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MULADAR

Pablo Remón
Daniel Remón
Muladar /
tragedia castellana, basada en hechos reales, en tres tiempos

obra de teatro escrita por Pablo Remón y Daniel Remón

pabloremon1@gmail.com
danielremonm@gmail.com
Muladar.
(De muradal).

1. m. Lugar o sitio donde se echa el estiércol o la basura de las casas.


2. m. Aquello que ensucia o inficiona material o moralmente.
Personajes

La obra requiere un mínimo de cinco actores, que ocupan distintos papeles de una
historia a otra. Los personajes y sus funciones persisten, con variaciones, de una época a
otra. Un posible esquema sería el siguiente, aunque pueden darse otras opciones:

UNO DOS TRES

Milagros,
Juana, la madre / hermana del Aurelio / Simona, la envenenadora

Abel, el padre / El Aurelio / Pedro, el pastor

Cesárea, una vecina / La pastora / Carmen, la Portuguesa

Ponce,
compañero
El crío / del matadero / Robe, el nieto de la capital

Silos, un vecino / El Encargado / El Portugués

+ + +

Una hija de Abel La madre de Ponce Olavide, chaval del pueblo


Un albañil El señor notario Ismael, chaval del pueblo
Chica de la verbena Paisanos
Una vieja
Un camarero

Corro de chavales

Lugar

Castilla.

Tiempo

UNO – Años 50
DOS – Años 70
TRES – Años 90 / Años 50
MULADAR
Prólogo

Plumas y polvo levantado en el aire. Cacareo desquiciado de gallinas.


Al abrir, aves muertas salpican la tierra, seca, y roja de sangre.
Un sol plomizo cae sobre el corro de chavales, con sucias camisetas de propaganda y
una escopeta de perdigones que todavía quema.

CHAVAL 1
Mira a esa. Ya no canta.

CHAVAL 2
Pero aún tiene hambre la hija puta. Así aguanta tres días. Aunque parece que ya no, que está
por morir, esta saca cojones para llegar hasta el cerro las Cruces, si hace falta, a por comida.

CHAVAL 3
Pues como no se la meta por el culo...

Las gallinas, medio muertas, aún parecen moverse a pesar de los perdigonazos.
Cabeceos, movimientos reflejos de las patas. El sol las quema, mientras los chavales, entre
risas, van dejando la escena vacía.

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UNO
AÑOS 50

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1

La casa es pobre, como el pueblo: un poblachón como tantos, perdido en mitad de la


llanura: seco, amarillo por el sol; unas pocas casas de adobe en la meseta castellana.
Pegada a la casa, un cobertizo, también de adobe. La puerta que los une, nueva, tiene varios
cerrojos.
Golpea la puerta la Juana, comprobando que se sostiene. Es una vieja de negro
riguroso, menuda y agachada como una urraca. A su lado, un albañil.

JUANA
¿Aguantará la lluvia?

ALBAÑIL
¿Qué lluvia?

JUANA
Para el Santo ha de llover.

ALBAÑIL
A eso, lluvia no se le llama. Son cuatro gotas. Y con la calor baja el agua que parecen meaos.

JUANA
Yo lo digo por las humedades. Que luego me se mete en casa una peste a muladar...

ALBAÑIL
Nada, nada.

JUANA
¿Y los golpes? ¿Aguanta bien?

ALBAÑIL
Mire, señora Juana, es lo que me dijo usted. Déle, déle fuerte. ¡Con rabia, coño! ¿Ve? Esto no
se vence ni con una muta lobos empujando.

JUANA
Ya lo sé, Cosme, pero no falta miedo. Que luego vienen las cosas como vienen.

ALBAÑIL
Guarde cuidado, que no hay golpes que valgan. Usted manéjese en los fogones y esto déjelo
para mi juicio.

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2

La Juana, sentada al sol. Cansada de tanto bregar, se le cierran los ojos. Al poco
llega Abel, un labrador de su edad; la boina en las manos, peinado y afeitado, de domingo.

ABEL
Eu. ¿Qué hay?

JUANA
¿Qué tienes? (Pausa.) Venga, di lo que tengas que decir.

ABEL
Me se muere la Zenona. Me quedo solo, Juana, y la casa es grande para un hombre. Si das tu
conformidad, hacemos el acomodo.

JUANA
¿Tanta prisa llevas?

ABEL
Llevo prisa porque yo también me muero. Y tú. Y todos. (Pausa.) Ya la han dado los
sacramentos. ¿Qué dices?

JUANA
¿Ahora me vienes con ésas? Cago en diez, sois lo mismo que las tormentas, que nunca sabe
una por donde vais a salir.

ABEL
Las cosas vienen como vienen. ¿Qué culpa tengo yo?

JUANA
Ninguna. Pero el acomodo debíamos de haberle hecho hace años, cuando preñá. No sé qué
ganancia tiene venir ahora.

ABEL
Tengo lo de la Tasuguera. Es campo bueno. ¿Das la conformidad o no?

Pausa.

JUANA
Yo ya no entro en cuenta de nada.

Pausa.

ABEL
Bueno, yo te espero a la alborada donde Mosén. Si vienes, ven aviada. Y ahora marcho, que
ha de ser su marido el que la cierre los ojos.

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JUANA
¿Y el crío?

ABEL
El crío nada.

Se va. La Juana se queda murmurando.

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Juana en la casa. Llega Silos, un vecino.

SILOS
Buenas. ¿Anda por ahí el crío?

JUANA
¿Dónde, si no?

SILOS
Quiero decir que si se le puede ver.

JUANA
Está cambiando la luna.

SILOS
Sólo para saludarle. En menos que canta un gallo me tiene usted fuera. ¿Cómo no abre un
poco, mujer? Que huele a cagajón.

JUANA
La Zenona está para morir. Y no quiero que entre en casa la desgracia ajena.

Abre los cerrojos de la puerta, la que da al cobertizo de adobe.

¡Ssscchh! Estáte manso, que entro.

Los dos pasan al cobertizo. El suelo, cubierto de paja. Entra algo de luz por el hueco
que deja un adobe sin poner.
Arrinconado está su hijo, el crío, que es un hombre adulto y desnudo, blanco, animal.
Con el brazo se protege de la luz.

Es el Silos. El del regato, hijo. Que ha venido a verte.

La Juana le ofrece una lata de metal, de galletas.

¿Quieres que te las dé él? ¿Quieres? (A Silos.) Hale, aquí te le dejo. No me le revuelvas, ¿eh?
Y mójaselas en un poco agua de limón, que le gusta.

Se va. Silos abre la lata y le da al crío un par de obleas, directamente a la boca.


Silencio.

SILOS
¿Qué hay, Pascual? ¿Cómo sigues? Me dice tu madre que andas erizado. No es buena cosa
esa, ¿eh? Que bastante labor la das a la pobre. (Pausa.) ¿Sabes con quién me he cruzado hoy,
que me ha dado saludos? Con la Merche, la que se gustaba de ti. ¿Te recuerdas qué jarana nos
traíamos con eso? Cago en diez, no hace años, ni nada. Pues, no te lo he dicho aún, pero una

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vez, cuando el Santo, la dije que tú andabas detrás de la lechuguina. Por ver de echar la
noche, nada más. Y del disgusto, me se llevó a mí al pajar. Se ve que con la calor, a fuerza de
lavarse con el agua de la acequia, tenía la boca mala. Era como morder una alpargata.
(Pausa.) Y más que quería decirte, pero me se ha olvidado.

El crío está encorvado, sin escuchar, sin entender, masturbándose.

Cago en Dios. No te llega nada. Es lo mismo que confesar sin cura.

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La Juana asea al crío en el cobertizo.

JUANA
¿Ves qué bien, así aviado? Que ya tendrás ganas de que te dé el aire... Si es que me se parte el
alma de imaginarte solo, triscando por ahí como vaca sin cencerro. Que afuera no hay nada,
que no te van a dar más que palos. Te lo digo yo, que me he echado al hombro costales más
recios que tú. Con lo calmos que estamos aquí los dos. Bien calmos hasta que quiera Dios
llevarnos. Y tú andas como andas, que dicen que no haces mención de nada, pero se ven
tantas cosas. ¿Qué me sé yo? Para mí que algo te ha de llegar. (Pausa.) Nos hacemos viejos.
Tú también, angelico, aunque pareces lo mismo que cuando te traje: los mismos ojillos de
cordero te se han quedado.

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La Juana y el crío sentados a la puerta, al sol. Ella cose. Él está limpio, recién
peinado. Una manta le cubre de cintura para abajo.
Llega la Cesárea, una vecina.

CESÁREA
Pero bueno, ¿quién es este angelico tan apretado? Como te vean, aún te sale moceta y todo.
Mira lo que te he traído.

Le da una gorra de la Caja Rural.

JUANA
Hale, póntela, que así no te coge la solana.

CESÁREA
Parece manso, ¿no?

JUANA
Ahora sí. Pero en la vendimia anduvo gritando todo lo larga que es la noche. Yo no sé. De
momento sólo le saco hasta el tranco la calle. Y pronto hay luna y va otra vez para dentro.

CESÁREA
Sí, Juana, tú guarda cuidado. Y sobre todo no le des café, ¿eh? Que la última vez mira la
faena que nos hizo. Todo el corral revuelto, y nos quedamos sin la ponedora. (Pausa.) Hale, a
seguir bien.

Se va. Silencio.
Suenan las campanas de la iglesia. Dos toques fuertes y uno débil. La Juana se
levanta. Se santigua, coge la mano de su hijo y le santigua a él también.

JUANA
Qué guapo estás, jodío. Pareces el jefe la estación.

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En la casa. La Cesárea le enseña a la Juana un vestido negro, arrugado y lleno de


agujeros.

CESÁREA
Este es el único que tengo de recibo. Es de cuando joven, de lavarle la casulla a Mosén. El
otro, el del Majuelo.

JUANA
Yo a ese no fui mucho.

CESÁREA
Mejor para ti, que tenía las manos largas.

JUANA
Eso todos.

Se prueba el vestido por encima.

Si me ha de valer igual. Total, con esta tierra los años no ceban. Al contrario, que me he
quedado en nada.

CESÁREA
Holgado y todo te viene. ¿Tienes medias? (Pausa.) ¿Juana?

JUANA
A estas alturas ya son ganas de meter los perros en danza. Y una no dice nada, una quieta la
boca... Bueno, lo menos que nos haga servicio. Algo traerá, me creo yo, aunque sólo sea para
mojarnos los labios.

CESÁREA
Bah. Al final a los hombres a fuerza de verles el culo se les coge ley. Ya verás. (Pausa.) Digo
yo que Mosén sacará el cirio, ¿no? Para los casamientos es lo justo.

