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pregunta
entonces
es
si
no
nos
encontramos
más
bien
con
meros
reflejos
en
la
figura
de
Jesús
de
las
concepciones
de
ser
humano
predominantes
en
cada
época.1
El
problema
también
podemos
caracterizarlo
en
los
siguientes
términos
(siguiendo
la
reflexión
propuesta
por
Walter
Kasper):2
a) Problema
formal.
Es
un
problema
de
hermenéutica
cristológica
que
incluye
los
siguientes
interrogantes:
• ¿en
qué
medida
es
el
ser
humano
punto
de
partida
y
meta
de
la
cristología?
• ¿cómo
entra
el
ser
humano
en
la
constitución
de
la
cristología?
• ¿hasta
qué
punto
es
la
antropología
requisito
y
horizonte
de
la
cristología,
no
sólo
el
derivado
de
ésta
sino
también
su
requisito?
b) Problema
material.
¿Cómo
los
conceptos
cristológicos
y
soteriológicos
de
la
tradición
cristiana
pueden
relacionarse
con
las
experiencias
y
lenguajes
del
ser
humano
contemporáneo?
c) Problema
fundamental
(trinitario):
¿qué
relación
tienen
las
afirmaciones
sobre
el
ser
de
Dios
y
de
Jesucristo
–trinidad
inmanente-‐
con
las
afirmaciones
de
corte
‘funcional’
cuyo
referente
es
la
creación
y
la
humanidad
(trinidad
económica).
Es
la
relación
entre
metafísica
e
historia.
No
obstante
será
una
metafísica
centrada
no
en
la
noción
de
sustancia,
sino
de
persona,
para
desarrollar
una
metafísica
del
amor,
una
metafísica
relacional
que
permita
ver
en
el
amor
el
sentido
de
la
realidad
toda
(296).
Si
Jesucristo
no
es
entonces
la
proyección
de
nuestras
aspiraciones
más
nobles,
y
si
consideramos
que
el
así
llamado
Acontecimiento
Cristo
tiene
no
solamente
una
función
‘ejemplar’,
sino
‘constitutiva’
acerca
de
quienes
somos
y
a
qué
estamos
llamados
de
un
modo
auténtico,
entonces
esto
quiere
decir
que
el
sentido
de
la
vida
humana
no
queda
garantizado
por
la
mera
existencia
del
ser
humano,
sino
que
sólo
se
hace
posible
a
través
de
Jesucristo,
un
ser
humano
concreto
e
histórico.
Cuando
los
cristianos
confesamos
que
Jesús
es
el
Cristo,
estamos
diciendo
que
el
él
se
alcanza
la
plenitud
de
lo
humano,
en
él
halla
su
cumplimiento,
su
“recapitulación”.
Por
esto,
adherirse
a
Cristo
en
la
fe,
y
trabajar
para
el
desarrollo
pleno
de
lo
humano,
son
una
y
la
misma
cosa.
Esta
es
la
afirmación
nuclear
de
toda
Antropología
Cristiana.
Se
infiere
de
aquí
la
necesidad
de
una
correlación
entre
Cristología
y
antropologías
(tematizaciones
desde
diversas
disciplinas
sobre
el
sentido
de
la
existencia
humana);
por
un
lado,
aquella
efectúa
una
transformación
sobre
estas;
por
otra
parte,
con
el
recurso
a
diversas
antropologías,
la
teología
vincula
las
afirmaciones
de
fe
con
las
diversas
concepciones
que
el
ser
humano
va
ganando
de
sí
mismo,
con
los
fenómenos
que
las
diversas
antropologías
van
tematizando.
Dicha
vinculación,
sin
embargo,
debe
ser
crítica:
“tomando
la
descripción
secular
de
éstas
como
una
aprehensión
solamente
1
Pannenberg,
Wolfhart,
“Fundamento
Cristológico
de
la
Antropología
Cristiana”,
Concilium
86
(1973),
398.
2
Kasper,
Walter,
‘Cristología
y
Antropología’
en
Teología
e
Iglesia,
pp.
