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Memoria: XXIV Encuentro Nacional AMIC - Saltillo, Coahuila.

Grupo de investigación: nuevas tecnologías, internet y sociedad de la información

La identidad hipermedial

Jorge Alberto Hidalgo Toledo


jhidalgo@anahuac.mx
Universidad Anáhuac México Norte

Grupo de investigación: Nuevas Tecnologías, Internet y Sociedad de la Información

Resumen
¿Qué define lo que soy y quien soy ante mí mismo y los otros? ¿Desde dónde mirar y explicar la
construcción de la identidad? ¿Es la identidad una estructura monolítica o flexible? ¿Qué elementos contribuyen
en la construcción y configuración de la identidad? ¿Cuántos tipos de identidades construyen los individuos
a lo largo de sus vidas? ¿Qué papel juegan los medios e hipermedios en la configuración de la identidad?
Entendida la identidad como la representación simbólica del yo que confiere significado a las acciones de cada
persona; así como la vía psico-socioexpresiva que permite, a cada individuo, distinguirse y definir sus propios
límites para configurar y reconfigurar su lugar en el mundo; el presente texto pretende dar cuenta de las
contribuciones teóricas que ayudan a explicar la noción de identidad en sus facetas: 1) personal, 2) colectiva,
3) social, 4) nacional y 5) global. Asimismo, se exploran las diversas y complejas variables que intervienen
en la construcción de la identidad (Atributos, narrativa personal y redes de pertenencia social), así como
su interacción e interjección. El lector encontrará un modelo ampliado de la identidad y su relación con el
contexto, la base histórica y los micro y macro-discursos derivados de las fuerzas del mercado, tecnológicas,
sociales, económicas, culturales y mediáticas. Finalmente, se hace un énfasis en la relación que existe entre
los medios e hipermedios y la configuración de la identidad así como su vinculación con las prácticas sociales
y comunicativas. La idendidad, como manifestación de una biografía irrepetible, es en sí misma un discurso;
una vía de diálogo con los otros y el entorno. Si se parte de la narrativa biográfica, se puede leer la evolución
personal, social e histórica de cada persona, institución o sociedad. Es la identidad la unidad básica gramátical
del discurso social del proceso de globalización y configuración de las Sociedad de la Información y la era
de la participación. Por ende, comprender la lógica y naturaleza de la identidad implica la comprensión de la
sociedad hipermoderna y las claves para entender las motivaciones comunicativas de las personas.

Abstract
What defines who I am and who I am to myself and others? How to explain the construction of
identity? Is identity a monolithic or flexible structure? What elements contribute to the construction and
shaping of identity? How many types of identities construct the individuals throughout their lives? What
role do the media and hypermedia play shaping the identity? Identity can be understood as the symbolic
representation of self that gives meaning to the actions of each person, as well as psycho-socioexpresive
pathway that allows each individual, to distinguish and define their own limits to configure and reconfigure
their place in the world. This text aims to give an account of the theoretical contributions that help explain
the notion of identity in forms: 1) personal, 2) collectively, 3) social, 4) national and 5) Global. It also explores
the diverse and complex variables involved in the construction of identity (attributes, personal narrative and
social affiliation networks) as well as their interaction and interjection. The reader will find an extended model
of identity and its relationship to the context, historical background and the micro and macro-discourses
derived from market forces, technological, social, economic, cultural and media. Finally, there is an emphasis
on the relationship between media and hypermedia and configuration of identity and its relationship with
social and communicative practices. The identity, as a manifestation of a unique biography is itself a discourse,
a way of dialogue with others and the environment. If part of the biographical narrative, the reader can read

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La identidad hipermedial

personal development, social and historical individual, institution or society. Identity is the basic unit of social
discourse grammar of the globalization process and configuration of the Information Society and the age
of participation. Thus, understanding the logic and nature of identity involves understanding hypermodern
society and the keys to understanding the motivations of people communication.
Palabras claves: identidad, identidad mediática, globalización, comunicación humana, etnografía.

La Identidad Hipermedial

La identidad como objeto de estudio


¿Qué define lo que soy? ¿Quién soy ante mí mismo y los otros? ¿Qué es y cómo entender la identidad?
¿Cómo se construye? Durante siglos, la identidad ha sido objeto de estudio de la filosofía, la psicología social, la
historia, la lingüística, la sociología, la antropología, el psicoanálisis, la ciencia política y la comunicación.
Ser el que se es ha sido el imperativo existencial que ha movido la reflexión de decenas de pensadores
preocupados por la realización personal, la conducción grupal y la evidencia compartida en la sociedad. Pero,
¿qué significa exactamente ser uno mismo?
Ser uno mismo comprende la existencia, las acciones, pasiones, prácticas, interacciones, reflexiones y
trastornos. En un mundo que se mueve a gran velocidad entre lo global y lo local y, en el que las interacciones
humanas se establecen más allá del tiempo y el espacio, la respuesta a qué significa ser uno mismo, sobrepasa
la conciencia moderna racionalista en la que la solución al dilema se encuentra reflexionando simplemente
respecto de sí.
Más allá de la intersubjetividad, la teleología, el inmanentismo, la ontología y la ética conductual, la
posmodernidad atrajo a la reflexión del problema identitario, la multiplicidad de la experiencia, la condición
relacional, la noción de diferencia y la discontinuidad discursiva.
El vaivén entre la objetividad y la subjetividad como fuentes de significado; entre la participación
y la experiencia como formas de aprensión de la realidad más allá de la conciencia; entre el lenguaje y la
interpretación como vías mediatizadoras de la praxis; hablan de la continuidad y discontinuidad de la identidad;
de la ruptura del Sí mismo, con el sigo mismo. El Tercer milenio, es el siglo de la identidad. En el territorio de la
hipermodernidad, el tema de la identidad emerge con renovado interés para redefinir a la persona y su lugar
en el mundo y en los mundo en los que suele habitar.