JUANA
No hay necesidad, Cesárea. Nadie va a tomarse tanto engorro por nosotros.

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Juana lleva puesto el vestido de la Cesárea. Anda en el cobertizo, con una lata de
detergente en las manos.

JUANA
Te dejo las garrapiñadas que me ha dado la Cesárea, ¿oyes? Te las he separado, pero anda con
ojo, que igual te cae alguna negra. Hale, hijo. Pórtate, que será la misa rápida.

Cierra los cerrojos y sale.


Silencio.
Tocan a misa. El crío se asoma al hueco, a través del que llega el sonido. Vuelca la
lata y el suelo se llena de almendras. Empieza a golpear el recipiente con una cuchara.
Golpea y golpea, cada vez más fuerte, al ritmo de las campanas.

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En la casa. Juana, aún con el vestido, sirve la cena a Abel, vestido de domingo. El
hombre come en silencio.

ABEL
¿No cenas?

JUANA
Ahora. (Pausa.) No han venido tus hijos.

ABEL
Querían mucho a la Zenona. Y se les ha puesto en las sienes que con esto la hacemos ofensa.

JUANA
¿Y no se la hacemos?

ABEL
Las ofensas se hacen a quien puede sentirlas. Además, que es malo andar solo. Te se llena la
cabeza de cosas.

Silencio. Al momento se oye un lamento: es el crío, que empieza.


La Juana va hacia la puerta del cobertizo. Escucha.

JUANA
Ay, ay. Ya empieza.

ABEL
¿Cómo no le has llevado a la iglesia?

JUANA
¿Con la luna que viene? Me daba apuro, no fuera cosa que le diera una arrancada.

ABEL
Lo mismo estando al tanto, o si se le tiene sujeto...

JUANA
¿Y para qué?

ABEL
¿Para qué? ¿Qué me sé yo?

El lamento se convierte en un grito sordo. La Juana se sienta a la puerta, de guardia.


Abel no come más.

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En mitad de la noche, se oyen los aullidos del crío. La luna, gorda y blanca, ilumina
la casa y el cobertizo. Juana y Abel, acostados, cada uno a un lado de la cama, sin dormir.

ABEL
Parece a los lobos cuando hay un carnero suelto. ¿No se le puede callar?

JUANA
Es la luna, que la siente dentro. Peor es cuando no se oye nada. Que no sabe una si anda vivo
o muerto. Ya te acostumbrarás.

ABEL
No sé si podré.

JUANA
Tú sí, que no le tienes ley. Pero yo, me he de morir sin acostumbrarme. (Silencio.) Hace poco
caí en cuenta que es el rendajo tuyo. Con los años te se parece barbaridad.

ABEL
Mujer, no digas eso.

JUANA
¿Por qué? (Pausa.) No sé si baje a cambiarle la paja.

ABEL
No le des vueltas, Juana, que es en balde. Anda, dame un beso y duérmete.

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El Silos y el Abel, en la casa. Abel está reparando la puerta.

ABEL
¿Tienes cuerda para atar?

SILOS
Tengo la de sacar agua del pozanco.

ABEL
Esa no. Échame la de amarrar la mula, que es más recia.

Silencio.

SILOS
Anda, que andarse a tus años con estos atadijos...

ABEL
Yo soy el hombre, y a mí me toca. Además, ahora no dice ni mú. Allí anda, en una esquina,
más parado que un Cristo.

SILOS
¿Entonces, la cuerda para qué?

ABEL
Eso, la Juana. Dice que esta noche es la peor.

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Abel y Juana abren la puerta del cobertizo. Se escuchan golpes.

JUANA
Estáte manso, corderico, que es tu padre.

Entran. El crío en una esquina, desnudo. Lleva puesta la gorra de la Caja Rural; la
boca abierta, la mirada perdida.

ABEL
Me da apuro, mujer. Parece que ya no va a hacer nada.

JUANA
No es por gusto. ¿O te crees que me gusta tenerle atado como a los guarros?

ABEL
Lo mismo luego...

JUANA
A la noche no se puede. Lo mismo te se tira a morder, el infeliz. ¿No ves que no te conoce? Si
no quieres, trae. Igual me da. Lo he hecho sola toda la vida.

ABEL
No, deja.

Abel le sujeta y entre los dos le atan a un saliente de viga.

ABEL
Me se queda mirando y me se parte el alma.

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La luna en el cielo.
La puerta apenas aguanta. Son embestidas fuertes y constantes, como las de un toro.
Chillidos y gritos y jadeos. Juana y Abel sentados junto al muro. Ella cabecea al ritmo de los
golpes, con una estampita de la Virgen en las manos. Él no sabe qué hacer.
El crío sigue gritando, fuerza la voz.

ABEL
Casi parece que va a decir algo.

Silencio.

JUANA
Una vez me se escapó, para el Santo. Dos días sin tener noticia. Al cabo me enteré que le
habían encontrado unos mozos, allí en el monte. No sé por qué. Andarían de jarana o algo... Y
se les ocurrió meterle cohetes en los bajos, de ésos de jugar. Para cuando me le traje llevaba
la culera llena sangre. Y lloraba.

Los golpes son cada vez más fuertes.

ABEL
¿Queda vino?

JUANA
Ahí.

Abel se sirve un vaso y va hacia la puerta.

JUANA
¿Ande vas?

ABEL
A que me dé el aire. Me hace mal la cabeza.

Sale. Siguen los golpes. La Juana, murmurando, rezando.

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De día. Una hija de Abel llama a la puerta. Abre Abel.


Silencio.

ABEL
¿Tus hermanos?

HIJA
Calle, que si les llega que ando por aquí me avían.

Ella le tiende una gallina muerta.

Y que sepa que he venido solamente porque está usted viejo.

Pausa.

ABEL
Hace poco vi al mocete triscando por la llanada. Pero no me dijo nada el muy zorro. No me
vería.

HIJA
No le dijo nada porque se lo tengo prohibido. Ya lo sabe. Usted no tiene nietos, ni hijos, ni
nada. Todo lo suyo, de puertas para adentro.

ABEL
Yo no llevo culpa, hija. ¿Qué iba a hacer?

HIJA
Lavar la sepultura de la madre y esperar, como todos los viudos. (Pausa.) El pueblo es chico.
Si se cruza conmigo o con el mozo, ni las buenas tardes.

Se va. Su padre se queda mirándola un momento. Luego se da la vuelta y entra en


casa.
La puerta del muro está abierta. En una esquina, el crío. Calmado, exhausto, casi
dormido. Tiene el cuerpo lleno de golpes y arañazos. Su madre le limpia el sudor mientras le
desata.

JUANA
Mira lo que te has hecho, hijo mío... Sí, que escuece, ya lo sé. Hale, así, tranquilo. Ya se ha
pasado todo. Ya se ha ido la luna. (A Abel.) ¿Quién era?

ABEL
Nadie. Los gitanos.

Silencio.
El crío se ha quedado mirando fijamente a su padre.

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JUANA
Mira, ya te ha reconocido. ¿Por qué no le sacas tú un poco, que le viene bien?

ABEL
Pensaba marchar con el Silos. Que han escardado y asoman los bichos.

JUANA
Pues llévatele. ¿Quieres ir con tu padre de paseo? ¿Quieres?

ABEL
¡No le digas eso! ¿No ves que no entiende? Qué sabrá él quién es su padre…

JUANA
Más de lo que pensamos, sabe. Anda, llévatele un poco, que le dé el aire. Yo marcho al
rosario, a dar gracias al Señor.

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Abel y Silos, por los campos. Llevan escopetas. Su mirada se pierde a lo lejos, a los
sembrados donde corretea el crío.

SILOS
Menudos ratos pasemos. Antes, cuando era mozo y tenía palabras como nosotros. Le daba a
las cartas... Llevaba los triunfos de cabeza, el maricón. (Pausa.) Parece que tarda la cebada.
(Pausa.) ¿En qué andas, que no dices nada?

ABEL
Por ahí, por Las Huras, salía yo todos los años, para fiestas. (Pausa.) Una vez hasta el cruce
llegué. Con dos costales a pulso.

SILOS
¿Aun se ganaba entonces, o qué?

ABEL
Me convidaron a la cena. Vino y asado, todo el que quise. Luego estuve con la Juana. Arriba,
en el pajar. Una vez con ella, nada más. Y se quedó del crío. (Pausa.) Una vez nada más, y
fíjate lo que nos vino. (Silencio.) Luego también estuve con la de Percherón, y con la Pastora.
Con tres mujeres estuve yo ese día. Y las tres bien contentas. No sé qué habrá sido de ellas.
Una marchó para la capital y murió allí de algo, pero no sé cuál. Se me mezclan las cosas.
(Pausa.) Desde que murió la Zenona, me duele la cabeza. (Pausa.) Tantos años, estaba ya
acostumbrado a ella. Ella sabía cómo hablarme. Y ahora…

Pausa. Miran al crío.

SILOS
La vida, lo que te toca.

Pausa.

ABEL
Sí. (Pausa.) Y, estar solo, eso yo ya no. Yo para eso no valgo.

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Abel anda por el camino de tierra. Unos metros por delante va el crío, mirando los
pájaros del cielo y tropezando con las piedras casi a cada paso, pero sin caer.
Abel mira a su hijo un largo rato.

ABEL
¡Eu! ¡Pascual!

El crío no hace caso.

¡Crío!

Su hijo se vuelve, y Abel le señala hacia un lado del camino.

Tira para el muladar.

El crío no se mueve. Le mira.


Abel repite el gesto con más fuerza.

Al muladar he dicho. Haz caso a tu padre.

El crío se desvía del camino y va hacia el muladar. Su padre, con él.


Desaparecen hacia el muladar, de donde llega el sonido de las moscas y el olor de los
animales.

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16

Anochece.
Juana y Cesárea, sentadas una frente a la otra, toman el fresco a la puerta de casa.
Iluminadas por farolas amarillas, en las que zumban los mosquitos. Pasan las cuentas del
rosario.

CESÁREA
San Cristóbal.

JUANA
Ruega por nosotros.

CESÁREA
San Pascual Bailón.

JUANA
Ruega por nosotros.

CESÁREA
Santa María Inmaculada.

JUANA
Ruega por nosotros.

Por la calle llega el Abel. Arrastra los pies, la cabeza baja. Ellas no le ven aún.

CESÁREA
San Nicasio.

JUANA
Ruega por nosotros.

CESÁREA
Santa Filomena.

JUANA
Ruega por nosotros.

Por fin llega. La Juana ve que está solo. Silencio.

ABEL
Perdóname, Juana. Me se ha escapado.

JUANA
(Temblando.) Ay, Jesús mío. ¡No puede ser! Si andaba manso.

ABEL
Salí un momento al canalón, a ver las ranas. Y cuando volví, ya no estaba.

