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El País de la Canela un cuerpo que se encoge al empuje de la daga en el vientre, sangre que

flota un instante cuando la cabeza va cayendo en el polvo.


(Fragmento)
Quién sabe qué nostalgia por tan largas ausencias vino a asaltar a mi
Era una honda ciudad vecina de las nubes en la concavidad de un valle entre
padre, y quiso darme en un día de ocio lo que había recogido en años de
montañas, y la habitaban millares de nativos del reino vestidos de colores:
incansables expediciones. Tal vez quería poner a prueba con un largo
túnicas azules bajo mantas muy finas de rosa y granate, bordadas con soles
ejercicio de lectura lo que yo aprendía por entonces, o presintiendo que ya
y flores; gruesos discos de lana roja, amplios como aureolas sobre las
no serían muchos nuestros encuentros intentó ser por unas horas el padre
cabezas, y sombreros que mi padre sólo acertaba a describir como bonetes
que dejé de ver tan temprano, darme un pedazo mágico de su vida en la
morados que caían sobre un vistoso borde amarillo. Gentes de oscuros
región más insólita que le habían concedido sus viajes. Por eso la fantástica
rostros de cobre, de pómulos asiáticos y grandes dientes blanquísimos;
ciudad de los incas se grabó en mi memoria envolviendo la imagen de mi
hombres de silencio y maíz que pasaban gobernando rebaños de bestias de
padre, que había sido uno de sus destructores.
carga desconocidas para nosotros, bestias lanosas de largos cuellos y mirada
apacible, increíblemente diestras en trotar por cornisas estrechas sobre el
Hoy sé que aquella carta embrujada me arrancó de mi infancia. Me
abismo.
parecía ver la Luna con su cara de piedra presenciando en la noche la
profanación de los templos, la violación de las vírgenes, el robo de las
Me asombró que lo más importante de la ciudad no fueran esos
ofrendas, y aunque no es lo que mi padre se proponía, me afligió que manos
millares de nativos que se afanaban por ella, ni esos rebaños de llamas y
aventureras volcaran como basura esas reliquias. A mi nodriza india, que no
vicuñas cargados con todas las mercaderías del imperio. Lo más importante
olvidaba las violencias padecidas por su propia gente, le dolían tanto
eran los reyes muertos: momias con aire de majestad que presidían las
aquellas cosas, que su gesto mientras yo leía me hizo rechazar esas manos
fortalezas, monarcas embalsamados encogidos en sus sillas de oro y de
sucias de sangre que se repartían esmeraldas y ofrendas de oro, esas uñas
piedras brillantes, vestidos con finos tukapus de lana de vicuña, cubiertos
negras arrebatando los tejidos finísimos, esos dientes roídos que escupían
con mantas bordadas, con turbantes de lana fina adornados de plumas, y
blasfemias, esos ojos ávidos que seguían buscando más oro, más plata, más
encima la mascapaycha real, una borla de lana con incrustaciones de oro
mantas. En nuestra casa de una isla distante, el fuego en los ojos oscuros de
sobre los cráneos color de caoba. Cada muerto llevaba todavía en las manos
Amaney reflejaba con ira las cámaras incendiadas, los pueblos derrotados
resecas una honda con su piedra arrojadiza de oro puro.
que huían, la luna picoteada por los cóndores flotando sobre la ruina de un
mundo. Pero más que los hechos, quiero contarte lo que esos hechos
Pero el mismo día en que supe de la existencia de aquella ciudad, produjeron en mí.
supe de su destrucción. Mi padre escribió aquella carta para hablar de
riquezas: no dejó de contar cómo cabalgaron por los trescientos templos los
Poco antes nuestros hombres habían capturado al señor de las
jinetes enfundados en sus corazas, cómo arrojaron por tierra los cuerpos de
cordilleras. Para ti y para mí, hoy, simplemente lo condenaron al garrote;
los reyes y espolvorearon sus huesos por la montaña y sometieron a pillaje
para mis doce años, lo que ocurrió no cabía en una palabra: cómo cerraron
las fortalezas. Ya desde el día anterior los jinetes que avanzaban por el valle
en torno a su cuello una cinta de acero hasta que la falta de aire en los
sagrado habían percibido la luz de la ciudad sobre la cumbre, y sé que los
pulmones completó la labor del torniquete astillando los huesos del cuello…
primeros que la vieron se sintieron cegados por su resplandor. Yo trataba de
Y el mundo de los incas vivió con espanto la profanación de su rey. Para los
imaginar el esfuerzo de los invasores ascendiendo sobre potros inhábiles
invasores era la muerte de un rey bárbaro, pero para los incas era el
por los peñascos resbaladizos, por desiguales peldaños de piedra, la entrada
sacrificio de un dios, el Sol se apagaba en el cielo, los cimientos de las
ebria de gritos en las terrazas, la fuga desvalida de los guardianes de los
montañas se hundían, una noche más grande que la noche se instalaba en
templos, y mis pensamientos se alargaban en fragmentos de batallas, una
las almas. Y aún más grave que la muerte del rey fue esa fiesta insolente,
cuchillada súbita en un rostro, dedos saltando al paso de la espada de acero,
cuando los invasores arrasaron sala por sala, muerto por muerto y trono por
