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“El nacimiento de la primera gracia divina, que fue la primera semilla de maíz, ocurrió
cuando era infinita la noche, cuando aún no había dios. El maíz no había recibido el don
divino y estaba solo, dentro de la noche, cuando no había cielo ni tierra. El maíz
permanecía oculto bajo la montaña. El antiguo Chak dios del trueno, hizo pedazos la roca
y el maíz quedó libre, nació”. Fragmento tomado del libro sagrado del Chilam Balam.
Uno de los mayores aportes de América al mundo en técnicas cocción, fueron los
envueltos y la cocción al vapor, de los cuales tal vez el tamal es el más conocido de todos.
El tamal de larga cocción en olla de barro se abre hoja a hoja como una flor en el plato,
desprendiendo su especial olor de tierra indígena, español y lejanos aromas de esclavo
negro. Su mezcla de sabores recuerda el mestizaje americano de razas antiguas y
fuertes. El tamal probable eslabón entre las culturas orientales y americanas se encuentra
en antiguos relatos desde México hasta la Patagonia.
El 25 de diciembre, día de navidad, fiesta del santoral, llegada del Dios nacido,
proporcionaban la excusa perfecta en los hogares santafereños a las apuestas de
aguinaldos, pesebres, natilla, buñuelos y villancicos, concluyendo con el suculento tamal
de media noche. La competencia entre dueñas de casas, vecinas y cocineras, para saber
quien hacia el mejor, siempre concluía con un ganador, el sabor tradicional de cada casa.
Las cocineras se esmeraban en componerlo de diversas formas, inclusive adicionando
aceitunas para así lograr darle un aire internacionalmente sofisticado a sus tamales, lo
único que nunca faltaba en la receta era el amor y el extenuante trabajo de hacer cientos
de tamales para compartir en una comunión con vecinos e invitados.