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CAPÍTULO 3
1.1. Cambios en las intenciones y metas, durante la actividad escolar, que requieren explicación
Afirmar que las metas que persiguen prioritariamente alumnos y alumnas condicionan el interés y el
esfuerzo que ponen para conseguir los aprendizajes escolares constituye un enfoque estático del problema
y, por ello, parcial e inadecuado. Cuando un profesor pide a los alumnos que atiendan a su explicación, que
estudien un tema o que realicen una tarea determinada, se inicia un proceso en el cual deseos,
pensamientos y emociones se entremezclan en función del curso de la actividad, modificando las
preocupaciones que asumen el control de la conducta, y condicionan el interés, el esfuerzo y los resultados
del proceso de aprendizaje. Por ello, no basta con que los profesores tengan en cuenta, a la hora de
plantear las actividades, el papel que pueden desempeñar las distintas metas para actuar influyendo
eficazmente sobre la motivación. Es preciso saber cómo orquestar las estrategias de actuación a lo largo del
proceso de trabajo con alumnos y alumnas a fin de conseguir que unos y otras trabajen de modo que el
interés y la motivación por aprender sean elevados. Para ello, sin embargo, es preciso conocer las pautas
típicas de afrontamiento de la actividad académica ligadas a la motivación —puestas de manifiesto, entre
otros, por Dweck y Elliot (1983), Kuhl (1987, 1994), Boekaerts (1992, en prensa) y Lehtinen y otros (1995) —
, sus repercusiones sobre el aprendizaje y las causas que influyen en que sean adoptadas por los alumnos.
¿A qué pautas nos referimos?
Consideremos, en primer lugar, a un alumno que está estudiando el tema de la Reforma, como
actividad previa a la clase descrita en el cuadro 1.
Puede que comience examinando por encima el tema, con cierto interés por saber de qué trata. Pero, a
continuación, tal vez experimente problemas por distintos motivos. Por un lado, quizá no le interese la
materia. No obstante, puede seguir estudiando ante la posibilidad de que la profesora le pregunte y le
califique. En este caso, cuanto más tiempo pase tratando de realizar una tarea que resulta aversiva, mayor
será el disgusto que experimentará y más fácil será que se distraiga e incluso que abandone.
Por otro lado, aunque la materia sea interesante, es posible que experimente dificultades para comprender
los conceptos o ideas que va leyendo, o que se sienta inseguro respecto a si el resumen que va haciendo de
acuerdo a las indicaciones de la profesora es adecuado.
En uno y otro caso, el alumno puede reaccionar de dos maneras: pidiendo ayuda a la profesora o,
centrándose en el hecho de que no progresa, poniéndose tenso y buscando salir de la situación como sea.
En el primer caso, según sea la respuesta de la profesora a la petición de ayuda (ignorar la petición, pedirle
que trabaje solo, darle alguna sugerencia, etc.), caben también distintas reacciones que afectarán al
resultado final del proceso de estudio.
Esto es, a lo largo del estudio, las "intenciones" del sujeto cambian: comienza buscando una meta y,
ante los problemas que surgen, cobra prioridad la consecución de otra, y se modifica la forma de actuar.
Consideremos, ahora, por ejemplo, cómo afrontan la tarea propuesta los alumnos que asisten a la clase
descrita en el cuadro 1 y cómo la forma en que lo hacen cambia a lo largo de la clase.
Es posible que muchos de los alumnos comiencen atendiendo a la explicación, aunque esto tal vez
dependa del resultado del período de estudio del día anterior. Sin embargo, si en algún momento no
entienden o pierden el hilo, es previsible que reaccionen de distintos modos. Pueden pedir aclaraciones —
si la profesora deja que interrumpan—, como ocurre con el alumno que pregunta si el "enchufe" y la
"recomendación" son lo mismo que el nepotismo. Recibir una respuesta aclaratoria, como en este caso,
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facilita que continúe atendiendo. Pero, en lugar de esto, el alumno podría haberse puesto tenso, al percibir
que no es capaz de seguir la explicación y pensar que va a tener dificultades con esa materia.
También es posible que, incluso entendiendo la explicación, no vea la relevancia o utilidad de lo que le
explican, esto es, para qué tiene que aprender aquello que le cuentan, como ocurre con el alumno que dice
"¿Y a nosotros qué nos importa lo que pensaban entonces?". Si esto se da, es probable que se sienta
incómodo con la tarea y con la propia situación de clase.
Más aún, los distintos tipos de reacciones mencionados pueden darse en el mismo sujeto: atención al
comienzo; formulación de preguntas ante las primeras dificultades; tensión, si se acumulan las dudas y no
se atreve a preguntar de nuevo; y eventual desinterés si, transcurrida una parte de la explicación, no
encuentra que la tarea sirva para algo. Así pues, como en el ejemplo anterior, se producen cambios en la
intención con la que se afrontan las tareas, y se siguen formas de actuación diferentes.
Consideremos, finalmente, el caso de un alumno o una alumna que está intentando resolver problemas
de Matemáticas en clase. Aunque ahora no se trate de estudiar sino de hacer problemas, la situación es
semejante. Dependiendo de su experiencia anterior con las Matemáticas, de sus conocimientos sobre el
tema, del contenido mismo de los problemas y de la finalidad de la tarea, práctica o evaluación, el trabajo
que va a realizar puede desencadenar en ellos emociones y formas de actuar distintas. El hecho mismo de
tener que desarrollar una tarea en la que uno ha experimentado dificultades en el pasado es fácil que le
lleve a encararla con una cierta ansiedad, por temer que aparezcan de nuevo. Además, aunque esto no
ocurra, la situación de leer los problemas y no saber cómo hacerlos o experimentar dificultades cuando se
lleva trabajando un rato —lo que depende en buena medida de que el alumno posea distintos tipos de
conocimientos generales y específicos—, a veces empuja a ensayar estrategias distintas o a pedir ayuda.
Según el tipo de respuesta del profesor, pueden producirse también distintas reacciones, pero a menudo
genera una experiencia de impotencia que lleva al alumno o alumna a abandonar la tarea.
Por último, si el contenido del problema resulta para el alumno o la alumna abstracto y alejado de su
experiencia hasta el punto de que no vea la relevancia de adquirir los conocimientos que implica, puede
generar aburrimiento y tedio por verse obligado a tener que resolverlo. Es decir, aunque se comience con
cierto interés, el hecho de experimentar dificultades a lo largo de las tareas puede modificar las metas que
ocupan el centro de atención, variando la intención del alumno y el modo de llevar a cabo su trabajo.
En las tres situaciones anteriores, las experiencias emocionales de los alumnos y las formas de
reaccionar frente a las dificultades son de distintos tipos.
Unas veces generan tensión, angustia, sentimientos de incompetencia y, como resultado de todo ello,
desmotivación y abandono del interés por la tarea y de todo esfuerzo por sacar el máximo provecho.
Otras, no se produce la reacción anterior, al menos no de modo inmediato. Alumnos y alumnas pueden
pedir ayuda. En este supuesto la reacción del profesor generará emociones y formas de actuar de distinto
signo.
También es posible que ensayen de modo reiterado nuevos modos de estudio o de solución de
problemas, lo que incrementa la posibilidad de comprensión, aprendizaje y de resolver correctamente los
problemas. Esto, a su vez, contribuye a que no disminuyan el interés y la motivación a lo largo de la tarea.
Finalmente, el sentimiento de estar frente a una situación que se percibe como irrelevante y, por ello,
como absurda, entraña el riesgo de generar aburrimiento, tedio y deseo de salir de la situación como sea.
Ante el triple modo de reaccionar descrito, surgen varias preguntas. Por ejemplo:
— Los cambios motivacionales descritos, ¿son más o menos sistemáticos, es decir, reflejan patrones
que permiten diferenciar tipos de alumnos?
— Si la respuesta es positiva, ¿en qué se diferencian más exactamente estos patrones y de qué modo
afectan al aprendizaje?
— ¿De qué depende el que los alumnos adopten preferentemente un tipo de patrón u otro y que lo
hagan de forma regular?
Aclarar las cuestiones anteriores es fundamental si se quiere ayudar a los alumnos, razón por la que
pasamos a considerarlas una a una.
El ejemplo, aunque es una simplificación de los procesos que tienen lugar realmente, elaborada para
mostrar cómo evolucionan en los alumnos a lo largo de la tarea los pensamientos, reacciones y emociones
asociados a las distintas metas, ilustra algunas diferencias fundamentales entre los tres modos de
afrontamiento que los profesores deben tener en cuenta por dos motivos. En primer lugar, porque el
planteamiento inicial de las tareas y los tipos de interacciones que tengan con los alumnos a lo largo de
ellas pueden contribuir en un momento dado a que éstos adopten formas más o menos adecuadas de
actuación. Y, en segundo lugar, porque, como tendremos ocasión de ver, los profesores contribuyen,
mediante su forma de proceder en clase, a que los alumnos adquieran, a su vez, líneas de actuación
adaptativas.
Las diferencias señaladas tienen que ver con los siguientes aspectos del proceso de realización de la
tarea.
Por un lado, cuando se aborda el trabajo motivado fundamentalmente por aprender (patrón
motivacional A del cuadro 4), se tiende a percibir las actividades como una invitación a conseguir algo,
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como un desafío atractivo, como una situación que puede dar lugar a la adquisición de una competencia o
a experimentar que se posee una determinada capacidad.
En estos casos, la pregunta de partida o la intención con que se afronta la actividad (¿Cómo puedo
hacerlo? ¿Qué digo? ¿Cómo lo digo? ¿Será correcto decirlo así?, etc.) hace que la atención se oriente, no
tanto hacia la experiencia de dificultad que implica cada nuevo paso, cuanto hacia la búsqueda de
estrategias para resolver el problema. Por ello, si no se entiende una explicación, lo mismo que si no
comprende algo al estudiar, se tiende a preguntar. Y si no sale un problema, se busca otro modo de
solucionarlo, dividiendo la tarea en pasos más manejables, momento en que es particularmente
importante la accesibilidad a los conocimientos temáticos y procedimentales para que las expectativas de
éxito de alumnos y alumnas no disminuyan, lo que les llevaría a adoptar las pautas de afronta- miento de
los sujetos preocupados sobre todo por su autoestima (Pardo y Alonso Tapia, 1990, cap. 10).
Además, si tras ponerse a trabajar del modo indicado, los problemas salen mal o se recibe una
calificación baja porque no se ha comprendido algo, se tiende a preguntar para buscar el origen de los
errores y cómo corregirlos. Es el caso, por ejemplo, de los alumnos (quizás los menos) que piden revisar un
examen, no tanto para ver si el profesor les sube la nota, cuanto para saber qué han hecho mal y por qué
está mal.
Por el contrario, los alumnos pendientes sobre todo de conservar su estima frente a los demás (patrón
motivacional B) comienzan abordando el trabajo de otro modo.
Ante todo, cuando se ponen a realizarlo, están alertas principalmente a la posibilidad que tienen de
hacerlo o no correctamente: ¿Soy capaz de entender sin problemas? ¿Se me quedan las cosas con
facilidad? ¿Sé hacer este tipo de problemas?, etc. Si la respuesta es afirmativa, porque su experiencia les
dice que se trata de actividades realizables sin gran dificultad, se relajan y trabajan con naturalidad. Pero si,
como ocurre a menudo y como se ha reflejado en el ejemplo del cuadro 4, la incertidumbre es grande
debido a la novedad de la tarea, entonces centrar la atención en si se va a ser o no capaz de resolverla
tiende a dificultar la búsqueda y puesta en práctica de las estrategias adecuadas, y a generar tensión e
irritabilidad en cuanto aparece un tropiezo. Esto se debe a que anticipan que, en caso de fracaso, quedará
de manifiesto su falta de capacidad personal, lo que daña la propia estima. Por eso, si el trabajo debe
hacerse obligatoriamente, en cuanto el alumno se encuentra con dificultades empieza a cavilar que no es lo
suyo, que vaya "rollo", etc., al tiempo que la inseguridad y la tensión aumentan. Esto ocurre sobre todo
cuando, tras concluir una tarea, estos alumnos son evaluados. En este momento, si obtienen malos
resultados, se inclinan a pensar que la materia no se les da bien y que es muy difícil, con lo que su
autoestima disminuye; o a manifestar que la culpa es del profesor, que no han tenido tiempo para estudiar,
etc. Propenden a atribuir sus resultados a factores propios de su persona o del contexto, pero que no creen
poder controlar. Esto, como ha mostrado Weiner (1986), incide en el descenso de sus expectativas de éxito
y, consiguientemente, en su desmotivación.
