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TRADICION | VALENCIA
HISTORIA VEGA
ALIPIO VALENCIA VEGA
BARTOLINA
SISA
LA VIRREINA AYMARA QUE MURIO
POR LA LIBERTAD DE LOS INDIOS
La Paz — Bolivia
Es propiedad del Editor.
Quedan Reservados los
Derechos de acuerdo
a Ley.
Y EN LA CONQUISTA.
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su porción: al padre un tupu ('), a la madre medio tupu,
a cada hijo un tupu y a cada hija medio tupu.
En la familia incaica, el padre indudablemente, era
el jefe, y la madre y los hijos le debían obediencia, peí o
no es evidente lo que contaron algunos cronistas españo
les en sentido de que la mujer era esclava del marido y
estaba en situación de terrible inferioridad. Lo evidente
es que siendo la tierra que distribuían las autoridades del
ayllu, la gran fuente de recursos para la familia, todos sus
miembros: padre, madre, hijos e hijas tenían que culti
varla y trabajarla para hacerla fructificar y subsistir con
su producción. Los hijos, solamente cuando eran niños,
eran destinados al cuidado de los rebaños de llamas y
alpacas que tampoco eran de propiedad individual, sino
de propiedad colectiva porque pertenecían al ayllu o co
munidad agraria.
La mujer en el hogar kechua o aymara no era me
nospreciada ni maltratada. Ocupaba su lugar; subordina
da indudablemente al esposo que era jefe natural de la
familia, era acreedora a consideraciones; el marido siem
pre requería el consejo de la mujer y no podía ni debía
pegar ni tratar despectivamente a la esposa. Era igual que
su esposo, y esta igualdad se establecía concretamente en
el trabajo; la mujer cultivaba la tierra en las mismas con
diciones que el marido; le ayudaba a preparar la tierra,
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a arar los campos, a abrir los surcos, a echar las semillas,
a cuidar los cultivos, a deshierbar y aporcar, a cosechar
los frutos. En estas condiciones había armonía en la fa
milia y las necesidades del mantenimiento de los cultivos
de la tierra, conducían a la práctica de la monogamia. La
mujer, en consecuencia, era realmente la mitad del hogar, y
marido y mujer lo complementaban, estableciendo un gran
concepto de dignidad de ambos consortes en el matrim>
nio. En la misma forma eran respetados los hijos varo
nes y mujeres, y éstos obedecían y veneraban a sus padres.
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genas, pero no sociedad integrada, con varones, mujeres,
niños y ancianos, sino solamente con varones fuertes y
guerreros, frente a sociedades nativas íntegras y densa
mente pobladas. No eran solamente guerreros aztecas o
muiscas o tahuantinsuyus que se ponían en contacto con
ellos, sino grupos vastos y complejos de guerreros y de
otros sectores sociales, varones, mujeres, niños, jóvenes y
viejos indígenas. Es decir, que en todo conjunto de gue
rreros conquistadores, los españoles eran solamente varo
nes que se pusieron en contacto, al conquistar y sojuzgar,
con las poblaciones indígenas íntegras en todo el Nuevo
Mundo. La Conquista no tuvo, pues, aspecto femenino.
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2._ VARON ESPAÑOL Y MUJER INDIGENA.—
SOCIEDAD DE CASTAS
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desde el aspecto biológico, lo caracteriza magistralmeme
Gustavo Adolfo Otero: “La presencia del hombre blan
co de origen hispano, planteó escuetamente, después de
las fatigas de la guerra y de la lucha contra el medio geo
gráfico, el problema sexual, agravado por el hecho de
que la Corona española, prohibió el traslado de mujeres
a las nuevas tierras, fomentando en esta forma indirecta
el mestizaje. Eran los propios indios en su categoría de
caciques o los jerarcas que ofrecían sus hijas nobles y be
llas a la codicia sexual de los conquistadores; o era tam
bién la propia iniciativa masculina que buscaba el rega
zo de las indígenas trémulas y curiosas, que se sacrifica
ban alegremente ante los semidioses barbudos, fuertes y
victoriosos.'El éxito guerrero que fue siempre objeto de
la atracción femenina de todas las razas, se unía en las
indígenas a la aterida admiración ante esos nuevos hom
bres de ojos azules y manos viriles. La mujer india esta
ba marcada aquellos días con el signo primitivo de ser
nada más que el solaz del guerrero. Esta siembra humana
sin otra finalidad que el placer, ajena a la organización
de la familia, era la realización de la poligamia unida a la
naturaleza del hombre. En aquellosrprimeros días de ’a
Conquista, tuvo ejecutoria aquella fórmula paradisíaca te
que cada hombre puede engendrar diariamente un hijo,
mientras la mujer sólo puede ser madre una vez al año,
y que tampoco fue extraña a través de la misma Colonia,
ya que en 1666 un bigardo fue sentenciado por la Santa
Inquisición de Chuquisaca por haber poseído a 360 mu
jeres indígenas. No hubo, pues, en aquella aurora de la
Conquista sino el predominio de las leyes brutales de la
naturaleza. Fue el transcuiso civilizador de los días y la
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fundación de los centros urbanos o pueblos, que introd i-
jo procedimientos humanizados, a base de la intervención
religiosa y de la aplicación {de las leyes hispanas, regula
das por el Código de Indias. Aquellos frutos primigenios
de la ley de la jungla que fue el mestizaje, hicieron su apa
rición en medio del abandono, mientras las madres que
daban arrojadas en la soledad del campo y el conquista
dor seguía camino adelante en busca de sus sueños, desa
fiando al hambre, a las incomodidades y a la muerte. Que
daban como huella de su paso, en los altiplanos, en los
valles o en las montañas, niños d* piel aceitunada, dota
dos de un nuevo hálito psicológico”. (!)
Ya se sabe que los soldados de la Conquista no fui-
ron nobles, fueron más bien plebeyos: Pizarro fue un
porquerizo o pastor de cerdos; Almagro fue un expósito
sin familia. Muy pocos, poquísimos, fueron nobles veni
dos a menos, como Hernán Cortés. Unos, los plebeyos,
buscaban con sus aventuras y sus encomiendas nutridas
de siervos indios en América, ganar sus primeros blaso
nes de nobleza; otros, los nobles arruinados, querían re
verdecer los laureles de sus marchitos pergaminos. Has
ta hubo judíos usureros y prestamistas — los sefarditas—
que huyendo de las persecuciones del Santo Oficio penin
sular, pasaron a América, españolizando sus apellidos pa
ra mimetizarse en sus ganancias de tierras y siervos, en
feudando sus existencias, tal como lo hacían los aventu
reros cristianos.
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Por eso es que durante los primeros días de la Con
quista, muchos de los soldados españoles combatientes,
buscaron con avidez a las nobles indígenas, parientes \
hermanas de sinchis y curacas o de los propios incas — el
capitán Garcilaso de la Vega casado con una hermana
del Inca Huáscar, es un ejemplo— , para contraer matri
monio, y adquirir, “por afinidad”, rasgos de nobleza y
sangre azul. Pero después, las mujeres indígenas, prince
sas, nobles o del pueblo, fueron consideradas simplemen
te como carne de placer, aptas para satisfacer el apetito
sexual de conquistadores y colonizadores. “El concubina
to fue, pues, legítimo sin más que la simple unión hasta
que el Tercer Concilio reunido en México en 1585, re
solvió autorizar los matrimonios entre blancos e indias,
prohibiendo que ningún español por su conveniencia pu
diera impedir el matrimonio de los indios con quienes
ellos quisieran”. (2)
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3 .— COCALES EN YUNGAS;
USO DE LA COCA.
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bradas estaban formadas por el faldeo de la Cordiilera al
caer hacia las regiones bajas, los cultivos se hacían me
diante los famosos andenes o terrazuelas para lograr lon
jas de terreno más o menos planas. Los yungas eran re
giones habitadas por tribus salvajes ariscas, los famosos
“chunchus” que, ante el avance de aymaras y kechuas,
se iban retirando hacia tierra adentro. Por eso, los cul
tivos de coca en esas regiones, se habían afirmado con -.l
sistema de mitimaes o miiimacus trasladados desde otrfis
regiones del Altiplano y el occidente del Tahuantinsuyu,
o bien — más generalizadamente— mediante la institu
ción de la mitta, que quiere decir turno.
