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Desde la experiencia del trabajo comprometido en la mejora de la educación pública, tanto desde el aula como desde el centro,
asumiendo tareas de coordinación, de jefatura de estudios y de dirección, a lo largo de 34 años de trabajo, se aporta una reflexión
sobre como convertir las rígidas estructuras organizativas de un centro escolar en espacios de reflexión, investigación y acción que
permitan a la Comunidad Educativa sentirse parte en la construcción de un Proyecto Educativo Democrático de mejora de la
calidad educativa y de transformación social.
Suele ser frecuente que la Administración, las personas que se dedican a asesorar, las
que se consideran expertas y el profesorado universitario en general, salvo honrosas
excepciones, situándose desde fuera, perciban los centros educativos como escenarios,
algunos grandes y otros pequeños, en los que hay que representar una obra previamente
escrita, la misma para todos, y que vean al alumnado, las familias y a los maestros y
maestras como los actores y actrices, obedientes y aplicados, que la deben llevar a cabo.
Por eso, hay ingentes obras, algunas fantásticas por cierto, que indican cómo deberían
ser los criterios, desarrollan estructuras y aportan ejemplificaciones que nos pueden
acercar al modelo organizativo más deseable. Pero como es lógico, el modelo deseable
no es el mismo para todos los pensadores de la educación, como tampoco lo son las
indicaciones para llegar a hacerlo efectivo. Tampoco la misma estructura tiene por qué
ser válida para todas las escuelas y la experiencia así lo demuestra. En primer lugar,
cabría preguntarnos qué se pretende al imponer determinadas estructuras educativas,
qué concepción de la escuela, de la educación y de la profesión docente se esconde tras
ese interés normativo. Está muy claro, hay estructuras que facilitan la vida
democrática y otras que la impiden. La organización no es una cuestión técnica
sino política. Y, la democracia en la escuela es un factor de calidad educativa.
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derechos laborales y desorientados ante las diferentes leyes educativas que se suceden
sin orden ni concierto. La formación docente al servicio del poder dominante, dictada
desde la administración y reducida a un conjunto de técnicas aisladas de lo personal y
de lo sociopolítico, no genera ilusión, ni pasión por el saber y el continuar aprendiendo.
Todo esto contribuye al desarme moral e ideológico de los docentes que sienten que
pierden capacidad real de maniobra y se refugian en la cultura de la queja
desorganizada y, por tanto, inútil, en el descontento, el pesimismo, la inmovilidad y la
pérdida de la voluntad de rebelarse contra todo aquello que causa su malestar y
opresión.
Por otra parte, el movimiento asociativo de padres y madres está muy dividido y
soporta presiones desde todos los ámbitos. Múltiples factores juegan en su contra,
desde la dificultad de coordinación y formación conjunta hasta la dificultad real que
tienen para participar en los centros debido a las suspicacias e inseguridades de
muchos docentes que, todavía hoy, ven a las familias como posibles enemigos en vez
de como sus mejores aliados. Además, las familias han sido paulatinamente excluidas
del ámbito de las decisiones, tanto a nivel macro como micro. E incluso algunas han
asumido el mensaje neoliberal de delegación y ni tan siquiera se lo plantean.
Así, las grandes decisiones sobre la Educación: qué y cómo se ha de enseñar, las
grandes líneas de la organización y gestión escolar, los estándares de evaluación, la
disciplina eufemísticamente llamada «convivencia» y concretada en leyes de autoridad,
etc., siguen estando en manos de los poderes económicos internacionales que modifican
currículos y estructuras formativas en base a sus intereses con la ayuda de «expertos» y
teóricos bien pagados, y dejan completamente al margen a la sociedad en general y
a los agentes educativos directos en particular, profesorado, familias y alumnado.
Los grandes capitalistas deciden qué y cómo en función de sus intereses utilizando la
escuela como un gran mercado, los gestores planifican, los expertos definen el currículo
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que concretan al detalle las editoriales, los expertos en evaluación evalúan, los
directores son la vía de transmisión de la Administración, los docentes encerrados en
sus especialidades y departamentos, etc. ¿Dónde queda la democracia?