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CESÁREA
Estará dormido en algún tractor, Juana.

ABEL
O en el pajar de cualquiera. Vete a saber.

CESÁREA
Ya verás como mañana, en cuanto despierte, aparece. Si es lo mismo que los animales.

JUANA
(Temblando.) No, no.

CESÁREA
Ahora ya no hacéis función ninguna.

ABEL
Eso. Mañana damos parte a los mozos y verás como aparece.

JUANA
¡Eso no, que le entra miedo! Tiene que acudir a su madre.

La hacen entrar en casa.

CESÁREA
Hija, tú confía. Que el Señor es bueno y te le traerá de vuelta.

22
17

Cantan los gallos. Amanece.


El Abel se despierta: Juana no está. Adormilado, la busca.
La encuentra en el cobertizo: agachada, mata hormigas con las palmas de la mano.

JUANA
Si es que están por todas partes las cabritas. Y yo he mirado el plato, que me recuerdo, le he
dicho “Buenas noches, Pascual”, como cada día, y le he recogido el plato. Pero el muy zorro
no ha comido nada, que lo ha tirado todo a los rastrojos. Y con el jaleo me se ha olvidado
recoger. Luego ha venido la Cesárea con el rosario... Y claro, así está esto, lleno de hormigas
por todas partes. Aquí... Aquí... Y allí hay muchas más... De las rojas, que son peores...

ABEL
Para quieta, mujer, que pareces loca.

Ella no hace caso. Sigue matando hormigas. Hasta que se queda quieta y se
derrumba. Llora.

ABEL
Mujer...

JUANA
El crío es todo para mí. Él está enfermo, pero no sé de qué. Estuvo internado, pero no le
trataban bien y le traje a casa para cuidarle lo mejor que pude, porque le tuve sola, bien lo
sabes tú.

Se arrastra hasta donde está él.

Encuéntramele, por Dios, que si no me muero. Encuéntramele, por favor te lo pido. (Pausa.)
Vamos a buscarle ahora mismo. Me es igual la lluvia y la pedregá y la tormenta. Por mí se ha
de caer abajo la llanada. Pero yo no vuelvo a casa sin el crío.

Un largo silencio.

ABEL
Juana…

JUANA
Voy a por la chaqueta.

Abel no se mueve. La Juana ya está saliendo.

Vamos, que te has quedado ahí, como un pasmarote...

Sale. Abel no se mueve.

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(Grita fuera.) ¡Pascual! ¡Pascual, hijo! ¿Dónde estás?

El Abel tarda en reaccionar. Por fin se levanta, se pone algo de abrigo y sale tras
ella.

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18

Llueve por fin en estos campos. Son cuatro gotas, que caen como perdigones sobre la
llanura. Una figura negra camina encogida, arrastrando los pies y llamando a su hijo.

JUANA
¡Hijo! ¡Hijo!, ¿dónde andas?

El Abel va detrás. La cabeza cubierta con la chaqueta, ya empapada.

ABEL
¡Juana! ¡Juana, vámonos! Que esto no para. Vamos a casa. Ya aparecerá.

JUANA
¡Vete tú, si quieres! ¡Pascual! Vuélvete con tu madre. ¡Pascual! Vuélvete conmigo. ¿Con
quién vas a estar mejor?

La Juana está a punto de desmayarse. No para de toser.


Abel la cubre con la chaqueta.

ABEL
¡Ya hemos mirado todo! ¡Y te vas a coger un pasmo! Habrá ido muy lejos, más allá del cerro
las Cruces.

JUANA
No hemos mirado donde el muladar.

ABEL
¡Eso echa una peste que mata, Juana! ¡No seas insensata, haz favor! ¡Vámonos a casa!

Juana se queda callada, dudando. Tose. Está débil. La lluvia cae con más fuerza.

Vámonos a casa, mujer. Por favor te lo pido.

Silencio.

JUANA
En cuanto pare la tormenta, volvemos.

ABEL
Claro, mujer. Y a más tardar, mañana. Ya verás como mañana aparece.

Se vuelven hacia el pueblo, cubiertos por la chaqueta de Abel. Las dos figuras se
pierden entre la tierra húmeda.

FIN DE LA PARTE UNO

25
… Cuando deja de llover, han pasado lo menos veinte años.

26
DOS
AÑOS 70

27
1

En casa del señor Notario.

La Milagros, arreglada. Tiene la piel seca y estropeada, de los disgustos y de andar


limpiando las casas ajenas.

MILAGROS
A las buenas tardes, don Evaristo.

SEÑOR NOTARIO
¿Qué vienes? A lo de tu hermano, ¿no? Pero, mujer. Ya te he dicho que no se puede hacer
nada. Y cuando no se puede, no se puede. Mira que sois tozudos.

MILAGROS
Es que... Yo sé que esta es buena casa, que aquí se hacen las cosas bien.

SEÑOR NOTARIO
Eso no tienes que venir tú a decírmelo.

MILAGROS
No, por Dios... Ya me sabrá usted perdonar...

SEÑOR NOTARIO
Venga, di.

MILAGROS
Pues... Una todo lo escucha por ahí, ¿sabe? Y no es por ofenderle a usted, pero... Dicen que
en algunos casos, las menos veces, claro. Pues que resulta de provecho.

Pausa.

SEÑOR NOTARIO
¿El qué? Habla claro.

MILAGROS
Que yo, bien mirado, aún valgo.

Se sube un poco el vestido.

Lo que sí le pido es que vaya usted con cuidado. Y que se quede entre estas paredes.

El hombre se levanta y cierra la puerta.

28
2

En la cárcel.

Milagros espera en la puerta. Al rato sale su hermano, Aurelio, con una bolsa de
deporte. Fuerte, duro, de campo.

MILAGROS
¿No me das un beso?

Aurelio la besa en la mejilla.

AURELIO
He salido a todo correr y no he sacado ni tiempo de echarme agua. Me han dicho que buen
comportamiento. Así, sin avisar. Yo no entiendo.

MILAGROS
Pues que ya está bien. Que tú has pagado de sobras. Lo que importa es que aquí ya no
vuelves, ¿oyes? (Pausa.) ¿Llevas mucho en la bolsa?

AURELIO
Una muda y un transistor que me dio el Dimas, el extremeño.

MILAGROS
Estás más delgado.

AURELIO
Bah.

MILAGROS
Pero la barba te cae bien.

Pausa.

AURELIO
¿Ahora qué se hace?

MILAGROS
No se tarda nada. Ahí mismo cogemos el coche de línea.

29
3

En la nueva casa.

Una casa pobre, pero arreglada y limpia.


Los dos hermanos entran. Aurelio mira todo.

MILAGROS
¿Qué te parece la casa? Es chica, pero para mí sola me ha aguantado.

AURELIO
Bien. Parece que aquí hay más barbecho, ¿no? En el campo.

MILAGROS
No te pienses. Luego el pueblo ya verás, no tiene nada de señalar. Es igual que el nuestro.

AURELIO
A cualquier cosa le dices nuestro.

Sacan las cosas de la bolsa, se instalan.

MILAGROS
Oye, me se olvidaba. Que murió Balbino. Va a hacer un mes.

AURELIO
Vale.

MILAGROS
Para que lo supieras. Como andabais siempre juntos... (Pausa.) Hale, levanta la cara, hombre.
Que ya estás afuera.

AURELIO
¿Tienes perras?

MILAGROS
Pocas.

AURELIO
Es que le he de pagar al secretario, por lo de los papeles. Me dijo el señor director que hoy
sin falta.

MILAGROS
Espera.

Saca dinero de una caja de metal, de galletas.

¿Cuánto necesitas?

30
4

En el matadero.

Aurelio, trabajando en el matadero; lleva un delantal hasta los pies. A su lado, otro
trabajador, más joven: Ponce. La sangre de las bestias humea. Gritos, golpes, plástico
húmedo y ensangrentado por todas partes.

PONCE
Yo ya estoy hasta los cojones. Aquí de sol a sol por cuatro duros. Pero se va a acabar. Ya
verás. Un día cojo y me voy a tomar por el culo. (Pausa.) Tengo un primo en Bilbao de
marino mercante. Ese sí que está de puta madre. Todo el día borracho, viendo el mar. ¿Tú has
visto el mar?

AURELIO
Una vez.

PONCE
¿Y cómo es?

Aurelio hace un gesto. No contesta.

Cago en Dios, eres más callado…

Silencio. Siguen trabajando.

¿Llevas hora?

AURELIO
La media.

PONCE
Joder, estos hijos de puta. Con lo que pagan, ya nos podían soltar antes.

AURELIO
Bah. Yo no llevo prisa.

Silencio. Siguen trabajando.


A un lado, en un aparte, Milagros y el Encargado del matadero los observan.

MILAGROS
¿Ve usted como trabaja bien?

ENCARGADO
Como todos.

MILAGROS
Déle su tiempo, porque no tiene costumbre. ¿Le ha hecho ya contrato?

31
ENCARGADO
Todo a su tiempo.

MILAGROS
Bueno, usted entenderá, porque yo, mientras estén contentos con él... Si tiene algo de queja
me lo dice y yo le hablo, que a mí me hará caso.

ENCARGADO
Vale, Milagros, no seas cansada.

MILAGROS
Hombre, que por lo menos las cosas feas que hace una sirvan para algo.

32
5

En el puticlub.

Música animada; luz de discoteca que gira, iluminando el recinto.

PONCE
¿Qué te parece esa?

AURELIO
¿Cuála?

PONCE
Esa de ahí, la rolliza. A mí me gusta que haya dónde agarrar.

AURELIO
Bah.

PONCE
¿Bah, qué?

AURELIO
Igual da una que otra.

PONCE
¿Qué va a dar igual? (Pausa.) Esa seguro que es más cara.

AURELIO
La que quieras. Pago yo.

PONCE
Qué buena gente eres tú. Si es que se te ve. Pero te lo pienso devolver, ¿eh?

AURELIO
Deja, coño. He dicho que pago y pago.

Silencio.

PONCE
¿Pero sale buena o no?

AURELIO
Para lo tuyo, vale.

PONCE
Hombre, como dices que las has probado a todas...

AURELIO
Sí, coño, pero no me recuerdo.

33
Pausa.

PONCE
Pues yo a la gorda me la voy a tirar. Y cuando tenga perras, me las pienso tirar a todas, una
detrás de la otra. Luego cojo y me voy de aquí, ya verás. A tomar por el culo.

AURELIO
Tú pide, pide la que quieras.

34
6

Despertando.

Milagros levanta a su hermano, que duerme con la ropa del día anterior puesta.

MILAGROS
Ya podías ventilar, Aurelio, que esto echa una peste a vino... (Pausa.) ¿Dónde estuviste ayer?
Has venido casi a la alborada.

