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Carlos Arboleda
Universidad Pontificia Bolivariana
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1
Licenciado en Ciencias Sociales, Pontifical Gregorian University, Roma. Magister en Historia, Universidad
Nacional de Colombia, Sede Medellín. Especialista en Sociología de la Religión, PUG, Roma.
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Punto de vista filosófico
Lo primero que se requiere para un acercamiento al diablo es tener una postura filosófica
antimetafísica o, mejor, no metafísica. La metafísica tradicional nos enseñó que el diablo es
un ser espiritual que puede influir en la vida de las personas; afirmaba su existencia como
ser real. En el pensamiento popular se tenía por cierta su existencia cuasifísica y que el
diablo podía aparecerse bajo diversas formas (un negrito, un perro, una fogata, un joven
bello con patas de chivo, etc). Se creía que podía influir en las acciones de los hombres
impulsando a hacer el mal y doblegando en muchos casos la voluntad o el libre albedrío,
“yo no soy culpable, es el diablo el que me ha obligado a hacerlo”, y así se podía evadir la
responsabilidad personal. Esa concepción metafísica creó muchos problemas de tipo
filosófico y práctico: todo trastorno psicológico, toda tragedia, toda transgresión cultural, se
atribuía a ese ser que podía actuar en la vida de los hombres: “el diablo existe y es el
culpable del mal que hay en el mundo. La culpa es del diablo.”
La teología había caído en la ontoteología confundiendo a Dios con el Ser y dando a Dios
características humanas, o tratando de agarrar la realidad divina en conceptos. Se había
reducido así a Dios a conceptos humanos y se le habían dado características humanas a
Dios. Esa ontoteología entra en crisis con la crítica realizada por los pensadores del siglo
XIX y del XX. Con el diablo había ocurrido algo similar y se había constituido una
ontodiabología. Ésta consideraba al diablo como un ser maligno, un ente que influía en la
vida de los hombres y los podía poseer. El mal se explicaba como un triunfo de ese ser
maligno sobre la voluntad del hombre.2
La superación de la metafísica tal como se ha dado en el siglo XIX y XX, a través de los
maestros de la sospecha y de los filósofos antiesencialistas y antifundacionalistas, y la
crítica a la existencia de Dios, especialmente en los heideggerianos, nos ha permitido una
visión antimetafísica, y por tanto, más concreta, cultural, científica y productiva de lo que
es el diablo. Lo que llamamos diablo es una expresión simbólica del mal. Expresión
simbólica que se manifiesta en forma plural según las diferentes culturas, sociedades y
personas y según las construcciones sociales que se hacen para explicar el problema del
mal. No hay un ente concreto que se llame Diablo, sino que hay unas realidades que son
interpretadas como diablo, o unas relaciones sociales o políticas que denominamos diablo,
o incluso unos ejercicios de poder que podemos calificar de tipo demoníaco, o unos
comportamientos personales extraños que nos hacen considerarnos poseídos por el diablo.3
2
Para estas críticas a la ontoteología puede mirarse: Arboleda, C. (2007). Profundidad y cultura. Del
concepto de Dios a la experiencia de Dios. Medellín, Colombia: Universidad Pontificia Bolivariana. Y para la
ontodiabología, Arboleda, C. (2006). El ocaso del diablo. Medellín, Colombia: Universidad Pontificia
Bolivariana.
3
El Diablo en la teología católica merece una explicación y una investigación aparte pues entra en la
reflexión teológica sobre el Reino de Dios y la oposición a él. Y el demonio corresponde a otra realidad
distinta del Diablo sobre todo en el Nuevo Testamento. El problema de Dios se afronta en la teología a partir
de la experiencia de fe y eso hace un poco diferente la reflexión teológica.
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natural. Habrá siempre un elemento hermenéutico simbólico (cultural, político, sexual,
religioso, etc), en los temas relacionados con el diablo que irá más allá de lo simplemente
físico, psiquiátrico, médico o químico.
Hay un problema grave para la reflexión humana, y es lo que provoca toda la reflexión
anterior, y es el problema del mal. ¿Por qué el mal físico? ¿Por qué el mal moral? ¿Por qué
hago lo que no quiero y no hago lo que quiero? Es el problema del mal. Y cada cultura
construye su lenguaje simbólico para tratar de aprehender y explicar y dominar ese
problema del mal. Así, el lenguaje simbólico es la manera de presentarnos la realidad del
diablo como símbolo máximo del problema del mal.
