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Introducción.
La autoetnografía es una herramienta y al mismo tiempo un enfoque de investigación y
escritura que intenta tanto describir como analizar la experiencia personal del autor con el objetivo
final de lograr comprender la experiencia cultural que existe detrás de su propia experiencia. Esta
aproximación es bastante vanguardista ya que difiere mucho de las formas tradicionales de hacer
investigación. Además, en vez de centrarse en los otros como objeto de estudio, lo hace en uno
mismo. Ellis et at explican que “para hacer y escribir autoetnografía, el investigador aplica los
principios de la autobiografía y de la etnografía. Así, como método, la autoetnografía es, a la vez,
proceso y producto” (2015:249). La autoetnografía puede ser también útil para la comprensión de
las paradojas existentes en el proceso de investigación y puede ser una herramienta muy acertada
para captar la complejidad de la experiencia humana (Guerrero, 2014).
Escribir historias personales puede ser terapéutico tanto para los autores como para los
lectores. Por un lado, los lectores pueden encontrar sentido a sus experiencias a través de la
autoetnografía, así como deshacerse del peso que las experiencias pueden suponer cuando no se
comparten (Atkinson, 2007 en Ellis et al 2015). Por otro lado, los autores pueden encontrar en ella
un arma eficaz para cuestionar los discursos convencionales y hegemónicos. En el caso concreto de
la antropología médica, la autoetnografía puede servir para dar voz al paciente que, de otra manera,
podría sentirse demasiado avergonzado o atemorizado por los prejuicios como para contar su
experiencia.
Es interesante que los autoetnógrafos “valoran la verdad narrativa en función de lo que una
historia de la experiencia hace - cómo se utiliza, se entiende y es recibida por nosotros y otros tales
como escritores, participantes y audiencia” (Bochner, 1994; Denzin, 1989 en Ellis et al 2015: 261)
más que los hechos en sí. Puede tener que ver con el hecho de que reconocen que la memoria no es
perfecta y que por lo tanto puede fallar, recordar cosas que en realidad no pasaron o viceversa. Esto
no quita validez a la narrativa, sino que le suma una nueva dimensión, porque la forma en la que
recordamos es también es parte de la experiencia y negarla sería tan gran sesgo como es el mero
hecho de que exista. Ciertamente, distintas personas pueden recordar un mismo evento de diferentes
maneras y este evento puede despertar en ellos distintos sentimientos o sensaciones. Por lo tanto, al
intentar aplicar los términos de fiabilidad, validez y generalización a la autoetnografía, es necesario
tener en cuenta cómo “el contexto, el significado y la utilidad de estos términos se alteran” (Ellis et
al, 2015:261). Al hablar de validez, Ellis et al (2015) defienden que para los autoetnógrafos ésta
consiste en que la experiencia descrita sea realista, creíble y posible, esto es, que la historia sea
coherente.
Históricamente, los enfoques narrativos surgieron en la década de los años ochenta
del siglo XX, a partir del constructivismo social y otros movimientos relativistas de las ciencias
sociales. Este punto de vista defiende que lo que sabemos de la vida proviene de la experiencia que
se encuentra en todo momento mediada por actos de interpretación y significación, esto es, que el
mundo nos resulta compresible porque poseemos representaciones o visiones del mismo que son
esencialmente narrativas. Por ejemplo, contamos historias acerca de cómo es ese mundo, qué
fuerzas intervienen en él, qué valor posee para nosotros, etc.
El investigador social que use una orientación narrativa buscará significados en la forma en
la que el mundo es entendido subjetivamente a través de las historias, y a cómo las narraciones son
herramientas que proporcionan un contexto que da coherencia a sus vidas y les permite interpretar
tanto su identidad como la de otras personas (Roscoe y Madoc, 2009: 5 en Guerrero, 2014).
Discusión.
Tras escribir esta pequeña autoetnografía sobre mi experiencia, me doy cuenta de varias
cosas: en primer lugar, escribir sobre uno mismo es liberador. Yo escribo poesía desde hace quince
años, prácticamente toda con el único objetivo de desahogarme, pero esto es distinto; mientras que
en mis poemas todo está implícito, aquí he tenido la oportunidad de ser explícita, de contar las cosas
crudamente. Me he obligado a escribir cosas que me costaban, como que me sentí violada en mi
primera citoscopia. Este trabajo me ha obligado a mirar a la cara de esta afirmación. Tengo miedo
de que se me tache de exagerada, de que se me culpabilice, incluso, y tal vez esta sea la que más me
atemoriza, de que se me compare con víctimas reales de una violación, y que yo las esté
ofendiendo. Eso es lo último que quiero.