266
–
296.
provisional
del
estado
de
las
cosas,
que
debe
profundizarse
mostrando
en
los
propios
datos
antropológicos
una
dimensión
ulterior
y
teológicamente
relevante”.3
(i)
Una
primera
transformación
que
efectúa
la
Cristología
sobre
cualquier
reflexión
sistemática
sobre
el
ser
humano
alude
al
carácter
esencialmente
histórico
de
la
Revelación;
Dios,
sin
dejar
de
ser
Dios,
salva
a
su
pueblo
por
medio
de
actos
históricos
de
liberación
y
de
constitución
de
comunidad
(de
pueblo);
en
Jesucristo,
esta
oferta
de
amor
absoluto
encuentra
una
acogida
absoluta;
por
esto,
revelación
se
comprende
en
primera
instancia
como
dabar.4
De
este
modo,
cualquier
concepción
sobre
lo
humano,
sobre
su
origen
y
su
destino
existenciales,
jamás
podrá
ser
agotado
en
definiciones
esenciales
que
lo
fijen
de
una
vez
para
siempre;
todo
concepto
esencial
del
ser
humano
queda
disuelto
en
una
historia,
en
la
cual
se
efectúa
la
auténtica
realización.
Toda
genuina
antropología
debe
conducir
de
la
reflexión
a
la
actuación
histórica.
Este
énfasis
también
queda
reforzado
con
el
motivo
cristológico
(paulino)
del
paso
del
hombre
viejo
al
hombre
nuevo,
que
deshace
la
ultimidad
de
cualquier
definición
esencialista
del
ser
humano.
Una
consecuencia
de
la
necesidad
histórica
de
la
oferta
y
la
acogida
de
la
Revelación,
influye
en
la
manera
de
concebir
la
libertad
humana.
Para
la
tradición
cristiana,
la
libertad
humana
no
corresponde
de
manera
completa
con
aquello
que
el
ser
humano
lleva
a
cabo
de
hecho.
La
libertad
humana
es
una
libertad
afectada
por
el
pecado;
no
hay
una
identidad
absoluta
entre
aquello
que
el
ser
humano
realiza
en
la
historia
y
el
destino
hacia
el
cual
está
llamado;
para
llegar
a
ello
es
necesario
un
acto
que
libere
al
ser
humano
a
su
auténtica
mismidad.
La
idea
cristiana
de
libertad
concibe
pues
al
ser
humano
no
como
de
por
sí
libre,
sino
como
necesitado
de
una
liberación
que
lo
abre
a
la
verdadera
libertad,
a
la
verdadera
identidad
de
sí
mismo
con
su
destino
que
encuentre
más
allá
de
sí
mismo
en
dios
y
en
el
nuevo
Adán,
el
hombre
unido
con
Dios.
Esta
es
pues
la
idea
de
una
libertad
regalada
históricamente
que
no
está
en
contradicción
con
la
subjetividad.
(ii)
Una
segunda
transformación
o
lectura
crítica
de
toda
antropología
se
infiere
de
consideraciones
acerca
de
la
identidad
de
Jesucristo.
Aunque
imposible
resumir
la
cristología,
la
identidad
de
Jesucristo,
constitutiva
para
la
definición
de
la
identidad
del
ser
humano,
viene
dada
esencialmente
por
su
referencia
permanente
al
Padre,
fundamento
trascendente
de
su
ser
y
su
misión.
Así
las
cosas,
la
naturaleza
humana
es
esencialmente
disposición
para
la
comunión
con
un
fundamento
y
destino
trascendentes.
Aunque
las
diversas
antropologías
no
tengan
por
qué
tematizar
el
contenido
propio
de
tal
fundamento
y
destino,
pues
de
hecho
resulta
ser
indeducible
a
partir
de
la
reflexión,
toda
antropología
no
puede
sino
reconocer
el
punto
de
partida
3
Pannenberg,
W.
Antropología
en
perspectiva
teológica,
26.
4
Aunque
no
podemos
ahondar
en
esto,
es
claro
que
si
una
adecuada
comprensión
de
la
naturaleza
de
la
Antropología
Cristiana
supone
una
lúcida
Cristología,
así
mismo
una
tal
Cristología
exige
una
amplia
Teología
Fundamental,
cuyo
concepto
central
es
la
Revelación,
y
a
partir
de
este,
comprende
lo
que
son
las
Escrituras,
la
Tradición,
el
desarrollo
dogmático,
entre
otros.
5
Cfr.
Pannenberg,
W.,
“Fundamento
Cristológico…”,
402.
6
Ibid.
416.
7
Ibidem.
supone
al
ser
humano
como
sujeto
libre,
capaz
de
escuchar
y
responder.
Es
dicha
indeterminada
apertura
del
ser
humano
el
único
presupuesto
de
la
inderivable
determinación
concreta
revelada
en
Jesucristo.
c) La
cristología
como
crisis
de
cualquier
antropología
de
la
finitud
y
de
la
condición
pecadora
del
ser
humano.
