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WITTGENSTEIN Y EL ESCEPTICISMO.

CERTEZA, PARADOJA, LOCURA


David Pérez Chico1

1. Variedades de escepticismo hay tantas como pretensiones de cono-


cimiento podamos albergar en todas las áreas y órdenes de conocimiento:
en un orden sustantivo de primer nivel, en un orden normativo de segun-
do nivel, o incluso en un nivel meta-normativo. Nada está a salvo de los
escrúpulos teóricos del escepticismo que, sin más aditivos, son el aliciente
que mantiene viva la búsqueda de conocimiento y no es de extrañar que en
algún momento obliguen a modificar los parámetros de la misma, pudien-
do llegar en ocasiones a cancelar unas líneas de investigación y a favorecer
otras en su lugar. En filosofía, sin embargo, las dudas escépticas (las episte-
mológicas en particular, aunque no únicamente) tradicionalmente han
sido consideradas como una presencia incómoda, un escándalo, que hay
que eliminar. Que esto no se haya logrado, sumado a la ansiedad filosófica
que resulta de este aparente fracaso, dice mucho sobre la peculiar —por
extraordinaria— naturaleza de la búsqueda filosófica de conocimiento. No
menos extraordinario es el hecho de que no hayan sido muchos los filóso-
fos que hayan captado este mensaje. Pero las excepciones son notables.

1 Este trabajo forma parte del proyecto Puntos de vista, disposiciones y tiempo con
referencia: FFI2014-57409-R.
10 David Pérez Chico

2. Nuestro objetivo aquí no es el escepticismo per se sino explorar la


importancia que algunas de sus variedades tuvieron en el pensamiento de
Wittgenstein. Con esta declaración de intenciones inicial dejamos bien
claro de entrada una de nuestras propuestas, la que justifica la primera
parte del título del libro: Wittgenstein no fue impermeable ni neutral con
respecto a la relevancia filosófica del escepticismo. Otra cosa bien distinta
es que tengamos clara cuál fue la posición filosófica exacta que mantuvo
Wittgenstein hacia el escepticismo y si fue la misma a lo largo de toda su
obra. De hecho, en su caso no solo es que sea extremadamente difícil decir
qué posición es la que mejor se corresponde con sus observaciones filosó-
ficas, sino que antes de hacerlo habría que decidir si tratándose de Witt-
genstein es más exacto hablar de «actitud meta-filosófica» antes que de
«posición filosófica», aunque no porque no tengamos nuestra propia opi-
nión al respecto (por ejemplo: nos parecen igual de desafortunadas las in-
terpretaciones quietistas de la meta-filosofía de Wittgenstein, que confun-
dir quietismo con falta de seriedad en filosofía. Hay en ambos casos una
parcialidad parroquiana que no se corresponde con nuestra propia inter-
pretación del pensamiento de Wittgenstein. Ampliaremos estas observa-
ciones en la última sección de esta introducción). Así pues, el intento de
asociar el pensamiento de Wittgenstein con alguna posición filosófica tra-
dicional es una actividad que tiene casi tan pocas probabilidades de suscitar
un acuerdo unánime, como las que tiene alguno de los lectores o lectoras
de este libro de ganar la lotería. Confiamos, no obstante, en que los bene-
ficios que cabe esperar del intento de comprender cuál puede haber sido el
alcance y la naturaleza que tuvo el impacto del escepticismo en el pensa-
miento de Wittgenstein, sean racionalmente mayores que poner nuestras
esperanzas de vivir una vida mejor en manos del azar. Vayamos ahora con
la segunda parte del título.
3. De entre todas las variedades de escepticismo nos parece que las
siguientes son las que sus intérpretes asocian habitualmente con Wittgens-
tein: el escepticismo epistemológico radical o cartesiano, el escepticismo
semántico y el escepticismo meta-filosófico neo-pirrónico.
3.1. El primero pone sobre la mesa una duda de alcance general
sobre lo que podemos conocer cuya resolución exige una certeza objetiva.
Contra esta clase de escepticismo Wittgenstein planteó el mismo o similar
argumento en diferentes etapas de su obra consistente en llamar la aten-
Wittgenstein y el escepticismo. Certeza, paradoja, locura 11

