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All content following this page was uploaded by Miguel Ángel Berlanga on 30 June 2017.
ÍNDICE
Página de título
Copyright
Tabla de contenido
Prefacio
Introducción
Lo popular andaluz
Músicas preflamencas
Apéndice 2. Bibliografía
PREFACIO1
Solo puse una condición: editar en digital, pues quería escribir el texto, o al menos una
parte de él, haciendo frecuentes llamadas a links a audios y videos. De hecho ya estaba
haciendo eso en algunos escritos y casi tenía lista una web con cientos de ejemplos
multimedia. Y es que Internet ofrece muchas posibilidades para los textos en los que
precisamente se habla de música o danza: glosar con ejemplos aquello de lo que
estamos leyendo, o escribiendo, a través de un simple click.
Finalmente, el dulce se tornó algo amargo. A lo que vi, quizá no estaban los tiempos
para ediciones digitales. Al menos para las editoriales acostumbradas a publicar solo
en papel. Así que me decidí (sería el año 2010) a editar el libro por mi cuenta en
formato digital y dejar los méritos de tramos de investigación, que tanto nos motivan
a los profesores de Universidad, para otras publicaciones. Obviamente esto ha
retrasado varios años la publicación, pues publicar por cuenta propia un libro que
pretende ser serio (aunque divulgativo) exige, y sobre todo si es la primera vez que se
hace, ir poco a poco en lo que se refiere a la parte formal. Si es que queremos que la
empresa no resulte una chapuza.
1 Ésta es una versión gratuita para difusión. Las páginas no coinciden con las de la versión final: hay muchas
cortadas. Los links a notas y audios y videos no se han conservado. Sí están activos en la versión final, en formato
electrónico, disponible en Amazon: https://www.amazon.es/dp/B071JZ8N7J
resultado una herramienta muy útil y apta para nuestro propósito: edición, diseño fácil
de capítulos, índices, notas a pie, links a Internet… Solo no estamos del todo
satisfechos con el formato final de algunas de las imágenes. Pero seguro que logramos
mejorarlo en sucesivas ediciones que esperamos suministrar a nuestros lectores.
El paso final para la edición ha venido facilitado por la sencillez de uso que ofrece la
plataforma Kindle Direct Publishing, de Amazon. A ésta quizá pronto se unan otras
plataformas de difusión y también el libro en papel… Todo en función de nuestra
disponibilidad de tiempo, de las sugerencias que lleguen y de los resultados de esta
publicación, no estiremos más el brazo que la manga.
Diez años después (¡!) de la ya lejana propuesta de publicación, este libro sale por fin a
la calle. Seguramente se sonrían algunos de mis antiguos alumnos/as y otros tantos
colegas, aficionados o investigadores del flamenco, a los que desde hace ya
demasiados años he venido anunciando que “algún día”, pronto quizá, publicaría un
manual apto para la asignatura, que sería provocador, novedoso, sugerente… y no sé
cuántos más calificativos. Espero no defraudar. Sea lo que fuere, esto es una
culminación y el final de una historia.
O quizá no tan final, pues nos hemos vuelto a engañar prometiendo una segunda
parte y hay que cumplir la palabra dada. Ojalá que sea en mucho menos tiempo, para
no volver a defraudar en plazos (esperemos que no en contenidos) y porque tempus
fugit.
INTRODUCCIÓN
Aun con precedentes muy antiguos, fue a lo largo del siglo XIX, y particularmente en
su segunda mitad, cuando comenzó a desarrollarse y configurarse como mundo
artístico diferenciado. Desde entonces, su popularidad ha ido creciendo, en España y
en muchos lugares del mundo.
En esto han reparado autores procedentes de diversos campos de estudio. Julio Caro
Baroja escribió en los años 80 del pasado siglo: “Todo o casi todo lo dicho hasta el día
de hoy sobre las peculiares maneras de danzar y cantar andaluzas, desde el punto de
vista histórico, carece de consistencia”.[1] Fuerte afirmación, pero la suscribimos y
hacemos extensiva a una parte importante de la literatura flamenca escrita hasta hoy
día.
Pero ante tales afirmaciones y algunas otras, cabe preguntarse: ¿Y bien, qué más?
¿Cómo explicamos cabalmente a Carmen Amaya que era catalana? O por seguir con
Cataluña: ¿Cómo explicamos a Maite Martín y su inmensa flamencura, o que Madrid
haya sido la ciudad con más actividad flamenca del mundo; o cómo explicamos a Juan
Breva, que fue payo y malagueño, o los grandes pasos que para la historia del baile
flamenco se dieron en New York en los años 40 del pasado siglo, o las decenas de
miles de estudiantes de flamenco que hay en Japón, o el papel jugado por Francia en
el desarrollo de este arte…?