Finalmente, están los alumnos y alumnas a los que la tarea les resulta irrelevante (patrón motivacional
C). Que la tarea les resulte así muchas veces depende no de que no perciban la utilidad que en teoría tiene,
sino más bien, de que no saben cómo hacerla ni creen poder conseguirlo; percepción derivada de haber
experimentado repetidos fracasos especialmente en los primeros años de escolaridad (Licht, 1992), o de
que no vean que puede serles útil a ellos debido a su orientación personal. En cualquier caso, la
preocupación dominante de un alumno o alumna que afronta una actividad considerándola como
irrelevante es intentar evitarla, quitársela de encima como sea. No les importa si está mejor o peor ni si, en
lugar de hacerla por ellos mismos, la copian o se la hace otra persona. Ésta es la razón de que busquen
procedimientos que les permitan salir de la situación del modo más cómodo y rápido posible. Por eso, si
han de hacer las tareas en casa, a veces no las hacen o las copian de hermanos o compañeros. Les preocupa
la nota, sí, pero porque si no aprueban se van a ver obligados a repetir el trabajo de nuevo. Y, en caso de
aprobar, se olvidan de la tarea al momento.
1.4. ¿De qué depende que los alumnos adopten un patrón motivacional u otro?
Los patrones descritos son típicos cuando se comienza una actividad teniendo en mente alguna de las
metas mencionadas. Sin embargo, aunque los alumnos unas veces se enfrentan al trabajo con una meta y
otras con otra, lo normal es que los tres tipos de metas estén presentes en mayor o menor grado, de modo
que la adopción de un patrón u otro depende de la interacción entre ellas.
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Si un alumno o una alumna no ve que la tarea sea relevante, adoptará el patrón C siempre que la
necesidad de quedar bien no actúe como motivo adicional para buscar algo más que salir de la situación. Es
decir, no es suficiente con que la actividad sea percibida como no relevante para que se asuma el patrón C.
Por otra parte, si el trabajo se considera relevante, los alumnos comenzarán a actuar de acuerdo con el
patrón A o con el patrón B, dependiendo del grado relativo de preocupación por incrementar su
competencia y de experimentar que son capaces de realizar la tarea, o por preservar su autoestima.
Sin embargo, si un alumno que actúa de acuerdo con el patrón A encuentra excesivas dificultades
mientras está trabajando, es probable que cambie al patrón B, utilizando estrategias que pueden facilitar
salvar la autoestima aunque no contribuyan al incremento del dominio sobre la tarea, como puede ser el
aprender las cosas de memoria.
Ocurre, sin embargo, que los procesos que acabamos de describir pueden repetirse en distintos
momentos y en relación con distintas materias, lo que contribuye a consolidar distintos modos de pensar y
sentir, modos que pueden localizarse en relación con una materia o un tipo de actividad.
Por ejemplo, hay quienes consideran que las Matemáticas, los idiomas o los deportes no son un
problema para ellos, que son competentes y que la actividad en cuestión es interesante y útil. Estos
alumnos tienden a adoptar el perfil ejemplificado por el sujeto A. Por otra parte, hay quienes piensan que
se les dan mal las Matemáticas; hay otros que se consideran negados para el deporte; están los que
piensan lo mismo en relación con las manualidades o los idiomas, etc.; y finalmente, están los que se
consideran de modo generalizado como poco inteligentes o poco hábiles, lo que dificulta el que puedan
comenzar cualquier trabajo con la motivación necesaria. Cuando esto ocurre, muchos alumnos dejan de
esforzarse. Estos sujetos, según el contexto, pueden adoptar los patrones ilustrados por los sujetos B y C,
patrones que no facilitan el aprendizaje, al no centrar la atención de los alumnos en los procesos seguidos y
en las estrategias empleadas para realizar las tareas. Esto da lugar a que cada vez entiendan menos lo que
han de estudiar, a que se produzca una pérdida generalizada de interés y se busquen justificaciones del
bajo rendimiento que permitan salvar la autoestima: "Los estudios no sirven para nada. No me interesan.
Por eso no me esfuerzo." Su situación llega a ser tal que con frecuencia dan la —presión de ser vagos,
cuando en realidad no lo son, como muestra a veces el interés y el esfuerzo que ponen en otras actividades
no escolares.
Probablemente, al leer la descripción de los distintos patrones de afrontamiento y los modos en que
pueden variar a lo largo de la actividad de clase, habrán surgido algunas preguntas: ¿Qué determina que no
todos los alumnos persigan con la misma intensidad las diferentes metas señaladas v que afronten las
actividades académicas del modo descrito? ¿Por qué no todos los alumnos valoran del mismo modo la
relevancia de las tareas académicas? ¿Por qué a unos les preocupa más que a otros si quedan bien o mal
frente a los demás? ¿Por qué no tienen todos el mismo deseo de incrementar su competencia, siendo así
que ésta constituye la base objetiva en la que puede apoyarse la autoestima positiva? ¿Por qué, dadas unas
mismas condiciones, algunos alumnos y alumnas adoptan modos de pensamiento y actuación más
adaptativos mientras que otros escogen formas de actuación que resultan negativas para sus intereses, si
no a corto, sí a largo plazo? ¿Pueden los educadores influir en que alumnos y alumnas asuman metas y
pautas de afrontamiento más positivas?
Es posible que, si tratamos de respondernos a las cuestiones enunciadas, nos vengan a la mente
distintas explicaciones. Una de ellas es la siguiente. Hay sujetos más y menos capaces. Los sujetos más
capaces se dan cuenta de las cosas, ven rápidamente la relevancia de lo que se les pretende enseñar y son
los que realmente aprenden. Otros no lo son tanto, pero son trabajadores y saben que con esfuerzo
pueden conseguir las cosas. Unos y otros pertenecen a la categoría de los que buscan aprender y adoptan
el patrón A del cuadro 4. Por el contrario, hay quienes no se enteran o que son vagos, lo que dificulta
muchas veces el que puedan actuar como el sujeto anterior. No obstante, como a nadie le gusta ser menos
que los demás, estos individuos adoptan el patrón de afrontamiento B, propio de los que buscan preservar
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su autoestima. Finalmente, hay sujetos a los que la acumulación de fracasos, sea por incapacidad o por
vagancia, les lleva a desear evitar el trabajo escolar.
Esta visión, como puede deducirse, implica un horizonte bastante negativo respecto a la posibilidad de
interesar y motivar a alumnos y alumnas por aprender, dado que supone atribuir el interés y la motivación
de los alumnos a causas relativamente estables, su mayor o menor inteligencia y su mayor o menor
disposición a esforzarse en general. Es una explicación, sin embargo, que tiene bastante arraigo entre los
profesores, como se desprende de uno de nuestros estudios (Alonso Tapia, 1992-a), probablemente porque
constituye una disculpa tranquilizadora cuando no se consigue que los alumnos alcancen los objetivos de
aprendizaje perseguidos.
La explicación anterior, por fortuna, no es la única. Una segunda explicación, avalada por la evidencia
que proporcionan los trabajos de Dweck y Elliot (1983), se centra en las diferencias entre los alumnos cuya
meta predominante es la de preservar la autoestima y aquellos que buscan incrementar su competencia,
esto es, aprender. Estas autoras han encontrado que, ya desde los diez años, hay diferencias en el grado en
que los sujetos estudiados consideran que la inteligencia, las habilidades y las destrezas pueden
modificarse. Los alumnos y alumnas que piensan que las distintas capacidades son relativamente estables y
que, además, como han señalado Skinner y otros (1990), no están seguros de poseerlas en grado suficiente
y creen, por tanto, que no está en ellos el poder conseguir los objetivos para los que son necesarias,
encararían el trabajo escolar como el alumno B del cuadro 4, mientras que los que considerasen que son
modificables por el esfuerzo las acometerían como el alumno A.
En otro trabajo (Alonso Tapia, 1996) hemos mostrado cómo las diferencias mencionadas responden
claramente a concepciones muy arraigadas en nuestra cultura y reflejadas en dos refranes. Por una parte,
está el dicho "Lo que la naturaleza no da. Salamanca no lo presta". Este aforismo recoge la convicción
extendida de que hay a quien "se le dan bien" las Matemáticas, los idiomas, la música, la danza, los
deportes; quien tiene buena memoria; quien es un manitas, etc.
La idea de que se nace con determinadas predisposiciones más o menos estables suele ir unida a la de
que, si se tiene capacidad, las cosas han de salir bien desde el principio y casi sin esfuerzo. Con
independencia de que esta idea sea cierta o no (como veremos no lo es o, al menos, esas predisposiciones
no son tan importantes como parecen), el hecho de que comprender, aprender y resolver problemas
cueste trabajo y no resulte fácil, especialmente si se han realizado repetidos esfuerzos, lleva a la conclusión
de que "se vale" o "no se vale". Pensar así, según la explicación anteriormente descrita que sostienen
muchos profesores, hace que pase a primer plano la preocupación por la propia valía, convirtiendo la
búsqueda de autoestima en una meta básica. Cuando esto ocurre, toda situación que puede llevar al
fracaso se ve como una amenaza, especialmente si el fracaso ha ido precedido de un notable esfuerzo,
porque entonces la única conclusión a que cabe llegar es que no se vale.
Por otra parte, el refrán que recoge la segunda creencia es: "El que la sigue la consigue." Como puede
comprobarse, encierra una idea diametralmente opuesta a la anterior: la de que todo se puede lograr con
tal que se ponga el esfuerzo necesario para buscar y llevar a cabo la estrategia adecuada. Esta idea favorece
mucho más la motivación, el aprendizaje y los logros escolares. Al ser el éxito una cuestión de estrategia y
dedicación, la atención se centra en la búsqueda de los pasos que hay que dar, en los procesos que se van a
seguir, especialmente cuando uno se encuentra con dificultades. No importa, al menos no tanto como en el
caso anterior, que se cometan errores o que las cosas salgan mal, porque se considera que "de humanos es
equivocarse", y que lo importante es que, si se cometen errores, se aprenda de ellos.
Generalmente, las ideas recogidas por los refranes anteriores se reciben o aprenden de otros. Una de
las vías de actuación para mejorar la motivación de alumnos y alumnas por aprender (en caso de que
corresponda a la convicción recogida por el primer refrán, "Lo que la naturaleza no da...") sería tratar de
modificar la idea que pueden tener sobre la posibilidad de mejorar o no sus capacidades y destrezas. Para
ello los profesores deberían analizar los factores contextúales: mensajes, formas de reaccionar frente a los
éxitos o fracasos de los alumnos, etc., que probablemente estén contribuyendo a generar y consolidar las
distintas creencias mencionadas.
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2.3. Tercera explicación: la motivación depende de conocer formas eficaces de pensar y de afrontar el
trabajo
Existe, sin embargo, una tercera explicación del hecho de que alumnos y alumnas den prioridad a uno u
otro tipo de metas. Esta explicación no descarta que las creencias anteriores tengan en cierta medida el
efecto que se les atribuye, pero considera que los factores críticos son otros. Es posible —y existe evidencia
que lo demuestra (Pardo y Alonso Tapia, 1990)—, que el problema resida no en que los alumnos afrontan la
realización de las tareas escolares de modo inadecuado debido a las metas a las que dan importancia, sino
en que, como no han aprendido a afrontar la solución de los problemas escolares utilizando las estrategias
adecuadas, buscan no tanto aprender cuanto aprobar o quedar bien. Dicho de otro modo, no es que
alumnos y alumnas no aprendan porque no estén adecuadamente motivados, sino que no están
adecuadamente motivados porque, al no saber cómo afrontar las tareas escolares, no aprenden.
La explicación anterior tiene su origen en los trabajos de Kuhl (1987; 1994). Este autor ha constatado
que cuando se experimenta algún tipo de dificultad que impide resolver adecuadamente una tarea, lo
primero que se hace no es abandonarla, sino poner más esfuerzo en su solución. Esto es, el fracaso por sí
solo no hace desaparecer la motivación. La experiencia repetida de fracaso, sin embargo, sí lleva a
abandonarla, pero, y esto es importante, no todas las personas abandonan al mismo tiempo. La diferencia
en la rapidez con que se abandona o, lo que es igual, el descenso del esfuerzo en el que se refleja la
motivación, dependería de la conjunción de varios factores.
Quizás el más importante es dónde focaliza el sujeto su atención: en la búsqueda de las acciones y
estrategias específicas que podrían ayudarle a resolver el problema o, por el contrario, en el estado de
disgusto que genera la dificultad experimentada. Para que ocurra lo primero, es preciso que haya
aprendido a reaccionar automáticamente para buscar tales estrategias; o que, enfrentado con el problema,
sea consciente de que es mejor tratar de resolverlo que "ponerse a llorar". Esto, sin embargo, no es
suficiente, pues, si trata de buscar por otros medios una solución y carece de los conocimientos adecuados
sobre cómo actuar —no sabe dónde hallar la información, qué estrategias utilizar, etc. — terminará por
abandonar.
