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TZVETAN TODOROV
(Sofía, 1939 - París, 2017) Crítico francés de origen búlgaro. Cursó estudios en la
Universidad de Sofía, y en 1963 se trasladó a París, donde sostuvo una tesis de doctorado
sobre Las amistades peligrosas de Choderlos de Laclos . Es autor, entre otros ensayos, de
Introducción a la literatura fantástica (1970), Poética de la prosa (1971), Teorías del
símbolo (1977), Los géneros del discurso (1978) y Mijaíl Bajtin y el principio dialógico
(1981). Desde 1982 se consagró al estudio de fenómenos históricos y de aspectos de la
filosofía moral.
De la redacción de El Litoral
Cuatro secciones están agrupadas en Los géneros del discurso, de Tzvetan Todorov, uno
de los más lúcidos y vigentes autores enmarcados en lo que originalmente fue el círculo
de estructuralistas franceses. La primera, de índole general y teórica, discute las nociones
de literatura, discurso y género. La segunda estudia los dos géneros principales de la
literatura: la ficción y la poesía. La tercera incluye análisis de textos específicos, mientras
la última está consagrada a géneros menores o incluso considerados no literarios, como la
adivinanza, la magia, el chiste y el juego de palabras.
En primer lugar Todorov propone y discute las dos definiciones específicas de “literatura:
“la literatura es imitación por el lenguaje”. No cualquier imitación, ya que no
necesariamente se imitan las cosas reales sino también las ficticias. “La literatura es una
ficción: ésta es su primera definición estructural”. Ficcional, desde luego, no significa
falso o mentiroso; el texto literario no se somete a la prueba de verdad”. No es ni
verdadero ni falso, sino, precisamente, ficcional. Pero, ¿es ésta una definición de
literatura o una de sus propiedades? ¿Y la poesía, que no es ni ficticia ni no ficticia? La
poesía no evoca ninguna representación exterior; se basta a sí misma. ¿Y las súplicas,
exhortaciones, proverbios, adivinanzas, todos esos géneros menores (a los que
precisamenate Todorov dedica la última sección de este libro)? Además, no toda ficción
es obligatoriamente literatura.
Más allá de que Todorov forma parte de las afianzadas “tentativas” por crear una ciencia
de la literatura, su discurso no comparte el esoterismo lexical propio de algunos colegas,
y es precisamente en los capítulos en que se aboca al análisis de temas (como la poesía en
prosa) o de autores (Rimbaud, Poe) u obras literarias (Memorias del subsuelo, de
Dostoievski, o El corazón de las tinieblas, de Conrad o La edad ingrata, de Henry James)
donde su capacidad de internarse en la literatura se hace más luminosa y ejemplar.
Así, estudia en Poe todos los distintos límites que signan su obra (en el sentido de llevar
sus exploraciones al máximo linde, hasta los márgenes), o cómo en la nouvelle de Conrad
las aventuras pertenecen más bien a las regiones interiores del protagonista que a las
aventuras en el novelesco viaje que emprende. En la novela de James estudia los diálogos
para hacer evidente la compleja ambigüedad de sentidos hasta su misma disolución: “La
edad ingrata es un libro ejemplar en el hecho de que figura -más que decirlo- la
oblicuidad del lenguaje y el carácter irresoluble del mundo. Puede así responderse la
pregunta inicialmente formulada: ¿de qué habla La edad ingrata? De lo que significa
hablar, y hablar de algo”. Con respecto a Rimbaud, analiza las diversas lecturas a que se
ha prestado su obra (la lectura biográfica, interpretativa, simbólica, etc.), para concluir
razonablemente en que “paradójicamente, es al querer restituir el sentido de estos textos
como el exégeta los priva de él; ya que su sentido, paradoja inversa, es no tenerlo.
Rimbaud elevó al estatuto de literatura textos que no hablan de nada, cuyo sentido se
ignorará; lo que les da un sentido histórico enorme”.
Todorov logra concretar una ambición singular en el contexto de los estudios de teoría y
crítica literaria de las últimas décadas en Francia: “Trato de evitar tanto un impresionismo
que me parece irresponsable -no por estar privado de teoría, sino porque no quiere
saberlo- como un formalismo terrorista, donde todo el esfuerzo del autor se agota en
descubrir una notación más precisa para una observación que a menudo lo es muy poco.
Me gustaría que mi discurso sea permeable, sin por ello volverse informe...”.