AURELIO
Por ahí.

MILAGROS
¿Te han pagado ya?

AURELIO
Te tengo dicho que a primeros del mes que viene.

MILAGROS
Bueno, pues a ver si es verdad, porque lo mío no alcanza para más. Vamos, que están
tocando.

35
7

En la iglesia.

Milagros canta con más mujeres, en misa. Aurelio se sienta en otro banco, en
silencio, con los hombres.

MUJERES
Una espiga dorada por el sol,
El racimo que corta el viñador,
Se convierten ahora en pan y vino de amor
En el Cuerpo y la Sangre del Señor.

En mitad de la canción, se acerca a Aurelio y le habla en un aparte.

MILAGROS
Yo voy donde Mosén. ¿No pasas tú a confesar?

AURELIO
¿Y para qué?

MILAGROS
Te haría mucho bien.

AURELIO
Bah. Ya teníamos capellán en la cárcel.

Ella vuelve con las mujeres, mientras siguen cantando.

MUJERES
En la mesa de Dios se sentarán,
Como hijos su Pan comulgarán,
Una misma esperanza, caminando cantarán
En la vida como hermanos se amarán.

36
8

En los campos.

En los campos, un tractor abandonado.

MILAGROS
El tractor de padre. Ese ya no tiene arreglo.

AURELIO
¿Quién lo dice?

MILAGROS
Desde que te fuiste, está así.

AURELIO
La chapa está nueva. A una mano de pintura que se le dé... Lo de dentro ya es otro cantar.
Cambiar la batería, para empezar. Pero, mira: es jondere. Esto cojo yo las herramientas y lo
avío.

MILAGROS
Ahora ya no sé. Pero de mozo te dabas buena maña con los cacharros.

37
9

En la acequia.

Milagros y la madre de Ponce lavan los uniformes del matadero.

MILAGROS
¡Puaj! Menuda peste.

MADRE DE PONCE
Ya te acostumbrarás.

MILAGROS
¿Tu hijo cuánto lleva?

MADRE DE PONCE
Ni me sé. Para mí que en cuanto echó los dientes ya estaba ahí, con los animales, dándole. Y
ahora enseguida va a hacer los veinte, con que...

Pausa.

MILAGROS
La verdad es que yo a este le lavo con gusto, porque oye, por lo menos eso es que está
trabajando y tira para adelante.

MADRE DE PONCE
En la ciudad, ¿qué cargo tenía?

MILAGROS
No sé bien; uno gordo.

MADRE DE PONCE
Pues has tenido suerte, porque no es normal que en el matadero cojan a uno de sus años.
Además, si dices que antes andaba tan a gusto, ganando holgado y eso, no sé a qué viene al
pueblo. Si total, aquí ya no queda nada.

MILAGROS
No digas eso, mujer. Aquí me tiene a mí, que para eso soy su hermana. (Pausa.) A sus años, y
sin casar, ¿dónde va a estar mejor?

38
10

En la llanura.

Ponce y Aurelio caminan por una llanura seca, entre zarzas y matorrales.

AURELIO
¡Schhht!

PONCE
¿Qué pasa?

AURELIO
Ahí están. Los buitres.

PONCE
¿Dónde?

AURELIO
Ahí, peleando por una cordera muerta. ¿No los ves?

Pausa.

PONCE
Ah, sí…

Un silencio. Los dos inmóviles.

AURELIO
Esa era la borra, pobre. Son cuatro huesecillos. Ssscchh... despacio. Hay que sacar tajada
ahora, que están empachaos.

Siguen andando y Ponce coge una piedra.

Deja eso, coño, que me les vas a espantar. Los buitres son muy vivos, y se dan cuenta
enseguida. Tiene que parecer que vas de buena fe.

PONCE
Ya lo sé, hostia.

AURELIO
Pues dale, tanto que sabes. (Pausa.) ¿Qué? ¿Llevas miedo?

PONCE
No.

AURELIO
No, de cojón. Pues claro que llevas, no has de llevar. Pero ellos también. ¿No les ves los
ojillos? (Pausa.) Venga.

39
Ponce se acerca muy despacio, con miedo.

AURELIO
¡Ahora!

Ponce estira los brazos para coger a uno; pero el buitre gruñe y levanta el vuelo.
Ponce vuelve asustado y divertido. Aurelio se ríe.

PONCE
¡Qué cabrón! Le he tocado, ¿eh? Le he tocado la cabeza.

40
11

Una llamada.

Aurelio y Ponce, trabajando en el matadero. Suena un teléfono.


Suena y suena. Nadie lo coge.
El Encargado, en un aparte, llega y coge el teléfono.

ENCARGADO
¿Sí? (…) Ah. (…) Ahá. Sí, aquí está.

Mira al Aurelio, que sigue trabajando, ajeno a la llamada.

De acuerdo. Muy bien. (…) Sí, por supuesto. Un saludo a su señora.

Cuelga. Silencio.

¡Aurelio! Ven un momento, haz el favor.

Aurelio deja de trabajar y va con él.

41
12

En el puticlub.

Aurelio, con un sobre en la mano. Está con Ponce, los dos borrachos.

PONCE
Menudos cabrones. Pero tú estáte tranquilo. Que esto lo hablo yo con mi cuñado, que está
metido en líos de estos, y te cogen otra vez. Te digo yo que te cogen. Por los cojones del
Ponce. (Pausa.) Coño, que no has hecho nada. No te han dado ni razones ni nada.

AURELIO
Déjalo.

PONCE
¿Cómo que déjalo? Mañana mismo me encaro yo con el hijo puta ese. No te pueden echar
porque sí.

AURELIO
No me han echado porque sí.

PONCE
Entonces, ¿por qué?

Aurelio no contesta.

Bah, contigo no vale la pena. El caso es que yo también me voy a ir, ¿sabes?

AURELIO
¿Sí? ¿Dónde?

PONCE
Pues a Bilbao.

AURELIO
¿Y de qué vas a comer? Si no has hecho otra cosa en tu vida que matar bestias.

PONCE
¡Joder! ¿Yo qué me sé? Puedo coger buitres.

AURELIO
Sí. Si no tienes ni puta idea... Además, por eso no le pagan a uno.

PONCE
Bueno, me es igual. Yo me quiero ir.

AURELIO
Lo que quieras tú de poco sirve.

42
Aurelio abre el sobre y le enseña un fajo de billetes.

Venga, vamos a gastarnos la última paga. Yo invito.

43
13

En el camino.

Aurelio y Milagros, cargando con un viejo colchón. De vez en cuando tienen que
pararse; pesa.

AURELIO
Yo no sé qué falta nos hace la limosna de nadie.

MILAGROS
No es limosna. Mosén no le quiere para nada, y a ti te avía la cama.

AURELIO
Bah. A mí me es igual. Yo estoy hecho al suelo, con que...

MILAGROS
Además, se ha portado muy bien conmigo todos estos años. Y el dinero no le tiran del cielo.

AURELIO
Ya me van a pagar, mujer. Lo que pasa es que llevan retraso. Me lo ha dicho el patrón.

MILAGROS
Pues hace días que no me traes el mono para que te le lave.

AURELIO
Porque no me le mancho. Me han cambiado a donde los hocicos.

MILAGROS
Si no estás a bien, lo mismo te valía más meterte en faena con los campos.

AURELIO
Aquí no llueve. Tú lo dijiste, Milagros. Y, sin agua, no hay nada que hacer.

MILAGROS
Ahora lloverá. Siempre llueve para la verbena San Pascual.

Los dos siguen andando, con el colchón a cuestas.

44
14

Una visita.

Milagros, sentada frente a su casa, al sol de la tarde. Por un camino se acerca el


Ponce, con un sobre en la mano.

MILAGROS
¿Qué quieres?

PONCE
¿El Aurelio en dónde anda?

MILAGROS
En el matadero, trabajando.

PONCE
¿Cómo trabajando?

MILAGROS
¿No trabajas tú hoy, o qué?

PONCE
No... Hoy me han dado libre.

MILAGROS
Pues él, pobre, sólo libra los domingos.

PONCE
Ya.

MILAGROS
¿Y eso que llevas? ¿Es para él?

PONCE
Deje, que ya se le daré cuando le vea.

MILAGROS
¿Para qué tanta molestia? Déjamele a mí.

Ponce duda, pero ella le coge el sobre. Él echa a andar. Milagros abre el sobre y saca
unos billetes.

MILAGROS
Eu, Ponce. ¿Esto?

PONCE
De echar la partida el otro día. Que el Ponce paga lo que debe.

45
Se va.
Milagros va dentro. Coge su lata de galletas y la abre. Dentro hay un dedal, varios
hilos y un billete. Revuelve la caja para ver si hay más, pero no. La tira al suelo con rabia.

46
15

Reparando el tractor.

Aurelio, con su caja de herramientas, arregla el tractor abandonado. Suena música


de un transistor.

PONCE
¿Vas a coger las tierras de tu padre?

AURELIO
Bah. Esta tierra no abre.

PONCE
Lo de la Zara es bueno.

AURELIO
Bueno para que correteen los perros. Nada más.

PONCE
Entonces, ¿para qué te sirve el tractor?

AURELIO
Para algo habrá de servir. Las cosas tienen su porqué.

Pausa.

PONCE
He ido a buscarte a tu casa. (Pausa.) Estaba tu hermana. (Silencio.) La verdad que para un
rato aún vale.

Silencio.

AURELIO
Si vuelves a hablar así de mi hermana te mato aquí mismo.

Silencio.

PONCE
Cago en la mar. Cómo eres. No se puede ni bromear contigo. ¿Eh, Aurelio? Cómo te pones.

Silencio. Ve algo.

Aurelio. Aurelio.

AURELIO
¿Qué pasa?

47
PONCE
Mira. Mira un buitre. (Pausa.) Míralo qué envergadura.

Lo miran, hasta que Aurelio, con un gesto, lo espanta.

AURELIO
¡Epa! ¿Qué? ¿Qué quieres, todo el día ahí tieso, mirando? No haces más que dar mal.

Sigue arreglando el tractor.

48
16

Tomando el fresco.

Aurelio y Milagros sentados a la puerta de su casa. De lejos llega la música de la


verbena.

AURELIO
Corre fresco. Abajo, en cambio, está que parece un horno. (Silencio.) ¿No dices nada?

MILAGROS
¿Hoy también vas a la verbena?

AURELIO
Tú nunca bajas.

MILAGROS
Yo no saco tiempo para jaranas. (Pausa.) Así, con esta luz, te pareces a padre.

AURELIO
¿Qué me voy a parecer?