La explicación que acabamos de exponer es especialmente plausible a la luz de varios hechos
repetidamente constatados (Licht, 1992). El primero, que muchos de los alumnos que experimentan
problemas en los primeros años escolares no difieren en inteligencia de sus compañeros, aunque sí en el
hecho de presentar dificultades cognitivas específicas tales como déficit de vocabulario que obstaculiza la
comprensión, o insuficiencias en el control de la atención que limita el aprovechamiento adecuado de la
actividad escolar. Tales carencias requieren atención específica por parte de los profesores para que los
alumnos experimenten que las pueden superar. Así, por ejemplo, si un niño o una niña tiene problemas
para entender lo que lee por un déficit notable de vocabulario, más que insistir en que lea bien y rápido, lo
que el profesor o profesora debería hacer, al leer con él o ella, es enseñarle sobre todo a preguntar cuando
no sepa, a buscar el significado de lo que no entiende en los dibujos que acompañan al texto o en el
contexto inmediatamente anterior o posterior, y, sobre todo, a valorar la comprensión más que el hecho de
leer de prisa, leer mucho o leer claro y entonando. Hemos observado que una tendencia espontánea y
frecuente de los alumnos que comienzan a leer es la de interrumpir a cada paso la lectura para preguntar
por algo que no conocen o para establecer asociaciones entre el significado de lo que van descubriendo en
el texto y lo que ya conocen. Sin embargo, a menudo se interpreta este comportamiento como falta de
atención, cosa que impide aprovecharlo como punto de apoyo para ayudar al alumno a superar sus
limitaciones.
A este hecho se une otro también demostrado: los profesores tienden a tratar a los alumnos que
presentan problemas de modo diferente a los demás. Les preguntan menos, esperan menos tiempo a que
respondan, si responden erróneamente les dan la respuesta correcta en vez de hacerles pensar y no suelen
elogiarles (Cooper y otros, 1980). Esta tendencia obstaculiza el que los alumnos con dificultades aprendan a
pensar y a afrontar correctamente las tareas escolares, al no contar con las ayudas necesarias. Además,
como han mostrado Weinstein y Middlestadt (1979), los alumnos perciben estas diferencias de trato, con la
consecuencia de que utilizan menos un recurso como es el de pedir ayuda, imprescindible a menudo para
adquirir los conocimientos y estrategias necesarios para encarar el trabajo escolar.
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2.4. La cantidad y el tipo de ayudas que recibe el sujeto también influyen, y de modo notable, en la
motivación
Saber o no saber cómo acometer las tareas —con qué estrategias y procedimientos— parece, pues,
que depende en buena medida, aunque no exclusivamente, de los tipos de ayudas recibidas a lo largo de
sus experiencias de aprendizaje. Los ejemplos que se presentan en el cuadro 5 muestran la forma en que
diferentes tipos de ayudas proporcionadas por profesores, padres y educadores en general pueden dar
lugar a los distintos modos de afrontamiento.
Como puede comprobarse, las actuaciones A y C son actuaciones centradas en el resultado. Lo
importante es que la tarea quede bien hecha. Las actuaciones B y D, por el contrario, ayudan al alumno a
tomar conciencia de la razón de sus problemas, de lo que debe hacer para superarlos y, cuando el alumno
tiene edad para ello, del propio proceso de aprendizaje. En la medida en que estas últimas pautas de
actuación de los profesores se generalizan, obviamente ajustándose al tipo de tareas y dificultades que
estén desarrollando los alumnos, se facilita la adquisición del patrón de afrontamiento propio de los sujetos
que buscan aprender.
Si los alumnos no reciben los tipos de ayudas a que nos hemos referido y no aprenden a pensar, la
experiencia repetida de fracaso les lleva a consolidar la idea de que tienen poca capacidad para conseguir
los objetivos escolares y de que esa capacidad es relativamente estable, como señalan Dweck y Elliot. Y
esta idea tiende a consolidar las pautas de contacta propias de los sujetos que tratan de salvar su
autoestima o, peor todavía, las de los sujetos que quieren salir de una situación a la que no encuentran
sentido.
Al comienzo de estas páginas señalábamos que alumnos y alumnas no están motivados en abstracto,
dado que las variaciones en las pautas de actuación de profesores y profesoras a lo largo de una clase y de
un curso escolar definen contextos de aprendizaje cuyo significado para aquéllos es diferente. Es decir, las
metas personales y los modos de enfrentarse al trabajo escolar no dependen sólo de las características de
la tarea y los avatares que tienen lugar a lo largo de su realización, sino también de la actividad de
profesores y profesoras. Por esta razón, es necesario examinar qué formas de actuación contribuyen de
modo más positivo a motivar para el aprendizaje. Para ello, como los objetivos que deben conseguirse a lo
largo de los distintos momentos del proceso de aprendizaje son diferentes y exigen por tanto diferentes
formas de actuar, hemos organizado el análisis y la exposición en torno a estos distintos momentos.
1. Comienzo de las actividades de aprendizaje: ¿Cómo captar la atención de los alumnos y hacia dónde
dirigirla?
Todo profesor debe lograr al comienzo de una clase, como condición necesaria para activar la
motivación de sus alumnos, captar su atención despertando su curiosidad, mostrando la relevancia de lo
que han de aprender y creando las condiciones para mantener su interés, característica que es preciso
distinguir de la curiosidad, como han puesto de manifiesto Hidi y Anderson (1992).
Las tres situaciones anteriores implican enfrentar a los alumnos y alumnas con fenómenos novedosos
en el sentido de que plantean interrogantes y desafíos que normalmente no han abordado con
anterioridad. No se conoce la respuesta, lo que es componente esencial para que se active la curiosidad, es
decir, para que la atención de los alumnos se dirija hacia la búsqueda de aquélla. Por otra parte, situaciones
y preguntas como las expuestas pueden, y con frecuencia, deben, introducirse en distintos momentos de
una clase o de un tema, de modo que la curiosidad de los alumnos se mantenga activa.
Llegados a este punto, algún lector podría cuestionar la utilidad de procedimientos como los descritos
alegando que, en general, la mayoría de los alumnos y alumnas están acostumbrados a aceptar sin más la
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forma habitual de empezar las clases. Aunque esto fuera cierto, no lo es menos que la aceptación de lo
inevitable no significa deseo de aprender y comprender. De hecho, comenzar directamente a explicar
puede contribuir a que los alumnos consideren que la meta es memorizar y aprobar. Y esto puede
desencadenar las pautas de afrontamiento maladaptativas que hemos descrito anteriormente. Por el
contrario, dedicar un breve tiempo al inicio de cada tema a plantear situaciones y preguntas que, como las
descritas, activen la curiosidad puede ser una ayuda particularmente útil —no decimos suficiente— en el
caso de alumnos que no progresan, ya que supone orientar el aprendizaje hacia la comprensión de
fenómenos, no hacia la memorización de hechos. Por este motivo, profesores y profesoras deberíamos
examinar el grado en que usamos estrategias como presentar información nueva, incierta, sorprendente o
incongruente con los conocimientos previos del alumno, y variar los elementos de la tarea para despertar la
curiosidad.
(La profesora coloca la fotografía de una adivina en la pizarra en un lugar destacado. De momento
los libros están cerrados.)
Tres doncellas estaban enamoradas de un doncel. Éste les daba largas, por lo que decidieron pedirle
que, de una vez, les sacara de dudas y les dijera a cuál de ellas quería. El doncel les respondió diciendo
que sabrían a quién quería cuando puntuasen adecuadamente los versos siguientes. Tres bellas que
bellas son me han exigido las tres que diga de ellas cuál es la que ama mi corazón si obedecer es razón
digo que amo a Soledad no a Julia cuya bondad persona humana no tiene no aspira mi amor a Irene que
no es poca su beldad
(No incluimos la solución del problema, tarea que dejamos para el lector. Tan sólo queremos señalar
que hay cuatro soluciones posibles, y que la elegida por el autor decepcionó a las tres chicas.)
Cuadro 8. Ejemplo utilizado en un libro de Lengua para mostrar la relevancia de conocer bien los signos
de puntuación.
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El que alumnos y alumnas consigan ambas cosas está en parte supeditado a la actividad de profesores y
profesoras, ya que podemos o no relacionar explícitamente el contenido de la instrucción con las
experiencias, los conocimientos previos y los valores de los alumnos, en la medida en que los conocemos
de sesiones anteriores. Por ejemplo, plantear una tarea como la que recogemos en el cuadro 8 (propuesta
en un texto de Lengua) puede ser particularmente útil para mostrar a muchachas y muchachos
adolescentes la relevancia de aprender el uso adecuado de los signos de puntuación. Lo importante de este
ejemplo, sin embargo, no es su contenido. Para seleccionarlo con el fin de motivar a los alumnos, los
autores del texto en que aparecía tuvieron que formularse y responderse a una serie de cuestiones que ya
hemos expuesto en otro trabajo (Alonso Tapia, 1995, pág. 320) y que conforman el procedimiento que
debe seguirse para diseñar actividades semejantes, a saber:
a) Vamos a aprender a dar instrucciones de modo preciso para que quien las lea haga lo que indicamos sin
cometer errores.
Este mensaje subraya la relevancia directa, interna, de la tarea.
b) Vais a estudiar esta lección y a hacer la redacción que se indica porque luego os voy a poner un control y
el que no lo pase tendrá suspenso en la evaluación.
Este mensaje subraya que el aprendizaje ayuda a evitar una situación aversiva.
c) Recordad que si no sois capaces de dar instrucciones correctamente, difícilmente podréis tener un
trabajo con personas a vuestro cargo, ya que seríais responsables de sus equivocaciones.
Este mensaje subraya la relevancia instrumental de la tarea en relación con una meta externa deseable.
d) Vais a ver como, al aprender a dar instrucciones de modo preciso, aprenderemos también algo acerca
de cómo funcionamos las personas, a qué se deben nuestros errores y aciertos. Como veréis, esto
resulta apasionante y puede servir para que dirijamos de modo eficaz nuestro propio comportamiento.
Este mensaje sitúa la tarea en el contexto de un objetivo más amplio cuya adquisición confiere a la
actividad un nuevo valor.
e) Vamos a ver quién es capaz de escribir mejor una redacción con las instrucciones para hacer el modelo
de avión que tenéis en el dibujo.
Cuando terminéis, compararemos las distintas redacciones para ver quién es el que mejor lo ha hecho.
Este mensaje sitúa la tarea en un contexto competitivo donde lo importante no es lo que se aprende,
sino superar a los demás en esta ocasión particular.
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f) Vamos a ver si somos capaces de mejorar la precisión con que indicamos a otras personas cómo deben
hacer una tarea.
Este mensaje sitúa la actividad en el contexto de un desafío con uno mismo, algo siempre posible, y que
orienta la atención hacia la adquisición y la experiencia de competencias.
Como puede deducirse de los ejemplos expuestos, si los profesores y profesoras no utilizamos
actividades que pongan de manifiesto el valor de lo que se realiza para conseguir adquirir competencias
intrínsecamente valiosas; o, si no hacemos explícito, al menos, dicho valor, lo más probable es que muchos
de nuestros alumnos y alumnas no perciban su relevancia y no afronten el trabajo escolar con la motivación
adecuada. Más aún. Si utilizamos mensajes que orientan la atención no hacia la adquisición de
competencias sino hacia la superación de la evaluación o hacia la competición con los compañeros,
activaremos la preocupación por quedar bien y evitar quedar mal, la ansiedad y las estrategias de
afrontamiento centradas más en la consecución o evitación de un resultado externo a la tarea (el juicio de
éxito o fracaso que se va a recibir del profesor) que en el propio aprendizaje. De ahí la importancia de que
los profesores evaluemos los mensajes mediante los que transmitimos la idea de las metas que están en
juego y de que, si procede, los modifiquemos.
Con el término "interés" se hace referencia al hecho de mantener la atención centrada en algo; en
nuestro caso, el desarrollo de una explicación o la realización de una tarea. Se trata, pues, de un proceso
distinto a la curiosidad. Esta implica dirigir la atención hacia un fenómeno novedoso, incierto, sorprendente
o incongruente. El interés depende tanto de factores personales como de factores contextúales, como
mostrábamos en la figura 3.
c) Uso de ilustraciones y ejemplos. Una razón de las dificultades con que tropiezan alumnos y alumnas al
realizar las tareas escolares es que se encuentran a menudo con conceptos que para ellos no tienen un
referente claro. Esto afecta a la comprensión, al interés, a la motivación y al mismo aprendizaje, porque los
conceptos constituyen para los alumnos algo abstracto. Por este motivo, el uso frecuente de ilustraciones y
ejemplos se convierte en uno de los recursos principales con que profesoras y profesores contamos para
mantener el interés al explicar, dado que permiten la creación de un referente concreto con el que
establecer comparaciones y analogías. Esta estrategia es particularmente útil al comienzo de una clase,
pues resulta un medio de conectar lo que se va a comentar con los conocimientos previos del alumno.