Y es que teorizar con unas cuantas “ideas madre” un arte tan complejo, rico y variado
geográficamente y de tan amplio espectro musical y dancístico, que además ha
permeado desde finales del siglo XIX hasta hoy a otras muchas facetas de las artes (la
danza, el cine, la pintura, la poesía…) supone cuando menos un empobrecimiento. El
flamenco, por mucho que retome elementos del lenguaje tradicional, no es ‘cultura
popular andaluza’, folklore, sino un arte universal, un modo artístico de hacer música
y danza. Y como tal necesita reflexiones y estudios de más hondo calado.
andaluza. Tal decadencia habría llegado tras la crisis de los cafés, acaecida a principios
del siglo XX. Se la calificó de época de acancionamiento del flamenco, de cupletizacíon de
los espectáculos, de pérdida de pureza, y por tanto de identidad.
Hasta que en torno a los años 50-60, se habría producido una casi milagrosa vuelta a
las raíces, gracias a una digna labor de recuperación de lo más auténtico que quedaba
del flamenco y a la labor de concienciación llevada a cabo por algunos teorizadores y
cantaores: primero Anselmo González Climent y luego (con un enfoque mucho más
gitanista) el poeta y escritor Ricardo Molina asesorado de cerca por Antonio Mairena.
Puesto que la raíz de la pureza estaba en la tradición gitana de las provincias de Sevilla
y Cádiz, todo lo que se suponía que ellos no habían cultivado originariamente (¿?),
como peteneras, fandangos, granaínas, tarantas, vidalitas, guajiras, colombianas y otros
cantes, constituía un repertorio flamenco de segunda categoría, imitación, cantes
derivados, o lo que era aún peor: cantes aflamencados. Todo cante que se suponía originario
de la tradición gitana (seguiriyas, soleares, tonás, incluso bulerías, determinados
romances…), fue definido como básico, auténticamente flamenco. En el cante gitano
bajo-andaluz estaba la raíz de todas las esencias.
Esta teoría dejaba sumidos en un halo de misterio demasiados temas, por ejemplo casi
todo lo referido a la “prehistoria” del flamenco. Con la afirmación (nunca contrastada)
de que el flamenco afloró de los hogares gitanos bajoandaluces una vez que éstos
dejaron de ser perseguidos, quedaba definida la frontera más allá de la cual era lícito
ignorar casi todo: desde el último tercio del siglo XVIII aproximadamente hacia atrás,
pues hasta ahí llegaban las certezas obtenidas de los informantes. De los precedentes
históricos y musicales, de la interacción histórica entre andaluces y gitanos, o entre
cante y canciones andaluzas tradicionales o de autor, de las interacciones entre bailes
gitanos, bailes populares andaluces y algunas danzas de escuela de tradición
española… prácticamente no se hacía mención. Ni de los precedentes históricos de la
guitarra flamenca, las influencias americanas, etc., etc.
La lectura de su obra permite concluir que más allá de ciertas referencias a coplas no
flamencas y a cantos tradicionales de otras partes de España, o de citas tangenciales de
autores solventes de la época (como Milá y Fontanals, Augusto Ferrán o Luis
Montoto), Machado y Álvarez no construyó una teoría coherente. Prácticamente no
puso en relación fuentes escritas con las informaciones que recogió de algunos
cantaores y aficionados. No sabemos por qué no acudió a la opinión autorizada de
algunos músicos, poetas, escritores y ensayistas que ya habían dejado interesantes
escritos sobre el flamenco.[4]
La glosa más o menos erudita o diletante de las informaciones transmitidas por los
propios flamencos. Ése es un posible resumen del método de Demófilo, y también
fue la tónica general de la flamencología durante mucho tiempo. Machado y Álvarez,
más que dotar a los estudios sobre flamenco de una teoría explícita y coherente, los
sumió en una especie de diletantismo que la flamencología llamada neoclásica por
Agustín Gómez, acabaría elevando a rango de conocimiento iniciático. Y es que
retomar las teorías de Demofilo y pretender sistematizarlas uniéndolas a algunas de las
ideas mantenidas por Falla y Lorca en los años 20, no pudo dar otro resultado que
oscurecerlas aún más, pues sistematizar algo cuya lógica no siempre está clara, exige
una gran dosis de fantasía creativa.
Y por tercera vez el tradicionalismo afloró -con más fuerza que nunca- en la llamada
época de la revalorización, vigente, sobre todo en Andalucía, entre las décadas de los 60 y
80 del pasado siglo. En esta ocasión se llegó al despropósito de pretender definir el
canon definitivo e intocable del cante flamenco, tarea ya anticipada por las bases del
Concurso de 1922. Y no solo el de los cantes, también el de los artistas: la forma de
articular los cantes, cómo no se los debía rematar, el estilo que se debía adoptar…
Una teoría débil que no explicaba muchas cosas o las dejaba sumidas en un halo de
misterio, actuaba de soporte ideológico de una práctica que, a base de regulación,
frenaba la creatividad de los artistas. Se comprende que ambas, teoría y práctica,
acabaran por aburrir.
