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a la estatua, que parecía que se movía, como un padre cuando se le

pierta. De esos impulsos viene vibrando el genio, como mar de ondas sono­
acerca un hijo. E l viajero hizo bien, porque todos los americanos deben
ras, de Homero a Whitman. Y por eso, y por algunas imitaciones confesas,
querer a Bolívar como a un padre. A Bolívar, y a todos los que pelearon
muy por debajo de lo suyo original, ha podido decirse de ligero que Heredia
como él porque la América fuese del hombre americano. A todos: al
fuese imitador de éste o aquél, y en especial de Byron, cuando lo cierto es
que la pasión soberbia de éste no se avenía con la más noble de Heredia; ni héroe famoso, y al último soldado, que es un héroe desconocido. Hasta
en los asuntos que trataron en común hay la menor semejanza esencial; ni hermosos de cuerpo se vuelven los hombres que pelean por ver libre a
cabe en juicio sano tener en menos las maravillas de la Tempestad que las su patria.
estrofas que Byron compuso “durante una tormenta” ; ni en el No me re­ Libertad es el derecho que todo hombre tiene a ser honrado, y a pen­
cuerdes, que es muy bello, hay arranques que puedan compararse con el ansia sar y a hablar sin hipocresía. E n América no se podía ser honrado, ni
amorosa del Desamor, y aun de E l Rizo de Pelo-, ni por los países en que pensar, ni hablar. U n hombre que oculta lo que piensa, o no se atreve
vivió, y lo infeliz de su raza en aquel tiempo, podía Heredia, grande por lo a decir lo que piensa, no es un hombre honrado. U n hombre que
sincero, tratar los asuntos complejos y de universal interés, vedados por el obedece a un mal gobierno, sin trabajar para que el gobierno sea bueno,
azar del nacimiento a quien viene al mundo donde sólo llega de lejos, per­
no es un hombre honrado. U n hombre que se conforma con obedecer
dido y confuso, el fragor de sus olas. Porque es el dolor de los cubanos, y
a leyes injustas, y permite que pisen el país en que nació los hombres
de todos los hispanoamericanos que aunque hereden por el estudio y aquilaten
que se lo maltratan, no es un hombre honrado. E l niño, desde que puede
con su talento natural las esperanzas e ideas del universo, como es muy otro
pen sar, debe pensar en to d o lo que ve, debe p ad ecer p o r tod os los que
el que se mueve bajo sus pies que el que llevan en la cabeza, no tienen am­
biente ni raíces ni derecho propio para opinar en las cosas que más les con­ no pueden vivir con honradez, debe trabajar porque puedan ser honrados
mueven e interesan, y parecen ridículos e intrusos si, de un país rudimenta­ todos los hombres, y debe ser un hombre honrado. E l niño que no piensa
rio, pretenden entrarse con gran voz por los asuntos de la humanidad, que en lo que sucede a su alrededor, y se contenta con vivir, sin saber si vive
son' los del día en aquellos pueblos donde no están en las primeras letras honradamente, es como un hom bre que vive del trabajo de un bribón, y
como nosotros, sino en toda su animación y fuerza. Es como ir coronado está en cam ino de ser bribón. Hay hombres que son peores que las bestias,
de rayos y calzado con borceguíes. E ste es de veras un dolor mortal, y un porque las bestias necesitan ser libres para vivir dichosas: el elefante
motivo de tristeza infinita. A Heredia le sobraron alientos y le faltó mundo. no quiere tener hijos cuando vive preso: la llam a del Perú se echa en
Esto no es juicio, sino unas cuantas líneas para acompañar un retrato. la tierra y se muere, cuando el indio le habla con rudeza, o le pone
Pero si no hay espacio para analizar, por su poder y el de los accidentes que más carga de la que puede soportar. E l hombre debe ser, por lo menos,
se lo estimularon o torcieron, el vigor primitivo, elementos nuevos y curio­
tan decoroso como el elefante y como la llama. E n Am érica se vivía antes
sos, y formas varias de aquel genio poético que puso en sus cantos, sin más
de la libertad como la llama que tiene mucha carga encim a. Era necesario
superior que Ja creación, el movimiento y la luz de sus mayores maravillas, y
descubrió en un pecho cubano el secreto perdido que en las primicias del quitarse la carga, o morir.
