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Resumen:

“Jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia”. La primera frase de La Vorágine, de


José Eustasio Rivera, parecer también marcar el derrotero de las artes en Colombia: La
violencia. La Literatura Violenta en Colombia es un trabajo cuyo objetivo es presentar un
análisis de las representaciones de lo violento en Colombia, a partir de la selección de
cuatro testimonios del conflicto armado contemporáneo en el país (1991-2014): poesía,
novela, cuento y testimonio. Edward Said y Miriam Jimeno, ambos estudiaron las
representaciones en la literatura a partir de la relación con las estructuras de sentido de una
sociedad, el primero, con respecto al imperialismo europeo del siglo XIX en la novela
realista, y la segunda, estudiando el fenómeno de la violencia, a partir de narrativas y
usando un método sociológico. Esas son las bases teóricas para un trabajo que examina la
literatura, la nación y la violencia.

Palabras Claves:

Literatura en Colombia. Conflicto Armado en la Literatura. Sociología de la literatura.


Literatura testimonial. Representaciones de la violencia. Artes y violencia.

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XI CONGRESO NACIONAL DE ESTUDIANTES DE SOCIOLOGÍA:
“Las diferentes caras de la desigualdad en Colombia”

LA LITERATURA VIOLENTA EN COLOMBIA: LITERATURA, NACIÓN Y


VIOLENCIA EN COLOMBIA (1991-2014)

Henry Córdoba
Andrés Zárate
Departamento de Sociología
Universidad Nacional de Colombia

Introducción

No hace mucho tiempo atrás, me encontré sentado en una de las orillas del río Magdalena,
cercano a la casa de mis padres en un municipio del Huila. Frente el río ante mis ojos, un
pensamiento súbito me llegó a la cabeza. Este mismo río que estaba junto a mí, era el mismo
que antes en palabras de otros, puerta de entrada y salida al interior del país, se dice también el
cementerio más grande de Colombia, al albergar entre sus aguas los muertos de todas las
guerras civiles. A quién se lo escuché primero, ya no lo recuerdo, y quedará en el misterio. Y
sin embargo, estoy completamente seguro de haberlo leído en Vallejo, recordando los
gallinazos tras su paso. Y también a García Márquez, aún en una fábula romántica, como lo es
El amor en los tiempos del cólera. En una publicación reciente, que el azar hizo que llegará
hasta mis manos, una antioqueña describe el culto a las ánimas entre los habitantes de un
pequeño municipio, adoptando los muertos sin nombre entre los suyos, apadrinándoles y
devolviéndoles la dignidad pérdida de una muerte anónima y sin dolientes. En este, se describe
como antes de ser sepultos, los cadáveres flotan a diario ante la mirada impávida de los
pescadores, que aún bajo una prohibición impuesta por la guerra, los recogen antes de ser
devorados por los animales del río.

Los pensamientos que tuve frente al río, y la manera en que se hilvanan con textos ya leídos,
me dieron la idea de pensar en un trabajo posterior de tipo académico, que vincule la historia de
la literatura nacional con la construcción de las narrativas acerca de la violencia, y de paso, la
relación que puede entablarse entre la literatura y la construcción de nación, bajo el título de La
literatura violenta en Colombia. No es la primera vez que un trabajo de esta naturaleza se

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realiza en el país y es precedido por trabajos ligados a los estudios literarios y audaces
incursiones provenientes de la sociología y la antropología.

Esta ponencia está basada en el curso Nación y nacionalismo tomado en el departamento de