En ésas se estaba aún en la década de los 80 e incluso 90. Pero poco a poco, y a fuerza
de empuje de algunos artistas y empresarios, el río se salió de cauce: del que los
entendidos y expertos le habían marcado tan estrictamente.
las décadas de los 80 y 90, se debiera más a los logros del “mundo real” que a los de la
investigación sobre el flamenco.
Por entonces, Paco de Lucía, Camarón de la Isla o Enrique Morente entre otros,
llevaban ya años protagonizando propuestas muy novedosas, ante las que algunos
estudiosos finalmente comprendieron la necesidad de explicarlas y justificarlas. Se
comenzó a hilar más fino y a constatar un hecho evidente: el flamenco siempre había
evolucionado.[6]
Comenzaron a barajarse por fin datos históricos que confirmaban que la creatividad
había sido una nota distintiva del flamenco. Por ejemplo, de cantaores destacados y no
tan lejanos, como Pepe Marchena o Manolo Caracol, hasta entonces vistos con cierto
recelo por muchos entendidos. Se diría que la vida real agudizó la capacidad analítica de
los estudiosos.
Shuchardt entendía -y nosotros con él- que el flamenco ha sido siempre un género
mixto. Que sin el componente cultural andaluz, o si se quiere español, la sola
aportación cultural gitana no habría provocado el surgimiento del flamenco (por no
otra razón no hacen flamenco los gitanos de Hungría, Rumanía o Kosovo). Además
de argumentar ésta y otras afirmaciones con gran acopio de datos relativos a la poesía
popular en España y otros países, Schuchardt hizo gala de un rigor metodológico
digno de mayor éxito.
usado, ciertas variaciones en la temática… Demostró por ejemplo que la base de las
coplas flamencas no estaba históricamente fundamentada en una poesía popular en
caló, sino en castellano (Schuchardt, 1990: 23-34). Y argumentó de diversas maneras
que si el flamenco con frecuencia se confundía con lo gitano era porque los gitanos se
habían integrado culturalmente de manera muy especial en Andalucía.
La obra de Manuel García Matos está formada por una serie publicaciones en torno al
flamenco a partir de sus amplios conocimientos sobre el folklore musical. Este músico
y folklorista introdujo nuevos puntos de vista -argumentados con transcripciones y
fuentes orales y escritas- muy distintos a los del discurso que la flamencología
mairenista estaba comenzando a difundir. Por ejemplo, se atrevió a comparar una
soleá con un canto tradicional grabado en Extremadura, o las muy flamencas alegrías
con las jotas aragonesas… García Matos abrió nuevas hipótesis en la línea de buscar
modelos tradicionales previos, andaluces o no, de las formas del cante.
Las teorías de García Matos contenían puntos débiles, como su postura de cariz
antigitanista, similar a las que Béla Bartok había adoptado unas décadas antes respecto
de los zíngaros de Hungría: ambos minimizaron la aportación que los gitanos han
realizado a los folklores locales. Pusieron el acento en los modelos tradicionales
“originarios” que habrían sido copiados o transformados por los gitanos, pareciendo
negarles toda creatividad u originalidad. Quizá por eso y por los recelos suscitados
ante sus nuevas teorías y métodos, las teorías de García Matos tuvieron poca
repercusión entre aficionados y flamencólogos.
Pero las ideas más novedosas de García Matos poco a poco fueron siendo tenidas en
cuenta. Unas antes, e incluso entre flamencólogos. Por ejemplo indagar en los textos
de Estébanez Calderón. Otras después, como manejar textos literarios del Siglo de
Oro en adelante, o fuentes escritas, partituras y textos de tonadillas, sainetes o
zarzuelas, o realizar transcripciones y análisis musical… Él mismo inició estos
Es esa prudencia la que echamos de menos en la obra Teoría del cante jondo (1966), de
Hipólito Rossy, especie de prontuario o manual sobre el flamenco para no versados
en la materia. Como obra sistemática, abordó temas que hasta entonces ni siquiera
habían sido enunciados: cuestiones de modalidad y música antigua y folklórica en
relación con el flamenco, clasificaciones de los cantes según sonoridades musicales, o
según el compás, alusiones a la historia de la danza en relación con el baile -al que
dedica un capítulo completo-…
Quizá sea esa dificultad que plantea abarcar toda una teoría musical, histórica y
cultural del flamenco en un solo manual, lo que ha frenado a investigadores
posteriores a pretender dar explicaciones unitarias, definitivas y concluyentes en torno
al flamenco; a decir la última palabra sobre las claves de la música flamenca. Aunque
podríamos seguir citando autores, preferimos dejarlo para otras partes del libro. Solo
haremos una mención más a propósito del libro publicado en 2009 por Antonio y
David Hurtado, quienes sin duda hacen gala de conocimientos musicales y flamencos
suficientes como para abordar una empresa así.