Las narraciones construidas por todos los tipos de satanismo son fundamentales, como bien
nos lo dice Carlos Alberto Uribe:
“Dentro de las ciencias sociales postestructuralistas, con su énfasis en el sujeto,
actuante, pensante y sintiente, —según la fórmula de Paul Ricoeur—, el estudio de
los diversos procesos mediante los cuales los seres humanos conforman sus
discursos sobre el mundo y sobre sí mismos se ha tornado central. El papel de la
narratividad en la conciencia humana ha sido, por tanto, motivo de considerable
interés. De acuerdo con Jerome Bruner, la principal finalidad del discurso narrativo
es la creación de mundos posibles, especie de realidades virtuales que son
comunicables intersubjetivamente porque quienes las crean y las aceptan comparten
similares códigos culturales. Así, las narrativas constituyen formas de mediación
con las cuales los seres humanos negocian y renegocian significados. Para que una
narrativa opere requiere de cuatro componentes gramaticales cruciales: primero,
debe proveer un medio de enfatizar la acción humana, esa potestad de obrar en el
logro de sus fines que tienen los seres humanos como agentes de sus actos.
Segundo, requiere de un orden secuencial que pueda ser establecido. Tercero, la
narrativa debe contener sensibilidad frente a lo que es canónico y lo que viola la
canonicidad en la interacción humana. Y, finalmente, la narrativa debe aportar algo
que se aproxime a una perspectiva del narrador, esto es, debe contener una voz.
Para Bruner, esta forma de emplear el lenguaje, rica en posibilidades literarias,
constituye una de las cumbres en los logros humanos, sobre todo en lo que hace a la
cultura.” (2003: 66)
239
- La historia del diablo es la historia de las simbolizaciones históricas del mismo y de
los intentos de dominar el mal que hay en el mundo.
- Las narraciones son la mejor fuente para estudiar dichas simbolizaciones (Cf.
Burton, 1995; Delumeau, 1989).
Ha sido de gran utilidad para el estudio del fenómeno diablo, la construcción de una
tipología que ayude a comprender los diferentes símbolos referidos al diablo. Podemos
decir que hay cuatro tipos diferentes de satanismo:
La brujería es un concepto que se refiere a lo que hacen las brujas, tal como es percibido
por los que creen en la brujería. Normalmente son actos que se oponen a la ortodoxia social
y cultural, a la norma y que indican una causalidad más o menos inmediata. Lo anterior
indica que la brujería debe estudiarse en culturas concretas y en tiempos precisos para no
cometer errores de generalización, pues creer en la brujería es propio de la cosmovisión de
un grupo o un contexto. Hay diferentes hermenéuticas para entender este fenómeno pero
no se van a tratar en este parágrafo. Nos referimos a la brujería de provincia.
240
La brujería, sobre todo en su forma contemporánea, es la manera de tratar de manipular la
vida y el destino del hombre. Ante la inseguridad existencial propia de la época del
nihilismo y de las carencias materiales, se recurre a la brujería para lograr las aspiraciones
universales del hombre: salud, dinero, amor. Pululan en nuestras calles, los brujos que ligan
al ser amado, encuentran minas y guacas, quitan males postizos, que le traen al ser amado
en tres días, que le dicen quién es el amante de la esposa… O que le hacen ir el mal vecino,
le rezan para que no le entren las balas, le curan los hechizos a través de bebedizos, le
hacen arrojar los sapos y ranas que le metieron los enemigos, etc., etc. Esto muestra la
inseguridad del hombre contemporáneo. Podemos ver una oración usada por los
paramilitares para que el enemigo no los vea:
También los narcotraficantes recurren a la brujería para que les vaya bien en sus negocios
(Uribe, 2003: 59-73) Una gran mayoría de personas, de toda clase y condición social, usan
la brujería popular. En tiempos de inseguridad la brujería da la impresión al sujeto de que
controla de alguna manera la realidad adversa, ignota, ambigua e improbable. Es como
poder dominar el entorno siempre precario. Si mi enfermedad es incurable puedo curarme
con una oración, si el enemigo me acecha puedo esconderme de él, si el amado me va a
dejar puedo “amarrarlo” o “ligarlo”.