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traban al oriente de los partidos de Omasuyos y Sicasicas
o Sucasucas y hacia el noreste de Cochabamba, se prac
ticaba en áreas que no eran muy extensas.
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bían ‘quichir’ (') una tarea fija de hojas que no alcanzara
a no más de 50 tam bores” (2).
De esta manera el cultivo de la coca fue intensificado
por los encomenderos españoles y ya Garcilaso de la Vega,
en los primeros tiempos de la Colonia, pudo afirmar: “ La
mayor parte de la renta del Obispo, de los Canónigos y
de las dignidades eclesiásticas procede de los diezmos de
la coca. . . Muchos españoles se han enriquecido y enri
quecen con el trato de esta yerba”. Es que la producción
de la coca, cualquiera que fuese la cantidad a que subiese,
encontraba inmediato consumo en todo el Perú, en la Pre
sidencia de Quito y en el norte del Río de la Plata.
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taban de explotar al máximo el esfuerzo físico de estos tra
bajadores, escamoteándoles cuanto podían la alimentación
para renovar convenientemente sus energías. Descubrie
ron entonces que la masticación de la coca, anestesiando
las funciones estomacales y nutritivas, podía d'straer efi
cazmente el hambre de los trabajadores, y entonces fueron
los encomenderos, los gerentes y propietarios de minas y
los administradores de obrajes y cocales, quienes se encar
garon de divulgar a veces por la fuerza, el uso de la coca,
entre las masas de indios del Perú, haciéndose extensiva
su masticación hasta a gruesos sectores de mestizos artesa
nos, especialmente los de oficios que mayor despliegue de
energías físicas requerían.
4 .— LOS OBRAJES DE RIO ABAJO Y
DE LAS QUEBRADAS PACEÑAS
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da de calcomanía que han servido para aislar los grupos
sociaics del Alto Perú no sólo en clases sociales, sino ¿n
grupos encerrados en círculos del hermetismo étnico (*)•
En este sentido, la vestimenta en las colonias, se confec
cionaba de telas y paños, unos importados desde España,
y otros tejidos o producidos en las mismas colonias.
Las castas de españoles europeos y criollos o españo
les americanos, debían mandar confeccionar su vestimen
ta, tanto prendas interiores, como la ropa exterior, con ma
teriales importados de Europa. Estos textiles no se pro
ducían en España propiamente, sino en Flandes, en Holan
da, en Inglaterra y en Francia, y desde estos países eran
adquiridos por los comerciantes autorizados por la Casa de
Contratación — extranjeros, españoles o judíos—, de don
de se distribuían en la Península y se exportaban a las
colonias del Nuevo Mundo. Brocados, lienzos, tafetanes,
paños, cachemira, sedas, bordados, adornos, lencería, som
breros de castor, frazadas, eran los artículos textiles que se
llevaban de España a sus colonias de América. Con estas
telas y estos materiales importados, solamente los españo
les blancos y los criollos eran quienes podían y debían
vestirse. En cambio, los mestizos y los indios, tenían que
emplear en sus confecciones y su vestimenta interior y ex
terior, las llamadas “telas de la tierra”, que se tejían on
las propias colonias.
Como la población indígena y mestiza era numerosa,
cuantiosamente muy superior a la española— criolla, la
necesidad de telas nativas para la vestimenta de esta nu-
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merosísima población, determinó la organización de esta
blecimientos pre— industriales textiles, que se llamaron
precisamente "obrajes’ . “Según la descripción que ofrece
Juan de Solórzano, el autor de la famosa ‘Política India
na’ , los obrajes podían definirse como lugares donde bi
lan, tejen y labran no sólo jergas, cordellates, bayetas,
frazadas y otros estambres de poco arte y precio, como al
principio solían hacerlo, sino paños fuertes de todas suer
tes y jerguetas y rajas y otros tejidos de igual estima, que
casi se pueden comparar con los mejores que se llevan de
España, a tanta costa y riesgo de los que tratan en ellos,
a las cuales oficinas se les llama comunmente obrajes (').
Los obrajes se establecían generalmente en el campo,
en sitios benignos donde se podía conseguir materia pri
ma abundante: lana de oveja, de alpaca y de vicuña, agua
y mano de obra. En este último aspecto donde hubiera
abundancia de población indígena, porque fueron los in
dios los que constituyeron la masa de trabajadores de los
obrajes en las operaciones de cardadura y escarmenadun,
hilado, teñido de los hilos y tejido. Se fabricaba bayeta,
cordellate, cordoncillo, paños, jergas, jerguetas, ponchos,
frazadas, bufandas, aguayos (manteletas), rebozos, som
breros de lana de oveja o de vicuña, Todo este material,
menos los textiles de vicuña, eran consumidos para su ves
timenta, por los indios y los mestizos. Posteriormente, io«
obrajes no solamente confeccionaron telas de lanas, sino
también de algodón y de lino o cáñamo.
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Todas estas telas y hechuras de los obrajes fueron lla
madas “telas de la tierra”, y su necesidad y demanda hizo
que tales establecimientos se multiplicaran en las colonias.
En el Perú fueron numerosos; los de Paucarcolia tuvieron
importancia porque su producción alcanzaba a llegar a Po
tosí. En el Alto Perú hubo obrajes en La Paz, en Cocha-
bamba, en Tarija y en Mojos y Chiquitos; su producción
abastecía a las minas del país, fuera de todas las áreas ru
rales. En el Río de la Plata hubo obrajes notables en Tu-
cumán, Catamarca y Santiago del Estero.
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región donde se instalaron estos obrajes pasó a la posteri
dad con este nombre” (2).
Ya hemos dicho que estos establecimientos reque
rían de abundante mano de obra: cardadores, hilanderos,
tejedores, teñideros y otros trabajadores auxiliares. Siendo
todos estos trabajos, manuales y esforzados, tenían que
realizarlos los indios, pero como no se presentaban “obra
ros voluntarios en la cantidad requerida, el servicio for
zado y obligatorio de la m ita”, establscido para las minas
principalmente, se hizo también extensivo para los obra
jes: Los reglamentos prescribí, n que este servicio no fuese
forzado ni pesado, ni mucho menos gratuito, pero en este
sentido “los leyes se acataban y no se cumplían ”, y enton
ces, la mita obrajera como la mita minera, resultó un tra
bajo asaz forzado, de caracteres esclavistas.
Pero la producción de los obrajes pre-^—capitalis tas
fue abundante. Es que las telas de la tierra, de uso obliga
torio para mestizos e indios, lo más nutrido de la pobla
ción colonial de América, y particularmente del Alto Perv,
eran requeridas en todas partas del territorio, tanto en las
punas del Altiplano, como en la cordillera, en los valles
como en las quebradas, en las comunidades oseyañas de
hacienda como en las aldeas, villas y ciudades.
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5 .— MARGEN DE PERMEABILIDAD
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mantuvieron para significar permanentemente su total su
perioridad.
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manecer invariablemente en su estrato de caballeros; los
criollos o españoles americanos también debían mantener
su estrato invariable, lo mismo ocurría con los cholos, y fi
nalmente con los indios. Entre estos estratos no podía ha
ber circulación de ninguna clase ni por circunstancias bio
lógicas de matrimonio o unión sexual, ni por circunstan
cias económicas de enriquecimiento o empobrecimiento.
Pero en este aspecto, como en toda regla, no podían faltar
las excepciones.
Con los indios era el estrato con el que se ope
raba más rigurosamente la impermeabilidad legal. El indio
puro, debía mantenerse eternamente como indio y siervo
de la gleba, apto para el servicio de la mita en las minas, en
los obrajes o en los cocales; no podía elevarse a mestizo o
cholo. Sin embargo, había una excepción desde un ángulo
económico, no biológico; era una excepción mínima que
jamás se pudo convertir en regla. Esa excepción se daba en
el aspecto del ejercicio del comercio. Algunos indios — muy
pocos— desvinculándose del cultivo permanente de la tie
rra o del servicio de la mita en minas u obrajes, podían de
dicarse al comercio pequeño, particularmente de produc
tos agrarios. Estos indios campesinos podían llevar los
propios productos a lo de sus vecinos o amigos, comprán
doles a éstos los suyos, que llevaban a los mercados de las
aldeas, villas y ciudades o a las ferias regionales.
