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En el libro primero se deduce que existen dos tipos de leyes: las leyes positivas y las

leyes naturales. Las leyes positivas establecen que son las leyes las que guían nuestras
acciones prescritas por una autoridad a la que creemos con derecho a hacer esta ley.
Si esta condición llegara a faltar la ley se convertiría en arbitraria y en un acto de
violencia y opresión. La ley se acompaña de una infracción que es inherente a ella, un
tribunal que aplica esta pena y una fuerza física que la ejecuta. Sin todo esto la ley
estaría incompleta. Las leyes naturales son leyes ciertas, es decir, son fenómenos de
la naturaleza y de nuestra inteligencia que se producen del mismo modo y en las mismas
circunstancias. Bajo estas leyes se rigen fenómenos que suceden constantemente,
además, estas leyes son anteriores y superiores a las positivas; aunque bien es cierto,
que para que nuestras leyes sean buenas no hace falta que se deriven de las naturales,
sino que deben ser conformes a ellas.

En el segundo libro, Montesquieu empieza a diferenciar entre tres tipos de gobierno:


República, Monarquía y Despotismo. La República hace referencia que el poder es todo
el pueblo o algunas familias. Según Montesquieu esta forma de gobierno sería la ideal
para los Estados pequeños. La Monarquía tiene su naturaleza en que el príncipe es el
que tiene el poder, pero gobierna conforme a las leyes establecidas y con ayuda de la
nobleza. Esta es la mejor forma de gobierno para los Estados medianos. El Despotismo
consiste en que uno sólo gobierna conforme a su voluntad, sin ninguna ley ni regla. Para
Montesquieu, éste es el modelo más eficaz para los grandes imperios. el despotismo
viene a significar abuso, que, además, puede hallarse en todos los gobiernos, pues
todas las instituciones humanas presentan errores.

En el libro tercero, Montesquieu indaga sobre cuáles son los principios motores de cada
forma de gobierno. El principio que mueve a la República es la virtud política, que pasa
a ser moderación cuando hablamos de Aristocracia. Lo cual, consiste en el amor a la
patria y la igualdad. El principio que hace obrar a la Monarquía es el honor, a lo que se
refiere al prejuicio de cada persona o clase social, que consiste en exigir distinciones.

Tanto en un sistema de gobierno como en otro, los principios activos o motores que
mueven un sistema son el respeto por los intereses generales; el amor de los individuos
a la libertad y a la igualdad, a la paz y a la justicia. Además, también está el respeto a
los derechos particulares reconocidos como legítimos.
El cuarto libro trata sobra la educación, habla de que nuestra educación nos disponga
a tener sentimientos y opiniones pero que nunca sean opuestos a las instituciones
establecidas. Según Montesquieu: “el gobierno es como todas las cosas de este mundo:
para conservarle es preciso amarle”. Por lo que, la educación debe estar dirigida por la
institución más conveniente para la conservación del gobierno, para así prevenir su
caída. En este libro, Montesquieu hace referencia a la importancia de la primera
educación que recibimos, pues es muy difícil desprenderse de ella.

No obstante, entiendo que existen tres tipos de educación: la que se recibe de los
padres, la que se recibe de los maestros y la que se recibe del mundo en general. En
ningún caso el gobierno deberá dirigir la educación al objeto que el gobierno se propone,
pues no podrá el gobierno quitar, imponiendo su autoridad, a los hijos de sus padres
para “educarlos” y disponer de ellos sin el previo consentimiento de los padres.

El quinto libro trata sobre las medidas que el gobierno puede adoptar para conseguir
que los ciudadanos obtengan la educación que más conviene al gobierno. También trata
sobre las leyes favorables o contrarias a una u otra forma de gobierno, aunque para
Montesquieu las formas de gobierno son: Democracia, Aristocracia, Monarquía y
Despotismo. Con la Democracia, Montesquieu utiliza como principio activo la virtud
política para así renunciar a sí mismo y abnegar todos los sentimientos naturales.
Aconseja que se tomen las medidas más radicales: partir las tierras con igualdad, no
permitir nunca que un hombre posea dos porciones, etc. En la Aristocracia, el ilustrado
apuesta por la moderación como principio activo, lo cual implica que los nobles no
humillen al pueblo; no se den privilegios individuales, honoríficos ni pecuniarios; que se
priven de los medios para aumentar su caudal, etc. En cuanto a la Monarquía,
Montesquieu aconseja perpetuar el lustre de las familias: desigualdad de las particiones,
libertad de testar, etc. Por último, en el Despotismo el autor se ciñe a hacer referencia
a todos los males que nacen de este sistema como mejor medio para asegurarlo.

En mi opinión, es imprescindible elegir entre favorecer los intereses particulares o los


intereses generales, para así saber qué leyes son las adecuadas para una u otra forma
de gobierno. Por ejemplo, el gobierno representativo busca favorecer los intereses
generales, por lo que es necesario propugnar la libertad, asegurar la igualdad, etc.
En el sexto libro, se tratan las leyes civiles y criminales, la forma de los juicios y el
establecimiento de las penas. Según Montesquieu en una monarquía las leyes civiles
son más complicadas que en el despotismo, y no hace referencia a como afectarían a
una República.

En realidad, Montesquieu lo que propone es que se debe buscar la sencillez y


uniformidad de las leyes. Cuanto más perfeccionada esté una sociedad más complicado
será lograr leyes sencillas o uniformes, ya que las relaciones sociales estarán más
multiplicadas y, por lo tanto, también lo estarán las leyes. En cuanto a la forma de los
juicios Montesquieu lo deja bastante claro en la siguiente frase: “no conviene que ni el
soberano ni el pueblo ni un Senado ni un monarca decida sobre los intereses de los
particulares, sino por jueces establecidos de antemano para esto y que estos jueces
juzguen siempre según el texto previsto en la ley”. En cuanto a las leyes criminales,
éstas deberán ser sencillas, respetando los derechos de los hombres y, además,
deberán ser seguidas literalmente en los juicios. Por último, las penas sólo pueden ser
solicitadas por el ministerio o por el acusador público, nunca por el acusador particular,
para poder evitar las pasiones personales y las venganzas. Según Montesquieu la
severidad de la pena debe tener como objetivo último castigar el delito para evitar que
se repita. Excluye cualquier tipo de castigo demasiado severo y condena actos crueles
o atroces, ya que considera que estos castigos lo único que consiguen es multiplicar los
delitos. No deja constancia de su parecer acerca de la pena de muerte, pero encuentra
absurda la ley del talión, por lo que da a entender que no está a favor de ella.

En el undécimo libro se cuestiona la distribución de los poderes de la sociedad,


debatiendo si esta distribución es o no favorable a la libertad. Para Montesquieu la
Constitución inglesa es perfecta, en cuanto que en ella se asegura la libertad política.

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