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AUTORES:
ALIÉNOR ADELISE CASASSUS
MARINA CABALLERO MUÑOZ
LOLA CAZALILLA RAMOS
YAIZA ALMENGLÓ ORTEGA
ALVARO CABEZA DE VACA BERNAL
JUAN FRANCISCO BENITEZ MORALES
Es inevitable que surjan conflictos entre las personas que conviven y comparten
contextos. De hecho, si entendemos el conflicto como una oportunidad para crecer y
evolucionar en nuestras relaciones humanas, podemos afirmar que la aparición y buena
resolución de este, es un factor positivo para la coexistencia. La diversidad de la sociedad
constituye una realidad indiscutible, por lo que no es de extrañar que cada individuo/a posea
opiniones personales diferenciadas de las del resto. En este sentido, el conflicto puede
convertirse en un medio de expresión para las personas implicadas, a través del cual es
posible conocer y atender los sentimientos del otro/a (Oliva et al., 2007).
Generalmente, el conflicto comienza cuando un/a individuo/a percibe y siente que su
opinión y/o sentimientos no están siendo respetados. También puede ocurrir que la
comunicación entre los miembros de una familia/grupo sea inadecuada, o que diferentes
personas estén de acuerdo en una idea pero no en el procedimiento que debe seguirse para
satisfacer las necesidades de todos/as (Oliva et al., 2007). En el caso de los conflictos en las
aulas, son muchos los factores que influyen en la aparición de estos. Sin embargo, diferentes
expertos/as coinciden en que las causas más frecuentes están relacionadas con el clima
excesivamente competitivo de los sistemas de enseñanza, con la falta de habilidades para el
trabajo en equipo, y con los problemas de autoestima y confianza, presentes tanto en
estudiantes como en profesores/as. A estas razones habría que sumar el estado de madurez en
el que se encuentran los/as niños/as y adolescentes, quienes no suelen ser capaces de
gestionar su inteligencia emocional con la atención y conciencia que ello requiere
(Universidad Internacional de Valencia, 2015).
Independientemente de las razones que hayan propiciado el conflicto, resulta
esencial que este se resuelva de manera conveniente. Si esto no ocurre, es muy probable que
alguno/a de los/as implicados/as entienda que sus intereses no han sido valorados como los
del resto, pudiendo aparecer sentimientos de hostilidad y aislamiento por su parte. (Oliva et
al., 2007). Por el contrario, cuando el conflicto se resuelve adecuadamente, se fomenta el
motor del progreso. Para ello, resulta fundamental disponer de un sistema de resolución de
conflictos, así como evitar ciertas actitudes que dificultan la resolución favorable de estos
(EDUforics, 2017).
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1. La resolución de conflictos en el ámbito familiar
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Asimismo, este segundo gráfico refleja cuáles son los principales motivos que
acarrean los conflictos entre adolescente y familia y la intensidad emocional con la que son
percibidos por las chicas y chicos adolescentes. Por una parte, las tareas domésticas, las
cuestiones académicas y los horarios de ocio suelen ser las causas que más conflictos
generan, pero, de todos modos, en la gráfica también se puede ver que el número de
conflictos de los chicos y chicas con sus familias es bajo o muy bajo. Por otra parte, se puede
observar que los motivos menos conflictivos (conducta sexual, drogas…) son los que más
afectan emocionalmente a los adolescentes, mientras que los motivos más conflictivos son los
menos afectivos.
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En relación con el segundo gráfico, este tercero muestra cómo la intensidad
emocional con la que los chicos perciben los conflictos disminuye progresivamente, mientras
que en las chicas no se produce una variación notable pese al paso del tiempo.
Existen diferentes estrategias que son comúnmente utilizadas en el desarrollo de un
conflicto. Veremos a continuación algunas cuyos resultados no suelen ser positivos:
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o Negociación: Tal y como se ha visto, en ninguno de los casos anteriores se
solucionan los conflictos que surgen en el hogar. Para ello, contamos con la negociación, que
pretende buscar soluciones que satisfagan a ambas partes a través de una serie de fases:
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ido como se esperaba. También, es preciso resaltar los aspectos positivos que han
aparecido tras la negociación.
