Sie sind auf Seite 1von 5

Del progresismo a la austeridad en Uruguay

Luis Ibarra (*)

2019 es año de elecciones en Uruguay. El progresismo uruguayo, como otros del


continente sudamericano, logró reproducirse en el gobierno mientras la economía crecía
aceleradamente, pero pasa por tensiones desde que decayó la actividad local. ¿Se
anuncia también aquí un acceso de la derecha al poder? Nuestro propósito no es adivinar
el futuro, sino aclarar sus alternativas a partir de la acción de los trabajadores.

A menudo se hace lo contrario. Se dice, por ejemplo, que la mejora de los salarios sería un
fruto de la política del gobierno y estaría en peligro si el gobierno cambia, con lo cual, la
acción de los trabajadores queda subordinada al éxito del partido gobernante. Otras son
las conclusiones si, en vez de ver la situación de los trabajadores como una consecuencia
de la coyuntura política, consideramos a la coyuntura política como producto de las luchas
de los trabajadores. Se pondrán de manifiesto, entonces, tanto las tensiones que encierra
como también el movimiento que las supera y lleva más allá del actual estado de cosas.

El gobierno de los salarios

La inflación es la preocupación principal de la política económica del Frente Amplio, como


lo fue para los anteriores gobiernos uruguayos. Sin embargo, mientras que los partidos
tradicionales buscaban flexibilizar el mercado de trabajo, los gobiernos progresistas tratan
de mantener controlada la inflación centralizando la negociación salarial.

Una negociación salarial centralizada puede lograr los mismos efectos que un mercado de
trabajo flexible. Una amplia literatura, a partir de la obra de Calmfors y Driffill, sostiene que
la centralización hace que los sindicatos consideren el impacto de los salarios sobre la
economía; los dirigentes sindicales se verían inducidos a no movilizar todo el potencial de
lucha disponible y a moderar las demandas, bajo la amenaza del desempleo. El mayor
nivel de salarios se alcanza, según los autores, en la situación intermedia cuando los
sindicatos actúan por ramas de actividad con independencia de la situación económica.

La centralización de la negociación salarial es un dispositivo institucional para subordinar a


los sindicatos a las exigencias del capital y contener los salarios. Pero, al reducir la
participación y politizar los asuntos, advierte Franz Traxler, la centralización tiene el doble
efecto de facilitar los acuerdos con la dirección sindical y dificultar su aceptación por los
trabajadores. Requiere, además, que el gobierno organice la negociación colectiva dentro
de formas que obliguen al cumplimiento de los acuerdos y eviten los conflictos.

En Uruguay, el Poder Ejecutivo establece tanto el monto de los ajustes de salarios como la
duración de los convenios colectivos. Estos lineamientos generales no son objeto de
concertación social; son definidos exclusivamente por el Ministerio de Economía y
anunciados a las organizaciones empresariales y sindicales como el marco de la
negociación salarial.

(*)
Politólogo y magíster en gobierno y políticas públicas. Trabaja como docente en la Facultad de Ciencias
Sociales de la Universidad de la República de Uruguay.
A continuación, actúan los Consejos de Salarios. Se trata de comisiones sectoriales,
integradas por delegados del gobierno, los sindicatos y las gremiales patronales, que
negocian la aplicación de la pauta oficial por ramas de actividad. Las negociaciones se
efectúan en forma de grandes rondas, que envuelven simultáneamente a todos o a gran
parte de los sectores productivos, y concluyen con la firma de convenios colectivos. Los
convenios fijan la escala salarial del sector como un mínimo obligatorio para todas las
empresas y proscriben los conflictos de los trabajadores durante el plazo de los acuerdos.

Una negociación colectiva ampliamente distribuida por ramas y grupos de actividad queda
organizada dentro de pautas centralizadas por el gobierno. Por medio de los Consejos de
Salarios, el Frente Amplio trata de encerrar los conflictos de clases y asociar a los
sindicatos, en un papel subalterno, a la aplicación de la política económica.

El ciclo progresista

Mientras la economía crecía aceleradamente por la inversión de capital extranjero, los


gobiernos progresistas buscaron mantener el aumento de los salarios por debajo del
incremento de la producción.

Los lineamientos del Poder Ejecutivo extendieron los convenios colectivos hasta dos y tres
años de duración, con ajustes salariales de acuerdo a la fórmula clásica: una actualización
según la variación del costo de vida, que conserva el poder de compra, y un aumento real,
definido dentro de estrechos márgenes. Así, por ejemplo, indicaron aumentos de salarios
entre un mínimo de 2 y un máximo de 4%, para el año 2005, mientras que el producto
interno bruto crecía a una tasa de 6,6%.

