Este cuadro representa la nostalgia de los años, las manos cálidas que lo

abrazaron con el pasar del tiempo, dejando su huella imborrable que aún
conmueve con solo mirarlo, colgado donde siempre, sacado de su sitio para los
peregrinajes anuales y devuelto con el mismo respeto que se merece.
Aquella imagen es mística, pues me encuentro con recuerdos de mi abuela; su
aspecto tan desgastado como las molduras, apolilladas por el duro trasegar de
los trabajos y las faenas que agotan a cualquiera, sin embargo, su energía
única simboliza la protección de esa virgen con el niño de brazos, esa
seguridad que sentimos en casa cuando pasan los días y no importa si ocurre
todo o nada.
Volver a casa y mirar el cuadro, es transportarse hacia los gestos de esa
anciana apacible, temerosa de vernos afligidos y con su mirada enternecedora
transformar nuestros ratos amargos por instantes felices. No muere el ser, se
entroniza en el mundo donde seguimos y sentimos su presencia, quizás ella
viva en este viejo cuadro que algún día será polvo, como todos nosotros.