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COLECCION: ALIPIO

TRADICION | VALENCIA
HISTORIA VEGA
ALIPIO VALENCIA VEGA

BARTOLINA
SISA
LA VIRREINA AYMARA QUE MURIO
POR LA LIBERTAD DE LOS INDIOS

LIBRERIA EDITORIAL ' J U VE NT UD ”

La Paz — Bolivia
Es propiedad del Editor.
Quedan Reservados los
Derechos de acuerdo
a Ley.

Empresa Editora “Urquizo” S. A.

Impreso en Bolivia — Printed in Bolivia


LA MUJER EN EL TAHUANTINSUYU

Y EN LA CONQUISTA.

La de los historiadores en el mundo, con


referencia al rol desempeñado por la mujer en el desarro­
llo social, ha sido de subestimación, asignando solamente
a los carones los papeles fundamentales de la historia y
del progreso. Recién en los tiempos contemporáneos, se
ha iniciado una obra de reivindicación de la importancia
femenina en la afirmación y crecimiento de los grupos
sociales humanos. En este sentido, tanto vale la tarea que
cumple la mujer como la que realiza el varón en aque­
llos aspectos.
Cuando los españoles descubrieron el Nuevo Mun­
do, este continente estaba profusamente poblado por so­
ciedades de cultura desigual, según el ambiente geográ­
fico en que se habían desenvuelto. En los bosques tro­
picales de las bajas llanuras atravesadas por largos y cau­
dalosos ríos, los grupos humanos, de acuerdo a la tipi­
ficación cultural del sociólogo Lewis H. Morgan y de Sal­
vador Canals Frau, no habían pasado de la gran etapa
del salvajismo. En las praderas norteamericanas donde
abundaban las manadas de bisontes, ya los pieles rojas
llegaron hasta el estadio medio de la barbarie, y en las
mesetas altas del continente como el Anahuac, Cundina-
marca o el Altiplano interandino, hubo sociedades que
alcanzaron el estadio superior de la barbarie. Nadie ha­
bía llegado, sin embargo, como los europeos y los asiáti­
cos, a la etapa de la civilización moderna.

En la América del Sur, en la región del Perú, com­


prendida entre el río Angasmayo por el norte, hasta el
río Maulé por el sur, y desde las faldas orientales de la
Cordillera Andina en el este, hasta la costa del Océano
Pacífico en el oeste, se constituyó el Tahuaníinsuyu, po­
deroso Estado monárquico - teocrático, que fue llamado
Imperio Incaico por los españoles, con un sistema eco­
nómico - social afirmado en el colectivismo agrario y en la
igualdad de los hombres por el trabajo y la posesión de
la tierra.

La sociedad incaica, basada territorialmente en ti


ayllu o comunidad local, practicaba la distribución de la
tierra a todos los habitantes, en cuanto integraban fami­
lias, para que la trabajaran y obtuvieran de ella los re­
cursos de su subsistencia. Nadie dejaba de recibir su par­
cela suficiente para sus necesidades, ni tampoco nadie po­
día dejar de cultivarla para subsistir. La familia: padre,
madre e hijos, era esencial para recibir la parcela corres­
pondiente, porque a cada miembro de ella, se le daba

8 —
su porción: al padre un tupu ('), a la madre medio tupu,
a cada hijo un tupu y a cada hija medio tupu.
En la familia incaica, el padre indudablemente, era
el jefe, y la madre y los hijos le debían obediencia, peí o
no es evidente lo que contaron algunos cronistas españo­
les en sentido de que la mujer era esclava del marido y
estaba en situación de terrible inferioridad. Lo evidente
es que siendo la tierra que distribuían las autoridades del
ayllu, la gran fuente de recursos para la familia, todos sus
miembros: padre, madre, hijos e hijas tenían que culti­
varla y trabajarla para hacerla fructificar y subsistir con
su producción. Los hijos, solamente cuando eran niños,
eran destinados al cuidado de los rebaños de llamas y
alpacas que tampoco eran de propiedad individual, sino
de propiedad colectiva porque pertenecían al ayllu o co­
munidad agraria.
La mujer en el hogar kechua o aymara no era me­
nospreciada ni maltratada. Ocupaba su lugar; subordina­
da indudablemente al esposo que era jefe natural de la
familia, era acreedora a consideraciones; el marido siem­
pre requería el consejo de la mujer y no podía ni debía
pegar ni tratar despectivamente a la esposa. Era igual que
su esposo, y esta igualdad se establecía concretamente en
el trabajo; la mujer cultivaba la tierra en las mismas con­
diciones que el marido; le ayudaba a preparar la tierra,

(1) “Tupa”, en kichua y aymará, no es una extensión fija


como la hectárea, sino que esa extensión es variable.,
determinada por el grado de fertilidad del suelo y las
necesidades que debe cubrir el sujeto humano que re­
cibe la parcela de tierra.

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a arar los campos, a abrir los surcos, a echar las semillas,
a cuidar los cultivos, a deshierbar y aporcar, a cosechar
los frutos. En estas condiciones había armonía en la fa­
milia y las necesidades del mantenimiento de los cultivos
de la tierra, conducían a la práctica de la monogamia. La
mujer, en consecuencia, era realmente la mitad del hogar, y
marido y mujer lo complementaban, estableciendo un gran
concepto de dignidad de ambos consortes en el matrim>
nio. En la misma forma eran respetados los hijos varo­
nes y mujeres, y éstos obedecían y veneraban a sus padres.

En realidad, fue la Conquista española la que intro­


dujo un criterio de rebajamiento de la dignidad de la
mujer en la sociedad. Desde luego, si el Descubrimien­
to fue un hecho consumado por su propia naturaleza,
solamente por elemento masculino, las tareas de conquis­
ta y dominación de las nuevas tierras y sus poblaciones,
fueron realizadas también solamente por guerreros, todos
los cuales, de acuerdo al criterio y a la organización de la
sociedad europea, no podían ser sino varones. De estos
oficios: marineros, descubridores, guerreros, conquistado­
res, quedaban excluidas las mujeres, porque a éstas, ha­
cía ya siglos que en la cultura occidental, se las conside­
raba integrantes de un sexo eminentemente débil, incapaz
de realizar ni participar de acciones fuertes, correspon­
dientes solamente al sexo masculino, o sea a los varones

De aquí, de esta situación, es que los conquistado­


res, al encontrarse, no con combatientes varones sola­
mente en las tierras nuevas, sino con vastas sociedades
completas, aparecieron como exponentes de una sociedad
civilizada, adelantada con relación a las sociedades indí­

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genas, pero no sociedad integrada, con varones, mujeres,
niños y ancianos, sino solamente con varones fuertes y
guerreros, frente a sociedades nativas íntegras y densa­
mente pobladas. No eran solamente guerreros aztecas o
muiscas o tahuantinsuyus que se ponían en contacto con
ellos, sino grupos vastos y complejos de guerreros y de
otros sectores sociales, varones, mujeres, niños, jóvenes y
viejos indígenas. Es decir, que en todo conjunto de gue­
rreros conquistadores, los españoles eran solamente varo­
nes que se pusieron en contacto, al conquistar y sojuzgar,
con las poblaciones indígenas íntegras en todo el Nuevo
Mundo. La Conquista no tuvo, pues, aspecto femenino.

11 —
2._ VARON ESPAÑOL Y MUJER INDIGENA.—
SOCIEDAD DE CASTAS

La Conquista española y la colonización subsiguien­


te fueron hechos históricos que se caracterizaron por la
llegada de hombres blancos (españoles) al Nuevo Mundo
recién descubierto, sin la compañía de mujeres europeas,
para enfrentarse a sociedades indígenas, en las que abun­
daba el elemento femenino que, obedeciendo a leyes bio­
lógicas, fue apetecido vorazmente Ipor el advenedizo con­
quistador o colonizador. La Conquista y la colonización
del Nuevo Mundo son así, hechos que establecen en la
historia, la presencia abundante de la prepotencia mascu­
lina de una raza extraña y ensoberbecida, frente a la vas­
tedad femenina, sumisa y acobardada de las sociedades
nativas conquistadas y sometidas.
Por eso es que desde el punto de vista biológico, la
conquista y la colonización de América, realizaron una
ecuación de fuerza: el varón español, prepotente y abu­
sivo, orgulloso de su superioridad, frente a la mujer in­
dígena del Nuevo Mundo, sana pero atemorizada, nume­
rosa pero sumisa hasta la humillación. Este fenómeno,

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desde el aspecto biológico, lo caracteriza magistralmeme
Gustavo Adolfo Otero: “La presencia del hombre blan­
co de origen hispano, planteó escuetamente, después de
las fatigas de la guerra y de la lucha contra el medio geo­
gráfico, el problema sexual, agravado por el hecho de
que la Corona española, prohibió el traslado de mujeres
a las nuevas tierras, fomentando en esta forma indirecta
el mestizaje. Eran los propios indios en su categoría de
caciques o los jerarcas que ofrecían sus hijas nobles y be­
llas a la codicia sexual de los conquistadores; o era tam­
bién la propia iniciativa masculina que buscaba el rega­
zo de las indígenas trémulas y curiosas, que se sacrifica­
ban alegremente ante los semidioses barbudos, fuertes y
victoriosos.'El éxito guerrero que fue siempre objeto de
la atracción femenina de todas las razas, se unía en las
indígenas a la aterida admiración ante esos nuevos hom­
bres de ojos azules y manos viriles. La mujer india esta­
ba marcada aquellos días con el signo primitivo de ser
nada más que el solaz del guerrero. Esta siembra humana
sin otra finalidad que el placer, ajena a la organización
de la familia, era la realización de la poligamia unida a la
naturaleza del hombre. En aquellosrprimeros días de ’a
Conquista, tuvo ejecutoria aquella fórmula paradisíaca te
que cada hombre puede engendrar diariamente un hijo,
mientras la mujer sólo puede ser madre una vez al año,
y que tampoco fue extraña a través de la misma Colonia,
ya que en 1666 un bigardo fue sentenciado por la Santa
Inquisición de Chuquisaca por haber poseído a 360 mu­
jeres indígenas. No hubo, pues, en aquella aurora de la
Conquista sino el predominio de las leyes brutales de la
naturaleza. Fue el transcuiso civilizador de los días y la

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fundación de los centros urbanos o pueblos, que introd i-
jo procedimientos humanizados, a base de la intervención
religiosa y de la aplicación {de las leyes hispanas, regula­
das por el Código de Indias. Aquellos frutos primigenios
de la ley de la jungla que fue el mestizaje, hicieron su apa­
rición en medio del abandono, mientras las madres que­
daban arrojadas en la soledad del campo y el conquista­
dor seguía camino adelante en busca de sus sueños, desa­
fiando al hambre, a las incomodidades y a la muerte. Que­
daban como huella de su paso, en los altiplanos, en los
valles o en las montañas, niños d* piel aceitunada, dota­
dos de un nuevo hálito psicológico”. (!)
Ya se sabe que los soldados de la Conquista no fui-
ron nobles, fueron más bien plebeyos: Pizarro fue un
porquerizo o pastor de cerdos; Almagro fue un expósito
sin familia. Muy pocos, poquísimos, fueron nobles veni­
dos a menos, como Hernán Cortés. Unos, los plebeyos,
buscaban con sus aventuras y sus encomiendas nutridas
de siervos indios en América, ganar sus primeros blaso­
nes de nobleza; otros, los nobles arruinados, querían re­
verdecer los laureles de sus marchitos pergaminos. Has­
ta hubo judíos usureros y prestamistas — los sefarditas—
que huyendo de las persecuciones del Santo Oficio penin­
sular, pasaron a América, españolizando sus apellidos pa­
ra mimetizarse en sus ganancias de tierras y siervos, en­
feudando sus existencias, tal como lo hacían los aventu­
reros cristianos.

(1) Gustavo Adolfo Otero.— “La Vida Social en el Colonia­


je” . Ed. Librería “Juventud” .- La Paz.

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Por eso es que durante los primeros días de la Con­
quista, muchos de los soldados españoles combatientes,
buscaron con avidez a las nobles indígenas, parientes \
hermanas de sinchis y curacas o de los propios incas — el
capitán Garcilaso de la Vega casado con una hermana
del Inca Huáscar, es un ejemplo— , para contraer matri­
monio, y adquirir, “por afinidad”, rasgos de nobleza y
sangre azul. Pero después, las mujeres indígenas, prince­
sas, nobles o del pueblo, fueron consideradas simplemen­
te como carne de placer, aptas para satisfacer el apetito
sexual de conquistadores y colonizadores. “El concubina­
to fue, pues, legítimo sin más que la simple unión hasta
que el Tercer Concilio reunido en México en 1585, re­
solvió autorizar los matrimonios entre blancos e indias,
prohibiendo que ningún español por su conveniencia pu
diera impedir el matrimonio de los indios con quienes
ellos quisieran”. (2)

Así fue cómo el mestizaje se propagó incontenible­


mente en las colonias españolas del Nuevo Mundo, espe­
cialmente en aquellas que estaban cargadas de contingen­
tes nativos indígenas, como Nueva España o México, Cen-
troamérica y el Perú. De la posición demográfica de con­
quistadores, conquistados y mestizos resultantes de !as
mezclas de unos con otros, es de donde emergió en el
Nuevo Mundo una sociedad de castas, que algunos llama­
ron estamentos, con todas sus características de ocupa­
ción, rango, posición social y económica y, sobre todo,
con la característica de la impermeabilidad social de unas
castas hacia otras.

(2) Gustavo Adolfo Otero.— Ob. citada.


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En el Alto Perú, estas castas fundamentales fueron
cuatro por orden de superioridad: a) españoles europeos
o blancos, b) españoles americanos o criollos, c) mestizos
o cholos y d) indios siervos. En el Alto Perú, adonde hu­
bo escaso ingreso de esclavos negros del Africa, no hubo
las grandes complicaciones de mulatos y zambos y de­
más derivaciones que abundan en los países americanas
de clima tropical y en el sur de los Estados Unidos de
Norteamérica. La mujer, en cualquiera de las colonias es­
pañolas, no estuvo exenta de su participación en las cas­
tas, de tal manera que había mujeres blancas o europeas,
criollas o americanas nativas, mestizas o cholas e indias
siervas. Estas últimas se encontraban en las mismas con­
diciones de inferioridad, servidumbre, ignorancia y de­
pendencia que los varones indios.

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__________________________________________________________________________
3 .— COCALES EN YUNGAS;

USO DE LA COCA.

Una de las plantas originarias de la América del S’ir


ha sido la coca, de la cual actualmente se extrae un alca­
loide que es la cocaína, de uso médico, pero cuyo abu.'O
convierte a sus usuarios en drogadictos que destruyen su
salud física y psicológica. La coca es un arbusto propio
de ciertas quebradas de clima tropical que existen en al­
gunas vertientes orientales de la Cordillera Real; son, en
realidad, vegas más o menos profundas que fueron con­
quistadas y colonizadas por aymaras y kechuas, antes de
los españoles, pero que por las enfermedades regionales
y especialmente las fiebres palúdicas o “tercianas”, no p u ­
dieron arraigar como población permanente en esas re­
giones.

Esas quebradas llamadas por los indígenas “yunkas"


y que ahora se dice “yungas”, fueron aprovechadas por
los Incas para disponer en ellas el cultivo de la coca, plan­
ta originaria de esas regiones, y que tenía condiciones di­
gestivas y medicinales muy apreciables. Como esas que­

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bradas estaban formadas por el faldeo de la Cordiilera al
caer hacia las regiones bajas, los cultivos se hacían me­
diante los famosos andenes o terrazuelas para lograr lon­
jas de terreno más o menos planas. Los yungas eran re­
giones habitadas por tribus salvajes ariscas, los famosos
“chunchus” que, ante el avance de aymaras y kechuas,
se iban retirando hacia tierra adentro. Por eso, los cul­
tivos de coca en esas regiones, se habían afirmado con -.l
sistema de mitimaes o miiimacus trasladados desde otrfis
regiones del Altiplano y el occidente del Tahuantinsuyu,
o bien — más generalizadamente— mediante la institu­
ción de la mitta, que quiere decir turno.