Según el ministro de Economía, “los lineamientos establecidos por el Poder Ejecutivo para
las negociaciones en los Consejos de Salarios ayudaron a conciliar varios objetivos, dentro
de los que se destacan: recuperación del salario real, crecimiento del empleo,
mantenimiento de bajos niveles de inflación y mejora de la competitividad de las
empresas” (Lorenzo 2010, 169). El Frente Amplio esperaba lograr de ese modo un
crecimiento “con equidad”: salarios que aumentan menos que la producción disminuyen
los costos laborales y elevan la ganancia de las empresas sin subas de precios.

La administración de los salarios por el gobierno, sin embargo, se encontró con


necesidades y deseos que escapan a la mediación política. Los conflictos laborales
aumentaron rápidamente, a medida que el crecimiento económico absorbía el desempleo.
Con las luchas se extendió la organización. Creció la afiliación a los sindicatos existentes y
se constituyeron también otros nuevos, al amparo de la protección legal, en actividades
que permanecían desorganizadas. La incorporación masiva de nuevos trabajadores
renovó, a su vez, los sindicatos y le imprimió mayor radicalidad a las acciones, poniendo
en movimiento una circulación de luchas y organización que se impulsan mutuamente.

La conflictividad en los gobiernos progresistas alcanzó dimensiones similares a las que


tenía bajo los gobiernos de los partidos tradicionales, aunque con un contenido
completamente distinto. Ya no son luchas defensivas por conservar el empleo o reclamar
el pago de salarios adeudados; los trabajadores aprovecharon las circunstancias
económicas y políticas para pasar a la ofensiva por mayores salarios y mejores
condiciones de trabajo.
La organización de la negociación salarial consiguió efectivamente encauzar las acciones
hacia la firma de convenios colectivos, que comprometen la paz laboral, y encerrar las
luchas dentro de los plazos contractuales. La conflictividad adquirió la forma de ciclos, con
picos de alta intensidad en el momento de las negociaciones, seguidos de profundas
caídas y períodos de calma relativa entre ronda y ronda.

Gráfica 1. Conflictos de trabajo


durante el ciclo progresista
1,600,000
1,400,000
1,200,000
Jornadas laborales

1,000,000
800,000
600,000
400,000
200,000
0
2005 2006 2007 2008 2009 2010 2011 2012 2013 2014

Elaboración propia con datos del IRL

En cambio, el contenido de los convenios fue alejándose de los lineamientos del Poder
Ejecutivo. “Las condiciones del mercado de trabajo y las rondas de negociación colectiva
se combinaron para generar aumentos de salarios que son un desafío para las empresas,
que deben promover aumentos muy fuertes del volumen de negocios para generar las
mejoras de productividad capaces de absorberlos” –aseguró el economista Pablo Rosselli
(El país, 30 de abril de 2012).

La recomposición de clase, tanto en el sentido del empleo como en el aspecto político de


las luchas y de la organización, modificó la relación inicial de fuerzas. El cambio invirtió la
relación entre las variables y colocó a los salarios por delante de la productividad. Los
trabajadores convirtieron al salario en “un componente exógeno”, afirma el Banco Central,
una variable independiente que condiciona a la política económica del gobierno, en lugar
de verse determinada por ella.

El vuelco hacia la austeridad

Cuando cesó la inversión de capital extranjero y decayó el crecimiento de la economía, la


mediación política pasó a actuar en sentido opuesto. Ya no se trata, para el Frente Amplio,
de que los aumentos salariales no afecten a la ganancia, sino, al contrario, de detener los
aumentos y posibilitar la rebaja de los salarios para permitir una recuperación de la tasa de
ganancia reduciendo los costos de producción.

El gobierno continuó administrando los salarios, pero dejó de actualizarlos según la


variación del costo de vida, como hacía durante el ciclo progresista, y pasó a fijar
exclusivamente aumentos nominales. Los lineamientos del Poder Ejecutivo mantuvieron la
duración de los convenios colectivos de dos a tres años, ahora con ajustes salariales
decrecientes a lo largo del período. Así, indicaron aumentos monetarios de 8 a 10% en el
año 2015, entre 7 y 9% para el 2016 y, finalmente, de 6 a 8% en el año 2017.
Los ajustes nominales permiten que, incluso aumentando en dinero, el salario real pueda
ser rebajado en los hechos por las subas de precios de las empresas. Con una inflación de
9,4% en el año 2015, las pautas del gobierno excluyeron prácticamente la posibilidad de
aumentos y convirtieron a la negociación colectiva en una discusión acerca de la rebaja de
salarios.