ción sobre la aparente contradicción en la que incurre quien pretende du-


dar absolutamente de todo (al respecto de los méritos reales de este argu-
mento, véanse los comentarios de Modesto Gómez en el capítulo 1). Esta
refutación del escepticismo puede hacernos pensar que Wittgenstein fue
en este sentido un filósofo realista, pero pensar de esta manera no tiene en
cuenta las dudas que albergaba Wittgenstein al respecto de que fuera posi-
ble justificar definitivamente una pretensión de conocimiento (véase el
capítulo 2 de Javier Vilanova, en concreto los comentarios respecto de la
clase de realismo que sería correcto atribuir a Wittgenstein). El primer
bloque del libro está compuesto por tres capítulos que, entre otras muchas
cuestiones de interés relacionadas con la recepción crítica de Sobre la certe-
za, evalúan el alcance racional y normativo que cabe esperar de la clase de
certeza que Wittgenstein pone a salvo de toda duda escéptica (en los capí-
tulos 1 y 3 encontramos sendas visiones contrarias en algunos aspectos re-
levantes de esta cuestión). A modo de corolario, estos trabajos también
intentan situar las reflexiones de Wittgenstein en torno a la certeza y el
conocimiento en el debate epistemológico contemporáneo.
3.2. El escepticismo semántico es el resultado de la aparente paradoja
escéptica a la que según algunos intérpretes, de manera destacada Kripke,2
conducen inevitablemente las observaciones que Wittgenstein dedica en
las Investigaciones filosóficas a la cuestión del seguimiento de reglas al usar
significativamente una palabra o al atribuir significado a una proferencia
lingüística de otra persona (véanse los capítulos 4 y 5 de Glanda Satne y
Diego Ribes, respectivamente). De dichas observaciones se sigue, o así lo
mantiene Kripke, que no existe ningún hecho semántico al que podamos
apelar para determinar un único curso de acción compatible con la regla.
Pero a la vista está que nuestro uso del lenguaje es regular. De ahí la para-
doja. Lo que correspondería a continuación, según la interpretación de
Kripke, sería explicar la regularidad de nuestros usos lingüísticos previa
aceptación de la paradoja. Y esto es lo que, en su opinión, hace Wittgens-
tein. El hecho de que la solución que encuentra Kripke en las Investigacio-
nes no apele a hechos semánticos que determinen condiciones de verdad
para nuestras atribuciones de significado, sino que en su lugar proponga

2 Salu A. Kripke, Wittgenstein. A propósito de reglas y lenguaje privado, Tecnos,


Madrid, 2006.
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condiciones de asertabilidad, le lleva a calificarla como «solución escépti-