El consumo de la coca en el Tahuantinsuyu no había


sido vulgarizado en la masa popular, porque como cada
miembro de familia en cada ayliti recibía parcelas sufi­
cientes para su subsistencia; y para los casos de sequías, ex­
ceso de lluvias, heladas, granizadas, u otros fenómenos te­
lúricos, se practicaba un amplio sistema de previsión so­
cial mediante las reservas de productos diversos almacena­
dos en los millares de tqmpus (tambos) existentes en todo
el territorio <?bl Imperio, no había necesidad de ningún
substituto de la alimentación como la coca. El uso de estas
hojas, durante el Tahuantinsuyu estaba reservado, por tan­
to, a la familia imperial incaica, sus parientes en todo ®1
territorio incásico, a los curacas, sinchis y otros altos digna­
tarios del Estado, que masticaban la hoja juntamente con
la “llujta” hecha de cenizas de palo de quinua, para fin^s
digestivos y contra inflamaciones e irritaciones estomaca­
les y de los intestinos. Por consiguiente, el cultivo de la
coca en los yungas a\ este del Cuzco o en los que se encon­

— 20
traban al oriente de los partidos de Omasuyos y Sicasicas
o Sucasucas y hacia el noreste de Cochabamba, se prac­
ticaba en áreas que no eran muy extensas.

Fue el Coloniaje, apenas establecido en el antiguo te­


rritorio del Tahuantinsuyu, el sistema que propagó el cul­
tivo de la coca en todos los terrenos aptos de las tierras
conocidas con el nombre de yungas, especialmente en la
provincia de La Paz. En esas regiones, los españoles se
apoderaron de esas tierras quebradas y en ellas establecie­
ron encomiendas como en todas partes de América. Pero
como no realizaron una acción pobladora de esas regiones
quebradas, los encomenderos y hacendados que estable­
cieron cocales, se encontraron ante una gran dificultad: la
falta de mano de obra para trabajarlas.

Por esta circunstancia — parecida a la que se daba


en las minas— , y como las autoridades y leyes de Indias,
trataron sistemáticamente de subestimar esa omisión, evi­
tando al mismo tiempo que las castas de españoles y crio­
llos tuvieran que verse obligados al trabajo manual inno­
ble y denigrante, según el feudalismo, hicieron extensiva
el sistema del servicio obligatorio de la mita, instituido por
el Virrey Francisco de Toledo, a los “cocales” de los Yun­
gas. “De aquí que hubo de establecerse la mita de la coca
con las consiguientes limitaciones reglamentarias. Las jor­
nadas de la mita de la coca se previa que fuesen cortas,
con descanso los domingos, fiestas y días de lluvia. Debían
“corar’' y labrar la tierra no en el recio del sol; se preveía
de darse por terminada la mita y haberse de pbonar los jor­
nales íntegros de ella a la primera infracción, y luego dc-

— 21 —
bían ‘quichir’ (') una tarea fija de hojas que no alcanzara
a no más de 50 tam bores” (2).
De esta manera el cultivo de la coca fue intensificado
por los encomenderos españoles y ya Garcilaso de la Vega,
en los primeros tiempos de la Colonia, pudo afirmar: “ La
mayor parte de la renta del Obispo, de los Canónigos y
de las dignidades eclesiásticas procede de los diezmos de
la coca. . . Muchos españoles se han enriquecido y enri­
quecen con el trato de esta yerba”. Es que la producción
de la coca, cualquiera que fuese la cantidad a que subiese,
encontraba inmediato consumo en todo el Perú, en la Pre­
sidencia de Quito y en el norte del Río de la Plata.

A este respecto, la Colonia operó un fenómeno intere­


sante con respecto al consumo de la coca. En el Tahuaiv
tinsuyu, la producción y consumo de esta hoja — ya lo he­
mos dicho— estaba limitado a la familia imperial y a los
altos dignatarios del Imperio. La masa popular no cono­
cía el uso de la coca y, por consiguiente, no la consumía
ni la requería, porque la producción sólo abastecía a la fa­
milia incásica y a los círculos de altos dignatarios del Es­
tado.

Los españoles que establecieron el trabajo servil de


masas de indios en las encomiendas que posteriormente se
transformaron en haciendas, y el trabajo esclavo de la mi­
ta en las minas, en los obrajes y en los propios cocales, tra­

(1) “ Quichir”, en aymará, significa arrancar la coca ho­


ja por hoja, de la mata.
(2) “Tambor de coca” , era una medida equivalente a 25
libras.— Gustavo Adolfo Otero.— Ob. citada.

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taban de explotar al máximo el esfuerzo físico de estos tra­
bajadores, escamoteándoles cuanto podían la alimentación
para renovar convenientemente sus energías. Descubrie­
ron entonces que la masticación de la coca, anestesiando
las funciones estomacales y nutritivas, podía d'straer efi­
cazmente el hambre de los trabajadores, y entonces fueron
los encomenderos, los gerentes y propietarios de minas y
los administradores de obrajes y cocales, quienes se encar­
garon de divulgar a veces por la fuerza, el uso de la coca,
entre las masas de indios del Perú, haciéndose extensiva
su masticación hasta a gruesos sectores de mestizos artesa­
nos, especialmente los de oficios que mayor despliegue de
energías físicas requerían.
4 .— LOS OBRAJES DE RIO ABAJO Y
DE LAS QUEBRADAS PACEÑAS

Los españoles al organizar la Colonia, legislaron mu­


chos aspectos de la vida y de las actividades sociales del
vasto imperio hispano en América; por eso es que hubo la
Recopilación de Leyes de Indias, la Nueva Recopilación y
la Novísima Recopilación con miles de leyes. Y en su afán
de reglamentar teóricamente la vida colonial, dictaron dis­
posiciones hasta para la manera de vestir. En este aspecto,
en general, los españoles europeos y los criollos, fueron in­
ducidos a seguir las modas de la metrópoli, tanto en varo­
nes como en mujeres, y en cuanto a los mestizos, les fue­
ron impuestas las vestimentas de los sectores plebeyos de
las diversas regiones españolas, especialmente andaluzas,
catalanas y vascas o vascongadas». Los indios, a partir del
siglo XVIII particularmente, fueron asimilados a los ve>
tidos de los labriegos de los campos de la Península.
i

La distinción de castas en el Nuevo Mundo y particu­


larmente en el Perú, se reflejó en el uso de telas para los
vestidos, tanto masculinos como femeninos. “También
ofrecen ecuaciones inéditas los valores estéticos de la mo­

— 25 —
da de calcomanía que han servido para aislar los grupos
sociaics del Alto Perú no sólo en clases sociales, sino ¿n
grupos encerrados en círculos del hermetismo étnico (*)•
En este sentido, la vestimenta en las colonias, se confec­
cionaba de telas y paños, unos importados desde España,
y otros tejidos o producidos en las mismas colonias.
Las castas de españoles europeos y criollos o españo­
les americanos, debían mandar confeccionar su vestimen­
ta, tanto prendas interiores, como la ropa exterior, con ma­
teriales importados de Europa. Estos textiles no se pro­
ducían en España propiamente, sino en Flandes, en Holan­
da, en Inglaterra y en Francia, y desde estos países eran
adquiridos por los comerciantes autorizados por la Casa de
Contratación — extranjeros, españoles o judíos—, de don­
de se distribuían en la Península y se exportaban a las
colonias del Nuevo Mundo. Brocados, lienzos, tafetanes,
paños, cachemira, sedas, bordados, adornos, lencería, som­
breros de castor, frazadas, eran los artículos textiles que se
llevaban de España a sus colonias de América. Con estas
telas y estos materiales importados, solamente los españo­
les blancos y los criollos eran quienes podían y debían
vestirse. En cambio, los mestizos y los indios, tenían que
emplear en sus confecciones y su vestimenta interior y ex­
terior, las llamadas “telas de la tierra”, que se tejían on
las propias colonias.
Como la población indígena y mestiza era numerosa,
cuantiosamente muy superior a la española— criolla, la
necesidad de telas nativas para la vestimenta de esta nu-

(1) Gustavo Adolfo Otero.— Ob. citada.

— 26 —
merosísima población, determinó la organización de esta­
blecimientos pre— industriales textiles, que se llamaron
precisamente "obrajes’ . “Según la descripción que ofrece
Juan de Solórzano, el autor de la famosa ‘Política India­
na’ , los obrajes podían definirse como lugares donde bi
lan, tejen y labran no sólo jergas, cordellates, bayetas,
frazadas y otros estambres de poco arte y precio, como al
principio solían hacerlo, sino paños fuertes de todas suer­
tes y jerguetas y rajas y otros tejidos de igual estima, que
casi se pueden comparar con los mejores que se llevan de
España, a tanta costa y riesgo de los que tratan en ellos,
a las cuales oficinas se les llama comunmente obrajes (').
Los obrajes se establecían generalmente en el campo,
en sitios benignos donde se podía conseguir materia pri­
ma abundante: lana de oveja, de alpaca y de vicuña, agua
y mano de obra. En este último aspecto donde hubiera
abundancia de población indígena, porque fueron los in­
dios los que constituyeron la masa de trabajadores de los
obrajes en las operaciones de cardadura y escarmenadun,
hilado, teñido de los hilos y tejido. Se fabricaba bayeta,
cordellate, cordoncillo, paños, jergas, jerguetas, ponchos,
frazadas, bufandas, aguayos (manteletas), rebozos, som­
breros de lana de oveja o de vicuña, Todo este material,
menos los textiles de vicuña, eran consumidos para su ves­
timenta, por los indios y los mestizos. Posteriormente, io«
obrajes no solamente confeccionaron telas de lanas, sino
también de algodón y de lino o cáñamo.

(1) Emilio Romero.— "Historia Económica del Perú”.—


Ed. Sudamericana.— Buenos Aires, 1949.

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Todas estas telas y hechuras de los obrajes fueron lla­
madas “telas de la tierra”, y su necesidad y demanda hizo
que tales establecimientos se multiplicaran en las colonias.
En el Perú fueron numerosos; los de Paucarcolia tuvieron
importancia porque su producción alcanzaba a llegar a Po­
tosí. En el Alto Perú hubo obrajes en La Paz, en Cocha-
bamba, en Tarija y en Mojos y Chiquitos; su producción
abastecía a las minas del país, fuera de todas las áreas ru­
rales. En el Río de la Plata hubo obrajes notables en Tu-
cumán, Catamarca y Santiago del Estero.

En la provincia de La Paz, como en otras regiones


de América colonial, los obrajes estuvieron a cargo de con­
gregaciones religiosas: dominicos, franciscanos, merceda-
rios, jesuitas, monjas concepcionistas, o de encomenderos
particulares. Hubo obrajes prósperos y productivos en lis
quebradas de Río Abajo: en Caracato, en Sapahaqui o en
Luribay; cerca a la ciudad de La Paz, hubo unos obrajes
notables, más o menos a cinco kilómetros de la ciudad, a
orillas del río Choqueyapu. “En La Paz los obrajes fueron
instalados por pobladores fundadores (de la ciudad): Juan
de Rivas, Fernando Chirinos y Juan de Vargas. Chirinos
y Juan de Vargas eran socios de un “obraje”; el segundo
instaló una tienda para el expendio de sus productos, y 1j
calle donde se situó esta tienda llevó su nombre hasta el
presente siglo (siglo XX) 0 . Juan de Vargas obtuvo grarh
des utilidades de los obrajes, y pudo permitirse el lujo de
obsequiar a la ciudad cuatro de sus primeras iglesias. La

(1) Hoy, esta vía se llama Calle Potosí.

— 28 —
región donde se instalaron estos obrajes pasó a la posteri­
dad con este nombre” (2).
Ya hemos dicho que estos establecimientos reque­
rían de abundante mano de obra: cardadores, hilanderos,
tejedores, teñideros y otros trabajadores auxiliares. Siendo
todos estos trabajos, manuales y esforzados, tenían que
realizarlos los indios, pero como no se presentaban “obra­
ros voluntarios en la cantidad requerida, el servicio for­
zado y obligatorio de la m ita”, establscido para las minas
principalmente, se hizo también extensivo para los obra­
jes: Los reglamentos prescribí, n que este servicio no fuese
forzado ni pesado, ni mucho menos gratuito, pero en este
sentido “los leyes se acataban y no se cumplían ”, y enton­
ces, la mita obrajera como la mita minera, resultó un tra­
bajo asaz forzado, de caracteres esclavistas.
Pero la producción de los obrajes pre-^—capitalis tas
fue abundante. Es que las telas de la tierra, de uso obliga­
torio para mestizos e indios, lo más nutrido de la pobla­
ción colonial de América, y particularmente del Alto Perv,
eran requeridas en todas partas del territorio, tanto en las
punas del Altiplano, como en la cordillera, en los valles
como en las quebradas, en las comunidades oseyañas de
hacienda como en las aldeas, villas y ciudades.

(2) Gustavo Adolfo Otero.— Ob. citada.

— 29 —
5 .— MARGEN DE PERMEABILIDAD

DEL INDIO EN LA COLONIA

AI organizar la sociedad colonial, los españoles trans­


firieron a la América el sistema de “castas” propio del sis­
tema feudal europeo, con la circunstancia de que el re­
sultado de la mezcla demográfica de los conquistadores
blancos con los conquistados cobrizos, dando lugar a la
formación de un amplio mestizaje propiamente americano,
sirvió para la fijación de castas propias de las colonias del
Nuevo Mundo. Así se produjo en el Alto Perú, el surgi­
miento, inmediatamente después de la Conquista y cuando
ya se efectuaba la colonización, de cuatro castas peculiar es:
en primer lugar y en la cúspide de la sociedad, los blancos
o españoles europeos; en segundo término, los criollos o
españoles americanos, que se creían de sangre pura euro­
pea; en tercer lugar, los mestizos propiamente, llamados
cholos en el Perú, producto de uniones ilícitas o ilegíti­
mas entre españoles e indias, y finalmente, en cuarto tér­
mino, o sea en la base de la pirámide social, estaban les
nativos sometidos del Nuevo Mundo, a quienes los descu­
bridores llamaron genéricamente indios, denominación qvc

— 31 —
mantuvieron para significar permanentemente su total su­
perioridad.

Las castas son sectores en que se divide la sociedad,


que están superpuestos unos a otros y que, por tanto, indi­
can un riguroso orden de preferencias jerárquicas. Las me­
jores posiciones económicas y sociales, la propiedad y la
riqueza, las funciones políticas, administrativas, religiosas,
de las cuales sobreviene su sentido y su práctica del ran­
go, que es la importancia y la preferencia que tiene la cas­
ta superior sobre las demás, corresponden a la cúspide; ca­
da una tiene su rango especial, del que deriva su sentido
del honor, que es particular para cada casta.
El rasgo esencial de las castas sociales es su impermea­
bilidad, es decir, que su composición humana tiene sus
límites que no pueden transponerse; quien ha nacido noble
tiene que mantenerse noble durante toda su existencia y
transm itir invariablemente $ su descendencia esa posición;
no puede rebajarse a villano artesano o comerciante, ni a
siervo de la gleba; y de estos otros, el siervo no puede pa
sar a ser villano ni mucho menos noble, y el villano no
puede elevarse a noble, pero tampoco puede rebajarse a
siervo, ni en sí ni en su descendencia. Es que esta carac­
terística de la impermeabilidad se tranmite de los padres
a los hijos, invariablemente.

Las castas que se formaron en las colonias españolas


como resultado de la Conquista y la colonización, y además,
por la circunstancia del mestizaje del conquistador con rl
conquistado, trajeron las características típicas de las cas­
tas medioevales, particularmente la de la impermeabili­
dad; por esta razón, los españoles blancos tenían que per­

— 32
manecer invariablemente en su estrato de caballeros; los
criollos o españoles americanos también debían mantener
su estrato invariable, lo mismo ocurría con los cholos, y fi­
nalmente con los indios. Entre estos estratos no podía ha­
ber circulación de ninguna clase ni por circunstancias bio­
lógicas de matrimonio o unión sexual, ni por circunstan­
cias económicas de enriquecimiento o empobrecimiento.
Pero en este aspecto, como en toda regla, no podían faltar
las excepciones.
Con los indios era el estrato con el que se ope­
raba más rigurosamente la impermeabilidad legal. El indio
puro, debía mantenerse eternamente como indio y siervo
de la gleba, apto para el servicio de la mita en las minas, en
los obrajes o en los cocales; no podía elevarse a mestizo o
cholo. Sin embargo, había una excepción desde un ángulo
económico, no biológico; era una excepción mínima que
jamás se pudo convertir en regla. Esa excepción se daba en
el aspecto del ejercicio del comercio. Algunos indios — muy
pocos— desvinculándose del cultivo permanente de la tie­
rra o del servicio de la mita en minas u obrajes, podían de­
dicarse al comercio pequeño, particularmente de produc­
tos agrarios. Estos indios campesinos podían llevar los
propios productos a lo de sus vecinos o amigos, comprán­
doles a éstos los suyos, que llevaban a los mercados de las
aldeas, villas y ciudades o a las ferias regionales.