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das o del servicio en las minas o en los obrajes, para alter
nar esta ocupación con un mayor lapso dedicado a la com
pra— venta y el intercambio de productos agrarios.
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bajo servil de la tierra o se deshacían de sus “tierras de co
m unidad”, solían dedicarse al comercio ambulante, llevan
do mercancías agrarias y algunas otras, a las aldeas y a las
áreas rurales, frecuentando especialmente las ferias. Fl
consumo de coca en las haciendas, en las comunidades, en
las minas y en los obrajes y el requerimiento de telas de la
tierra, particularmente jergas, bayetas, cordellates, pon
chos y bufandas, dieron lugar a este comercio ambulante
ejercido por indios liberados del trabajo de la tierra. In
dios e indias solían viajar a los Yungas a comprar coca pa
ra transportarla y venderla en los obrajes de las quebradas
paceñas, donde a su vez adquirían telas de la tierra, y am
bos artículos: coca y telas de la tierra, solían llevar en via
jes largos y arreando rebaños de llamas o recuas de borr:-
eos y muías, como elementos de transporte, a lo largo d-i
las regiones altiplánicas y los valles y quebradas de la Co--
dillera.
De esta manera, estos comerciantes, varones y mu
jeres, particularmente los indios, tendían a zafar de su pro
pia casta, para formar un sector algo superior, que tendía
a “acholarse” y form ar entre el gran sector de los mesti
zos.
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6 .— BARTOLINA SISA,
INDIA COMERCIANTE
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a La Paz y de La Paz a las quebradas de Sapahaqui, Ca-
racato y Luribay, y allí se establecieron con una tienda.
La villa de Sicasica era capital de un extenso parti
do (hoy provincia) muy importante desde la época de los
aymaras. En esa región habitó una notable tribu aymara
por sus condiciones físicas y políticas que era llamada de
los “suca— sucas”, que muchos creen que eran derivados
de los paka— jakes o pacajis como se les llamó durante el
Tahuantinsuyu. Este partido no solamente comprendía la
altiplanicie interandina, sino las quebradas meridionales
a la ciudad de La Paz: Sapahaqui, Caracato y Luribay, ri
cas en viñedos y obrajes, donde se elaboraba, pese a les
prohibiciones de la Colonia, aguardientes, singanis, licores
y vinos y aquellas famosas telas de la tierra.
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la sazón decaído mucho, provocando el descontento que la
propaganda subversiva transformaba en disposición revo
lucionaria. Se fabricaba en la provincia, no sabemos si en
obrajes o por los indios mismos, pañetes, bayetas y fra
zadas. Como se ve, era Sicasica un gran emporio agríco'a
e industrial, si se puede emplear este término en relación
a la época” (3).
La coca que se producía en abundancia en los Yungas,
hacia el este de la ciudad de La Paz, no correspondía pro
píamente al partido de Sicasica; en cambio las telas de la
tierra: jergas y jerguetas, bayetas y cordellates, ponchos y
bufandas, frazadas y rebozos, se tejían abundantemente en
los obrajes, no sólo de Obrajes suburbano de la ciudad,
sino en los de las quebradas de Sapahaqui, Caracato y Lu-
ribay. Además, como lo insinúa Boleslao Levin, los indios
de las comunidades y de las encomiendas, confecciona
ban en sus telares propios, por el sistema artesano, esas
mismcs telas de la tierra para venderlas en el mercado y a^í
mejorar en cierta manera, por lo menos, su economía mise
rable.
El intercambio comercial de la coca y de las telas úe
la tierra era, pues, activísimo en los partidos de Yungas,
Sicasica y la ciudad de La Paz, que eran los centros pro
ductores de aquellas mercancías, y La Paz era el mercado
de la una y las otras. Pero generalmente, no eran los
propios productores los que llevaban sus productos a la
ciudad ni a los demás mercados que se multiplicaban en
las propias quebradas y los valles y en el vasto altiplano,
39 —
particularmente en las comarcas próximas y ribereñas al
Lago Titicaca. Eran los mestizos y los indios ya desvincu
lados de los cultivos y del trabajo de las minas, quienes
concurrían a los centros de producción de los Yungas, La
Paz y Sicasica, para adquirir coca y telas, vender ahí mis
mo sus mercancías y llevar después estas mismas mercan
cías a las aldeas y villas del Alto Perú y, particularmente,
a las comarcas rurales para acomodarlas entre los con
sumidores indígenas y mestizos.
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la coca, y los vinos, singanis y aguardientes de Luribay, Ca-
racato y Sapahaqui, frutas secas y las telas de la tierra
de estas mismas quebradas. Pero si los padres de Bartolina
se hicieron comerciantes sedentarios en Sicasica, ella con
tinuó con mayor regularidad, la actividad de los viajes a
lo largo y a lo ancho de la provincia de La Paz, hasta llegar
al Bajo Perú, a Oruro, a Cochabamba y a Potosí.
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eos quienes los ultrajaban y perseguían en su condición de
autoridades, clérigos, militares y paisanos, sino también
los de las otras castas: criollos, y particularmente cholos o
mestizos. Era curioso observar cómo los cholos, tal vez pa
ra hacer más notable su diferencia con los indios, eran
quiénes más se ensañaban con éstos. De ahí es que la con
ciencia íntima de Bartolina Sisa fue formando una convic
ción de profunda protesta contra todo el régimen colonial,
tanto en su aspecto económico, como político y social.
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7 — JULIAN APAZA SE REFUGIA
EN EL COMERCIO
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camente, trataban con mucho respeto, veneración y cu-
riño a Tupaj Katari (Julián Apaza), comprobando así que
se trataba de un mallcu o curaca de elevados quilates y de
un largo ancestro. “El apellido Apaza es propio de los in
cas collaguas de Chucuito y muchos jefes indígenas, por
ejemplo Pedro Vilca Apaza, se llamaban así” (‘), afirma
Boleslao Levin, basándose en un estudio histórico de R.
Cúneo Vidal. En 1780 Julián Apaza tenía más o mencs
cuarenta años, o sea que nació alrededor de 1740.
— 44 —
Nuevamente en Ayoayo ya no podía continuar como
campanero ni sacristán porque el cura había muerto, y
aprendió la panadería, a la que se dedicó poco tiempo. Con
algunos recursos que recogió de su patrimonio, viajó a La
Paz y percibió que la actividad de compra de coca paia
venderla en los obrajes de las quebradas, donde comprar
a su vez telas de la tierra y llevarlas para su comercializa
ción a las comarcas rurales del Alto, Perú, podía ser cami
no de su relativa liberación.
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en que debía intervenir para la solemnidad de las actua
ciones del culto católico.
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dados, con látigo, golpes y arcabuces, tenía que acabar con
los infelices trabajadores indios. Julián Apaza, indio “caí-
tellanista” — porque hablaba español— , sacristán de cura
y conocedor de los hombres de aldea, logró zafar a la tu
pida red de explotación de la mita minera, y al cumplir
su servicio, readquirió su libertad, pero teniendo conoc'-
miento por experiencia propia, de lo inaudito que era, por
lo inhumano y brutal, el trabajo de los indios en las mi
nas.
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desesperación doblegase completamente su ánimo, Apa¿a
descubrió que la práctica del pequeño comercio de la coca
y de las telas de la tierra en forma ambulante por las vas
tas latitudes de la provincia de La Paz y el Alto Perú, le
ofrecían un posible refugio, desde el cual podía conformar
su parcial liberación personal, pero con el estado de áni
mo de protesta general de los indios del antiguo Tahuau-
tinsuyu, era posible la conquista de esa liberación masiva
que diese su verdadera ubicación digna al indio, apelando
a la violencia, a la que se estaba aprontando el indigenado
como resultado de los inauditos abusos que soportaba de 1-t
estructura económico— social de la Colonia, sin que se pre
sentaran indicios de suavización de ese régimen que se hi
zo totalmente insoportable para la generalidad de las ma
sas indígenas de América, y particularmente del Perú.
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8 .— ENCUENTRO, M ATRIM ONIO Y FAMILIA
49 —
pie, llevando en sus espaldas sus cargamentos de mercan
cías; posteriormente adquirieron algunos animales: borri
cos y muías para cargar en ellos las mercaderías y, final
mente como los negocios fueron generalmente buenos, ya
los esposos oisa tenían sus animales de silla propios, lo
mismo que su hija Bartolina, efectuando cómodamente sus
traslados. Su hija resultó una auxiliar muy capaz y exper
ta.