Por ejemplo, si un profesor trata el tema de la resistencia eléctrica, es particularmente útil que muestre
a los alumnos mediante el uso de un amperímetro conectado a un circuito cómo, siendo igual la pila, la
intensidad eléctrica varía cuando varía el material, la longitud o el grosor del conductor: la observación del
ejemplo no sólo sirve para demostrar el principio en estudio, sino que contribuye a mantener el interés más
que si sólo se oye la explicación del profesor.
d) Uso de un contexto narrativo. En una revisión de los trabajos sobre los determinantes contextúales del
interés, Hidi y Anderson (1992) han puesto de manifiesto que hay una serie de características temáticas de
la información que despiertan el interés de la mayoría de las personas. De entre las características que
señalan, la que tiene una aplicación más directa en la clase es que la información se presente en un
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contexto narrativo, especialmente si la narración posibilita la identificación del oyente con el personaje
central de ésta.
Para que se entienda a qué nos referimos, imaginemos que un profesor, como forma de introducir el
tema de la polinización de las flores al que hemos aludido antes, propone a sus alumnos comenzar por la
lectura de un texto. Puede ser uno de los dos que se presentan a continuación:
Texto 1:
La forma de las flores, los colores, la emisión de aromas en momentos y sitios adecuados, en el
momento de la apertura de la flor están relacionados con los insectos que las visitan. Las flores que son
visitadas por insectos diurnos son de colores fuertes, rojos, amarillos, azul añil, porque éstos son los colores
que más destacan durante el día. Estas flores con frecuencia cierran de noche sus corolas y se abren durante
el día. Al contrario sucede en aquellas otras que se polinizan por insectos nocturnos; sus corolas se abren a
la caída de la tarde, y son de colores blanco o muy pálidos, tonos que son los que más destacan en la
oscuridad. En relación con la polinización está también en muchas flores la emisión de aromas; unas huelen
de día para llamar la atención de sus polinizadores diurnos; otras exhalan sus aromas durante la noche,
para atraer a sus visitadores nocturnos.
Texto 2:
Amanecía. Caminaba despacio por el bosque mientras observaba las flores junto al camino, acariciadas
por el beso cálido del sol que las hacía abrir sus puertas a los primeros insectos que iban a tomar su
desayuno. Flores rojas y azules. De pronto, me llamó la atención una cosa. Vi unas flores blancas que, en vez
de abrirse, parecían cerrarse. Me detuve a observarlas. Y en efecto, en breves momentos, se cerraron. Doña
Abeja no podría tomar su polen en ellas. "¿Por qué ocurre esto?", pensé. "¿Por qué hay flores que se abren
de día y otras que se cierran al amanecer?" Continué andando y me volví a detener cuando vi a contraluz
una abeja que libaba la flor roja de un arbusto. Me acerqué con cuidado. Era hermoso contemplarla en
medio de un silencio roto sólo por el canto de los pájaros saludando el día. Tan absorta estaba en su labor
que no pareció darse cuenta de mi presencia. Entonces pude ver algo curioso. Sus patas parecían llenas de
polvo... del polen de la flor. Había oído que las abejas llevaban polen en sus patas, pero no lo había visto
nunca. Al rato, echó a volar y fue a posarse en otra flor, vecina de la primera. Al hacerlo, cayó una parte del
polen. "¡Qué descuidada!", dije. Y seguí caminado, mientras pensaba en las flores que se cierran de día y en
las abejas que pierden su polen cuando van como ladrones furtivos de flor en flor, dejando pistas que
delatan su visita. Y entonces lo entendí todo. Recordé haber oído en la escuela que la forma y el color de las
flores y los olores que emiten cuando se abren atraían a insectos distintos, que se encargaban de llevar el
polen de unas a otras y que hacían posible su fecundación. No eran, pues, ladrones furtivos sino mensajeros
de la vida que se guiaban por la forma, el color y el olor de las flores que les abrían sus puertas.
Como se ve, el segundo texto transmite la misma información que el primero, pero su contexto
narrativo facilita el mantenimiento de la atención —y probablemente el recuerdo— más que la mera
exposición de los hechos que se realiza en el primer texto, de acuerdo con la evidencia examinada por Hidi
y Anderson. No obstante, esperamos que el ejemplo utilizado no confunda lo que queremos decir.
Utilizar un contexto narrativo no significa sólo utilizar textos como el segundo de los recogidos. Enseñar
Filosofía como lo hace el autor de El mundo de Sofía (Gaarder, 1994), donde un misterioso profesor va
planteando a una niña de quince años los problemas que se han planteado los filósofos a lo largo de la
historia y, a medida que la niña hace suyas las preguntas, le enfrenta críticamente con las respuestas,
constituye un excelente ejemplo del uso de un contexto narrativo para facilitar el interés y la comprensión.
Hasta aquí hemos descrito algunas de las estrategias que profesoras y profesores pueden utilizar para
despertar y mantener el interés cuando la actividad que los alumnos han de realizar es escuchar y asimilar
los contenidos de una exposición. Cuando no se emplean estas estrategias, resulta difícil mantener la
atención centrada en la información que se recibe. Esto puede dar lugar a lagunas en la comprensión que,
como hemos señalado anteriormente, a menudo ponen en marcha procesos maladaptativos: tensión,
atribución del problema a la falta de capacidad, etc.
Por este motivo, parece claro que los profesores no debemos dejar de examinar, por una parte, en qué
medida la forma y el ritmo con que presentamos la información están contribuyendo a mantener el interés
no sólo de los alumnos más listos, sino el de aquellos que no progresan; y, por otra parte, el grado en que,
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tanto la forma en que exponemos, como las preguntas, las tareas y los problemas que planteamos, están
suficientemente ilustrados con ejemplos concretos.
¿Qué tiempo tardarán 30 surtidores en llenar 120 bidones con una capacidad de 80 litros cada uno, si
20 surtidores tardan 10 horas en llenar 40 bidones con la misma capacidad cada uno?
Un alumno piensa del modo siguiente: (En cursiva lo que consideramos autocuestiones reguladoras
del proceso.)
Vayamos por pasos...
¿Qué me piden hallar?
El tiempo de llenado...
¿Qué necesito saber para poder responder? ¿De qué depende el tiempo de llenado?
De la relación entre la capacidad total de los bidones y la gasolina que sale por los 30 surtidores, pero
no me dan este último dato.
¿Qué información necesito para averiguarlo?
Conocer la gasolina que sale por cada surtidor, pero tampoco conozco este dato...
¿Tengo datos que me permitan hallarlo?
Me dice que 20 surtidores llenan 40 bidones... de 80 litros, o sea, 3 200 litros en 10 horas. Puedo
dividir 3 200 entre 20 y así lo sabré. Ya lo tengo. De cada surtidor salen 16 1/h.
¿Qué hay que hacer ahora? Veamos... ¿Qué me pedían?
El tiempo...
¿Cómo puedo hallarlo?
Dividiendo la gasolina total que deben echar por la que echan los 30 bidones en 1 h. Para saber esto
último, tengo que multiplicar 30 por 16... en 1 h. Sale... 480 1/h. Pero deben verter 120 x 80 = 9 6001.
Divido 9 600 entre 480 y sale... 20 h.
Cuadro 9. Ejemplo de autoinstrucciones y automensajes reguladores del mantenimiento de la atención en
que se traduce el interés por la tarea.
Por un lado, recordar los pasos que configuran el proceso mental que hay que seguir. Por otro,
indicarles que lo importante es aprender a realizar la tarea más que el hecho mismo de resolverla, por lo
que deben prestar atención a los puntos en que encuentran dificultades, pensar en lo que hacen para
intentar resolverlas y, si no lo consiguen, preguntar. También podemos señalar que no se debe realizar lo
que se les ha pedido buscando conseguir la perfección, sino progresos parciales, abordando sucesivamente
tareas cada vez más complejas, para que haya siempre un cierto desafío. Por ejemplo, la profesora de
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inglés anteriormente citada, al poner a sus alumnos una cinta de cásete que deben escuchar, les indica: "No
hace falta que entendáis todo lo que se dice. Estad atentos más que nada al orden en que se dicen las
cosas..."
Si profesores y profesoras actuamos del modo señalado, bien proponiendo objetivos intermedios, bien
facilitando guiones e instrucciones que centren la atención de alumnos y alumnas en el proceso de
ejecución más que en el resultado, se puede evitar el bloqueo y la pérdida de interés y motivación.
Obviamente, lo contrario ocurre si las instrucciones que damos carecen de tales características o, lo que es
peor, si centran la atención de los alumnos en la importancia del resultado o en la evaluación posterior.
El mantenimiento del interés depende también de la ausencia de factores ambientales que puedan
contribuir a la distracción de los alumnos, tales como ruidos, etc., factores que, en la medida de lo posible,
es preciso suprimir. Como quiera que el origen de estos factores puede ser muy variado, no cabe dar
pautas generales sobre cómo abordarlos. No obstante, hemos podido comprobar que los alumnos suelen
asociar la existencia de ruido y alboroto frecuente a la existencia de tiempos muertos, en los que no se sabe
qué hacer, y a la ausencia de objetivos claros (Alonso Tapia, 1992-a). En consecuencia, parece necesario
que la planificación de las actividades y las instrucciones sobre el trabajo que se den al comienzo de ellas
sean suficientemente precisas para evitar la pérdida de interés debida a la aparición de las distracciones
mencionadas.
2.7. Pautas de actuación que contribuyen a mostrar la aceptación incondicional del alumno
Un hecho que se relaciona positivamente con el rendimiento escolar es la percepción por parte de los
alumnos de que el profesor les escucha, de que se preocupa de que cada uno aprenda, sin compararles con
los demás, de que les señala los progresos y no sólo lo negativo, y de que no hay favoritismos (Alonso
Tapia, 1992-a). En otras palabras, en la medida en que los alumnos se sienten escuchados, en que sienten
que el profesor busca ayudarles y que no le importa si son mejores o peores porque no les compara,
tienden a rendir más. Sin embargo, que los profesores tengamos que atender a un número no pequeño de
alumnos y que éstos cambien año tras año no facilita la percepción por parte de los alumnos de que los
profesores les aceptan. Lo cual no implica que experimenten rechazo, tan sólo ocurre que no se producen
los indicios que favorecen la percepción de aceptación. Sin embargo, como han puesto de manifiesto los
expertos en comunicación, en situaciones en que una persona trata de ayudar a otra, existen numerosos
comportamientos específicos mediante los que se puede transmitir tal aceptación.
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Varios autores (Feuerstein y col., 1980; Cormier y Cormier, 1991) han señalado diferentes
comportamientos que, cuando se interactúa con otra persona, contribuyen a que ésta perciba si es
aceptada por su interlocutor.
Cuadro 10. Ejemplo de pautas de actuación que facilitan la percepción de ser aceptado.
1. Recursos utilizados: (R) Retomar lo que los alumnos van diciendo. (E) Cuando los alumnos di¬cen
algo usando expresiones pobres, la profesora expresa lo dicho ampliándolo y enriqueciéndolo, lo que
posibilita la adquisición de nuevos recursos expresivos. (ND) No descalificar una intervención inadecuada,
lo que es positivo porque hace que el error se vea como algo natural dentro del proceso de aprendizaje.
Además de los factores señalados, a la luz de la valoración que alumnos y alumnas hacen del
comportamiento de los profesores y de la relación de esta valoración con el rendimiento (Alonso Tapia,
1992-a), es esencial que aquéllos experimenten que el profesor está tan disponible para ellos como para los
demás, lo que depende del tiempo que se les dedica; que sientan que no se les compara sino que, al
contrario, los tipos de apoyos que reciben se ajustan a su ritmo y les ayudan a progresar, y que lo que
cuenta es este progreso, aunque vayan por detrás de otros. Esta percepción depende básicamente de las
pautas de evaluación, como veremos más adelante.
2.2.4. Favorecer la toma de conciencia de las propias motivaciones y de lo que implica aprender
Muchas veces acontece, en especial al llegar a la adolescencia, que hay alumnos y alumnas que no
están a gusto con el trabajo escolar, sea del tipo que sea, porque realmente no saben lo que quieren, o
porque no han experimentado en profundidad lo que significa aprender, en cuanto adquisición de una
competencia, ni se han parado a pensar en la satisfacción que comporta. Por otra parte, es frecuente que
hayan acabado por aceptar una forma pasiva de estar en la escuela, sin cuestionar que están padeciendo
una situación que no les ayuda a progresar. Cuando esto ocurre, la razón de que un alumno o una alumna
se sienta obligado a asumir su trabajo escolar no está tanto en el contexto como en ellos mismos. Sin
embargo, como ha demostrado deCharms (1976), es posible contribuir a que cambien su perspectiva,
ayudándoles a que sepan lo que quieren, a que vean que lo que se busca es facilitarles la consecución de
algo que en el fondo desean, a que comprendan que el aprendizaje potencia el desarrollo de su autonomía
y les lleva a descubrir que el respeto y la cooperación facilitan la consecución de sus metas personales.