sociología de la Universidad Nacional, y el trabajo realizado sobre la narrativa de “La
Violencia”, y la creación de una memoria y narrativa compartida de la época, por la
antropóloga Miriam Jimeno, como orientación metodológica para estudiar la literatura –así
como las representaciones que se desprende de ella- desde la sociología. Nuestro objetivo
consiste en presentar de forma aproximativa un análisis sobre una serie de textos literarios,
cuyo eje transversal es la violencia. Con tal fin este trabajo está dividido en tres partes: la
primera, una síntesis de los conceptos sociológicos de nación y su relación con los aspectos
culturales, basado en textos clásicos sobre el tema: Benedict Anderson y Renan. La segunda,
refiere al procedimiento metodológico basado en el artículo de Miriam Jimeno, Edward Said,
Cultura e Imperialismo, y la compilación de Jaramillo, Osorio y Robledo, Literatura y Cultura:
Narrativa colombiana del siglo XX. Por último, se tomarán una serie de textos literarios, con el
fin de presentar la propuesta de la Literatura violenta en Colombia, como la construcción de
estructuras de sentido y narrativas sobre la violencia. Para ello seleccionamos tres textos, como
ejemplos de literatura, de carácter testimonial aunque no exclusivo, del conflicto armado
contemporáneo en Colombia: El diario de las moscas, de la poeta María Mercedes Carranza y
el diario encontrado del paramilitar Don Mario, publicado en la revista Semana en el año 2007.

Fundamentos sociológicos de la nación y su relación con la literatura

En el discurso pronunciado en 1882, conocido como ¿Qué es una nación?, Renan dice que “la
esencia de una nación consiste en que todos los individuos tengan muchas cosas en común, y
también que todos hayan olvidado muchas cosas”. (Renan, 1957: 4) Casi un siglo después,
Benedict Anderson, en su descripción del proceso histórico que llevo a la emergencia de
naciones, en tanto comunidades imaginadas, en todo el mundo, hace hincapié en dos productos
culturales fundamentales en este proceso. Además de la relación con el tiempo y la forma en
que las comunidades conciben el mundo. Uno de ellos era la prensa, y el otro, la novela. Tanto
la novela como los periódicos, contribuyeron a la idea de una colectividad común expresada en
una nación.

La novela fue entonces una forma que suministró el medio técnico necesario para la
“repesentación de la clase de comunidad imaginada que es la nación, en el sentido que implicó

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–o más bien, expresó- el cambio en la concepción de un tiempo homogéneo a otro de naturaleza
completamente distinta. El siguiente fragmento ejemplifica lo que sucede con el tiempo en
cualquier novela de corte “realista”: “El hecho de que estos actos se realicen a la misma hora y
en el mismo día, pero con actores que podrían estar en gran medida inconscientes de la
existencia de los demás, revela la novedad de este mundo imaginado, evocado por el autor en
las mentes de los lectores” (Anderson, 1993: 48). Anderson en su ensayo para demostrarlo
toma como ejemplo la obra Noli me Tangere, del filipino José Rizal.

Como uno de los trabajos más sesudos realizados en el país en torno a la relación entre la
literatura y la construcción de nación, se encuentra la compilación exhaustiva en tres
volúmenes a cargo de Ángela Inés Robledo, Betty Osorio y María Mercedes Jaramillo,
conocida como Literatura y Cultura: Narrativa Colombiana del siglo XX y publicada con el
despertar del siglo por el Ministerio de Cultura. En su esfuerzo por desentrañar los cruces
socioculturales entre lo tradicional, lo moderno y los postmoderno, así como lo culto y lo
popular, la oralidad y la escritura, a lo largo del siglo XX en Colombia, proponen considerar la
literatura “como una función que desborda el concepto de lo estético y que tiene un impacto
tanto en los mecanismos que controlan la producción de capital cultural como en aquellos que
la desafían.” (Jaramillo, Osorio, Robledo, 2000: 11).

Uno de los ejes transversales de este trabajo, consiste en examinar el desarrollo de la idea de
nación desde el siglo XIX, y su inscripción en la literatura. Para ellas la idea de una literatura
nacional ligada a una noción de identidad, emergió y fue defendida por intelectuales, la
mayoría de estos gramáticos y promotores de la pureza del lenguaje, quienes en consonancia
con posturas europeas y de otros americanos, sostuvieron que la literatura, y en especial la
novela, era un instrumento útil para la construcción del estado nacional. (Jaramillo et al.:
19)(Deas, 1993). Este proyecto nación, producto del período de la Regeneración, se basó en
raíces hispánicas y católicas, y en el cual, se cita a la obra de José Manuel Marroquín y José
María Rivas Groot, Pax de 1907, como un ejemplo. No obstante, desde este primer momento,
se develó que este proyecto de nación era contradictorio, dejando por fuera las mayorías
mestizas. Desde entonces, hubo escritores y obras que disienten del modelo hegemónico. Citan
al respecto, la influencia de José Martí y la propuesta de un modelo basado en el mestizaje y el
conocimiento de la realidad social y material de Hispanoamérica, cuyos ecos se sintieron en la
narrativa del antioqueño Tomás Carrasquilla y del barranquillero José Félix Fuenmayor, en las
primeras décadas del siglo pasado. (Jaramillo et al. 2000: 21).