Al llegar a los dieciséis o diecisiete años, Bartolina
Sisa se independizó de sus padres con su propio tráfico;
tenía sus propias mercancías, efectuaba sus propias com
pras, ventas y transacciones y adquiría sus propias ganan
cias, manejando finalmente su propio “capital”. Ya a los
diecinueve años Bartolina realizó su propio movimiento
comercial haciéndose independiente de sus padres. Como
poseía su propio “capital” y había adquirido un gran do
minio del mercado variado de la coca y las telas de la tie
rra, ella concebía y practicaba sus propias operaciones; te
nía sus propios animales de transporte. Recorrió todos los
caminos de) Altiplano, los Yungas y las quebradas y co
noció minuciosamente las estaciones y “tam bos” de todos
los trayectos. Por lo mismo, conoció a una multitud de
gentes, particularmente comerciantes como ella y a los
compradores y adquirentes habituales de sus m ercancías.
Por su parte Julián Apaza, habiendo cumplido los
diecinueve años en el servicio forzado de la mita en las mi
nas de Oruro, al liberarse de esa obligación volvió al pue
blo de Ayoayo, ejerció la panadería por pocos meses y, ha
biendo sido informado de lo lucrativo del comercio ambu
lante de coca y telas de la tierra, se dedicó a esta activi
dad, viajando a las quebradas para comprar jergas, bayc-
— 50 —
üTs, ponchos, bufandas, etc., venderlas en los mercados al-
tiplánicos y acudir a la ciudad de La Paz y a los Yungas,
para comprar coca que vender en los mercados provin
ciales y en las quebradas. Es decir, que realizó el mismo
aprendizaje que Bartolina Sisa, penetrando en el dominio
de los mercados altoperuanos, las operaciones del inter
cambio provincial, el conocimiento de los caminos, estacio
nes y tambos, y también algo de psicología natural, cono
ciendo ios caracteres de la infinidad de viajeros con quie
nes alternaba, lo mismo que con compradores y vendo
dores.
Las andanzas comerciales de Bartolina Sisa y Julián
Apaza fueron contemporáneas y como explotaban los mis
mos renglones de mercancías y acudían a los mismos si
tios de producción para adquirirlas y a los mismos merca
dos para venderlas, no fue nada difícil el encuentro de
ambos personajes. Hay la tradición de que Bartolina Sisa
era una moza garrida y muy bien parecida, esbelta
por el intenso ejercicio de los viajes, y Julián Apaza que
ya estaba próximo a la madurez, había adquirido también
la plenitud de su formación física y tenía su natural in
telecto en pleno desarrollo. Por eso es que el encuentro de
la pareja dio como resultado el enamoramiento recíproco
de ?mbos y no existiendo obstáculo ni impedimentos, co
mo dice el lenguaje jurídico, Bartolina Sisa y Julián Apli
za celebraron su matrimonio.
— 51
los gastos respectivos. El matrimonio se efectuó, según to
dos los indicios, en 1770 y la pareja fijó su domicilio en
el pueblo de Sapahaqui, que era como una especie de pun
to intermedio entre los Yungas, la ciudad de La Paz, la vi
lla de Sicasica, las quebradas de Río Abajo y la vasta alti
planicie hasta las cordilleras y las orillas del Lago Titicaca.
De esta manera, el matrimonio podía seguir ejerciendo su
actividad peculiar que era el comercio ambulante de co
ca y de telas de la tierra.
— 52
Los otros hijos de Apaza y Bartolina Sisa, si es que
sobrevivieron ocultos en medio de algunas familias amigas
de los padres, lo hicieron en calidad de fugitivos radicales,
cambiando de nombres y no dándose a conocer jamás co
mo hijos de los caudillos aymaras que sitiaron la ciudad
de La Paz en 1781.
53 —
9 .— TUPAJ AMARU, TUPAJ KATAR1 Y
LA SUBLEVACION EN MARCHA
— 55 —
do a las grandes masas indígenas del Perú a una situación
de verdadera exasperación.
— 56 —
abancaína doña Micaela Bastidas Puyucahua, en mayo de
1760. De aquella unión nacieron tres hijos varones: Hi
pólito en 1761, Mariano en 1762, Fernando en 1768”. (')
— 57 —
des de Ayoayo — Marcelo Grandín Nadón dice que en la
de Sullcavi— (3), a 40 ó 5Ü kilómetros de La Paz, posi
blemente en 1740. Muy niño quedó huérfano y sus p a
rientes que lo criaron, lo entregaron al cura párroco de
Ayoayo para los servicios de la iglesia y de la casa cural.
Por eso fue campanero y sacristán. A los 17 años, habien
do vuelto a su comunidad para establecer cuáles eran sus
intereses paternos, fue reclutado para el servicio de la
mita en las minas de Oruro, donde estuvo dos años, :*1
cabo de los cuales, habiendo recuperado su libertad, vol
vió al pueblo de Ayoayo, dedicándose durante algunos me
ses a la panadería, y después, con algunos recursos pro
cedentes de sus tierras comunarias, se dedicó al comer
cio ambulante de coca y telas de la tierra. Conoció en
tonces a Bartolina Sisa, con la que se casó en 1770 más
o menos, llegando a tener tres o cuatro hijos, el mayor
de los cuales nació en 1772 ó 1773.
- 58 —
Por su parte, Julián Apaza, valido de su actividad
de comerciante ambulante, trasladando coca y telas de la
tierra, no solamente entre los Yungas de La Paz y las que
bradas de los ríos de abajo de esta misma provincia, sino
también llegando y visitando las poblaciones vallunas del
norte, por ejemplo Sorata y las aldeas lacustres como Pa
ño, Chililaya, Achacachi, Ancoraimes, Escoma, Huaycho,
hasta las poblaciones altiplánicas del Perú actual: Azán-
garo, Rosaspata, Huancané, Juliaca, hacía recorridos qu¿
coincidían a veces con los itinerarios del arriero Condor-
kanki.
En estos recorridos, José Gabriel Condorkanki y Ju
lián Apaza llegaron a conocerse unos doce o quince años
antes de las grandes sublevaciones. Condorkanki recono
ció entonces la calidad de “jefe” — mallcu o curaca—
aymara a Julián Apaza y como ambos en sus recorridos
por el mundo peruano, se habían enterado de la agudiza
ción de las condiciones de abuso, inferioridad y exploui-
ción en que permanecían las indiadas, sin esperanza Ú2
ninguna recuperación que partiera de las autoridades mo
nárquicas o coloniales y mucho menos de la cruel socie
dad colonial, comenzaron a establecer la trama de un
gran sacudimiento indígena. Claro que no fueron sola
mente Condarkanki y Apaza, sino que intervinieron nu
merosos otros jefes y personajes indígenas, como Tomás
Katari de Chayanta y sus hermanos, por ejemplo.
- 59
tos factores de oportunidad y de lugar. La empresa de los
Katari de Chayanta, seguida tan de cerca por la de Tupaj
Amaru de Tinta y rematada por la de Tupaj Katari en La
Paz, son tan formidables y complicadas, que establecen
que hubo una prolija preparación, y tan larga; que databa
siquiera de diez años» antes de 1770 más o menos. “ Por la
confesión de la Muger de Tupac Catari llamada Virreyna
que se prendió en el Alto de La Paz a los tres días de mi
llegada (es el coronel Ignacio Flores quien hace este rela
to) resulta que su marido Julián Apasa hizo tres Viajes
al pueblo de Tungasuca para tratar y comunicar a Ga
briel Tupac— Amaro, y le oyó decir muchas veces, se es
taba premeditando diez años antes la sublevación creyen
do algunos tener origen desde la expulsión de los Jesuítas
y que por falta de oportunidad no se había puesto en exe-
cución el proyecto” (*).