mundo dio sublimidad a la epopeya, antes le faltaría calor al corazón que Hay hombres que viven contentos aunque vivan sin decoro. Hay otros
orgullo y agradecimiento para recordar que fue hijo de Cuba aquel de cuyos que padecen como en agonía cuando ven que los hombres viven sin
labios salieron algunos de los acentos más bellos que haya modulado la voz decoro a su alrededor. E n el mundo ha de haber cierta cantidad de
del hombre, aquel que murió joven, fuera de la patria que quiso redimir, del decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos
dolor de buscar en vano en el mundo el amor y la virtud. hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de
muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra
El Econom ista Americano. Nueva York, julio de 1888.
los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres
su decoro. E n esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero,
va la dignidad humana. Esos hombres son sagrados. Estos tres hombres
son sagrados: Bolívar, de Venezuela; San M artín, del R ío de la Plata;
T R E S H ERO ES Hidalgo, de M éxico. Se les deben perdonar sus errores, porque el bien
que hicieron fue más que sus faltas. Los hombres no pueden ser más
C u e n t a n que un viajero llegó un día a Caracas al anochecer, y sin sa­ perfectos que el sol. E l sol quema con la misma luz con que calienta.
cudirse el polvo del camino, no preguntó dónde se comía ni se dormía, E l sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las
sino cómo se iba adonde estaba la estatua de Bolívar. Y cuentan que manchas. Los agradecidos hablan de la luz.
el viajero, solo con los árboles altos y olorosos de la plaza, lloraba frente Bolívar' era pequeño de cuerpo. Los ojos le relampagueaban, y las

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u n a que otra vez, a hab lar con unos cuantos valientes y con el m arido
palabras se le salían de los labios. Parecía como si estuviera esperando J
de u n a buena señora. U n traidor le dijo a u n com andante español que
siem pre la hora de m o n tar a caballo. E ra su país, su país oprimido, los amigos de Q uerétaro tratab an de hacer a M éxico libre. E l cu ra m onto
que le pesaba en el corazón, y no le dejaba vivir en paz. La América a caballo, con todo su pueblo, que lo quería como a su corazón; se le
entera estaba como despertando. U n hom bre solo no vale n u n ca más :
fu eron ju n tando los caporales y los sirvientes de las haciendas, que eran
que u n pueblo entero; pero hay hom bres que no se cansan, cuando su
la caballería; los indios ib an a pie, con palos y flechas, o con hondas y
pueblo se cansa, y que se deciden a la guerra antes que los pueblos,
lanzas. Se les unió un regim iento y tomó u n convoy de pólvora que
porque n o tien en que consultar a nadie más que a sí m ism os, y los pue­
iba para los españoles. E n tró triu n fa n te en Celaya, con m úsicas y vivas.
blos tien en m uchos hom bres, y no p ueden consultarse ta n pronto. Ese 'J
Al otro día ju ntó el A yuntam iento, lo hicieron general, y em pezó u n
fue el m érito de Bolívar, que no se cansó de pelear por la libertad de
pueblo a nacer. E l fabricó lanzas y granadas de m ano. E l dijo discursos
V enezuela, cuando parecía que V enezuela se cansaba. Lo habían derro- ^ que dan calor y echan chispas, como decía u n caporal de las haciendas.
tado los españoles: lo h ab ían echado del país. E l se fue a u n a isla, a ver
E l declaró libres a los negros. E l les devolvió sus tierras a los indios.