Un trabajo digno de ser leído, siempre y cuando se haga con sentido crítico, porque
junto a esa cantidad de datos musicales y reflexiones analíticas, observamos en esta
obra inexactitudes históricas, afirmaciones rotundas no del todo contrastadas y
omisiones patentes de obras de autores solventes publicadas ya antes sobre temas
relativos a música y flamenco. Pensamos que si por un lado este libro ha supuesto un
paso adelante en lo referente al estudio de la música flamenca, por otro lado las
omisiones y lo escasamente contrastado de algunas de sus afirmaciones recomiendan
que sea leído con cierto distanciamiento crítico.[8]
De todo esto ya existen trabajos publicados por diversos autores, algunos de ellos
valiosos e innovadores. Pero queda mucho por hacer a la hora de integrarlos,
relacionarlos, resumirlos, difundirlos. A esto queremos contribuir con esta obra. Que
lo logremos o no dependerá de la respuesta que tenga. Sea la que sea, hemos escrito
este libro con ilusión y esfuerzo y eso nos basta.
• Realizar una historia del flamenco en relación con la historia de las danzas
españolas que guardan alguna relación con él; y
Hemos dividido esta obra en dos libros separados. En este primero se abordan
cuestiones de tipo histórico y cultural que -así lo entendemos- ayudan a entender,
explicar y valorar el flamenco a partir de sus precedentes históricos y musicales.
Quedan sin tratar en este primer libro temas importantes, entre ellos el estudio del
compás flamenco. Un anticipo de cómo viene tratado el compás (el ritmo) en el
segundo libro, puede leerse en el nº 4 (enero de 2014) de la revista Sinfonía Virtual,
disponible en Internet. También proponemos en el segundo libro una clasificación de
los cantes flamencos según el modo musical más característico de cada uno
y estudiamos los códigos estéticos y las principales formas clásicas y pasos del baile
flamenco. Además, se dedica un capítulo al estudio de la historia más reciente del
flamenco, sobre todo en su vertiente del baile y de sus influencias en la danza escénica
española.
1. Caro Baroja, Julio. Los pueblos de España. Madrid, Istmo, 1981, p. II, 318.
Cit. en Valderrama Zapata, Gregorio, 2008: 25. ↵
2. Y basta con preguntar por opiniones, leer artículos e incluso libros recién
publicados, para comprobar que hay otras muchas ideas difundidas que
proceden de afirmaciones nunca contrastadas. Por ejemplo, cuando es el
caso de hablar o escribir de historia, en líneas generales se sigue repitiendo
la visión, un tanto simplista, que dividía toda la historia del flamenco en
cuatro o cinco etapas: a) Primeras manifestaciones y “emergencia” del
flamenco (principios del XIX hasta mediados de siglo); b) Época dorada de
los cafés cantantes (último tercio del XIX); c) Decadencia, pérdida de la
pureza y mezcla con el cuplé, con el intento dignificador, en parte exitoso y
en parte “fallido” del Concurso de Cante de 1922; d) Época de la ópera
flamenca, retenida también como decadente (década de los 30 a 50), e)
Época de la revalorización o vuelta a la pureza (de los 60 a los 80)... a las
que se le adjunta el añadido del “nuevo flamenco” que nos conduciría hasta
el presente. ↵
4. Así los de Hugo Shuchardt, al que trató muy directamente, los de Eduardo
Ocón, Benito Mas y Prat, Isidoro Hernández y otros. Véase a este
propósito y en la misma línea, el texto de Gregorio Valderrama (2008: 26),
quien además de apuntar a omisiones más o menos interesadas, explica el
hecho con estas palabras: “Aun admitiendo estas y otras carencias en los
trabajos de Demófilo, éste refleja el pensamiento propio de su tiempo, y su
visión del entorno cultural andalucista se corresponde con el pensamiento
romántico propio de su época y de su clase social” (Valderrama, 2008: 27).