Rastreando la identidad
Previo a la aparición de la escritura, la conciencia y la identidad estaba repartida, como señala Giampiero
Arciero en la colectividad. La interioridad individual se deslindó del colectivo, en los albores de la tradición
judeo-cristiana, en el ejercicio reflexivo y expresivo de la confesión y la penitencia (Arciero, 2005). Sin embargo,
esta interioridad no está individualizada. La unicidad individual iniciará en el Humanismo y el Renacimiento
cuando el individuo se vuelve protagonista del arte, la ciencia, la literatura, la vida social, en sí, de la historia.
La persona firmó el mundo con su presencia como lo hicieran Van Eyck y Velázquez. El pensamiento colocó al
hombre en el centro del universo y se volvió el fundamento de la existencia.
Las Meditaciones cartesianas registraron la actitud reflexiva del nuevo hombre. La conciencia como
fundamento de lo real hicieron de la subjetividad y el mundo una representación. La certeza de existir la dio
desde entonces el pensamiento.
La máxima filosófica, Ser uno mismo por sí mismo estuvo presente desde el pensamiento griego en
el Oráculo de Delfos y el “Conócete a ti mismo” hasta la sentencia de Nietzsche y su “Llegar a ser lo que eres”
pasando por el mandato reflexivo de Oscar Wilde que sostiene “Lo esencial es ser siempre uno mismo”. En
estas nociones inmanentista, la condición de ser, estaba en el fondo de uno mismo en espera de realizarse.
El ser en potencia y ser en activo. Potencia que podría alcanzar su pleno desarrollo y que en algún momento,
habría de revelarse en el mundo. Ser se torna, en esta posición filosófica, en una convicción esperanzadora,

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cimentada en la confianza en uno mismo, en la presunción, en el afrontar la vida con gallardía. Ser es bajo esta
óptica, un continuum entre la esencia, el deber ser, lo vivido, lo que llama la atención, los encuentros tenidos,
los vínculos establecidos; una especie de alquimia entre aquello de lo que estamos hechos y la coexistencia
que precede a la existencia.
Ser uno mismo, como lo señala François Flahault, se volvió con el paso de los años en una de las
consignas más puntualizada en el mundo occidental (Flahault, 2009).
La modernidad invirtió los términos sujeto y objeto. En la Edad Media subjectum era lo que yacía-
delante y el objectum era lo representado. En la modernidad, sujeto implica al yo y el objeto para lo que no
tiene carácter de yo.
Descartes ante la duda que provocan los sentidos redefinió la subjetividad. Confió en la interioridad
y el “sujeto se auto-situó en la certeza de ser sí mismo”(Arciero, 2005, p. 25). El sujeto se volvió el centro y
objeto de su reflexión. Ante el nacimiento del sujeto, filósofos como Locke dieron una nueva dimensión a
la experiencia y la relación con la conciencia de sí. Locke objetivizó al hombre y radicalizó la subjetividad. La
identidad pasó a ser la mismidad de un ser racional.
Ser uno mismo, entre los demás, implicó legitimar el cada uno para sí. Este deseo moderno de
individualidad, es en sí mismo una declaración de independencia. Independencia del pensamiento del otro,
independencia de los demás. La búsqueda de autenticidad se volvió la características del yo moderno.
Modernidad en la que emancipación se leía como progreso. En ese contexto, la libertad tenía sentido en la
medida que reafirma al individuo.
Entre la emancipación soñada y la posible se construyó la modernidad occidental. En ese deseo legítimo
por realizarse, existir y disfrutar, se descubren los aportes filosóficos de Jean-Jeacques Rousseau, Descartes,
Kant, Locke, Hegel, Heidegger, Nietzsche; las afirmaciones del yo de los trascendentalistas norteamericanos
como Ralph Waldo Emerson y Henry David Thoreau; y los ideales de ser uno mismo de los románticos como
Henrik Ibsen y Oscar Wilde.
Ser uno mismo, con el paso de los años y la evolución de las ideas, dejó de depender únicamente
de la naturaleza. La tradición individualista empezó a considerar la situación dialógica y conversacional de la
existencia. A mediados del siglo XVII, en la filosofía, ser uno mismo se escribió como un ser con los demás.
Nació así, el interés por la sociabilidad, la conversación, la naturalidad.
Hegel, en su dialéctica del Amo y el Esclavo, dio cuenta de la distorsión de la acción del hombre en el
sojuzgamiento y la satisfacción unilateral cuando no se da la relación de igual a igual sino de dominio. Detrás
de su exploración filosófica estaba la necesidad del reconocimiento del otro. Hegel sustituyó la acción causal
individualista propia del liberalismo por las acciones comunitarias (Ayala Barrón, 2010).
El liberalismo denunciado por Hegel desvinculó al sujeto encarnado y socialmente situado; ese yo
desvinculado, sujeto descarnado respondía al modus de la época y fue al que enjuició por estar atomizado,
reducido.
Poco a poco los esquemas cambiaron y se pasó de una sociedad regida por el honor y caracterizada
por jerarquías sociales injustas y desiguales a una moderna cuyo principio moral básico esperaba el
reconocimiento de la dignidad; dignidad que como señala Charles Taylor (2005), rompía con el sujeto monológico
que interiorizaba las representaciones y el conocimiento y mutaba a uno capaz de intervenir en el mundo. Se
pasó, en pocas palabras, del sujeto que interioriza al que exterioriza.
Surge así, filosóficamente hablando, el sujeto dialógico, el sujeto de los colectivos sociales. Taylor ve
en estas colectividades el punto donde se afirma la identidad, donde se integra el sujeto y rompe con su
aislamiento. La identidad no se puede construir en soledad.
La sociedad moderna pretendía estructurarse por el entrecruce de las significaciones intersubjetivas
y comunes. El lenguaje como encarnación del espíritu y lugar donde habita el ser, según Heidegger, permite
el entramado social de la comunidad. El yo se torna dialógico, conversacional y se realiza en la acción, en el