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A lo largo del siglo XX hubo un enfrentamiento entre distintas visiones entre la literatura y la
cultura, o bien puede decirse, entre la literatura y la nación. Por un lado, está la perspectiva
antes mencionada, hegemónica en principio, basada en la defensa de los valores hispánicos y
con una concepción esteticista de la literatura; en segundo lugar, podría enmarcarse una
literatura “regionalista u autóctona”, que procuró recuperar espacios y lugares no incluidos por
los discursos hegemónico y que está tras la indagación de los valores culturales sobre lo bello;
y la tercera corresponde a una literatura “extranjerizante”, desligada de lo nacional e interesada
por la experimentación formal. Este esquema más que idéntico a la realidad, es apenas
interpretativo, pues la literatura colombiana del siglo pasado, se distinguió por la yuxtaposición
de estas perspectivas, que no sólo se cruzan entre sí, sino que en buena parte de los casos, son
descritas como paradójicas. (Jaramillo et al. 2000: 24). Sin embargo, estas autoras aluden
también como a finales del siglo XX, hubo un emborronamiento progresivo de estas ideas, del
deseo de reflejo en las artes de una correspondencia con la “esencia nacional”. Las nociones de
identidad relacionadas con los imaginarios de lo “nacional”, importantes para la construcción
de los estados nacionales, “nunca se consolidaron en la referencialidad y no tienen validez al
término del siglo XX”. (Jaramillo et al. 2000: 18-19). Cuestión que amerita examinarse con
más detalle.

Literatura y cultura, literatura y ciencias sociales, literatura y análisis: el caso de Edward


Said y Miriam Jimeno

El estudio antropológico de Miriam Jimeno sobre las novelas de la violencia no hubiera sido
posible sin la orientación metodológica que ofrece Edward Said en Cultura e Imperialismo. Es
por ello, que me he tomado la molestia de consultarlo, con el fin de encontrar un método
preciso para estudiar la literatura, o en otras palabras, la lectura y análisis de textos literarios
desde las herramientas que ofrece la sociología. Said se propone en Cultura Imperialismo una
teoría que sea una conexión entre la literatura y la cultura, así como entre literatura e
imperialismo. (Said, 2002: 50-51). Lo que revela este autor es que el imperialismo y
colonialismo europeo de los siglos XIX y XX, estuvo soportado en formaciones ideológicas
que incluyen la convicción de que ciertos territorios y pueblos “necesitan” ser dominados, así
como formas de conocimientos ligadas a la dominación. En este sentido, la novela como
artefacto social de la sociedad burguesa, puede estudiarse en relación al imperialismo, hasta el
punto de decir que son impensables la una de la otra: “Dentro de ella encontramos tanto un
mecanismo narrativo altamente regulado como un completo sistema de referencias sociales que

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depende de las instituciones existentes en la sociedad burguesa, de su autoridad y de su poder.”
(Said, 2002: 128). Cabe aclarar que estudia obras dentro del canon de la novela inglesa –y en
menor medida francesa-, cuyo marco implique una narrativa sobre los territorios controlados en
Ultramar, y del que también puede escribirse, fueron escritas bajo el paradigma de la literatura
realista que alcanzó su desarrollo durante el siglo XIX, en figuras como Charles Dickens o
Joseph Conrad. De igual forma, el autor se interesa por los distintos tipos de resistencia de los
nativos de las colonias contra el imperio.