Por lo general, aunque cada escuela es un mundo y es muy difícil generalizar, muy
pocos centros consideran la organización escolar un tema de innovación, investigación
o simplemente de debate riguroso. Los procesos innovadores que leemos en revistas
pedagógicas pocas veces empiezan planteándose un cambio de las estructuras
organizativas. Sin embargo, es algo completamente lógico si pensamos que la
organización escolar debería ser una herramienta al servicio de los fines y objetivos
educativos planteados y no el marco legal que, sean cuales sean las características
particulares de cada escuela, debe ser respetado. Si en algún aspecto la resistencia al
cambio es más fuerte, es en todos aquellos ámbitos que hacen referencia al organigrama
establecido por la ley de turno. Cuestionar la manera en que se elige la dirección de un
centro, cuestionar los departamentos en la educación secundaria, cuestionar la
composición y funciones del Consejo Escolar, cuestionar la rutinización de los espacios
de coordinación en los centros escolares, es para muchos docentes, alumnado y
familias, algo impensable y no sólo por miedo, sino porque no creen que eso forme
parte de su quehacer, no creen que eso pueda ser objeto de su participación activa.
No se han parado a pensar que toda la organización de un centro es un esqueleto
construido y que, por esa misma razón, puede ser de-construido y vuelto a construir de
otra manera, una y otra vez hasta que encontremos la forma más adecuada en cada
momento que, además, no tiene por qué durar para siempre. Pocas comunidades
educativas reivindican la autonomía necesaria para organizarse en función de un
Proyecto Educativo y un Proyecto Curricular propios, entre otras cosas porque no los
tienen, ni se plantean tenerlos. El imaginario colectivo de aceptación, obediencia,
sumisión y la tendencia a reproducir aquello que hemos vivido condicionan después
nuestras prácticas y nos convierte en espectadores de la vida y, por ende, de nuestro
trabajo en la escuela. El trabajo forma parte de la vida y ¡de qué manera por cierto! La
experiencia vital de la mayoría de los docentes es alienante, pasiva, delegada, tanto en
su vida como alumnos, como en su quehacer docente, como en su escasa vivencia
ciudadana.
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para el orden social establecido. La organización escolar se convierte así en un
instrumento de manipulación y control heredado del franquismo, que hace muy difícil,
cuando no imposible, cualquier iniciativa de mejora de la calidad. Con la organización
escolar pasa como con todas las demás parcelas del complejo mundo escolar. Unos
planifican la organización y otros la cumplen sin rechistar porque les han secuestrado
ese ámbito de decisión y, además, lo consienten.
De ahí que la primera condición para que las cosas cambien pase por que la
Comunidad Educativa se sienta responsable de todo el proceso educativo. Este
sentimiento está relacionado con la disposición a aprender y con lo que se ha
denominado la «recreación de la cultura» en el centro y en el aula. Las personas sólo
se sienten responsables de aquellos procesos en los que se implican. No hay
responsabilidad sin participación. Solo cuando las personas de un centro se implican
directamente en su mejora, éste mejora. La organización escolar es una parte
fundamental del proceso de aprendizaje en la escuela. Ningún cambio será posible si no
se hace mediante proyectos que supongan la emancipación de las personas que
participarán en ellos. Hoy más que nunca recuperar la ilusión y la pasión por la
Educación pasa por implicarnos con otras personas en proyectos comunes que nos
hagan vivir el trabajo como un espacio más de vida. Hay que querer cambiar lo
existente por algo nuevo, sentirnos sujetos activos de nuestro trabajo, de nuestra vida.
Hay que saber que compartir con otras personas un proyecto nos sitúa en el camino de
la transformación y la cohesión social. Recuperar los sueños y esperanzas y
convertirnos todos y todas en aprendices del oficio de vivir sin miedo, ser conscientes
de que las personas, si quieren, pueden construir sus propias realidades.