Por otra parte, también me he dado cuenta de que necesito validación externa sobre los
eventos que tuvieron lugar. Si bien he tenido apoyo durante estos años, nunca he contado la historia
completa y detallada a nadie, de un tirón. Nadie conoce la historia completa salvo yo, y quien lea
este trabajo. Esto es incómodo, ya que sé quién va a ser esa persona, y siento que sin quererlo he
creado un vínculo con ella sin que me lo haya pedido, le he hecho partícipe de algo muy íntimo de
mi vida, y él no sabrá hasta qué punto hasta que no lea estas líneas. Por eso siento que la
autoetnobiografía es hacerse vulnerable, sin saber qué respuesta vas a obtener. Es descubrir una
parte de ti al mundo sin saber cuál va a ser la respuesta y, en cierto modo, sin que el lector sepa lo
que se le viene encima cuando comienza a leer.
Aunque este tipo de trabajo sea liberador, también puede despertar muchos recuerdos
dolorosos. Durante su composición, tuve que detenerme varias veces, pasar a hacer otra cosa un
rato, o incluso postergarlo para el día siguiente. Las imágenes, los olores, las voces, en definitiva,
las memorias, volvían a mí mucho más vívidamente de lo que me esperaba, y esto me perturbó en
gran medida. Revivir la historia de estos dos años ha sido doloroso, sobre todo al recordar lo sola
que me sentía y, en efecto, lo sola que estaba, porque nadie (afortunadamente) podía compartir mi
dolor. La autoetnobiografía puede ser un arma muy poderosa para transmitir, pero es cierto que para
quien la escribe puede ser hiriente, y conllevar un coste emocional muy alto que tal vez a algunas
personas no le merezca la pena. A mí personalmente sí, porque como he escrito antes, el
componente liberador de contarlo todo por fin me compensa la parte del dolor al recordarlo.
Como cualquier otro método, la autoetnobiografía tiene sus ventajas y sus inconvenientes
tanto metodológica como epistemológicamente. Algunas de las ventajas metodológicas expuestas
por Chang (2008) incluyen: El hecho de que la principal fuente de datos sea el propio investigador;
que el autoetnógrafo, al hablar de su propia experiencia, tiene acceso a datos íntimos a los que de
otra forma sería muy complicado acceder; que la auto-etnografía suele ser más amena de leer, y por
lo tanto, más accesible para todo tipo de público no familiarizado con la antropología; y que la
autoetnografía puede llegar a conseguir una mejor comprensión de uno mismo y de los demás, y la
consecuente transformación tanto de uno mismo como de otros; además, este tipo de herramienta
permite abandonar ciertos convencionalismos metodológicos.
Por otro lado, algunas de las críticas que se podrían realizar a la autoetnografía incluyen el
hecho de que se trata de un enfoque que pone la atención en el propio investigador, lo que puede
aislarle de los demás, o que en ocasiones puede poner más énfasis en la narración frente a la
interpretación y el análisis de manera aislada de los otros. Metodológicamente, la autoetnobiografía
es limitada porque cuentas con el sesgo de tu propia percepción. En muchas ocasiones nuestra
memoria nos falla y no somos conscientes de ello, o lo que nosotros interpretamos de una manera
en realidad tenía otro significado. Si pretendemos escribir sobre algún evento pasado y no hemos
tomado notas o registrado nada, como es el caso de este trabajo, nuestra memoria puede jugarnos
malas pasadas. Sin embargo, también es una herramienta muy potente por lo mismo: Nadie nos
conoce tan bien como nosotros mismos, nadie sabe cómo nos sentimos, cómo pensamos ni por qué
reaccionamos de determinada manera mejor que nosotros. Por esto, un autoanálisis o examen de
nuestras vivencias puede ser muy interesante desde un punto de vista etnográfico.
Bibliografía.
Chang, H. (2008). Autoethnography as method. Walnut Creek, CA: Left Coast Press
Guerrero, J. (2014) “El valor de la auto-etnografía como fuente para la investigación social:
del método a la narrativa” Revista Internacional de Trabajo Social y Bienestar, 3 237-241.
Zarco Rodríguez, J. (2007) “La entrevista clínica”. Sociedad Española de Médicos de Atención
Primaria. Recuperado de
http://www.semergen.es/semergen/cda/documentos/universidad/alcala/diapositivas_tema2/entrevist
a.ppt#281,24, La entrevista clínica modelo de cambio (2)