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Legislación Nacional

La Constitución Política de la República es el ente rector en el país, en materia de


legislación nacional. Fue creada por la Asamblea Nacional Constituyente en
1985. En 1998 se pretendía realizar reformas constitucionales a la misma en
relación a la reestructuración del Estado, para el cumplimiento de los Acuerdos de
Paz. Sin embargo, el referéndum no logró sus objetivos.
Otro de los mandatos de los Acuerdos de Paz, fue la creación y establecimiento
de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico –CEH- Logro que se concretó el
23 de junio de 1994, a través del Acuerdo sobre el establecimiento de la Comisión
para el Esclarecimiento Histórico de las violaciones a los derechos humanos y los
hechos de violencia que han causado sufrimiento a la población guatemalteca.1
El 31 de marzo de 1995 se firmó durante las negociaciones de la firma de los
Acuerdos de Paz, el Acuerdo sobre Identidad y Derechos de los Pueblos
Indígenas –AIDPI-2. Este Acuerdo ha permitido avances en materia del
reconocimiento de los pueblos indígenas, su cosmovisión, su cultura, su idioma,
su traje, los derechos humanos que corresponden a cada uno de los pueblos que
habitan este país.
El Acuerdo sobre Aspectos Socioeconómicos y Situación Agraria, se firmó en
1996.3 Este acuerdo ha permitido avances, en los instrumentos legales
pertinentes relacionados a educación y reconocimiento de una sociedad
multicultural:
Acuerdo Gubernativo 526-2003–del Viceministerio de Educación Bilingüe
Intercultural.
Decreto No. 19-2003: Ley de Idiomas Nacionales
Iniciativa de Ley No. 4320: Ley del Traje Indígena presentada en el Congreso de la
República sobre el Traje Indígena, en abril de 2011.4
Decreto 81-2002: Ley de Promoción Educativa contra la Discriminación de fecha
28 de noviembre de 2002.5
Acuerdo Gubernativo 525-99. Creación de la Defensoría de la Mujer Indígena.6
Acuerdo Ministerial No. 981-2011 del Ministerio de Cultura sobre los Lugares
Sagrados.
El imperio de la ley se traduce en la realidad y vigencia adecuada de las leyes; y,
asimismo, en el sometimiento a estas por igual de gobernantes y gobernados, sin
privilegios ni discriminaciones de ninguna clase.
Bajo el imperio de la ley, los mandatos de esta deben ser acatados, cumplidos y
no discutidos (Lex jubeat, non disputet). Las leyes tampoco deben ser juzgadas o
enjuiciadas (Non sunt judicandae leges), sino que debe juzgarse según ellas.
En tanto esté vigente, la ley es infalible, debe observarse y hacerse valer por los
Organismos Ejecutivo y Judicial. El Organismo Ejecutivo debe velar por el
cumplimiento de la ley, en tanto que el Organismo Judicial, a través de los
tribunales de justicia, debe restablecer, con absoluta imparcialidad y celeridad, la
soberanía de la ley.
Por otro lado, los habitantes del territorio nacional, conforme la Constitución y los
tratados y convenciones internacionales sobre derechos humanos, tienen el
derecho de acceder a tribunales de justicia idóneos, competentes, independientes
e imparciales, así como a ser juzgados por estos con estricto apego al Derecho.
Cuando no rige el imperio de la ley, entonces se da paso a la anarquía, al caos
proveniente de gobiernos sin autoridad, a la impunidad en lo delictivo, a la
arbitrariedad, a la subversión o al despotismo. “Cuando la ley acaba, comienza la
tiranía”, dice Bernardino Rivadavia.
Por supuesto, las normas constitucionales y legales pueden ser reformadas,
sustituidas por otras o, incluso, derogadas por el Organismo Legislativo, cuando
las mismas no responden al bien común o no se ajustan a la realidad imperante.
No obstante, eso no significa que, en tanto en cuanto las normas constitucionales
y legales estén vigentes no pueden ser desobedecidas apelando a objeciones de
conciencia ni burladas, tergiversadas o inaplicadas atendiendo a intereses
creados, criterios antojadizos, justificaciones ideológicas o conveniencias políticas.
Si alguno o algunos no están de acuerdo con la plena vigencia de una norma
constitucional o legal, lo procedente es que promueva su reforma o supresión a
través de los canales adecuados, pero mientras esto no ocurra deben acatarla y
cumplirla.
Por otro lado, los tribunales de justicia son los únicos que pueden interpretar y
aplicar las leyes a los casos concretos, en el marco de un debido proceso y todas
sus garantías (principio de legalidad, inviolabilidad del derecho de defensa,
presunción de inocencia, irretroactividad de la ley, igualdad de las partes,
celeridad, legitimación del juzgador, prejudicialidad, doble instancia). Lo anterior
sin perjuicio de que siempre se pueden deducir responsabilidades legales en
contra de los juzgadores, conforme la Constitución y la ley, si estos adoptan
resoluciones ilegales o actúan con abuso, parcialidad o dilación, incluso después
de que cesen en su función jurisdiccional. Esto impide el denominado “gobierno de
los jueces” que pretende menoscabar o limitar el “gobierno de la ley”.
Finalmente, los fallos judiciales firmes y que pasen por autoridad de cosa juzgada
(o sea que ya no puedan ser atacadas o modificadas después de agotado el
debido proceso) deben ser acatados y cumplidos, aunque no se esté de acuerdo
con ellos. Por supuesto, lo anterior sin perjuicio de que dichos fallos pueden ser
objetados ante la justicia internacional o transnacional, al amparo de tratados y
convenciones internacionales.