ca». Esta interpretación de Kripke tiene el mérito de llamar la atención
sobre una condición de adecuación que según Wittgenstein debería cum-
plir toda teoría del significado, a saber: ser compatible con la práctica efec-
tiva del lenguaje por parte de los hablantes (véase el capítulo 4). Sin embar-
go, Kripke se queda corto en el reconocimiento de esta condición de
adecuación pues, ni obliga por sí sola a Wittgenstein a suscribir una con-
cepción comunitarista del lenguaje, ni debe ser entendido como un inten-
to desesperado, esto es, escéptico, de solucionar la paradoja, como si Witt-
genstein realmente echara en falta la existencia de la clase de hechos
semánticos que justifican nuestro uso regular del lenguaje. Nos parece, sin
embargo, que el hecho de que Wittgenstein desmonte la paradoja inme-
diatamente después de haber sugerido su existencia, de que solo uno de los
extremos de la supuesta paradoja sea claramente aceptado por Wittgens-
tein (el extremo ocupado por la regularidad lingüística), sugiere que una
interpretación más acertada de las observaciones de Wittgenstein sobre el
seguimiento de reglas tendría que ser crítica con la exigencia de que exista
la clase relevante de hechos semánticos. En otras palabras: Wittgenstein no
descubre la ausencia de un hecho (semántico, en este caso), sino que de-
nuncia la exigencia injustificada que convierte la existencia de algún hecho
en un requisito necesario de la justificación de nuestras prácticas lingüísti-
cas (véase el capítulo 5 para una crítica a la lectura kripkeana a partir de
Stanley Cavell).
Además de la anterior, existe otra paradoja casi tan productiva entre los
exegetas de la obra de Wittgenstein. Nos referimos, como es de suponer, a
la aparente paradoja con la que concluye el Tractatus. Esta paradoja nos si-
túa ya en un nivel meta-filosófico y será el objeto de los trabajos reunidos en
el tercer bloque. Pero esta nueva paradoja también está relacionada con la
regularidad con la que emitimos nuestras pretensiones de conocimiento,
con la confianza que depositamos en ellas. Esta paradoja se sigue directa-
mente de los presupuestos atomistas y verificacionistas del joven Wittgens-
tein en el Tractatus. Recordémoslos muy sucintamente: 1) una proposición
es una figura de la realidad no por una relación de semejanza aparente, sino
porque comparte forma lógica con ella; 2) si una proposición es una figura
de la realidad, entonces tiene sentido; 3) el sentido de una figura es el estado
de cosas por ella figurado; 4) una figura de la realidad muestra su sentido y
dice cómo es la realidad si es verdadera; 5) el valor de verdad de una propo-
Wittgenstein y el escepticismo. Certeza, paradoja, locura 13

sición depende de su verificación efectiva y el sentido depende de su verifi-


cabilidad; 6) tan solo son directamente verificables las proposiciones básicas
y las proposiciones que resultan de la combinación veritativo funcional de
proposiciones básicas; o lo que es lo mismo, 7) una proposición es verifica-
ble únicamente en virtud de su forma lógica; 8) el valor de verdad de una
proposición es independiente del valor de verdad de otras proposiciones;
por lo tanto, 9) ninguna proposición que no podamos verificar en este mis-
mo momento nos brinda conocimiento, aunque haya sido verificada en el
pasado. Y aquí es donde nos encontramos con la nueva paradoja: a pesar de
las apariencias, a pesar de la seguridad que depositamos en la verdad de
ciertas proposiciones, no hay nada que justifique esta seguridad salvo la ve-
rificación en el momento presente. En el capítulo 6, Antoni Defez explora
una posible solución a esta paradoja, lo cual le lleva a analizar la posición de
Wittgenstein respecto de la inducción y la causalidad, y en última instancia
llega a la conclusión de que el Tractatus apelaría, en última instancia, a la
naturaleza causal e inductiva de los seres humanos.
3.3. En tanto que paradoja, el escepticismo debe ser entendido como
un «obstáculo interno al proceso deliberativo» (cf. cap. 1), un obstáculo
teórico, por tanto, que no resuelve con más evidencia empírica. Pero esto
apunta a que las dudas escépticas son el resultado de nuestra conciencia
racional y hay aquí un aspecto que estaríamos negando cuando ponemos
el acento únicamente en la parte cognitiva de la expresión «conciencia ra-
cional», y nos olvidamos de que se trata de algo que vivimos, que experi-
mentamos en tanto seres conscientes (recordemos las «oscuras profundida-
des» del ser humano, por ejemplo la intranquilidad, la melancolía, la
confusión y el miedo, hasta las que las dudas escépticas empujan a Hume
y de las que tan solo logra recuperarse con un baño de realidad: comer,
conversar con los amigos, jugar una partida de backgammon).3 De este
nuevo rostro del escepticismo y de cómo lidia Wittgenstein con él, se ocu-
pan los trabajos del tercer y último bloque.

