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Biografías.
John Locke. Nació en Bristol en 1632, el mismo año que Spinoza (filósofo
representante del racionalismo). Nacido en el seno de una familia de inclinaciones liberales,
Locke fue un ferviente defensor del liberalismo y, en general, de los ideales ilustrados de
racionalidad, tolerancia, filantropía y libertad religiosa. Estudió química y medicina, tras
abandonar los estudios de teología. Fue desterrado y aprovechó esta circunstancia para
viajar por Holanda, Francia y Alemania. Regresó a Inglaterra tras la revolución de 1688.
Murió en 1704.
Entre sus obras destacan: el Ensayo sobre el entendimiento humano (1690), los Dos
tratados sobre el gobierno civil (1690) y La racionalidad del cristianismo (1695).
Introducción.
Empirista es, en general, toda filosofía que hace depender el origen y valor de
todos nuestros conocimientos de la experiencia. Entendido de esta forma, el empirismo
es una constante en la historia del pensamiento: existió antes de la modernidad y lo
veremos surgir en más de una ocasión en la época contemporánea.
Pero en este punto no nos referimos al empirismo en general ni a las
diferentes corrientes empiristas surgidas a lo largo de la historia, sino al empirismo
moderno (siglo XVIII), también llamado «empirismo inglés»: los autores empiristas de esta
época son isleños, mientras que los racionalistas son europeos continentales1.
El empirismo moderno se caracteriza por constituir una respuesta histórica
al racionalismo2 del siglo XVII. La línea de pensamiento inaugurada por John Locke,
primer filósofo de esta corriente empirista, continúa y se radicaliza sucesivamente en
George Berkeley y David Hume.
1. Esas ideas o principios innatos las posee en el entendimiento desde que nace por
lo que somos capaces de reconocerlos explícitamente desde el principio. Según
Locke, el argumento que los racionalistas utilizan para demostrar esta tesis es el del
consenso universal: hay ciertas nociones y principios, tanto teóricos3 como
prácticos4, que son universalmente aceptados, y, por lo tanto, ha de reconocerse que
son innatos. Locke rechaza las dos partes del argumento:
No existe ese supuesto consenso universal: los niños tienen mente y no
formulan ni entienden tales principios; y lo mismo cabe decir de los salvajes.
O sea, si unos principios o ideas tales fueran innatos deberían conocerlos
todos los seres humanos y no es el caso que ocurra así.
Y si existiera ese asentimiento universal, de ello no podría deducirse que tales
principios fueran innatos, ya que su aceptación generalizada se podría
explicar de otras maneras (por ejemplo, a partir de la costumbre o la utilidad).
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Filosofía II El Empirismo
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De estos dos aspectos del conocimiento (su génesis y sus límites) el fundamental, a
juicio de Locke, es el primero: la experiencia impone límites a nuestro conocimiento,
precisamente porque todos nuestros conocimientos provienen de la experiencia. De ahí que
Locke dedique una atención especial al estudio de la génesis de nuestras ideas.
Antes de responder a esta cuestión, bueno será que reparemos un momento en
aclarar qué entiende Locke por “idea”. La noción de idea de Locke es fundamentalmente la
misma que introdujo Descartes; para Locke «ideas son todo lo que conocemos o
percibimos, trátese de un color, un dolor, un recuerdo o una noción abstracta». O sea,
también para Locke todo conocimiento es conocimiento de ideas, que son imágenes o
representaciones de la realidad exterior, pero que, por eso mismo, tienen su origen en ella
(en la realidad exterior, en la experiencia).
Ideas simples. Son los átomos del conocimiento, y las hay de dos subclases:
Es decir, según Locke, no sólo nos damos cuenta de lo que pasa en el mundo
(sensación), sino que también nos damos cuenta de que nos damos cuenta de lo
que pasa en el mundo (reflexión).
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1. Las ideas son más débiles, menos vivas, que las impresiones.
2. Las ideas proceden de las impresiones (son imágenes o representaciones suyas) y
no al revés. Para enseñarle a un niño la “idea de color rojo” le muestro un objeto de
dicho color.
3. Las palabras, a su vez, representan a las ideas, por lo que para saber si una palabra
tiene significado hay que averiguar cuál es la idea que representa, y se conoce la
idea averiguando la impresión de donde procede. Este principio, que suele llamarse
el «microscopio de Hume», lo aplicará nuestro autor cuidadosamente en el análisis
de palabras tales como «sustancia», «libertad», «causa»... que suelen considerarse
palabras clave de la filosofía tradicional. Nosotros nos detendremos,
fundamentalmente, en el análisis que hace de la «idea de causa».