El tipo de brujería contemporánea es un buen negocio montado sobre los temores y la falta
de cultura de muchas personas. El uso está indicando una mentalidad premoderna en la
posmodernidad y, en este ámbito, la antropología cultural con métodos etnográficos y
hermenéuticos tiene un gran campo de trabajo. Pero hay que estudiar para educar, no para
dejar a la gente en su ignorancia.
241
exploración de nuevas y extrañas experiencias, algunas de ellas sin aparente explicación
científica, pues se trata de la invasión del cuerpo en el espacio espiritual o viceversa.
Ante este renacimiento de la demonología como posesión se puede preguntar: ¿Qué hay
allí? Podemos ver que hay una base fundamental para la intelección del fenómeno: una
cultura compartida. La cultura está compuesta de muchísimos elementos: lenguaje,
etnicidad, religión, tradiciones, creencias, valores, relaciones interpersonales, modos de
producción y organización social; también de los conceptos de significado de los objetos y
sucesos, y la identidad, personal y colectiva (Alarcón, 1995: 449). La psiquiatría
contemporánea se ha visto enriquecida con el reconocimiento del valor de la cultura y su
influencia en la definición de la realidad. El énfasis en lo corporal, lo no racional, la
creencia, ha oscurecido legítimamente el énfasis positivista dado al concepto de ciencia. La
ciencia fue vista como sinónimo de una realidad ahistórica, como una piedra de prueba de
la falsedad de las creencias (Lewis y Kleinman, 1995: 433-434). Pero ahora se reconoce
que la ciencia es una empresa cultural que debe reconocer las otras formas de hacer cultura
y sus aspectos positivos, aunque no necesariamente debe aceptar sus conclusiones. El
diálogo entre la cultura y la ciencia se hace realidad para entender mejor las situaciones
humanas.
El prerrequisito para la “existencia” de entidades que interfieren en la vida, nos dice Mark
Bancroft (1998, The Psychology of Spirit Possession & Exorcism, párr. 1), es la creencia
en posesión espiritual. Si una persona no cree en la posesión espiritual nunca será poseído,
por ejemplo, un ateo. En cambio, donde la creencia en la posesión es fuerte, las entidades
estarán muy ocupadas poseyendo individuos o causando traumas en la sociedad. Las
creencias del exorcista, además, dan forma a la posesión y a la manera de manifestarse el
supuesto espíritu poseedor. Es el sistema de creencias el factor determinante en las
conclusiones acerca de la realidad y consecuencias de la posesión (Auerbach, 1993, 231).
Sobre esta sólida base, podemos entender los procesos que se presentan:
4
Popularmente se cree en el juicio realizado por el exorcista, quienes piensan que son cuatro las causas por
las cuales una persona puede ser poseída por el diablo o tener trastornos de índole demoníaca: 1. Puede ser un
permiso de Dios para dar a la persona una ocasión de arrepentimiento o de purificación. 2. Puede ser un
maleficio sufrido, o una maldición, o un mal de ojo. 3. Se expone también a la posesión diabólica quien cree
en magos, nueva era, cartománticos, espiritismo, tabla Ouija, o quien asiste a grupos satánicos y espiritistas.
4. Quien insiste en permanecer en el pecado, especialmente uso de drogas, licor y perversiones sexuales.
Cualquiera de estas causas puede provocar la posesión. Y los síntomas tenidos en cuenta por el exorcista
popular son: repugnancia por la oración y por los objetos benditos, reacciones violentas y furiosas con
blasfemias y agresiones y, rechazo a la oración hecha sobre la persona supuestamente poseída.