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paso del yo al nosotros. El lenguaje es el punto de encuentro (Ayala Barrón, 2010); desde el lenguaje el yo se
reflexiona, se concretiza, se presenta a los demás y se validad.
Dignidad, reconocimiento, afirmación y autenticidad entran a la escena del juego. El sentido de
diferenciación ante el otro implicará desde ese entonces, nuevas forma de interiorización y manifestación de
la identidad. Una nueva exigencia aparece en la geografía entre lo individual y lo colectivo.
Al entrar en escena las intersubjetividades, sobresalió la conquista de uno mismo, la ruptura de vínculos
y el sacar partido a los mismos. La realización de sí mismo implicó, desde esta perspectiva filosófica, una
adecuación con la propia naturaleza, estar-en-fase-con la self-consciousness y entrar en sintonía con el otro,
la relación con las cosas, la disponibilidad, la posición de no-dominio, la interiorización y la transformación. Se
pasó de la imaginación kantiana y su función integradora, trascendental y sublime con la razón, la experiencia
y el entendimiento a la negación freudiana, la teología negativa derridiana.
Desde el siglo XIX, antropólogos, sociólogos y psicólogos estudiaron cómo las culturas se organizaban
para configurar su identidad, difundirla, validarla y actualizarla. Esta tendencia produjo estudios interculturales
y atrajo visiones que intentaron explorar el traspaso de las fronteras, la identidad ante el repertorio de lo
diferente, los escenarios de identificación y producción cultural.
En el siglo XX, resultado de la influencia de los movimientos feministas, afroamericanos, asiáticos
británicos, las confrontaciones latinoamericanas, la Teoría Postcolonial, la Queer Theory y la Teoría Crítica
de la Raza, cobraron gran fuerza los estudios culturales que pretendían entender los conflictos sociales
contemporáneos desde la óptica de las minorías, lo fragmentado, las voces de los otros y los marginados de
la modernidad (Grossberg, 2003).
Sobresalen los trabajos de la tradición socio-antropológica de Gabriele Pollini; los seminarios de
identidad cultural y social de Claude Lévi-Strauss; el registro de las emergencias sociales a cargo de Jean-
Williams Lapierre; el habitus, como cultura distintivamente internalizada y la autocensura de Pierre Bourdieu;
la unidad distinguible de Heinrich; la intersubjetividad lingüística de Jürgen Habermas; la afirmación de
la diferencia de Alberto Melucci; la afirmación de las especificidades individuales de Fabio Lorenzi-Cioldi; la
identización de Pierre Tap; las colectividades de Robert K. Merton; las redes de interacción de Paolo Guidicini;
la representación social de Denise Jodelet; la imagen del propio cuerpo, la identidad íntima y las entidades
relacionales de Edmond Marc Lipiansky; los atributos biológicos de Alfonso Pérez-Agote; el estigma de Erving
Goffman; las teorías implícitas de la personalidad de Henri Paicheler; la identidad biográfica de Alessandro
Pizzorno; la aculturación de Redfield, Ralph Linton y Herskowitz; la interculturalidad de Bronislaw Malinowski,
Margaret Mead y Miquel Rodrigo Alsina; las identidades colectivas de Eric Hobsbawm; y, la auto-revelación
recíproca de Sharon Brehm.
Así, tenemos una generación de investigaciones postmodernas centradas en lo femenino, la raza, el
colonialismo, la transgresión, la opresión, la resistencia, el multiculturalismo, las hibridaciones y el modo en
que la sociedad contemporánea se organiza o reorganiza, producto de los movimientos y luchas gestadas por
individuos para ubicar su lugar y definición en el mundo.
Es en la década de los noventa, del siglo pasado, que la identidad se torna en eje central de la discusión
de los estudios culturales, sometiéndose a la crítica más exhaustiva. Partiendo de la crítica y la deconstrucción
conceptual de la pregunta ¿qué es la identidad?, se cuestionó la noción occidental de persona completa, su
centralidad, su unicidad y mutabilidad. A partir de esta ruptura filosófica-lingüística-política, se habla hoy de
identidades múltiples, mutables y vinculadas con las prácticas sociales, políticas y mediáticas (Barker, 2003).
Es en la definición de la identidad donde operan muchas de las luchas actuales. La lógica misma
de la posmodernidad se centra en el individuo, su lugar en la historia, su definición social y su devenir en la
comunidad (Hall & Du Gay, 2003). El sentido comunitario, histórico y social de la persona se lee, en nuestros
tiempos, desde la identidad; nociones de pertenencia, sentido étnico, condición espacial, ideológica, normativa
y ética se comprenden a partir de la articulación del sujeto con la otredad, la relación, la diferencia, la producción
de sentido, la temporalidad y la espacialidad.