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Estos y otros muchos referentes, así como la evidencia de que vivimos en democracias
formales y representativas en las que apenas hay contextos reales en los que vivenciar
experiencias de participación democrática, pueden ayudarnos a clarificar nuestros
objetivos. Se da por hecho que vivimos en democracia sin que la mayoría social se
cuestione el porqué y para qué de la misma. La democracia y la ciudadanía van
íntimamente vinculadas a los conceptos de responsabilidad y libertad con el objetivo de
diseñar la vida en común en todos los ámbitos en que ésta tiene lugar. Si la mayoría no
hace uso de este derecho de participación colectiva, la democracia no está viva, no hay
democracia. De ahí que la democracia siga siendo una tarea pendiente en esta sociedad.
Somos muchos y muchas los que queremos educar a las personas para transformar el
mundo, con energía, con pasión, con ganas. Esta sociedad necesita personas formadas y
libres, gente en disposición de aprender mediante vivencias compartidas. Sólo
podremos iniciar procesos de transformación social con una ciudadanía activa que
impulse la vida comunitaria: escuelas públicas, cooperativas, organizaciones de vecinos,
asociaciones voluntarias, sindicatos y partidos políticos democráticos, que convierta los
problemas privados en consideraciones públicas. Una sociedad capaz de detener la
privatización y despolitización de la ciudadanía y la sociedad. Para profundizar en la
democracia, hay que posibilitarnos experiencias de vivencias democráticas en las aulas,
en los centros, en las organizaciones, en todos los ámbitos de la vida social.
Como dice Nico Hirtt, en su libro Los nuevos amos de la escuela, frente a las funciones
tradicionales de la escuela, económica, ideológica, de socialización y de reproducción
social, hemos de apostar por la función emancipadora de la educación que consiste en
educar para la participación responsable y la crítica activa. Educar para plantar cara a la
injusticia, para rebelarse contra la opresión, para exigir derechos y asumir deberes.
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COMÚN, es decir, fomentar la conciencia crítica y democrática, la participación e
implicación política y social, y la convivencia en la pluralidad cultural e ideológica.
La primera condición para que un centro inicie procesos de cambio es que haya una
persona o un conjunto de personas que de verdad quieran, que tengan la voluntad de
incidir en la vida del centro y que se lo planteen como un proyecto racional de
trabajo y no como una aspiración que lloverá del cielo. Para ello, una tarea prioritaria
es educarnos las actitudes. Plantearnos como objetivo de trabajo este cambio de
actitudes. Tener y propiciar una actitud positiva, creer que es posible, implica atreverse
a vencer la inercia y superar el miedo que producen nuevas situaciones no controladas.
Tener y propiciar una actitud inconformista, implica reflexión y crítica y autocrítica
permanente constructivas de avance y mejora. Educarse en el respeto que permite la
crítica y al tiempo aceptar diferentes niveles de implicación, diferentes maneras de
pensar y actuar. Educarse en compromiso social supone apostar por la igualdad de
oportunidades y la democracia radical. Educarnos sobre todo en la práctica de una
actitud activa y racional al servicio de un proyecto de transformación personal,
educativa y social.
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Generar alternativas de organización curricular pasa por convertir todos los espacios
docentes de coordinación en espacios de formación con objetivos concretos y comunes
que se pueden plantear en periodos de tiempo sucesivos. Espacios formativos que
contemplen las visitas a otros centros, el intercambio de experiencias, la reflexión con la
ayuda de otros docentes más experimentados, las lecturas pedagógicas, el visionado de
películas, talleres de desarrollo de prácticas docentes, etc. En estos procesos es muy
importante escribir y escribir, y es mejor cuantas más personas lo hagan, así como
contar a otras personas qué se está intentando hacer y cómo se hace.
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coordinación consideramos deseables y llenarlos de contenido año a año para evitar la
rutinización y la burocracia.
En todos los centros de Infantil y Primaria se planifican tiempos para las coordinaciones
de nivel, ciclo e interciclos, la CCP, los departamentos, las juntas de AMPAS, las
cámaras de delegados/as de familias y alumnado, etc. También están los claustros, los
consejos escolares y, en algunos casos, incluso los espacios formativos. Si bien es cierto
que todas estas coordinaciones quedan reflejadas en los horarios, también es un hecho
que estas reuniones en la mayoría de escuelas e institutos se convierten en algo
completamente rutinario, sin proyectos de trabajo claros y sin un objetivo específico que
vaya más allá de planificar el trabajo de cada semana, las fiestas tradicionales o
completar la ingente burocracia impuesta.