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ciencia médica, pues el problema es espiritual. Se procede al exorcismo tradicional
alejándose grandemente del exorcismo oficial de la iglesia respectiva. Así se tienen
unos rituales que son inclasificables pero que incluyen: inducción al trance, palabras
y órdenes deprecativas e imprecativas, golpes y gritos, sacudidas y masajes, lectura
de los libros sagrados, presentación de objetos religiosos, oraciones oficiales y no
oficiales, colaboración de los ayudantes y los presentes… Todo esto en un ritual
caótico y a veces improvisado. Pero en todo este maremágnum, se pueden reconocer
algunos elementos constantes: acogida gratificante al enfermo, sentido de
solidaridad y comprensión, sentido de comunidad, actitud de escucha y solidaridad.
Todo esto lleva a denominar el exorcismo popular como “Psiquiatría para pobres”,
no con un sentido peyorativo, sino como la forma que tienen los excluidos de
alcanzar el reconocimiento de lo que son como personas en una sociedad
excluyente, y de hecho, salen del exorcismo con una sensación placentera de
seguridad y de sanación.
Hay allí otros elementos que son valiosos para la reflexión. Hay una crítica, tal vez
espontánea a la sociedad reinante, injusta, excluyente y jerarquizada. Pero también una
expresión de los males sociales como violencia, soledad, depresión…En otras palabras, una
sociedad con una modernidad frustrada que enferma a sus miembros, es la sociedad que allí
se refleja.
El diagnóstico se hace contando con la cultura. Contar con los datos etnográficos y
culturales permite documentar los temas, el campo de lo interpersonal, y comprender el
vasto espacio de la enfermedad y sus causas. Los métodos antropológicos que
contemplan los aspectos culturales ayudan a caracterizar la experiencia de la persona
enferma y su entorno social y familiar “desde dentro”, en lugar de mirar sólo desde el
observador clínico “ilustrado” (Lewis y Kleinman, 1995: 440). Desde la aparición del
DSM5-III, se ha venido involucrando el aspecto cultural en el diagnóstico, pasando de
la concepción “egoísta y aislada” de la concepción moderna a la concepción
“sociocéntrica” ya presente en el DSM-IV, en la sutil integración entre el yo y el medio
social, y así poder contribuir al diagnóstico psiquiátrico sin herir la cultura y, tal vez,
contando con ella para la terapia (Alarcón, 1995: 445). En este último sentido, la terapia
puede coadyuvarse con las creencias religiosas. Así lo reconoce Lukoff:
La estrecha mirada sobre los factores biológicos, combinados con los sesgos
históricos contra las experiencias religiosas y espirituales, ha impedido una
comprensión sensitivamente cultural y un tratamiento de estos problemas.
Religiosidad y espiritualidad están unidas al bienestar psicológico, envuelven
hechos de amor y relación, y proveen una fuente de sentido y propósito en la
vida, todas estas nociones culturalmente definidas (1992, 673-674).
5
Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders
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Se abandona el empíreo de la ciencia pura y aséptica, y se acepta la contaminación con la
cultura del sujeto y su entorno socio-cultural. En l99l se añade al DSM-IV el aspecto
cultural en consideraciones, formulaciones, criterios de exclusión e inclusión culturales y
adicionan nuevas categorías como los trastornos de trance y posesión (Alarcón, 1995: 454-
455). Además se va abriendo la posibilidad para que la atención de primer grado la puedan
realizar agentes no directamente profesionales en el campo de la psiquiatría o la medicina,
sino consejeros, sacerdotes, pastores y, aún la propia familia o comunidad del sujeto-
paciente.
La llamada posesión diabólica puede ser, entonces, entendida a partir de la cultura popular
de los grupos sociales, se debe hacer el diagnóstico científico teniendo en cuenta éstos y
así proponer una terapia en la que lo psiquiátrico pueda dialogar con lo religioso-cultural,
sin perder la eficacia de la ciencia y sin enfrentarse a los significados de la cultura.
En el año 1966 Anton Zsandor La Vey, quien se considera el gran padre del satanismo,
establece la iglesia de Satán. Su finalidad no es exactamente adorar al Diablo, pues no cree
en su existencia, sino adorar lo que Satán significa: el placer, el cuerpo, la absoluta libertad
(hacer lo que quieras es la máxima ley). Luego aparecen multitud de grupos como la Iglesia
de Seth, I Bambini di Satana, etc, y se da una oleada de crecimiento del satanismo en el
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mundo, aprovechada por unos para predicar la invasión de Satanás y fomentar la cruzada
antisatanista, y, por otros, para lucrarse del negocio del mal.