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Para mantener el control dentro de la clase es imprescindible la fijación y
mantenimiento de límites. “Los límites son la frontera imaginaria que separa las conductas
permitidas de las no permitidas en un aula. Varían según cada profesor y cada grupo, pues
son el producto de una convención más o menos implícita entre ambos” (p.57). Los límites
pueden ser fijados por el profesor (estilo autoritario), consensuados por el profesor y los
alumnos (estilo democrático-directivo) o impuestos por los líderes negativos del grupo (estilo
permisivo).
En la fijación de límites debe primar siempre el interés colectivo frente al individual.
En los primeros días de curso se pueden establecer rutinas/ hábitos positivos como: la
disposición de mesas favorable al trabajo y la atención, puntualidad de alumnos y profesor,
que todos traigan el material, conseguir que se concentren antes de empezar la clase (p. 59).
Sin duda, las normas son la principal herramienta para fijar límites y crear vías que permitan
crear un buen clima de trabajo. Vaello expone dos tipos de normas: las explícitas (por escrito,
pocas, eficaces, claras, cumplidas, flexibles y unificadas) y las implícitas (no están por
escrito, pero influyen en el clima de la clase; cuando una norma implícita distorsiona el buen
funcionamiento de la clase, debe convertirse en explícita).
A la hora de establecer normas es necesario detectar qué problemas generan mayor
malestar en el aula. Una estrategia que propone Vaello es detectar las “conductas diana”, o
las conductas que mayor malestar docente generaron los cursos anteriores, para combatirlas
en el futuro. Si establecemos al principio de curso pocas normas pero básicas, que regulen las
situaciones más significativas y frecuentes, podríamos ir añadiendo de forma progresivas
nuevas normas conforme vayan apareciendo nuevos conflictos. La elaboración progresiva de
normas, preferiblemente consensuadas entre el profesor y los alumnos/as, presenta la ventaja
de involucrar y responsabilizar a los alumnos del control de la clase. Además, les ayuda a
crecer en su “desarrollo moral, a tomar decisiones, a asumir responsabilidades” (p.67). Por
otro lado, desde el comienzo del curso es muy recomendable que el profesor intente evitar la
formación de subgrupos perturbadores y, si ya están formados, reconducirlos o diluirlos para
que “contribuyan a un buen clima, o al menos, que no lo obstaculicen” (p.105). Algunas
estrategias: anteponer los intereses de la clase (trabajar y aprender) a los del subgrupo
negativo, pactar con líderes o colaboradores, pedirles soluciones…
No cabe duda de que para mantener los límites que se van fijando es necesario que
exista un compromiso por parte del docente y del alumnado. De hecho, el cumplimiento de
compromisos presenta numerosos beneficios para ellos: el control deja de ser impuesto por el
profesor (control externo), la fuerza de voluntad y la automotivación; se fortalece la
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capacidad de planificar y de ser perseverante –dos habilidades fundamentales para el éxito
académico y profesional. Debemos tener en cuenta que los alumnos problemáticos suelen
aceptar mal las normas, particularmente las impuestas por el profesor. Una estrategia, para
que los compromisos sean efectivos y no sean vistos como una imposición, consiste en
pedirle a los alumnos soluciones (a nivel individual o en grupo).
Sin duda, para que las normas sean efectivas deben derivarse de ellas, según se
cumplen o no, consecuencias positivas o negativas. Como recuerda Vaello, “enseñar a
asumir consecuencias es educar la responsabilidad, una competencia emocional básica para
desarrollar la madurez del individuo” (p.61). En el aula, por muy bien fijadas que estén las
normas, siempre habrá incumplimientos. Estos no se deben dejar pasar porque, si no, los
límites y las normas se van difuminando hasta deteriorarse el buen clima de clase.