La
cristología
revela
la
vocación
humana
a
la
comunión
con
quien
es
Infinito.
Por
esto,
ni
el
pecado
ni
cualquier
otra
determinación
finita
tienen
la
última
palabra
para
la
pregunta
existencial
sobre
la
condición
humana.8
Por
otra
parte,
toda
antropología
hecha
desde
la
teología
cristiana
tendrá
que
arriesgarse
con
ciertas
comprensiones
acerca
del
sentido
de
la
condición
humana
a
partir
de
la
cristología,
es
decir,
a
partir
de
una
comprensión
sobre
la
significación
e
identidad
de
Jesucristo.
Esto
siempre
implicará
asumir
un
punto
de
vista
(o
puntos
de
vista)
desde
los
cuales
se
explicite
la
identidad
de
Jesucristo.
Dentro
de
las
múltiples
perspectivas,
Walter
Kasper
ha
escogido
el
triple
oficio
de
Cristo:
profético,
sacerdotal
y
pastoral.
Lo
abordará
también
desde
esa
triple
manera
de
referirse
a
la
revelación:
via
positionis,
via
negationis
y
via
eminentiae.9
a) Oficio
profético:
este
se
refiere
al
anuncio
de
Jesucristo.
Desde
el
punto
de
vista
antropológico
(desde
la
pregunta
que
el
ser
humano
se
hace
sobre
sí
mismo)
emergen
dos
expresiones
que
el
nuevo
testamento
asocia
a
la
persona
de
Jesús:
verdad
y
luz.
En
él
queda
revelada
de
modo
positivo
(via
positionis)
la
verdad
sobre
el
sentido
de
la
existencia
y
de
la
realidad:
su
vocación
a
la
comunión
divina,
su
carácter
de
criatura
y
la
gratuidad
con
que
Dios
ofrece
su
ser
y
con
la
cual
el
ser
humano
se
relaciona
con
el
Creador.
Pero
también,
de
modo
negativo,
el
anuncio
de
Jesucristo
se
convierte
en
aguijón
crítico
frente
a
cualquier
tergiversación
de
la
condición
humana
y
a
cualquier
idolatrización
de
algún
aspecto
de
la
realidad.
Y
de
un
modo
eminente
abre
los
horizontes
de
comprensión
sobre
el
sentido
de
la
existencia
y
de
la
realidad,
hace
posible
una
nueva
manera
de
ver
(lumen
fidei)
la
realidad
toda
desde
el
amor
incondicional
y
la
esperanza
en
la
venida
del
Reino.
b) Oficio
Sacerdotal:
Nos
referimos
aquí
a
la
misión
de
salvación
alcanzada
en
y
por
Jesucristo.
Ideas
asociadas
a
dicha
misión
son
las
de
‘sacrificio’,
‘expiación’,
‘reconciliación’.
Y
así
como
la
idea
de
verdad
y
luz
resultaban
preeminentes
para
resaltar
el
significado
antropológico
del
oficio
profético,
aquí
resaltan
las
realidades
de
vida
y
amor
que
van
íntimamente
ligadas:
la
vida
verdadera
sólo
se
alcanza
en
el
autodesprendimiento
por
Dios;
la
vida
alcanza
su
sentido
en
el
amor
que
se
sacrifica.
Así
mismo,
desde
el
punto
de
vista
del
ser
humano
el
oficio
sacerdotal
de
Jesucristo
implica
el
reconocimiento
de
la
realidad
de
pecado
y
culpa
personal.
Tenemos
entonces
tres
modos
en
que
el
sentido
de
la
existencia
y
de
la
realidad
pueden
caracterizarse:
como
una
realidad
necesitada
de
redención,
y
por
ello
en
una
situación
de
pecado
(via
negationis);
al
tiempo,
como
una
realidad
capaz
de
redención
y
esperanzadora
(via
positionis);
y
de
un
modo
eminente,
una
8
Cfr.
Kasper,
op.
cit.,
283.
9
Ahondar
en
lo
que
significa
hablar
de
la
autocomunicación
de
Dios
a
la
creación
es
un
asunto
de
la
teología fundamental. Aquí sólo podremos indicar lo que ello implica para una antropología teológica.
realidad
llamada
no
sólo
a
liberarse
de
alienaciones
políticas,
religiosas,
síquicas,
sino
a
sanarse
completamente
para
participar
en
la
vida
misma
de
Dios
en
comunión
(via
eminentiae).
c) Oficio
pastoral
(y
regio):
Resalta
la
dimensión
pública
y
social
de
la
redención,
y
en
concreto,
desde
el
punto
de
vista
antropológico,
el
deseo
de
justicia
de
la
comunidad
humana.