Dedicándose a este comercio de menudeo o buhone­


ría, estos indios excepcionales, creaban las posibilidades
de redimirse en parte de su ubicación en el estrato de los
siervos o los esclavos y de su dedicación exclusiva y d r
nigrante a los trabajos serviles del cultivo de las encomien­

— 33
das o del servicio en las minas o en los obrajes, para alter­
nar esta ocupación con un mayor lapso dedicado a la com­
pra— venta y el intercambio de productos agrarios.

La disposición de castas, no solamente señalaba una


posición social inalterable de cada una de ellas, sino tam­
bién sus actividades y sus ocupaciones típicas. Los blan­
cos eran encomenderos y hacendados, mineros y los más al­
tos funcionarios de la administración, la política, la mi­
licia y el clero; los criollos ocupaban cargos de segunda
importancia y después de tres o cuatro generaciones llega­
ron a ser encomenderos, hacendados y propietarios de
minas, pero la actividad que mayormente ejercieron fue ti
comercio, generalmente el llamado *gran comercio” colo­
nial e intercolonial.

Los mestizos que casi en su totalidad eran artesanos,


algunos se dedicaron sin embargo, al comercio local y
algo al comercio regional. Había comerciantes con artícu­
los de primera necesidad que llevaban a los mercados al­
deanos, de las villas y ciudades. Los buhoneros y comer­
ciantes al detalle y sin asientos fijos, eran también mesti­
zos. “ El comercio ambulante se practicaba por medio de
las regatonas (cholas e “indias refinadas”), vivanderas, que
cambiaban de sitio en las plazas de mercado o recoba, ins­
talándose en las ferias bajo sus toldos o simplemente arri­
madas a las puertas de calle’’ <').

También los mestizos de más “baje ralea” y los indios


que por cualquier circunstancia se desvinculaban del tra-

(1) Gustavo Adolfo Otero.— Ob. citada.

— 34 —
bajo servil de la tierra o se deshacían de sus “tierras de co­
m unidad”, solían dedicarse al comercio ambulante, llevan­
do mercancías agrarias y algunas otras, a las aldeas y a las
áreas rurales, frecuentando especialmente las ferias. Fl
consumo de coca en las haciendas, en las comunidades, en
las minas y en los obrajes y el requerimiento de telas de la
tierra, particularmente jergas, bayetas, cordellates, pon­
chos y bufandas, dieron lugar a este comercio ambulante
ejercido por indios liberados del trabajo de la tierra. In­
dios e indias solían viajar a los Yungas a comprar coca pa­
ra transportarla y venderla en los obrajes de las quebradas
paceñas, donde a su vez adquirían telas de la tierra, y am­
bos artículos: coca y telas de la tierra, solían llevar en via­
jes largos y arreando rebaños de llamas o recuas de borr:-
eos y muías, como elementos de transporte, a lo largo d-i
las regiones altiplánicas y los valles y quebradas de la Co--
dillera.
De esta manera, estos comerciantes, varones y mu­
jeres, particularmente los indios, tendían a zafar de su pro­
pia casta, para formar un sector algo superior, que tendía
a “acholarse” y form ar entre el gran sector de los mesti­
zos.

35 —
6 .— BARTOLINA SISA,
INDIA COMERCIANTE

A mediados del siglo XVIII el comercio o intercam­


bio a que dieron lugar la coca producida en los Yungas
y las telas de la tierra trabajadas en los obrajes de Río Aba­
jo y de las quebradas paceñas, atrajo para su ejercicio a
numerosos indios siervos que deseaban liberarse de la ser­
vidumbre en la que habían nacido y a la que estaban con­
denados por su condición de nativos indígenas del Alto
Perú. Entre éstos fueron notables los esposos José Sisa y
Josefa Vargas que desde la ciudad de La Paz practicaron
la compra— venta de coca de los Yungas, entre el elemen­
to indígena no solamente de la ciudad, sino de los parti­
dos y distritos del Altiplano. Este matrimonio, el 25 de
agosto de 1750 — según Nicanor Aranzáez— tuvo a su
hija Bartolina Sisa Vargas 0); sus padres, posteriormente,
a impulso del comercio que ejercían entre los indígenas,
se trasladaron a la villa de Sicasica en el camino de Oruro

(1) Nicanor Aranzáez.— “Diccionario Histórico de La Paz” .


Casa Editora La Prensa.— La Paz.

— 37 —
a La Paz y de La Paz a las quebradas de Sapahaqui, Ca-
racato y Luribay, y allí se establecieron con una tienda.
La villa de Sicasica era capital de un extenso parti­
do (hoy provincia) muy importante desde la época de los
aymaras. En esa región habitó una notable tribu aymara
por sus condiciones físicas y políticas que era llamada de
los “suca— sucas”, que muchos creen que eran derivados
de los paka— jakes o pacajis como se les llamó durante el
Tahuantinsuyu. Este partido no solamente comprendía la
altiplanicie interandina, sino las quebradas meridionales
a la ciudad de La Paz: Sapahaqui, Caracato y Luribay, ri­
cas en viñedos y obrajes, donde se elaboraba, pese a les
prohibiciones de la Colonia, aguardientes, singanis, licores
y vinos y aquellas famosas telas de la tierra.

Por eso es que Sicasica tenían gran importancia econó­


mica en la época colonial. “ En la parte lindante con los
Andes, la provincia de Sicasica era muy fértil. En la época
abundaban en ella frutales, cañaverales y plantaciones de
coca (:). La masticación de hojas de coca estaba muy di­
fundida entre los indios, transformándose esta planta en
artículo de primera necesidad. También las otras capas de
la población se entregaban a este vicio, adquiriendo Sici-
sica gran importancia gracias al comercio y las hojas de
coca. . . Además de los cultivos mencionados, producía Si­
casica vino, tabaco y muy buenas maderas. La minería,
antes muy próspera, como en casi toda América había a

(2) Las plantaciones de coca no estaban en Sicasica, sino


en los Yungas que rodean a la ciudad de La Paz por
el N. y el E.

— 38 —
la sazón decaído mucho, provocando el descontento que la
propaganda subversiva transformaba en disposición revo­
lucionaria. Se fabricaba en la provincia, no sabemos si en
obrajes o por los indios mismos, pañetes, bayetas y fra­
zadas. Como se ve, era Sicasica un gran emporio agríco'a
e industrial, si se puede emplear este término en relación
a la época” (3).
La coca que se producía en abundancia en los Yungas,
hacia el este de la ciudad de La Paz, no correspondía pro
píamente al partido de Sicasica; en cambio las telas de la
tierra: jergas y jerguetas, bayetas y cordellates, ponchos y
bufandas, frazadas y rebozos, se tejían abundantemente en
los obrajes, no sólo de Obrajes suburbano de la ciudad,
sino en los de las quebradas de Sapahaqui, Caracato y Lu-
ribay. Además, como lo insinúa Boleslao Levin, los indios
de las comunidades y de las encomiendas, confecciona­
ban en sus telares propios, por el sistema artesano, esas
mismcs telas de la tierra para venderlas en el mercado y a^í
mejorar en cierta manera, por lo menos, su economía mise­
rable.
El intercambio comercial de la coca y de las telas úe
la tierra era, pues, activísimo en los partidos de Yungas,
Sicasica y la ciudad de La Paz, que eran los centros pro­
ductores de aquellas mercancías, y La Paz era el mercado
de la una y las otras. Pero generalmente, no eran los
propios productores los que llevaban sus productos a la
ciudad ni a los demás mercados que se multiplicaban en
las propias quebradas y los valles y en el vasto altiplano,

(3) Nicanor Aranzáez.— Ob. citada.

39 —
particularmente en las comarcas próximas y ribereñas al
Lago Titicaca. Eran los mestizos y los indios ya desvincu­
lados de los cultivos y del trabajo de las minas, quienes
concurrían a los centros de producción de los Yungas, La
Paz y Sicasica, para adquirir coca y telas, vender ahí mis­
mo sus mercancías y llevar después estas mismas mercan­
cías a las aldeas y villas del Alto Perú y, particularmente,
a las comarcas rurales para acomodarlas entre los con­
sumidores indígenas y mestizos.

Esta actividad descubrieron los padres de Bartolina


Sisa y se sintieron fuertemente atraídos por ella. Hicieron
repetidos viajes a La Paz, a los Yungas, a las quebradas
y a las poblaciones altiplánicas, cargando ellos mismos y
después proporcionándose borricos y algunas muías, para
conducir cómodamente sus mercancías. En esta tarea, la
niña Bartolina que fue criándose en condición de “cholita”
y no de india labfiega, fue una gran auxiliar de sus pa­
dres, ya a partir de los once o doce años de edad. Le gus­
taron los viajes por la novedad de los paisajes y panora­
mas variados y cambiantes: de la puna a las orillas lacus­
tres, de aquí a la ciudad provincial, de esta capital a las
vegas yungueñas, de allí a las quebradas de Río Abajo:
Obrajes de La Paz, Caracato, Sapahaqui, Luribay. Por otra
parte, en Bartolina se despertó una gran vocación por el
ajetreo comercial y llegó a adquirir valiosa experiencia en
esta actividad.

Sus padres que iban envejeciendo, sintiéndose can­


sados del intenso movimiento de esta actividad m ercanrl,
adquirieron una casa en Sicasica, donde instalaron una
tienda comercial. Allí sus mercancías fundamentales eran

— 40
la coca, y los vinos, singanis y aguardientes de Luribay, Ca-
racato y Sapahaqui, frutas secas y las telas de la tierra
de estas mismas quebradas. Pero si los padres de Bartolina
se hicieron comerciantes sedentarios en Sicasica, ella con­
tinuó con mayor regularidad, la actividad de los viajes a
lo largo y a lo ancho de la provincia de La Paz, hasta llegar
al Bajo Perú, a Oruro, a Cochabamba y a Potosí.

En estos viajes eran de suma importancia y utilidad


para los comerciantes nativos, los establecimientos llama­
dos “tambos” (tampus), donde se detenían no solamente
para pernoctar y descansar, sino para comerciar durante
lapsos cortos. Y como a estos tambos de los caminos pol­
vorientos llegaban decenas de traficantes nativos, se co­
nocía y se trababa amistad con una multitud de gentes de
la misma condición.

El ejercicio de este comercio ambulante, sacrificado


pero provechoso, fue para Bartolina Sisa su liberación ds
la condición de servidumbre o esclavitud a que fue preci­
pitada su raza por los señores feudales conquistadores del
Nuevo Mundo. Como centro de su actividad fijó la pin­
toresca aldea de Sapahaqui, en la quebrada del mismo
nombre, pero era siempre eventual su permanencia en es­
te domicilio. Bartolina era mujer atractiva, morena, de
facciones regulares y seductoras, ojos negros, joven e inte­
ligente, y en sus incursiones a los cocales de Yungas, a
los obrajes de Río Abajo y las quebradas, a las calles de
La Paz, a las minas cordilleranas, a las comunidades indí­
genas y a las haciendas del área rural, fue observando
la situación de terrible inferioridad y sometimiento en que
yacían sus hermanos de raza. No eran solamente los blan-

— 41 —
eos quienes los ultrajaban y perseguían en su condición de
autoridades, clérigos, militares y paisanos, sino también
los de las otras castas: criollos, y particularmente cholos o
mestizos. Era curioso observar cómo los cholos, tal vez pa­
ra hacer más notable su diferencia con los indios, eran
quiénes más se ensañaban con éstos. De ahí es que la con­
ciencia íntima de Bartolina Sisa fue formando una convic­
ción de profunda protesta contra todo el régimen colonial,
tanto en su aspecto económico, como político y social.

— 42 —
7 — JULIAN APAZA SE REFUGIA
EN EL COMERCIO

Julián Apaza era indio de una de las comunidades de


la región de Ayoayo, aldea altiplánica a unos sesenta kiló­
metros de la ciudad de La Paz, en el camino hacia Oruro
y hacia la región de las quebradas. De Julián Apaza los
cronistas de las sublevaciones indígenas del siglo X V ITI
nos han dado la peor idea. Uno de ellos, el cura Matías de
la Borda, que ofició de capellán católico de las huestes de
Tupaj Katari, pero para traicionarlo innoblemente, nos
afirma que lo conoció como un simple “indio ordinario de
baja c o n d i c i ó n Los españoles, en interés propio, cuando
han escrito sobre las rebeliones de los indios, han trata­
do de denigrar a éstos hasta presentarlos como lo más de­
fectuoso, degenerado, ignorante y lleno de vicios de la
estirpe humana.
Contrariamente al afán de denigración que ha domi­
nado a los historiadores y cronistas españoles, la realidad
muestra que esa tarea fue artificial y maliciosa. Los indios
aymaras, de todas las comarcas del Alto Perú, y no sola­
mente de Ayoayo, ni siquiera del partido de Sicasica úni­

— 43 —
camente, trataban con mucho respeto, veneración y cu-
riño a Tupaj Katari (Julián Apaza), comprobando así que
se trataba de un mallcu o curaca de elevados quilates y de
un largo ancestro. “El apellido Apaza es propio de los in­
cas collaguas de Chucuito y muchos jefes indígenas, por
ejemplo Pedro Vilca Apaza, se llamaban así” (‘), afirma
Boleslao Levin, basándose en un estudio histórico de R.
Cúneo Vidal. En 1780 Julián Apaza tenía más o mencs
cuarenta años, o sea que nació alrededor de 1740.

Julián Apaza quedó huérfano, muy pequeño, a cargo


de parientes indios suyos. Cuando el cura párroco — cuyo
nombre no ha recogido la historia— de Ayoayo visitó
la comunidad en busca de algunos “yocallas” e “imillas”
(2) para el servicio de la iglesia del pueblo y de la casa del
cura, le fue presentado el pequeño Julián, a quien se lo lle­
vó a Ayoayo. De esta manera Apaza creció en la casa cu-
ral siendo primero campanero y después sacristán, pero
siempre sirviente del cura. Allí aprendió a hablar castella­
no, pero no le enseñaron a leer ni escribir; cuando tuvo ! 7
años fue a su comunidad a visitar a sus parientes y enterar­
se de sus intereses, o sea de las tierras de sus padres. En
tonces fue reclutado para el servicio de la mita para las
minas de O ruro, donde permaneció dos años, y fue uno de
los pocos que, cumplido su período legal, regresó a su co­
munidad.

(1) Boleslao Levin.— “Tupaj Amaru, el Rebelde’’.— Ed.


Claridad..— Buenos Aires.
(2) “Yocalla” en aymará significa niño, e “imilla” quie­
re decir niña.

— 44 —
Nuevamente en Ayoayo ya no podía continuar como
campanero ni sacristán porque el cura había muerto, y
aprendió la panadería, a la que se dedicó poco tiempo. Con
algunos recursos que recogió de su patrimonio, viajó a La
Paz y percibió que la actividad de compra de coca paia
venderla en los obrajes de las quebradas, donde comprar
a su vez telas de la tierra y llevarlas para su comercializa­
ción a las comarcas rurales del Alto, Perú, podía ser cami­
no de su relativa liberación.

Los cronistas y relatores españoles o criollos de ias


grandes sublevaciones indígenas de 1780 adelante, han to-
nido que mencionar por lo menos el nombre de Julián
Apaza. Y aunque, cuando se refieren a él, adoptan un gesto
sumamente despectivo, como si se tratara de un “aborto“
o “monstruo" de la humanidad pero que no tiene nada de
común con la especie humana, sin embargo no dejan de
expresar o siquiera dar a entender que Julián Apaza era un
hombre inteligente y perspicaz. Evidentemente, Apaza, in­
terviniendo en los enormes acontecimientos de 1780— 81
y comandando el más grande ejército de las sublevaciones,
ha dejado claramente demostradas sus dotes de mando y
administración y su inteligencia natural.
/

El desarrollo de su vida fue una escuela de experien­


cia para Julián Apaza. Falto de la ayuda y del apoyo de­
cisivos de sus padres en su infancia, tuvo que vivir en !a
casa cural del pueblo de Ayoayo, ser sirviente del párro­
co, aprender a repicar las campanas en diferentes formas,
pero todos los días, para los ejercicios religiosos de la fe­
ligresía, y después ayudar a misa al cura como monagui­
llo o sacristán, aprendiendo también los ritos de la liturgia.