Una de las técnicas utilizadas por deCharms tenía por objeto modificar la forma de pensar de alumnos y
alumnas sobre los éxitos y los fracasos y sobre la forma de conseguir los primeros, de modo que tal forma
de pensar se asemejase a la de los sujetos más motivados por aprender, en el sentido profundo del
término. El empleo de esta técnica se basaba en el supuesto de que para que un alumno se encuentre a
gusto haciendo el trabajo escolar y lo acepte de buena gana, como algo propio, es preciso que experimente
que progresa, y también se basaba en el supuesto de que esta experiencia no es posible si las tareas no se
afrontan como lo hacen los sujetos más motivados. La técnica consistía en pedir a alumnos y alumnas que
escribiesen una serie de historias con unos títulos determinados que recogían lo que los protagonistas iban
a contar como, por ejemplo, "Qué es lo que voy a hacer para intentar tener éxito", "Con qué dificultades
espero encontrarme" etc. Posteriormente, las redacciones se comentaban buscando crear un clima o forma
de pensar respecto al trabajo, centrado en torno a ideas tales como:
— La persona que busca superarse no espera que le digan lo que ha de hacer, sino que se pone sus
propias metas (PM) y trabaja por conseguirlas.
— La persona que busca superarse, si encuentra dificultades, divide las tareas en pasos pequeños (TP)
de menor dificultad.
— La persona que busca superarse desecha pensamientos como "No sé". En lugar de ello, piensa:
"¿Cómo puedo hacerlo?" (CH), y busca otros medios sin desechar ninguno en principio.
— A la persona que busca superarse no le importa pedir ayuda (PA) si la necesita realmente.
— La persona que busca superarse pide que le enseñen a hacer las cosas por sí misma (EH), no que se
las hagan.
— La persona que busca superarse nunca piensa "¡Qué fracaso!" ante los errores o fallos, sino: "¿Qué
puedo aprender de este error y cómo pondría evitarlo en el futuro?" (AE).
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— La persona que busca superarse aprende a compensar sus limitaciones (CL) buscando los medios
necesarios.
— La persona que busca superarse disfruta cuando progresa (DP), aunque no gane a otros, porque se
ve a sí misma competente.
Las ideas anteriores y otras parecidas pueden transmitirse a alumnos y alumnas en el contexto de las
actividades cotidianas, como muestran los ejemplos que incluimos en el cuadro 11. Es poco probable que
los tipos de intervenciones que se recogen, realizadas aisladamente, tengan una gran efectividad. Sin
embargo, su uso recurrente contribuye a crear un clima que facilita la percepción de progreso,
especialmente si la actuación del profesor o profesora en otros aspectos del planteamiento de las clases es
coherente con las actitudes que tales intervenciones sugieren, lo que constituye uno de los requisitos para
que alumnos y alumnas estén a gusto y afronten su trabajo de buena gana.
Otro de los tipos de técnicas utilizados por los profesores y profesoras entrenados por deCharms tenía
como finalidad ayudar a alumnos y alumnas a conocer sus metas personales y a esforzarse de modo
efectivo por conseguirlas, poniendo en relación con ellas su trabajo escolar. Obviamente, si un chico o una
chica no sabe lo que quiere, no es fácil que le interese conseguir una determinada competencia por mucho
que los profesores pongan de manifiesto su relevancia. Por este motivo, conseguir que los alumnos tomen
conciencia de lo que quieren es un factor que condiciona el deseo de adquirir competencias. Para conseguir
la finalidad señalada, se proponía una serie de ejercicios cuyo objetivo era enseñarles a observar su
comportamiento en relación con dos aspectos.
Por un lado, en relación con los tipos de metas que se planteaban para un día, una semana o un fin de
semana y con el grado en que las conseguían. Y, por otro lado, en relación con el grado en que su
comportamiento en esos mismos períodos era el propio de una persona que actúa para conseguir las metas
que se ha propuesto y que trata a los demás como personas que buscan igualmente conseguir metas
personales; o, por el contrario, era el comportamiento propio de alguien que hace algo sólo porque otros lo
quieren.
Sin duda, las actividades anteriores encajan mejor dentro de la “enseñanza por proyectos”, a la ya
hemos hecho referencia, que dentro de planteamientos más tradiciones, en los que son los profesores o
profesoras quienes establecen los objetivos, los ritmos de trabajo, etc., y en los que a menudo alumnos y
alumnas se sienten marionetas, al tener que hacer cosas que sólo sirven, desde su punto de vista, para salir
del paseo. Además, como en el caso de las técnicas dirigidas a modificar la forma de pensar de alumnos y
alumnas, es poco probable que los profesores de Enseñanza Secundaria asuman la introducción de tareas
semejantes a las mencionadas en el párrafo anterior, a menos que lo hagan en relación con sus labores de
tutoría.
PM Una alumna escribe bastante bien. No obstante, sólo lo hace si se le pide como tarea obligatoria,
pero nunca espontáneamente. La profesora le pregunta: "¿Te gusta escribir?" "Si"', responde. "¿Por qué
sólo entregas los trabajos obligatorios? ¿No te gustaría llegar a hacerlo realmente bien? ¿Por qué no te lo
propones como meta? Sólo se progresa realmente si uno se pone a sí mismo metas y trabaja por
conseguirlo."
TP Si un alumno pide ayuda para hacer un problema de Matemáticas, un profesor puede decirle: "¿Has
pensado en lo que se te pide? Lee la pregunta y luego ve paso a paso, como hemos visto en otros
problemas. Recuerda qué es lo que hace la persona que busca superarse."
CH Una profesora va pasando entre las mesas de sus alumnos que están tratando de hacer una
redacción y observa a una alumna que apenas ha comenzado. Le pregunta: "¿Por qué no escribes?" La
alumna responde: "No se me ocurre nada. No sé qué hacer." La profesora le responde: "No digas no sé.
Piensa más bien ¿cómo puedo hacerlo? Y anota cualquier idea que te venga a la cabeza aunque te parezca
que no tiene nada que ver. (En lugar de esta estrategia, puede indicar cualquier estrategia que parezca
pertinente.) Recuerda qué es lo que hace la persona que busca superarse."
PA Un alumno entrega los problemas sin hacer. El profesor le pregunta: "¿Por qué no los has hecho?"
El alumno responde: "No sabía. No los entiendo." "¿Y por qué no me has preguntado? Ya sabes aquello de
"Más vale parecer tonto una vez que ser luego toda la vida". Además, es de sabios preguntar."
EH Un alumno de 8 años está tratando de hacer un trabajo de Plástica que requiere el plegado de
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figuras de papel. Se acerca a la profesora y le dice: "¿Me lo puedes doblar? Es que no me sale." La
profesora le responde: "Inténtalo para que vea cómo lo haces y, si hace falta, te digo cómo hacerlo. Pero lo
tienes que hacer tú. Si te lo hago yo, no aprendes." Y comienza a ayudarle mientras dice: "Recuerda lo que
os he dicho: Si te dan un pez, comes un día, pero si te enseñan a pescar, comerás toda la vida."
AE Un alumno recibe un examen de Filosofía con una nota sensiblemente inferior a la que esperaba. El
profesor observa la expresión de disgusto y le pregunta: "¿Qué te pasa?", a lo que el alumno responde:
"Esperaba sacar mejor nota. Yo no sé cómo hacer los comentarios de texto." "¿Y eso te deprime? ¿Por qué
no me preguntas cómo podrías haberlo hecho mejor? Recuerda que lo importante es aprender de los
errores, que son normales cuando se está aprendiendo."
CL Una alumna entrega una lámina de Dibujo Técnico sin terminar. La profesora le pregunta: "¿Por qué
no has terminado la lámina?" Ella responde: "Estuve ayer dibujando toda la tarde y no tuve tiempo de
terminar. No se me da muy bien y tardo mucho." "Bueno, entonces, si sabes que tardas, ¿por qué lo has
dejado para el último momento? Quien quiere progresar y conoce sus limitaciones busca cómo
compensarlas."
DP Partiendo de unas instrucciones básicas del profesor, una alumna, que habitualmente se agobia
mucho con el trabajo de clase porque no está segura de sí misma y piensa demasiado en la nota, ha
diseñado un experimento para comprobar qué cuerpos conducen bien el calor y cuáles no. Terminado el
experimento, entrega el informe a su profesor. Este comenta: "Has hecho un trabajo muy bueno. Has
definido correctamente las variables y has tomado correctamente las medidas. ¿Qué se siente al ver que
eres capaz de hacer bien un trabajo como éste?" "Pues... no sé... no lo he pensado." "Pues piénsalo. Lo
importante no es la nota. Lo importante es que has aprendido a diseñar bien un experimento complejo,
algo realmente difícil. Y eso te hace más competente. Deberías sentirte orgullosa."
Cuadro 11. Ejemplo de intervenciones que, de acuerdo con deCharms (1976), ayudan a pensar como lo
hacen los sujetos habitualmente más motivados por aprender.
1PM= Proponerse Metas; TP= Dividir las Tareas en pasos; CH= Preguntarse Cómo Hacerlo; PA= Pedir Ayuda;
FH= “Enséñame a Hacerlo”; AE= Aprender de los Errores; CL= Conocer las Limitaciones y buscar modos de
compensarlos; DP= Disfrutar cuando se Progresa.
Pese a lo que acabamos de decir, dado que entre los objetivos de la Enseñanza Secundaria está el
conseguir que los alumnos aprendan a tomar decisiones, particularmente en relación con su futuro
académico y profesional; dado que la toma de decisiones requiere un conocimiento adecuado de los
propios intereses y motivaciones y de cómo trabajar por conseguirlos; y dado que profesores y profesoras
deben incluir en su planificación curricular y tutorial las actividades necesarias para la consecución de los
objetivos mencionados, sería deseable la integración de tareas como las descritas dentro de la
planificación, en línea con las sugerencias que hemos realizado en otro trabajo (Alonso Tapia, 1995, cap. 6).
Por ejemplo, dentro del área de Lengua, donde los alumnos y alumnas deben aprender a expresarse
por escrito con variados propósitos, es posible trabajar los registros autobiográficos en el contexto de un
diario organizado en torno a cuestiones como las planteadas por los profesores entrenados por deCharms.
Esta actuación permitiría ir alcanzando los objetivos propios del área de Lengua relacionados con la
expresión escrita, al tiempo que los objetivos relacionados con la motivación y orientación de los alumnos.
Por otra parte, siempre cabe la posibilidad de introducir en nuestras clases el "trabajo por proyectos",
con lo que tendrían plena aplicabilidad las sugerencias derivadas del segundo tipo de técnicas referidas.
Cómo conseguir ambos objetivos, enseñar a aprender y enseñar a pensar, ha sido tratado ampliamente
en dos de nuestros trabajos previos (Alonso Tapia, 1991, 1995, cap. 3). No obstante, en las líneas que
siguen intentaremos sintetizar e ilustrar el planteamiento general que se seguirá, mostrando de manera
explícita las implicaciones motivacionales de los modos de proceder propuestos.
Numerosas investigaciones realizadas en relación con la adquisición de habilidades cognitivas básicas
(observar, recoger información, comparar, etc.) y con la mejora de capacidades diversas (de razonar, de
resolver problemas, de comprender la información al leer, de expresarse por escrito, de aprender y
recordar información, recogidas en distintos trabajos, como Feaerstein y otros, 1980; Glaser, 1984; Segal,
Chipman y Glaser, 1985; Alonso Tapia, 1991), han puesto de manifiesto que la efectividad con que
prendemos a pensar y, en consecuencia, la experiencia de competencia y de progreso, y la motivación por
aprender que tal experiencia genera dependen de dos factores principales.
Por un lado, de que los procedimientos y estrategias se enseñen en el contexto de los tipos de
problemas a los que se desea que los alumnos los apliquen más frecuentemente, porque su transferencia a
contextos diferentes es difícil y sólo se logra tras mucha práctica.
Por otro lado, para facilitar el aprendizaje de las estrategias que se pretende que alumnos y alumnas
adquieran, el diseño más efectivo de las tareas de aprendizaje debería incluir cinco componentes, aunque
no todos son igualmente necesarios.
El que sean necesarios o no
dependerá de los problemas
planteados por las características
específicas de las áreas de contenido
en las que se trabaje. La figura 5
recoge los componentes referidos,
cuyas características pasamos a
describir e ilustrar.
27
Figura 5. Pautas de enseñanza que facilitan aprender a pensar, la experiencia de competencia y progreso y
la motivación por aprender.
a) Crear la conciencia del problema. Desde el punto de vista motivacional, crear la conciencia del problema
contribuye a que alumnos y alumnas perciban la relevancia que tiene el aprendizaje de las estrategias que
se van a trabajar, algo absolutamente necesario para que enfoquen la tarea buscando aprender y no con
otras metas. Conseguir este objetivo es necesario siempre, dado que es lo mismo que lograr que los
alumnos perciban la utilidad específica de la tarea. No obstante, mostrar esta utilidad no siempre requiere
crear la conciencia de que lo que se sabe es insuficiente o incorrecto. Es lo que queremos subrayar aquí.
La condición indispensable para tomar conciencia del problema es que el alumno o alumna
experimente la insuficiencia de sus conocimientos. Esto puede conseguirse colocándolos en situaciones en
las que tal insuficiencia quede de manifiesto. Consideremos, por ejemplo, el caso de un profesor o una
profesora que pretenden que sus alumnos aprendan a usar el lenguaje con precisión al redactar escritos en
los que deben describir procedimientos o instrucciones para hacer algo.