Para comprender mejor este satanismo activo lo clasificaremos en tres categorías, aunque
los sociólogos presentan diversas tipologías6:
Satanismo de adolescentes.
Satanismo ácido.
Satanismo racionalista.
El satanismo ácido reúne a personas que ya realizan actos más graves como consumo de
drogas, realización de actos sexuales y orgías y, posiblemente, actos delictivos.
Generalmente son jóvenes, en alguna manera desviantes, que escogen ese comportamiento
como manera de agregarse y de expresar poder ante sus coetáneos o ante el grupo social,
no conocen la teoría del movimiento satanista, sino que utilizan el nombre para crear temor
o miedo entre las demás personas.
Ante esta realidad, se presentan dos interpretaciones. Una antisatánica, que cree que el
satanismo es como una mafia que está organizando un complot contra las buenas
costumbres, contra la iglesia y contra las religiones. Se crea el rumor-pánico que produce
noticias como éstas: “el 31 de Octubre se van a robar los niños para matarlos en misas
negras”; “en este barrio van a secuestrar las mujeres embarazadas para sacarles el niño del
vientre”; “los satanistas van a matar a todos los curas”… Dentro de esta visión, todo niño
que se extravíe, lo es por obra de los satanistas. Hay así una especie de “multinacional” del
mal que quiere acabar con todo lo cristiano. Al servicio de la conjura contra la cristiandad
universal se colocan la música rock, los juegos de fantasía, los mensajes subliminales y
hasta empresas como Procter and Gamble patrocinarían el complot. En otras palabras, sería
el flagelo apocalíptico del Anticristo hecho realidad.
6
Maximo Introvigne en Studi scientifici recentí sul satanismo, Genova, Quadrivium, 1989, habla de ocho
tipos de satanismo: tradicionales, salvajes, sicóticos, sexo-orgiásticos, anticristianos, baphometistas,
carismáticos y racionalistas.
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De verdad que es una exageración llevada a cabo dentro de los grupos fundamentalistas
cristianos, pues sí hay actos cometidos por grupos satánicos, pero no en la proporción que
ellos calculan. En las fiscalías hay denuncias de este tipo y se han hallado personas
realizando actos delictivos e inmorales, pero sin llegar al extremo de ser la gran
conspiración contra la cristiandad y la cultura occidentales. Se recuerda que en 1998
Colombia se estremeció por el asesinato de varios niños. Inicialmente la investigación se
enfocó hacia la prostitución infantil, el satanismo, el tráfico de órganos y pedofilia. Luego
se descubrió que Luis Alfredo Garavito Cubillos era el responsable de 172 crímenes contra
menores cometidos entre 1992 y 1998 en 11 departamentos del país. Pero ya los medios de
comunicación habían sugerido que todo era obra de grupos satánicos.
La otra interpretación lleva a una actitud más crítica y más real. El satanismo no es la obra
maestra de la “multinacional” del mal, sino la expresión de los problemas de la sociedad.
La falta de afecto en la familia y la destrucción de la misma, la marginalidad y la exclusión
social, y el vacío espiritual de una sociedad competitiva, consumista e individualista, son el
caldo de cultivo del satanismo. Los adolescentes que crecen sin la presencia de los papás,
los jóvenes que no han tenido oportunidades en la vida y la falta de una genuina experiencia
religiosa en un medio voraz, crean las bases para la aparición de la ideología satánica como
medio compensador de carencias o expresión de la carencia.
En la década de 1970 se creó, dentro de las Ciencias Sociales, el término de “pánico moral”
o “rumor pánico” para explicar cómo algunos problemas sociales son hiperconstruidos para
generar miedo, y son así considerados como verdaderos complots contra la sociedad
organizada. Así ocurre con el satanismo, pues se presenta como una confabulación
internacional contra la sociedad. Philip Jenkins, investigador de los pánicos morales, dice
que la situación de pánico y complot es una explicación irracional de una amenaza, y es el
resultado de temores, no bien analizados, que convierten a un grupo particular en objeto
de prejuicios y en chivo expiatorio (Jenkins, 1996: 170).