Ante el incumplimiento de una norma el profesor puede tomar distintas medidas:
dejar pasar (soslayar) conductas leves y aisladas, advertir al alumno/a recordándole las
normas dentro de la clase o, si fuera necesario, fuera de ella en privado. Como último recurso,
si el alumno/a ha incumplido límites, no hace caso de las advertencias y no quiere
comprometerse a cambiar su conducta, se aplicaría un castigo. En el caso de que un profesor
no pueda con la clase o con un alumno/a en concreto, es el momento de pedir ayuda a otro
compañero que “esté dispuesto a ayudar, tenga la capacidad de influencia sobre los alumnos,
disponga de recursos probados para gestionar eficazmente la clase” (p.69).
Vaello propone no intervenir, soslayar, en conductas que no sean molestas o
disruptivas por dos motivos: si advertimos en el momento podemos distraer a los demás y,
además, estaremos dando protagonismo al alumno –proporcionándole una ocasión perfecta
para desafiar al profesor. Dos maneras distintas de soslayar son: aparentar que no nos hemos
percatado de nada o haciéndole saber al alumno/a mediante algún gesto que le haga saber
que nos hemos dado cuenta de su conducta.
En el caso de que el profesor tenga que recurrir a la advertencia personal (repetición
de la demanda), recordemos que esto implica un “aviso relajado pero firme, en el que se
indica al alumno que debe cesar en su comportamiento” (p.72). Para que la advertencia sea
eficaz, ha de cumplir varias condiciones, que sea: breve, privada, relajada, única, positiva, a
tiempo, sin discusiones, descriptiva (ceñirse a los hechos de forma clara), no confundir con
amenazas, firme y creíble (pp.73-74). Si una mala conducta persiste y va encaminada a
provocar al profesor ante los compañeros, sería conveniente advertir al alumno fuera de la
clase para que no se beneficie del contexto –risas, comentarios, protagonismo...En la
advertencia personal en privado el profesor debe: transmitirle al alumno la imposibilidad de
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seguir tolerando su conducta, describirle de forma clara esa conducta que no va a tolerar más,
pedirle que se comprometa a cambiar y prever las consecuencias del incumplimiento del
compromiso.
Por último, el profesor aplicaría un castigo o sanción para “extinguir conductas
inadecuadas y/o reconducir actitudes negativas mediante la aplicación de consecuencias
negativas y disuasorias” (p.98). Como se ha comentado anteriormente, éste debería ser el
último recurso, pues puede tener efectos negativos como el deterioro de la relación alumno-
profesor o la habituación en los alumnos al castigo (podríamos entrar en una dinámica
conflictiva porque cada vez necesitan castigos mayores). Para que sea eficaz, el castigo debe
ser: avisado, inmediato, disuasorio (eliminar o atenuar la conducta problemática), consistente
(mismas consecuencias ante las mismas conductas), mínimo pero suficiente, razonado,
acompañado por el refuerzo de conductas alternativas, formativo (pp.99-100).
Las situaciones de conflicto pueden verse, en definitiva, como situaciones para
educar-entrenar el autocontrol de los alumnos y también del profesor, esto es “la capacidad
de regular las propias emociones, pensamientos y conductas, especialmente las de carácter
negativo” (p.108). El autocontrol es una de las habilidades intrapersonales asociadas a la
madurez porque implica la tolerancia a la frustración, irritabilidad, ansiedad, el hecho de
anticipar consecuencias y actuar según estas, canalizar las emociones o crear pensamientos y
conductas alternativas a la impulsividad. Enseñar a nuestros alumnos a autocontrolarse
resulta, por tanto, indispensable para una buena gestión de la clase y sus conflictos.
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3. Actividades prácticas
Situación:
Adolescente. —Papá, el sábado que viene hay un concierto de Kinder Malo. Ana y
Carlos me han invitado a ir con ellos.