— 60 —
1 0 .— CHAYANTA EN EL ALTO PERU
Y TINTA EN EL BAJO
— 61 —
Ursainqui en favor de Blas Doria Bernal, y esta medí ía
fue confirmada por el corregidor sustituto Joaquín de Alós
Bru. El mestizo Blas Doria Bernal, con el propósito de ex
plotar a los indios de Macha y las vecindades en el cobro
de los tributos al rey, de los repartimientos de mercancías
del corregidor y del servicio de la mita para las minas de
Potosí y de la región, llegó a exagerar realmente las extor
siones y la expoliación de los indios, castigándolos, azo
tándolos, privándoles de sus productos y de sus tierras, de
tal manera que su cacique natural o curaca Tomás Katari,
inició reclamos ante las autoridades de Potosí, que le de
volvieron su cacicazgo con su facultad de cobrar el mon
to real de los tributos. Pero el corregidor Alós no aten
dió a estas resoluciones, por lo que Katari viajó a Chuqui-
saca a reclamar ante la Real Audiencia, donde no obtu«o
ninguna atención a sus gestiones.
— 62
San Bartolomé, en la feria del pueblo ae Pocosta se piu:-
ticó el reclutamiento de mitayos para las minas y los co
bros compulsivos de los repartimientos del corregidor. £1
26 de mayo, Tomás Acho, hijo de Isidro, reclamó al co
rregidor Alós por el exceso de los tributos y los repartos
y por la libertad de Tomás Katari. El corregidor, por toda
respuesta, desenfundó su pistola y de un balazo dio muer
te a Acho para castigar “ejemplarmente su insolencia
Esta fue la señal. La sublevación surgió violenta y rápida;
Bemal, el cacique “usurpador” fue cruelmente muerto jun
tamente con otros españoles abusivos; el corregidor Joa
quín de Alós fue conservado vivo y conducido a un caserío
aislado de la cordillera, a pie y descalzo, ¿e propuso en
tonces a los españoles y se logró el canje de Alós por To
más Katari.
Libre el caudillo indígena, retomó su autoridad y de
claró, a nombre del Virrey del Río de la Plata, abolidos
el repartimiento de mercaderías y el servicio de la mita.
Entonces fue tomado preso nuevamente por una traición
del minero Alvarez Villarroel que le tendió una embosca
da en Santiago cerca de Aullagas. Ordenada su remisión
a Chuquisaca a cargo del capitán Juan Antonio Acuña,
los indios atacaron el destacamento español en la cuejla
de Chataquila, pero Acuña empujó a Tomás Katari a un
barranco profundo antes de dejarlo en libertad. Claro q ‘u*,
en represalia, perecieron todos los españoles. Esto ocurnó
el 15 de enero de 1781.
La sublevación de Chayanta no cedió ante esta per
fidia. Prosiguió a cargo de los hermanos de Tomás, lla
mados Dámaso y Nicolás Katari, que comandaron suce
— 63 —
sivamente la insurrección, amenazando a la ciudad Je
Chuquisaca. Pero por traiciones fomentadas por las auto
ridades españolas, Dámaso Katari cayó preso y fue ahor
cado en el mes de marzo en la Plaza de Armas de aquella
ciudad, y su hermano Nicolás, también vendido por otra
traición negociada por las autoridades coloniales, murió
también ignominiosamente ahorcado en Chuquisaca en
abril del mismo año 1781.
La insurrección de Chayanta, estallada en Pocoata e!
26 de agosto de 1780, se produjo presumiblemente antes
de tiempo, pero llegó a conocimiento de José Gabriel Cou-
dorkanki, en su ciudad de Tungasuca, seguramente en el
mes de septiembre a octubre. Condorkanki, para entrar cq
campaña, tomó el nombre de batalla de Tupaj Amaru, que
correspondía a sus antepasados realmente Incas, de estir
pe real. Simultáneamente a los preparativos de la suble
vación, Condorkanki, inteligente y culto, realizó una serie
de gestiones ante las autoridades coloniales del Cuzco,
de Lima, capital del Virreinato del Perú y ante el mismo
rey de España, mediante emisarios directos suyos, uno de
los cuales fue su hermano Blas, que murió misteriosameiv
te en el viaje de regreso al cruzar el mar, para conseguir
la abolición de los tributos en su expresión extorsiva, ele
los repartimientos de los corregidores, de la servidumbre
de los indios en las haciendas y encomiendas, de la extir
pación del servicio forzado de la mita, y una participa
ción siquiera mínima de las indiadas, por ser mayorías po
pulares y nativas del continente, en la administración y en
la política de las colonias. No consiguió absolutamente na
da, y por eso se justifican los preparativos del gran alza
miento de fines del siglo X V III.
— 64 —
El 4 de noviembre de 1780 se recordaba el naci
miento del rey Carlos III; también cumplía años el cu1.a
párroco de Yanacoa, Carlos Rodríguez; éste, con aquel mo
tivo hizo un convite, celebrando la fecha del rey, e invitan
do al corregidor de Tinta Antonio Arriaga y al cacique de
Tungasuca José Gabriel Condorkanki. La aldea de Yam-
coa distaba unas tres leguas de Tinta.
El banquete fue solemne y magnífico, pero Cóndor
kanki, a su conclusión, se despidió por una urgencia. Poco
después, el corregidor Arriaga se retiró por el camino a
Tinta, pero en cierto lugar fue asaltado y apresado; era
Tupaj Amaru que comenzaba el alzamiento. El Corregidor
fue acusado por sus abusos; juzgado y condenado a muer
te, fue ahorcado en Tinta el 10 de noviembre. Después,
Tupaj Amaru avanzó con un ejército mal armado de hon
das, macanas, cuchillos, arados y pocas armas de fuego,
hasta el pueblo de Quiquijana, capital del partido de Q u’.s-
picanchis de donde retrocedió a Tungasuca. El corregidor
Cabrera llegó fugitivo al Cuzco, donde se organizó la resis
tencia, enviando un destacamento de tropas a Sangarara,
donde el 18 de noviembre este destacamento fue sorpren
dido por los indios que le atacaron y le quemaron en la
iglesia donde se habían refugiado para resistir. Los indios
insu’rectos nuevamente retrocedieron hasta Tungasuca.
— 65 —
tonces, urgido por noticias graves, contramarchó al norte,
y por fin, en enero de 1731 puso sitio al Cuzco que ha
bía tenido tiempo para cubrirse de defensas. En Lima un
ejército de 7,000 hombres con caballería y artillería fue
dispuesto por el virrey Jáuregui, a órdenes del mariscal Jo
sé del Valle y del visitador José Antonio Areche. Tuoüj
Amaru ante la aproximación de esas tropas, levantó el sitio
y se retiró a Tinta.
— 66
a sacar la lengua que le fue cortada; después fue atado
de cada muñeca y de cada tobillo a las cinchas de cuatro
caballos briosos que furiosamente azuzados partieron en
cuatro direcciones distintas. El caudillo era físicamente
fuerte y no pudo operarse la salvaje dilaceración; entonces
el visitador Areche ordenó que fuese degollado; su cabe
za fue exhibida en la Plaza, sus miembros fueron envia
dos a diversos pueblos y después, reunidos, fueron incine
rados y sus cenizas echadas al viento, para que no queda
ra ni rastro de esos personajes.
— 67 —
1 1 .— LA SUBLEVACION DE TUPAJ KATARI
69 —
En las noches ardían en las cumbres de los cerros ho
gueras estupendas, escuchándose al mismo tiempo el bron
co sonido de los “pututos” (*). “La rebelión acaudillada
por Tupac Catari estalló a principios de marzo de 1781, y
con una rapidez que deja perplejo, si no se toma en con
sideración que había sido preparada durante largo tiem
po, se extendió por las provincias de Sicasica, Carangas,
Pacajes, Yungas, Omasuyos, Larecaja y Chucuito. De to
das estas provincias movilizó Tupac Catari soldados, for
mando un ejército de alrededor de 40,000 hombres, para
su empresa cumbre: el sitio de La Paz” (2).
— 70
10,000 españoles, o sea 10,000 combatientes anti— indíge
nas.