La observancia de la ley
En tanto esté vigente, la ley es infalible, debe observarse y hacerse valer por el
Organismo Ejecutivo y el Organismo Judicial. El Ejecutivo, por su parte, debe velar
por el cumplimiento de la ley, en tanto que los tribunales de justicia deben
restablecer, con absoluta imparcialidad y celeridad, la soberanía legal.

Cuando no rige el imperio de la ley, entonces se da paso a la anarquía, al caos


proveniente de gobiernos sin autoridad, a la impunidad en lo delictivo, a la
arbitrariedad y a la subversión.

En ese sentido, Guillermo Cabanellas afirma que el imperio de la ley subsiste, en


todas las esferas, mientras cada cual conoce y ejerce sus derechos, con criterio
social; y en tanto que todos cumplen con sus obligaciones y deberes, que permiten
la hermandad de la Ética con el Derecho.
Por supuesto, las leyes pueden ser reformadas, sustituidas por otras o, incluso,
derogadas por el Poder Legislativo, cuando las mismas no responden a la voluntad
general o no se ajustan a la realidad imperante. La Constitución misma puede sufrir
cambios o modificaciones.

No obstante, eso no significa que, en tanto las leyes estén vigentes en un régimen
de legalidad democrática, puedan ser desobedecidas apelando a objeciones de
conciencia o simplemente burladas. Si alguno no está de acuerdo con la vigencia
de una ley, lo procedente es que promueva su reforma o supresión por los canales
adecuados.

Por otro lado, los tribunales de justicia son los únicos que pueden interpretar y
aplicar las leyes a los casos concretos. Sus fallos y resoluciones deben ser acatados
y cumplidos. El primero que debe velar por la plena efectividad de las sentencias de
los tribunales es el Organismo Ejecutivo, porque a él le compete velar por el
cumplimiento de la ley. ¡Dura lex, sed lex!

Los que pretenden obstaculizar, impedir o retardar el cumplimiento de las


resoluciones judiciales, deben ser castigados, porque alientan y estimulan el
desorden público, la inseguridad jurídica y la desmoralización ciudadana.

La observancia de la Constitución y la ley ante todo.

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