En
este
sentido
Jesucristo
es
pastor
y
rey
que
reúne
a
las
ovejas
dispersas
para
cuidarlas.
Sin
embargo,
este
oficio
en
Jesucristo
se
realiza
en
la
cruz
y
por
lo
tanto
más
que
imposición
significa
servicio
en
pobreza,
en
los
sufrimientos
y
en
la
muerte;
se
ejerce
en
la
proclamación
impotente
e
indefensa
de
la
verdad
-‐Mt
28,
18ss-‐.
Sin
embargo,
el
‘Reino’
de
Jesucristo
se
diferencia
de
un
reino
puramente
secular.
Sin
caer
en
los
extremos:
identidad
integrista
o
dualismo
espiritualista,
cabe
entablar
una
analogía
entre
el
Reino
de
amor
proclamado
por
Jesucristo
y
los
planteamientos
y
esfuerzos
humanos
por
la
justicia.
Así,
el
amor
supone
y
sobrepuja
la
justicia.
Permite
reconocer
las
exigencias
de
la
justicia
en
los
cambiantes
contextos
sociales
(via
positionis);
obra
también
como
aguijón
crítico
frente
a
situaciones
deshumanizadoras
(via
negationis);
finalmente,
redimensiona
las
relaciones
humanas
advirtiendo
no
sólo
las
demandas
de
justicia
sino
también
de
comunión
-‐perdón,
amistad,
servicio-‐
(via
eminentiae).
*****
Las
anteriores
consideraciones
no
quiere
dar
a
entender
que
la
Cristología
quede
reducida
a
la
Antropología;
más
bien
quiere
decir
que
la
Cristología
no
puede
ser
adecuadamente
comprendida
sin
establecer
las
correlaciones
entre
Afirmaciones
sobre
Cristo
y
Afirmaciones
sobre
el
sentido
de
lo
humano.
Esto
se
justifica
por
el
simple
hecho
de
que
la
encarnación
se
efectúa
por
nuestra
salvación.
No
hay
nada
pues
perteneciente
a
eso
que
llamamos
Humanidad,
que
le
sea
ajena
a
la
revelación
acontecida
en
Jesucristo.
Todas
las
esferas
de
la
existencia
humana
quedan
atravesadas
por
el
poder
vivificador
del
Espíritu.
Es
tarea
de
la
Antropología
Teológica
reconocer
de
modo
explícito
en
qué
consiste
tal
‘vivificación’.
Preferimos
referirnos
a
‘vivificación’,
para
no
reducir
con
el
término
‘redención’
la
obra
de
Cristo.
El
punto
de
partida
para
la
consideración
de
las
esferas
propias
de
lo
humano
no
puede
ser
su
estado
‘pecador’,
sino
su
condición
de
espacio
posibilitante
y
abierto
para
el
actuar
de
Dios.
Es
necesario
por
lo
tanto
que
una
renovada
cristología
fecunde
las
comprensiones
actuales
sobre
el
ser
humano,
y
cada
una
de
sus
esferas
o
dimensiones.
Para
un
trabajo
reflexivo
como
el
implicado
aquí
disponemos
de
esa
dialéctica
articulada
por
Pablo
entre
el
primer
y
segundo
Adán.
El
Resucitado,
segundo
y
último
Adán,
presupone
y
restaura
al
primer
Adán,
que
es
el
mismo
ser
humano
en
todas
sus
dimensiones.
Por
ello,
ese
primer
Adán
sólo
podrá
llegar
a
ser
él
mismo
si
se
abre
al
segundo,
que
tampoco
podría
ser
sin
el
primero.
Así,
la
salvación
ofrecida
en
Cristo
supone
el
reconocimiento
y
respeto
al
desarrollo
integral
del
ser
humano,
para
que
así
llegue
a
ser
en
plenitud
el
primer
Adán
a
la
luz
de
segundo.
Para
decirlo
en
palabras
de
Gustave
Martelet:
10
Gustave
Martelet
“Cristología
y
Antropología.
Para
una
genealogía
cristiana
del
hombre”,
en
Problemas
y
Perspectivas
de
Teología
Fundamental,
244.
11
Alusión
a
la
pregunta:
“quien
dice
la
gente
que
soy
yo”.
12
Para
una
definición
sucinta
de
lo
implicado
en
cada
una
de
estas
esferas,
me
apoyo
en
el
artículo
de