El 13 de marzo de 1781, día en que los indios m iga
ron el sitio de la ciudad de La Paz, no habían sino unos
veinte mil soldados indígenas, que con los contingentes
llegados de las provincias paceñas, rápidamente ascendie
ron a 40,000 y se sostiene que allá por julio y agosto d i
1781, los sitiadores eran 80,000. Es posible que esta cifra
sea más o menos exacta, porque el sitio no se redujo a ja
ocupación del Alio de La Paz, sino que rápidamente los
sitiadores extendieron sus campamentos hacia las alturas
de Chacaltaya y Achachicala en el norte de la ciudad; y de
allí pasaron al Calvario, altura nororiental respetable y
las elevaciones de Killikilli, donde colocaron unos pedre
ros que capturaron a las tropas españolas. El valle de P >
topoto (hoy Miraflores) cubierto de sembradíos de m aí/,
papas, habas, arvejas y hortalizas, fue ocupado totalmente
por los contingentes indios que avanzaron hasta el barrio
de Santa Bárbara. Cruzando el río Orkojahuira se sub.a
una larga ladera, hasta llegar a la cumbre de esta serranía
que remataba en una planicie con declive hacia el sur y
que se llama Pampjasi. Aquí se estableció el segundo gran
cuartel de los sitiadores, mientras el primero estaba en el
Alto, desde el Alto de Potosí hasta el Alto de Lima. La
hondonada de las regiones de Sopocachi y de San Pedro,
cubiertas por la región de Tembladerani, también fueron
ocupadas por los contingentes de indios sitiadores.
— 71 —
de Potosí, donde estableció su campamento militar, en :1
tenía su iglesia, palacio, cabildo y cárcel, todo formado de
toldos, así como sus respectivos rollo y horcas. A la vista
del vecindario o sea en la ceja se hallaban colocadas hor
cas elevadas capaces de contener ios cadáveres de los es
pañoles sacrificados a su furor, y, a fin de que sus triunfos
fueran festejados con más algazara hizo llevar las campa
nas de San Pedro” (‘).
— 72
gundo debía ocuparse del aprovisionamiento y distribu
ción de víveres y artículos de subsistencia a toda la pobla
ción; el tercero debía administrar la recaudación y empleo
de las joyas, alhajas y objetos de oro y plata que adquiría
la comunidad indígena por confiscación y requisición, de
tal manera que estos “saqueos” no tenían finalidades de
enriquecimiento privado y particular; finalmente, el cuar
to “oidor”, debía ocuparse de las más delicadas funciones
del aprovisionamiento, los gastos y las necesidades de la
guerra.
Ni Tupaj Katari ni su mujer Bartolina Sisa, como
tampoco ninguno de los caudillos indios en estas subleva
ciones, proscribió la religión católica. En el Alto hizo cons
truir una iglesia para que asistieran los indios a los oficios
religiosos, y para sus ejércitos nombró como capellanes su
periores a los presbíteros Isidro Escóbar y Julián Busri-
llos. También fue capellán particular suyo el cura Matías
de la Borda que ejerció de espía traidor en el campo indi
gena, huyendo en cuanto pudo a la ciudad de La Paz, don
de prestó un amplio y minucioso informe sobre Tupaj Ka
tari y sus ejércitos y recursos al brigadier Sebastián de Se
guróla, que era corregidor español en la ciudad y coman
dante de la defensa.
Los sitiadores aymaras al mando de Tupaj Katari ini
ciaron a partir del 13 de marzo de 1781 los ataques a la ciu
dad. Esta, desde fines de 1780 había tenido tiempo de pre
pararse a su defensa, construyendo trincheras, parapetos
y baluartes en los lindes de las edificaciones urbanas. Los
indios lanzaron briosos y violentos ataques empleando in
clusive material incendiario primitivo, con el cual causa
— 73 —
ron gran daño, pero no tenían armas de fuego ni discipli
na de combate a la europea. Capturaron algunos pedreros
de artillería y tuvieron que emplear artilleros españoles
que, invariablemente, acabaron traicionándoles. A pesar
de su gran coraje de combate, sólo el hambre comenzó a
relajar la resistencia de los habitantes de la ciudad, lle
vándoles al borde de la capitulación ante los sitiadores.
— 74 —
1 2.— LA VIRREINA BARTOLINA SISA
— 75 —
ñoles como una rara particularidad, no lo era sin embar
go. Provenía, en su origen, de la constitución de la familia
indígena pre— colonial y de sus actividades en el desenvol
vimiento de su vida.
— 76 —
las actividades de intercambio de productos, participaban
todos los miembros de la familia: varones y mujeres sin
excepciones ni discriminaciones. Esta circunstancia deter
minaba también que en la guerra no fuera extraña la par
ticipación e inclusión de las mujeres aunque se procura
ra apartarlas de los choques violentos y de los combatas
cruentos.
Cuando se produjeron las grandes sublevaciones del
siglo X V III, los indios que fueron segregados como casia
injerior al margen del Estado y de la sociedad coloniales,
vivían su mundo propio y distinto, que conservaba muchí
simas reminiscencias de la existencia de aymaras y kechuas
de las épocas pre— coloniales. Por eso es que en la movi
lización de las huestes de combate contra los españoles,
se advierte entre los indios de Chayanta, de Tinta o de la
provincia de La Paz, la compañía y apoyo íntimo de b s
mujeres a los varones combatientes que, en realidad, parti
cipan de la guerra y de las campañas como si fuesen solda
dos y combatientes. En el “Diario” de Sebastián de Seguró
la, se refiere que, cuando después de vencido y ejecutado
Tupaj Katari en Peñas, partieron expediciones punitivas
al norte, contra los indios de Ancoraimes, de Carabuco, de
Escoma, de Italaque y de Mocomoco, repetidamente en -:a-
da reducto, en cada campo de batalla, las mujeres indias
participaban en las mismas condiciones que los insurrec
tos, de la lucha y los combates, batiéndose y muriendo con
entereza y bravura como héroes masculinos.
La participación de la mujer indígena en la lucha de
los indios por su liberación, ha sido cubierta de oprobio
y disminuida, como no podía ser menos, por los relatores
— 77 —
coloniales, pero ha sido exaltada por los modernos in
vestigadores. “Es notable, y merece un estudio especial
que, por varias razones no puede tener cabida en esta obr;i,
el papel destacadísimo de la mujer indígena en la vida y
en las luchas sociales de la Colonia. Hay testimonios que
comprueban que en muchos casos la india era más per
tinaz, demostraba mayor coraje en el combate y menos
respeto para la religión y el sacerdocio, que el indio. Las
esposas de los caudillos José Gabriel Tupac Amaru y
Julián Tupac Catari no se quedaron detrás de sus maridos.
También ellas participaron en la dirección del alzamien
to, y también ellas tuvieron el mismo fin trágico de sus
hom bres” (!).
— 78 —
blevados; una vez envió dos mil soldados al cerco de La
Paz. Atrae de modo particular Gregoria Apaza, amarre
de Andrés Tupac Amaru y hermana de Tupac Catari, a
quien apodaron “ la virreyna” por ser descrita como “tan
carnicera sangrienta” al igual que su hermano. Oirás he
roínas fueron la cacica Marcela Castro Puyucagua, quier.
murió en espantoso martirio; Cecilia Tupac Amaru, Ca
talina Salas Pachakuti, Margarita Condori, Antonia de
Castro, Ursula Pereda, María Lupisa, Feliciana Sancho y
Francisca H errera. . . Por último, cabe agregar a estas he
roínas, una infinidad de heroínas que fueron a la guerra
siguiendo a sus maridos. Los documentos coloniales están
repletos de referencias al abnegado sacrilicio que mos
traron a través de punas y nevados, y del valor que desple
gaban en los combates, asistiendo a sus esposos, padres,
hermanos y hasta hijos. Animadas por el fragor de los com
bates, en numerosas ocasiones entraron en acción con pie
dras y palos. Sin riesgo a equívoco puede asegurarse que
miles de mujeres participaron en la sublevación tupacama-
rista” (2).
En los campamentos aymaras del Alto y pasando la
hoya de La Paz, en la planicie de Pampjasi, los reales de
Tupaj Katari no estaban formados simplemente por mi
llares de combatientes indios varones, sino también por
millares y millares de mujeres que desempeñaban sus ta
reas de compañeras de hogar y también de soldados de !a
insurrección.
