liberal [6] estaría muy interesada en afirmar con mucha vehemencia los principios del
liberalismo, en especial, la defensa de los derechos humanos.

De esta manera, el tradicional Estado de Derecho ha dejado de ser el paradigma de la racionalidad


jurídica para encontrarnos ahora con el Estado Constitucional de Derecho, en el cual la
Constitución se convierte como señalábamos, en un espacio en el cual convergen una serie de
valores, directrices y de principios de raíz liberal y democrática que son empleados para resolver
los más importantes casos en el derecho y que por lo tanto se adhieren nítidamente a la ahora
famosa tesis de la vinculación entre el derecho y la moral [7], es decir, la perspectiva que
trasciende la clásica propuesta de la ciencia jurídica basada en la tesis de la separación entre el
derecho y la moral. [8]

Esta tesis de la vinculación entre el derecho y la moral ha sido ampliamente difundida en el


contexto anglosajón por el profesor Ronald Dworkin y en Europa continental por Robert Alexy[9]
quienes a su vez han concluido en una defensa bastante fuerte de los derechos individuales
llegando inclusive a proponer tesis tan categóricas como la de Dworkin en el sentido de que todo
caso difícil tiene solamente una única respuesta correcta (léase la defensa de un principio) [10] aun
cuando, la perspectiva de Alexy podría ser menos rígida en el sentido de reconocer la posibilidad
de que existan varias posibles respuestas, no obstante que exista también quienes piensan que no
se trata necesariamente de posiciones antagónicas. [11]

Si quisiéramos destacar algunos cambios que podemos percibir entre el Estado de Derecho y este
Estado Constitucional de Derecho podríamos señalar por ejemplo que mientras el Estado de
Derecho apostó por una Estatismo, un Legicentrismo y una interpretación formal del derecho, en la
realidad del Estado Constitucional de Derecho vemos que la soberanía estatal se flexibiliza, los
principios adquieren una gran importancia y por último se podría percibir también que se van dando
cada vez más formas de interpretación más material o sustantiva.

En esta línea el profesor Prieto Sanchís destaca a su vez cinco características que definirían lo que
significa hoy el neoconstitucionalismo, a saber, el predominio de los principios sobre las reglas, el
empleo frecuente de la técnica de la ponderación en detrimento de la subsunción, la presencia
relevante y activa de los jueces por encima de los legisladores, el reconocimiento del pluralismo
valorativo en oposición a lo que sería una homogeneidad ideológica y finalmente el
constitucionalismo invasivo que penetra en todas las áreas del derecho [12].

Por otro lado, Riccardo Guastini ha encontrado otra serie de condiciones que nos harían saber
cuando nos encontramos en un contexto “neoconstitucional”: entre otras podría señalarse lo
siguiente, rigidez constitucional, con la consiguiente constitución escrita y la dificultad de su
modificación por parte de la legislación; la garantía jurisdiccional de la constitución, vale decir, el
control sobre la conformación de las normas con la constitución; la fuerza vinculante de la
constitución, que destaca precisamente el hecho que las constituciones además de contener
normas que organizan el Estado, también contienen principios y disposiciones pragmáticas que
deberían ser garantizables como cualquier otra norma jurídica; la sobreinterpretación de la
constitución, que permite superar cualquier aparente laguna gracias a los principios que existen en
la constitución; la aplicación directa de las normas constitucionales, antes la constitución sólo
controlaba el poder, ahora regula las relaciones sociales buscando desarrollar sus principios; la
interpretación conforme de las leyes, que no se refiere a la interpretación de la constitución sino de
la ley, en donde, el juez debe preferir la interpretación que mejor se adecue al texto constitucional y
finalmente, la influencia de la constitución sobre las relaciones políticas que se percibe por ejemplo
en la argumentación que puedan brindar los órganos legislativos y que se basarían justamente en
el texto constitucional [13] .

De todo lo expuesto se desprende, que el eje del neoconstitucionalismo lo constituye sin duda los
derechos fundamentales base del discurso liberal contemporáneo teniendo éste como ya
anotamos una serie de adherentes como Ronald Dworkin, John Rawls, Thomas Nagel, Jürgen
Habermas, Robert Alexy y también en América Latina y España, justamente quisiera ahora
dirigirme a uno de los más importantes neoconstitucionalistas latinoamericanos, el profesor
argentino Ernesto Garzón Valdez, quien ha difundido desde hace ya mucho tiempo el concepto de
“coto vedado” , que reflejaría concretamente aquél espacio donde no podría negociarse
absolutamente nada y tampoco podría haber disensos por comprender a los denominados
derechos básicos [14].

Este “coto vedado “en términos de Garzón Valdés, resguardaría entonces a los llamados derechos
fundamentales y sería la condición necesaria para poder afirmar la democracia representativa.