3 Hume, D. Tratado de la naturaleza humana, Madrid, Tecnos, 1988, 1.4.7. Aña-


damos aquí el «escándalo» que asocia Kant con la incontestabilidad de las dudas escépti-
cas, o la incredulidad y el asombro que manifiesta Moore ante el hecho de que las manos
que agita obstinadamente frente a sus ojos y ante los de todo el que quiera ver no sirven,
sin embargo, para refutar la duda escéptica.
14 David Pérez Chico

La aparente desafección de Wittgenstein hacia la utilización de la


filosofía con fines teóricos como por ejemplo, para fundamentar, o cuan-
do menos explicar nuestras actividades cognitivas, también ha sido inter-
pretada de diferentes maneras. Aquellos intérpretes que, a pesar de Witt-
genstein, consideran que la filosofía, incluida la de Wittgenstein (pues
parece que de otro modo sería imposible tomársela en serio), es esencial-
mente una disciplina teorética, emplean etiquetas tales como «deflacio-
nismo» o «antirrealismo» para describir la desafección referida: no es que
Wittgenstein, sostienen, haya abandonado toda esperanza al respecto de
que la filosofía contribuya de manera sustantiva a incrementar nuestro
acervo de conocimiento, es más bien que en lugar de ser fundacionista es
coherentista, pongamos por caso. Lo que sea con tal de no renunciar a
una cierta imagen excluyente de la filosofía. En el otro extremo están
quienes creen que este apego a una imagen de la filosofía que tan solo
tiene en cuenta el valor cognitivo de la filosofía teorética no es fiel ni al
espíritu ni a la letra del pensamiento de Wittgenstein. En concreto, se
citan aquí a modo de pruebas irrefutables las diferentes ocasiones en las
que Wittgenstein manifestó explícitamente que la naturaleza de su filo-
sofía era ética. Podría decirse, con razón, que estos otros intérpretes no
son menos parciales en sus apreciaciones que los anteriores. Pero lo que
nos importa es, por un lado, que este debate es meta-filosófico y, por otro
lado, que en las últimas décadas han ido ganando protagonismo aquellas
interpretaciones de la desafección wittgensteiniana hacia la filosofía teo-
rética que le sitúa en una tradición de pensamiento que se remonta hasta
los antiguos pirrónicos. Un pirrónico, nos recuerda Dall’Agnol en el ca-
pítulo 8, es un investigador que, «partiendo de una perturbación causada
por un problema metafísico, inicia su investigación contraponiendo tesis
dogmáticas y académicas entre sí, llega a la conclusión de que todas po-
seen el mismo peso y así suspende su juicio sobre la verdad de una y la
supuesta falsedad de la otra alcanzando eventualmente la tranquilidad.
De ese modo, desaparecería la perturbación inicial. La actividad investi-
gadora del escéptico posee, como puede comprobarse, una finalidad éti-
ca, a saber, la búsqueda de la tranquilidad, de la paz en los pensamien-
tos». Al comparar la finalidad ética de la filosofía de Wittgenstein con la
de los pirrónicos se da a entender que también aquel perseguiría la con-
secución de la ataraxia, la tranquilidad en el pensamiento, la impertur-
babilidad y, con ello, la felicidad.
Wittgenstein y el escepticismo. Certeza, paradoja, locura 15