El método de Said consiste en trabajar las novelas, primero, como obras individuales,
leyéndolas como productos de la imagen creadora e interpretativa, y luego mostrándolas dentro
de la relación entre cultura e imperio. Sin que los escritores estén determinados por la
ideología, la clase o la historia económica, Said cree que pertenecen a la historia de sus
sociedades, dado que “tanto la cultura como las formas estéticas que ésta contiene derivan de la
experiencia histórica”. (Said, 2002: 26) Por lo general, dice Said, los estudios de la novela
parecen gobernados con la noción de que las obras de arte son autónomas, aun cuando en el
caso que estudia, la literatura contiene referencias constantes a sí misma como partícipe de la
expansión ultramarina de Europa, y como parte de estructuras de sentimiento que soportan,
elaboran y consolidan la práctica imperial. .Cabe tener en cuenta que las conexiones entre
novelas e imperialismo, en tanto experiencias históricas, son dinámicas y complejas. Y en el
que existe una razón clara: “metodológica y filosóficamente las formas de la cultura son
híbridas, mezcladas e impuras, y ha llegado el momento, para el análisis de la cultura, de volver
a ligar sus análisis con las realidades. (Said, 2002: 51).

Sin embargo, lo que es pertinente para mi propósito, es su definición de cultura, como


elemento central de su obra. Según Said, con cultura se refiere a dos elementos específicos:
“(...). En primer lugar, se refiere a todas aquellas prácticas como las artes de la descripción, la
comunicación y la representación, que poseen relativa autonomía dentro de las esferas de lo
económico, lo social y lo político, que muchas veces existen en forma estética, y cuyo principal
objetivo es el placer”. Incluyendo en ella el saber especializado derivado de disciplinas como la
etnografía y la sociología. Pero es la novela, a la que le atribuye una importancia central en la
formación de actitudes, referencias y experiencias imperiales. (Said, 2002: 14). Por tanto,
novela e imperialismo, son imposibles la una sin la otra. De otro lado y en segundo lugar, la
cultura es, “(…), un concepto que incluye un elemento de refinada elevación, consistente en el
archivo de lo mejor que cada sociedad ha conocido y pensado. (…). En este segundo sentido, la

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cultura es una especie de teatro en el cual se enfrentan distintas causas políticas e ideológicas.
Lejos de constituir un plácido rincón de convivencia armónica, la cultura puede ser un auténtico
campo de batalla en el que las causas se expongan a la luz del día y entren en liza unas con
otras, (….).” Y aún más importante, consigna adelante: “Según ha dicho algún crítico por ahí,
las naciones mismas son narraciones. El poder para narrar, o para impedir que otros relatos se
formen y emerjan en su lugar, es muy importante para la cultura y el imperialismo, y constituye
uno de los principales vínculos entre ambos. Más importante aún: los grandes relatos de
emancipación e ilustración movilizaron a los pueblos en el mundo colonial para alzarse contra
la sujeción del imperio y desprenderse de ella.” (Said, 2002:15)

Ahora bien, dentro del marco de la cultura, uno de sus elementos lo constituyen las
representaciones, y esto incluye su producción, circulación, historia e interpretación. (Said,
2002: 108). En este sentido, “Al leer un texto, debemos abrirnos tanto a lo que el texto
incorporó como a lo que el autor excluyó. Cada producto de la cultura es la visión de un
momento, y debemos contraponer esa visión a las varias revisiones que luego suscita, (…).
Además debemos conectar las estructuras de determinada narrativa a las ideas, conceptos y
experiencias en las que se basa. Y en el que: “En el lenguaje de un texto no existe algo que sea
la experiencia o el reflejo directos del mundo.” De este modo, Said como lector interpreta las
obras canónicas de los siglos XIX y XX con un nuevo interés. (Said, 2002: 124).