su tierra de cerca, a pen sar en su tierra. E l publicó un periódico que llam ó El Despertador A m ericano. G anó y
U n negro generoso lo ayudó cuando ya no lo quería ayudar nadie. p erdió batallas. U n día se le ju n tab an siete m il indios con flechas, y^al
Volvió u n día a pelear, con trescientos héroes, con los trescientos liber­ otro día lo dejaban solo. La m ala gente quería ir con él para robar en los
tadores. L ibertó a V enezuela. L ibertó a la N ueva G ranada. L ibertó al | | j | pueblos y para vengarse de los españoles. El les avisaba a los jefes espa­
E cuador. L ibertó al P erú. F u n d ó u n a nación nueva, la nación de Bolivia. ñoles que si los vencía en la batalla que iba a darles los recibiría en
G anó batallas sublim es con soldados descalzos y m edio desnudos. Todo su casa como amigos. ¡Eso es ser grande! Se atrevió a ser m agnanim o,
se estrem ecía y se llenaba de lu z a su alrededor. Los generales peleaban sin m iedo a que lo abandonase la soldadesca, que quería que fuese crue .
a su lado con valor sobrenatural. E ra u n ejército de jóvenes. Jam ás se ■ Su com pañero Allende tuvo celos de él, y él le cedió el m ando a
peleó ta n to , n i se peleó m ejor, en el m undo por la libertad. Bolívarv ", A llende. Iban juntos buscando am paro en su derrota cuando los espa­
ño defen d ió con tanto fuego el derecho de los hom bres a gobernarse ñoles les cayeron encim a. A H idalgo le quitaron uno a uno, como para
por sí m ism os, como el derecho de A m érica a ser libre. Los envidiosos ofenderlo, los vestidos de sacerdote. Lo sacaron detrás de u n a tapia, y
exageraron sus defectos. Bolívar m u rió de pesar del corazón, m ás que le dispararon los tiros de m uerte a la cabeza. Cayó vivo, revuelto en
de m al d el cuerpo, en la casa de u n español en Santa M arta. M urió ® la sangre, y en el suelo lo acabaron de m atar. Le cortaron la cabeza
pobre, y dejó u n a fam ilia de pueblos. y la colgaron en una jau la, en la A lbóndiga m ism a de G ranaditas,
donde tuvo su gobierno. E nterraro n los cadáveres descabezados. Pero
México tenía m ujeres y hom bres valerosos que no eran m uchos, pero M éxico es libre.
valían p o r m uchos: m edia docena de hom bres y u n a m u je r preparaban San M artín fue el libertador del Sur, el padre de la República Argen­
el m odo de hacer libre a su país. E ran unos cuantos jóvenes valientes, tin a el padre de Chile. Sus padres eran españoles, y a el lo m andaron
el esposo d e u n a m u jer liberal, y u n cura de pueblo que quería m ucho a España para que fuese m ilitar del rey. Cuando^ N apoleon entro en
E spaña con su ejército, para quitarles a los españoles la libertad, los
a los indios, u n cura de sesenta años. D esde niño fue el cura Hidalgo
españoles todos pelearon contra N apoleón: pelearon los viejos, las m uje­
de la raza buena, de los que quieren saber. Los que no quieren saber
res, los niños; un niño valiente, u n catalancito, hizo h u ir una noche a
son de la raza m ala. H idalgo sabía francés, que entonces era cosa de
u n a com pañía, disparándole tiros y más tiros desde u n rincón del m onte:
m érito, porque lo sabían pocos. Leyó los libros de los filósofos del siglo
al niño lo encontraron m uerto, m uerto de ham bre y de trio; pero tem a
dieciocho, que explicaron el derecho del hom bre a ser honrado, y a
en la cara como una luz, y sonreía, como si estuviese eontento. _San
pensar y a hab lar sin hipocresía. Vio a los negros esclavos, y se llenó de