↵
8. Por solo citar algunas: ¿Por qué es protoflamenca la fecha de 1847 a 1881,
cuando ya habían comenzado a ser habituales las fiestas flamencas en
locales particulares y públicos, algunos cantes ya no estaban subordinados
al baile, ya había muchos cafés cantantes, el flamenco era bien conocido en
Madrid...? ¿En qué texto han demostrado, antes de la página 27, que “el
fandango” (¿?) es de origen africano? No basta con haberlo citado
acríticamente una vez o dos antes y luego ya darlo por demostrado. En el
libro se habla de “el fandango”, como si no existieran decenas, si no
centenares de músicas muy diversas llamadas fandangos a lo largo y ancho
del mundo hispánico. Consideran nada menos que a dos siglos completos -
el XVII y el XVIII- como un “punto de inflexión”. En contra de lo que se
11. Este tema lo trabajamos más específicamente a raíz del encargo recibido de
la Fundación Marcelino Botín para escribir una introducción al Festival
Internacional de Santander (Año europeo del diálogo intercultural Valle del
13. Los dos géneros que más hemos investigado son los fandangos, con
motivo de la tesis de doctorado, y las saetas. Sobre fandangos, algunos
trabajos más recientes pueden consultarse en
http://hdl.handle.net/10481/32387 (2010) y
http://hdl.handle.net/10481/41943 (2015). Sobre las saetas hemos
realizado trabajo de campo -y combinado las fuentes orales con otras
fuentes- a lo largo de diez años. Algunas publicaciones pueden encontrarse
igualmente en Digibug y en Academia.edu. ↵
14. En los últimos años hemos investigado los orígenes históricos, precedentes
y primer desarrollo del baile flamenco. Una primera tentativa la hicimos en
“Nuevas propuestas para la historia del baile flamenco” En: Díaz Báñez,
José Miguel et al. (ed.s): Las Fronteras entre los Géneros: Flamenco y otras Músicas
de Tradición Oral. Universidad de Sevilla, 2012, pp. 105-112. Una propuesta,
entendemos que mejorada, puede leerse en "Los bailes de jaleo,
precedentes directos de los bailes flamencos", publicado en 2016 en
Anuario Musical que se puede consultar on line, y nuestra comunicación en
el Congreso de la SedeM de 2016, de próxima publicación. ↵
Introducción2
El flamenco sólo comenzó a despuntar avanzada la primera mitad del siglo XIX. Pero
lo hizo retomando, reinventando elementos de músicas y bailes y prácticas populares
que nos llevan muy atrás en el tiempo. Por eso será interesante que nos detengamos
en el concepto de lo popular en Andalucía anterior a la aparición del flamenco. Esto
ayudará a comprender la expansividad del flamenco -la de ahora y la de antes-, y por
qué se ha convertido en un símbolo de Andalucía e incluso de España.
Andalucía es quizá, de entre todas las regiones españolas, la que posee una cultura más
radicalmente suya, a pesar de que nunca ha pretendido constituirse en nación (Ortega,
1932). Julián Marías escribió que “si hay algo verdaderamente diferente en España, es
Andalucía; si hay algo irreductible, básicamente distinto de todo lo demás, es la región
complejísima del Sur” (Marías, 1990: 29).
Por eso cabe preguntarse: “¿Cómo es posible que una región tan diferente, con rasgos
tan claramente acusados [y variados], se tenga por representativa de la totalidad
nacional y actúe como símbolo de ella?” (Marías, 1990: 31).
2 A partir de este capítulo esta versión libre sólo ofrece el inicio del texto y sus notas
correspondientes (siempre al final del capítulo)
Mapa de Andalucía
El atractivo ejercido por Andalucía tiene algo que ver con sus rasgos geográficos y
ambientales. Abundan las caracterizaciones de la región que comienzan por lo
paisajístico, por su entorno, su hábitat.[2] Algunas referencias a la sensación de
diferencia que el viajero experimenta al ‘entrar’ en la región se reseñan en nota al final
del capítulo.[3]
La antigüedad de Andalucía.
Ortega asociaba ese rasgo con el de la escasa belicosidad de los andaluces frente a
todo tipo de invasores: siempre han preferido aceptarlos, que se integraran en su estilo
de vida, para después ‘dominarlos’ fagocitarlos culturalmente (Ortega, 1934).[4]
vida de sus ciudades, sino en los lugares y formas culturales con poso de
siglos), produce cierta impresión de sorpresa y encanto. “Apenas se entra
[en Andalucía], sobreviene una nueva relación con el ambiente, el paisaje, la
ciudad; empiezan a salirle a uno raicillas” (Marías, 1990: 11). ↵
5. “Andalucía tiene una condición irradiante. Creo que la ha tenido desde los
más remotos orígenes. De todo el pasado prerromano, casi legendario, de
la Península Ibérica perdura, fulgurante, el nombre de Tartessos; de la
Hispania romana han pervivido con pareja fulguración Itálica y Córdoba,
con sus series de figuras ilustres; la irradiación de Sevilla en la España
visigoda es sólo inferior a la de Toledo; y si llegamos a la época árabe, baste
con decir que el nombre de España es entonces Al-Ándalus, que la
verdadera España árabe, la que alcanza una figura compacta y coherente, la
que no tiene aire advenedizo y provisional de otros reinos, es Andalucía”
(Marías, 1990: 69). ↵
La bibliografía sobre el flamenco suele dedicar poca atención al estudio de las músicas
gitanas no españolas. En Mundo y Formas del Cante Flamenco (Molina y Marinera, 1979:
26-27), se afirma que el flamenco es fundamentalmente creación de los gitanos de
Andalucía Occidental. Pero sus autores no van mucho más allá de la afirmación
genérica según la cuál los gitanos fueron los forjadores del flamenco aunque “con
metales en su mayoría andaluces”: hacen muy escasas referencias a ese material
andaluz y al modo de transformarlo por parte de los gitanos.
Rom es el nombre con que se autodesignan los que hablan la lengua romaní, la única
lengua indo-aria hablada en Europa desde la Edad Media, resultado de la diáspora de
comunidades nómadas procedente de la India.[1]
La lengua romaní muestra afinidades con lenguas arias del centro de la India y del
noroeste (Punjab, Kashemira), datos que parecen indicarnos su principal procedencia.