MILAGROS
¡Toma no!, sin parecer te pareces. (Pausa.) ¿Te recuerdas lo que decía? Lo decía siempre, que
éramos muy burros, que no valíamos para pensar. Y que siendo uno tan burro no se puede ser
malo. Que por fuerza se ha de ser bueno.

AURELIO
Pues buena maña se daba él con la correa del cinto.

MILAGROS
Es que éramos unos bichos, todo el día enredando. Y él, pobre, que llegaba de segar que no se
sentía. (Silencio.) ¿Crees que lloverá?

AURELIO
No sé.

MILAGROS
Antes tenías ojo para esas cosas. (Pausa.) No te tenías que haber afeitado. Estabas mejor
antes; parecías otro.

49
17

En la verbena.

Suena un pasodoble. Ponce y el Aurelio miran a una chica, que baila sola, pendiente
de la orquesta.
Ponce le hace un gesto a Aurelio.

PONCE
Dale. Dale.

Aurelio no se decide. Finalmente, se acerca a la chica.

AURELIO
¿Qué vas a hacer ahora?

La chica no se gira. No le ha oído. Sigue bailando. Aurelio mira a Ponce, y pregunta


otra vez.

¿Qué haces ahora?

CHICA DE LA VERBENA
¿Qué?

AURELIO
¿Vas a alguna parte?

CHICA DE LA VERBENA
No pensaba.

AURELIO
¿No te gusta el baile o qué?

CHICA DE LA VERBENA
Bueno.

Un largo silencio. La música termina.

AURELIO
Tienes los dedos muy chupados. Parecen mondadientes. (Pausa.) Yo nací con seis en la mano
izquierda, ¿sabes?

Muestra la mano, perfectamente normal.

Pero se ve normal, porque el que sobraba me le cortaron, cuando chico.

CHICA DE LA VERBENA
Perdona, tengo que irme.

50
Se va.
Aurelio la ve marcharse. Ponce se ríe. Le hace un gesto.

PONCE
¡Eh, Aurelio! De puta madre.

51
18

La apuesta.

Más tarde, en la verbena. Otro pasodoble. Aurelio, borracho, con dos chavales.
Echan billetes al suelo.

CHAVAL 1
Ahí va lo mío.

CHAVAL 2
Aquí lo mío y lo de éste.

CHAVAL 1
Hasta que acabe la música, ¿eh?

Aurelio se remanga la camisa.

AURELIO
Eso hemos acordado.

Enciende un mechero y pone la mano derecha sobre el fuego. Aguanta sin cambiar la
cara, a pesar del quemazo. Aguanta.

CHAVAL 2
¡Dale ahí! Con cojones.

Cuando termina la canción, aparta la mano de golpe.

CHAVAL 1
¡Joder!

CHAVAL 2
¡Hostia, chaval!

AURELIO
¿Veis? Nada.

Enseña la palma enrojecida.

La tengo lo mismo que la llanada. Como pellejo vaca.

Y recoge los billetes.

52
19

En la plaza.

Por la mañana. Milagros recorre la plaza desierta, con restos de la verbena:


banderines, botellas. Le habla a una vieja, que está barriendo su portal.

MILAGROS
Nada, que... Mira tú qué tontada... El Aurelio, mi hermano, que si lo habías visto por algún
lado.

VIEJA
Pero si no sé quién es.

MILAGROS
Uno así, fuerte, que lleva camisa de cuadros... Se parece a mí.

VIEJA
Pues no sé, mujer. Por ahí andaría; bien animado, como todos.

Oye un ruido: en una esquina de la plaza hay un corro de chavales, que se ríen.
Aurelio está en medio, tendido en el pilón. Borracho, descamisado, con un sombrero
de paja en la cabeza y los pantalones caídos.

CHAVAL 1
¡Eu, Aurelio! ¿Qué haces? ¿Buscando caracoles?

MILAGROS
¡Parar quietos!

Se apartan entre risas. Ella coge a su hermano y le zarandea varias veces, hasta que
entreabre los ojos.

AURELIO
Deja... deja...

MILAGROS
¡Venga! ¡Tira para casa, que ya has tenido bastante!

Consigue levantarle y se lo lleva entre las risas de los chavales.

53
20

En la casa.

Entran en casa. Él, aún borracho.

MILAGROS
Qué vergüenza, por Dios. Esto no te lo he de perdonar... Con el hijo de la Resu, y el de la
panadera, y los de la costanilla... Mañana ya se ha enterado todo el pueblo... De verdad... Yo
no sé qué haces toda la noche por ahí, tanto tiempo.

AURELIO
Mujer... Divertirme. ¿No ves cómo me lo paso?

MILAGROS
Sí. Tú encima con choteo. Qué bien. A reírse todos de la tonta la Milagros.

Le tira el sombrero a su hermano de un manotazo.

¡Quítate eso, que pareces un espantajo!

AURELIO
Voy a ver si me echo...

MILAGROS
Eso, tú échate, que luego a mediodía te levantas a mesa puesta. Pues óyeme, se acabó. Yo no
sirvo más que a quien me paga.

AURELIO
Calla, mujer. Que yo no te he pedido nada.

MILAGROS
No callo. Bastante he callado ya. ¿Qué te piensas? ¿Que no sé que te han echado del
matadero?

AURELIO
De eso yo no tengo culpa.

MILAGROS
No, tú de nada tienes culpa. No sabes lo que he hecho yo por ti. No lo sabes... Y también he
caído en cuenta que me andas sisando. Y con líos de deudas con el Ponce, que es un
chiquillo. Sabe Dios en qué os lo gastaréis. ¡Ladrón, que eres un ladrón, lo mismo que los
gitanos!

AURELIO
Caaaalla.

MILAGROS
¡Que no! No traes más que desgracias. Yo que te he cuidado siempre, toda la vida, cuando

54
murieron los padres, ¿y cómo me lo pagaste? Así, con tus fechorías, que por tu culpa me tuve
que ir del pueblo y del único mozo que me tenía ley...

AURELIO
No te tendría tanta cuando te dejó.

MILAGROS
¡Por tu culpa me dejó! ¿Oyes? Por tu culpa... Tú has estado en una cárcel porque has ido
contra la ley de Dios, pero yo no he hecho nada y he estado en otra.

AURELIO
Lo que te pasa es que estás más sola que la una.

MILAGROS
¡Desgraciado! Por tu culpa estoy sola, por tu culpa. ¡Lo que hiciste a esa chica no lo hacen ni
los animales!

Aurelio le pega una bofetada y su hermana cae al suelo. Empieza a gemir con un
llanto ahogado, seco. Aurelio la levanta, la pone en su regazo y la abraza.
Milagros se tranquiliza; se queda encogida, protegida.

MILAGROS
Mírate, mira lo que ha quedado de ti. Bien que me lo decían... Que no vale la pena, Milagros,
que es en balde... Que tu hermano es así, y punto... Y yo, erre que erre, que no. Como las
mulas.

Mientras, Aurelio va bajando los brazos, hasta llegar a la entrepierna.

¿Qué haces?

AURELIO
Nada... Nada...

Empieza a desabotonarle el vestido. Busca debajo de las bragas, al tiempo que le


besa con fuerza la oreja, la mejilla, la boca, casi mordiéndola.

MILAGROS
¡Suelta! ¡Suelta!

Se revuelve, intentando soltarse.

AURELIO
Deja, mujer... No pasa nada...

Milagros consigue soltarse. Se aparta corriendo de su hermano, espantada.

MILAGROS
Tarde caigo en cuenta... Que eres malo... Que lo llevas en los ojos.

Aurelio la mira sin mayor expresión. Luego sale.

55
21

En el puticlub.

Aurelio, acodado en la barra. Silencio.

CAMARERO
¿Quieres algo?

AURELIO
¿Qué?

CAMARERO
¿Vas a beber algo?

AURELIO
No. (Pausa.) Estoy esperando.

CAMARERO
Ya. ¿Y va a tardar mucho?

AURELIO
Lo que tenga que tardar.

Pausa.

CAMARERO
Esto es un negocio. Si no vas a tomar nada te tienes que ir.

AURELIO
No molesto a nadie.

CAMARERO
Da igual. Te tienes que ir.

AURELIO
Bien que me has dejado entrar estos meses.

CAMARERO
Si consumes, te puedes quedar el tiempo que quieras.

AURELIO
No tengo para consumir. (Pausa. En voz alta.) Menudas putas tenéis aquí, que cuando ya no
tienes dinero, ni te miran.

CAMARERO
Venga, fuera. Por las buenas.

Le coge del brazo.

56
AURELIO
¡Suelta, coño! Con todo lo que me he dejado aquí… ¡Bien de dinero! ¡Sí, a ti te digo!

El camarero le saca a la fuerza, entre empujones, mientras él sigue gritando.

¡Y a ti, y a ti! ¡Que he estado con todas! ¡Con todas las de tu bar he estado yo!

57
22

En el tractor.

Al amanecer, los balidos de las ovejas despiertan al Aurelio, que duerme en su


tractor. Se pone en pie: las ropas hechas trizas, demacrado. Se despereza.
Silencio.
Al rato se acerca una Pastora.

PASTORA
Buenas. (Pausa.) Yo a usted le tengo visto. (Pausa.) No es de aquí, ¿verdad? Es forastero.

AURELIO
¿Se nota?

PASTORA
Le vi anoche, en la verbena. Andaba usted muy solo.

AURELIO
Yo no era.

PASTORA
Que sí. Yo le vi, con un chato vino en la mano.

AURELIO
Que no.

PASTORA
¿Es usted el hermano de la Milagros?

Pausa.

AURELIO
No.

PASTORA
Pues me lo habré figurado.

Silencio.

AURELIO
(Se refiere a las ovejas.) Tienes buenas piezas.

PASTORA
¡Bah! Estas, con el hambre que han pasado, me se han quedado en nada. Para bueno, su
tractor.

AURELIO
Es nuevo.

58
PASTORA
Lo mismo de otro color...

AURELIO
¿Por qué? Verde está bien.

PASTORA
Un poco triste, ¿no?

AURELIO
Para trabajar… Igual da. (Pausa.) Lleva música y todo.

PASTORA
Anda… No presuma.

AURELIO
Es verdad.

PASTORA
No me lo creo.

AURELIO
Que sí.

Pausa.

PASTORA
¿Me la pone un rato, que la escuche?

AURELIO
¿Quieres?

PASTORA
Claro.

Aurelio entra al tractor y enciende el transistor. Suena una canción de verano.


La escuchan en silencio, un rato.
Después, Aurelio busca entre sus herramientas y coge un cuchillo. Se acerca a ella,
que sigue escuchando la música, sin percatarse. Cuando está ya muy cerca, le ve. Intenta
escapar, pero Aurelio le pone el cuchillo en la garganta y le da un tirón del pelo con tanta
fuerza que la chica cae de rodillas sobre la tierra.