Los niños en peligro son, por ejemplo, el tema del pánico ante el satanismo. Se habla de
sádicos que recorren las calles en Halloween con paquetes llenos de confites envenenados o
manzanas con cuchillas de afeitar por dentro. Mary de Young, otra estudiosa del fenómeno,
explica que los niños expresan una metáfora del futuro que todos esperamos y por eso
tememos por ellos. Toda amenaza contra ellos se considera como un gran peligro. Pero esto
se hace, sin caer en cuenta de que quienes se lamentan, pueden ser personas que no cuidan
a sus niños, que los dejan solos, que los tratan mal. Al considerar a un grupo como el
causante del peligro, se rebaja la ansiedad individual y se escapa de la propia culpabilidad.
La amenaza se ve en otros grupos y no en el propio modo de cuidar los niños (Young,
1997, Satanic Ritual Abuse as Comtemporary Legend, párr. 2).
Hay una construcción social del satanismo en la que tienen mucho que ver los grupos
cristianos fundamentalistas, los organismos anticultos y los medios de comunicación. Estos
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se apoyan en los temores sociales que se crean, perjudicialmente, contra ciertos colectivos
que, se cree, van a destruir la sociedad (satanistas, judíos, sidosos, islámicos, etc.). 7
Los estudiosos sociales del satanismo han llegado a los siguientes hallazgos en este campo:
El comportamiento y las actitudes satanistas las toma el sujeto que tiene una
predisposición a ellas. Hay unos marcadores desencadenantes como serían la falta
de afecto, la marginalidad y la crisis familiar. No necesariamente éstos sujetos son
enfermos mentales, sino que tienen unas carencias que impulsan a pertenecer al
grupo satánico. Esta sería la condición de quienes apenas se inician en el satanismo.
El adolescente adecuado para estos grupos de satanistas curiosos es el muchacho
inteligente, creativo, curioso, de clase media, con baja estima de sí mismo, con
relaciones difíciles con padres y compañeros, falto de afecto, crítico de la religión
de sus padres. Los síntomas de ingreso al grupo son: obsesión con el rock y los
juegos de fantasía, deseo de estar solo, secretismo, uso de signos y pinturas bizarros
(Del Re, s.f. Antica paura nuova realtà, párr. 6).
Por tanto, el problema no es el satanismo, sino lo que hay detrás del satanismo.
¿Qué es lo que impulsa a los jóvenes a pertenecer a un grupo o a realizar actos
satánicos? La pregunta no es cuál es el peligro del satanismo, sino qué hemos hecho
de esta sociedad para que los jóvenes tengan que buscar soluciones o respuestas en
esos grupos. Una de las notas distintivas de esta sociedad, es la evasión de la propia
responsabilidad y eso es lo que hacemos cuando decimos que la culpa no es de
padres, profesores, sacerdotes, pastores, políticos, gobernantes… sino de Satanás.
Un estudio bastante sugestivo es el de Kathleen Lowney (1995: 453-484) con un
grupo de satanistas a quienes directamente entrevistó y conoció durante un año (esto
no ocurre generalmente entre los estudiosos del satanismo). Allí descubrió que su
estilo de vida es una crítica a la cultura dominante, a los valores y normas de la
sociedad. Como no tienen el poder material de cambiar el sistema social o escolar,
7
Estudiosos de esta construcción social son: RICHARDSON, J.T. The social construction of satanism:
understanding an international social problem. Australian Journal of Social Issues v.32 no.1 Feb 1997: 61-85.
LIPPERT, Randy, “The Construction of Satanism as a Social Problem in Canada”, Canadian Journal of
Sociology, 1990, 15: 417-439. James T. RICHARDSON, Joel BEST, and David G. BROMLEY (ed). The
Satanism scare. New York, Aldine de Gruyter, 1991. JEFFREY, Victor,. Satanic Panic: The Creation of a
Contemporary Legend, Illinois, Open Court Publishing Company, 1993
248
su oposición es sólo simbólica y desafiante. Llega a la conclusión de que las
explicaciones psiquiátricas y hasta folclóricas son inadecuadas. Los adolescentes
analizados no eran enfermos mentales ni estaban involucrados en delitos mayores.