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§ Dar cuerpo a la propuesta formativa en base a las aportaciones de todas las
personas que integran una comisión.
§ Articular y dinamizar la propuesta implicándose activamente en la búsqueda de
lecturas, vídeos, películas, personas, experiencias que puedan ayudar a abordar
las cuestiones desde una perspectiva crítica y enriquecedora y que, sobre todo,
aporten elementos para reflexionar sobre la práctica y mejorarla.
§ Organizar el calendario de las sesiones de asesoramiento, visitas a otros centros,
debates, etc. en
§ En cada sesión: facilitar los materiales y el guión de trabajo con tiempo
suficiente; dinamizar las sesiones propiciando la participación de todos y todas,
así como un aprovechamiento óptimo del tiempo; recoger los acuerdos y puntos
de debate que facilitaran el trabajo en las reuniones de nivel, ciclo y en otros
ámbitos organizativos. Las actas de cada sesión han de ser documentos de
trabajo que recojan acuerdos y puntos de desacuerdo y no una serie de
intervenciones individuales; escribir es fundamental.
Con esta estructura, al cabo de varios años se pueden ir revisando aspectos clave de la
vida de los Centros en un proceso permanente de reflexión-acción. Se puede elaborar
colectivamente un Proyecto Educativo que se redefina constantemente mediante la
acción, planes de convivencia y estrategias ante los conflictos que superen las rígidas
normativas e inútiles leyes de autoridad docente, programas de compensación educativa
y atención a la diversidad que busquen poner de manifiesto diferencias y desigualdades
para abordarlas desde la perspectiva de la justicia social y la igualdad de oportunidades,
proyectos de democratización y participación de toda la Comunidad Educativa, revisión
de los proyectos curriculares fomentando la reflexión sobre fines educativos,
currículum, metodologías diversas, materiales curriculares, etc. Como decíamos antes,
lo importante será el proceso en el que un grupo de personas decide ser protagonista de
su propia educación y formación, construyendo un proyecto propio ilusionante, un
proyecto que será mejor cuantas más personas se sientan parte.
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convertirse en objeto de formación conjunta, de acercamiento mutuo, de aprendizaje
colectivo, de entendimiento y de sentido educativo.
Iniciar estos procesos implica diseñar también una organización de los espacios de
tiempo disponibles y de los ámbitos de participación.
Desde la LODE, las sucesivas leyes educativas han ido recortando la poca participación
democrática existente en la mayoría de centros docentes. El Consejo Escolar, máximo
órgano de representación y gestión de los centros escolares, nunca llegó a ser útil para
dirigir democráticamente un centro; con el tiempo, se han ido recortando sus funciones,
hasta que la perversa LOMCE lo ha dejado sin capacidad decisoria convirtiéndolo en un
órgano consultivo. Los claustros también han ido poco a poco perdiendo el papel
protagonista, aunque a veces vacío de contenido, que tenían en la dirección y gestión de
los centros y han ido delegando en la Dirección de los mismos, muchas veces de
carácter unipersonal y al servicio de la Administración por la que fue nombrada. Por su
parte, las asambleas del alumnado han ido perdiendo su carácter de participación y,
convertidas en horas de tutoría, se han utilizado para imponer normas, proyectar
películas y poca cosa más. Quedan pocas asociaciones de alumnado de secundaria. Las
AMPAS no encuentran la manera de participar en centros que en muchas ocasiones se
la niegan. Los representantes de las familias en el Consejo Escolar no tienen cauces para
debatir con otras familias las propuestas.