— 45 —
en que debía intervenir para la solemnidad de las actua­
ciones del culto católico.

El servicio de la casa del cura que era complemen­


tario de las tareas de campanero y sacristán de la iglesn,
excitó el espíritu observador de Apaza, quien se enteró de
las costumbres buenas y malas de las castas superiores de
mestizos, criollos y españoles; lo más útil para él fue su
entrenamiento en el aprendizaje y uso del castellano. Lus
indios no tenían acceso al idioma de los conquistadores \
colonizadores, pero Julián Apaza pudo adquirir esa ven­
taja en la casa del cura. Además, desde su posición como
gente de iglesia, aunque su ubicación fuese muy inferior,
observó también la verdad acerca de la tremenda situación
de inferioridad y de ultraje en que se encontraban los in­
dios en general, como trabajadores serviles de la tierra,
los siervos de las encomiendas y haciendas, con la explo­
tación de su esfuerzo y la expoliación de sus escasos pro­
ductos, y los indios de comunidades, siendo objeto de les
abusos y depredaciones de las demás castas, sobre la ma­
gra producción de sus tierras propias.

La presencia de Julián Apaza en las minas, para cum­


plir el servicio obligatorio de la mita esclavista, le dio opor­
tunidad para conocer a fondo lo que era esa institución. F!
indio, sepultado en las galerías y socavones, tenía que tra­
bajar de modo sobrehumano, empleando sus propias he­
rramientas y materiales, alimentándose por sí y vistiéndose
asimismo con su peculio, sometiéndose al inaudito pillaje
de la pulpería que era la institución remachadora de 1?
pérdida de libertades y energías del trabajador mitayo. El
trato inhumano dado por capataces, mayordomos y sol­

— 46 —
dados, con látigo, golpes y arcabuces, tenía que acabar con
los infelices trabajadores indios. Julián Apaza, indio “caí-
tellanista” — porque hablaba español— , sacristán de cura
y conocedor de los hombres de aldea, logró zafar a la tu
pida red de explotación de la mita minera, y al cumplir
su servicio, readquirió su libertad, pero teniendo conoc'-
miento por experiencia propia, de lo inaudito que era, por
lo inhumano y brutal, el trabajo de los indios en las mi­
nas.

Al pasar a la práctica del comercio ambulante de la


coca y de las tetas de la tierra, Julián Apaza se enteró de
las condiciones inhumanas de la mita obrajera como tra­
bajo forzado para los indios, en los cocales de Yungas y en
los obrajes de las quebradas de La Paz. Es decir que, en la
realidad práctica, la gran masa indígena en el Alto Perú
como en toda América, bajo el sistema colonial español, no
poseía ningún resquicio en el cual refugiarse para escapar
a la opresión total en que había caído con la Conquista
y el Coloniaje. En las tierras de cultivo, en los cocales, en
las minas, en los establecimientos pre— industriales, en
las casas urbanas de aldeas y ciudades; en todas partes, en
fin, el indio estaba sometido a la dominación, la tiranía y
los ultrajes y abusos de los españoles y de las otras castas
coloniales de criollos y mestizos. Y lo peor de todo, era
que las condiciones del sistema, no posibilitaban que se vis­
lum brara ni la más ligera esperanza de que ese tremendo
sistema se aliviaría de alguna manera.

El mismo Julián Apaza, al regresar de su servicio d i


mitayo en las minas no encontró ni la más pequeña pers­
pectiva de liberación ni de superación. Pero sin que la

— 47 —
desesperación doblegase completamente su ánimo, Apa¿a
descubrió que la práctica del pequeño comercio de la coca
y de las telas de la tierra en forma ambulante por las vas­
tas latitudes de la provincia de La Paz y el Alto Perú, le
ofrecían un posible refugio, desde el cual podía conformar
su parcial liberación personal, pero con el estado de áni­
mo de protesta general de los indios del antiguo Tahuau-
tinsuyu, era posible la conquista de esa liberación masiva
que diese su verdadera ubicación digna al indio, apelando
a la violencia, a la que se estaba aprontando el indigenado
como resultado de los inauditos abusos que soportaba de 1-t
estructura económico— social de la Colonia, sin que se pre­
sentaran indicios de suavización de ese régimen que se hi­
zo totalmente insoportable para la generalidad de las ma­
sas indígenas de América, y particularmente del Perú.

— 48
8 .— ENCUENTRO, M ATRIM ONIO Y FAMILIA

Bartolina Sisa, llegando de los doce a los catorce


años de edad, comenzó a iniciarse en los viajes propios de
los comerciantes ambulantes indígenas y mestizos. Acom­
pañaba a su padre o a su m adre o a ambos a la vez, hacia
los Yungas para los “rescates * de coca que, en el lugar de
su producción tenían siempre precios más baratos y, por
tanto, daban algún margen de ganancia, a los traficantes.
A veces las adquisiciones las hacían en la ciudad de La
Paz. Esta mercancía la llevaban a las quebradas de Sapa­
haqui, Caracato y Luribay, donde la vendían en los obra­
jes y también en los mercados locales y regionales. Con el
dinero de las ventas adquirían telas de la tierra: jerga1?,
jerguetas, bayetas y cordellates; también bufandas y pon­
chos y a veces frazadas y rebozos para llevar estas mer­
cancías, añadidas a la coca que les sobraba, a las localida­
des del Altiplano: Sicasica, Viacha, Tiahuanacu, Pucarani,
Huarina, Achacachi, Copacabana, Corocoro, llegando has­
ta Ancoraimes, Carabuco, Escoma, Huaycho, Mocomoco y
Ambaná.
Este tráfico no era sencillo ni fácil. En los comienzos
los padres de Bartolina Sisa, debían hacer las caminatas a

49 —
pie, llevando en sus espaldas sus cargamentos de mercan­
cías; posteriormente adquirieron algunos animales: borri­
cos y muías para cargar en ellos las mercaderías y, final­
mente como los negocios fueron generalmente buenos, ya
los esposos oisa tenían sus animales de silla propios, lo
mismo que su hija Bartolina, efectuando cómodamente sus
traslados. Su hija resultó una auxiliar muy capaz y exper­
ta.
Al llegar a los dieciséis o diecisiete años, Bartolina
Sisa se independizó de sus padres con su propio tráfico;
tenía sus propias mercancías, efectuaba sus propias com­
pras, ventas y transacciones y adquiría sus propias ganan­
cias, manejando finalmente su propio “capital”. Ya a los
diecinueve años Bartolina realizó su propio movimiento
comercial haciéndose independiente de sus padres. Como
poseía su propio “capital” y había adquirido un gran do­
minio del mercado variado de la coca y las telas de la tie­
rra, ella concebía y practicaba sus propias operaciones; te­
nía sus propios animales de transporte. Recorrió todos los
caminos de) Altiplano, los Yungas y las quebradas y co­
noció minuciosamente las estaciones y “tam bos” de todos
los trayectos. Por lo mismo, conoció a una multitud de
gentes, particularmente comerciantes como ella y a los
compradores y adquirentes habituales de sus m ercancías.
Por su parte Julián Apaza, habiendo cumplido los
diecinueve años en el servicio forzado de la mita en las mi­
nas de Oruro, al liberarse de esa obligación volvió al pue­
blo de Ayoayo, ejerció la panadería por pocos meses y, ha­
biendo sido informado de lo lucrativo del comercio ambu­
lante de coca y telas de la tierra, se dedicó a esta activi­
dad, viajando a las quebradas para comprar jergas, bayc-

— 50 —
üTs, ponchos, bufandas, etc., venderlas en los mercados al-
tiplánicos y acudir a la ciudad de La Paz y a los Yungas,
para comprar coca que vender en los mercados provin­
ciales y en las quebradas. Es decir, que realizó el mismo
aprendizaje que Bartolina Sisa, penetrando en el dominio
de los mercados altoperuanos, las operaciones del inter­
cambio provincial, el conocimiento de los caminos, estacio­
nes y tambos, y también algo de psicología natural, cono­
ciendo ios caracteres de la infinidad de viajeros con quie­
nes alternaba, lo mismo que con compradores y vendo
dores.
Las andanzas comerciales de Bartolina Sisa y Julián
Apaza fueron contemporáneas y como explotaban los mis­
mos renglones de mercancías y acudían a los mismos si­
tios de producción para adquirirlas y a los mismos merca­
dos para venderlas, no fue nada difícil el encuentro de
ambos personajes. Hay la tradición de que Bartolina Sisa
era una moza garrida y muy bien parecida, esbelta
por el intenso ejercicio de los viajes, y Julián Apaza que
ya estaba próximo a la madurez, había adquirido también
la plenitud de su formación física y tenía su natural in­
telecto en pleno desarrollo. Por eso es que el encuentro de
la pareja dio como resultado el enamoramiento recíproco
de ?mbos y no existiendo obstáculo ni impedimentos, co­
mo dice el lenguaje jurídico, Bartolina Sisa y Julián Apli­
za celebraron su matrimonio.

El acontecimiento se efectuó en Sicasica, para repetir­


se las fiestas en Ayoayo, con el ceremonial acostumbrado
y la alegría consiguiente. Tanto el novio como la novia con­
taban para entonces con recursos suficientes para efectuar

— 51
los gastos respectivos. El matrimonio se efectuó, según to­
dos los indicios, en 1770 y la pareja fijó su domicilio en
el pueblo de Sapahaqui, que era como una especie de pun­
to intermedio entre los Yungas, la ciudad de La Paz, la vi­
lla de Sicasica, las quebradas de Río Abajo y la vasta alti­
planicie hasta las cordilleras y las orillas del Lago Titicaca.
De esta manera, el matrimonio podía seguir ejerciendo su
actividad peculiar que era el comercio ambulante de co­
ca y de telas de la tierra.

Los esposos Apaza— Sisa hicieron familia. Este as­


pecto de su vida ha sido completamente ocultado en sus
detalles, por los cronistas y criollos historiadores de las
grandes sublevaciones indígenas. Pese al silencio que se
ha hecho deliberadamente a este respecto, se han filtrado
versiones acerca de la familia de Julián Apaza y Barto­
lina Sisa. Se habla así, de que tuvieron cuatro hijos, ha­
biendo nacido el mayor en 1772; parece que fueron tres va­
rones y una mujer.
A causa de la sublevación que encabezaron ambos
esposos en la provincia de La Paz en 1781, existe la seguri­
dad de que sus hijos fueron distribuidos entre parientes y
familias amigas, para que cuidasen de ellos hasta que los
acontecimientos se definiesen. Sobre el hijo mayor, cuyo
nombre se desconoce, el brigadier Sebastián de Seguróla
Oliden en una carta fechada el 8 de abril de 1783, anuncia
la captura del “hijo mayor” de Tupaj Katari y Bartolina Si­
sa, en la casa de Diego Cristóbal Tupaj Amaru y sus fami­
liares en el partido de Azángaro (hoy en el Perú). No hay
indicios sobre la suerte corrida por este “hijo mayor” y es
casi seguro que haya sido asesinado.

— 52
Los otros hijos de Apaza y Bartolina Sisa, si es que
sobrevivieron ocultos en medio de algunas familias amigas
de los padres, lo hicieron en calidad de fugitivos radicales,
cambiando de nombres y no dándose a conocer jamás co­
mo hijos de los caudillos aymaras que sitiaron la ciudad
de La Paz en 1781.

53 —
9 .— TUPAJ AMARU, TUPAJ KATAR1 Y

LA SUBLEVACION EN MARCHA

El Coloniaje fue un sistema que en lo económico—


social no trajo al Nuevo Mundo los factores del capitalü-
mo mercantilista que se desarrollaban rápidamente e n
Europa occidental, sino que transfirió los módulos princi­
pales del sistema feudal ya agónico en el Viejo Mundo. Por
eso es que el Coloniaje fue un régimen de inferiorización
humana, de expoliación y de explotación económica y
de tremenda opresión política sobre el nativo indio de
América, que fue objeto de todos los despojos imaginables
y de todos los abusos de las autoridades y de los coloni­
zadores y de las castas superpuestas a que dio origen d
mestizaje de españoles e indias.

El sistema, con el transcurso del tiempo, en lugar de


atenuarse y suavizarse, se endureció de más en más. La
disminución en los envíos de metales preciosos a la Pe­
nínsula, determinó ya en el siglo X V III que el régimen
de explotación, de expoliación y de abuso sobre el indio
principalmente, se hiciese mucho más rígido, conducien­

— 55 —
do a las grandes masas indígenas del Perú a una situación
de verdadera exasperación.

Sin embargo de su tendencia a aplastar a todo el !n-


digenado sin excepciones, en el Perú, y particularmente
en las zonas próximas al Cuzco — que fue la capital d íl
legendario Tahuantinsuyu pre - colonial —, habían algu­
nos hombres y pocas familias que, mantenidas, bien
cierto que en condición de inferioridad, sin embargo, re­
cibían trato de relativa consideración por parte de los
españoles. Los descendientes de los incas o soberanos rea­
les del Tahuantinsuyu eran los principales. Para ellos es­
taban reservados "cacicazgos” importantes y, además, te­
nían derecho a educación especial y esmerada.

Uno de esos descendientes de los Incas era, a fines


del siglo X V III, José Gabriel Condorkanki, que es más
conocido con el nombre de Tupaj Amaru. “ José Gabriel
nació en la provincia de Tinta el 19 de marzo de 1740 ó
41 y era el segundo hijo legítimo del cacique Miguel Con­
dorkanki y de doña Rosa Noguera. Poco después de su
nacimiento falleció su madre, y más tarde, al m orir el
primogénito Clemente, quedó como único y legítimo he­
redero del cargo paterno. . . Cuando el menor José Ga­
briel quedó huérfano, desempeñaron sucesivamente el po­
pel de tutores y caciques interinos sus tíos paterno y ma­
terno. Queriendo proporcionar al niño una educación es­
m erada, se le escogió como maestros de primer es letras
a eclesiásticos, que a la vez que lo instruían supieron edu­
car su espíritu. Tendría diez años de edad cuando ingre­
só en el colegio de San Francisco de Borja (Cuzco)
Al frisar los 20 años contrajo matrimonio con la joven

— 56 —
abancaína doña Micaela Bastidas Puyucahua, en mayo de
1760. De aquella unión nacieron tres hijos varones: Hi­
pólito en 1761, Mariano en 1762, Fernando en 1768”. (')

Condorkanki o Tupaj Amaru, por su linaje que !e


aportaba una regular herencia, era un hombre mediana­
mente rico. Su actividad, diríamos profesional, era la de
“empresario de transportes” que en aquella época eran
los arrieros o dueños de borricos y muías para el traslado
de minerales y mercancías entre la costa y el interior del
continente. “Aunque su origen (de Condorkanki) era dis­
tinto al de un empresario criollo o español, también ma­
nejaba peones y un buen capital. Fue hombre dado a di­
versas actividades económicas que le rindieron aprecia-
bles sumas, y la oportunidad de una vida regalada q ie
supo rechazar. Dueño era de más de 23 recuas o sea unas
300 muías (1.336). Parece que había heredado muchas
más (X, 44); con estas recuas ejercía un vasto tráfico de
arrieraje a lo largo de la ruta surandina, camino que era
el principal de su tiempo en América, gran vía que unía
el Callao con Buenos Aires pasando por Lima, Potosí,
Cuzco y Huamanga”. (2)
Si notable y brillante es el origen y '.3 existencia de
José Gabriel Condarkanki; es opaca, y ha sido desviada
hacia las regiones de la obscuridad, la vida y la persona­
lidad de Julián Apaza. Nació en una de las comunida­

(1) Daniel Valcárcel.— “La Rebelión de Tupac Amaru".—


Ed. Fondo de Cultura Económica.— México, 1947.
(2) Juan José Vega..— “José Gabriel Tupac Amaru” .— Ed.
Universo S. A.— Lima. 1969.