PASTORA
¿Qué hace?

AURELIO
Nada... Nada...

59
Aurelio la lleva a rastras dentro del tractor. Ella clava las uñas en la arena y llora y
grita. La música sigue sonando.
Aurelio le aprieta con fuerza la nuca, casi la ahoga. Le sube el vestido. Ni siquiera se
baja los pantalones; sólo tira de la goma delantera, se abre la cremallera lo necesario para
apretarse contra ella.
Se oyen los gritos de la muchacha, confundidos con los balidos del ganado y un
perro, que no para de ladrar. Al final, se echa rendido contra el cuerpo de la Pastora, que
casi ni se mueve.
Después, se abotona los pantalones y apaga el transistor. Un largo silencio.

PASTORA
… Me van a oír, ya verás… Te van a coger y te van a matar.

Silencio.
Aurelio va dentro de su tractor y coge una cuerda. Coge a la chica, que grita, y la
saca a rastras. Se alejan por el camino.

60
23

En el muladar.

Un estercolero de automóviles viejos, aparatos rotos, basura acumulada y


excrementos, cubierto de moscas. En medio, saliendo de ninguna parte y medio quebrado, un
olmo viejo en el que está apoyado Aurelio. En el regazo, temblando y sin poder moverse, la
Pastora. Él sostiene el cuchillo bien apretado contra su cuello.
Respira muy fuerte y la garganta se le mueve arriba y abajo de la hoja del cuchillo.

PASTORA
... No has hecho nada que no tenga remedio... Yo no voy a decir nada, yo me callo, de verdad,
lo juro por mi padre que es lo que más quiero, yo me callo, me callo... (Silencio.) ... Aún
puede echarse marcha atrás... No ha pasado nada... No ha pasado nada... Además, a mí me
tienes para cuando quieras, yo soy para ti, siempre que quieras, no tienes más que decirlo...
Por favor, vale ya, vale, por favor... Yo hago lo que tú me pidas, lo que pidas... ¿Oyes?
(Silencio.) ... Yo voy a verte y nadie se entera, las veces que quieras... Ahora mismo... Ahora
otra vez si quieres, pero déjame que me vaya... Yo quiero ir con mi padre... Déjame...

Aurelio coge la cuerda y empieza a hacer un nudo.

¡No! No, por favor... Yo no quiero que me mates... No me mates... No quiero... No quiero...

AURELIO
Calla. Ayúdame.

La chica no puede hablar. Aurelio levanta el filo del cuchillo y lo fija contra su
barbilla.

Ayúdame.

Ella asiente. Aurelio termina su nudo. Estira fuerte. Ella le ayuda: solo quiere que
termine cuanto antes.
Aurelio ata la soga a una de las ramas del olmo. Tira de un lado y de otro, hasta que
queda un agujero del tamaño de una cabeza.

PASTORA
Si me vas a colgar, hazlo en un sitio en que mi gente me pueda encontrar.

AURELIO
El que se va a colgar soy yo. Después puedes irte. (Pausa.) Vamos, agáchate.

Ella no hace nada.

¡Agáchate!

La chica se arrodilla contra el suelo y hunde la cabeza entre las piernas. Aurelio se
sube encima y mete la cabeza en el agujero de la soga.

61
Cuando dé señal, echas a rodar para abajo.

Aurelio se prepara, tensa la soga, echa una última mirada a la llanura.

¡Dale!

PASTORA
(No se mueve.) Mira...

AURELIO
¡Dale, cago en Dios!

La pastora echa a rodar, da un par de vueltas y se queda paralizada a unos metros,


enroscada sobre sí misma, ahogando un grito. Aurelio queda colgando, la lengua a un lado,
tiesa, los ojos bien abiertos, las piernas agitándose.

FIN DE LA PARTE DOS

62
… Cuando terminan los gritos de la Pastora y
los espasmos del Aurelio, han pasado otros veinte años.

63
TRES
AÑOS 90 / AÑOS 50

64
1

Zzzzzzzzzzz. A media tarde, el zumbido de las moscas lo inunda todo.


El muladar sigue en el mismo sitio. También el olmo, pero no hay rastro humano. La
soga con la que se ahorcó el Aurelio cuelga deshilachada, gastada por la lluvia y los años.
Al rato una figura alargada se acerca. Le llaman el Portugués. Lleva puestas unas
gafas de sol de plástico, camiseta interior y sucios pantalones con tirantes. Ríe a menudo,
enseñando los dos dientes que le quedan. Empuja una carretilla de obra, repleta de trastos
viejos y juguetes oxidados.
Rebusca entre la podredumbre: examina una lata vieja, de galletas. La echa al carro.
Una muñeca sin brazo, un balón pinchado, un viejo transistor; todo le sirve.
Al rato se va por donde ha venido, dejando en paz a las moscas.

65
2

El Portugués, a la puerta de la iglesia, con su carretilla.


Se le acerca la Simona, una vieja huesuda, flaca como un soplo, trazada a hachazos.

SIMONA
¿Tienes algo de críos?

PORTUGUÉS
Pues casi tó. Mire... Esto mismo.

Mira entre sus muchos útiles y enseña una pistola de agua.

SIMONA
No, hombre. Algo para uno más mozo.

PORTUGUÉS
Tengo gorras. Ahora que baja la calor.

SIMONA
¿Qué dices? Habla más alto, que no te siento.

PORTUGUÉS
Esta gorra, digo.

Simona la coge: es una gorra vieja de la Caja Rural.

SIMONA
Vale. Me la llevo. ¿Qué cuesta?

PORTUGUÉS
Ahí lo pone.

Simona le da unas monedas y se va.

PORTUGUÉS
Eu. Me da usté de más.

SIMONA
Deja, deja.

66
3

Robe, un chaval de ciudad, llega al pueblo con una camiseta de fútbol, cargado con
una bolsa de deporte. En la parada del autobús, tres paisanos.

PAISANO 1
A ti no te tengo visto, zagal. ¿De quién eres?

ROBE
Del Rufino.

PAISANO 1
¿Cuál Rufino?

ROBE
El Rufino.

PAISANO 2
Será de Pedro el Pastor. ¿Tu abuelo se llama Pedro?

ROBE
Sí.

PAISANO 2
(Al tercero.) ¡Braulio, mira! Éste es el pequeño de la Simona.

Los tres estudian atentamente al chico.

PAISANO 3
Qué jodío. Los mismos ojos ha sacao.

PAISANO 1
Cago en diez. Déjale, ¿no ves que es un crío? No tiene ojos de nada.

PAISANO 2
Ni culpa ninguna tiene.

67
4

Robe pasa por el puesto del Portugués.

PORTUGUÉS
¡Eu, rapaz! Cómprame algo.

ROBE
No, no...

PORTUGUÉS
Mira. Ven, mira.

Le enseña un mechero con forma de mono. Aprieta un botón y sale disparado un pene
de goma. Suena una musiquita. Suelta una carcajada y le da unos chicles a Robe, que duda.

¡Cógeles, coño, que no te voy a cobrar!

El chico los coge.

68
5

En la casa del Pedro y la Simona. Llega Robe.

ROBE
Abuela.

SIMONA
Ay, Roberto.

Le besa varias veces en la frente.

Cómo has crecido, cago en diez. Deja que te vea. Vaya mozo estás hecho. Qué mozo.
(Pausa.) ¿Qué? ¿Ya no te recuerdas de mí?

ROBE
Sí... Sí...

SIMONA
Mira lo que te he traído.

Le da la gorra.

¿Te gusta?

ROBE
Mucho, abuela.

SIMONA
Antes me llamabas tata. Tata, me decías. Venga, ven a ver al abuelo, que te está esperando.

Le acompaña hasta el dormitorio, que huele a enfermedad y a vejez. Poca luz. Pedro
es el viejo que hay en la cama, con pinta de llevar allí mucho tiempo. El chico besa a su
abuelo. Simona espera al fondo.

PEDRO
Fíjate cómo estoy, Roberto. En qué me he quedado.

Le agarra fuerte de la muñeca.

Yo creo que esto ya... pues que no se arregla. (Silencio.) Mira lo que me han puesto.

Se refiere a un póster que hay enfrente de la cama: un paisaje idílico, un riachuelo


con una pequeña cascada entre montes verdes y húmedos.

Me le ha traído el de las Huras, que se le han dado en la Caja Rural. ¿Te recuerdas del de las
Huras? El de las Huras. El Anselmo. Que te sacaba la torta cuando eras crío, y tú así de
menudo, que no valías levantar un palmo del suelo, ya le decías: “Sácame la torta buena,
Anselmo, que la mala, para los perros”. Y se reía. (Pausa.) Y mira qué cosa me ha traído. Le
digo: “¿Es que me quieres enterrar ya o qué, cabrón?” Dice: “¿Yo? ¿Por qué?” “Ah, no sé,

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como me traes el cementerio. Mírale bien, que esto que me traes es el cementerio.” Y él
venga de reír. (Silencio.) Qué jodío, que me trae el cementerio.

Robe sale y vuelve con su abuela.

SIMONA
Se ha quedado en nada, el pobre. Si le ves desnudo, abulta menos que una ternerilla. Y los
brazos... ¿Te ha conocido?

ROBE
Sí.

SIMONA
A veces se le van las cosas. Y por la noche se pone: “madre, madre…” Que se ve que tiene
sueños, o historias, qué me se yo. Y le tengo que sujetar porque si no se quiere ir, ¿sabes? “¿Y
dónde vas a ir tú, infeliz?”, le digo. Si es que me se parte el alma de verle así. Con lo que ha
sido, que cargaba dos costales a pulso. ¡Dos! Que venían de Bordalba sólo para verle. Y
ahora, mírale, de colgajo se ha quedado. Que si viene un aire fuerte se le lleva.

De la pared cuelga un águila disecada.

ROBE
¿Es de verdad?

SIMONA
¡Toma no! De cartón va a ser... Esa la mató tu padre. ¡Qué perillán! De pequeño se gastaba
una sangre... Se enfurruñó con nosotros, no sé por qué. Y el caso es que se fue al campo con
la escopeta, y volvió al rato con el bicho en las manos. Luego se la disecamos, porque le
hacía ilusión. Y decía que, seca y todo, por dentro se le movían las tripas y aún le corrían los
gusanos.

70
6

Robe cruza la plaza. Un corro de chavales le aborda.

CHAVAL 1
Mírale, es ése. ¡Eh, chaval! Ven aquí. ¿Qué has comido hoy?

ROBE
No sé...

CHAVAL 2
Venga, acuérdate, que es muy importante.

Risas de los otros.

ROBE
Pescado hervido... borraja...

CHAVAL 2
Uy, pescado hervido, qué mal. ¿Y qué llevaban? ¿Patatas?