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Stuart Hall, exponente de la tradición culturalista, distinguió históricamente la presencia de dos


grandes líneas en los modelos teóricos de construcción de las identidades:
1. La primera que supone la identidad como una totalidad constituida, independiente y distintiva
“que tiene cierto contenido intrínseco y esencial definido por un origen común o una estructura
común de experiencia” (Grossberg, 2003, p. 152); y
2. La segunda, que parte de una visión sistémica abierta, incompleta, relacional y en proceso que
niega la existencia de “identidades auténticas y originarias basadas en un origen o experiencias
universalmente compartidas” (Grossberg, 2003, p. 152).
La identidad, es mucho más compleja que la visión estable, fija y universal, por tanto, según Hall, se
debe comprender a la luz de este segundo paradigma, pues es a partir de la mirada del otro que se da esta
representación estructurada denominada identidad.
La identidad no es algo que se pueda encontrar o poseer; se constituye por múltiples visiones,
descripciones y validaciones por parte de los otros. Así se tiene la existencia de múltiples identidades marcadas
por la diferencia.
Por ello, Lawrence Grossberg invita a la comprensión de la identidad partiendo de la lógica de la
representación más que de la adecuación o la distorsión. El ser uno mismo, no se encuentra únicamente en
la conciencia ni en la sustancia, se ubica tanto en la sucesión de impresiones, ideas, sentimientos, emociones
y deseos. La identidad es el entrecruce entre tiempo, espacio e historia interior y los cambios y mutabilidades
resultantes a lo largo de la vida. Es el resultado de una serie de acontecimientos disruptivos como las
crisis derivadas de nuevos discursos, estructuras sociales, prácticas comunicativas y la reorganización de
instituciones (Ilustración 1).

Ilustración 1: Acontecimientos disruptivos

Fuente: Elaboración propia

Por tanto, la identidad no es una condición proyectada del ser plenamente constituida e independiente;
sino por el contrario, es una representación temporal, inestable, múltiple, diferenciada, en proceso constante
de construcción e influida por agentes y fuerzas internas y externas al mismo individuo.
Al igual que Stuart Hall, Lawrence Grossberg identificó que, en la tradición culturalista, los estudios
sobre la identidad han teorizado en cinco grandes líneas (Grossberg, 2003) (Ilustración 2):
• Différance: Estos estudios describen la construcción de la identidad considerando lo que “no soy”;
se depende del otro para la definición del ser. El subalterno es definido considerando la identidad

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dominante. El otro es condición sine qua non para ser en el mundo; la inestabilidad de ésta radica
en el significado dado a la identidad dominante. El yo se construye como una diferencia reprimida
y deseada. Bajo esta línea teórica hay tres variantes:
1. La que comprende la noción de complemento que sitúa al otro en el campo de la subjetividad. El
otro, aquí, constituye el límite y el yo es un complemento plenamente diferenciado del otro.
2. La noción de negatividad, que ubican al otro como exótico constitutivo. Es decir, el yo es una
subjetividad incomprensible, excluida, innombrable (Lyotard, 1995). La identidad se define como
la tergiversación intencional del discurso dominante en la que el yo es la negación interna del
colonizador (Bhabha, 1992)
3. La noción de conquista, delimitada por la condición de poder en el que la identidad construye al
otro con base en la diferencia reprimida y deseada.
• Fragmentación: Esta teoría enfatiza la multiplicidad de identidades dentro de cualquier identidad;
así se tiene la identidad vivida, la narrada, la decodificada, la mediatizada. En el contexto de la
sociedad de la información, además tenemos a los conectados y los desconectados, los afiliados,
los desincorporados, los alternativos, los descapitalizados (económica, política, cultural, social y
cognitivamente) (Reguillo R. , 2010). La identidad es una unidad que se articula y rearticula, que
se estructura y se desarma. Esta visión de configuración modular de la identidad está sujeta
a las condiciones sociales, históricas, culturales y situacionales. La condición de ser parece
contradictoria y descentrada, anclada a experiencias, actividades y otras representaciones. Esta
noción rompe con la tradición teórica que conceptualizaba las identidades como estructuras
históricas, universales y constituidas. De ahí la fuerza de investigaciones como la de Paul Gilroy que
hablan de sincretismo (1997), la de Dick Hebdige de corte y mezcla (2000) o la de Donna Haraway
que explora las identidades marginales. Este enfoque descentrado y facturado, aporta la variable
situacional para dar cuenta que las identidades hoy son producto de múltiples condiciones que
impactan en tiempo, lugar y contexto a cada individuo en modo diferenciado.
• Hibridez y Frontera: esta aproximación teórica identifica la existencia de identidades fronterizas,
subalternas, rivales, intermedias o de tercer espacio (Bhabha, 1992) donde se es y no se es. La
hibridación es el resultado del cruce de esas fronteras (García Canclini, 2005). En ese contexto, la
identidad se lee como una intermediación no fundamentada en el lugar, el tiempo, ni el espacio.
Es de condición móvil incierta, múltiple, vaga, indeterminada.
• Diáspora: esta reflexión teórica retoma el enfoque fronterizo e híbrido pero contempla la condición
temporal, transnacional, en movimiento (Chambers, 1995), de conflicto ante la territorialidad
(Gilroy, 1997). Localidad, tiempo y desplazamiento reconfiguran la identidad. La ruptura de la lógica
espacio temporal rearticula a los individuos, los incluye-los excluye; les lleva a la configuración de
redes, espacios alternativos y adquirir visiones cosmopolitas. Ausencia y exceso de pertenencia,
mapas de significación e identidad son necesarios para identificar la subjetividad descentrada.