— 57 —
des de Ayoayo — Marcelo Grandín Nadón dice que en la
de Sullcavi— (3), a 40 ó 5Ü kilómetros de La Paz, posi­
blemente en 1740. Muy niño quedó huérfano y sus p a ­
rientes que lo criaron, lo entregaron al cura párroco de
Ayoayo para los servicios de la iglesia y de la casa cural.
Por eso fue campanero y sacristán. A los 17 años, habien­
do vuelto a su comunidad para establecer cuáles eran sus
intereses paternos, fue reclutado para el servicio de la
mita en las minas de Oruro, donde estuvo dos años, :*1
cabo de los cuales, habiendo recuperado su libertad, vol­
vió al pueblo de Ayoayo, dedicándose durante algunos me­
ses a la panadería, y después, con algunos recursos pro­
cedentes de sus tierras comunarias, se dedicó al comer­
cio ambulante de coca y telas de la tierra. Conoció en­
tonces a Bartolina Sisa, con la que se casó en 1770 más
o menos, llegando a tener tres o cuatro hijos, el mayor
de los cuales nació en 1772 ó 1773.

A José Gabriel Condarkanki, su condición de arrie­


ro o empresario de transportes, le dio oportunidad de ha­
cer constantes viajes entre el Callao, Lima, Cuzco, Tinta,
La Paz, Arica, Oruro, Potosí, Cochabamba, Mejillones.
Tucumán, y hay quien dice que llegaba incluso hasta Bue­
nos Aires. Cargaba en sus recuas minerales de plata y
oro que llevaba a los puertos de la costa, para su embar­
que a España, y desde esos mismos puertos, trasladaba
mercancías y herramientas para consumo de las pobla­
ciones mineras y altiplánicas.

(3) Marcelo Grandín N.— •’Tupaj Katari” .— Ed. Indice.—


Oruro, 1975.

- 58 —
Por su parte, Julián Apaza, valido de su actividad
de comerciante ambulante, trasladando coca y telas de la
tierra, no solamente entre los Yungas de La Paz y las que­
bradas de los ríos de abajo de esta misma provincia, sino
también llegando y visitando las poblaciones vallunas del
norte, por ejemplo Sorata y las aldeas lacustres como Pa­
ño, Chililaya, Achacachi, Ancoraimes, Escoma, Huaycho,
hasta las poblaciones altiplánicas del Perú actual: Azán-
garo, Rosaspata, Huancané, Juliaca, hacía recorridos qu¿
coincidían a veces con los itinerarios del arriero Condor-
kanki.
En estos recorridos, José Gabriel Condorkanki y Ju­
lián Apaza llegaron a conocerse unos doce o quince años
antes de las grandes sublevaciones. Condorkanki recono­
ció entonces la calidad de “jefe” — mallcu o curaca—
aymara a Julián Apaza y como ambos en sus recorridos
por el mundo peruano, se habían enterado de la agudiza­
ción de las condiciones de abuso, inferioridad y exploui-
ción en que permanecían las indiadas, sin esperanza Ú2
ninguna recuperación que partiera de las autoridades mo­
nárquicas o coloniales y mucho menos de la cruel socie­
dad colonial, comenzaron a establecer la trama de un
gran sacudimiento indígena. Claro que no fueron sola­
mente Condarkanki y Apaza, sino que intervinieron nu­
merosos otros jefes y personajes indígenas, como Tomás
Katari de Chayanta y sus hermanos, por ejemplo.

Evidentemente, analizando con cuidado esas gran­


des sublevaciones, se observa que son movimientos de tal
magnitud, que no se puede creer que hayan sido total­
mente espontáneos y casuales, surgidos acaso de cier­

- 59
tos factores de oportunidad y de lugar. La empresa de los
Katari de Chayanta, seguida tan de cerca por la de Tupaj
Amaru de Tinta y rematada por la de Tupaj Katari en La
Paz, son tan formidables y complicadas, que establecen
que hubo una prolija preparación, y tan larga; que databa
siquiera de diez años» antes de 1770 más o menos. “ Por la
confesión de la Muger de Tupac Catari llamada Virreyna
que se prendió en el Alto de La Paz a los tres días de mi
llegada (es el coronel Ignacio Flores quien hace este rela­
to) resulta que su marido Julián Apasa hizo tres Viajes
al pueblo de Tungasuca para tratar y comunicar a Ga­
briel Tupac— Amaro, y le oyó decir muchas veces, se es­
taba premeditando diez años antes la sublevación creyen
do algunos tener origen desde la expulsión de los Jesuítas
y que por falta de oportunidad no se había puesto en exe-
cución el proyecto” (*).

(1) Boleslao Levin.— Cita en "Tupac Amaru, el Rebelde”.

— 60 —
1 0 .— CHAYANTA EN EL ALTO PERU
Y TINTA EN EL BAJO

El alzamiento de los indios del Perú (Alto y Bajo)


se articuló desde unos diez o doce años antes de su estalli­
do en 1780. Los viajes del arriero José Gabriel Condor-
kanki, lo llevaron varias veces a las regiones mineras de
Potosí, Aullagas, Porco, Chichas y Lípez, en cuyos viajes
tomó contacto con el cacique de Macha, Tomás Kataii,
sus hermanos Dámaso y Nicolás y otros jefes indígenas;
los indios de Chayanta en general estaban en contacto coa
los de Chuquisaca por el sur, con los de Paria y Sicasica
por el norte; éstos con los de Omasuyos, Larecaja, Chu-
cuito, Azángaro y Tinta también por el norte. Julián Apa-
za de Ayoayo con su esposa Bartolina Sisa, ejerciendo el
comercio ambulante, estaban conectados con los Katari de
Chayanta y Condorkanki del norte, habiendo llegado tres
o más veces a Tungasuca, sede del cacicazgo de Tupaj
Amaru. La articulación del alzamiento fue larga en el tiem­
po.
Fueron los de Chayanta los que iniciaron el levanta­
miento. El cacique de Macha, Tomás Katari, fue despoja­
do de su cacicazgo por el corregidor de Chayanta Nicolás

— 61 —
Ursainqui en favor de Blas Doria Bernal, y esta medí ía
fue confirmada por el corregidor sustituto Joaquín de Alós
Bru. El mestizo Blas Doria Bernal, con el propósito de ex­
plotar a los indios de Macha y las vecindades en el cobro
de los tributos al rey, de los repartimientos de mercancías
del corregidor y del servicio de la mita para las minas de
Potosí y de la región, llegó a exagerar realmente las extor­
siones y la expoliación de los indios, castigándolos, azo­
tándolos, privándoles de sus productos y de sus tierras, de
tal manera que su cacique natural o curaca Tomás Katari,
inició reclamos ante las autoridades de Potosí, que le de­
volvieron su cacicazgo con su facultad de cobrar el mon­
to real de los tributos. Pero el corregidor Alós no aten­
dió a estas resoluciones, por lo que Katari viajó a Chuqui-
saca a reclamar ante la Real Audiencia, donde no obtu«o
ninguna atención a sus gestiones.

Entonces, con una colecta que hicieron los indios de


Macha y en compañía de Isidro Acho, viajó a pie, sin co­
nocimiento del terreno ni del idioma; hasta Buenos Aires,
donde el Virrey Juan José Vértiz a instancias del Procura­
dor de Naturales, le dio un despacho para que los Oidores
de la Audiencia de Charcas le hicieran justicia. De regre­
so en Chuquisaca, no obtuvo nada, por lo que se fue a Ma­
cha y pregonó que el Virrey le había devuelto su cacicaz­
go, suprimiendo los repartimientos de los corregidores y
reduciendo los tributos a su cuota legal. Alós lo apresó po r
dos veces y en la segunda lo envió a Chuquisaca acusado
de subversión.

Entonces, el descontento se transformó en indigna­


ción entre los indios, pero el 24 de agosto de 1780, día de

— 62
San Bartolomé, en la feria del pueblo ae Pocosta se piu:-
ticó el reclutamiento de mitayos para las minas y los co­
bros compulsivos de los repartimientos del corregidor. £1
26 de mayo, Tomás Acho, hijo de Isidro, reclamó al co­
rregidor Alós por el exceso de los tributos y los repartos
y por la libertad de Tomás Katari. El corregidor, por toda
respuesta, desenfundó su pistola y de un balazo dio muer­
te a Acho para castigar “ejemplarmente su insolencia
Esta fue la señal. La sublevación surgió violenta y rápida;
Bemal, el cacique “usurpador” fue cruelmente muerto jun­
tamente con otros españoles abusivos; el corregidor Joa­
quín de Alós fue conservado vivo y conducido a un caserío
aislado de la cordillera, a pie y descalzo, ¿e propuso en­
tonces a los españoles y se logró el canje de Alós por To­
más Katari.
Libre el caudillo indígena, retomó su autoridad y de­
claró, a nombre del Virrey del Río de la Plata, abolidos
el repartimiento de mercaderías y el servicio de la mita.
Entonces fue tomado preso nuevamente por una traición
del minero Alvarez Villarroel que le tendió una embosca­
da en Santiago cerca de Aullagas. Ordenada su remisión
a Chuquisaca a cargo del capitán Juan Antonio Acuña,
los indios atacaron el destacamento español en la cuejla
de Chataquila, pero Acuña empujó a Tomás Katari a un
barranco profundo antes de dejarlo en libertad. Claro q ‘u*,
en represalia, perecieron todos los españoles. Esto ocurnó
el 15 de enero de 1781.
La sublevación de Chayanta no cedió ante esta per­
fidia. Prosiguió a cargo de los hermanos de Tomás, lla­
mados Dámaso y Nicolás Katari, que comandaron suce­

— 63 —
sivamente la insurrección, amenazando a la ciudad Je
Chuquisaca. Pero por traiciones fomentadas por las auto­
ridades españolas, Dámaso Katari cayó preso y fue ahor­
cado en el mes de marzo en la Plaza de Armas de aquella
ciudad, y su hermano Nicolás, también vendido por otra
traición negociada por las autoridades coloniales, murió
también ignominiosamente ahorcado en Chuquisaca en
abril del mismo año 1781.
La insurrección de Chayanta, estallada en Pocoata e!
26 de agosto de 1780, se produjo presumiblemente antes
de tiempo, pero llegó a conocimiento de José Gabriel Cou-
dorkanki, en su ciudad de Tungasuca, seguramente en el
mes de septiembre a octubre. Condorkanki, para entrar cq
campaña, tomó el nombre de batalla de Tupaj Amaru, que
correspondía a sus antepasados realmente Incas, de estir­
pe real. Simultáneamente a los preparativos de la suble­
vación, Condorkanki, inteligente y culto, realizó una serie
de gestiones ante las autoridades coloniales del Cuzco,
de Lima, capital del Virreinato del Perú y ante el mismo
rey de España, mediante emisarios directos suyos, uno de
los cuales fue su hermano Blas, que murió misteriosameiv
te en el viaje de regreso al cruzar el mar, para conseguir
la abolición de los tributos en su expresión extorsiva, ele
los repartimientos de los corregidores, de la servidumbre
de los indios en las haciendas y encomiendas, de la extir­
pación del servicio forzado de la mita, y una participa­
ción siquiera mínima de las indiadas, por ser mayorías po­
pulares y nativas del continente, en la administración y en
la política de las colonias. No consiguió absolutamente na­
da, y por eso se justifican los preparativos del gran alza­
miento de fines del siglo X V III.

— 64 —
El 4 de noviembre de 1780 se recordaba el naci­
miento del rey Carlos III; también cumplía años el cu1.a
párroco de Yanacoa, Carlos Rodríguez; éste, con aquel mo­
tivo hizo un convite, celebrando la fecha del rey, e invitan­
do al corregidor de Tinta Antonio Arriaga y al cacique de
Tungasuca José Gabriel Condorkanki. La aldea de Yam-
coa distaba unas tres leguas de Tinta.
El banquete fue solemne y magnífico, pero Cóndor
kanki, a su conclusión, se despidió por una urgencia. Poco
después, el corregidor Arriaga se retiró por el camino a
Tinta, pero en cierto lugar fue asaltado y apresado; era
Tupaj Amaru que comenzaba el alzamiento. El Corregidor
fue acusado por sus abusos; juzgado y condenado a muer­
te, fue ahorcado en Tinta el 10 de noviembre. Después,
Tupaj Amaru avanzó con un ejército mal armado de hon­
das, macanas, cuchillos, arados y pocas armas de fuego,
hasta el pueblo de Quiquijana, capital del partido de Q u’.s-
picanchis de donde retrocedió a Tungasuca. El corregidor
Cabrera llegó fugitivo al Cuzco, donde se organizó la resis­
tencia, enviando un destacamento de tropas a Sangarara,
donde el 18 de noviembre este destacamento fue sorpren­
dido por los indios que le atacaron y le quemaron en la
iglesia donde se habían refugiado para resistir. Los indios
insu’rectos nuevamente retrocedieron hasta Tungasuca.

El golpe táctico para la sublevación, era la captura


del Cuzco por ser la ciudad más importante de la región
y por haber sido la capital del Tahuantinsuyu. Pero Tupaj
Amaru, en disidencia con su esposa Micaela Bastidas, se
dirigió hacia el sur, sometiendo varias poblaciones y apro­
ximándose a la villa de Puno sobre el Lago Titicaca. En­

— 65 —
tonces, urgido por noticias graves, contramarchó al norte,
y por fin, en enero de 1731 puso sitio al Cuzco que ha­
bía tenido tiempo para cubrirse de defensas. En Lima un
ejército de 7,000 hombres con caballería y artillería fue
dispuesto por el virrey Jáuregui, a órdenes del mariscal Jo­
sé del Valle y del visitador José Antonio Areche. Tuoüj
Amaru ante la aproximación de esas tropas, levantó el sitio
y se retiró a Tinta.

Los españoles, tan grandemente reforzados, iniciaron


la ofensiva hacia Tinta. Fue penosa la campaña, pero el
5 de abril de 1781, el ejército de Tupaj Amaru fue derro­
tado a orillas del río de Vilcabamba, obligando a huir al
caudillo con dirección al Collao, para proseguir allí la in­
surrección, pero en el pueblo de Langui, el día 6, fue vícti­
ma de una traición y cayó prisionero juntam ente con su
mujer Micaela Bastidas, sus hijos Hipólito y Fem ando, su
tío Francisco, la cacica de Acos Tomasa Titu Condemay-
ta y varios de sus “coroneles”. Todos fueron conducidos
de inmediato al Cuzco.
En la capital del Cuzco, el Oidor Mata Linares subs­
tanció el proceso y condenó a todos a muerte. La eje­
cución se realizó en la Plaza Mayor del Cuzco el 18 de ma­
yo de 1781. Los coroneles indios, el tío Francisco Tupaj
Amaru, el hijo Hipólito fueron ahorcados. La cacica Con-
demayta también fue ahorcada; a Micaela Bastidas se le
dio garrote, pero como tenía el cuello delgado, la estrangu­
laron con una soga y los verdugos la patearon en el estóma­
go y los senos, mientras ella mantuvo su altivez hasta el
último instante. Luego le tocó el tum o a José Gabriel Tu­
paj Amaru; conducido al centro de la Plaza, se le obligó

— 66
a sacar la lengua que le fue cortada; después fue atado
de cada muñeca y de cada tobillo a las cinchas de cuatro
caballos briosos que furiosamente azuzados partieron en
cuatro direcciones distintas. El caudillo era físicamente
fuerte y no pudo operarse la salvaje dilaceración; entonces
el visitador Areche ordenó que fuese degollado; su cabe­
za fue exhibida en la Plaza, sus miembros fueron envia­
dos a diversos pueblos y después, reunidos, fueron incine­
rados y sus cenizas echadas al viento, para que no queda­
ra ni rastro de esos personajes.

Pero la sublevación no concluyó con esta salvaje


ejecución colectiva, que no puede ser disculpada ni por el
argumento de “los tiempos ni las costumbres de esos tiem­
pos”. La insurrección prosiguió bajo la dirección de Diego
Cristóbal Tupaj Amaru, primo hermano de José Gabriel,
y de su sobrino Andrés Mendigure, llamado también Tu­
paj Amaru, para conectar con el alzamiento de Tupaj Ka-
tari en la provincia de La Paz.