Es frecuente que al dar instrucciones lo hagamos de forma imprecisa, por lo que hay que despertar la
necesidad de aprender una estrategia correctora. Para crear la conciencia de ésta y que surja la motivación
correspondiente, puede ser un procedimiento útil pedir a los alumnos o alumnas que escriban las
instrucciones para que alguien dibuje una figura que ellos tienen delante, y que después un compañero o
compañera la dibuje sin haberla visto, siguiendo sólo las instrucciones recibidas. La comparación posterior
de las dos figuras, en la medida en que difieren entre sí, contribuye a crear la necesidad mencionada. El
cuadro 12 ilustra el procedimiento señalado.
b) Explicar los procedimientos y las estrategias que deben aprenderse. Suponiendo que el alumno o alumna
sea consciente de la relevancia de los conceptos, procedimientos y estrategias que debe aprender y de la
necesidad de conseguirlos, la explicación, en cuanto exposición articulada de éstos, si reúne las
características que permiten mantener el interés del alumno y que hemos descrito en apartados anteriores,
proporciona la experiencia de "conocer algo nuevo", de "saber más", lo que resulta motivador. No
obstante, haber comprendido inicialmente la explicación no significa ni que los conceptos se entiendan en
profundidad, que se hayan captado todas sus implicaciones, ni que se sepan hacer las cosas. Por ejemplo,
saber el código de circulación y cómo funciona un coche no significa que se sepa conducirlo, ya que esto
requiere una representación dinámica ("en acción", según Bruner y col., 1966), que no se adquiere
mediante explicación. Sin embargo, la explicación puede cumplir la función de marco u organizador del
resto de las experiencias de aprendizaje, lo que facilita la experiencia de progreso y resulta motivador. No
obstante, no es preciso que preceda siempre a otras experiencias de aprendizaje, dado que puede
organizarse en clase de modo que el aprendizaje se produzca por descubrimiento.
28
c) Modelar el uso de los procesos de pensamiento que deben seguirse, haciéndolos explícitos. Una de las
principales fuentes de dificultad de los alumnos al afrontar las tareas de aprendizaje deriva del hecho de
que los procesos de pensamiento que sigue el experto a la hora de resolver un problema, sea del tipo que
sea, permanecen ocultos. Este hecho da lugar, a menudo, a que alumnos y alumnas observen la actuación
del profesor, las operaciones que realiza externamente o las conclusiones a las que llega, sin alcanzar a
comprender por qué actúa de esa determinada manera, lo que afecta negativamente a su motivación pues
les hace sentirse incapaces de afrontar la realización de tareas o la solución de problemas semejantes.
Sin embargo, cuando se hacen explícitos no sólo los procedimientos y estrategias mentales mediante
los que se resuelven los problemas (el cómo se hace), sino también las razones por las que se actúa así en
un momento dado (por qué se piensa así), se facilita la comprensión de los modos de actuación que se
pretende que los alumnos consigan. Esta comprensión genera una experiencia de competencia en sí misma
motivadora.
La efectividad del modelado se ha puesto de manifiesto en numerosos estudios, especialmente en el
área de la comprensión lectora, como hemos mostrado en otros trabajos (Carriedo y Alonso Tapia, 1996).
Por su utilidad presentamos, en el cuadro 13, un ejemplo de esta estrategia instruccional, utilizada aquí
para enseñar cómo razonar cuando se busca identificar la estructura textual y, a través de ella, las ideas
más importantes que está tratando de transmitir el autor de un texto.
El profesor o profesora introduce la tarea estableciendo el propósito de la actividad (ej.: "Hoy vamos a
aprender a identificar qué es lo más importante que un autor nos quiere comunicar, apoyándonos en la
forma en que organiza las ideas, en la estructura del texto."), su relevancia para el aprendizaje (ej.: "Es útil
conocer esta estructura porque se utiliza muy frecuentemente en los libros de texto y en la prensa para
organizar la información."» y las características de la idea principal del tipo de textos a los que se dedica la
sesión (ej.: "La información más importante que el autor de los textos organizados de acuerdo con una
estructura del tipo problema-solución ofrece es la que resume el problema y la solución propuesta.").
Al terminar el modelado tiene lugar un diálogo que se estructura en torno a una serie de cuestiones
preparadas de antemano. El propósito es ayudar a los alumnos a caer en la cuenta de los aspectos claves
del proceso de razonamiento que deben seguir:
· ¿Qué es lo que he estado haciendo mientras leía el texto? ¿Qué estrategia he utilizado?
· ¿Qué tipo de preguntas me he hecho?
· ¿Qué problemas he tenido para comprender la idea principal del texto?
· ¿Qué estrategia he utilizado?
· ¿Por qué he utilizado esta estrategia y no otra?
· ¿Cuándo puede ser más útil el empleo de esta estrategia?
Durante el diálogo, el profesor debe subrayar las respuestas que se reacogen a continuación en caso de
que aparezcan. Si no es así, se sugieren, a fin de focalizar la atención de los alumnos sobre los puntos más
importantes. Los números que siguen a cada afirmación se refieren a la parte del proceso de modelado que
ilustra el contenido de la afirmación.
- He leído el título y he pensado sobre él tratando de recordar si sabía algo (activación del
conocimiento previo) (1).
- He identificado el tema del texto y he establecido un propósito de lectura (1).
- He relacionado el contenido del texto con lo que sabía sobre él (3, 8, 9, 11, 12).
- Me he hecho varias preguntas sobre el significado del texto y he hecho varias inferencias al
respecto, algunas de las cuales se han visto confirmadas después (1, 5. 6, 7, 10).
- He ido buscando la idea más general del texto, es decir, la idea que resume el resto de las ideas del
texto (13). Para ello me ha ayudado el hecho de que el autor ha utilizado palabras como
"problema", "resolver", etc.
- Después de examinar las relaciones entre las ideas del texto, he formulado una hipótesis sobre cuál
podría ser la información más importante o idea principal del texto (13).
Cuadro 13. Ejemplo de modelado de estrategias para identificar la estructura textual y las ideas
importantes.
En relación con el ejemplo que presentamos y, en general, con el uso de esta estrategia, es preciso
señalar que la mera observación de lo que hace el profesor o profesora no garantiza que los alumnos se
fijen en la información relevante ni, por tanto, que comprendan. Es necesario que se les haga reflexionar
sobre lo observado del modo que se indica en el ejemplo, pues sólo así se obtiene la seguridad de que se
han fijado en los elementos del proceso que debían aprender.
d) Moldear mediante indicaciones precisas el uso de los procesos de pensamiento que se va a seguir. El
modelado, ya se aplique a la comprensión lectora, a la solución de problemas matemáticos o a cualquier
tipo de tarea, facilita la comprensión del proceso de pensamiento que se va a seguir, pero no la adquisición
de las competencias estratégicas y procedimentales que constituyen el núcleo de muchos de los objetivos
curriculares.
Tal competencia depende en buena medida de la práctica, siempre que ésta vaya acompañada de una
corrección progresiva de los errores, para lo que son fundamentales las indicaciones de los profesores
sobre las razones por las que algo está saliendo mal y sobre cómo corregirlo. No obstante, no todos los
tipos de ayudas son igualmente adecuados, ya que el origen de las dificultades que alumnos y alumnas
experimentan puede ser distinto.
Por esta razón, para poder darles las ayudas que realmente les faciliten el aprendizaje, es preciso
identificar el origen de las dificultades que experimentan. Cuando esto se hace, es posible proporcionarles
indicaciones que contribuyan a moldear progresivamente su competencia y a hacerles conscientes de ella,
conciencia que constituye uno de los elementos centrales en que apoyar su motivación por aprender.
31
En el cuadro 14 presentamos un ejemplo de cómo moldear a los alumnos teniendo presentes las
dificultades identificadas a la hora de resolver problemas, para lo que se han utilizado las categorías de
análisis contenidas en las preguntas siguientes (Alonso Tapia, 1995, págs. 141-142):
· ¿Identifica el alumno el origen de las dificultades que experimenta o dice que no sabe seguir?
· ¿Realiza una lectura rápida sin ir representándose paso a paso el significado del enunciado que
define el problema?
· ¿Traduce la información dada en un lenguaje a otro lenguaje? (v.gr. de verbal a imagen gráfica o a
expresión numérica, o viceversa).
Tras explicar en clase el tema de la proporcionalidad compuesta, un profesor pide a sus alumnos que
trabajen en la solución de una serie de problemas. Mientras éstos los realizan, va pasando entre las
mesas. Un alumno está intentando resolver el problema siguiente.
Juan quiere hacer el Camino de Santiago. Desde su ciudad, por la ruta escogida, debe recorrer 504
km. Como espera caminar durante 8 horas diarias, ha calculado que tardará 21 días. Sin embargo, Pedro,
que va a ir con él, le dice que no deberían caminar más de 6 horas al día y que, dando un pequeño rodeo,
que les supondría andar 528 km, verían un lugar muy interesante. ¿Cuántos días tardarán en hacer el
recorrido si se acepta la idea de Pedro?
El alumno parece tener dificultades, por lo que el profesor le pide que resuelva el problema
pensando en voz alta. Este es el diálogo que mantienen:
A: Si 504 km se hacen en 8 horas diarias, 528 · El profesor comienza señalando los aspectos correctos
km se harán en x horas diarias..., pero me de la ejecución del alumno (1, 3). Esto facilita la
dice que caminan 6 horas... Así no... Si 504 experiencia de competencia al tiempo que permite
km se hacen en 21 días, 528 km se harán en x consolidar las pautas de acción correctas.
días... en más días.
A: Ahora ya puedo hallar lo que me pide el · El moldeamiento no termina con la solución del
problema. problema. El profesor centra la atención del alumno en
Días en total = 528 / 18 = 29 días, pero sobran
33
6 km. la razón que ha posibilitado aquélla y que no es otra
Si para 18 km empleaban 6 h, para 6 km que el haber seguido los pasos que integran la
emplearán x horas. 36/18 = 2 horas estrategia de pensamiento que ha tratado de moldear
Tardarán en total 29 días y 2 horas. (21 a 25).
· ¿Tiende a dividir los problemas, matemáticos, de expresión literaria, etc., en pasos para su
solución?
· ¿Qué estrategias generales de solución de problemas podría utilizar y no utiliza?
· ¿Supervisa la propia actividad e intenta corregir sus deficiencias si las detecta?
· ¿Se ve interferido el proceso de solución por problemas de tipo motivacional?
· ¿En qué medida cabe atribuir los fallos del sujeto a falta de conocimientos específicos relacionados
con la materia a la que hacen referencia los problemas?
e) Posibilitar la consolidación de lo aprendido mediante la práctica. Esta última fase del proceso de
instrucción apenas requiere comentario, pues ya se sabe que lo que no se practica termina por olvidarse.
Sin embargo, sí queremos señalar que el hecho de que los alumnos practiquen o no depende en buena
medida de que los profesores estimulen y refuercen la práctica y la aplicación de los conocimientos
adquiridos. No es lo mismo, por ejemplo, decir simplemente a los alumnos que tienen que practicar, que
pedirles que lleven a cabo un trabajo o unos ejercicios que deberán entregar, haciendo explícito el
34
significado de la práctica, para que los alumnos no se desmotiven pensando "¡Qué rollo! ¡Si ya nos lo
sabemos!"
No queremos terminar este apartado sin subrayar un punto importante. Lo que posibilita la motivación
de alumnos y alumnas por aprender y seguir trabajando es la experiencia de competencia en relación con el
propio aprendizaje, esto es, el saber que saben enfrentarse a las dificultades que presenta. Sin embargo, lo
normal es que profesores y profesoras debamos proporcionar a menudo a nuestros alumnos y alumnas
indicaciones orientadas a corregir lo que está mal. Como estas indicaciones subrayan inicialmente la falta
de competencia, podrían tener un efecto contrario al deseado. Por este motivo, si se quiere evitar el efecto
señalado, es preciso, (como explican Feuerstein y col., 1980, y como se muestra en el ejemplo), subrayar los
aspectos positivos que haya en la forma de afrontar las tareas; y, tras la corrección, asegurarse de que
realizan de nuevo actividades análogas con un grado razonable de éxito. Sin estas condiciones, pueden
fijarse más en el hecho de estar siendo ayudados que en el propio progreso personal, lo que podría
contribuir a que sintiesen que no son capaces de llegar a resolver eficazmente las tareas por sí solos, con la
consiguiente desmotivación.
a) Mensajes. Los mensajes del profesor a lo largo de los quehaceres escolares, especialmente si son
consistentes, si se orientan en la misma dirección, y si se dan de forma regular (Pardo y Alonso Tapia,
1990), contribuyen notablemente a definir la motivación con que alumnos y alumnas encaran el trabajo
escolar. Sin embargo, para que esta motivación sea la adecuada, es preciso que tales mensajes reúnan las
características que se resumen en la figura 6 y que describimos a continuación.