Ilustración 2: El campo de la identidad

Fuente: Elaboración propia

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Indicadores en la construcción de la identidad


En esta revisión teórica culturalista encontramos varios indicadores que no se pueden perder de vista:
1) la identidad como una condición de ser NO dada pero sí influida por una serie de variables (
Ilustración 3); 2) la existencia de múltiples identidades (
Ilustración 4); 3) la construcción de la identidad a luz de la lógica de la diferencia y la independencia y
el “no ser contaminado por el otro”; 4) la identidad como resultante del proyecto inconcluso de modernidad
en la que el individuo tiene que ser reconocido y diferenciado en tiempo, lugar y situación; 5) el yo como la
marca de la identidad social, el “punto material en el cual los códigos de diferencia y distinción se inscriben en
el socius” (Grossberg, 2003, p. 167), que permite ubicar mapas de identificación y pertenencia; 6) el tema de
la agencia1 que tiene que ver con la acción y la naturaleza del cambio; 7) la construcción de las identidades
como “autenticidad” en una dinámica metropolitana o nacional, de resistencia y postcolonial comprendiendo
las relaciones imperialistas y occidentales que imperan en la cultura actual; 8) la identidad como una posible
apropiación de la pertenencia, la residencia y la movilidad; 9) las identidades son construcciones discursiva; 10)
las identidades son sociales y no pueden ocurrir fuera de las representaciones culturales; 11) el yo fracturado
es producto de una compleja matriz de actitudes, creencias, valores y rasgos personales; 12) la identidad, como
representación, es el lugar de lucha de los significados; 13) la identidad es en sí misma, una redescripción del
mundo social.

Ilustración 3: Variables que influyen en la configuración de la identidad

Fuente: Elaboración propia

1 Definida por Grossberg como las posibilidades de la acción como intervenciones en los procesos por los cuales se transforma continuamente
la realidad y se ejerce poder (Grossberg, 2003, p. 168). La agencia comprende el acceso y la participación. Para Chris Barker la agencia también
contempla: 1) una noción mística o metafísica que apela a la libertad, el libre albedrío, la creatividad, la originalidad y la posibilidad misma de cambio
mediante los actos de agentes libres y 2) la capacidad para actuar socialmente constituida en espacios concretos (Barker, 2003).

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Ilustración 4: Tipos de identidades

Fuente: Elaboración propia

Es importante hacer notar que desde la lógica temporal tanto Bhabha como Groosberg distinguieron
tres planos de individuación: “1) la subjetividad como conciencia interna del tiempo; 2) la identidad como
construcción temporal de la diferencia; y, 3) la agencia como desplazamiento temporal de la diferencia”
(Grossberg, 2003, p. 170).
La modernidad, como señala Grossberg “convirtió las identidades en construcciones sociales”
(Grossberg, 2003, p. 158), en un modo de entender la relación del sujeto con su entorno y su historia. Diferencia
y Otredad están presentes en estas fundamentaciones teóricas. La lógica de la identidad, a la luz de
estas perspectivas es siempre excluyente, alterna, intersubjetiva; que busca exteriorizar dicha rareza. Esa
exteriorización recurre a todas las vías codificantes para significar, en un mundo que requiere ser interpretado.
Vale, entonces la pena hacerse la pregunta: ¿Qué mecanismos, medios y prácticas utilizan los
individuos para producir y reproducir dicha representación?, ¿cómo se integra la construcción de la identidad
con la construcción de la cultura?
Esa articulación entre la identidad, el medio y la cultura es de orden simbólico, lingüístico y dialógico, de
narrativas biográficas diferentes, superpuestas, entrecruzadas, antagónicas y alternas.
Contempla el entramado resultante de la base histórica de toda persona y su contexto. Contexto
ampliamente influido por la emergencia de nuevos movimientos sociales (identidad de grupo y categoría
sociales), la crisis del Estado-Nación (Producto de los atentados a la soberanía, la dominación hegemónica y
la rearticulación de los conglomerados y las multinacionales) y la dialéctica de la globalización (Neolocalismos,
Transnacionalización de las fronteras, flujos migratorios y transplantes del mundo desarrollado). Así mismo,
las normas y valores históricos, determinados y validados (Ilustración 5)

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Ilustración 5: Contexto e identidad

Fuente: Elaboración propia

Son múltiples los discursos que se entrelazan en un contexto global. Se tienen aquellos Macro-
Discursos que tienen por marco de referencia lo internacional hasta los glocales y los Micro-Discursos donde
las fuerzas del mercado, la tecnología, los medios de comunicación, la economía y la cultura crean una fuerza
común en el entorno social (Ilustración 6).