En su artículo titulado Novelas de la violencia: en busca de una narrativa compartida, Miriam


Jimeno estudia el aluvión de narrativa, ante todo testimonial, publicada durante y en torno al
período –entre 1946 y 1966- que se conoció en el país como La Violencia. Se dice al respecto,
que la reiteración del tema de la violencia fue una marca distintiva de la literatura colombiana
durante la época1. En el lapso de veinte años, cerca de 57 escritores escribieron 70 novelas y
centenares de cuento. Algo similar sucedió en México, en el que la Revolución acontecida en
1910, generó una profusión de narraciones desde Mariano Azuela hasta Juan Rulfo. La
abundancia literaria fue tal que se creó un subgénero: “que es manifestación masiva de una
inquietud artística por presentar un problema específico”. (Osorio en Jimeno, 2013: 79). Estos
textos fueron leídos con interés por sus contemporáneos, y después, leídos por la inclusión en la
lectura escolar. (Jimeno, 2013: 75). Entretanto, la razón principal para su estudio consiste en el

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Cabe aludir a que este interés hacia la Violencia se extendió en otros campos de las Artes como la pintura, la
fotografía y el cine.

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“valor sociológico de la literatura de testimonio para forjar imágenes y narrativas compartidas,
dado su efecto de veracidad.” (Jimeno, 2013: 80)

La intensa confrontación política vivida en la época y bajo una extrema polarización, que se
extendió al control de los medios –prensa y radio- por parte del gobierno o los partidos
políticos, además de la censura, llevó a que hubiera una necesidad profunda en la sociedad
colombiana por contar y narrar lo sucedido bajo La Violencia. Situación que se prolongó, una
vez establecido el Frente Nacional, un pacto entre los partidos tradicional con el objeto de
alcanza gobernabilidad, pero que silenció y ocultó no sólo lo ocurrido, sino las reclamaciones
de las víctimas2. De este modo, se “produjo una narrativa que es una versión compartida desde
la cual se interpreta y se le da sentido a los sucesos, que por ser extremos, desafían la manera
habitual de entender y ordenar la vida social.” (Jimeno, 2013: 76)

Jimeno propone que la literatura fue un recurso cultural para narrar y denunciar. Narrar fue un
recurso accesible para algunos, así como narrar fue domesticación y repudio, denuncia y
versión moral de lo sucedido. Y no sólo fue interpretación específica de un momento, sino que
“contribuyó a consolidar un leit motiv de auto-representación que perdura hasta el presente.”
(Jimeno, 2013: 77)

Una vez resuelto de alguna manera el contexto general de la narrativa producida en la época,
conviene preguntarse por el modo adecuado para su estudio y análisis. Para Jimeno, las novelas
son medios de “representación social cuyas claves interpretativas, elementos simbólicos y
marco representativo crean, (…), una estructura de actitud y referencia”. Lo que en otras
palabras, implica un lente para interpretar sucesos y personas. De un modo aún más específico,
más adelante escribe: “(…), la narración que se generaliza en la sociedad se vuelve esquema
simbólico interpretativo que puede estudiarse como dispositivo cultural, históricamente
situado”. (Jimeno, 2013: 77).

No obstante, ella continúa preguntándose: ¿De qué manera comentarlas? ¿De qué manera
comentarlas? Jimeno sugiere no contemplarlas como relatos de “verdad” o descripciones.
(Aunque uno no pueda deslindarse fácilmente de la “verdad”, ya que es otro aspecto a tener en
cuenta, y que usualmente se pone en juego cuando se trata del tema de la justicia y las

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Un hecho importante que puede deducirse de esto, es expresado por Jimeno de la siguiente manera: “La opción
del silencio ha tenido un costo alto para la sociedad colombiana, que se ha traducido en deslegitimación de los
partidos y desconfianza en las instituciones, además de producir una autoimagen negativa.” (Jimeno, 2013:77)

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reparación de las víctimas. Considero que para el caso de Colombia y el conflicto armado
interno, siempre será pertinente el tema de la verdad por más escabrosa o compleja sea ésta).
Tampoco como tipos regionales de lo ocurrido. Entonces, decide abordarlas como
representaciones, como una noción usada en las ciencias sociales “para aprehender la realidad,
que están fabricadas con valores, creencias, principios, metáforas y estereotipos vigentes en la
sociedad en la cual nacen”. Las representaciones se manifiestan en los discursos elaborados en
forma literaria, como sistemas de clasificación e interpretación, y esquemas de conocimiento
sobre sucesos y personas. Ella escribe que “(…), al estudiarlas así se entiende mejor cómo
afectan la forma en que pensamos, sentimos, actuamos.” (Jimeno, 2013: 77).