Los dos primeros trabajos del tercer y último bloque aceptan esta in-
terpretación del pensamiento de Wittgenstein, pero con importantes ma-
tices que ayudan a arrojar luz sobre cuáles pueden haber sido sus verdade-
ras motivaciones. Así, Martorell y Sanfélix (capítulo 7) creen que el
pirronismo atribuible a Wittgenstein es un pirronismo lógico. Pirronismo
por el «parecido que guarda con los puntos de vista acerca de la naturaleza
de la filosofía propios de esta tradición escéptica; y lógico por lo novedoso
de la dimensión desde la que se realiza la skepsis de las teorías metafísicas y
la condena a las teorías dogmáticas». En el caso de Darlei Dall’Agnol (ca-
pítulo 8) la enmienda a la interpretación pirrónica es menos conciliadora
pues, si bien está de acuerdo con la lectura en clave ética de la filosofía
wittgensteiniana y con que el objetivo de la misma es la consecución de la
ataraxia, le parece que es más relevante que existan suficientes elementos
en los escritos del joven Wittgenstein para defender que la suya sería la
ataraxia de los estoicos antes que la de los pirrónicos. Esta precisión es
importante porque destaca con mayor nitidez el carácter conativo antes
que teórico (epistémico) de la ataraxia wittgensteiniana. En el tercer capí-
tulo del bloque (capítulo 9) Plinio Smith se centra no tanto en la interpre-
tación pirrónica de la filosofía de Wittgenstein, de la que un destacado
defensor, como en el pirronismo, en ocasiones a su pesar, de varios witt-
gensteinianos célebres.
4. Con independencia de si la paz y la tranquilidad perseguidas por
Wittgenstien es pirrónica o estoica, lo que las interpretaciones escépticas de
la metafilosofía de Wittgenstein ponen sobre la mesa es que la renuncia con
la que concluye el Tractatus no es una renuncia del intelecto, sino del senti-
miento; no es de índole teórica o intelectual, sino práctica o conativa: a lo
que renuncia el Wittgenstein que está convencido de haber resuelto todos
los problemas de la filosofía (y que, recordémoslo, al mismo tiempo recono-
ce cuán poco habría logrado con ello) no es a tal o cual tesis metafísica, sino
a la tentación de emitir tesis metafísicas. No es una renuncia provocada por
un cambio de opinión sobre la validez de esta o aquella otra tesis metafísica,
sino por un cambio de actitud motivado por la captación de lo que mues-
tran las proposiciones del Tractatus sobre los límites del sentido.
¿Está comprometida esta lectura de la aposición alcanzada por Witt-
genstein al final del Tractatus con una concepción quietista de la filosofía?
No necesariamente. Dejando a un lado el hecho palmario de que la propia
16 David Pérez Chico

palabra «quietista» es tendenciosa, quien adopta una postura quietista po-


dría hacerlo como consecuencia de su desencanto con una determinada
imagen filosófica y no, desde luego, con la filosofía.
Pero, aunque lo fuera, ¿la adopción de una postura quietista en filoso-
fía es señal de falta de seriedad y honestidad filosófica? Claramente no, o
solo para quienes de una manera muy poco filosófica, pretendan imponer
su propia opinión altiva e inamovible de lo que cabe esperar de la filosofía.
Se hace difícil pensar en un filósofo más serio y comprometido con la filo-
sofía que Wittgenstein; y mucho más encontrar un ejemplo mejor de ho-
nestidad que el de la deriva experimentada por el pensamiento del joven
Wittgenstein durante la elaboración del Tractatus. Lo preguntaremos una
vez más, ¿es Wittgenstein quietista? En nuestra opinión si con «quietista»
queremos decir que su filosofía no consigue resolver ningún problema, ni
ofrecer argumentos ni que, en definitiva, aprendamos nada de su filosofía,
la respuesta es clara: no es quietista. Pero si lo que queremos decir es que
ese podría no ser su objetivo, ni la imagen que él asocia necesariamente con
la filosofía, pues la filosofía por sí sola no demuestra nada (no cabe efectuar
un pronóstico de sus efectos sobre quienes se exponen a ella), entonces, en
este sentido sí es quietista. Y aunque a todas luces sería necesario una mejor
y más completa contextualización, aquí podríamos traer a colación las afir-
maciones del Wittgenstein de las Investigaciones filosóficas que van en esta
dirección, como por ejemplo que la filosofía lo deja todo como está y que
la utilidad de su filosofía estará más clara para quienes se atrevan a pensar
por sí mismos.
5. A pesar de que, como apuntábamos en el párrafo anterior, el segun-
do Wittgenstein mantiene una actitud metafilosófica similar a la que man-
tenía en el Tractatus, ya no va acompañada de una renuncia de ninguna
naturaleza, sino de algo más constructivo. Esto se observa en que su interés
no está dirigido hacia las limitaciones epistémicas o lingüísticas que su-
puestamente habría descubierto el escéptico, sino hacia la sensación de
fracaso que suscita en nosotros dicho descubrimiento (véase el capítulo 10
de Victor Krebs). Quizá esta sea la mejor manera de aproximarse al carác-
ter terapéutico no quietista (¿responsablemente consciente?) de una (meta)
filosofía que reconoce que la filosofía es lo que el pensamiento se hace a sí
mismo y que aunque pueda devenir en algo extraordinario, es perfecta-
mente natural, de ahí que no tenga sentido refutar tesis metafísicas o de
Wittgenstein y el escepticismo. Certeza, paradoja, locura 17