Una vez desposeído de todas sus funciones decisorias y con un carácter meramente
valorativo, conviene que cada centro determine qué utilidad le puede dar a este órgano
para que sirva a los intereses de la Comunidad Educativa. Las experiencias de los
consejos escolares paritarios y abiertos que, además de aprobar (ahora evaluar) todos los
planes del centro, se planteaban dar respuesta a las múltiples deficiencias en
infraestructuras, profesorado y recursos administrativos, son muy positivas. Se trata de
atribuir a los consejos escolares nuevas funciones como la reivindicación de mejoras
pendientes y su negociación tanto con la Administración local y autonómica. Esto
requiere un buen trabajo coordinado en el tiempo tanto para planificar necesidades y
actuaciones como para hacer un seguimiento de las mismas. Para conseguirlo es
necesario que el Consejo Escolar sea un órgano abierto que invita a sindicatos, partidos
políticos y asociaciones en general para hacerles partícipes y conscientes de que la
mejora de la educación es una tarea de toda la sociedad. Todas las personas que han
luchado contra las administraciones para mejorar sus centros conocen el ingente trabajo
que han tenido que invertir en ello: demostrar la necesidad mediante largos documentos,
solicitar múltiples reuniones, organizar protestas continuadas en el tiempo, pedir apoyo
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a sindicatos, federaciones de AMPAS y partidos políticos, recurrir a los defensores del
pueblo, denunciar en prensa, etc. Todo ello para hacerse oír y conseguir derechos
básicos como que se cubran sustituciones por baja en tiempo y forma, que se instale la
calefacción, que se eliminen barracones, que envíen a un docente de educación especial
para niños y niñas que lo necesitan, solicitar más profesorado para atender a la
diversidad (PTs, logopedas, TS, etc.), pedir que educadores sociales entren en los
centros para coordinar acciones de compensación educativa dentro y fuera de la escuela,
impedir que supriman unidades, defender 20 alumnos/as por aula en infantil, 25 en
primaria y 30 en secundaria, que construyan un gimnasio un laboratorio o una sala de
usos múltiples, que doten de material a la biblioteca, que insonoricen el comedor, que
reparen desperfectos varios, que planten árboles en el patio, solicitar asistencias
domiciliarias, oponerse a la privatización del comedor, del transporte, y así en un largo
etcétera que cualquier centro puede ampliar.
Todos los centros educativos que se atrevan a construir su Proyecto Educativo día a día
mediante el diálogo y la reflexión compartida sobre la práctica, deben dotarse de un
órgano interestamental en el que las personas que dinamizarán el proceso se reúnan
sistemática y periódicamente para organizar de manera adecuada cada paso.
Calendarizar todas las reuniones y establecer las diferentes conexiones que deben darse
entre ellas para asegurar una coordinación efectiva es una tarea necesaria. También es
necesario sugerir los guiones de trabajo de cada sesión a partir de la puesta en común de
lo trabajado en la sesión anterior. Conviene que el Equipo Directivo, la Presidencia del
AMPA, todas las personas que coordinan las diferentes comisiones de trabajo (sean
madres, profesores, alumnas, personal de administración y servicios, etc,) y los
coordinadores de ciclo formen parte de esta comisión. Ha de ser una comisión útil y
muy práctica en la que se planifique y replanifique toda la actividad del centro. Marcar
un horario y una periodicidad semanal o quincenal favorecerá sin duda su
funcionamiento.
Cuanto mayor sea el número de cauces de participación disponibles, más fácil serán
estas tareas para aquellas personas que deseen implicarse en ellas. La cámaras de
delegados y delegadas de familias está formadas por personas elegidas entre los
diferentes grupos de alumnado. Normalmente, cada grupo-aula elige a dos padres o
madres para posibilitar su permanencia en la Cámara durante un ciclo y asegurar la
asistencia y la información al grupo. También participan los miembros de la Junta del
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AMPA que así lo decidan. Esto supone contar con unas 40-50 personas que quieren
colaborar de forma activa en el buen funcionamiento del centro y además quieren
formarse. Conviene que al menos una persona del Equipo Directivo asuma entre sus
funciones la de convocar y dinamizar el funcionamiento de la Cámara junto con los
miembros que cada año sean elegidos para esa tarea. Su funcionamiento depende de
cada centro, por lo que me limitaré a sugerir dos ideas, fruto de la experiencia del C.P.
Cervantes de Buñol.