— 79 —
Por eso no es raro que Bartolina Sisa, la esposa c'e
Julián Tupaj Katari haya participado de las actividades
de la campaña, desde los primeros momentos. Anterior
mente, desde su matrimonio, acompañó constantemente
a su esposo en sus tareas de comercio y en sus viajes por
la provincia de La Paz, el Bajo Perú y las regiones de Pa
ria y Carangas. Tomó parte activa en los preparativos de
la rebelión y conoció a José Gabriel Tupaj Amaru y a los
hermanos Katari de Chayanta. Igualmente, en el mes de
marzo de 1781 participó del estallido material de la in
surrección y posteriormente concurrió al cerco de La Pa¿.
80 —
piejo ejército contó en Bartolina Sisa una de sus más ac
tivas e inteligentes organizadoras y trabajadoras. También
tomó parte en la administración de justicia, y muchos crio
llos y mayor número de mestizos, a quienes no les tenía
odio indeclinable, obtuvieron perdón de Tupaj Katari por
intercesión de Bartolina Sisa. Tupaj Katari, cuando acce
día a unos de estos perdones solicitados por ella, solía
decirle solemnemente: “¡Por tí hago este perdón, Reina!”.
81 -
1 3 .— LOS CAMPAMENTOS DEL ALTO
Y PAMPJASI.
83 —
Como la sublevación india del Perú se inició en Cha-
yanta en agosto de 1780 y prosiguió después, en noviem
bre, en Tinta, amenazando al Cuzco y a Puno en el ñor
te; en la ciudad de La Paz se recibieron los contragolpes
de esos dos grandes movimientos, cundiendo la inquie
tud, porque la provincia paceña y la ciudad se encontra
ban en medio de ambas conflagraciones y era imposible
que, de seguir ellas vigorosas, el alzamiento indígena no
llegase a la provincia de La Paz. Por consiguiente, la ciu
dad de La Paz comenzó a prepararse para la defensa y la
resistencia desde el mes de diciembre de 1780.
— 84 —
de la del Virreinato de la Plata. Almacenó armas; fueron
forjados algunos cañones y pedreros, se acumuló pólvora y
plomo para fabricar balas. En la larga orilla derecha del río
Choqueyapu, en las proximidades de San Pedro, en San
Francisco, en San Sebastián, cerca a P u ra -p u ra , en las
faldas del Calvario, en las de Killi - killi y en Santa Bár
bara, se construyeron baluartes, trincheras y parapetos
donde se instalaron puestos de artillería y de observación.
En los primeros días de marzo, la defensa de la ciudad
contaba todavía con la “probable” lealtad de los indios
de las comunidades de Potopoto, Sopocachi, San Pedro,
San Francisco y San Sebastián, pero cuando Tupaj Ka
tari estableció su campamento en el Alto, los indios de
las zonas suburbanas pasaron todos, completamente, al
servicio de las huestes de Tupaj Katari.
Cuando el sitio de la ciudad se hizo completo, un
anillo de hierro rodeaba sus lindes, cerrando todos los
caminos de acceso. El campamento del Alto clausuraba
el ingreso desde el sur, desde Oruro, y desde el norte,
del Cuzco y de Lima; en Chacaltaya estaba obstruido ^1
paso de los Yungas. Los campamentos de K illi-k illi y
Pampjasi cerraban el ingreso desde el este. Sopocacni,
Tembladerani y San Pedro, clausuraban cualquier ingle
so subrepticio que se produjese de las regiones del sur,
oeste y norte.
En cada punto importante de este anillo había un
campamento, pero los dos realmente importantes y no
tables, fueron los reales del Alto y de Pampjasi. Clan)
que el cuartel general era el campamento del Alto, pero
el de Pampjasi no podía ser desatendido o asignársele so
- 85 —
lamente segunda importancia. Merecía la atención per
manente del jefe. En este aspecto fue importante la ex:s
tencia del matrimonio Julián Tupaj Katari - Bartolina Si
sa como dos jefes de igual jerarquía, no sólo para ellos,
sino para los subjefes y coroneles y para las tropas indias.
Porque es evidente que sus jefes, subjefes, coroneles y
soldados, guardaban mucha veneración y querían a Tu
paj Katari; el mismo afecto y el mismo respeto le tenían
a su esposa la Virreina. Por eso es que para que ninguno
de los campamentos estuviese desatendido, había tempo
radas en las que Tupaj Katari permanecía en el Alto,
mientras la Virreina se encontraba en Pampjasi, y vice
versa, si Tupaj Katari se trasladaba a Pampjasi, Bartolina
Sisa quedaba en el Alto. Los ejércitos indios manifesta
ban la misma confianza y seguridad con su jefe supremo
como con la Virreina. Es que ambos eran sumamente ca
paces y responsables.
— 86 —
ticularmente en los círculos periféricos no tenían techos
de teja, sino, como decimos, de paja.
En lo que los españoles de la ciudad eran muy su
periores, era en la posesión de armas de fuego bien ma-
nicionadas, con las que contenían los asaltos y diezma
ban a los atacantes. Además, las formaciones tácticas de
los sitiados, en sus salidas, eran hábiles y seguras, des
trozando las aglomeraciones indígenas, aunque con evi
dentes dificultades. Pero lo que empezó a oprim ir a los
defensores y habitantes de la ciudad, fue el hambre. ^ a
en el mes de mayo comenzaron a escasear los víveres >
subsistencias. Los paceños comieron sus animales de car
ga y de silla, sus perros y gatos, y hasta los ratones. En
el mes de junio el hambre era ya insostenible, realmente.
— 87
14.— PRISION Y M ARTIRIO DE LA “VIRREINA
— 89 —
mo siempre, un extraordinario coraje. Aranzáez se refie
re a este hecho afirmando que Tupaj Katari le presentó
dura batalla a Flores, pero que “apesar del valor incom
parable de los suyos fue derrotado y vencido, perdió su
caballo y tuvo que trasladarse a pie hasta los altos de
Sapahaqui desde donde se dirigió a pie a su campamen
to del A lto”. (’)
- 90 —
prendente cómo los caudillos de Chayanta Tomás, Dá
maso y Nicolás Katari, José Gabriel Tupaj Amaru y su
esposa Micaela Bastidas Puyucahua de Tungasuca; Die
go Cristóbal Tupaj Amaru, Andrés Mendigure y otros de
Tinta y Azángaro; Julián Tupaj Katari de La Paz, y to
dos los demás caudillos, no hubiesen sido apresados co
mo resultado de acciones de armas francas y categóricas,
sino gracias a la delación, la infidencia, la traición y la
emboscada que practicaron los españoles en las filas in
dias de todos los niveles.
- 91 —
úlLmo campamento habían inicios de confusión crea.la
por la llegada del refuerzo realista a la ciudad. Acompa
ñada de un destacamento insurgente en el que se infil
traron muchos indios que habían tomado contacto con
los chapetones, logró bajar del Alto a la región de>Tem-
bladerani y de allí fue hacia Sopocachi. Cuando pasaba
por este lugar, sus acompañantes confabulados con los
españoles la apresaron y entrando en contacto inmedia
to con un destacamento español emboscado en las inme
diaciones, la entregaron a sus enemigos, a cambio del
indulto, que muchos no lograron gozar, pese a su infa
me traición. Juntamente con Bartolina Sisa fue preso su
Secretario escribiente, el mestizo Juan Hinojosa. “En e?-
te día — 2 de julio de 1781— sucedió lo mismo que en
el anterior — anota Sebastián de Seguróla en su “D ia
rio *— : presentáronse varios indios a solicitar indulto, el
que se les concedió inmediatamente; y entre éstos y una
partida de las tropas de Cochabamba, entregaron al Co
mandante D. Ignacio Flores, la india que se llamaba Vi-
rreyna, presa por los primeros, y que se suponía ser mu
jer legítima del principal alzado”. (‘)
El Secretario de Bartolina Sisa, o sea el mestizo Juan
Hinojosa, que le llevaba su correspondencia y su docu
mentación, fue pasado por las armas al día siguiente, 3
de julio, por sentencia del propio coronel Ignacio Flores,
mientras Bartolina Sisa fue enviada a la ciudad, donde
la encarceló el brigadier Seguróla, a la espera de los acon-
- 92 —
tecimientos. Estos, se precipitaron en una sucesión real
mente notable.