cualquier otra índole en base a su carácter extraordinario, sino que lo que


toca es una labor crítica y de análisis conceptual que nos permita volver a
empezar. Por lo tanto, una vez más, no cabe hablar de quietismo aquí, sino
del rechazo a seguir moviéndose en una determinada dirección en filosofía
que se ha revelado como extraordinaria; tampoco es una filosofía que se
limite a destruir todo lo que nos parece importante, sino que nos obliga a
replantearnos nuestro sentido de lo que es importante; no se trata, en defi-
nitiva, de dejar de hacer filosofía, se trata de volver a comenzar sin exigen-
cias metafísicas.
Lo anterior podría decirse de otra manera: el escepticismo no sería
tanto una tesis que habría que refutar, como una suerte de memento mori.
Vistas así las cosas, el dogmatismo, la pretensión de refutar el escepticismo
a base de la búsqueda de una certeza absoluta, podría ser considerado como
una exigencia de nuestra vanidad, un requisito injustificado, imprudente o
poco razonable, de la investigación; una locura, al fin, aunque causada no
exactamente por una privación de la razón, sino por un uso desmedido o
extraordinario de la misma. Demencia y locura, conviene tenerlo presente,
son términos que aparecen de manera destacada en Sobre la certeza en aque-
llas situaciones que Wittgenstein pone como ejemplos de cuando alguien
expresa una duda sobre alguna de nuestras certezas básicas (véase el capítulo
11), pero también de cuando sentimos la necesidad de justificarlas.
6. Cada uno de los once trabajos reunidos en este libro ofrece su pro-
pia visión de la incidencia que el escepticismo en alguna de sus variedades
pudo tener en el pensamiento de Wittgenstein. En ocasiones estas visiones
pueden llegar a estar enfrentadas entre sí completa o parcialmente. No
obstante, a modo de conclusión de nuestra presentación ofreceremos una
visión sinóptica de las principales aportaciones según el hilo conductor que
da forma al libro.
1) Wittgenstein rechazó de forma explícita las dudas escépticas en
varias ocasiones (la duda radical por ser un sinsentido tanto en el Tractatus
como en Sobre la certeza; pero también derivadamente o por reducción al
absurdo en su argumento contra la existencia de un lenguaje privado en las
Investigaciones filosóficas; 2) igualmente rechazó cualquier intento de solu-
cionar dogmáticamente los problemas filosóficos, como por ejemplo el de
la regularidad lingüística. En los casos en los que trató explícitamente la
cuestión sus reflexiones le condujeron hasta alguna paradoja (cf. capítulos
18 David Pérez Chico