Los mensajes que un profesor da a sus alumnos, no ya al comienzo de una exposición, sino antes de
realizar una acción, orientan la atención de éstos en distintas direcciones. Pueden sugerir que la tarea es
relevante para diferentes tipos de metas, si la ponen en relación con determinados objetivos, como ya
hemos señalado anteriormente. Por ejemplo: "Lo importante no es que hagáis bien o mal estos problemas,
sino que aprendáis a resolver problemas como éstos.", "Estudiad, que esta parte seguro que cae en el
próximo control.", etc.
Los mensajes sirven, además, para orientar la atención de los alumnos durante su trabajo en distintos
aspectos de éste. Según su naturaleza harán que la atención se centre en el proceso mediante el que se
resuelve la tarea en vez de en el resultado, como por ejemplo: "No os preocupéis si el resultado no es
correcto; pensad sobre todo en los pasos que seguís e identificad los puntos en que tenéis dificultades, que
luego volveremos sobre ellos." Si son mensajes del tipo "No se trata de hacerlo perfecto en este momento;
tratad sólo de fijaros en...", ayudarán a establecer objetivos realistas.
b) Recompensas. Otra forma de interacción tiene lugar a través del elogio y de las recompensas
tangibles que los profesores podemos proporcionar a nuestros alumnos. Si se otorgan de acuerdo con las
indicaciones recogidas en el cuadro 15, punto B, resultan efectivas, como han puesto de manifiesto los
expertos en aprendizaje.
Hemos de recordar, sin embargo, que tanto el elogio como las recompensas tangibles son útiles para
facilitar el desarrollo de la motivación intrínseca por la tarea cuando el nivel inicial de interés del alumno
por ella es muy bajo, cuando su atractivo sólo se puede comprobar después de llevar cierto tiempo
realizándola, o cuando es preciso alcanzar cierto nivel de destreza en su ejecución para poder disfrutar con
su realización. En otros casos, las recompensas sólo son efectivas, como medio de control del
comportamiento, mientras están presentes y pueden tener incluso consecuencias negativas, por lo que
conviene no utilizarlas, como ya hemos explicado anteriormente.
A) Tipos
a.1 Refuerzo positivo. Consiste en facilitar al alumno algo que le resulte agradable inmediatamente
después de una acción deseada. Ej.: Elogiar el trabajo realizado por el alumno.
a.2 Refuerzo negativo. Consiste en hacer desaparecer un estímulo desagradable al aparecer la
conducta deseada. Ej.: Dejar que baje al recreo tras completar correctamente la actividad.
a.3 Refuerzo positivo vicario. Reforzar positivamente la conducta de un alumno facilita el que otros que
observan lo que ocurre asocien la realización de la conducta observada y el refuerzo. Ej.: Elogiar a un
alumno por haberse parado a planificar una tarea contribuye a que los que le observan asocien el
hecho de planificar a la idea de algo positivo, deseable y elogiable.
a.4 Refuerzo negativo vicario. Actúa de forma análoga al refuerzo positivo vicario.
también al tema que nos ocupa. Cuando los profesores expresan en voz alta lo que piensan acerca de sus
aciertos y sus errores, sus preferencias respecto al trabajo, sus expectativas y otros aspectos de su
37
conducta, se constituyen en modelos en los que los alumnos aprenden el interés por aprender, cómo
afrontar una dificultad o que no conviene equivocarse ante los demás. Esto aparece, por ejemplo, en los
siguientes comentarios que pueden oírse cuando un profesor trata de resolver un problema: "Veamos...
esto es fácil.", "¿Por qué no me sale? ¿Qué hago mal?... Voy a pensarlo..." También puede advertirse en el
modo en que un profesor o profesora responde a un alumno que ha detectado un error cometido mientras
ellos escribían en la pizarra: "Bueno, sí, me he equivocado... ¿Quién no se equivoca?", o "Gracias por estar
atento. Si no llega a ser por ti, os hubiera inducido a error." Los profesores difieren bastante en el grado en
que son conscientes del valor motivador o desmotivador de tales comentarios (Alonso Tapia, 1992-a).
Puede argumentarse, y es cierto, que un comentario aislado no tiene mayor importancia. Pero si un
profesor o profesora pone de manifiesto sistemáticamente, con su ejemplo frente a los alumnos, que lo
que cuenta es preservar la propia imagen más que aprender y que, por tanto, se debe evitar toda
intervención que implique ignorancia, es poco probable que sus alumnos actúen de modo distinto. Así
pues, el ejemplo que los profesores dan respecto a qué metas cuentan es otro de los factores
determinantes de la motivación, que debe ser objeto de reflexión y cambio si se quiere mejorar la
motivación de los alumnos.
b) Trabajo individual. El que un alumno o una alumna tenga que estudiar individualmente, que es lo más
frecuente, puede tener efectos más o menos positivos dependiendo del tipo de tarea, del tipo de metas y
de los mensajes dados por el profesor. Si el objetivo de la actividad es que desarrollen destrezas que deben
utilizar individualmente (leer, escribir, consolidar las destrezas de cálculo, etc.), en principio es preferible
que lo hagan de forma individual, ya que es la práctica la que determina fundamentalmente los progresos.
Pero si el objetivo de la tarea es que caigan en la cuenta de las implicaciones de un concepto, de un
principio o de realizar o no los pasos que requiere un procedimiento, especialmente si se trata de recoger y
analizar información mediante procedimientos de búsqueda de fuentes, encuesta o experimentación, la
actuación individual no facilita el que las cosas se vean desde distintos puntos de vista, por lo que no es la
más adecuada.
- Modalidades de trabajo cooperativo. A veces, los profesores pedimos a un alumno más avanzado que
ayude a un compañero, con lo que creamos una situación de tutoría. En estos casos, los factores que
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pueden afectar o perjudicar la motivación de tutor y tutorizado son diferentes. La tutoría ofrece al tutor
la posibilidad de mostrar sus conocimientos, y esto puede favorecer su autoestima. Asimismo, la
necesidad de expresarlos de modo que el tutorizado le entienda le obliga a elaborarlos con mayor
precisión. Esta exigencia favorece su propio aprendizaje y da lugar a una experiencia que resulta
gratificante y, por ello, motivadora.
Sin embargo, si el tutor no acepta su papel de buena gana sino obligado, puede experimentar la tarea
como una carga; entonces el efecto de la actividad tutorial sobre su motivación sería negativo. El
tutorizado, a su vez, parte de una situación de inferioridad que puede hacer que la experiencia sea negativa
para su autoestima. Además, dependiendo del modo en que el tutor realice su función (a veces los tutores
se ponen "muy en su papel de profesores", lo que resulta molesto), el tutorizado puede rechazar la tutoría.
No obstante, si el tutor hace bien su papel, el tutorizado puede aprender, y experimentar que aprende
aumenta su motivación.
En otros casos, hacemos que se formen grupos de varios alumnos y les proponemos acciones que
requieren algún tipo de producto basado en una recogida y elaboración de datos. Por ejemplo, buscar
información en varios libros (enciclopedias, monografías, anuarios, etc.) para hacer un artículo, ensayo,
mural... sobre las causas y consecuencias del subdesarrollo. Este tipo de trabajos son los que forman la
categoría de coordinación cooperativa. En ellos cada alumno suele encargarse de una parte, aunque se dan
muchas variaciones respecto al tipo de interacción que se produce, que puede ir desde la mera
yuxtaposición de las aportaciones de cada miembro del grupo hasta la discusión de cada frase. Esta
discusión haría de la tarea un trabajo más próximo a los de la categoría siguiente.
En la última categoría, colaboración cooperativa, se incluirían aquellas actividades, realizadas
normalmente sólo por dos o tres miembros, en donde el objetivo es que la propia interacción facilite la
comprensión de un fenómeno o la adquisición de una destreza, siendo menos importante el hecho de que
haya o no un resultado final. Por ejemplo, pedir a los alumnos que, por parejas, intenten diseñar un
experimento que muestre los factores que influyen en la velocidad de oscilación de un péndulo; pedirles
que hagan una redacción escribiendo cada uno un párrafo y dándolo después al compañero o compañera
para que lo corrija, de modo que al final los dos puedan ser considerados conjuntamente autores de ella,
etc.
- Condiciones para la efectividad del trabajo cooperativo. El trabajo cooperativo, dentro de las dos
últimas modalidades mencionadas (pueden plantearse también con competición entre grupos, aunque
no es aconsejable) parece ser, bajo ciertas condiciones, un factor especialmente útil tanto para
estimular el interés y el esfuerzo de los alumnos por aprender como para facilitar su rendimiento
(Alonso Tapia, 1992-b, cap. 10; Coll y Colomina, 1989; Johnson y Johnson, 1985; Salomon y Globerson,
1989).
No obstante, como acabamos de señalar, son necesarias "ciertas condiciones", sin las cuales el hecho
de proponer esta forma de acción puede tener efectos negativos sobre la motivación y el aprendizaje. Estas
condiciones, que resumimos en la figura 7, son las siguientes:
· Tipo de tarea. Ya hemos señalado que si el objetivo de la actividad es que alumnos y alumnas caigan en
la cuenta de las implicaciones de un concepto, de un principio, o de realizar o no los pasos que exige un
procedimiento, el trabajo individual no es el más adecuado. En estos casos, debido a que la interacción
posibilita el contraste entre puntos de vista potencialmente divergentes, creando un conflicto que
ayuda a pensar, está especialmente indicado el trabajo en grupo. Por el contrario, si la naturaleza de la
actividad permite que sea realizada por un solo alumno, prácticamente sin interacción con los demás,
como ocurre a menudo con los trabajos en que cada alumno puede realizar una aportación que se
yuxtapone a la de los compañeros, la labor en grupo es desaconsejable, dado que suele dar lugar a
consecuencias negativas.
39
·
Por sus efectos positivos tanto sobre la motivación como sobre el aprendizaje, las tareas más aptas
para ser ejecutadas en grupo parecen ser las tareas abiertas, que admiten varias soluciones, y en las que los
participantes tienen la posibilidad de optar entre distintas formas de actuación, la posibilidad de
seleccionar cómo trabajar, a qué información atender, etc. (Coll y Colomina, 1989).
· Tamaño del grupo. Si los grupos son grandes, la responsabilidad tiende a diluirse al esperar unos y otros
que "alguien hará el trabajo". En el mismo caso, especialmente si la naturaleza de la tarea es tal que
puede llevarse a término sin el concurso de algún alumno, suele producirse un efecto negativo, al que
podríamos denominar "desengancharse del carro", consistente en que aquél "firma" el resultado pero
no hace nada.
A su vez, normalmente como consecuencia del efecto anterior, suele aparecer otro efecto negativo, al
que hemos denominado "efecto sanguijuela". Se produce cuando el alumno o alumnos que lo hacían
todo deciden no trabajar, para que nadie se aproveche de ello, para que nadie "les chupe la sangre".
De todo ello se deduce que los grupos pequeños son los que más favorecen la motivación y el
aprendizaje. No obstante, si mediante la combinación del guión que se proporciona para la realización
del trabajo y la forma de evaluación, el profesor consigue una distribución equitativa de las cargas y la
implicación de todos los miembros en cada una de las partes de la tarea, pueden formarse con
provecho grupos de hasta cinco o seis alumnos.
· Características de alumnos y alumnas, y composición del grupo. Además de las condiciones anteriores,
las características de alumnos y alumnas pueden hacer desaconsejable el proponer la actuación en
grupos, especialmente si éstos han de ser grandes. Así, si se fuerza a formar parte de un grupo a
alumnos que no se aceptan mutuamente, porque se desconoce este hecho, el grupo funcionará mal.
Sin embargo, este problema se resolvería fácilmente dejando que los alumnos se agrupasen según sus
preferencias.
Del mismo modo, a veces se propone la realización de trabajos en grupo sin considerar si los
participantes tienen la capacidad necesaria para sacar provecho de la actividad así planteada; y suele
ser negativo. Las capacidades requeridas pueden ser de tipo social (habilidades facilitadoras de la
comunicación) o cognitivas (saber organizarse para la realización de la labor).
Si se trata de alumnos pequeños, que no son capaces de respetar el turno de palabra, de valorar
constructivamente las intervenciones de los demás, etc., la organización en grupos es aconsejable si el
profesor o profesora introduce como objetivo posibilitar la adquisición de las habilidades mencionadas.
Por otra parte, si lo que ocurre es que los alumnos tienen problemas para organizarse, resulta
necesario que el profesor o profesora considere el tipo de "guión" o "estructuración de la actividad"
que debe proponerles antes de comenzar a actuar y el tipo de ayudas que va a proporcionarles a lo
largo de ésta, para evitar que se pierdan por no tener capacidad de organizarse solos. No obstante, si se
trata de alumnos mayores, los hay que, dependiendo de sus características personales, prefieren tener
un guión detallado que permita saber a qué atenerse y los hay que prefieren poder organizarse
40
libremente. En ambos casos, ofrecer un guión detallado y dar la opción de utilizarlo o no puede resolver
el problema.
