Beruflich Dokumente
Kultur Dokumente
A pesar de los múltiples esfuerzos de la teoría literaria, aún hoy nos es difícil determinar qué es
aquello que llamamos «literatura». Con el fin de ayudar a desentrañar su significado, en este
artículo revisaremos someramente la evolución histórica del término.
El término literatura es un derivado erudito de su par latino litteratura, y éste, a su vez, una
conversión de la voz griega grammatiké. Ambas palabras contienen respectivamente la voz
latina litterae y la griega gramma, voces que, en tanto términos, pueden traducirse al español
con el vocablo letra. Este hecho da cuenta, como veremos enseguida, de la íntima relación que
se estableció desde un primer momento entre el concepto de literatura y el de escritura, pero
también de cómo semejante correspondencia problematizará cualquier futuro intento de
diferenciación.
Fijémonos que, para los latinos, el sentido del término literatura —y en esto también podemos
advertir su filiación etimológica— apuntaba a un dominio del saber, el relacionado con la
lectura (Seneca) o la escritura (Cicerón); pero también a otros significados diversos, tales como
‘gramática’, ‘alfabeto’ (Tácito); ‘ciencia’, ‘erudición’ (Tertuliano). Estas acepciones, en mayor
o menor medida, se mantuvieron vigentes hasta el siglo XVII. No obstante, será recién en la
segunda mitad del siglo XVIII cuando la palabra experimentará un profundo cambio en el plano
semántico.
En 1759, Lessing define la literatura no ya como un saber determinado, sino como el conjunto
de obras resultantes de las inquietudes estéticas de la humanidad. Siguiendo la huella de este
señalamiento, hacia 1775, la palabra literatura pasó a designar el conjunto de las obras literarias
de un país. Pronto, la palabra comenzó a nombrar al fenómeno literario en términos generales,
sin limitarlo ya a un ámbito nacional. Este camino terminará por consolidar la idea de literatura
como creación estética. En De la literatura considerada en sus relaciones con las instituciones
sociales, de madame de Staël, obra publicada en el año 1800, la palabra literatura aparece
empleada, precisamente, en esta última acepción.
Según Manuel Aguiar e Silva, dos circunstancias favorecieron este vuelco semántico. En primer
lugar, la palabra ciencia, como corolario del intenso desarrollo alcanzado por la ciencia
inductiva y por la ciencia experimental, había adquirido un contorno significativo muy
especializado y, por tanto, dejaba ya de ser posible incluir, en el campo de la literatura, los
escritos rigurosamente científicos; en segundo lugar, la creciente valorización de géneros y
especies literarios en prosa —desde la novela hasta el periodismo— había comenzado a
reclamar una palabra, un nombre, capaz de incluir a todas las manifestaciones del arte de la
escritura.De esta puja entre rechazo y exigencia surgiría el nuevo campo semántico del término
literatura, que, más allá de sus variantes e incorporaciones, continuaría en los siglos XIX y XX.
Resulta innegable, por consiguiente, que esta particular caracterización de la literatura presenta
una amplitud que excede los más elementales límites teóricos.
Pero esta definición tiene otra falla. Al considerar determinante la exigencia de la letra impresa,
una inmensa cantidad de objetos, que con justicia podemos tener por literarios, quedarían fuera
del mundo de la palabra escrita. Basta pensar en obras que tuvieron una primera forma de vida
oral (y en otras que aún hoy la tienen) para entender que limitar la literatura a una sola de sus
posibles formas de manifestación sería mutilarla gravemente. La definición etimológica, en este
caso, peca por defecto.
Si lo que pretendemos es lograr una caracterización más sólida, tal vez convenga pensar la
literatura como el resultado de una actividad particularmente estética. Desde esta perspectiva,
podemos proponer una nueva definición: «La literatura es una creación de belleza que se realiza
por medio del lenguaje».
Frente a la definición etimológica, esta otra aporta dos rasgos nuevos: en primer lugar, pone su
acento en la belleza del objeto; en segundo lugar, prescinde de su forma de manifestación.
Naturalmente, esta caracterización, al marginar la etimología del término, no crea ninguna
incompatibilidad entre el hecho literario y su manifestación oral. Es indudable que, cuando
hablamos de literatura oral, eximimos al vocablo literatura de esa suerte de subordinación a la
letra que le viene dada por su origen.
Sin embargo, conviene advertir que una caracterización de la literatura como creación de belleza
por medio del lenguaje puede resultar asimismo excesiva, pues apela a un concepto un tanto
nebuloso, el de belleza. Pero aun prescindiendo de este «inconveniente», la definición propuesta
se ve también obstaculizada por la existencia de prestigiosas obras literarias que no tuvieron
intención de plasmar belleza alguna (al menos, no en el sentido que se le da en este caso al
término).
. En este postulado pueden advertirse claras referencias al instrumento expresivo (la palabra), a
su doble posibilidad de manifestación (palabra hablada o palabra escrita) y al contenido
temático (cultura espiritual). No obstante, todavía falta algo.
La riqueza y diversidad de los conceptos vertidos en esta definición nos obligan a desmontarla
en procura de una comprensión más cabal:
… elaborados por medio de una técnica…: Hablar de elaboración supone hacer referencia al
aspecto artesanal de la creación, adquirida a través del esfuerzo y la disciplina. Para procesar
cualquiera de los datos mencionados se requiere una técnica, una destreza, un arte (en el sentido
griego de tejné). Todas las personas tienen intuiciones y vivencias de intensidad y variedad
diversas, pero no todas son escritores; para serlo, hay que saber convertir esas intuiciones y
vivencias en materia literaria, y ello exige, naturalmente, una habilidad especial, sin la cual no
hay construcción posible.
… exteriorizados con fuerza expresiva: A esa aptitud especial que se requiere para operar con
los datos provenientes de la realidad, hay que sumarle otra igualmente inevitable: la de plasmar
en palabras la construcción elaborada a partir de los datos. Sin su exteriorización a través de la
palabra, no hay obra literaria más que en potencia. La obra literaria sólo puedo darse en el
ámbito de las palabras, por tanto, éstas han de asumir en el acto creativo todo su poder de
expresión.
El núcleo central del arte literario ha de buscarse, evidentemente, en los géneros tradicionales de
la lírica, la épica y el drama, en todos los cuales se remite a un mundo de fantasía, de ficción.
Las manifestaciones hechas en una novela, en una poesía o en un drama no son literalmente
ciertas; no son proposiciones lógicas. Existe una diferencia medular y que reviste importancia
entre una manifestación hecha incluso en una novela histórica o en una novela de Balzac, que
parece dar «información» sobre sucesos reales, y la misma información si aparece en un libro de
historia o de sociología. Hasta en la lírica subjetiva, el «yo» del poeta es un yo ficticio,
dramático. Un personaje de novela es distinto de una figura histórica o de una persona en la vida
real. Sólo está hecho de las frases que lo retratan o que el autor pone en su boca. No tiene
pasado ni futuro, y a veces carece de continuidad de vida
Es evidente que ese «mundo de fantasía, de ficción», al que remite la obra literaria, es, de algún
modo, la «suprarrealidad (o realidad aparencial)» de la que habla Figueiredo. Wellek y Warren
coinciden también con Figueiredo en la valoración del lenguaje como instrumento de expresión
de la obra literaria y como componente decisivo para una justa demarcación del concepto de
literatura: Figueiredo habla de la «palabra sugestiva» y de una exteriorización «con fuerza
expresiva»; Wellek y Warren, de establecer distinciones entre el uso científico, el uso literario y
el uso cotidiano de la lengua.