— 67 —
1 1 .— LA SUBLEVACION DE TUPAJ KATARI

Mientras los hermanos Tomás, Dámaso y Nicolás Ka­


tari realizaban y dirigían el alzamiento de las indiadas de
Chayanta y distritos vecinos y José Gabriel Tupaj Amatu
sostenía la rebelión de las de Tinta y el sur del Bajo Perú;
Julián Apaza en la provincia de La Paz, que gracias a sus
viajes de comerciante ambulante, había tomado contacto
en años anteriores con los caudillos del sur y con Tupaj
Am ara del norte, preparaba la insurrección de los distri
tos aymaras de la provincia paceña, intermedios entre Tin­
ta y Chayanta. Julián Apaza apareció con su nombre d ;
combate: Tupaj Katari.

Los primeros días de marzo de 1781 se inició el al­


zamiento. Tupaj Katari desde Ayoayo se dirigió con un
fuerte contingente a Viacha, donde los españoles, podero­
sos aún, lograron rechazar a los atacantes. Inmediatamen­
te después, los indios insurrectos se trasladaron a Laja,
donde a su vez fueron atacados por un destacamento que
había salido de La Paz, pero la sublevación cundió rá­
pida y violentamente en todo el Altiplano.

69 —
En las noches ardían en las cumbres de los cerros ho­
gueras estupendas, escuchándose al mismo tiempo el bron­
co sonido de los “pututos” (*). “La rebelión acaudillada
por Tupac Catari estalló a principios de marzo de 1781, y
con una rapidez que deja perplejo, si no se toma en con­
sideración que había sido preparada durante largo tiem­
po, se extendió por las provincias de Sicasica, Carangas,
Pacajes, Yungas, Omasuyos, Larecaja y Chucuito. De to­
das estas provincias movilizó Tupac Catari soldados, for­
mando un ejército de alrededor de 40,000 hombres, para
su empresa cumbre: el sitio de La Paz” (2).

El sitio — llamado “cerco”— de la ciudad de La


Paz fue seguramente, en la historia de las sublevaciones
indígenas de fines del siglo X V III, el acontecimiento mili­
tar más destacado. Hubo el cerco del Cuzco por Tupaj
Amaru, pero esta acción no fue llevada a cabo con la re­
solución del cerco de La Paz; hubo muchas vacilaciones
por parte de los sitiadores; también hubo amagos de sitio
a Chuquisaca por las fuerzas de los hermanos Katari, pe­
ro sólo fueron amontonamientos de gentes que no proce­
dieron jamás en forma militar. El sitio o, como le dicen los
cronistas españoles “cerco” de La Paz, se divide en dos
fases: la primera dura ciento nueve días y la segunda se­
tenta y cuatro, o sea un total de cinco meses y medio.
El general Reseguín que batió finalmente a los insurgentes,
afirmaba que en ambos cercos habían sido sacrificados —

(1) “ Pututo” , en aymará: bocina de cuerno de buey, de


sonido fuerte y ronco.
(2) Boleslao Levin.— Ob. citada.

— 70
10,000 españoles, o sea 10,000 combatientes anti— indíge­
nas.
El 13 de marzo de 1781, día en que los indios m iga­
ron el sitio de la ciudad de La Paz, no habían sino unos
veinte mil soldados indígenas, que con los contingentes
llegados de las provincias paceñas, rápidamente ascendie­
ron a 40,000 y se sostiene que allá por julio y agosto d i
1781, los sitiadores eran 80,000. Es posible que esta cifra
sea más o menos exacta, porque el sitio no se redujo a ja
ocupación del Alio de La Paz, sino que rápidamente los
sitiadores extendieron sus campamentos hacia las alturas
de Chacaltaya y Achachicala en el norte de la ciudad; y de
allí pasaron al Calvario, altura nororiental respetable y
las elevaciones de Killikilli, donde colocaron unos pedre­
ros que capturaron a las tropas españolas. El valle de P >
topoto (hoy Miraflores) cubierto de sembradíos de m aí/,
papas, habas, arvejas y hortalizas, fue ocupado totalmente
por los contingentes indios que avanzaron hasta el barrio
de Santa Bárbara. Cruzando el río Orkojahuira se sub.a
una larga ladera, hasta llegar a la cumbre de esta serranía
que remataba en una planicie con declive hacia el sur y
que se llama Pampjasi. Aquí se estableció el segundo gran
cuartel de los sitiadores, mientras el primero estaba en el
Alto, desde el Alto de Potosí hasta el Alto de Lima. La
hondonada de las regiones de Sopocachi y de San Pedro,
cubiertas por la región de Tembladerani, también fueron
ocupadas por los contingentes de indios sitiadores.

En el Alto, las huestes de Tupaj Katari levantaron un


campamento imponente. “Apaza en la idea de aniquilar por
completo la ciudad, hizo el trazo de una nueva en el Alto

— 71 —
de Potosí, donde estableció su campamento militar, en :1
tenía su iglesia, palacio, cabildo y cárcel, todo formado de
toldos, así como sus respectivos rollo y horcas. A la vista
del vecindario o sea en la ceja se hallaban colocadas hor­
cas elevadas capaces de contener ios cadáveres de los es­
pañoles sacrificados a su furor, y, a fin de que sus triunfos
fueran festejados con más algazara hizo llevar las campa­
nas de San Pedro” (‘).

Si el ejército de Tupaj Katari fue de 20,000 soldados


que crecieron hasta 40,000 para llegar finalmente a 80,000,
hay que considerar que en el campamento— ciudadela d d
Alto, no solamente eran tropas o soldados quienes vivían
y estaban concentrados, sino que estas tropas se habían
trasladado allá con sus mujeres y sus familiares; entonces
la población creció enormemente, surgiendo grandes pro­
blemas en su formación, organización y administración.

Tupaj Katari, recordando al tradición aymara de las


ulakjas de los ayllus pre— coloniales y teniendo en cuenta
los cabildos del Coloniaje, estableció su propio gran Ca-
bilao numeroso que se ocupaba de los asuntos públicos lo­
cales de la ciudad— campamento, para atender las nece­
sidades de la población en la mejor forma posible. Además,
instituyó una especie de “Gran Consejo” dirigido por cua­
tro “oidores”, cada uno de los cuales debía resolver los
asuntos en cuatro aspectos importantes de la vida de la
gran comunidad indígena. Uno de estos “oidores” debía
atender el aprovisionamiento y las ventas de la coca; el ¿e-

(1) Nicanor Aranzáez.— Ob. citada.

— 72
gundo debía ocuparse del aprovisionamiento y distribu­
ción de víveres y artículos de subsistencia a toda la pobla­
ción; el tercero debía administrar la recaudación y empleo
de las joyas, alhajas y objetos de oro y plata que adquiría
la comunidad indígena por confiscación y requisición, de
tal manera que estos “saqueos” no tenían finalidades de
enriquecimiento privado y particular; finalmente, el cuar­
to “oidor”, debía ocuparse de las más delicadas funciones
del aprovisionamiento, los gastos y las necesidades de la
guerra.
Ni Tupaj Katari ni su mujer Bartolina Sisa, como
tampoco ninguno de los caudillos indios en estas subleva­
ciones, proscribió la religión católica. En el Alto hizo cons­
truir una iglesia para que asistieran los indios a los oficios
religiosos, y para sus ejércitos nombró como capellanes su­
periores a los presbíteros Isidro Escóbar y Julián Busri-
llos. También fue capellán particular suyo el cura Matías
de la Borda que ejerció de espía traidor en el campo indi
gena, huyendo en cuanto pudo a la ciudad de La Paz, don­
de prestó un amplio y minucioso informe sobre Tupaj Ka­
tari y sus ejércitos y recursos al brigadier Sebastián de Se­
guróla, que era corregidor español en la ciudad y coman­
dante de la defensa.
Los sitiadores aymaras al mando de Tupaj Katari ini­
ciaron a partir del 13 de marzo de 1781 los ataques a la ciu­
dad. Esta, desde fines de 1780 había tenido tiempo de pre­
pararse a su defensa, construyendo trincheras, parapetos
y baluartes en los lindes de las edificaciones urbanas. Los
indios lanzaron briosos y violentos ataques empleando in­
clusive material incendiario primitivo, con el cual causa­

— 73 —
ron gran daño, pero no tenían armas de fuego ni discipli­
na de combate a la europea. Capturaron algunos pedreros
de artillería y tuvieron que emplear artilleros españoles
que, invariablemente, acabaron traicionándoles. A pesar
de su gran coraje de combate, sólo el hambre comenzó a
relajar la resistencia de los habitantes de la ciudad, lle­
vándoles al borde de la capitulación ante los sitiadores.

— 74 —
1 2.— LA VIRREINA BARTOLINA SISA

En las grandes sublevaciones indias de fines del si­


glo X V III, en Chayanta y La Paz del Alto Perú, en Tinta
y el Cuzco del Bajo Perú, hubo una gran movilización
que, además, fue constante durante dos años, de indiada:-,
de masas que no eran solamente de soldados ni militares,
sino de pueblos íntegros, de ayllus totales con sus efecti­
vos masculinos jóvenes y de hombres maduros, de muje­
res, de niños y de ancianos. Tal vez, los únicos que se que­
daron a cargo del cuidado de los cámpos de cultivo qu*.
eran la razón de ser de los indios, fueron solamente los
hombres más viejos y los enfermos.
Esta movilización masiva de pueblos indígenas, ob­
servada cuidadosamente, lleva a conclusiones especiales.
En la guerra no participaban solamente ejércitos de solda­
dos excluyendo a la población civil no combatiente y par­
ticularmente a las mujeres. Los ejércitos indios de los alza­
dos, estaban integrados por los indios varones: adolescen­
tes, jóvenes y hombres maduros, pero también por las
mujeres, en condición de hermanas, hijas y esposas de ca­
da familia. Esta participación que sorprendió a los esp^-

— 75 —
ñoles como una rara particularidad, no lo era sin embar­
go. Provenía, en su origen, de la constitución de la familia
indígena pre— colonial y de sus actividades en el desenvol­
vimiento de su vida.

Evidentemente, entre los aymaras pre— incaicos y en


el Tahuantinsuyu, la gran fuente de recursos de subsis­
tencia en cada ayllu, era la tierra. Por eso, ésta no era de
propiedad individual, sino que pertenecía colectivamente
al ayllu, cuyas autoridades designadas por todos sus com­
ponentes, distribuían las parcelas de cultivo periódicamen­
te a cada familia, y dentro de cada una de éstas, a cada uno
de sus componentes; al varón, jefe o hijo de familia, un
tupu de tierra; a la mujer, esposa o hija, medio tupu. Cada
persona que recibía su parte debía trabajarla, para sub­
venir con la producción a todas sus necesidades. Y como
no había individualismo, todos los miembros de la fa­
milia trabajaban todas las parcelas de todos ellos. Esta era
la razón para que en el cultivo de las tierras participaran
los esposos, los hijos, niños, adolescentes y jóvenes, y
aún los hombres maduros que aún no habían formado su
propio hogar. De aquí que los aymaras y los habitantes
del Tahuantinsuyu, sin tener en cuenta los sexos ni las dig­
nidades estatales que desempeñaban, eran iguales por el
trabajo.
No sólo en las tareas de cultivo, sino en cualesquiera
otras actividades de la casa u hogar, como la construc­
ción de muebles, aperos y enseres o instrumentos, en el
tejido y confección de ropas, en la crianza de los ganados
del ayllu, en la elaboración de charques y chalonas, en la
preparación de papas en conserva o chuño y tunta, y en

— 76 —
las actividades de intercambio de productos, participaban
todos los miembros de la familia: varones y mujeres sin
excepciones ni discriminaciones. Esta circunstancia deter­
minaba también que en la guerra no fuera extraña la par­
ticipación e inclusión de las mujeres aunque se procura­
ra apartarlas de los choques violentos y de los combatas
cruentos.
Cuando se produjeron las grandes sublevaciones del
siglo X V III, los indios que fueron segregados como casia
injerior al margen del Estado y de la sociedad coloniales,
vivían su mundo propio y distinto, que conservaba muchí­
simas reminiscencias de la existencia de aymaras y kechuas
de las épocas pre— coloniales. Por eso es que en la movi­
lización de las huestes de combate contra los españoles,
se advierte entre los indios de Chayanta, de Tinta o de la
provincia de La Paz, la compañía y apoyo íntimo de b s
mujeres a los varones combatientes que, en realidad, parti­
cipan de la guerra y de las campañas como si fuesen solda­
dos y combatientes. En el “Diario” de Sebastián de Seguró­
la, se refiere que, cuando después de vencido y ejecutado
Tupaj Katari en Peñas, partieron expediciones punitivas
al norte, contra los indios de Ancoraimes, de Carabuco, de
Escoma, de Italaque y de Mocomoco, repetidamente en -:a-
da reducto, en cada campo de batalla, las mujeres indias
participaban en las mismas condiciones que los insurrec­
tos, de la lucha y los combates, batiéndose y muriendo con
entereza y bravura como héroes masculinos.
La participación de la mujer indígena en la lucha de
los indios por su liberación, ha sido cubierta de oprobio
y disminuida, como no podía ser menos, por los relatores

— 77 —
coloniales, pero ha sido exaltada por los modernos in­
vestigadores. “Es notable, y merece un estudio especial
que, por varias razones no puede tener cabida en esta obr;i,
el papel destacadísimo de la mujer indígena en la vida y
en las luchas sociales de la Colonia. Hay testimonios que
comprueban que en muchos casos la india era más per­
tinaz, demostraba mayor coraje en el combate y menos
respeto para la religión y el sacerdocio, que el indio. Las
esposas de los caudillos José Gabriel Tupac Amaru y
Julián Tupac Catari no se quedaron detrás de sus maridos.
También ellas participaron en la dirección del alzamien­
to, y también ellas tuvieron el mismo fin trágico de sus
hom bres” (!).

Hay otras referencias más interesantes a esta parti­


cipación de las mujeres indígenas en la insurrección. “ La
insurrección contó con miles de mujeres combatientes y
gran número de mártires y heroinas. La supervivencia de
cacicas en la sociedad colonial motivó que hubiese jefas
de indios en la lucha. El caso más glorioso es el de Tomasa
Titu Condemayta, curaca de Acos (Cuzco), mujer que des­
tacó por su valor y capacidad organizativa. Entre las prin­
cipales heroinas de la sublevación se hallan la propia es­
posa de José Gabriel Tupac Amaru, Micaela Bastidas Pu-
yucagua. Cabe resaltar la personalidad de Manuela Con-
dori, mujer de Diego Cristóbal Tupac Amaru y también
a Bartolina Sisa, esposa de Tupac Catari, quien contribuía
a las uniones del alzamiento haciendo sus veces por los
casos de ausencia y tenía la obediencia por parte de los su­

(1) Boleslao Levin.— Ob. citada.

— 78 —
blevados; una vez envió dos mil soldados al cerco de La
Paz. Atrae de modo particular Gregoria Apaza, amarre
de Andrés Tupac Amaru y hermana de Tupac Catari, a
quien apodaron “ la virreyna” por ser descrita como “tan
carnicera sangrienta” al igual que su hermano. Oirás he­
roínas fueron la cacica Marcela Castro Puyucagua, quier.
murió en espantoso martirio; Cecilia Tupac Amaru, Ca­
talina Salas Pachakuti, Margarita Condori, Antonia de
Castro, Ursula Pereda, María Lupisa, Feliciana Sancho y
Francisca H errera. . . Por último, cabe agregar a estas he­
roínas, una infinidad de heroínas que fueron a la guerra
siguiendo a sus maridos. Los documentos coloniales están
repletos de referencias al abnegado sacrilicio que mos­
traron a través de punas y nevados, y del valor que desple­
gaban en los combates, asistiendo a sus esposos, padres,
hermanos y hasta hijos. Animadas por el fragor de los com­
bates, en numerosas ocasiones entraron en acción con pie­
dras y palos. Sin riesgo a equívoco puede asegurarse que
miles de mujeres participaron en la sublevación tupacama-
rista” (2).
En los campamentos aymaras del Alto y pasando la
hoya de La Paz, en la planicie de Pampjasi, los reales de
Tupaj Katari no estaban formados simplemente por mi­
llares de combatientes indios varones, sino también por
millares y millares de mujeres que desempeñaban sus ta­
reas de compañeras de hogar y también de soldados de !a
insurrección.

(2) Juan José Vega.— Ob. citada.