Padre. —¿Qué es eso?
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Análisis: En este caso, podemos apreciar un conflicto que perfectamente podría
darse a día de hoy en cualquier hogar de nuestro país en el que convivan adolescentes. Como
hemos visto, es un claro ejemplo de autoritarismo, una estrategia que no deberíamos usar
nunca como padres si queremos mantener una buena relación con nuestros hijos/as y crear un
buen ambiente de cooperación y apoyo en casa. Para resolver un conflicto de esta índole,
deberíamos, en primer lugar, interesarnos por los gustos del adolescente y, en segundo lugar,
emplear la estrategia de negociación con él o ella. Tras seguir las primeras fases incluidas en
la negociación y explicadas en los apartados anteriores (fase de establecimiento de reglas
básicas para la comunicación y fase de conocimiento y comprensión de los distintos puntos
de vista), llegaríamos a la fase de definición de posibles soluciones, donde podríamos, quizás,
proponer una hora límite de llegada del concierto u ofrecernos a llevarlo o llevarla al sitio
donde se celebrará, para así quedarnos más tranquilos. Seguiríamos con la fase de elección
negociada de las posibles soluciones, teniendo en cuenta, por ejemplo, las ya citadas. Una vez
elegida de manera conjunta la solución, llegaríamos a la fase de acuerdo. No podemos
olvidarnos de la fase de evaluación y seguimiento, que seguirá a la última fase mencionada,
para asegurarnos de que la solución dada tiene éxito (Olvida Delgado et al., 2007).
Adolescente. —Papá, el sábado que viene hay un concierto de Kinder Malo. Ana y
Carlos me han invitado a ir con ellos.
Padre. —Te voy a ser sincero, no me gusta para nada la idea del concierto.
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Adolescente. —Está bien…
Padre. —Vamos a exponer cada uno nuestras razones, tú me explicarás primero por
qué quieres ir y luego yo te explicaré por qué no me gusta la idea. Y a ver si entre los
dos podemos buscarle una solución.
Adolescente. —De acuerdo. Pues todos mis amigos irán al concierto, estamos todos
muy emocionados porque es la primera vez que viene a la ciudad. Llevo ahorrando
mucho tiempo para poder comprarme la entrada. Te prometo que nadie beberá ni
fumaremos ni nada, papá.
Padre. —Vale, a ver. Es cierto que llevas esperando este momento desde hace mucho
tiempo, pero no sabes qué tipo de personas te vas a encontrar allí ni cómo os vais a
volver hasta casa. Tendréis que volveros solos de noche y eso me da mucho miedo.
¿Entiendes por qué no me parece buena idea?
Padre. —Podrías hacer una cosa si te parece bien, yo os llevo en coche hasta el
concierto y que alguno de los padres de tus amigos os traiga de vuelta y me mandas un
Whatsapp cuando entréis y cuando salgáis. ¿Qué te parece esa idea?
Adolescente. —Podría ser una solución. También podríamos coger un taxi de ida y
luego de vuelta entre todos.
Padre. —Es una buena opción también, pero quizás podríamos dejar el taxi como
plan B si yo no puedo llevarte o nadie puede recogerte. ¿Estás de acuerdo?
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Caso nº2
Situación: Son las 23:00h, Juanito está jugando a la play con su amigo Pablo, que se quedó a
cenar después de haber estado juntos toda la tarde estudiando. Su madre acaba de volver a
casa tras un largo turno en el hospital y descubre la situación:
Madre: pero, ¿¿¿qué haces tú a estas horas con gente aquí metida???