Las impresiones pueden ser simples o complejas: las impresiones simples son las
que no admiten distinción ni separación, mientras que en las complejas pueden distinguirse
partes. Así, la percepción de una superficie coloreada es una impresión simple, mientras
que la visión de París desde la torre Eiffel es una impresión compleja. A su vez, las
impresiones pueden dividirse en:
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Las ideas (copias más débiles de las impresiones) también pueden ser de dos tipos:
Locke Hume
De sensación Impresiones De sensación
Simples (simples y
De reflexión De reflexión
Sustancias complejas) Simples
Ideas
Relaciones Derivadas
Complejas Ideas Complej
Construid
Modos as
as
5 Esta distinción guarda un cierto paralelismo con la clasificación leibniziana de las “verdades de razón”
y las “verdades de hecho”. Leibniz en su análisis del conocimiento distingue estos dos tipos de verdades, que
sumariamente podemos entender así:
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a) Las verdades de razón son analíticas, es decir, basta con analizar el sujeto de la proposición para
encontrar que el predicado le conviene. Por ejemplo, en la afirmación «un todo es mayor que sus partes» basta
con analizar la idea de “todo” (“todo” es algo compuesto de varias partes) para comprender que el predicado le
conviene necesariamente, o sea, que ha de ser «mayor que sus partes» y que no puede ser de otro modo. Se basan
en el principio de no-contradicción.
b) Las verdades de hecho no son analíticas. Por ejemplo, la proposición “César pasó el Rubicón”
enuncia un hecho que podemos constatar en los libros de historia, pero, en rigor, César podía no haber pasado el
Rubicón. Es decir, por mucho que analicemos el concepto de César, de su conocimiento no es posible deducir
con absoluta necesidad que “pasó el Rubicón”, sin embargo, de la idea de “TODO” sí que podemos deducir
necesariamente que ha de ser mayor que sus partes.
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relación entre esas partes del triángulo. Que “tres veces cinco es igual a la
mitad de treinta” expresa una relación entre estos números. Las
proposiciones de esta clase pueden descubrirse por la mera operación del
pensamiento, independientemente de lo que pueda existir en cualquier
parte del universo. Aunque jamás hubiera habido un círculo o un triángulo
en la naturaleza, las verdades demostradas por Euclides conservarían
siempre su certeza y evidencia.
No son averiguadas de la misma manera las cuestiones de hecho, los
segundos objetos de la razón humana; ni nuestra evidencia de su verdad,
por muy grande que sea, es de la misma naturaleza que la precedente. Lo
contrario de cualquier cuestión de hecho es, en cualquier caso, posible,
porque jamás puede implicar una contradicción, y es concebido por la
mente con la misma facilidad y distinción que si fuera totalmente ajustado a
la realidad. Que el “sol no saldrá mañana” no es una proposición menos
inteligible ni implica mayor contradicción que la afirmación “saldrá
mañana”. En vano, pues, intentaríamos demostrar su falsedad. Si fuera
demostrativamente falsa, implicaría una contradicción y jamás podría ser
concebida distintamente por la mente.»
CIENCIAS A
TIPOS DE TIPOS DE CRITERIO DE TIPO DE VERDAD DE
QUE DAN
CONOCIMIENTO ENUNCIADOS VERDAD SUS ENUNCIADOS
LUGAR
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Hemos estudiado que para Hume la llamada "causalidad" como conexión necesaria
entre una causa y su efecto se reduce a una creencia basada en el hábito o la costumbre,
es decir, provocada por la sucesión constante entre impresiones. Por ejemplo a la impresión
de una mano sobre el fuego le sucede la impresión de calor. Ese hábito nos permite pasar
de la primera impresión a la segunda y establecer una relación entre ambas. Pero lo que no
podemos hacer de ninguna manera es aplicar la causalidad a algo distinto de nuestras
impresiones (algo de lo cual nunca hayamos tenido experiencia). Teniendo en cuenta este
argumento, y llevándolo hasta sus últimas consecuencias, Hume rechaza el conocimiento de
la existencia de cualquier sustancia. Veamos cómo llega a tal conclusión.
Hemos visto como Locke consideraba la noción de sustancia como una idea
compleja surgida de la actividad combinatoria de la mente. Esto es correcto con los
presupuestos empiristas, pero después le atribuía a esa idea un correlato en la realidad, lo
que va en contra de sus propios presupuestos.