— 79 —
Por eso no es raro que Bartolina Sisa, la esposa c'e
Julián Tupaj Katari haya participado de las actividades
de la campaña, desde los primeros momentos. Anterior­
mente, desde su matrimonio, acompañó constantemente
a su esposo en sus tareas de comercio y en sus viajes por
la provincia de La Paz, el Bajo Perú y las regiones de Pa­
ria y Carangas. Tomó parte activa en los preparativos de
la rebelión y conoció a José Gabriel Tupaj Amaru y a los
hermanos Katari de Chayanta. Igualmente, en el mes de
marzo de 1781 participó del estallido material de la in­
surrección y posteriormente concurrió al cerco de La Pa¿.

Bartolina Sisa era mujer inteligente y hábil; estaba


enterada de la situación de servidumbre y humillación de
los indios en las encomiendas y haciendas y en la mita de
minas y obrajes; conocía también el desprecio de los es­
pañoles, criollos y la mayoría de los mestizos hacia los
indios. Participaba de los ideales de reivindicación de su
m arido y contribuyó eficazmente a la conspiración. Al es­
tallar el movimiento aymara, apareció al lado de su es­
poso como jefe auxiliar, de gran importancia, algo más
que lugarteniente de Tupaj Katari. Cuando Julián Tupaj
K atari fue proclamado “Virrey” del Inca Tupaj Amaru,
Bartolina Sisa fue lógicamente proclamada como la “Vi­
rreina”.
Fue tratada en esta categoría, pero tal dignidad no
fue gratuita. Bartolina Sisa tomó parte activa en la orga­
nización de los campamentos militares de la sublevación
aymara en el Alto de La Paz, en Chacaltaya, en Killikilli
y en el Calvario; en el valle de Potopoto y en las alturas
de Pampjasi. El comando y administración de tan com­

80 —
piejo ejército contó en Bartolina Sisa una de sus más ac­
tivas e inteligentes organizadoras y trabajadoras. También
tomó parte en la administración de justicia, y muchos crio­
llos y mayor número de mestizos, a quienes no les tenía
odio indeclinable, obtuvieron perdón de Tupaj Katari por
intercesión de Bartolina Sisa. Tupaj Katari, cuando acce­
día a unos de estos perdones solicitados por ella, solía
decirle solemnemente: “¡Por tí hago este perdón, Reina!”.

El fraile traidor Matías de la Borda, cuenta en su


informe al brigadier Seguróla, que cuando el Consejo in­
dígena se reunía para resolver problemas políticos o ad­
ministrativos o para hacer justicia, Tupaj Katari se sen­
taba en un sillón alto, y a su lado y a la misma altura, la
“Virreina" Bartolina Sisa.

81 -
1 3 .— LOS CAMPAMENTOS DEL ALTO

Y PAMPJASI.

El 13 de marzo de 1781 se inició el “cerco" de La


Paz. De inmediato, Tupaj Katari y Bartolina Sisa comen­
zaron la construcción del campamento del Alto, que de­
bía alojar a los primeros 20.000 combatientes. En días
posteriores fueron llegando mayores contingentes; enton­
ces, siguiendo los bordes del Alto, por el Alto de Lima
hacia la cordillera del Huayna Potosí, el cerco se exte l i ­
dió hasta las alturas de Chacaltaya; de ahí, los sitiadores
pasaron hasta las alturas del Calvario, cuyas estribacio­
nes descendieron para ocupar la pequeña serranía de Killi
-killi. Como aumentaban los sitiadores, otros contingen­
tes ocuparon, bajando del Alto de Potosí, los faldíos de
Tembladerani, Sopocachi y San Pedro, y desde aquí y
desde Killi - killi ocuparon el valle de Potopoto. Cruzan­
do el río Orkojahuira y subiendo la ladera del cerro, lle­
garon hasta Pampjasi, donde se extiende una larga pla­
nicie con declive al sur, y allí organizaron otro campa­
mento importante. De esta manera, el cerco a la ciudad
quedó completo.

83 —
Como la sublevación india del Perú se inició en Cha-
yanta en agosto de 1780 y prosiguió después, en noviem­
bre, en Tinta, amenazando al Cuzco y a Puno en el ñor
te; en la ciudad de La Paz se recibieron los contragolpes
de esos dos grandes movimientos, cundiendo la inquie­
tud, porque la provincia paceña y la ciudad se encontra­
ban en medio de ambas conflagraciones y era imposible
que, de seguir ellas vigorosas, el alzamiento indígena no
llegase a la provincia de La Paz. Por consiguiente, la ciu­
dad de La Paz comenzó a prepararse para la defensa y la
resistencia desde el mes de diciembre de 1780.

En enero de 1781, el corregidor Martín de Alipaza-


ga fue sustituido por el brigadier Sebastián de Seguróla
O liden, que había sido antes corregidor en Sorata. Segu­
róla asumió la tarea de defensa de La Paz. Comenzó pnr
organizar las milicias de la ciudad. Las poblaciones pro­
vinciales de los Yungas, de Sicasica, de Pacajes, de La-
recaja, de Omasuyos y hasta de Chucuito resultaban dé­
biles, por lo que sus vecinos con mujeres e hijos, fueron
a refugiarse en La Paz. Con todos los varones jóvenes y
maduros — criollos y mestizos— , Seguróla, ante la huida
estratégica de los españoles, organizó las unidades de mi­
licias. Los criollos fueron destinados a cubrir las plazns
de jefes y oficiales, mientras los criollos bajos y los cho­
los despiertos fueron hechos “clases”. El resto de mes­
tizos constituyó la tropa.

Seguróla previo que la ciudad de La Paz podía ser


sitiada y reunió vituallas, municiones y armamento para
un lapso no muy largo, en el entendido de que llegaría.i
refuerzos de la capital de la Real Audiencia de Charcas y

— 84 —
de la del Virreinato de la Plata. Almacenó armas; fueron
forjados algunos cañones y pedreros, se acumuló pólvora y
plomo para fabricar balas. En la larga orilla derecha del río
Choqueyapu, en las proximidades de San Pedro, en San
Francisco, en San Sebastián, cerca a P u ra -p u ra , en las
faldas del Calvario, en las de Killi - killi y en Santa Bár­
bara, se construyeron baluartes, trincheras y parapetos
donde se instalaron puestos de artillería y de observación.
En los primeros días de marzo, la defensa de la ciudad
contaba todavía con la “probable” lealtad de los indios
de las comunidades de Potopoto, Sopocachi, San Pedro,
San Francisco y San Sebastián, pero cuando Tupaj Ka­
tari estableció su campamento en el Alto, los indios de
las zonas suburbanas pasaron todos, completamente, al
servicio de las huestes de Tupaj Katari.
Cuando el sitio de la ciudad se hizo completo, un
anillo de hierro rodeaba sus lindes, cerrando todos los
caminos de acceso. El campamento del Alto clausuraba
el ingreso desde el sur, desde Oruro, y desde el norte,
del Cuzco y de Lima; en Chacaltaya estaba obstruido ^1
paso de los Yungas. Los campamentos de K illi-k illi y
Pampjasi cerraban el ingreso desde el este. Sopocacni,
Tembladerani y San Pedro, clausuraban cualquier ingle­
so subrepticio que se produjese de las regiones del sur,
oeste y norte.
En cada punto importante de este anillo había un
campamento, pero los dos realmente importantes y no­
tables, fueron los reales del Alto y de Pampjasi. Clan)
que el cuartel general era el campamento del Alto, pero
el de Pampjasi no podía ser desatendido o asignársele so­

- 85 —
lamente segunda importancia. Merecía la atención per­
manente del jefe. En este aspecto fue importante la ex:s
tencia del matrimonio Julián Tupaj Katari - Bartolina Si­
sa como dos jefes de igual jerarquía, no sólo para ellos,
sino para los subjefes y coroneles y para las tropas indias.
Porque es evidente que sus jefes, subjefes, coroneles y
soldados, guardaban mucha veneración y querían a Tu­
paj Katari; el mismo afecto y el mismo respeto le tenían
a su esposa la Virreina. Por eso es que para que ninguno
de los campamentos estuviese desatendido, había tempo­
radas en las que Tupaj Katari permanecía en el Alto,
mientras la Virreina se encontraba en Pampjasi, y vice­
versa, si Tupaj Katari se trasladaba a Pampjasi, Bartolina
Sisa quedaba en el Alto. Los ejércitos indios manifesta­
ban la misma confianza y seguridad con su jefe supremo
como con la Virreina. Es que ambos eran sumamente ca­
paces y responsables.

En estas condiciones, los asaltos indios se iniciaron


en los primeros días de abril. Los ataques iniciales fue­
ron realmente briosos, pero la defensa de los chapeto­
nes era también vigorosa y llena de esperanzas y altane­
ría, y los asaltantes, no obstante su denuedo y osadía, que
llamó la atención de los jefes de la ciudad sitiada, no pu­
dieron avanzar en los parapetos. Las casas de los subur­
bios, techadas con paja, fueron incendiadas y muy pron­
to los sitiadores aprendieron a empapar sus piedras con
pedazos de algodón con grasa y aceite que despedían en­
cendidas con sus hondas, y quemaban las techumbres de
las casas que estaban detrás de los parapetos, porque en
esa época, la mayor parte de las casas de la ciudad, par­

— 86 —
ticularmente en los círculos periféricos no tenían techos
de teja, sino, como decimos, de paja.
En lo que los españoles de la ciudad eran muy su­
periores, era en la posesión de armas de fuego bien ma-
nicionadas, con las que contenían los asaltos y diezma­
ban a los atacantes. Además, las formaciones tácticas de
los sitiados, en sus salidas, eran hábiles y seguras, des­
trozando las aglomeraciones indígenas, aunque con evi­
dentes dificultades. Pero lo que empezó a oprim ir a los
defensores y habitantes de la ciudad, fue el hambre. ^ a
en el mes de mayo comenzaron a escasear los víveres >
subsistencias. Los paceños comieron sus animales de car­
ga y de silla, sus perros y gatos, y hasta los ratones. En
el mes de junio el hambre era ya insostenible, realmente.

— 87
14.— PRISION Y M ARTIRIO DE LA “VIRREINA

En el mes de junio de 1781 la situación de la ciu­


dad de La Paz, con el sitio, cargado de ataques y amagos
de los indios de Tupaj Katari, se hizo sumamente crítica.
En la capital de la Real Audiencia de Charcas se conocía
esta circunstancia y se preparó un refuerzo que era an­
siosamente esperado en La Paz. A mediados de jimio se
supo en el cam pam ento del A lto la llegada a Oruro de
un ejéicito español de 1.700 hombres al mando del co­
ronel Ignacio Flores, que era también Presidente de la
Real Audiencia de Charcas. Como estas tropas continua­
ron viaje con dirección a La Paz, Tupaj Katari salió a s-i
encuentro a la cabeza de 3.000 combatientes, dejando .1
comando de los ejércitos del Alto y Pampjasi a su mu­
jer, la *Virreina* Bartolina Sisa.
El choque entre los milicianos coloniales y las tnv
pas insurgentes, se produjo cuando el coronel Flores sa­
lió de Sicasica y se aproximaba a Calamarca. La batalla
fue encarnizada porque ante la preparación táctica de las
formaciones del ejército español blanco, y su enorme su­
perioridad en armas de fuego, los indios opusieron, co­

— 89 —
mo siempre, un extraordinario coraje. Aranzáez se refie­
re a este hecho afirmando que Tupaj Katari le presentó
dura batalla a Flores, pero que “apesar del valor incom­
parable de los suyos fue derrotado y vencido, perdió su
caballo y tuvo que trasladarse a pie hasta los altos de
Sapahaqui desde donde se dirigió a pie a su campamen­
to del A lto”. (’)

El coronel Flores, victorioso de Tupaj Katari, pro­


siguió su viaje hacia la ciudad y en sus proximidades sos­
tuvo una nueva reñida escaramuza con las huestes del
caudillo aymara en La Ventilla, saliendo nuevamente ven­
cedor, y aproximándose al campamento del Alto el 30 Je
junio a las cuatro de la tarde. Rompió en esta forma el
cerco, pues los indios se replegaron por un lado hacia el
norte al lugar llamado Cruz - pata y por el sur hacia So-
pocachi y San Pedro, para mantener la amenaza del cer­
co de la castigada ciudad.

Los españoles que en el Perú soportaban las violen­


cias del alzamiento indígena desde agosto de 1780, esta­
ban ya convencidos de que este movimiento, que era el
más serio > peligroso de todo el Coloniaje contra su do­
minación, no era fácil de ser vencido y extirpado, pese a
la superioridad de su organización y de su técnica mili­
tares y de la posesión y uso de armas de fuego y caballe­
ría, que les hacían infinitamente superiores en cuanto al
aspecto militar. Entonces comenzaron a recurrir i me­
dios de deslealtad y traición, tratando de sembrar la des­
moralización en los campos enemigos. Por eso no es sor-

(1) Nicanor Aranzáez.— Ob. citada.

- 90 —
prendente cómo los caudillos de Chayanta Tomás, Dá­
maso y Nicolás Katari, José Gabriel Tupaj Amaru y su
esposa Micaela Bastidas Puyucahua de Tungasuca; Die­
go Cristóbal Tupaj Amaru, Andrés Mendigure y otros de
Tinta y Azángaro; Julián Tupaj Katari de La Paz, y to­
dos los demás caudillos, no hubiesen sido apresados co­
mo resultado de acciones de armas francas y categóricas,
sino gracias a la delación, la infidencia, la traición y la
emboscada que practicaron los españoles en las filas in ­
dias de todos los niveles.

Lo mismo sucedió con la Virreina Bartolina Sisa.


Tupaj Katari, al salir al encuentro de Ignacio Flores, cuan­
do éste se aproximaba de Oruro a La Paz, dejó a su
esposa el mando de los ejércitos del Alto y Pampjasi. La
Virreina el día 29 de junio de 1781 bajó del Alto por
San Pedro a Potopoto, conduciendo “unas cargas de las
riquezas que tenía acopiadas”, según el “diario” de Se­
bastián de Seguróla Oliden, pero por la noche volvió al
campamento del Alto. La ruptura del cerco en el Alto
de Potosí hasta el Alto de Lima, por las fuerzas de Ig­
nacio Flores, fue acompañada por la difusión de diver­
sas versiones entre los indios, esparcidas por los espa­
ñoles y sus agentes, en sentido de que la “sublevación”
estaba ya totalmente vencida y que las autoridades co­
loniales iban a ofrecer “indulto” o perdón a los rebeldes,
pero con la condición de que éstos apresaran y entrega­
ran a sus jefes y cabecillas. Es decir, era una franca inci­
tación a la más descarada traición.

El 2 de julio, la Virreina requería pasar del Alto a


Pampjasi porque se esparcieron rumores de que en este

- 91 —
úlLmo campamento habían inicios de confusión crea.la
por la llegada del refuerzo realista a la ciudad. Acompa­
ñada de un destacamento insurgente en el que se infil­
traron muchos indios que habían tomado contacto con
los chapetones, logró bajar del Alto a la región de>Tem-
bladerani y de allí fue hacia Sopocachi. Cuando pasaba
por este lugar, sus acompañantes confabulados con los
españoles la apresaron y entrando en contacto inmedia­
to con un destacamento español emboscado en las inme­
diaciones, la entregaron a sus enemigos, a cambio del
indulto, que muchos no lograron gozar, pese a su infa­
me traición. Juntamente con Bartolina Sisa fue preso su
Secretario escribiente, el mestizo Juan Hinojosa. “En e?-
te día — 2 de julio de 1781— sucedió lo mismo que en
el anterior — anota Sebastián de Seguróla en su “D ia­
rio *— : presentáronse varios indios a solicitar indulto, el
que se les concedió inmediatamente; y entre éstos y una
partida de las tropas de Cochabamba, entregaron al Co­
mandante D. Ignacio Flores, la india que se llamaba Vi-
rreyna, presa por los primeros, y que se suponía ser mu­
jer legítima del principal alzado”. (‘)
El Secretario de Bartolina Sisa, o sea el mestizo Juan
Hinojosa, que le llevaba su correspondencia y su docu­
mentación, fue pasado por las armas al día siguiente, 3
de julio, por sentencia del propio coronel Ignacio Flores,
mientras Bartolina Sisa fue enviada a la ciudad, donde
la encarceló el brigadier Seguróla, a la espera de los acon-

(1) Vicente Ballivián y Roxas.— “Archivo Boliviano”.—


Ed. A. France (F. Vieweg).— París, 1872.

