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UNIDAD EDUCATIVA

“GUARANDA”

TRABAJO DE:
LENGUA Y LITERATURA

NOMBRE:
IRENE PATIN

CURSO:
10MO “B”

AÑO LECTIVO:
2018 – 2019
LA CAJA RONCA

Según cuenta una leyenda popular de Ecuador, en la ciudad de Ibarra había dos jóvenes

amigos llamados Carlos y Manuel, a quienes el padre de Carlos decidió encomendar la

tarea de acercarse al pozo para sacar agua y después ir a regar la huerta de patatas

familiar.

El encargo tenía cierta urgencia ya que la cosecha estaba a punto de estropearse, por lo

que no importó que fuese casi de noche para enviar a los muchachos al recado.

Y ya con la noche sobre ellos los jóvenes se encaminaron a través de oscuras calles y

callejones en dirección a la huerta, pero a medida que caminaban escuchaban un

creciente e inquietante sonido de tambor, el sonido que acompaña el paso sincronizado

de una procesión.

Asustados por el extraño sonido Carlos y Manuel decidieron esconderse junto a una

casa abandonada, escuchando como lo pasos se acercaban cada vez más y oteando el

callejón a la espera de ver algo.


Para su sorpresa y horror los jóvenes contemplaron una fantasmal procesión de hombres

encapuchados llevando velas en sus manos y cuyos pies no tocaban el suelo, y portando

sobre sus hombros una carroza en la que iba sentado un ser demoníaco, con largos

cuernos, dientes puntiagudos y unos fríos ojos semejantes a los de las serpientes.

Tras la procesión iba un hombre sin capucha y con el rostro pálido como el de los

difuntos, tocando monótonamente el tambor que los muchachos habían escuchado al

principio.

Fue entonces cuando ambos recordaron las historias escuchadas desde niños, aquel

tambor era el que sus mayores llamaban “La caja ronca”.

La visión fue demasiado para Carlos y Manuel, que durante unos momentos perdieron

el conocimiento a causa de la impresión, para despertar y descubrir con horror que cada

uno de ellos sostenía una vela similar a la que portaban los procesionarios.

Al contemplar las velas con mayor detenimiento vieron que se trataba de huesos

humanos y a los pocos instantes todos los vecinos se despertaron oyendo los gritos de

horror de ambos muchachos.


Tras haber sido encontrados en su escondite, temblando de miedo y murmurando

palabras ininteligibles, los vecinos consiguieron calmarles y tranquilizarles antes de

enviarlos de vuelta con sus familiares.

Nadie creyó su historia e incluso el padre de Carlos les acusó de gandules y de no haber

cumplido su tarea, siendo castigados por ello.

Es obvio que ninguno de ambos volvió a salir jamás de noche.

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