Las violaciones de la ley eran consumo de alcohol, vandalismo menor (pintar
grafitis) y manejar vehículos en estado de embriaguez, lo que muchos otros
adolescentes hacen. Lo que deseaban era cuestionar los valores básicos de su
municipio: atleticismo, tipo de cristianismo puritano y las actitudes de logro, belleza
y poder. Puede que estemos buscando un chivo expiatorio: demonizamos un grupo
para salvarnos de nuestra propia responsabilidad social y personal.
Se construye un grupo de malos a los que se puede acusar de todos los
entuertos. La persecución es obligatoria, pues no hay zona gris, toda lectura
de la realidad social se hace dicotómica y sin tonos medios: los responsables
son las brujas, los herejes, los comunistas, los negros, los judíos, las sectas
[…] La cruzada antisatanista no será otra cosa que la manifestación de esta
construcción social de la desviación imaginaria (Victor, 1995: 44).
Algo similar ocurre con el rock, música tildada como satánica. El rock es una
forma cultural como tantas otras con mensajes que podríamos clasificar unos como
positivos y otros como negativos. Es posible que, como dice Fabio Pasqualetti
estudioso del rock actual, cuando la vida es un infierno, se puede expresar en la
música infernal de los jóvenes.
Desafortunadamente, es necesario reconocer que Occidente ha usado y
abusado del nombre de Dios. También en la última guerra [la de Irak], Dios
no ha salido indemne y ambos contendientes han querido colocarlo de la
propia parte. A todo esto se añade una difusa ignorancia de la historia
occidental: muchos jóvenes heredan… graves prejuicios con relación a la
iglesia y a la religión cristiana, sin disponer de elementos de juicio.
Añadimos la dolorosa constatación que también aquellos que deberían
representar la institución eclesial, no siempre lo han hecho bien […] Estas
experiencias poco felices alejan los jóvenes de la religión. (Pasqualetti,
2005: Quando la vita è un inferno…, párr. 3)
El mundo que se le ha dado a los jóvenes hace que ellos construyan una música que
expresa las durezas de la vida. Cuando la vida es un infierno, la filosofía es también
infernal.
249
que no hay pruebas científicas de la eficacia de estos mensajes; el hecho de que el
mensaje exista no indica que sea eficaz, no todos los jóvenes se suicidan… Más
bien, las personas ya predispuestas son las que encuentran allí la razón para
suicidarse, como ocurrió en el famoso caso de la demanda contra una canción de
Judas Priest en 1990.
Se ve en las fiestas del diablo que hay algunas de esas manifestaciones simbólicas: la unión
de dos pueblos divididos en el carnaval de Riosucio, Caldas; es la la representación de la
eterna lucha entre bien y mal, en Bolivia; la expresión de la resistencia contra un sacerdote
que les quería quitar un terreno, en Cuba; el renacimiento de culturas abolidas como en
Tarija, Bolivia, con la liberación del diablo; o la liberación con sentido cristiano como en
Tijarafe, España. En general, el diablo festivo es un diablo liberador, amigo, agradable,
exorcista, subversivo, muy distinto al diablo patológico de los otros tipos de satanismo.
Pero también es un diablo de resistencia contracultural pues el diablo sigue vivo en la
cosmovisión autóctona de este país a través de la borrachera, el baile, el carnaval, contra
una moral muy controladora (Echeverry, 2007: 201-214).
Se puede decir que el diablo festivo hay que tomarlo en un sentido más amplio. Hoy, ante
la crisis de la teoría de la secularización y de la crisis de las religiones de la historia, renace
o reaparece la religión del cosmos, de la naturaleza. Es un renacimiento como el del Ave
Fénix, pues había sido sepultada con los racionalismos, la concepción lineal de la historia y
el sentido del desarrollo del poder civil. Pero siempre debajo de todo latía la religión
originaria como experiencia pura de la trascendencia vivida en el diario repetirse de la
cotidianidad, los años, las estaciones y lo temores naturales. Tranquilamente se puede
250
sostener la hipótesis de que la religión pagana (sin connotaciones peyorativas) subyace a las
grandes religiones históricas (judaísmo, cristianismo, islamismo), como se puede ver en la
obra El politeísmo católico (Arboleda, 2003) que estudia el substrato pagano del
cristianismo histórico.