M artín peleó muy bien en la batalla de B ailen, y lo h i c i e r o n teniente
horror. Vio m altratar a los indios, que son tan mansos y generosos, y se
coronel. H ablaba poco: parecía de acero: m iraba como un aguila, nadie
sentó en tre ellos como u n herm an o viejo, a enseñarles las artes finas
lo desobedecía: su caballo iba y venía por el cam po de pelea, como
que el ind io aprende b ien : la m úsica, que consuela; la cría del gusano,
el rayo por el aire. E n cuanto supo que A m érica peleaba para hacerse
que da la seda; la cría de la abeja, que da m iel. T en ía fuego en sí,
libre, vino a A m érica: ¿qué le im portaba perder su carrera, si iba a
y le gustaba fabricar: creó hornos p ara cocer los ladrillos. Le veían lucir
cum plir con su deber?: llegó a Buenos Aires: no dijo discursos: levanto
m ucho de cuando en cu an d o los ojos verdes. Todos decían que hablaba
u n escuadrón de caballería: en San Lorenzo fue su prim era batalla,
m uy bien, que sabía m ucho nuevo, que daba m uchas lim osnas el señor
sable en m ano se fue San M artín detrás de los españoles, que venían
cura del pueblo de Dolores. D ecían que iba a la ciudad de O uerétaro
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m uy seguros, tocando el tam bor, y se quedaron sin tam bor, sin cañones
y sin b andera. E n los otros pueblos de A m érica los españoles iban ven­ sus vecinos. Otros eran ya pueblos hechos, con ciudades de ciento cuarenta
mil casas, y palacios adornados de pinturas de oro, y gran comercio en las
ciendo: a Bolívar lo había echado M orillo el cruel de V enezuela: Hidalgo
calles y en las plazas, y templos de mármol con estatuas gigantescas de sus
estaba m u erto : O ’H iggins salió huyendo de C hile: pero donde estaba dioses. Sus obras no se parecen a las de los demás pueblos, sino como se
San M artín siguió siendo libre la A m érica. H ay hom bres así, que no parece un hombre a otro'. Ellos fueron inocentes, supersticiosos y terribles.
pueden ver esclavitud. San M artín no podía; y se fu e a lib ertar a Chile Ellos imaginaron su gobierno, su religión, su arte, su guerra, su arquitectura,
y al Perú. E n dieciocho días cruzó con su ejército los Andes altísimos su industria, su poesía. Todo lo suyo es interesante, atrevido, nuevo. Fue una
y fríos: ib an los hom bres como en el cielo, ham brientos, sedientos: abajo, raza artística, inteligente y limpia. Se leen como una novela las historias de
m uy abajo, los árboles parecían yerba, los torrentes ru g ían como leones. los nahuatles y mayas de México, de los chibchas de Colombia, de los cu-
San M artín se en cu en tra al ejército español y lo deshace en la batalla managotos de Venezuela, de los quechuas del Perú, de los aimaraes de Bo-
de M aipú, lo derrota p ara siem pre en la b atalla de C hacabuco. Liberta livia, de los charrúas del Uruguay, de los araucanos de Chile.
a Chile. Se em barca con su tropa, y va a lib ertar al P erú. Pero en el El quetzal es el pájaro hermoso de Guatemala, el pájaro de verde brillante
P erú estaba Bolívar, y San M artín le cede la gloria. Se fue a Europa con la larga pluma, que se muere de dolor cuando cae cautivo, o cuando se
triste, y m u rió en brazos de su hija M ercedes. Escribió su testam ento le rompe o lastima la pluma de la cola. Es un pájaro que brilla a la luz, como
en u n a cuartilla de papel, como si fuera el parte d e u n a batalla. Le las cabezas de los colibríes, que parecen piedras preciosas, o joyas de torna­
sol, que de un lado fueran topacios, y de otro ópalo, y de otro amatista.