trono la memoria del reino. Un caudal de talismanes y embrujos, de desconocida. Las hojas en las ramas parecieron crecer sin cesar; las
sabidurías y rituales fue obliterado, y siglos de piadosas reliquias se arboledas, que se cerraban tanto al comienzo sobre la orilla que por largas
convirtieron en fardo de saqueadores, en rapiña, en riqueza. Aquel día no extensiones desaparecían la playa, ahora se apartaban, dejando al mundo
sólo descubrí que éramos poderosos y audaces, descubrí que éramos convertido en un desierto de agua iluminada. Las selvas prietas en la
crueles y que éramos ricos, porque los tesoros de los incas ahora formaban distancia formaban una sola cosa con su reflejo, y daban la ilusión de que
parte del botín de mi padre y de sus ciento sesenta y siete compañeros de había sólo una larga franja de bosques flotando en el cielo.
aventura. Las selvas uniformes a lo lejos producen la ilusión de que todo es idéntico, y
Sólo una vez volvió mi padre de tierra firme a confirmar de voz viva las cosas los eternos días del viaje parece uno solo. Pero en la memoria cada hora
que había escrito. No presentía que era su última visita, pero aquí todo el tiene su pájaro, cada minuto un pez que salta, un rugido de bestia invisible,
mundo vive haciendo las cosas por última vez. Vino ausente y lujoso; un tambor escondido, el silbo de una flecha. Resbalando por esos días
envejecido el rostro gris bajo el sombrero de plumas de avestruz, vacilantes prolongados, donde el bullicio de la selva parece contenido por un gran
los pasos en las largas botas de cuero. Los collares de plata con esmeraldas silencio cóncavo que lo diluye todo, pudimos observar que los ríos que
no hacían menos sombrío su rostro, los anillos de oro hacían más rudos sus desembocan en la gran corriente tenían colores distintos. Ríos amarillos
dedos encallecidos y oscuros. No sabía relacionarse con un niño: los reinos y como si arrastraran comarcas de arena, ríos verdes que parecen haber
las guerras habían entorpecido su corazón. Venía, como siempre, a “resolver macerado y diluido arboledas enteras, ríos rojos como si hubieran gastado
asuntos”. El mundo de los incas, que hizo ricos a muchos aventureros, ahora montañas de arcilla, ríos transparentes como si avanzaran por cavernas de
incubaba entre ellos rencores y envidias, y las riquezas se estaban roca viva, ríos negros que parecen traer toda la herrumbre de grandes
cambiando de prisa en arcabuces y en espadas, porque más habían tardado talleres de piedra. Unos bajan rugiendo en avalancha, llenos de los tributos
en ser los amos del reino que en tener que empezar a defenderse unos de de la selva, otros vienen lentos pero poderosos como si bajo sus aguas
otros. nadaran criaturas formidables, y otros vienen tan remansados que casi ni se
atreven a entrar en el caudal inclemente que todo lo devora y lo asimila. Yo
*** me quedaba horas mirando ese río hecho de ríos, preguntándome cuántos
secretos de mundos que no podía imaginar iban disolviéndose en una sola
Después de leer y releer aquellos viejos pliegos, decidí finalmente cosa, ciegas y eterna, que resbalaba sin saber a dónde, llevándonos
viajar al Perú a reclamar mi herencia legítima, que según largos cálculos también en su ceguera a la disolución y al olvido. Descendimos más de ocho
ascendería a varios millares de ducados. Así se lo comuniqué a mi maestro y meses por aquel caudal que crecía. Y ahora puedo decirte que, después de
también él estuvo de acuerdo en que no debía demorar demasiado el vivir mucho tiempo en su lomo, uno acaba por confundir su vida con la vida
reclamo. Ignorante de la fragilidad de los derechos en estas tierras, empecé del río. Al comienzo somos seres totalmente distintos, pero después hay
a reunir todas las pruebas de mi filiación: la carta de mi padre, los que estar vigilando sus movimientos, anticipar su cólera en las tempestades,
documentos que había dejado, los registros de su matrimonio con la dama adivinar la respuesta que dará a cada lluvia, ver en las aguas quietas si se
blanca de las colinas, las actas de mi bautismo en la catedral de La Española, preparan avalanchas, oír la respiración de los temporales y sentir el aliento
entre el aullido al cielo de sus lobos de piedra. del río en esa humedad que lo llena todo, que se alza como niebla en las
mañanas, que pesa como un fardo al mediodía y que baña con lodo vegetal
*** las tardes interminables. Al final, uno es ya esa serpiente sobre la que
navega, llevado por su origen, recibiendo la vida de los otros y llevado por
A medida que descendíamos el río iba cambiando, aunque más bien su origen, recibiendo la vida de los otros y manteniendo el rumbo sin saber
debería decir que el río inicial nos había arrojado a otro más grande, éste a lo que espera en el siguiente recodo.
su vez a un tercero inmenso, y cada semana teníamos la sensación de estar
en otro río, en otro mundo. El cauce que navegábamos se había ensanchado WILLIAM OSPINA
de modo considerable, pululaba a sus lados una vegetación más y más

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