Gaignebet nos ha dicho que el carnaval es una religión que hunde sus raíces en la más
remota antigüedad, no sólo histórica sino también arqueoantropológica. Una religión que
conlleva fiestas, ritos, símbolos, lugares, sacerdotes, dioses, mitos y leyendas. Una religión
fundada alrededor de la luna con un número clave salvífico: el cuarenta (1986: 353, 385,
391). Podemos descubrir en la religiosidad colombiana la huella indeleble de esa religión.
Con algunos cambios y algunas introducciones, la religiosidad popular conviene en seguir
las fases de la luna, haciendo las novenas y fiestas en los tiempos marcados por el cuarenta,
siguiendo eso sí las directrices de la Iglesia oficial, aunque no siempre. Hay una
consonancia entre la fiesta y la nueva filosofía de tipo heideggeriano o nietzscheano que
recupera la vitalidad de los presocráticos. En el siguiente cuadro se puede apreciar
sintéticamente la diferencia entre la primera filosofía de los griegos (presente en el
carnaval) y su diferencia con la filosofía metafísica de Occidente.
Lo festivo diabólico puede entenderse simbólicamente como una nueva forma de acercarse
a la realidad, no mirada desde la violencia de los conceptos, sino desde el aparecer de la
originalidad de las cosas. De alguna manera está emparentado con la manifestación del ser
mismo que se da en la revelación, la mística, la admiración, el gozo, el cuerpo, el estupor…
Conclusiones
Los padres no pueden estar con los jóvenes la misma cantidad de tiempo que antes.
Aparece un vacío de afecto y compañía que puede ser llenado por el grupo satánico. El
problema no es del satanismo, sino de los padres. Es fácil evadir la propia
responsabilidad, echando la culpa a grupos satánicos.
251
Vivimos en una sociedad donde el individuo cada vez se encuentra más
aislado. Es frecuente encontrar familias donde los dos progenitores trabajan
fuera de casa y donde la familia extensa (abuelos, tíos, primos, etc) están
poco presentes. Esta situación favorece que la educación de los hijos recaiga
casi exclusivamente en el colegio o en otro tipo de cuidadores que no tienen
un excesivo vínculo emocional con el niño. Los padres, cuando están con su
hijo, tienden a compensar su ausencia accediendo a todos los deseos del niño,
lo cual hace que les cueste mucho poner límites y normas. Esta ausencia de
límites puede favorecer la aparición de trastornos de conducta en los jóvenes.
Un fenómeno que aumenta en el caso de las familias desestructuradas. Es
evidente que la situación es más complicada en estas familias (Ruiz, 2004,
Sociedad individualista, párr. 2).
Una pregunta es esencial ¿cuál es más satánico: el que usa símbolos satánicos y se
reúne en grupos llamados satánicos, o el que produce una guerra sin razones, el que
masacra diez o quince campesinos, el que roba el salario de sus obreros, el que se roba
los bienes del estado, el que es infiel a su misión?
Finalmente, parece que se exonera a los grupos satánicos o a los jóvenes de toda
responsabilidad. La gran mayoría de quienes ingresan a esos grupos lo hacen con
conocimiento, voluntad y libertad, aunque luego pierdan algunas de esas
potencialidades, pero el medio alimenticio se ha creado con los sistemas socio-
económicos establecidos (desiguales, competitivos, antihumanos, más preocupados por
lo institucional que por las respuestas a lo humano, violentos y guerreros); con los
modelos de familia en crisis, con grandes relatos (religiosos, culturales, ideológicos,
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etc.), que no han sido capaces de llenar los vacíos de sentido y de dar testimonio de que
lo duro y difícil sí es la forma de construir una vida humana verdadera y auténtica.
Pero siempre seguirá una pregunta latente, la pregunta por el misterio del mal. Misterio
que acompaña ontológicamente la existencia humana en el punto de la libertad. El
misterio de la libertad va unido al misterio de la iniquidad. Un plano trascendente que
se le escapa a las explicaciones racionales. No se puede, sin embargo, renunciar a la
libertad aceptando la acción directa de Satanás en el hombre, o invocando el poder
omnímodo del diablo sobre los dictados de la voluntad y el conocimiento.
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