Ilustración 6: Identidad y discurso social

Fuente: Elaboración propia

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Ahora bien, si la identidad es una red de comunicación (Reguillo Cruz, 2005) y representaciones
dialógicas, es en términos del análisis de un texto abierto, que puede darse su lectura y decodificación y por
ende, la comprensión de los códigos específicos que comparte.
La lógica de la construcción de una narrativa identitaria es la de la semantización de la realidad; es
decir, dar una explicación al mundo y ubicar el lugar en el mundo partiendo de la identidad. Esta es la lógica de
la reducción de lo real al terreno de los significados; por tanto, la lectura de la identidad es parte del territorio
de la semiosis social y la sociosemiótica de la cultura. Pero, ¿cómo entender a la sociedad bajo esta óptica de
identidades semantizadoras?
Se puede entender a la sociedad, según Rossana Reguillo, como un “conjunto de relaciones
estructuradas” (2005, p. 53) a la que se suman las representaciones estructuradas (identidades) en el espacio.
Así como se define el individuo también se autodefinen los grupos. La relación con los otros se dibuja como un
sistema de fuerzas en constante oposición y conjunción. Definir es negociar. La acción propia y la autodefinición
es resultante de la interacción con el resto del grupo. El grupo en sí, actuará, como señala Reguillo, en referencia
a su autopercepción, representaciones, normas, reglas y juicios. En su actuar, el individuo y los grupos, producen
y sostienen su identidad, se legitiman o institucionalizan; validan su significado, dotan de sentido la realidad.
A la luz del sociólogo, Gilberto Giménez Montiel, la identidad personal se define como: “la representación
intersubjetivamente reconocida y ‘sancionada’ que tienen las personas de sus círculos de pertenencia, de sus
atributos personales y de sus biografía irrepetible e incanjeable” (Giménez, 2009, p. 37).
En la construcción de esa representación contribuyen objetos materiales, sociales y simbólicos,
adscripciones sociales, grupos de pertenencia, discursos, marcas, estilos y prácticas. Al más puro estilo
mcluheano, todo objeto es extensión de la propia identidad. El capital simbólico y social de cada individuo se
objetiva en los múltiples discursos, marcas, estilos y prácticas de todo sujeto (Bourdieu, Algunas propiedades
de los campos, 1987).
La identidad se torna así en una representación que confiere significado a las acciones; que distingue
al sujeto de los otros de sus misma especie (Heinrich, 1977); que define los propios límites; que genera símbolos
y representaciones sociales específicas y distintivas; que configura y reconfigura el pasado.
La identidad es pertenencia, compartir lenguaje, estilos, rutinas, desmarcarse de los otros (Reguillo
Cruz, 2005).
La identidad colectiva, por su parte, es una renuncia a la diferencia (Reguillo R. , 1991) para constituir
un corpus identitario; es una entidad relacional que comparte un núcleo de símbolos y representaciones
sociales; es compartir lenguaje, estilos y rutinas; es decir, es comunicación; es contar con un referente común;
es conectar con los sentidos sociales de la vida. Los límites de la identidad, son los límites de los otros. Por
tanto, la identidad adquiere significado en la acción. Su complejidad y diversificación están en los modos de
codificar y descodificar los discursos individuales y grupales.
La identidad como unidad básica del discurso y el actuar social es el reflejo de una visión del mundo,
de una objetivación ideológica. Es el discurso de cada individuo el que cristaliza sus valores, normas e ideas;
es la objetivación del modo de concebir y representarse y es en la esfera pública donde se da esta compleja
interacción de representaciones (Thompson J. , 1996).
La esfera pública, constituida como una red de relaciones de densidad variable, es “donde el otro se me
revela como una extensión de mí mismo, pero diferente, mi consigna se mezcla entre la consigan colectiva…
posibilita la tensión entre convicción y resistencia, entre creencia y deseo” (Reguillo Cruz, 2005, p. 73).
Los medios de comunicación operan, al igual que la esfera pública, como puentes de significación;
los medios se apropian y resemantizan los discursos. El mundo y los otros se acercan gracias a los medios;
adquieren significado. Sirven de punto de encuentro, crean nuevas formas de conversación en el que la
información y los contenidos simbólicos crean nuevas formas de interacción social (Habermas, 1986)
(Ilustración 7).

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Ilustración 7: Medios y esfera pública

Fuente: Elaboración propia

La esfera pública y los medios son el lugar de la co-presencia. Si al más puro análisis gramsciano, la
infraestructura condiciona, los medios operan como materiales ideológicos que impactan en modo directo o
indirecto en la configuración de la identidad
Sin embargo, la esfera pública se ha ampliado superando la visión de la Grecia clásica en la que sólo se
distinguía lo público de lo privado. La evolución histórica en Occidente deja ver esta transición hacia la vida social
pública, como una esfera comunicativamente estructurada de lo público (Habermas, 1989) hacia un espacio
multidimensional estructurado y significante en el que los individuos se muestran, configuran y validan. En
esa esfera pública intervienen nuevas estructuras mediáticas, tecnológicas, de negocio, gestando nuevos
escenarios de socialización y negociación de la corporeidad, la idealización, simbolización y psicologización de
cada persona (Hall, 2003).
La cultura, entendida por Stuart Hall “como el terreno de las prácticas, representaciones, lenguas y
costumbres de una sociedad concreta, incluye las formas contradictorias del sentido común, que a la vez
se fundamentan en, y ayudan a configurar, la vida popular” (Hall, 1996, p. 439). Como cúmulo de significados
compartidos, la cultura da sentido al mundo.
Por su parte, entendida como derivación de producciones sígnicas, el lenguaje es el medio natural de
la cultura; es el vehículo transportador de valores, conocimientos y significados.

Ilustración 8: Esfera pública transformada

(Ilustración 8: Pasar a la siguiente página)

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La identidad hipermedial

Fuente: Elaboración propia

La sociedad congrega a un cúmulo de estructuras objetivas y simbólicas que organizan la distribución


de los medios de producción, el poder y las prácticas sociales, económicas y políticas. Así mismo, como
evidenció Jean Baudrillard (2005), existen cuatro tipos de valores en la sociedad: valor de uso y valor de cambio
(heredados de la tradición marxista) y el valor signo y valor símbolo. Este último está vinculado a rituales y
actos particulares que ocurren dentro de la sociedad y aportan sentido a la vida misma.
La cultura, como laberinto de sentidos, abarca el “conjunto de todos los procesos de significación; es
decir, los procesos sociales de producción, circulación y consumo de la significación en la vida social” (García
Canclini, 2005, p. 34).
La cultura constituye el mundo de las significaciones, del sentido; es el punto donde convergen las
fuerzas del valor de uso y cambio y las relaciones de sentido y significación que organizan la vida social.
(Bourdieu, 1990).
Entender la cultura como un sistema significativo nos permite centrar a la identidad como una más
de esas representaciones. Desde el lenguaje se entiende al mundo como una entidad socialmente construida
y representada para las personas y por las personas. El lenguaje es la clave misma de la identidad cultural.
Estamos hechos de lenguaje y con el lenguaje nos hacemos a nosotros mismos. Las identidades
se constituyen de discursos y modos del habla socialmente compartidos, reconocidos y validados. Desde el
recurso intersubjetivo del lenguaje las historias se construyen. La interacción y el diálogo social forman en
modo conjunto a las personas. Por tanto, toda identidad siempre está en proceso, fragmentada, entramada.
No olvidemos, el yo posmoderno, es un yo fracturado, múltiple.
Los medios y sus contenidos, por su parte, sirven de visiones del mundo, orientando en muchos casos
las acciones de los individuos. Las narrativas mediáticas son vehículos de esa objetivación ideológica que