Ciertamente, esta concepción de democracia representativa como moralmente correcta procedería


de su lectura de Hans Kelsen y la idea de que la democracia representativa no se da en función al
dominio de las mayorías sino más bien en términos de el principio de las mayorías que es diferente
porque significa que reconocen la presencia de una minoría que debe ser respetada:

“En Kelsen, el ejercicio del principio de la mayoría está limitado por el respeto a los derechos de la
minoría a los que significativamente llama derechos fundamentales y humanos.” [15]

De esta tesis Kelseniana, Garzón Valdés extrae conclusiones propias sobre el sentido de la
democracia: “una sociedad es homogénea cuando todos sus miembros gozan de los derechos
incluidos en el coto vedado de los bienes básicos. Cuando tal no es el caso, el principio de la
mayoría se transforma en dominio de la mayoría (Kelsen) o constituye una forma ideológica de
justificación del poder normativo (Habermas)”. [16]

Convergente con las ideas de otros académicos liberales – Dworkin por ejemplo - [17], se maneja
la tesis de que los derechos individuales deben ser entendidos como los medios de protección con
los que cuentan las minorías a fin de defenderse de las agresiones o las preferencias de las
mayorías.

Así pues, si se trata de justificar la existencia de este “coto vedado” de los derechos entonces
vamos a encontrar distintas razones que en teoría podría justificarlos, a pesar de que como se ha
indicado sería un espacio no negociable bajo ningún punto de vista y como se dice también ataría
a las generaciones futuras en la medida que solamente podrían agregarse nuevos derechos mas
no podrían excluirse aquellos que ya encuentran dentro del coto vedado.[18] Es más, Garzón
Valdés llegaría a llamar “incompetente básico” a aquél que no comprenda la importancia de los
bienes básicos que se encuentran dentro del coto ya que solamente podría desconocerlos alguien
que no se mueva bajo los parámetros de la racionalidad. [19] En este sentido, se justifica una
intervención paternalista si se trata de proteger la autonomía de los sujetos.

En efecto, al referirse al coto vedado se estaría pensando básicamente en los derechos


fundamentales, ligados a la idea de poder concretar un plan de vida, y al menos para Garzón
Valdés no bastaría sólo con los tradicionales derechos civiles y políticos y sus correspondientes
garantías, sino también tendría que haber espacio para los derechos de segunda y tercera
generación y obviamente con la obligación por parte del Estado de garantizarlos. [20]

Cómo se aprecia claramente, las tesis neoconstitucionalistas parten desde una moral de los
derechos subjetivos de raíz kantiana y consideran que si se quiere actuar como un sujeto racional
(moral) entonces es indispensable vivir dentro de un régimen de democracia representativa, es
decir, un régimen que garantice las mismas posibilidades de autonomía para todos sin exclusión y
que justamente toma a este conjunto de bienes básicos como los requisitos esenciales para poder
desarrollar la autonomía.

Finalmente, se entenderá que los Jueces y los Legisladores estarán obligados a ser consecuentes
con estos principios y resolver o legislar siempre a favor de la defensa del coto vedado de los
bienes básicos aun cuando puedan ir contra la voluntad mayoritaria. [21]

Esta última afirmación, no hace sino destacar el componente liberal que impregna al
neoconstitucionalismo, cuyo compromiso entonces se da hacia esta ideología que se basa en la
defensa de los principios -kantianos - de la dignidad, la autonomía y la inviolabilidad de las
personas y que aparecen como ese núcleo inconmovible que nadie ni siquiera la voluntad popular
puede violentar aun a costa de su propio sacrificio.
En este sentido, los jueces y los abogados neoconstitucionales actuarán necesariamente siguiendo
los postulados del individualismo por lo que queda en serias dudas la tesis de la pluralidad
valorativa y lo peor cayendo en la falacia de identificar la administración de la justicia con la
protección de los llamados "derechos fundamentales".

Paul DiMaggio
Director de Investigación
Profesor del Departamento de Sociología dimaggio@princeton.edu

Paul DiMaggio es profesor de sociología y ex presidente (1996-1999) del Departamento de Sociología


de la Universidad de Princeton. Un ex director ejecutivo del Programa de la Universidad de Yale en
organizaciones sin ánimo de lucro (1982-87), a 1991 fue profesor en el Departamento de Sociología,
Instituto de Estudios Sociales y Políticas, y la Escuela de Organización y Gestión de la Universidad de
Yale. Un graduado de la Universidad de Swarthmore, recibió su Ph.D. en Sociología por la Universidad
de Harvard en 1979. Ha escrito ampliamente sobre el análisis de la organización, con especial atención
a las organizaciones sin fines de lucro y culturales, en los patrones de participación en las artes, y el
conflicto cultural en los EE.UU., y actualmente está estudiando las implicaciones sociales de las nuevas
tecnologías digitales . Es editor desin fines de lucro para empresas en las Artes (Oxford University
Press, 1986), El siglo XXI Firma (Princeton University Press, 2001), y el nuevo institucionalismo en
Análisis Organizacional (con Walter W. Powell); así como autor de Gerentes de las Artes (siete
cerraduras Press, 1986) y co-autor, con Francie Ostrower, de raza, etnia, y la participación en las
artes (siete cerraduras Press, 1991). Ha sido miembro del Centro de Estudios Avanzados en Ciencias
del Comportamiento (1984-1985) y miembro de la Fundación John Simon Guggenheim (1990). También
ha sido miembro de la Comisión de Connecticut en las artes y en la junta de la Asamblea Nacional de
Artes Agencias Estatales.