Madre: pues no son horas ya para estar ahí despiertos que mañana hay clase. Venga,
Pablo, deberías de ir a tu casa y tú, Juanito, a la cama y ya me pienso yo el castigo que
te pongo porque vaya, vaya…
Análisis: En este caso, podemos ver que la madre utiliza el autoritarismo, como
facilidad debido seguramente a la hora tardía y al largo día laboral por el que pasó. Para
resolver este conflicto, la negociación no es la mejor solución en principio. Efectivamente, el
adolescente se encuentra con su amigo, entonces sería más favorable por consecuente la
evitación con el fin de no ridiculizarle, ya que está pasando por un momento de gran
delicadeza. La madre debería saludarlos y aconsejarles, por ejemplo, que intenten no
acostarse tan tarde (y pensar que nadie se muere por dormir poco una vez), ofreciendo al
amigo que se quede a dormir si lo desea y si sus padres le autorizan y al día siguiente,
después de una buena noche de reflexión, emplear la negociación siguiendo las distintas fases
mencionadas en los primeros apartados. A la mañana siguiente podría resolverse el conflicto
de la noche anterior de esta manera:
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Madre. —Cariño, ¿qué tal tu día?
Juanito. —¡Bien, bien, muchas tareas que hacer, pero todo bien!
Madre. —Pues me quedé un poco sorprendida al llegar a casa y verte con este chico,
Madre. —Claro cariño, es que a veces no puedo cogerlo porque estoy con pacientes,
pero siempre intento mirar los whatsapp de vez en cuando por si os pasa algo a ti o a
tu hermano.
Juanito. —Vale, pues la próxima vez insistiré hasta saber si estás de acuerdo o no.
Madre. —Exacto. Eso es lo que me parece más conveniente, y aún mejor si pudiera
saberlo el día anterior, así os dejo dinerillo para ir a buscar algo para cenar o algo
cocinado ya. ¿Te parece?
Madre. —¿Prometido?
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3.2. Ámbito escolar
Lee las siguientes situaciones conflictivas –que probablemente hayas vivido– y reflexiona
con tu grupo sobre la conducta más adecuada que debería adoptar el profesor.
Caso nº1
Marta está tranquila en su sitio pero Clara, que está sentada delante de ella, le tira, como
siempre, su estuche y su contenido al suelo. Esto provoca risas y burlas por parte del resto de
los compañeros. Un día Marta le planta cara a Clara y, como consecuencia, Clara le tira el
estuche por la ventana. Cuando llega a clase el profesor se encuentra a Marta llorando.
¿Qué puede hacer el profesor? Para comenzar, hablar con ambas partes en privado. Primero
con Marta, para enterarse bien de lo que ocurre normalmente y cómo vive esas situaciones de
maltrato. Seguramente sienta impotencia, inseguridad y tenga una baja autoestima frente a
esas situaciones. También es interesante conocer el punto de vista de la persona conflictiva,
Clara, preguntarle qué ha sucedido, por qué lo hace, qué siente cuando lo hace… El profesor
puede intuir si Clara se siente la líder del grupo (la fuerte, la que manda y nunca pierde, etc.).
Tras recabar información, el profesor le hará ver a Clara que su conducta es inaceptable y
negociará con ella alguna conducta alternativa que le sirva para dejar de molestar a Marta
(por ejemplo, si se aburre en clase que no vaya a molestar a la compañera, sino que haga un
dibujo o se dé una vueltecita por la clase…). Si la conducta persiste y las advertencias son
inútiles, el profesor tendrá que hablar de consecuencias negativas (castigo) con Clara y, si
están sentadas cerca, mejor separarlas para evitar que Clara tenga la tentación de molestar a
su compañera.
Caso nº2
Pepe no tiene ningún interés por la asignatura de inglés y nunca trae ni el libro ni el cuaderno.
Aburrido, se pasa toda la hora molestando a sus compañeros e interrumpiendo las
explicaciones de la profesora. Tanto el tutor como la profesora de inglés le advierten
constantemente que deje de molestar pero siempre se burla de todos, sobre todo de los
profesores. Como no le interesa en absoluto la clase, hoy se ha dedicado a tirar alegremente
avioncitos de papel a los compañeros.