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En efecto, para Locke, sólo tienen validez, realidad, las ideas surgidas de la
experiencia; pero no hay experiencia alguna de sustancias. Todo lo más, hay experiencia de
una serie de cualidades que aparecen agrupadas siempre de la misma manera. Poníamos
como ejemplo: unas figuras rojas, de textura suave y húmeda, unidos a una figura verde, de
textura más seca y dura, que emanan un determinado y agradable olor aparecen unidos
siempre en “algo” que llamamos “rosa”. Pero ¿cuáles son nuestras sensaciones? Las que
hemos descrito: determinadas figuras, determinados colores, determinados olores,
determinadas texturas... ¿Dónde está la “rosa”, ese algo sustancial en que «van» las
cualidades? No hay sensación alguna de tal cosa, y sin embargo Locke cree que aunque
sea incognoscible (es decir, aunque no haya sensación de sustancia) es necesario suponer
que bajo las cualidades hay algo que las une, y que eso es la sustancia.
Contrariamente a Locke, Hume es un empirista consecuente: la idea de sustancia es
fruto de la dinámica combinatoria de la mente y no de las impresiones, y por lo tanto, no
responde a nada real; al menos nunca podremos estar seguros de que tal idea tenga un
correlato en la realidad.
¿Pero qué sucede con la existencia del alma, del yo o la conciencia, la "sustancia
pensante" de Descartes? Éste nos dijo que su existencia era racionalmente evidente
("cogito, ergo sum"), y por lo tanto no utilizó la causalidad para afirmar su existir. Hume
también rechaza la “res cogitans”: de lo único que tenemos intuición o conocimiento directo
es de las impresiones actuales y de las ideas procedentes de impresiones del pasado (a
veces de hace muchos años), pero nadie tiene impresión del "yo" o "conciencia" como el
sujeto o la sustancia permanente e invariable a lo largo de toda nuestra vida, a la que le
podamos atribuir nuestros actos psíquicos. Lo que llamamos "yo" o "conciencia" no es más
que una sucesión constante de hechos psíquicos que, gracias a la memoria, los
reconocemos como sucediéndose unos a otros. Cuando hablamos de nuestra identidad
personal como algo fijo y permanente a lo largo de toda nuestra vida, nos referimos en
realidad a una sucesión ininterrumpida de estados de ánimo o impresiones; el error consiste
en confundir sucesión con identidad. Con ello queda rechazada también la sustancia
pensante de Descartes.
Cuando Descartes afirmaba que existe nuestro cuerpo o cualquier otra cosa material,
se basaba de forma incorrecta en la causalidad, y afirmaba que sus impresiones al ver,
tocar, etc. su cuerpo o cualquier otra cosa material son el efecto que tal cuerpo producía
en su entendimiento. Tomaba, por tanto, su existencia real y objetiva como la causa de lo
que él veía o lo tocaba. De esta manera establecía un nexo causal entre tal cuerpo y las
impresiones que tenía de él, y esto no es correcto según Hume, porque todo lo que yo sé se
reduce a mis impresiones o ideas, sin posibilidad alguna de afirmar que exista la realidad
extramental como la causa de tales impresiones. Podemos creer que existe la realidad
corpórea, pero no podemos afirmarlo ni mucho menos probarlo, porque no existe ningún
acceso directo o inmediato a la realidad corpórea, sino siempre mediado por mis
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Según la teoría del conocimiento de Hume sólo podemos contar con nuestras
impresiones, por lo que nuestro conocimiento de la realidad se reduce a ser conocimiento de
puros fenómenos, en el sentido etimológico del término: «fenómeno» es lo que aparece o
se muestra. Pero además, sólo estamos seguros de la existencia del fenómeno que se
muestra “aquí y ahora”, del fenómeno que es una impresión. Este es el sentido del
fenomenismo de Hume.
El fenomenismo lleva emparejada una actitud escéptica (coincidente en parte con
la sostenida por los sofistas) ya que nada podemos conocer de la realidad, al ser las
impresiones el origen y el límite de nuestro conocimiento, impresiones de las que
desconocemos su fundamento o procedencia. Nada podemos afirmar seriamente sobre la
realidad diferente a las impresiones “aquí y ahora”, puesto que sólo nos quedan recuerdos
engañosos (por su naturaleza memorística) de las percepciones tenidas. Así, la realidad
queda definida por un conjunto de fenómenos (desconocemos su procedencia, incluso si
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