La Cámara de Delegadas de familias se reúne dos sesiones al mes durante dos horas. La
primera de las reuniones está destinada a analizar el funcionamiento de cada grupo
clase, así como a manifestar quejas, aportaciones y sugerencias. En las reuniones se
aborda la reflexión sobre los diferentes programas del centro en su doble vertiente:
información del proyecto y análisis de su puesta en práctica. Hay que tener en cuenta
que cada año se incorporan al centro nuevas familias y que las delegadas también
cambian, por eso es muy importante la información-reflexión que pretende implicar a
cuanta más gente mejor en los proyectos.
Hay algunos centros que han ensayado experiencias de participación del alumnado en
decisiones que afectan a la vida del centro globalmente considerada. El nombre es lo de
menos, Cámara de Delegados y Delegadas, Consejo de Alumnado o cualquier otro. Lo
importante es propiciar estructuras flexibles de participación en la que se ensayen
procesos que permitan la representación de un grupo por parte de sus
representantes, democráticamente elegidos. Para elegir representantes hay que
establecer previamente los objetivos: ¿Para qué elegimos representantes? ¿Cuáles son
sus funciones? ¿Qué normas de comportamiento deben presidir sus actuaciones? ¿Cómo
y cuándo evaluaremos si nos representan correctamente? ¿Cómo se produce el proceso
de elección? ¿Cómo se toman los acuerdos? ¿Cómo se trasladan los acuerdos adoptados
en las asambleas de aula a la Cámara? La respuesta a todos estos y muchos más
interrogantes supone todo un plan de trabajo en el que el alumnado y el profesorado
pondrán en práctica múltiples aprendizajes conceptuales, procedimentales y
actitudinales en el más puro sentido academicista, pero sobre todo vivenciarán lo que
supone pensar para tener opinión, dialogar para contrastar las opiniones, negociar para
llegar a acuerdos, estudiar la mejor manera de trasladar esos acuerdos, comprobar si se
han trasladado fielmente, etc. Una Cámara de Delegados y Delegadas viva debe
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conjugar una buena coordinación y planificación por parte del equipo docente y, a la
vez, funcionar con la flexibilidad suficiente para incorporar todas las aportaciones que
vayan surgiendo. Si los temas que se tratan no están directamente vinculados con las
necesidades de sus protagonistas y con la vida real del centro, estas estructuras acaban
convirtiéndose en algo también rutinario y acaban por desaparecer. Por el contrario, si
en ellas se expresa el sentir y el deseo del alumnado, se convierten en una experiencia
sumamente enriquecedora para las personas implicadas. Hacer partícipe al alumnado de
toda la vida del centro, con sus aciertos y problemas, implicarlos en todos los temas,
desde el tratamiento y resolución de conflictos, mediación, etc. hasta la planificación de
actividades diversas como salidas al entorno, montaje de exposiciones, actividades de
aula con grupos de diferentes edades (alumnos de 6º que enseñan a alumnos de 4º a
medir ángulos con transportador, a localizar en un mapa, o cualquier otra actividad que
requiera una atención individualizada), planificar estrategias de reivindicación ante las
administraciones y de exposición de quejas ante el profesorado, etc. son tan sólo
algunos ejemplos de los aspectos que puede abordar una Cámara de Delegados en
íntima relación con las asambleas de aula.
Los espacios de coordinación son lo que las personas que los conforman quieren que
sean, tiempos banales para el aburrimiento, la pérdida de tiempo y la rutina. O espacios
donde podemos aprender y disfrutar del intercambio. De nosotros y nosotras depende. O
vivimos cada uno de los espacios en los que nos movemos o ellos nos viven a nosotros.
Como en la vida cotidiana, todo es política, la neutralidad no existe. O tú decides u otros
decidirán por ti.
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Es un hecho que en muchos centros se dan verdaderas dificultades para elegir equipos
directivos. Nadie quiere asumir esa responsabilidad y, en muchos casos, es la inspección
la que nombra. Las últimas propuestas de la Administración para resolver este problema
van en la línea de la formación de directivos técnicos y desideologizados y, finalmente,
en la profesionalización de la Dirección. Se trata de preparar directores/as que
representen a la Administración, que controlen y fiscalicen a padres, madres,
profesorado y alumnado. La dirección de un centro comporta tareas de gestión
administrativa, pero también y fundamentalmente de representación democrática y de
orientación y coordinación pedagógica. Estas tareas deben ser explicitadas y
concretadas en proyectos de trabajo que sean el resultado de debates y decisiones
colectivas. Y eso no puede ni debe marcarlo la Administración. La Administración rara
vez conoce la realidad concreta de cada centro, sus singularidades y sus potencialidades.
