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El león y sus súbditos

El rey de la selva, el león, quiso un día conocer a sus súbditos, pues


su reino era tan grande que hasta entonces no le había sido posible.
Despacho emisarios y los habitantes de la jungla fueron llegando para
asistir al banquete con que les obsequiaba su soberano.

Los invitados estaban muy sorprendidos, ya que en lugar de hallar un


soberbio palacio entraron en una caverna estrecha y oscura que olía muy
mal. El oso, que fue el primero en entrar, se cubrió la nariz con la zarpa.

Aquel gesto le sentó tan mal al león, que acabó con el oso en un
instante.

El mono, que llegaba detrás, decidió disimular todo lo que el susto


le permitía y se maravilló del lujo que reinaba allí y la fragancia de rosas
que percibía.

Tantas alabanzas hicieron entrar en sospechas al león y el mono


siguió la misma suerte del oso.

Indignado con sus vasallos, el rey de la selva descubrió al zorro


semiescondido en un rincón. Clavando en él sus ojos, preguntó:

_ ¿Qué te parece, zorro? ¿Huele mi casa bien o mal?

El astuto animal, que no estaba dispuesto a servir de manjar al león,


replicó cortésmente:

_ Perdonad, señor; pero anoche pillé un tremendo resfriado y tengo la


nariz tan taponada que no distingo nada.

De no utilizar la estratagema, es seguro que hubiera sido el tercer


plato del banquete de su rey.

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