ROBE
Sí.

CHAVAL 2
¡Hostia, patatas sulfatadas!

CHAVAL 1
Bueno, si ves a tu abuela con un spray que diga: “sulfato”, te acojonas y echas a correr,
¿vale?.

ROBE
Vale.

CHAVAL 1
Pues hala, a ver si te pillan para la selección.

Su abuela está en otra esquina de la plaza.

SIMONA
¿Qué te han dicho esos?

ROBE
Nada.

SIMONA
Tú, ni caso, ¿eh? No abras los oídos, que aquí son todos unos oledores. Lo que pasa es que
tienen mucho que callar.

71
7

Robe en el interior de lo que queda del tractor, abandonado y oxidado por los años.
Dos chicos del pueblo con él: Ismael y Olavide. Hojean una revista porno.

ROBE
Que sí, joder. Fueron a la tienda, a comprarme la camiseta esta. Y a la salida va mi madre a
cruzar para hacerse una foto en las taquillas, y pasa un hijo puta con el coche y la atropella. Y
de rebote se lleva también a mi padre, que estaba haciendo la foto.

OLAVIDE
No jodas. ¿A los dos?

ROBE
Sí.

OLAVIDE
Qué putada. ¿Y la camiseta?

ROBE
Me la dio uno del Sámur.

OLAVIDE
¿Y te dio pena?

ISMAEL
Pues claro que le dio pena. Mira que eres capullo.

OLAVIDE
No sé. Tú siempre dices que tus padres son un coñazo y que ojalá se mueran.

ISMAEL
Es distinto, subnormal. Mira.

Le enseña una foto de la revista.

Para coñazo tu madre. Y bien grande.

OLAVIDE
Que no, que es la tuya.

ISMAEL
¿A qué te doy dos hostias?

72
8

En la semioscuridad del cuarto, Simona lava a su marido; le pone de costado y la da


friegas con un paño empapado. Pedro se queda mirándola.

PEDRO
Ponte aquí, a la luz, que te vea.

SIMONA
¿Qué me ves ahora, Pedro? Que te vienen unas manías...

PEDRO
Simona...

SIMONA
¿Qué?

PEDRO
Que estoy cansao.

SIMONA
¡Qué estás cansao! No te jode... Y luego por la noche, venga con la cantinela: madre, madre...
¡Qué hostias de madre llamas tú, si no la conociste! Yo sí que estoy cansada, de limpiarte el
culo. Toda la vida limpiando los culos de los demás.

PEDRO
No es eso. Que estoy cansao de verdad. Que son los años, Simona, y este pellejo no soy yo.

SIMONA
¿Y quién es si no?

PEDRO
Yo no soy. Y antes de quedarme de monicaco para que se descojonen los críos me quito de en
medio, ¿oyes? Para qué voy a andar dando mal, ni a ti ni a nadie.¡Cago en Dios, que no he
nacido yo para estar así, hecho mierda!

Pedro coge la mano de Simona y se la lleva al cuello.

Mira, toca. ¡Toca sin miedo! ¿No la notas? La tengo aquí... Me muero como un perro, y
contra esto yo no sé. No quiero morir así. Y sólo no puedo. Ayúdame. (Pausa.) A ti nunca te
ha temblado la mano, Simona. No me vayas a joder ahora.

Pausa.

SIMONA
Qué bruto eres. Y qué bueno.

73
9

Noche. Robe, que no puede dormir, camina por el pasillo, iluminado por la luz de la
luna. Se fija en el águila disecada que hay en la pared.
La descuelga y comienza a abrirla: desmonta con cuidado el armazón de alambre, y
el relleno de estopa y algodón.
Mientras hace esto, la Simona aparece por otro lado del pasillo, en camisón, con los
cabellos despeinados, sin más luz que la de la luna que entra por la ventana. Está como ida.

ROBE
Me has asustado.

SIMONA
¿Qué haces despierto? Vuélvete para la cama, venga.

Robe la obedece. Sale dejándola allí sola, con sus recuerdos. Ella se sienta en lo
oscuro.
De repente las campanas de la iglesia tocan a muerto.
Del dormitorio sale un entierro: el ataúd, a hombros de los hombres. Detrás, la
familia: el Portugués, cuarenta años más joven, y de negro riguroso, y su hermana Carmen,
también de luto.
Cruzan las estancia entre sollozos hasta desaparecer, sin que la Simona los vea,
mientras las campanas repican.

74
10

Años 50. A las afueras del pueblo, dos jóvenes se tapan el sol con las manos. Tratan
de distinguir la negra figura que se acerca por la llanura, levantando polvo.

CARMEN
Te digo que es ella.

PORTUGUÉS
Se parecerá, pero ella no puede ser.

CARMEN
Me lo dijo el de Lázaro: “Lleva cuidao, que ha salido la Simona”. Bien sabes tú que no la
faltan cueros de volver aquí.

PORTUGUÉS
Que no es ella. Será la gitana, que ya debe estar por venir.

CARMEN
¿No te irás a arrugar ahora? Que te arde la boca de tantas veces que lo has dicho. ¿Y ahora no
te vas a valer? (Pausa.) Lo que es justo es justo. Con ellos tiene que estar, y no aquí riéndose
de nosotros. Tú eres el hombre y a ti te toca.

Siguen mirando hacia la llanura. La figura que se acerca es la Simona, cuarenta años
más joven. Llega al pueblo cargada sólo con un saco. Los mira retándoles.

SIMONA
¿Qué?

Carmen hace gestos a su hermano para que responda. A él, esta mujer le da miedo.

PORTUGUÉS
¿Qué ha venido a hacer aquí? Bastante mal ha hecho ya.

La Simona se le acerca; se pega a él, que nota su aliento.

SIMONA
Este también es mi pueblo.

75
11

La Simona abre de una patada la puerta de un cobertizo de adobe, abandonado no


hace mucho. Por el hueco de un ladrillo se cuela la luz, y aún hay restos de paja. Lleva una
gallina muerta en las manos. La deja a un lado mientras inspecciona el sitio.
Se escucha un ruido: un chaval le está robando la gallina.

SIMONA
¡Deja eso!

CHAVAL
Me la llevo, que la ha robao usté, y ahora yo me la llevo pa comer.

SIMONA
Es mía.

CHAVAL
Está muerta, y los muertos no son de nadie. Son de Dios.

SIMONA
¡De Dios, hostias! Los muertos son de quien los mata. Y al capón ese le he matao yo con este.

Saca un cuchillo.
El chaval suelta al animal y sale corriendo.

76
12

Un corro de mujeres comprando fruta al melonero, que ha llegado a la plaza con su


carretilla. Se acerca la Simona, lo que causa un gran revuelo y un silencio tenso entre el
corro, que interrumpe su charla.

SIMONA
Uno de esos.

Todos la observan y ella se da cuenta. Le habla al vendedor.

A mí me miras a la cara, ¿eh? Que yo pago.

Le tira unas monedas.

Y vosotras, lo mismo. Que yo cargo lo mío, pero todas llevamos en la frente lo que hemos
hecho. ¿Oís? Y si queréis saber algo, me lo decís a la cara, o mejor, le preguntáis a vuestros
hombres, que algunos bien que me conocen; ¿eh, Felisa? Pregúntale al Costan, que bien vino
a buscar lo que tú no le dabas.

Las mujeres se apartan a su paso, y se santiguan, como si tuvieran enfrente al diablo.

77
13

En una esquina del cementerio, Carmen limpia una lápida con un paño húmedo. El
Portugués de pie, con la boina en las manos.

CARMEN
Me recuerdo muy bien, porque yo había sacado nota en la escuela. Y don José me dijo que
igual valía para doctora. Para doctora, fíjate. Y tiré corriendo para casa, con el cuadernillo en
la mano, para contárselo a los padres. (Pausa.) Pero cuando llegué sólo estaba el tío Macario.
Repetía: “Que les arden las tripas, hija”.

PORTUGUÉS
No llores, Carmen.

CARMEN
¡No estoy llorando, hostia! Tú lo que tienes que hacer es valerte como un hombre.

Golpea las lápidas.

¿O es que no se lo han ganao?

PORTUGUÉS
Sí... Y lo voy a hacer... Lo voy a hacer.

CARMEN
Eso. Y al aire. Que te vea todo el pueblo.

Carmen saca un cuchillo, se lo pone en la mano al Portugués y le cierra el puño. A él


le pesa el metal.

PORTUGUÉS
Carmen…

CARMEN
Carmen nada. Yo sólo pido lo justo.

78
14

La Simona lava sus escasas ropas en la acequia. El Portugués se acerca decidido. Al


verle, Simona se encara con él.

SIMONA
¿Qué haces?

PORTUGUÉS
Lo que usté se ha buscao.

Enseña el cuchillo. La Simona avanza desafiante.

SIMONA
¿Y a qué esperas?

Con una mirada desarma el poco valor que el hombre había reunido. Se pega a él,
provocándole.

¿A la que te ha críao vas a matar tú, desgraciado? Lleva cuidao con lo que haces, que tú has
bebido de esta leche.

Se echa la mano a un pecho.

¿Qué te piensas? ¿Que das miedo? Anda, trae. Hay gente que vale para esto y gente que no.

Le quita el cuchillo. El Portugués no se resiste; se queda quieto, derrotado.

79
15

A la puerta de casa, Carmen y otras mujeres rezan el rosario. El Portugués llega con
un andar cansado, arrastrando los pies. Su hermana deja de rezar. Se levanta y va hacia
dentro, furiosa. El Portugués la sigue.

PORTUGUÉS
¡Carmen! ¡Carmen! Te juro que lo voy a hacer. Hoy no he podido, pero lo voy a hacer. Voy a
hacerles justicia. Te lo juro. ¡Carmen!

El Portugués se deja caer, entre las miradas de las mujeres, que no paran de repetir
sus letanías y pasar las cuentas del rosario.

80
16

Dos chavales camino de la plaza.

CHAVAL 1
Han traído dos corderas como cabestros, ya verás. Están Pedro el Pastor y el Morrazos, que
ya casi no se tiene.

CHAVAL 2
¿Y qué han apostado?

CHAVAL 1
La finca de Pinto.

Llegan a la plaza, donde está Pedro, ahora no llega a los cuarenta años, y otro
hombre de su edad, el Morrazos, entre curiosos.
Han devorado dos fuentes de cordero enormes; en el plato de Pedro sólo quedan los
huesos, en el del Morrazos, aún bastante carne. Pedro ha ganado; está borracho y hecho
polvo, pero su imagen es mucho mejor que la del Morrazos, que yace recostado en la silla,
medio muerto, respirando con dificultad. Los hombres del corro (no hay mujeres) felicitan a
Pedro y le palmean la espalda.