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¿Qué puede hacer la profesora? De entrada, el mal comportamiento de Pepe no es una
conducta aislada sino repetitiva y, por tanto, consolidada y más complicada de resolver. El
alumno es el centro de atención en una asignatura que no le gusta, porque (a lo mejor) no
destaca. Los compañeros están, probablemente, incluso acostumbrados a las manifestaciones
de Pepe, aunque saben que les molesta. Siendo todos conscientes del malestar que genera
Pepe en clase de inglés, la profesora de esta asignatura podría encargarle una tarea que le
motive y que sea capaz de hacer, aunque (al principio) no tenga que ver con la materia. Hay
que evitar que sea el centro de atención, y eso ocurre cuando se aburre. Por otro lado, la
profesora podría: o cambiar/ adaptar la dinámica de clase para que también interese a Pepe
(por ejemplo, actividades que impliquen movimiento o interacciones con los compañeros), o
proponerle a Pepe una programación especial para ir introduciéndolo en la dinámica de la
asignatura y la forma de trabajo.
Caso nº3
Javier, el profesor de matemáticas, está harto de Pedro. Continuamente debe recordarle que
debe levantar la mano para hablar, no debe comer en clase, no molestar a su compañero, etc.
Javier ya no sabe qué hacer para que Pedro se comporte adecuadamente.
¿Qué puede hacer el profesor? Primero, comentar el mal comportamiento de Pedro con el
resto de profesores para saber si sólo se comporta así en su clase o es que el niño es así, o
tiene algún problema de fondo. En cualquier caso, sería recomendable que el tutor de ese
grupo trabaje las normas de convivencia para que Pedro se dé cuenta de que su
comportamiento no es ni adecuado, ni respetuoso con los profesores y compañeros. El
profesor o los profesores deben tener paciencia con este alumno y adoptar una actitud
positiva, recordándole que su actitud afecta no sólo su aprendizaje, sino al del resto de la
clase. Otra opción, si el mal comportamiento persiste, es comentarlo con los padres del niño.
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CONCLUSIÓN
Como conclusión quisimos seguir con la dinámica que hemos venido empleando tanto
en clase como durante la realización de este trabajo: reflexionar sobre lo que vamos
aprendiendo. Por ello, dejamos aquí las reflexiones que nos han ido surgiendo a lo largo de
este trabajo.
Antes de investigar sobre la resolución de conflictos no nos imaginábamos que un
conflicto podría tener una connotación positiva en el sentido de que, si está bien resuelto, nos
hace evolucionar como persona. Hasta ahora concebíamos los conflictos y errores como dos
situaciones o elementos que se daban en el proceso de enseñanza-aprendizaje, que
únicamente nos entorpecían y dificultaban el aprendizaje. Creíamos, por tanto, que debíamos
de evitarlos o solucionarlos lo más rápido posible.
Con este trabajo hemos aprendido que tanto errores como conflictos son inevitables
y, a la vez necesarios, para nuestro desarrollo personal como personas. Si bien hemos
estudiado e incluido algunas recomendaciones para resolver conflictos en el ámbito familiar y
escolar, no debemos pensar que estos consejos van a ser siempre infalibles. Por más que se
repitan algunas variables (misma situación, edad, problema…), cada conflicto debería ser
analizado y resuelto en su contexto. Por ello, como futuros docentes –y probablemente
padres– deberíamos aceptar de forma positiva los errores y conflictos como situaciones que
nos ayudan a crecer como persona. De esta manera, solo si estamos abiertos a un aprendizaje
continuo que se construye cada día, podremos enseñar a nuestros niños y niñas a
comprometerse con ellos mismos y su sociedad.
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BIBLIOGRAFÍA
EDUforcis. (19 de marzo 2017). Resolución de conflictos en el aula “ganamos todos” (win-
win). Recuperado el 20 de noviembre de 2018 de: http://www.eduforics.com/es/resolucion-
conflictos-aula-ganamos-todos-win-win/
Vaello Orts, J. (2012). Cómo dar clase a los que no quieren. Barcelona: Grao.
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