Entre los grupos conocidos como Dom, castas de nómadas, hubo muchos
comerciantes, herreros, barrenderos… pero también malabaristas, cantantes, músicos.
Según todos los datos, los rom no constituyen un grupo racial homogéneo: más que lo
genético, les unificaban algunos rasgos lingüísticos y culturales compartidos.
Posteriormente fueron diferenciándose culturalmente, al hilo del contacto con las
respectivas comunidades de sus lugares de asentamiento.
Si hay algún pueblo que está especialmente unido a la música, es el romaní. Allá donde
se han asentado, desde la India hasta Persia, el Caúcaso, Grecia, Rumanía, Hungría,
los Balcanes, Francia, España… las comunidades romaníes, aun viviendo sin
especiales contactos entre sí, han sido y son protagonistas destacados de la música y
fiestas de tipo popular. Prácticamente en todas partes, otorgan a la música un papel
clave en sus celebraciones, siendo éste uno de sus rasgos identitarios. No ha de
extrañar que a lo largo de la historia se les haya asignado la actividad musical como un
rasgo cultural distintivo. Aunque esta habilidad sea un hecho cultural, en España se
dice que el cante y el baile lo llevan en la sangre.
¿Se pueden individuar rasgos comunes, característicos de la música romaní, sea cual
sea el lugar en que habiten? Algunos datos, históricos y actuales nos ayudan a dar
respuesta a estas preguntas.
No es fácil identificar las tradiciones musicales más ancestrales de los rom, las que
traían de la India, porque siempre se han mostrado propensos a asimilar,
reelaborándolas, las músicas de sus países anfitriones. Sí parece que siempre han
mostrado un proverbial dominio de los ritmos. Para Leblon esto constituye “un punto
común con la India, cuyo arte rítmico es uno de los más complejos y sabios del
mundo” (Leblon, 1991: 15).
Una de las claves que explican el éxito de los romaníes como intérpretes de música es
su adaptabilidad: ellos no suelen hacer gala de repertorios propios o exclusivos, no
rechazan interpretar ningún tipo de música con tal de que sea popular, socialmente
representativa. Si se pregunta a los músicos rom de los Balcanes si podrían individuar
una ‘música gipsy’, inicialmente contestan que sí. Sin embargo no saben especificar los
rasgos musicales que los diferencian de la música de otros grupos étnicos de la región
(Baumann, 2000: 272). En este sentido, S. Pettan -buen conocedor de la música de los
Balcanes-, ha escrito a propósito del género lambada en Kosovo que la clave para
entender la música cíngara pudiera estar en sus actitudes: “Su meta no es tanto imitar
una canción, sino crear una versión personalizada” (Baumann, 2000: 289). Los
estudiosos de música romaní parecen coincidir en la especial libertad interpretativa, en
la mezcla tan atractiva como poco ortodoxa de rasgos musicales, en la adaptabilidad.
‘música de bodas’ con ‘música zíngara’. Pero ante la consiguiente pregunta de “¿y qué
es para ti la música zíngara?”, lo asociaban a un particular estilo interpretativo o tipo
de interpretación, sólo secundariamente lo asocian a un repertorio específico, o al tipo
de instrumentación.
Por su parte Francis Couvreux, estudioso y editor de músicas romaníes, considera que
los gitanos de los Balcanes y países de Centro Europa han sido y son protagonistas de
un interesante mestizaje musical que ha contribuido al surgimiento de nuevas músicas
a partir de folklores locales mezclados con influencias orientales. Couvreux pone así el
acento en el carácter orientalizante de las músicas gitanas.
Alain Weber opina que los rom han sido grandes precursores de fenómenos de
ósmosis musical actual, desde el jazz a las World Music, porque la manera zíngara de
hacer música va más allá de la simple imitación: “entre los gitanos, tocar es sinónimo
de crear”. Weber repara también en la doble cualidad que tienen –sólo aparentemente
1. http://romani.humanities.manchester.ac.uk/whatis/language/origins.shtml
↵
2. http://www.unionromani.org/pueblo_es.htm ↵
Los estudios sobre el teatro, y sobre todo del teatro breve, han puesto en evidencia
que desde las últimas décadas del siglo XVIII se asistió en España a un auge de los
bailes a sólo en los intermedios teatrales, principalmente en tonadillas y sainetes. Este
auge fue especial en algunas ciudades andaluzas, sobre todo Cádiz, y en la Corte, en
donde creció de manera significativa la presencia de bailarinas andaluzas.
A principios del siglo XIX la popularidad de esos bailes siguió creciendo,[1] de modo
que llegaron a ser tan demandados que incluso se intrepretaban sin trama argumental,
adquiriendo entidad propia como intermedios de obras.
Entre esos bailes aparecían con frecuencia los boleros de pareja -una o más, o en trío-.