HOMBRE 1
¡La virgen! Qué comedor eres, Pedro.

PEDRO
¡Cago en Dios! Y ahora el postre. Que sí... ¡Poco miedo!

Todos ríen.

HOMBRE 2
Venga, Morrazos, que te se calienta la boca y luego pasa lo que pasa.

PEDRO
Dejarle que se levante él, joder, tanto que valía. (A Morrazos.) Y tu finca, la voy a tener yo
para aliviarme el vientre cuando me entren ganas. De capricho.

El corro se disuelve acompañando al vencedor; dejan ahí al Morrazos.


Al rato, llega la Simona, vigilando que no haya nadie. Se acerca a la mesa y se
guarda las sobras entre las ropas, mientras mordisquea con hambre lo que queda de alguno
de los huesos.
Tantea los bolsillos del Morrazos; encuentra unas pocas monedas.
Le echa el alto Pedro.

PEDRO
¿Qué andas tú?

SIMONA
No hago mal a nadie.

81
PEDRO
¿Está muerto?

La Simona se encoge de hombros y sigue a lo suyo.

Pareces menuda para lo enredadora que dicen que eres.

Ella, ni caso. Él, animado por la borrachera, se acerca y la agarra por detrás.

Por aquí andan tós alborotaos contigo. Pero a mí tú no me achicas, ¿te enteras? Aún no ha
nacido mujer que achique al Pedro.

La Simona se revuelve y, aunque le cuesta trabajo, logra zafarse.

SIMONA
Mucho hablas. Como tú, a puñaos les he tenido. Más hombres. Y con cuartos.

PEDRO
Pues bien te se han tenido que torcer las cosas para andar sisándole a los muertos.

La Simona se va. Pedro se queda mirándola.

82
17

Otro día, por la tarde. Pedro, que es pastor, con sus ovejas por los campos. Está
pensando, serio. Un largo silencio.
Al rato, se acerca dudando al cobertizo de la Simona. Finalmente, llama a la puerta.
La Simona abre.

SIMONA
¿Qué quieres?

PEDRO
Mira, petillana, si vengo a hablar contigo es porque sé que tú no te andas con remilgos.

SIMONA
Habla.

PEDRO
Yo ya estoy mayor para buscar hembra, y no quiero quedarme solo. Necesito quien me lleve
palante la casa, que es grande para un hombre. Ahora tengo lo de Pinto, que es campo bueno,
y si te vienes conmigo no te ha de faltar de nada.

SIMONA
¿Tú sabes quién soy yo?

PEDRO
Sé quién eres y lo que has hecho, pero ojo, que a mí no me la vas a jugar. Yo no soy de la
misma pasta que los que te has llevao tú por delante. Conmigo, si te pasas de la raya te he de
matar. (Pausa.) ¿Qué dices? Mejor que esto no lo vas a encontrar.

La Simona abre más la puerta, para dejarle ver bien dónde vive.

SIMONA
Vienes a tiro hecho, cabrón.

83
18

Las campanas tocan a boda.


La Simona, acompañada del Pedro, lleva sus cuatro trastos a la casa de él, cargados
en una carretilla. Cuando ella ha entrado, Pedro pega un grito a quien quiera oírle.

PEDRO
¡A partir de ahora, el que tenga algo que hablar a la Simona, me habla a mi primero! ¿¡Oís!?

Y cierra la puerta de un golpe.


Las campanas tocan cada vez más fuerte; poco a poco, el sonido es más solemne: la
boda se convierte en un entierro. Volvemos a los años 90.
De la misma puerta que acaba de cerrarse, sale ahora un ataúd a hombros: el
entierro de Pedro. Detrás, la Simona y Robe, serios, graves. Cruzan la calle hasta
desaparecer.

84
19

Los chavales llevan la ropa más elegante que han podido encontrar. Están sentados
en un alto, desde el que se ve el cementerio.

OLAVIDE
Joder tronco, tú eres gafe, ¿eh? Se te muere todo el mundo...

ISMAEL
En mi familia no se ha muerto nadie.

OLAVIDE
Pues en la mía, mi tío, que se tiró al canal. Lo raro es pensar que ya no le vas a ver nunca, ¿a
que sí?

ROBE
Bah, antes no le veía nunca. (Pausa.) Me van a hacer las pruebas para los juveniles. Viven en
un chalet de puta madre, con piscina, todo el día rodeados de tías guarras. Y te dan entradas
gratis para los partidos.

ISMAEL
Hala chaval, qué cojonudo.

OLAVIDE
¿Y si no te cogen?

ROBE
Si no me cogen me coge tu madre, que coge a todos.

Risas del Ismael. Silencio.

OLAVIDE
Le ha matado tu abuela, tío. (Pausa.) A tu abuelo. Que le ha matado tu abuela, fijo.

Pausa.

ROBE
(Al Ismael.) ¿Qué dice este gilipollas?

ISMAEL
Déjale, que no sabe lo que dice.

OLAVIDE
¡Que sí, que lo sabe todo el pueblo! Es una envenenadora. Mató a dos, los portugueses, les
decían. Y ahora ha matado a tu abuelo. (Pausa.) Es verdad, pregúntale a este. Pero no te
cabrees conmigo, que yo lo digo para que lo sepas.

Silencio. Al momento, Robe se lanza a por él; le tira al suelo y le arrastra.

¡Suéltame, cabrón! ¡Suéltame!

85
Robe le pega con fuerza.

ROBE
¡Te jodes, por pringao!

OLAVIDE
¡Te jodes tú, que tu abuelo se ha muerto y lo ha matado la puta de tu abuela!

Siguen peleando hasta que Ismael los separa. Robe respira con fuerza, y se va.

ROBE
¡A tomar por el culo!

86
20

De camino a casa, Robe pasa por la iglesia y se cruza con el puesto del Portugués.

PORTUGUÉS
¡Eu! Cómprame un monito con polla.

Se ríe; enseña el mono.

Vente pa casa, que allí tengo más cosas.

Robe cruza sin hacerle caso.

87
21

Robe entra en casa de su abuela, cabreado.


Va a su cuarto y coge sus cosas: echa cuatro ropas en la bolsa de deporte, se quita la
camisa del entierro y se pone su camiseta de fútbol.
Mientras tanto, en la cocina está la Simona, a oscuras, recién llegada del entierro:
sentada a la mesa, ausente, sola.
Robe se asoma con su bolsa a cuestas. Enciende la luz.
Silencio.

SIMONA
¿Te vas?

Él asiente.

SIMONA
¿No te llevas un bocadillo para el viaje?

ROBE
Da igual.

SIMONA
Tengo chorizo muy bueno. Llévate algo, que luego te entrará el hambre.

ROBE
Después me compro lo que sea.

Silencio.

ROBE
Tata, tú antes... (Pausa.) ¿A qué te dedicabas?

Pausa.

SIMONA
Pues a pasar hambre, hijo, que era lo que había. Mucha miseria. Vosotros no sabéis lo que es
eso. Aquí había hambre. Mucha. Y entonces para ayudarte nadie, ¿eh? Para salir adelante
tenías que andar bien despierto, porque el que no, jodido. Que aquí se han muerto muchos.

ROBE
Pero, ¿trabajabas en casas, no? De sirvienta.

SIMONA
Todo lo larga que es la vida me la he pasado yo arrodillada, fregando suelos. De unos o de
otros, igual me da. (Pausa.) ¿Qué pasa, que te han ido con cuentos? Cago en diez, son ganas
de dar mal. No la pueden dejar a una en paz ni un día como hoy.

ROBE
Dicen que estuviste en la cárcel.

88
SIMONA
Dicen, dicen... Mira, en ochenta años que tengo no he perdido una comida. ¡Ni una! Y para
eso pues se hacía lo necesario, y ya está.

ROBE
¿Entonces? ¿Es verdad?

SIMONA
Una cosa te voy a decir, para que te quede clara. Yo no he nacido para arrepentirme ni para
pedir perdón. Eso, otros. Tu abuela ha pasado la vida como ha podido, igual que todos.
(Pausa.) Y ahora, mira. Pelleja me he quedado, que me se caen las carnes. Toca, toca.

Se levanta; coge la mano mano de Robe y la lleva a su cuello. Él se asusta.

Pelleja, pero viva.

Pausa.

ROBE
Entonces, ¿al abuelo?

SIMONA
¿Qué?

ROBE
Me han dicho...

SIMONA
(Le interrumpe.) A tu abuelo le he querido yo más que nadie en el mundo.

89
22

Robe cruza la plaza desierta. Va con su bolsa de deporte, saliendo del pueblo. De una
esquina aparece el Portugués.

PORTUGUÉS
¡Eu! Rapaz, ¿dónde vas?

ROBE
A mi casa.

PORTUGUÉS
(Señala la de su abuela.) ¿Pero no es ésta?

ROBE
No, no. A la capital.

PORTUGUÉS
A mí los monitos pollones me les traen de la capital. (Se ríe.) Del extrarradio, me dicen. ¿Eso
es la capital o no es la capital?

ROBE
No sé, no sé.

Sigue andando para irse.

PORTUGUÉS
¿Y tu abuela?

ROBE
¿Mi abuela qué?

PORTUGUÉS
Ven, que te voy a contar una cosa de tu abuela.

Robe se vuelve hacia él con desgana. Y entonces recibe un golpe tremendo que lo
arroja al suelo. El Portugués le ha dado con un palo que guarda entre las cosas de la
carretilla. Una estacada brutal que le deja encogido, en postura fetal.
El Portugués le suelta otro golpe con las dos manos. Y otro. Y otro. Tal tanda de
golpes que parece que no va a parar nunca.

PORTUGUÉS
¡Toma! Pa que te recuerdes de mí.

90
23

El muladar, en noche de luna llena.


Allí llega el Portugués, cargando con el cuerpo de Robe en la carretilla. Le cuesta
empujar. Va murmurando, jurando entre risas. Al llegar a lo alto del promontorio pega un
grito hacia el cielo.

PORTUGUÉS
¡Eu, Simona, mira lo que te traigo!

Descarga el cuerpo muerto del chico, que rueda entre juguetes, deshechos y artículos
de feria. Despertando a las moscas, que al momento levantan el vuelo; su zumbido cubre la
noche.

FIN DE LA PARTE TRES

91
Epílogo

Noche.
El zumbido permanece, monótono, un largo tiempo durante el que no se ve nada.
Lentamente, la luna ilumina la llanura: nada humano aquí. Zarzas azuladas, tierra
desierta y plana.
Los cadáveres de las gallinas siguen donde los dejaron, tiempo atrás. Ahora, pelados
y limpios; un puñado de huesos sobre la tierra fría.
Oscuro.

FIN DE LA OBRA

92
MULADAR
2014

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