Son los miembros de la Comunidad Educativa los que, conscientes de sus realidades y
decididos a implicarse con responsabilidad y compromiso en su trabajo, pueden mejorar
la práctica educativa mediante la vivencia democrática. Los docentes tienen que
reconocer que las tareas de dirección y gestión les son propias y que si necesitan
formación para llevarlas a cabo pues tendrán que formarse: eso sí, todos y todas juntos,
como en el resto de aspectos de la vida escolar, compartiendo los significados de lo que
implican estas tareas, para no caer en abusos de poder, servilismo ante la
Administración y en la burocracia que todo lo mata.
Sólo una Comunidad Educativa que sienta la escuela como algo suyo, que quiere cuidar,
conservar, proteger y mejorar es capaz de impulsar cambios transformadores. Es el
claustro quien debe asumir las tareas de gestión y dirección como propias y
comprometerse a llevarlas a cabo de una forma participativa y democrática. En este
sentido, las direcciones colegiadas y rotativas que se han venido practicando en
algunos centros pueden ser una alternativa. Formular equipos que se sucedan facilita la
continuidad del trabajo. También es muy útil que no todos los miembros del Equipo
Directivo se sustituyan al mismo tiempo. Una vez cumplidos dos o tres años en el cargo,
conviene que que cada año un cargo deje su puesto y sea sustituido por otra persona que
se incorporó en prácticas el año anterior. Esto permite que sean cuatro personas y no
tres la que se impliquen en la dirección y la gestión, y al mismo tiempo, facilita la
incorporación de personas más indecisas que por este procedimiento superan miedos e
inseguridades.
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5.2.7. Las tutorías con las familias
Además de las reuniones, otro ámbito básico e imprescindible desde el punto de vista
educativo y de derecho democrático son las entrevistas del profesor o profesora con
cada familia en particular. Este espacio, normalmente reservado a una hora semanal,
en muchas ocasiones carece de contenido real. En la mayoría de centros, se deja a
iniciativa de las familias que piden entrevistas o se utiliza para hablar con aquellas
familias cuyos hijos/as no responden a las exigencias formativas del profesor o
profesora. Sin embargo, la experiencia demuestra que es mucho más gratificante e
incide positivamente en el alumnado individual y colectivamente, si el profesorado
planifica un calendario de entrevistas con todas las familias. Dicho calendario puede
rehacerse cada trimestre o, si es demasiado, dos veces al año. Los centros que han
iniciado estas dinámicas se han dado cuenta en seguida de la necesidad de formación;
para que una entrevista sea provechosa hay que tener en cuenta una serie de factores que
Pere Arnáiz y Sofia Isus matizan muy bien en su libro La tutoría: organización y tareas
que recomiendo encarecidamente. Estos autores señalan que antes de la entrevista
conviene reflexionar sobre aspectos como: ¿Por qué y para qué hemos convocado a la
familia?, ¿Qué queremos consultar y de qué queremos informar?, ¿Qué esperamos de la
familia que va a venir? Durante el desarrollo de la misma conviene tener en cuenta el
espacio físico, aclarar expectativas, pensar en la utilidad de la entrevista, procurar
establecer una relación empática, crear un clima psicológico no amenazante, escuchar
con atención, hablar con sinceridad y claridad, aclarar malos entendidos, tener en cuenta
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que tanto las familias, como el profesorado, en muchas ocasiones, sufren los problemas
por igual y no saben cómo resolverlos. Se trata de colaborar, no de culpabilizar.
También es importante anotar compromisos concretos que tanto las familias como
nosotros, como el alumnado hayamos adquirido. Después de la entrevista conviene
hacer seguimiento de los acuerdos y notificación a la familia de los avances, retrocesos
o imprevistos que vayan surgiendo a través de la agenda o, en caso necesario,
convocando una nueva entrevista. Es sumamente útil que siempre que sea posible el
alumnado esté presente en la entrevista y sea partícipe de los acuerdos adoptados.