Pero lo que interesa aquí constatar es el auge de los bailes a sólo o bailes de jaleo. Si a
finales del XVIII los más famosos fueron los zorongos, guarachas, cachirulos… en el XIX,
aparecieron El Olé, La Cachucha, el Jaleo de Jerez, La Malagueña y el Torero, El Vito…
También en los teatros europeos, a partir de la década de 1820 e incluso antes -según
se deduce de la obra del maestro Carlo Blasis-, comenzaron a triunfar las danzas
teatrales andaluzas, danzas a solo -casi siempre-, por lo normal interpretadas de manera
independiente de toda trama argumental.
Desde Andalucía, con Cádiz y Sevilla a la cabeza, muchas obras de teatro menor de
temática andaluza, con sus músicas y bailes, llegaban a Madrid, donde tanto se
prodigaron en la década de 1840 y 50, que surgió entre los críticos un movimiento de
rechazo (Romero Ferrer, 1999: 77).[2] Volveremos a esta idea: los bailes teatrales
Pero esta tradición de danzas teatrales fue uno de los antecedentes inmediatos de la
escuela de baile flamenco.[3] Hubo otros ambientes donde se fue gestando el baile.
El otro entorno -la otra cara de la moneda- donde el flamenco inició su desarrollo fue
el de las fiestas privadas que comenzaron a prodigarse sobre los años 30 del siglo
XIX. En estas fiestas, los gitanos sí cobraron un protagonismo especial.
En efecto, de esas fechas datan las primeras referencias escritas sobre fiestas que ya
comenzaban a mostrar algunos elementos característicos del flamenco.[4] Se trataba de
un particular tipo de reuniones con un especial protagonismo de los gitanos, que
tenían lugar sobre todo en casas particulares pero también en tabernas, botillerías,
corrales de vecinos u otros locales privados. Estas fiestas no se montaban en primer
lugar para el vecindario -para la comunidad que celebra-, sino para invitados
distinguidos que las sufragaban, o bien para curiosos y viajeros que comenzaban a
engrosar ya un turismo ya incipiente y que pagaban algún tipo de entrada.
Pues bien, veamos que tales fiestas tenían mucho de reinvención de un particular tipo de
celebraciones vecinales, los bailes de candil o fandangos de candil. Según nuestra hipótesis -
ya argumentada en líneas generales- de que los gitanos reinterpretan de manera
peculiar las músicas y bailes populares de cada lugar, vamos a estudiar qué fue lo que
vino transformado o reinventado. Primero nos detendremos en el ritual de los bailes
de candil andaluces y después en las transformaciones que realizaron los gitanos.
Francisco Paula Escribano. Un baile en Triana, 1850. Óleo sobre lienzo. CTB.2010.2. ©
Colección Carmen Thyssen-Bornemisza.
Esste autor analiza a estas fiestas como ocasiones privilegiadas en que los jóvenes
tenían posibilidad de intimar. Detalla que las chicas solían acudir con sus madres: “Allí
la complaciente mamá lleva a su candorosa niña para que dé unos momentos de
desahogo a su corazón oprimido...” y anota que cuando esas reuniones eran de gente
de clase media, junto a las seguidillas y música de fandangos, se oían polkas y
cancanes. Esta tendencia a mezclar bailes tradicionales con las modas llegadas de
Europa la conocemos también para el siglo XVIII. En el sainete El fandango de candil
de D. Ramón de la Cruz estrenado en el madrileño teatro del Príncipe en 1768 (ref.
Sainetes. Madrid, Cátedra, 1990), el autor sitúa la acción en una fiesta celebrada en una
casa del castizo barrio de Lavapiés. Acuden diversos invitados, a la luz de dos candiles
(de ahí la denominación: bailes o fandangos de candil). Mientras los personajes populares
bailaban seguidillas, las damas preferían el aristocrático minué. Por su parte, así las
describió Charles Davillier en 1862: “Se llama en Andalucía ‘baile de candil’ a los
bailes de la gente del pueblo. Tienen lugar ordinariamente en la taberna o botillería o
en alguna casa de aspecto modesto. Se ha llamado así a estas reuniones a causa de su
pobre alumbrado, que consiste casi siempre en un candil” (Davillier, 1982: 488).
Introducción
Una vez estudiados los ambientes populares en los que surgieron las primeras fiestas
flamencas, será interesante detenerse en algunas de esas músicas de tipo tradicional de
las que sabemos que sonaron primero en versiones preflamencas.
También nos detendremos en otro tipo de músicas como saetas, sevillanas, romances,
nanas, algunos cantos de trabajo… que no son estrictamente cantes o bailes flamencos,
pero le están muy próximos. Acudiremos más que en otros capítulos a los ejemplos
multimedia, por lo que será conveniente leer éste en un dispositivo con capacidad
multimedia y con conexión a Internet, o bien con el apoyo de un ordenador.