habían regalado el estandarte que el conquistador P izarra trajo hace
Y cuando se lee en los viajes de Le Plongeon los cuentos de los amores de la
cuatro siglos, y él le regaló el estandarte en el testam ento al P erú. U n princesa maya Ara, que no quiso querer al príncipe Aak porque por el amor
escultor es adm irable, porque saca u n a figura de la piedra b ru ta : pero de Ara mató a su hermano Chaak; cuando en la historia del indio Ixtlil-
esos hom bres que hacen pueblos son como más que hom bres. Q uisieron xochitl se ve vivir, elegantes y ricas, a las ciudades reales de México, a Te-
algunas veces lo que no debían querer; pero ¿qué n o le perdonará un nochtitlán y a Texcoco; cuando en la “Recordación Florida” del capitán
hijo a su p adre? E l corazón se llena de te rn u ra al p en sar en esos gigan­ Fuentes, o en las Crónicas de Juarros, o en la Historia del conquistador Ber-
tescos fundadores. Esos son héroes; los q u e pelean para h acer a los nal Díaz del Castillo, o en los Viajes del inglés Tomás Gage, andan como si
los tuviésemos delante, en sus vestidos blancos y con sus hijos de la mano,
pueblos libres, o los que padecen en pobreza y desgracia por defender
recitando versos y levantando edificios, aquellos gentíos de las ciudades
un a gran verdad. Los que pelean por la am bición, p o r h a ce r esclavos de entonces, aquellos sabios de Chichén, aquellos potentados de Uxmal,
a otros pueblos, por ten er más m ando, por q u itarle a otro pueblo sus aquellos comerciantes de Tulán, aquellos artífices de Tenochtitlán, aquellos
tierras, no son héroes, sino crim inales. sacerdotes de Cholula, aquellos maestros amorosos y niños mansos de U tatlán,
aquella raza fina que vivía al sol y no cerraba sus casas de piedra, no parece
La Edad de Oro. Julio de 1889. que se lee un libro de hojas amarillas, donde las eses son como efes y se usan
con mucha ceremonia las palabras, sino que se ve morir a un quetzal, que
lanza el último grito al ver su cola rota. Con la imaginación se ven cosas
que no se pueden ver con los ojos.
Se hace uno de amigos leyendo aquellos libros viejos. Allí hay héroes, y
santos, y enamorados, y poetas, y apóstoles. Allí se describen pirámides más
LAS R U IN A S IN D IA S grandes que las de Egipto; y hazañas de aquellos gigantes que vencieron a
las fieras; y batallas de gigantes y hombres; y dioses que pasan por el viento
echando semillas de pueblos sobre el mundo; y robos de princesas que pusie­
N o h a b r ía p o e m a más triste y herm oso que el que se puede sacar de la ron a los pueblos a pelear hasta m orir; y peleas de pecho a pecho, con bra­
historia americana. N o se puede leer sin ternura, y sin ver como flores y vura que no parece de hombres; y la defensa de las ciudades viciosas contra
plum as por el aire, u n o de esos buenos libros viejos forrados de pergamino, los hombres fuertes que venían de las tierras del N orte; y la vida variada,
que hablan de la A m érica de los indios, de sus.ciudades y de sus fiestas, del simpática y trabajadora de sus circos y templos, de sus canales y talleres, de
m érito de sus artes y de la gracia de sus costum bres. Unos vivían aislados y sus tribunales y mercados. Hay reyes como el chichimeca Netzahuálpilli, que
sencillos, sin vestidos y sin necesidades, como pueblos acabados de nacer; matan a sus hijos porque faltaron a la ley, lo mismo que dejó m atar al suyo el
y em pezaban a p in tar sus figuras extrañas en las rocas de la orilla de los ríos, romano Bruto; hay oradores que se levantan llorando, como el tlascalteca
donde es más solo el bosque, y el hom bre piensa más en las m aravillas del Xicotencatl, a rogar a su pueblo que no dejen entrar al español, como se
m undo. O tro s eran pueblos de más edad, y vivían en tribus, en aldeas de levantó Demóstenes a rogar a los griegos que no dejasen entrar a Filipo; hay
cañas o de adobes, com iendo lo que cazaban y pescaban, y peleando con

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