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pueden configurar los comportamientos y las representaciones de la realidad, agrupando entre sus audiencias,
a aquellos individuos que comulgan o sienten empatía con dicho discurso.
La identidad personal está en constante diálogo con las visiones de los otros, los medios y las
instituciones. La distancia o aproximación que establezca el individuo con dichos discursos está en tensión
permanente estableciendo pactos, treguas y simpatías.
Las identidades múltiples y fragmentadas responden a esta apropiación diferenciada y desnivelada
con múltiples discursos. La experiencia social opera a través de ese complejo tejido de interacciones y
relaciones. A partir de la adscripción y pertenencia se deben leer las necesidades, motivaciones, aspiraciones
y proyectos individuales y sociales.
El acto expresivo de la identidad, también se da en términos de lenguaje que puede ser clasificado,
ordenado, vivido e interpretado.
Cada sujeto y grupo establece sus códigos y con ellos nombra, ordena y legitima su visión del
mundo. El lenguaje en toda su extensión, refleja la estructura del sujeto, cristaliza sus valores, normas, ideas,
cosmovisiones, lo inscribe en el marco espacio-temporal… en pocas palabras, le permite ser reconocido y
valorado. La lectura del sujeto se da en la instancia de los espacios público y mediáticamente privados2.
John B. Thompson, da cuenta de cómo los medios ofrecen nuevas vistas, estilos de vida y formas de
pensamiento a sus audiencias. Los contenidos mediáticos no sólo amplían las fronteras de la esfera pública
sino los modos de reinterpretarla. Medios e hipermedios acentúan la distancia simbólica de los contextos
espacio-temporales en los que interactúan los individuos todos los días (Thompson J. , 2008).
Los receptores como sujetos activos seleccionan y discriminan discursos y, por ende, visiones del
mundo, a través de los medios o hipermedios a los que tienen acceso, usan y consumen. Todas las identidades
se vuelven cercanas desde los medios. Los medios son punto de encuentro.
Como centro de encuentro que son los medios, una gran carga simbólica y ritual se desborda de
sus discursos y narraciones. Los medios favorecen que el otro se revele como extensión de uno mismo, con
sus semejanzas y diferencias. Los medios son el centro del espacio público en la Era de la Información y la
Participación.
Parafraseando a Pablo Fernández Christlieb, quien habla de la ciudad como el espacio civil de las
ideas, los medios, como centro, crean y detonan la comunicación (Fernández Christlieb, 1994). Comprender
las prácticas y los procesos comunicativos de los individuos es comprender sus identidades. Los medios
contribuyen en la formación, reconocimiento y validación del yo, del tú y el nosotros. La dimensión material,
organizativa y simbólica de los sujetos se percibe y legitima en los contenidos mediáticos.

Modelo de la construcción de la identidad


La identidad como construcción social que no puede existir fuera de las representaciones y discursos
culturales, no sólo es la materialización de un modo de ver el mundo, sino también de concretizar los fines
de cada sujeto. La identidad es pues, unidad distinguible (Giménez, 2009) de conformación de uno mismo
(Ilustración 9).

Ilustración 9: Indicadores de identidad

(Ilustración 9: Pasar a la siguiente página)

2 Los medios permiten producir, codificar y circular los discursos individuales, comunitarios o ideológicos. Son instrumentos para dar forma a
algo. Por lo mismo Martín Barbero hablaba no de medios sino de mediaciones, de significados de circulación masiva. Controlar los medios y las
alternativas tecnológicas (hipermedios), es controlar los espacios de consumo y significación.

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La identidad hipermedial

Fuente: Elaboración propia

En ese ir de lo igual a lo diferente, de la persona a lo social, la identidad se sirve de recursos como el


lenguaje y las prácticas sociales y generadoras de significado envueltas en la cultura.

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Ser persona para nosotros mismos y los demás, se constituye, desde la tradición culturalista, por las
descripciones de nosotros mismos con las que solemos identificarnos. La identidad se torna entonces en
discurso y al igual que la cultura se refiere desde los significados compartidos. El lenguaje, pues, está en el
meollo de la identidad. Primero por “ser el medio por el que los significados culturales se forman y comunican,
y, por ser el medio y vehículo por el que llegamos al conocimiento de nosotros mismos y del mundo social”
(Barker, 2003, p. 35).
Bajo esta óptica, Paul Ricoeur introduce en su texto Tiempo y narración, la noción de identidad, la
estructura temporal de un texto narrativo aportando la identidad narrativa. Para Ricoeur, el yo es el relato de
vida que el sujeto se cuenta a sí mismo (Ricoeur, 2004).
En el libro Sí mismo como otro, Ricoeur (1996) complementa la identidad narrativa con la identidad
relacional. El lugar que ocupa la persona con respecto a los demás, es tan importante como la identidad psíquica
y la corporal. Por tanto, la empatía discursiva y la afinidad entre los sujetos se da en la correspondencia entre lo
que soy para mí y lo que soy para los demás. Ser reconocidos por los otros es una cierta validación consensual;
es decir, ser reconocidos es auto-validar la propia identidad. Ese es el terreno del diálogo entre el Ego Discurso
y la Ego Lectura (Ilustración 10). Entre la abstracción, la proyección, la transferencia, la identificación y el efecto
halo. En ese sentido, el reconocimiento es aceptar la historia contada por uno mismo.