En esta dirección, dos aspectos adicionales atañen al estudio sociológico de la literatura y que
son mencionados por Jimeno. Uno de ellos, es la eficacia simbólica de los discursos, y que es
independiente del valor de verdad de sus significados. La fuerza de un discurso es
extralingüística (Bourdieu, 1982 en Jimeno, 2013: 78). De otro lado y en relación a la violencia,
narrar como un recurso expresivo, tendría entre sus funciones ser un “mecanismo de reajuste y
reinserción en la continuidad de la vida.” (Jimeno, 2013: 76) El deseo de expresarse, de
presentar su perspectiva sobre lo ocurrido, puede incluirse dentro de lo que Jimeno denomina,
basada en Elizabeth Jelin, como emprendedores de la memoria. (Jelin en Jimeno, 2013: 76). Es
la tarea de estos emprendedores, la que a la larga teje un relato compartido por toda la sociedad.

Por último, cabe decir que en su estudio, Jimeno procede con el análisis de los elementos de
contexto que hicieron posible el aluvión testimonial de la violencia. En términos generales,
alude a la confrontación y polarización bipartidista entre liberales y conservadores, y al clima
ideológico anticomunista propio de la Guerra Fría. Después presenta un panorama general de la
literatura producida en la época, dando detalles acerca de la fecha y lugares de publicación y la
división en dos períodos, los tipos de novelas. En cuanto a los textos elegidos, son los
siguientes: Lo que el cielo no perdona de Fidel Blandón Berrío, Viento seco escrita por Daniel
Caicedo, El cristo de espaldas de Eduardo Caballero Calderón, Sin tierra para morir de
Eduardo Santa, y Las Guerrillas del Llano (1955) memorias de Eduardo Franco Isaza. Todas se
presentan como basadas en la “realidad”, y por ende son testimoniales.

María Mercedes Carranza y el Canto de las Moscas

Mapiripán
Quieto el viento,

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el tiempo.
Mapiripán es ya
una fecha.

Entre todos los textos que seleccioné, solo hay uno escrito por una mujer, y que como
coincidencia, también es el único en poesía. El canto de las moscas (versión de los
acontecimientos) es una compilación de poemas cortos escritos por María Mercedes Carranza
en los años noventa. Esta poeta, nacida en Bogotá en 1945, hija del también poeta Eduardo
Carranza, fue por varios años directora de la Casa de Poesía Silva. Su trabajo poético suele ser
clasificado dentro de la “Generación Desencantada”, que es el nombre que reciben una serie de
autores colombianos, que comenzaron a escribir en los años setenta, pasado el impacto y
desgastado el nadaísmo. Carranza fue elegida en su momento para la Asamblea Nacional
Constituyente de 1991 y sufrió en carne propia el secuestro de su hermano, motivo que la
condujo al suicidio en 2003, a los 58 años.

Cumbal
En bluyines
y con la cara pintada
llegó la muerte
a Cumbal.
Guerra Florida
a filo de machete.

El Canto de las moscas es un libro publicado en 1997 y está compuesto por 24 poemas cortos,
cada uno de ellos –a excepción de Pájaro- con el nombre de un municipio y que a la manera
sombría de un epitafio, es una marca de memoria que lucha contra el olvido. Cada de uno de