4, 5 y 6). Claro que 3) si se presta la debida atención no solo a la letra (que


en el caso que nos ocupa no suele ser concluyente) sino sobre todo al espí-
ritu de aquellas reflexiones, las paradojas son meramente aparentes. Su va-
lor, y el de las dudas escépticas, reside en lo que nos enseñan sobre nuestras
prácticas filosóficas (en el caso de la paradoja semántica, por ejemplo, «des-
cubrimos» una nueva condición de adecuación para toda teoría del signifi-
cado: la compatibilidad con la práctica efectiva del lenguaje [cf. capítulo
4]), o sobre sus exigencias (resultando ser, en la mayoría de los casos no un
«descubrimiento de la investigación», sino un «requisito» de la misma). 4)
Hasta ahora los intentos de solucionar las dudas escépticas (aunque sea es-
cépticamente) tan solo han contribuido a perpetuar la situación de impasse
entre escepticismo y dogmatismo en filosofía. En lugar de contribuir a
perpetuar esta situación 5) la filosofía haría mejor si reflexionara sobre el
verdadero significado de las nociones en torno a las que giran, nociones
como por ejemplo: «conocimiento», «certeza», «justificación», «duda»,
«creencia», «regla», etc. 6) La tarea de la filosofía es la crítica del lenguaje
(Tractatus) o el análisis gramatical (Investigaciones filosóficas) de los concep-
tos clave en cada caso (cf. capítulos 7 y 11). 7) Esta es la razón de la presen-
cia en las Investigaciones filosóficas de un número tan grande de recordato-
rios en forma de ejemplos de toda índole, pero sobre todo de «escenas de
instrucción» (cf. capítulo 5). 8) Nada de lo dicho hasta aquí implica que la
filosofía de Wittgenstein sea quietista. El hecho de que ante la situación de
impasse entre el escepticismo y el dogmatismo él no tome partido (que no
proponga una teoría, o que cuando parece que lo hace su argumentación
sea paradójica) es porque interpreta que lo que mantiene vivo el desacuer-
do entre escepticismo y dogmatismo en filosofía son ciertos descubrimien-
tos del primero a partir de ciertos requisitos a priori, por tanto injustifica-
dos, de la investigación del filósofo dogmático (por ejemplo: que el estatus
epistémico de nuestras creencias dependa de la pretensión de que «hay
cosas que han sido, son y serán de una determinada manera con indepen-
dencia de cómo transcurran las cosas» (capítulo 2). 9) Tanto las dudas es-
cépticas como los requisitos de nuestra investigación son extraordinarios
porque a ninguna le parece suficiente el (son el resultado de la decepción
con respecto al) «suelo original» que actúa a modo de fundamento de nues-
tras prácticas (cf. capítulo 10). 10) En vista de todo lo anterior, parece ra-
zonable concluir que la situación de impasse en filosofía no se supera con
un cambio de opinión, sino con un cambio de actitud, de ahí que se com-
Wittgenstein y el escepticismo. Certeza, paradoja, locura 19

pare la filosofía de Wittgenstein con una terapia (capítulo 10) en la línea


del escepticismo pirrónico (capítulos 7, 8 y 9); pero 11) el cambio de acti-
tud no es arbitrario ni contingente, sino que se sigue necesariamente de la
investigación (el silencio en el Tractatus es consecuencia de la lógica, por
ejemplo); y 12) no conlleva una renuncia a filosofar, sino que nos empuja
a hacerlo de otra manera. ¿Qué otra manera es esa?, pues 13) por ejemplo
no buscar un fundamento externo a nuestras prácticas sino 14) reconocien-
do que no hay nada por debajo o por detrás de la normatividad de nuestras
prácticas, que ellas son el suelo de roca dura en el que finalizan todas las
disputas; y 15) aceptando que si no dudamos de la seguridad de estas prác-
ticas no es porque estén justificadas, sino porque nuestra seguridad consis-
te en darnos por satisfechos con muchas cosas. Además 16) de este cambio
de actitud que nos permite ver las cosas como son y no como pensamos
que son, la filosofía tiene delante de sí la enorme tarea de comprender
nuestra «complicada forma de vida»: la tupida red normativa de relaciones
articuladas lingüísticamente que da sustento a nuestras prácticas lingüísti-
cas y extralingüísticas socialmente compartidas (cf. capítulo 3). El interés
del segundo Wittgenstein por la normatividad de los usos lingüísticos con-
cretos, así como por las certezas básicas de las que se ocupa en Sobre la
certeza, se explica entonces porque muestran todo aquello de lo que no
tiene sentido dudar, aunque no porque no sea posible hacerlo.
6. Ahora bien, ¿podemos darnos por satisfechos con una normativi-
dad epistémica subsidiaria de la normatividad práctica? El filósofo que
mantiene contumazmente4 que no podemos creer aquello que no haya
sido justificado y que ninguna justificación que no sea objetiva es suficien-
te, mantendrá también que ni el naturalismo ni la apelación a las prácticas
cotidianas ofrecen por sí solos las razones necesarias para refutar las dudas
escépticas ni, lo que es peor, para refrendar racionalmente el marco norma-
tivo que suponen (cf. capítulo 1). De tal manera que no son más que la
constatación de que el escepticismo es «filosóficamente intratable» y difí-
cilmente podemos confiar en que, a pesar de Hume, apacigüen la ansiedad
filosófica.