Ilustración 10: Ego Discurso vs Ego Lectura

Fuente: Elaboración propia

Las diferencias, disimetría y problemas de legitimidad se dan ante la distancia entre el yo narrado y el
yo percibido. La reciprocidad en la lectura y el reconocimiento se vuelve en la posmodernidad más que en un
acto de justicia, constituye el requisito indispensable para que la persona sienta que existe realmente.
La convivencia en el espacio social es el resultado de una secuencia de interacciones y prácticas
discursiva entre narraciones identitarias que se desarrollan en el tiempo y en el espacio.
La dialéctica discursiva identitaria es un patrón que se mueve entre la identificación, el reconocimiento
y la interiorización construyendo como afirma el pedopsiquiatra Daniel Stern, tramas temporales de
sensaciones (Flahault, 2009) en las que las personas experimentan sentimientos y afectos vitales.
Elaborar la narración de uno mismo y auto-constituirse, implica siempre al otro que escucha, entiende,
acepta, valora y valida. Entre la identidad narrada y la percibida existe siempre una tensión relacional ya que en
el marco social, al individuo no le es suficiente la narración auto-contada y creída.

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La identidad hipermedial

La identidad se convierte así en esa sutil frontera entre el otro y el yo. Es la síntesis de los fragmentos
de historia, recuerdos, experiencias, relaciones, encuentros y desencuentros. La identidad es lo que se
manifiesta en el ámbito simbólico tras la biografía narrada y la biografía percibida. Es el vértice entre la Red de
pertenencias sociales, los atributos personales y la narrativa personal.
La identidad, es posible desde el lenguaje, los códigos, los signos, las representaciones, la comunicación.
Es en sí vínculo y diálogo; identificación y proyección; proyecto y sentido del mundo; conexión normativa,
tensión entre la identidad cosmopolita y la ciudadanía democrática (Ramírez Grajeda, 2007, p. 15). Mirar, ser
mirado… ser identificado. La identidad es la posibilidad de distinguirse de los otros y las cosas.
Es posible considerar la problemática identitaria en la intersección de los atributos personales, la
narrativa personal y la red de pertenencias sociales (Ilustración 11). Es decir, desde la teoría de la cultura, la
de los actores sociales (agency) y las representaciones sociales (habitus). Así se identifican las diferencias, la
distinguibilidad, la interacción, la comunicación y las intersubjetividades lingüísticas.

Ilustración 11: La triada identitaria

Fuente: Elaboración propia

En el reconocer, auto-reconocer y el heto-reconocimiento, Alberto Melucci (1991, pp. 40-42) elabora


una tipología que contempla cuatro configuraciones identitarias:

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1. Identidades segregadas. Hay una identificación y afirmación independiente al reconocimiento de


los demás.
2. Identidades hetero-dirigidas. Hay identificación y reconocimiento por parte de los demás, pero
hay débil reconocimiento autónomo.
3. Identidades etiquetadas. Hay identificación autónoma y la diversidad fue establecida por otros.
4. Identidades desviantes. Hay adhesión a las normas y modelos sociales pero imposibilidad de
ejercerlas. El rechazo es muestra de diversidad.
Bajo la óptica de Melucci, la identidad tiene ese carácter de intersubjetividad, reconocimiento,
aprobación y relación. Al proceso de distinguibilidad y relación se suman la pertenencia a colectivos, la presencia
de atributos idiosincráticos y la narrativa biográfica. La identidad se refuerza en la pertenencia y la amplitud
social.
La apropiación e interiorización del sujeto y los objetos está íntimamente ligada. La relación simbólica
establecida redimensiona la validación consensuada. El tamaño de las redes sociales, así como la intensidad
de las interacciones reafirman al yo.
Las redes, comunidades y grupos son complejos simbólicos-culturales en los que se construye la
identidad por compartir un sentido común, informaciones, creencias, opiniones, conocimientos, orientaciones
y actitudes. Desde ahí se enmarca la percepción, se interpreta la realidad, se guía el comportamiento y se
define la propia existencia.
El propio cuerpo, los rasgos de personalidad, las características de socialidad, las disposiciones,
actitudes, tendencias, atributos biológicos y sociales son empleadas como extensiones de la identidad. La
persona construye constelaciones expresivas que sirven para mediar el mundo.
A ello hay que sumar las secuencias significantes que derivan directamente de la articulación de
todos estos componentes
La identidad es la resultante de la conjunción de todos estos indicadores en cada individuo en modo
concreto único y personal (Ilustración 12).

(Ver ilustración 12 en la siguiente página)


Las relaciones establecidas y los entornos en los que interactúa, llevan a cada persona a construir
identidades múltiples, mutables, adecuadas y pertinentes a los núcleos simbólicos donde habrá de
representarse.
La identidad permite a la persona distinguirse y ser distinguido, definir los propios límites, generar
símbolos y representaciones sociales específicos y distintivos; le permite configurar y reconfigurar el pasado
y reconocer como propios ciertos atributos y características (Giménez, 2009, p. 38).
La identidad es un sendero que se construye en solitario y se recorre en compañía... La identidad, como
bien señala García Canclini, se produce, circula y se consume en la historia social. La identidad es comunicación
de significados que son emitidos, recibidos, reprocesados y recodificados. Es pues, una instancia simbólica,
un espacio en el yo en el que se reproduce la sociedad; un espacio en el que se marcan las diferencias; un no
espacio, en el que se da sentido pleno a la existencia, en el que se encuentra una razón de ser.
Ser yo mismo ante mí mismo, es el entrecruce de la cultura con la sociedad, lo material con lo simbólico.
Ser el que se es,es hacer evidente la complejidad de las diferencias.
Quizá el gran problema de la civilización hipermoderna no sea del todo la condición identitaria, sino
que parafraseando a Cornelius Castoriadis: es que hemos dejado de poner en tela de juicio nuestra propia
condición (Bauman, 2009, p. 12).

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La identidad hipermedial

Ilustración 12: Modelo ampliado de la identidad

Fuente: Elaboración propia

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