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ellos, a pesar de su brevedad, nos recuerdo un episodio violento de la historia reciente del país.
Los años noventa se caracterizaron por un recrudecimiento de la violencia del país en todos sus
niveles: el fenómeno del narcotráfico y la guerra declarada al Estado, el crecimiento y
expansión de los grupos paramilitares y el cambio en la estrategia de guerra de las guerrillas
que no se desmovilizaron hasta el intento frustrado de paz con el gobierno de Pastrana. A pesar
de ser una época en la que ya existía, en la que empezaba a crecer y a recordar, es poco lo que
supe en ese entonces de la situación política y social del país. Quizá por lo que crecí siempre en
la ciudad y las noticias de otros confines me eran remotas. O tal vez, porque en un reflejo de lo
que es ahora, la violencia del país se vive bajo la ley del silencio, en una censura y maquillaje
por los medios de comunicación. Hoy, muchos años después, en los que la curiosidad
académica y personal, me llevan a revisar los informes publicados por el Centro de Memoria
Histórica, y enterarme del largo rosario de muertos y calamidades que es Colombia, encuentro
en los poemas de María Mercedes Carranza, el grito silencioso contra el olvido. Es la muerte la
que atraviesa cada uno de los poemas, reclamando paz y justicia. Su lectura deja la sensación
de estar recorriendo un cementerio en silencio, y en el que la memoria se encarna de manera
colectiva, fijada indeleblemente en cada una de los versos.

Revista Semana y Memorias de un 'para' (el diario de 'Don Mario')

En marzo del año 2007 se publica en la página web de la revista Semana un artículo sobre
algunos apartes del diario de Daniel Rendón Herrera, alias ‘Don Mario’, jefe paramilitar y
narcotraficante perteneciente al grupo paramilitar de las Autodefensas Unidas de Colombia
(AUC) y cuyo legado fue la fundación de la brutal banda criminal de Los Urabeños. Según la
revista, los escritos fueron encontrados en una camioneta propiedad de ‘Don Mario’ que fue
abandonada en un operativo organizado en su contra por parte de otros jefes paramilitares con
ayuda de la fuerza pública, operativo del cual el propietario de los escritos huyó de la
emboscada que le tenían preparada, dejando en el interior de su vehículo una herramienta que
utilizaremos también como medida para las representaciones que venimos argumentando, en
tanto texto y realidad.

El autor de los siguientes textos no es un escritor reconocido ni mucho menos un ensayista,


pero su capacidad de relatar los sucesos de los cuales fue testigo da cuenta de una intención
literaria que tiende a representar la realidad. Los sucesos marcados por este periodo de tiempo y

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por el mismo personaje son de un alto contenido gráfico y siniestro, sin embargo, su escritura
no da cabida a una interpretación que no sea la misma que el autor experimentó.

En primer lugar, aunque se mencionan lugares y personas con nombres propios o alias, cabe
más dar cuenta del contexto y la situación por la que el personaje vivió. Para el país, el esfuerzo
por recuperar la memoria se encuentra como un componente útil para la Ley de víctimas y
Restitución de tierras, pero también para dar un esbozo de la identidad de nuestro pueblo. Los
relatos de ‘Don Mario’ comienzan -y son en su extensión- una descripción personal de lo que
ocurría, así como una explicación de las circunstancias. En un primer momento el personaje
hace relación de dos factores, una introspección y una representación: “Mientras tanto yo le
pedí a Fidel que me dejara revisar si había cosas de valor en la finca. “¡Autorizado!”, me dijo.
Ese día fue definitivo, pues el ideal de no robar se acabó. Entré con unos muchachos a la casa.
Nos llevamos 300.000 pesos, unas prendas de oro, ropa, hamacas, un revólver y cartuchos para
escopetas, y toda la comida que encontramos”.

El texto no es uniforme en la manera en que utiliza el tiempo ni los lugares, solamente existe un
recorrido cronológico de sucesos, que por lo demás, van acorde a los periodos por los que se ha
marcado la historia de Colombia. La guerra de guerrillas en ese entonces había sufrido una
transformación hacia otras ideologías y se había radicalizado –desde hacía tiempo venía
gestándose- una postura contraofensiva y militar a la causa revolucionaria. En los diarios se ve
esta afirmación de la siguiente manera: “A comienzos del 95 me trasladé para Meta. Llegué a
San Martín con dos de mis hombres de confianza: Belisario y Otoniel, ambos reinsertados del
EPL. En seguida me puse en contacto con ‘Jorge Pirata’, que era desde hacía muchos años un
jefe de las autodefensas en el Llano. Lo primero que nos advirtió es que la zona estaba muy fea
y que para quedarse allí había que tener pantalones para pelear con las Farc”. La
regionalización y concentración de la lucha anti-revolucionaria e ideológica en distintos
territorios, trasladaron y ampliaron los contextos de interpretación según como se haya
desarrollado el conflicto en cada uno de ellos.