Paul DiMaggio

¿Cómo dan forma a factores no económicos desigualdad social?

He estudiado el impacto de "capital cultural" - las relaciones familiares y confortables a las formas
de prestigio de la cultura - en el nivel de instrucción, y se encontró que los estudiantes de la
escuela secundaria en esta dimensión más a menudo se gradúan de la universidad y se casan
cónyuges mejor educación que de otra manera similar compañeros. También he estudiado cómo
las personas utilizan las redes sociales para las compras importantes: casas, automóviles,
asistencia legal y reparaciones en el hogar. El mercado resulta ser muy lejos de impersonal:
muchos estadounidenses conocen a sus socios de transacción personalmente, y los que lo hacen
son más satisfechos que otros con el resultado. Ahora estoy estudiando el impacto de la clase
social en el uso de las nuevas tecnologías digitales y la conexión entre el uso de Internet y de los
ingresos. Las personas en alto estado de ganar más fácilmente el acceso a las nuevas tecnologías, y
emplean a reforzar su ventaja económica. Sin embargo, no todo es sombrío: obreros jóvenes que
son ricos en capital cultural son más propensos a entrar en la clase media; la bien educada y
próspera tienen ningún tipo de bloqueo en las redes sociales que lubrican el intercambio de
mercado; y los jóvenes han utilizado su dominio de las nuevas tecnologías para avanzar con mayor
rapidez en el lugar de trabajo. Mi investigación ha ayudado a entender mejor tanto la tenacidad de
distinción social y la permeabilidad de la estructura de clases.

Paul Joseph DiMaggio (nacido el 10 de enero de 1951 en Filadelfia , Pensilvania ) [1] es un


educador estadounidense y profesor de sociología en la Universidad de Nueva York desde
2015. Anteriormente, fue profesor de sociología en la Universidad de Princeton .

Biografía
Un graduado de la Universidad de Swarthmore , DiMaggio obtuvo su doctorado en sociología
de la Universidad de Harvard en 1979. Fue el director ejecutivo de la Universidad de
Yale programa sobre las organizaciones sin fines de lucro (1982-87), y hasta 1991 fue
profesor en el departamento de sociología de la Universidad. Era un tipo en el Centro de
Estudios Avanzados en Ciencias del Comportamiento (1984-85) y en la Fundación Memorial
John Simon Guggenheim (1990). También sirvió en el Connecticut Comisión de las Artes y en
la junta de la Asamblea Nacional de Artes Agencias Estatales.
Trabajo
Las principales obras de DiMaggio han sido en el estudio de las instituciones y organizaciones
y la formación de la "alta cultura" en los EE.UU. Su investigación reciente explora la
desigualdad social en Internet.

De acuerdo con Dimaggio, sistemas de creencias y marcos culturales se imponen y adaptados


por los actores y organizaciones individuales. Por lo tanto, los papeles son para una gran parte
determinada por estructuras más grandes.

En un artículo muy citado, DiMaggio y Walter W. Powell argumentó que las organizaciones, ya
sean corporativos, gubernamentales o sin fines de lucro, adoptan las prácticas comerciales no
porque son eficientes, pero debido a que proporcionan legitimidad a los ojos de los actores
externos, por ejemplo, los prestamistas , los reguladores del gobierno, y los accionistas, ya
que necesitan para mantener la confianza de estas partes externas a menudo mal
informado. Esto hace que sean menos creativos e innovadores en sus prácticas, y conduce
a isomorfismo institucional .

En sus estudios culturales, la investigación histórica de DiMaggio documentó la creación


consciente de sí mismo de "alta cultura" a finales del siglo 19 América. DiMaggio argumenta
que, sin resolver por los débiles clase distinciones en el crecimiento industrial ciudades ,
locales élites crearon una cultura "sofisticada" (a través de las artes , universidades , clubes
sociales , y similares) que separaría plebeyos de los de alto standing. DiMaggio dice que los
modelos de la "alta cultura", desarrollado por los fundadores de museos y orquestas fueron
luego adoptadas por los clientes de la ópera , la danza y el teatro.

Investigaciones recientes de DiMaggio considera el advenimiento cultural de Internet. Él


compara la aparición de Internet con el auge de la televisión en la década de
1950. [2] Televisión se introdujo a American consumidores en 1948, y dentro de diez años el
90% de los hogares tenía televisión. Por el contrario, la difusión de Internet (introducido a gran
escala en 1994) parece haberse estancado en aproximadamente el 60% de los hogares
estadounidenses. DiMaggio cree que esta diferencia es el resultado de la denominada brecha
digital - desigualdades en el uso de Internet por la raza , los ingresos , y la educación de
nivel. DiMaggio sostiene que estas desigualdades no se encontraron en la adopción de la
televisión en la década de 1950, y sugiere que las diferencias en el uso de Internet entre los
grupos sociales continuarán. Esto sigue siendo una pregunta abierta, y algunos datos
recientes sugieren el uso de Internet está creciendo, con más del 70% de los adultos
estadounidenses informan de que utilizan Internet.

Das könnte Ihnen auch gefallen