Ajustes cada vez menores aseguran una disminución continua de los costos labores por
dos a tres años, que permita a las empresas restablecer la tasa de ganancia con menores
subas de precios, y esperan que la menor inflación compense el atraso salarial. Una
corrección de la diferencia con la variación de precios promete devolver finalmente el nivel
del salario real al punto de partida de los convenios. De ese modo, el Frente Amplio afirma
que no habrá rebaja de salarios y asegura al mismo tiempo la apropiación del incremento
de la productividad por el capital.

En suma, a través de la organización de la negociación colectiva, se llevó a cabo un


auténtico golpe contra la independencia de la variable salarial y con el propósito de
restablecer la subordinación a la ganancia. El vuelco del progresismo hacia la austeridad
tuvo como correlato un aumento extraordinario de los conflictos laborales. La conflictividad
alcanzó el mayor nivel de los últimos veinte años en el 2015, con más de un millón y medio
de jornadas de trabajo perdidas.

La dimensión de las luchas reveló también el agotamiento de una estrategia que se


apoyaba en la rápida acumulación de capital para llevar los salarios por encima de las
pautas del gobierno. No sólo los lineamientos se volvieron más imperativos, sino que el
estancamiento económico hizo reaparecer el desempleo. Condiciones del mercado de
trabajo y negociaciones colectivas se combinaron ahora para detener efectivamente los
salarios, que sólo tuvieron una variación promedio de 0,2%, en el año 2018.

¿Se había logrado la “estabilidad para seguir creciendo”, que festeja la publicidad
electoral? En realidad, a medida que la centralización se acentúa, decae el interés en las
negociaciones. Convenios que congelan los salarios son demasiado rígidos para el capital,
en tanto que pierden la capacidad de comprometer la paz laboral de los trabajadores. La
conflictividad dejó de ceñirse al calendario de las negociaciones, como ocurría durante el
ciclo progresista. A partir del vuelco hacia la austeridad, los conflictos se volvieron
continuos, manteniendo importantes niveles, por encima del millón de jornadas de trabajo
perdidas anualmente, con indiferencia de las rondas de negociación.

Gráfica 2. Conflictos de trabajo


antes y después del giro hacia la austeridad
1,800,000
1,600,000
1,400,000
Jornadas laborales

1,200,000
1,000,000
800,000
600,000
400,000
200,000
0
2010 2011 2012 2013 2014 2015 2016 2017 2018

Elaboración propia con datos del IRL


El Frente Amplio califica su papel como partido de gobierno por la gestión de los
trabajadores dentro del capital. A través de la centralización de la negociación colectiva
procura mantener subordinados los salarios a la ganancia y controlar la inflación. Mientras
la economía crecía aceleradamente, los gobiernos progresistas consiguieron encerrar los
conflictos de clases a costa de mayores salarios. En cambio, desde el vuelco hacia la
austeridad, la negociación salarial centralizada pierde eficacia para contener las luchas de
clases. Tampoco los trabajadores son los mismos de antes. Ya no son las personas
desesperadas por la pobreza y dispersas por el desempleo, que había producido la crisis
de principios de siglo, sino los protagonistas de las luchas que desbordaron la política
económica de los gobiernos progresistas.

Referencias

Banco Central del Uruguay (2011). Informe de política monetaria, Montevideo, BCU.

Calmfors, Lars y Driffill, John (1988). “Bargaining Structure, Corporatism and


Macroeconomic Performance”, Economic Policy v. 3, n. 6, pp. 13-61.

Instituto de Relaciones Laborales (1995-2018). Informes de conflictividad, Montevideo,


Universidad Católica del Uruguay.

Lorenzo, Fernando (2010). La política económica del primer gobierno del Frente Amplio,
en P. Bustos (comp.), Consenso progresista, Buenos Aires, Fundación Friedrich Ebert.

Traxler, Franz (2003). “The Contingency Thesis of Collective Bargaining Institutions”,


CESifo DICE Report, Institut für Wirtschaftsforschung n. 2, pp. 34-39.

Tronti, Mario (1964). “Lotte operaie e congiuntura capitalistica”. Quaderni piacentini anno 3
n. 16, pp. 38-41.

Das könnte Ihnen auch gefallen