En general, como sostienen Salomon y Globerson (1989), cuando los alumnos tienen un guión claro
sobre qué hacer tienden a desmotivarse menos y no se producen los efectos negativos aludidos
(tendencia a dejar que otros hagan el trabajo, etc.). A veces, sin embargo, si han de ejecutar cometidos
que implican cierta actividad exploratoria a lo largo de un tiempo prolongado, no es posible ni deseable
un alto grado de estructuración. En estos casos cabe especular, ya que no hay evidencia al respecto,
que la labor del profesor ha de ser la de promover la adquisición de formas de interacción positivas:
enseñar a valorar las aportaciones de los compañeros por pequeñas que parezcan, mostrar los efectos
negativos que el adoptar actitudes inadecuadas tiene sobre el aprendizaje individual y los logros
colectivos, etc. No entramos en el tipo de ayudas que los miembros del grupo pueden prestarse entre
sí, ayudas cuyo grado de elaboración parece ser uno de los factores determinantes de los efectos
positivos de la colaboración entre iguales sobre el aprendizaje y el desarrollo cognitivo. Se trata más
bien de que el profesor modele y moldee formas de ofrecer la información, de reaccionar frente a las
aportaciones de los demás y de afrontar las tareas, que eviten consecuencias negativas para la
motivación.
Cuando los profesores no actúan de este modo, la tensión que crea la falta de aceptación por parte de
los demás trae a primer plano de la conciencia el hecho de que "en la situación de grupo me van a
evaluar", con lo que la meta que se activa es la de preservar la autoestima y no la de aprender.
Finalmente, es preciso señalar que las actividades de cooperación no se realizan en el vacío, sino en el
contexto definido por el clima general de la clase, dependiente en gran medida de la actuación de los
profesores. En algunos de nuestros estudios (Alonso Tapia, 1992-b, cap. 10) hemos observado que
cuando este clima viene definido por la percepción del interés del profesor en que cada alumno
aprenda, de que en la clase reina el orden y hay objetivos claros, de que el ritmo de la clase es
adecuado y de que no hay favoritismos (todo lo cual hace pensar en la importancia motivacional del
contenido de los mensajes e instrucciones que los profesores dan a sus alumnos antes, durante y
después de las tareas escolares), el uso de actividades cooperad- vas, tras un adecuado control de las
condiciones que ocasionan efectos negativos, suele ser una forma de trabajo no sólo aceptada sino
preferida por los alumnos, con efectos positivos claros sobre su motivación, su desarrollo cognitivo y su
rendimiento.
La forma en que alumnos y alumnas son evaluados constituye sin duda uno de los factores contextúales
que más influyen en su motivación o desmotivación frente a los aprendizajes escolares. Al hablar de la
forma de evaluación no nos referimos sólo a las calificaciones que aquéllos reciben, sino a todo el proceso
que va desde lo que el profesor les dice, o no les dice, antes de la evaluación para ayudarles y motivarles a
prepararla, pasando por el planteamiento mismo de las actividades y modos de recogida de información,
puntual o continua, hasta el uso que hace posteriormente de la información recogida.
A lo largo de este proceso, profesores y profesoras pueden actuar de distintos modos incidiendo en
cuatro aspectos o dimensiones que caracterizan la evaluación y que condicionan sus repercusiones sobre la
motivación, como se muestra en la figura 8.
3.1. La motivación varía en función del grado de éxito o de fracaso que pone de manifiesto la evaluación
En primer lugar, toda evaluación implica básicamente un juicio sobre la calidad de la ejecución de una
tarea. Por lo mismo, ya se trate del juicio que el profesor emite cuando el alumno sale a la pizarra, cuando
le corrige lo que ha hecho en su cuaderno o cuando califica un control parcial o un examen, tales juicios
ponen de manifiesto el éxito o el fracaso del alumno o alumna en la actuación que se valora. En caso de
fracaso, particularmente si tiene consecuencias negativas importantes (no pasar de curso, bajar la nota
media con vistas a la selectividad, etc.), las repercusiones sobre la autoestima son importantes. Además,
como ha puesto de manifiesto Weiner (1986), este resultado desencadena en los alumnos un proceso de
atribución de responsabilidad que puede llevarles a pensar que no tienen capacidad: "No valgo.", "No se
me da.", "Esto no es lo mío.", lo que afecta a su autoestima y a su motivación. Si, además, la evaluación es
41
pública o se hace pública, el alumno o alumna evaluado tiende a pensar en lo que los demás opinarán de él
o ella ("se reirán de mi fracaso") y se acentúan los efectos negativos sobre la autoestima, especialmente en
los alumnos para los que la preservación de ésta es una meta prioritaria.
Como quiera que el fracaso tiene normalmente un impacto negativo sobre la motivación, si la
evaluación se plantea sin buscar minimizar esta experiencia (hay veces que los profesores, sin necesidad,
ponen trabajos muy difíciles habida cuenta de la complejidad del tema y del tiempo dedicado en clase a
éste), se produce un nivel de fracaso que contribuye a que desciendan las expectativas de progreso y,
consiguientemente, la disposición a esforzarse. Si, además, los resultados de la evaluación se comunican
públicamente, pasa a primer plano que lo que se juega es la autoestima y no el aprendizaje. Por todo ello,
los profesores deberíamos revisar tanto el grado de dificultad del conjunto de actividades mediante las que
evaluamos a nuestros alumnos, como el grado en que evitamos contribuir a que los resultados se hagan
públicos y puedan compararse.
3.2. La motivación varía en función del grado de relevancia del contenido de la evaluación
En segundo lugar, toda evaluación busca poner de manifiesto conocimientos y destrezas relacionados
con distintos contenidos. Ocurre a veces, sin embargo, que los profesores planteamos cuestiones y
proponemos tareas en relación con las cuales los alumnos pueden preguntarse: "¿Para qué me sirve a mí
saber esto?" Es decir, si los profesores demandan de sus alumnos conocimientos poco importantes o si, aun
siendo importantes, no ponen de manifiesto con anterioridad a la realización de la prueba de evaluación
para qué puede servir adquirir los conocimientos o destrezas sobre los que ésta versa, la motivación de sus
alumnos se ve afectada negativamente. Sentirse evaluados, tal vez de modo negativo, por no saber algo
cuya relevancia no se percibe afecta de modo perjudicial a la percepción de autonomía y, por consiguiente,
a la motivación.
En relación con este punto hemos de señalar que el uso de tareas aparentemente difíciles al evaluar
puede servir para motivar a los alumnos hacia el aprendizaje, si los alumnos descubren que ser capaz de
hacer lo que se les pide refleja una capacidad funcionalmente útil, especialmente si el tipo de tareas
utilizadas en la evaluación se ha trabajado también en clase, y si, con ocasión de este trabajo, se ha puesto
de manifiesto su funcionalidad. Por ejemplo, si un profesor o una profesora de Ciencias Sociales han
explicitado a sus alumnos: a) que el trabajo que van a realizar tiene como objetivo el desarrollo de
capacidades como aprender a leer e interpretar información procedente de distintas fuentes y
42
documentos, aprender a razonar críticamente sobre la información o aprender a hacer predicciones e
inferencias a partir de la información dada, y b) que los contenidos de un tema concreto como, por
ejemplo, el de la Revolución Industrial, permiten, además, responder a preguntas como las recogidas en el
cuadro 6, preguntas que han contribuido a destacar la relevancia de estudiar los contenidos específicos de
ese tema; entonces, evaluar a los alumnos mediante tareas similares a las que incluimos en el cuadro 16
puede ser especialmente motivador, porque los alumnos ven que tiene sentido saber lo que se les
pregunta.
3.3. La motivación varía en función del grado en que la evaluación permite aprender a superar los errores
En tercer lugar, en caso de que un alumno o una alumna no conozca o no domine en grado suficiente
aquello que se le pregunta, la evaluación puede servir para que los profesores le den información que le
permita corregir sus errores. Darles o no darles esta información condiciona el que los alumnos perciban la
evaluación como una ocasión para aprender o, por el contrario, como un evento que sirve sólo para
juzgarles, pero no para ayudarles. Sin embargo, para que los alumnos perciban la evaluación como una
ocasión para aprender, son necesarias, como hemos mostrado en otros trabajos (Alonso Tapia, 1995,
1996), algunas condiciones:
· Que la evaluación esté diseñada de modo que permita decir al alumno no sólo si sabe o no, sino
también, en caso de tareas pensadas para poner de manifiesto sus conocimientos sobre cómo proceder
al hacer las cosas, a qué se debe su fracaso y cómo corregirlo. En el cuadro 16 pueden verse algunos
ejemplos.
· Que el diseño de la evaluación, tanto si se trata del conjunto de tareas utilizadas de modo continuo y
acumulativo para observar paso a paso el aprendizaje de los alumnos, como si se trata de exámenes
puestos en determinados momentos, responda a un modelo que permita evidenciar en qué grado
alumnos y alumnas están logrando un progreso significativo en relación con la adquisición de un
esquema conceptual o unos procedimientos determinados, en lugar de proporcionar información sobre
aprendizajes aislados. En un trabajo reciente (Alonso Tapia y otros, 1996) incluimos numerosos
ejemplos de exámenes diseñados a partir de modelos como los aludidos, así como los criterios para el
diseño de otros nuevos.
· Que la información acerca de qué está mal, de por qué está mal y de cómo superar el problema,
obtenida a través de los procedimientos anteriores, se dé a los alumnos de modo que puedan superar
sus dificultades, evitando al hacerlo la comparación entre alumnos, ya que, en caso contrario, se
activaría la preocupación por evitar juicios de valor perjudiciales para la propia estima, con resultados
motivacionalmente negativos.
A: Ejemplo de tarea para evaluar la capacidad de hacer inferencias a partir de modelos conceptuales.
La tabla siguiente recoge ciertas condiciones de cinco países en un momento determinado.
Estúdialas y señala en qué país es más probable que se dé una industrialización rápida. Explica las
razones en que te apoyas tanto para escoger un país como para rechazar los restantes. (No tengas en
cuenta otras características que no se mencionan en la tabla.)
País
Características A B C D E
Agricultores en paro Muchos Muchos Muchos Escasos Muchos
Dinero ahorrado Mucho Poco Mucho Mucho Mucho
Energía (carbón, etc.) Abundante Abundante Escasa Abundante Abundante
Cultura Maquinaria Maquinaria Maquinaria Maquinaria
Inversiones preferidas (teatro) agrícola agrícola textil textil
En un estudio reciente realizado con profesores de Enseñanza Secundaria (Villa y Alonso Tapia, 1996),
hemos podido comprobar que en muchos casos las tareas de evaluación utilizadas no permiten determinar
el origen de los fallos de los alumnos, lo que contribuye a que la mayoría de éstos viva las evaluaciones
como un juicio y no como una ocasión de la que pueden aprender. Por este motivo, parece necesario que
los profesores revisemos si nuestras pautas de evaluación deben modificarse en relación a alguno de los
criterios señalados.
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3.4. La motivación varía en función del grado en que el alumno puede tener un control sobre la
calificación
Finalmente, la evaluación supone valorar lo que el alumno hace desde unos determinados criterios. Si
éstos son ambiguos para los alumnos, se puede crear una situación de indefensión que perjudique el
aprendizaje. Por desgracia, no siempre se deja claro antes del examen qué es lo que se espera que alumnos
y alumnas estudien, aprendan y pongan de manifiesto. Esto da lugar a que muchos de ellos, a la pregunta
"¿Qué esperas sacar?", respondan: "No sé, depende de cómo corrija el profesor."
Este problema se da de modo más claro en los exámenes de tipo ensayo, donde el alumno ha de
desarrollar un tema, debido a la subjetividad de los criterios de los profesores. Esta subjetividad fue puesta
de manifiesto en un estudio realizado en los EE.UU. por el Educational Testing Service (Diederich y col.,
1961), en el que 300 ensayos fueron evaluados en una escala de 1 a 9 por 53 representantes destacados de
las áreas evaluadas. De estos ensayos, el 34% recibió todas las posibles puntuaciones; otro 37% recibió 8 y
un 23% más recibió 7. Ningún ensayo recibió menos de 5 de las 9 posibles puntuaciones. Se encontró,
asimismo, que los evaluadores se diferenciaban entre sí en su grado de benevolencia y en cómo distribuían
las puntuaciones a lo largo de la escala.
Parece, pues, necesario que profesores y profesoras intentemos objetivar lo más posible los criterios de
calificación antes de la evaluación y que se los hagamos saber a nuestros alumnos y alumnas de modo que
puedan tener la seguridad de que, estudiando tales o cuales cosas y haciendo el examen del modo
indicado, su calificación no dependerá de la subjetividad del profesor o profesora. En caso contrario, las
expectativas de poder asegurar con su esfuerzo la nota disminuirán, con efectos negativos sobre su
motivación.