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9/4/2019 Género catástrofe | Página12

Género catástrofe
Distintos intelectuales y analistas han señalado últimamente que pareciera más
sencillo imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, es decir, del sistema
socio-económico actual, nacido en Europa y “exportado” a todo el mundo, conquista
dominación imperialistas mediante. Y que tiene algunos siglos de existencia dentro d
las largas y diversas etapas de miles y miles de años en el devenir de las sociedades
humanas. Ema, la partysana, nueva nouvelle del marplatense Esteban Prado
publicada por la también marplatense editorial Letra Suda- ca, se puede inscribir
dentro del largo y multidimensional arco literario que va de La guerra de los mundos
(1898), de H. G. Wells, a La carretera (2006), de Cormac McCarthy, junto a Nosotros
de Yevgueni Zamiatin, Un mundo feliz de Aldous Huxley, 1984 de George Orwell y
Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, entre otras obras ya clásicas o canónicas.

El libro de Prado es una narración de ciencia ficción y distopía, de momentos


apocalípticos y posapocalípticos. Segunda parte de una trilogía que comenzó con
Ana, la niña austral, el libro funciona separadamente aunque contiene lazos y
ligazones temporales-generacionales.

Con el colapso, acaecido en esos mismos pagos turísticos, se promueve una suerte
de cofradía secreta, clandestina, que busca e intenta atacar y boicotear a los poderes
que aún se mantienen en pie, en un país que podría ubicarse temporalmente –por un
par de menciones que permiten hacer cálculos, a quien le interese hacerlos–
alrededor de un no tan lejano año 2060. Allí la narración se juega, entonces, entre las
nociones de pérdida (derrumbe y éxodo) y activismo, rutinas públicas como disfraz y
paranoias, rebeldías y conspiraciones. Y la relación entre las tecnologías digitales y
las analógicas. “Amador y Ema se pasan la noche entera especulando sobre la

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importancia de las profesiones analógicas y deciden esconder el corazón de los


Partysanos, la notebook, en el techo de los baños del galpón, donde no correrá
peligro. Por un momento, durante esa noche, son tan naifes como pueden y piensan
que el gremio de electricistas junto con el de los plomeros va a tomar el poder, pedir
autodeterminación y volver a empezar. No es así. No hay suerte, no hay revolución,
no hay siquiera asamblea”. Es la distopía subsumiendo a la utopía y a las esperanza
en lo colectivo.

Por otra parte, ¿el mal proviene del mar? ¿De las aguas del océano? La enfermedad
la epidemia y la muerte, cuyos orígenes parecieran desconocidos, superan con crece
a la high-tech y a los poderes establecidos, y así quienes se autodenominan
“Partysanos” –término proveniente de una suerte de apócrifa composición musical
atribuida al “Indio” Solari–, ante la deteriorada y crítica situación, se lanzan a la acció
Autoridad(es) versus sociedad civil, una ciudad vaciada y abandonada y campos de
refugiados (regenteados por los “SIIOS”, fuerzas de control y “orden”), muros, y hasta
sectores originarios, en “las sierras”, con su propio gobierno, economía y leyes
(territorios “ocupados por una comunidad quechua-aymara que funciona como un
pequeño feudo”), son otros elementos que estructuran la escritura, a la par que
prosiguen los cambios y modificaciones en los cuerpos y las mentes de las y los
protagonistas, haciendo al propio ritmo, prácticamente ininterrumpido, por momentos
cinematográfico, de la historia.

Hay varios personajes más que tienen su aparición con sus improntas, a veces un
tanto difusas o inconclusas, en Ema, la partysana. Su temática, común al “género
catástrofe” y de “destrucción total”, se hibrida también con lo histórico-bélico. Dice
Ema, charlando con su hija en una terraza, hacia el final de la historia: “Le cuento de
una tía de papá, de una tía abuela de papá que le tenía terror al año nuevo porque le
recordaba a la guerra. A qué guerra, me dice Sara. Recuerdo fechas más o menos a
azar: la del catorce, la del diecisiete, la del diecinueve, la del treinta y seis, la del
treinta y nueve, la del cuarenta y ocho, la del sesenta y nueve, la del noventa y dos, l
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del dos mil uno, la del dieciséis, la del veintisiete y así hasta el desastre. Cuando
termino el repaso, me quedo pensando: esas guerras son para otros, los Partysanos
sabemos que de la guerra no se vuelve con miedo porque no se vuelve, porque no
acaba”.

La guerra con sus desquicios, represiones y control social, y las transformaciones en


los seres humanos, perdidas sus habituales y tranquilizadoras rutinas, son los tópicos
que tematizan la oposición entre las esperanzas y la realidad. Una realidad que, más
que ficcional, pareciera poder emerger –aun con parte de sus datos “alterados”,
“deformados”, hipostasiados– de nuestro propio y gris presente.

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