- 92 —
tecimientos. Estos, se precipitaron en una sucesión real­
mente notable.
Bartolina Sisa, en la prisión sórdida y húmeda que
después fue llamada de las Cajas, soportó un trato espe­
cial, por lo malo y cruel. Su destino ya estaba resuelto de
antemano, pero Seguróla no disponía su juzgamiento ni
su muerte porque podía utilizar a la “Virreina” ante los
indios en cualquier apuro. Además, los españoles esp i­
raban que por el tormento y la presión moral, p o dun
arrancar de Bartolina Sisa declaraciones que les condu­
jeran a conocer los “enterratorios” donde se sabía que
los caudillos del alzamiento habían escondido los tesoros
privados y públicos que se decía habían saqueado en las
poblaciones y en las haciendas de la vasta provincia de
La Paz.
En su prisión húmeda y lúgubre supo Bartolina Sisa
acontecimientos decisivos como la inundación, captura y
represalias de Sorata por Andrés Mendigure (Tupaj Ama-
ru) el 4 de agosto de 1781, el desbande por deserción cié
los cochabambinos y retiro del ejército de auxilio de Ig­
nacio Flores, el mismo 4 de agosto, el restablecimiento
del sitio de La Paz por su marido Julián Tupaj Katari íl
6 de agosto, y la llegada de Andrés Tupaj Amaru y sus
tropas, como gran refuerzo para su esposo, al campamen­
to del Alto, a mediados del mismo mes de agosto.

La Virreina oyó también en su prisión noticias de la


construcción de una gran represa o dique en las alturas
de Achachicala, a idea de Andrés Tupaj Amaru, para re­
petir con La Paz la tremenda inundación que se había

— 95 —
realizado con Sorata, rindiendo así los indios a esta c ri­
dad. Durante el mes de septiembre y los primeros días
de octubre, alrededor de cinco mil indios construían la
gran represa de Achachicala. A fines de septiembre el
caudillo Anarés Tupaj Amaru ante un llamado urgente
de Diego Cristóbal Tupaj Amaru desde Azángaro, p a n
discutir la proposición de indulto que habían hecho 1 <js
autoridades del Cuzco y Lima, tuvo que retirarse con sus
aguerridas y disciplinadas tropas, quedando nuevamen­
te sólo con sus huestes aymaras, Julián Tupaj Katari. Sin
embargo, Miguel Bastidas, que también había adoptado
el nombre de batalla de Tupaj Amaru, quedó en el Alto
en representación de Andrés Tupaj Amaru.

El 11 de octubre el caudillo aymara recibió las pri­


meras noticias de la aproximación de un gran ejército
— más numeroso y mejor armado y equipado que el del
coronel Ignacio Flores— por el camino de Oruro. Era
el ejército del general José de Reseguín que no se había
dejado entrampar por los “coroneles” indios Diego Q uil­
pe y Juan de Dios Muyupuraca, enviados por Tupaj K¿-
tari, y que más bien habían sido vencidos y destruidos >n
la población de Yaco. Cuando Tupaj Katari, supo la p ro ji­
midad a marchas forzadas de los siete mil hombres de
Reseguín hacia su campamento, apresuró la orden de la
ruptura inmediata de la represa de Achachicala que S2
efectuó el 12 de octubre de 1781, lanzándose el caudal
acumulado de aguas contenidas sobre la ciudad. Los puen­
tes de San Sebastián y de las Recogidas fueron seriamen­
te dañados y el de San Francisco quedó destruido; los pa­
rapetos, los baluartes y las trincheras inmediatos al río

— 94 —
Choqueyapu, fueron arrastrados inconteniblemente y los
casas de esos lugares fueron arrasadas, pero aunque el n ;-
vel de las aguas subió once varas según crónicas de la
época, los efectos de esta inundación no llegaron a alcan­
zar la magnitud destructiva del río San Cristóbal igual­
mente represado por Andrés Tupaj Amaru en Sorata en
el mes de agosto.
1 5 .— BARTOLINA SISA MUERE POR
LA LIBERTAD DE LOS INDIOS

El 17 de octubre de 1781 llegó al Alto el ejército es­


pañol de 7,000 hombres de las tres armas, enviado por el
virrey Juan José Vértiz de Buenos Aires, bajo el mando
del general José de Reseguín. En breves y sucesivos pero
encarnizados combates habían sido vencidos los destaca­
mentos de Tupaj Katari, y los españoles despejaron toda la
Ceja del Alto hasta un buen fondo de distancia. Las re­
giones suburbanas de Tembladerani, Sopocachi, San Se­
bastián, el Calvario y Killi— killi también fueron limpia­
das de insurgentes. Los de Potopoto se replegaron a Pamp­
jasi y en esta planicie hubo un muy sangriento combate,
el último en el que participó Tupaj Katari. Inmediatamen
te después, sus combatientes se dispersaron, mientras su
jefe Tupaj Katari tuvo que replegarse al pueblo de Peñas,
a unos 70 kilómetros de La Paz, adonde ya se había re­
tirado Miguel Bastidas o Tupaj Amaru.

Tupaj Katari, durante el segundo sitio de La Paz hi­


zo numerosas tentativas bélicas y pacíficas para lograr la
libertad de su esposa Bartolina Sisa; propuso infructuo-

— 97 —
sámente el canje del cura párroco Vicen.e Rojas y otros re­
ligiosos prisioneros de los aymaras, con la “Virreina”, sin
que los españoles hubiesen accedido & esas propuestas
Cuando se replegó el caudillo aymara a Peñas, Miguel
Tupaj Amaru ya había tomado contacto con los españoles
para negociar su propio indulto, basado en el que propu­
sieron las autoridades del Cuzco y Lima a Diego Cristóbal
Tupaj Amaru que estaba en su cuartel general de Azán-
garo, pero los españoles le exigieron se sumase a esa pe­
tición Julián Tupaj Katari. Este, de inc.ediato, incluyó en
la posibilidad de negociación a su esposa Bartolina Sisa
pero los chapetones contestaron con evasivas, exigiendo en
cambio, la presencia física de los dos jefes en el campa­
mento español, para formalizar las gestiones del supuesto
indulto.

Julián Tupaj Katari, con la perspicacia del vencido,


estableció que los españoles no tenían deseo de cumplir
con ningún indulto ni perdón, sino que estaban ansiosos de
represalias y de venganzas inhumanas contra los indios v
particularmente contra sus más grandes caudillos. Por
esto es que Tupaj Katari se retiró apresuradamente de
Peñas hacia Huarina y pasó velozmente a Achacachi, sien­
do perseguido implacablemente por destacamentos colo­
niales. De esta villa tomó camino a Sorata pasando por
la gran comunidad de Huarisata. Ya en las alturas de la
cordillera se ubicó en el lugar denominado Hualata, donde
resolvió organizar provisionalmente su cuartel general y
luego pasar a Sorata para convertirla en el núcleo de la
resistencia y el resurgimiento de la insurrección, pero aco­
sado de cerca por la persecución española, pensó tender en

— 98 —
la cordillera una sólida línea de resistencia, para conectar­
se con las huestes de Diego Cristóbal Tupaj Amaru que
combatían aún fuertemente en la región cordillerano— al-
tiplánica de Azángaro, al norte del Lago Titicaca; mientras
el grueso de los contingentes aymaras del sur del mismo I^i-
go, volvían a sus tierras para sembrarlas y acopiar produc­
tos con los cuales subvenir ventajosamente la nueva insu­
rrección en perspectiva.

Pero los españoles en su obsesión destructiva del al­


zamiento aymara, que lo veían sumamente peligroso para
su dominación, avanzaban rápidamente tras de Tupaj K<i-
tari, por lo que éste decidió trasladarse de Hualata a Chin-
chaya y trasmontar las montañas del norte del Lago p a ;-a
ingresar a la quebrada de Timusí, y por allí, a través de
un terreno largo y fragoso, que dificultara la persecución
española, llegar hasta la altiplanicie peruana para alcan­
zar el distrito de Azángaro y unirse a Diego Cristóbal y
Andrés Tupaj Amaru con el fin de mantener y reavivar
la insurrección india en todo el Perú.

En ejecución de este plan, huyó con rapidez, de Hua­


lata hacia Chinchaya, a orillas del Lago, donde ya comen­
zó a actuar la traición fomentada por los españoles. Tu­
paj Katari creyó que era Miguel Tupaj Amaru, preso en el
campamento enemigo, quien le tracionaba, pero fue uno
de sus más apreciados coroneles: Tomás Inga Lipe, en
quien mayor confianza tenía, pues su nombre verdadero
era Tomás Sisa López, y se decía que era primo hermano
de Bartolina Sisa; este Inga Lipe era quien había nego­
ciado con el capitán de Infantería de Saboya Mariano Ibá-
ñez, comandante de una compañía de arcabuceros, delegado

— 99 —
del propio general José de Reseguín, k- entrega vil de Ju­
lián Tupac Katari.
La noche del 9 de noviembre de 1781, Inga Lipe ofre­
ció a su jefe y pariente una comida en una casa de la co­
munidad o ayllu de Chinchaya, pensando embriagarlo has­
ta que llegasen los realistas para entregarlo en ese estado,
pero Tupaj Katari, suspicaz y alerta, se levantó en media
comida y se despidió de los circunstantes, no obstante la
porfía de su anfitrión. El caudillo se dirigió a pie en una
noche lóbrega, hacia una rinconada llamada Cheje— pam­
pa y de ahí subió la serranía cordillerana para llegar a su
cumbre lejana y dar la vuelta hacia una pequeña quebra­
da llamada Cheke— jahuira para avanzar hacia Timusí,
en demanda de la cordillera y de la puna a fin de salir na­
cía el camino a Azángaro. Pero ya era tarde; más o mencs
media noche, y el caudillo estaba sumamente cansado. Por
eso al dejar Cheje— pampa y comenzar el ascenso de la
serranía, se quedó en la cabaña de una anciana, durmien­
do allí con alguna confianza.
Inga Lipe había seguido cautelosamente a Tupaj Ka­
tari a su salida de Chinchaya, y cuando, a poco tiempo
se encontró aquí con el capitán Ibáñez y su tropa, les ss-
ñaló la dirección de la fuga de Tupaj Katari, expresáa-
doles su creencia de que estaría en las faldas de los cerros
en alguna casucha, de las que no había muchas. Ibáñez
avanzó con presteza, desplegó su tropa y a las dos de 1<<
mañana más o menos del 10 de noviembre sorprendió a
Tupaj Katari en pleno sueño. Sin perdor tiempo, fue ase­
gurado y conducido a uña de caballo a Achacachi y de allí
a Peñas, adonde llegó el 11 de noviembre al anochecer. Ese

— 100 —
mismo día comenzó la instrucción de un proceso ya perfec­
tamente urdido per las autoridades y perfectamente mon­
tado en sus detalles por el oidor de la Audiencia de Chi­
le Tadeo Diez de Medina, quien, ni tardo ni perezoso,
pronunció sentencia de muerte el día 12.

El 13 de noviembre de 1781 al amanecer, reunida a


la fuerza una considerable indiada y formadas las tropas
coloniales en la Plaza de Peñas, Julián Tupaj Katari, arras­
trado a la cola de un jumento, con una corona de espar­
to en la cabeza y un cetro de paja en las manos atadaí,
fue conducido al centro de la Plaza a “voz de pregonero"
que lo proclamaba monstro de la humanidad; le fue cor­
tada la lengua, y tendido de espaldas en el suelo le fue­
ron atados los tobillos y las muñecas, por medio de cuer­
das de cuero de buey o reatas, a las cinchas de cuatro brio­
sos potros argentinos que montados por diestros jinetes
gauchos, partieron en cuatro direcciones opuestas, descuar­
tizando cal vaje y dolorosamente en varias carreras repeti­
das, al bravo caudillo indígena. Después, su cabeza y sus
miembros fueron cortados y colocados en picotas en las
plazas de La Paz, de Ayoayo, de Sicasica y otras poblacio­
nes, para ser quemados finalmente y arrojadas sus cenizas
al viento, para que no quedara ni vestigios de lo que ha­
bía sido su cuerpo.
Todo esto lo supo Bartolina Sisa en su prisión y esas
noticias que le fueron comunicadas con verdadera alga­
zara y sadismo por sus guardianes, constituyeron bruta­
les torturas morales que la lesionaron aún mucho más qtte
las torturas físicas que le infligieron. Además, Gregoria
Apaza, hermana de Julián Tupaj Katari y concubina de

— 101 —

I
Andrés Tupaj Amaru que le acompañó en el sitio y la
captura de Sorata en los meses de junio y julio de 1781 y
que similarmente a la Virreina Bartolina Sisa cayó pri­
sionera del coronel Flores, fue también procesada al mis­
mo tiempo que aquélla e igualmente condenada a muerte
en el mismo suplicio.

A comienzos de septiembre de 1782, después de ca


si un año de la horrorosa muerte de Tupaj Katari y cuando
la sublevación indígena estaba siendo duramente liqui­
dada, el mismo oidor Tadeo Diez de Medina, substanció
el juicio de la Virreina Bartolina Sisa y pronunció senten­
cia de muerte: “A Bartolina Sisa muger del Ferós Julián
Apasa o Tupa Catari, en pena ordinaria de Suplicio, y que
sacada del Quartel ala Plaza mayor po r'su sircunferencia
atada ala cola deunCaballo, con una soga deesparto a)
Cuello, y Plumas, y una Aspa afianzada sobre unBastón
depalo en la mano y a vós de pregonero que publique ^a
conducida ala Horca, y seponga pendiente de ella hasta
que naturalm ente muera, y después se clave su caveza v
manos en Picotas conel rótulo correspondiente, y se fijen
para el público escarmiento en los lugares de Cruzpaúi.
Altos deSan Pedro, y Pampaxasi donde estaba acampada
yPrecidía sus juntas sediciosas; y fecho sucesivamente des­
pués dedías se conduzca la caveza a los pueblos de Ay..-
hayo, y Sapahagui desu Domicilio yorigen en la Provincia
de Sicasica, conla orden para que se queme después de
tiempo, y se arrojen las senizas al aire, donde estime con­
venir" 0 .

(1) Boleslao Levin.— Ob. .citada.

- 102 —
Esta sentencia tiene fecha "5 de septiembre de 1782
y en la misma fecha el oidor Tadeo Diez de Medina, pro­
nunció otra sentencia condenando también a la horca in­
famante, con los mismos detalles antecedentes, a Grego-
ria Apaza, hermana de Tupaj Katari. Ambas ejecuciones
con el aparato mencionado en los fallos, se ejecutaron en
la Plaza de Armas de La Paz, en la mañana del 6 de sep­
tiembre de 1782.
Así murió Bartolina Sisa que luchó con coraje y ab­
negación, junto a su esposo, el valiente Tupaj Katari, por
la liberación de los indios de su situación de inferioridad,
de servidumbre, de humillación y esclavitud, de ignoran
cia y de miseria, que padecían bajo el sistema autocrático
y despótico del colonialismo español.

— 103 —
INDICE
/
PAGINA
1 .— La mujer en el Tahuantinsuyo y en la
Conquista ............................................... 7
2 .— Varón español y mujer indígena. Socie­
dad de castas .......................................... 13
3 . — Cocales en Yungas; uso de la coca . . 19
4. — Los obrajes de Río Abajo y de las que­
bradas paceñas ...................................... 25
5 .— Margen de permeabilidad del indio en
la Colonia ............................................... 31
6 . — Bartolina Sisa, india comerciante . . . . 37
7 .— Julián Apaza se refugia en el comercio 43
8 . — Encuentro, matrimonio y familia . . . . 49
9 . — Tupaj Amaru, Tupaj Katari y la suble­
vación en m a r c h a ................................... 55
10. — Chayanta en el Alto Perú y Tinta en el
Bajo .......................................................... 61
1 1 .— La sublevación de Tupaj Katari ......... 69
1 2 .— La Virreina Bartolina S i s a .................... 75
1 3 .— Los campamentos del Alto y Pampjasi 83
1 4 .— Prisión y martirio de la “V irreina” . .. 89
15.— Bartolina Sisa muere por la libertad de
los in d io s ................................................... 97

— 107 —
LIBRERIA EDITORIAL “JUVENTUD”
LA PAZ - BOLIVIA

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