4 Aunque también sea por conveniencia: «es conveniente que nos dejemos llevar en
general por nuestra inclinación hacia las más elaboradas investigaciones filosóficas a pesar
de nuestros principios escépticos» (Hume, op. cit.).
20 David Pérez Chico

7. Y así habríamos regresado al principio, pero si bien todo sigue es-


tando como estaba, no todo sigue siendo como era. El regreso al punto de
partida es la constatación de que después de todo sí hemos aprendido algo,
algo que el escepticismo nos enseña. Entre otras cosas, que hay un juego en
el que nuestras prácticas epistémicas de duda y de conocimiento transcu-
rren con normalidad, pero que el desacuerdo entre escepticismo y dogma-
tismo provocado por una clase de duda filosófica que, aun siendo natural,
es extraordinaria, es un desacuerdo evaluativo, la clase de desacuerdo que
persiste incluso cuando todas las partes implicadas tienen acceso a los mis-
mos hechos. En estos casos no se consigue nada ofreciendo más razones
que justifiquen tal o cual tesis filosófica. En una situación de desacuerdo
evaluativo cabe esperar que ninguna razón que podamos ofrecer convence-
rá a la otra parte de la importancia de nuestro punto de vista: ¿cómo podría
hacerlo si la otra parte está convencida de que nuestra propuesta única-
mente destruye lo verdaderamente importante? Lo ve —reconoce— o no
lo ve, pero lo normal es que lo haga. Y al segundo Wittgenstein nunca dejó
de sorprenderle lo extendida que estaba nuestra concordancia en lo que
nos parece normal. Una concordancia no en opiniones, sino en juicios,
recordémoslo.
8. Finalicemos: la equipolencia entre las tesis dogmáticas y escépticas
no es teórica, sino evaluativa. El reconocimiento de la verdadera naturaleza
de este desacuerdo no nos sume necesariamente en una quietud contem-
plativa, sino que apunta a la necesidad de volver a empezar dejando todo
como está, pero cambiando nuestro sentido de lo que es importante y con
ello todo cambia.
***
Quisiera agradecer públicamente a los autores de los capítulos que
conforman este libro todo el tiempo y todo el trabajo que han realizado
para que usted pueda tenerlo en sus manos. Pero quisiera agradecerles muy
especialmente la infinita paciencia que han tenido todas y todos. No ha
sido fácil sacar adelante este libro por diferentes razones y lo único que
mantuvo viva mi confianza durante la larga espera en que finalmente todo
saldría bien fue la ausencia de dudas por parte de las y los colaboradores.
Además de los habituales receptores de mi gratitud en estas ocasiones
(los compañeros de las Prensas de la Universidad de Zaragoza —especial-
Wittgenstein y el escepticismo. Certeza, paradoja, locura 21

mente Pedro Rújula y Concha Relancio—; los colegas del departamento


de Filosofía de Zaragoza; Manuel Liz y Margarita Vázquez y los miembros
del grupo LEMA; mi compañero de aventuras filosófico-ingenieriles Ma-
nuel G. Bedia; mi familia y Eva), en esta ocasión estoy obligado a agradecer
su ayuda más allá de lo que obliga el deber a Pilar Oñate, José Antonio
Aldaz y José del Castillo. Sin su ayuda es muy probable que este libro nun-
ca hubiera visto la luz.
Por último, pero desde luego no menos importante, este libro está
dedicado a la memoria de Ulises Liz Vázquez.

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