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explícita del profesorado de facilitar la expresión, el debate, el intercambio de ideas, el
respeto y la construcción colectiva de significados, aspectos todos ellos que deberían
impregnar cualquier actividad de enseñanza aprendizaje.
Todo organigrama escolar debería contemplar tiempos para que la tutora u otro profesor
pueda orientar a cada alumno y alumna en su proceso de aprendizaje y en su avance
vital. En muchos centros de secundaria se están implantando las tutorías
individualizadas, realizadas por profesorado voluntario, que en muchos casos resultan
sumamente útiles. Hay alumnos y alumnas que sólo en las distancias cortas se animan a
manifestar sus opiniones, que sólo desde la confianza y la empatía son capaces de salir
de su aislamiento e iniciar procesos de implicación en la vida de la escuela a todos los
niveles. A veces, la urgencia de las materias nos impide valorar la importancia de lo
afectivo y relacional en cualquier aprendizaje y nos olvidamos de la inmensa carga
educacional que puede tener una conversación orientada a reflexionar, comprender,
ayudar, buscar vías de encuentro, desarrollar habilidades sociales, etc.
Para concluir, tanto en el actual marco normativo como en cualquier otro que puedan
inventarse, siempre es posible encontrar rendijas por las que colarse y aprovechar las
estructuras para crear ámbitos de participación, vivencias de democracia. También es
cierto que esos marcos normativos actúan como pesadas losas sobre el pensamiento de
los y las docentes, condicionando y en muchos casos determinando sus actuaciones.
En los centros de primaria, todos los docentes disponen de un tiempo común fuera del
horario lectivo, cinco horas semanales complementarias que cada centro organiza como
cree más conveniente alegando una propuesta razonada de flexibilidad horaria a la
administración correspondiente. Con estas cinco horas se puede jugar de maneras muy
diferentes, pero que duda cabe que en estas horas la coordinación es posible. Es muy
útil concentrar dos de ellas en una tarde o al final de una mañana para celebrar claustros
ordinarios y formativos y comisiones específicas, y las otras tres reservarlas para
coordinaciones de nivel, de ciclo y tutoría con las familias. También es muy importante
que el Equipo Directivo contemple en su horario las reuniones con las cámaras de
Delegados del Alumnado y de las Familias.
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complejidad en función de las especialidades y variables como la optatividad, los
desdobles, etc. que imposibilita cualquier propuesta de flexibilidad horaria con el
alumnado. La educación secundaria necesita una revisión en profundidad, a todos los
niveles, organizativos, curriculares, de formación docente, de formación inicial, de vías
de acceso, etc.
Aún así, cada profesor y profesora en sus tiempos de clase puede impulsar estrategias de
participación o de pasividad, de democracia o de jerarquía, de libertad o de sumisión, de
responsabilidad o de pasotismo. Y cada centro en concreto puede poner en práctica
proyectos educativos que le confieran una identidad propia. Sólo así, las personas que
enseñan y aprenden en el se sentirán parte del mismo.
Ese sentirse parte de las cosas es lo que marca la diferencia entre hacer de la escuela un
espacio más de vida o una obligación difícil de soportar. Ese sentirse parte de las cosas
es lo que marca la diferencia entre ir cada día a la escuela con ilusión y ganas o con
desanimo esperando a que llegue el viernes semana tras semana. Esa implicación, ese
compromiso es lo que nos permite crear un imaginario colectivo de superación, de
creación de algo que es nuestro, que hemos construido conjuntamente y que, por tanto,
hace que nos sintamos personas libres dueñas de su propio destino y con capacidad para
cambiar los entornos en los que nos ha tocado vivir. ¿Que eso implica más trabajo? Tal
vez, pero ante la vida solo hay dos alternativas: dejar que la vida te viva o decidir vivirla
tú. Sin lugar a dudas, la segunda es mucho más gratificante.
Referencias bibliográficas
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13. PUIG,JM. Yotros (1997). Com fomentar la participació a l´escola.
Barcelona:GRAÓ
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