Bartolina Sisa, en la prisión sórdida y húmeda que
después fue llamada de las Cajas, soportó un trato espe
cial, por lo malo y cruel. Su destino ya estaba resuelto de
antemano, pero Seguróla no disponía su juzgamiento ni
su muerte porque podía utilizar a la “Virreina” ante los
indios en cualquier apuro. Además, los españoles esp i
raban que por el tormento y la presión moral, p o dun
arrancar de Bartolina Sisa declaraciones que les condu
jeran a conocer los “enterratorios” donde se sabía que
los caudillos del alzamiento habían escondido los tesoros
privados y públicos que se decía habían saqueado en las
poblaciones y en las haciendas de la vasta provincia de
La Paz.
En su prisión húmeda y lúgubre supo Bartolina Sisa
acontecimientos decisivos como la inundación, captura y
represalias de Sorata por Andrés Mendigure (Tupaj Ama-
ru) el 4 de agosto de 1781, el desbande por deserción cié
los cochabambinos y retiro del ejército de auxilio de Ig
nacio Flores, el mismo 4 de agosto, el restablecimiento
del sitio de La Paz por su marido Julián Tupaj Katari íl
6 de agosto, y la llegada de Andrés Tupaj Amaru y sus
tropas, como gran refuerzo para su esposo, al campamen
to del Alto, a mediados del mismo mes de agosto.
— 95 —
realizado con Sorata, rindiendo así los indios a esta c ri
dad. Durante el mes de septiembre y los primeros días
de octubre, alrededor de cinco mil indios construían la
gran represa de Achachicala. A fines de septiembre el
caudillo Anarés Tupaj Amaru ante un llamado urgente
de Diego Cristóbal Tupaj Amaru desde Azángaro, p a n
discutir la proposición de indulto que habían hecho 1 <js
autoridades del Cuzco y Lima, tuvo que retirarse con sus
aguerridas y disciplinadas tropas, quedando nuevamen
te sólo con sus huestes aymaras, Julián Tupaj Katari. Sin
embargo, Miguel Bastidas, que también había adoptado
el nombre de batalla de Tupaj Amaru, quedó en el Alto
en representación de Andrés Tupaj Amaru.
— 94 —
Choqueyapu, fueron arrastrados inconteniblemente y los
casas de esos lugares fueron arrasadas, pero aunque el n ;-
vel de las aguas subió once varas según crónicas de la
época, los efectos de esta inundación no llegaron a alcan
zar la magnitud destructiva del río San Cristóbal igual
mente represado por Andrés Tupaj Amaru en Sorata en
el mes de agosto.
1 5 .— BARTOLINA SISA MUERE POR
LA LIBERTAD DE LOS INDIOS
— 97 —
sámente el canje del cura párroco Vicen.e Rojas y otros re
ligiosos prisioneros de los aymaras, con la “Virreina”, sin
que los españoles hubiesen accedido & esas propuestas
Cuando se replegó el caudillo aymara a Peñas, Miguel
Tupaj Amaru ya había tomado contacto con los españoles
para negociar su propio indulto, basado en el que propu
sieron las autoridades del Cuzco y Lima a Diego Cristóbal
Tupaj Amaru que estaba en su cuartel general de Azán-
garo, pero los españoles le exigieron se sumase a esa pe
tición Julián Tupaj Katari. Este, de inc.ediato, incluyó en
la posibilidad de negociación a su esposa Bartolina Sisa
pero los chapetones contestaron con evasivas, exigiendo en
cambio, la presencia física de los dos jefes en el campa
mento español, para formalizar las gestiones del supuesto
indulto.
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la cordillera una sólida línea de resistencia, para conectar
se con las huestes de Diego Cristóbal Tupaj Amaru que
combatían aún fuertemente en la región cordillerano— al-
tiplánica de Azángaro, al norte del Lago Titicaca; mientras
el grueso de los contingentes aymaras del sur del mismo I^i-
go, volvían a sus tierras para sembrarlas y acopiar produc
tos con los cuales subvenir ventajosamente la nueva insu
rrección en perspectiva.
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del propio general José de Reseguín, k- entrega vil de Ju
lián Tupac Katari.
La noche del 9 de noviembre de 1781, Inga Lipe ofre
ció a su jefe y pariente una comida en una casa de la co
munidad o ayllu de Chinchaya, pensando embriagarlo has
ta que llegasen los realistas para entregarlo en ese estado,
pero Tupaj Katari, suspicaz y alerta, se levantó en media
comida y se despidió de los circunstantes, no obstante la
porfía de su anfitrión. El caudillo se dirigió a pie en una
noche lóbrega, hacia una rinconada llamada Cheje— pam
pa y de ahí subió la serranía cordillerana para llegar a su
cumbre lejana y dar la vuelta hacia una pequeña quebra
da llamada Cheke— jahuira para avanzar hacia Timusí,
en demanda de la cordillera y de la puna a fin de salir na
cía el camino a Azángaro. Pero ya era tarde; más o mencs
media noche, y el caudillo estaba sumamente cansado. Por
eso al dejar Cheje— pampa y comenzar el ascenso de la
serranía, se quedó en la cabaña de una anciana, durmien
do allí con alguna confianza.
Inga Lipe había seguido cautelosamente a Tupaj Ka
tari a su salida de Chinchaya, y cuando, a poco tiempo
se encontró aquí con el capitán Ibáñez y su tropa, les ss-
ñaló la dirección de la fuga de Tupaj Katari, expresáa-
doles su creencia de que estaría en las faldas de los cerros
en alguna casucha, de las que no había muchas. Ibáñez
avanzó con presteza, desplegó su tropa y a las dos de 1<<
mañana más o menos del 10 de noviembre sorprendió a
Tupaj Katari en pleno sueño. Sin perdor tiempo, fue ase
gurado y conducido a uña de caballo a Achacachi y de allí
a Peñas, adonde llegó el 11 de noviembre al anochecer. Ese
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mismo día comenzó la instrucción de un proceso ya perfec
tamente urdido per las autoridades y perfectamente mon
tado en sus detalles por el oidor de la Audiencia de Chi
le Tadeo Diez de Medina, quien, ni tardo ni perezoso,
pronunció sentencia de muerte el día 12.
— 101 —
I
Andrés Tupaj Amaru que le acompañó en el sitio y la
captura de Sorata en los meses de junio y julio de 1781 y
que similarmente a la Virreina Bartolina Sisa cayó pri
sionera del coronel Flores, fue también procesada al mis
mo tiempo que aquélla e igualmente condenada a muerte
en el mismo suplicio.
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Esta sentencia tiene fecha "5 de septiembre de 1782
y en la misma fecha el oidor Tadeo Diez de Medina, pro
nunció otra sentencia condenando también a la horca in
famante, con los mismos detalles antecedentes, a Grego-
ria Apaza, hermana de Tupaj Katari. Ambas ejecuciones
con el aparato mencionado en los fallos, se ejecutaron en
la Plaza de Armas de La Paz, en la mañana del 6 de sep
tiembre de 1782.
Así murió Bartolina Sisa que luchó con coraje y ab
negación, junto a su esposo, el valiente Tupaj Katari, por
la liberación de los indios de su situación de inferioridad,
de servidumbre, de humillación y esclavitud, de ignoran
cia y de miseria, que padecían bajo el sistema autocrático
y despótico del colonialismo español.
— 103 —
INDICE
/
PAGINA
1 .— La mujer en el Tahuantinsuyo y en la
Conquista ............................................... 7
2 .— Varón español y mujer indígena. Socie
dad de castas .......................................... 13
3 . — Cocales en Yungas; uso de la coca . . 19
4. — Los obrajes de Río Abajo y de las que
bradas paceñas ...................................... 25
5 .— Margen de permeabilidad del indio en
la Colonia ............................................... 31
6 . — Bartolina Sisa, india comerciante . . . . 37
7 .— Julián Apaza se refugia en el comercio 43
8 . — Encuentro, matrimonio y familia . . . . 49
9 . — Tupaj Amaru, Tupaj Katari y la suble
vación en m a r c h a ................................... 55
10. — Chayanta en el Alto Perú y Tinta en el
Bajo .......................................................... 61
1 1 .— La sublevación de Tupaj Katari ......... 69
1 2 .— La Virreina Bartolina S i s a .................... 75
1 3 .— Los campamentos del Alto y Pampjasi 83
1 4 .— Prisión y martirio de la “V irreina” . .. 89
15.— Bartolina Sisa muere por la libertad de
los in d io s ................................................... 97
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LA PAZ - BOLIVIA