Otro de los puntos fuertes de los que se puede hablar con propiedad al hacer un análisis sobre la
literatura violenta, es el carácter más obvio y por el que pudimos haber empezado. En la
actualidad, el trabajo de las organizaciones por recuperar la tradición cultural a través del
reconocimiento del dolor y de la injusticia, se ha convertido en la bandera también de la

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“sanación”; por medio de los relatos y del contar la experiencia, las víctimas del conflicto se
han visto en la necesidad de expresar con palabras todas las crueldades por las que tuvieron que
atravesar. Lo siguiente nos muestra que la crueldad y la sevicia son elementos en común de la
mayoría de relatos de este tipo, por lo que no estamos exentos de aproximarnos a que sean
también un tipo de representación literaria violenta. Incluso, es posible verlos de lado y lado,
como en el diario de ‘Don Mario’: “Le comenté a Belisario y él me dijo que de verdad esas
cosas sí existían y que era mejor matarlo. Le dije que se encargara de eso y mandó a dos de los
combatientes más bravos que teníamos. Lo subieron al platón de una de las camionetas y se lo
llevaron para matarlo. Como a la media hora llegaron los dos hombres y contaron que casi no
lo pueden matar, que le dieron todo el plomo que pudieron y no se moría y que para que se
muriera lo tuvieron que coger a machete y picarlo”.

Conclusiones

De un lado está el influjo de Said, así como su correspondiente eco en Jimeno, haciendo
hincapié en un concepto de cultura que incluye estructuras de sentimiento y de sentido, y que
tiene en cuenta cada obra en relación a su contexto. En Jimeno, también está la iniciativa por
desentrañar el período de la Violencia, a través de la narrativa y memoria compartida por todos,
y que bien podría utilizarse como modelo para estudiar las representaciones contemporáneas de
la violencia no sólo en la literatura, sino en otras formas de testimonio y obras derivadas del
cine y la televisión. De otra parte, el trabajo de Jaramillo, Osorio y Robledo, abre un amplio
panorama de lo que fue la literatura en el país durante el siglo pasado, más allá de un marco
estético y lingüístico; los discursos que ligan la literatura a la nación son bastante intrincados y
complejos, pero puede rastrearse el curso de sus yuxtaposiciones, y las perspectivas de los
modelos hegemónicos y contrahegemónicos enfrentados entre sí. Las dos obras elegidas son
apenas el abrebocas de un largo camino: la reconstrucción de una larga historia de narrativa y
memoria, atravesada por la violencia, que ha de incluir obras de distinta naturaleza. La
Vorágine ha sido estudiada exhaustivamente por las ciencias sociales, como un documento
histórico y sociológico sobre un hecho que se ignoró por largo tiempo por la mayoría de los
colombianos, y en el que las instituciones fueron cómplices de la indiferencia. El Canto de las
Moscas, de otra parte, es una obra atípica, ya que aun con una larga tradición de poetas y de
líricos, son contados los trabajos que expresen la naturaleza de la violencia. Aunque cabe decir,

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que su importancia radica en su actualidad: no sólo en la denuncia, sino en un dolor que
continúa vigente. En mi cabeza pensaba en la literatura urbana, la literatura amparada en el
embrujo del narcotráfico, los informes emprendidos por las ciencias sociales y las víctimas que
ansían justicia y reparación, las crónicas periodísticas y testimonios que han retratado la
experiencia violenta del país, las incursiones hechas desde el teatro. De igual forma queda
pendiente lo contemporáneo, la imaginación sociológica al servicio de la intuición, con el fin de
captar las representaciones sobre el presente, sobre un país en cambio, sobre la memoria que a
fin de cuentas ha de imponerse sobre el horro, el silencio y la censura.

BIBLIOGRAFÍA

Anderson, Benedict. Comunidades imaginadas; reflexiones sobre el origen y la difusión del


nacionalismo. México: Fondo de Cultura Económica. 1993.

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