Comencemos con dos ejemplos de video. El primero muestra una secuencia de uno
de los bailes que llamaremos preflamencos.
a) Un baile ‘preflamenco’
En el video del ejemplo propuesto se perciben fácilmente -en los pasos de baile y en la
sonoridad- algunas similitudes con el cante y baile flamenco. Pero está claro que no es
ninguna forma clásica del flamenco (soleares, tangos, alegrías…). El ritmo es regular,
fijo, rasgo más propio de los bailes tradicionales, y no del baile flamenco. Además no
es un baile a sólo, sino de pareja, algo usual en los bailes tradicionales del estilo de las
seguidillas, sevillanas, fandangos tradicionales de baile, jotas. Tampoco estamos en los
escenarios flamencos habituales (tablao, teatro…), sino al aire libre, algo habitual en
las fiestas de baile tradicionales. El ambiente no es de exhibición artística sino de
reunión festiva popular.
El segundo video muestra la parte final de una saeta, un tipo de música tradicional que
se canta en el sur de España –principalmente en Andalucía- a las imágenes sagradas
que procesionan por las calles durante los días de la Semana Santa. Estamos ante una
manifestación de religiosidad popular.
a) Rasgos rítmicos
Veremos más abajo que también muchas músicas americanas (integradas en lo que ha
venido a llamarse el Cancionero Ternario Caribeño) presentan células ternarias agrupadas
de dos en dos, aunque bien es cierto que por lo común éstas se acentúan de manera
más irregular que las músicas de danza españolas, resultando una cierta mayor
complejidad rítmica.[7]
En el audio 2.03, puede oírse el mismo ritmo de 6 tiempos (3+3) pero bastante más
rápido (en un tempo rápido). Obsérvese que cambia la “personalidad’ de este ritmo en
relación con el del ejemplo anterior, aunque en ambos dos células ternarias se agrupan
en un ciclo de 6. Y es que el tempo o velocidad influye en el carácter expresivo de una
música.
En el ejemplo que sigue, de toque flamenco, se perciben las mismas células rítmicas.
Se trata de un pasaje instrumental de introducción al cante característico de los
fandangos de Huelva. Comparaciones simples como éstas ayudan a entender mejor
que este toque de guitarra por fandangos (a compás, o por Huelva) es una reelaboración
de una práctica popular previa. Observemos el ciclo de 12.
Ambas coinciden en que parten de la misma nota base (o ‘tónica’) y llegan a la misma
nota (la 8ª). Pero suenan distinto, transmiten otro color porque los pasos intermedios,
los intervalos, son diferentes. La primera es una escala habitual en muchas músicas
populares actuales. Suele transmitir -sólo con oírla atentamente- una sonoridad más
afirmativa y alegre. La llamaremos sonoridad mayor -terminología clásica- o modo
jónico, o de do, en terminología más apta para músicas modales, como son con
frecuencia las de tipo tradicional.
En el segundo libro de esta obra se detallarán los cantes flamencos que se configuran
en esta sonoridad, que son muchos. En la web de apoyo El Flamenco: Arte Musical y de
la Danza pueden oírse otros ejemplos de músicas no flamencas en modo de mi.[14]
Las formas estróficas de las coplas flamencas clásicas coinciden en un alto porcentaje
con las de muchas canciones populares de tipo tradicional en España y en países
americanos de habla hispana. Así lo han puesto de manifiesto autores como Margit
Frenk, Antonio García de León, Gutiérrez Carbajo, Carrillo Alonso, etc. (ver
bibliografía). Esto es evidente en el caso de la cuarteta octosilábica, que aunque
aparece en la lírica popular de otras zonas del mundo, adquiere en la tradición
hispánica una presencia especial. Lo habitual es la rima asonante –a veces consonante-
en los versos 2º y 4º, quedando libres los impares. He aquí algunos ejemplos.
La siguiente cuarteta es una copla improvisada, sin mayor valor literario que el de ser
apta para transmitir un mensaje preciso, adecuado al momento festivo en que se
interpretó.[15]
Si me quieres dímelo,
y si no, me das de mano.
Que de tu casa a la mía
para zapatos no gano.
mayor valor artístico y carga expresiva. La siguiente cuarteta, de una soleá trianera de
Bernardo el de los lobitos, es de desengaño amoroso:
Y por no abandonar las soleares de Triana, he aquí otra cuarteta que expresa a la vez
generosidad y fanfarronada:
La vecina de enfrente
mira a mi casa;
pero no ve la suya
que se le abrasa.
Las dos siguientes seguidillas son bien conocidas. La primera se canta en sones
mexicanos y la segunda en alegrías de Cádiz:
Por último hemos de citar los tercetos octosílabos, frecuentes en las soleares, y las
décimas, que se han mantenido en las versiones flamencas de guajiras.
Fandangos
Los fandangos, y en concreto los del sur de España, son un tipo de músicas de baile
que se nos muestran como uno de los mejores ejemplos -junto con las saetas- de
músicas preflamencas en Andalucía.[16]
desde el siglo XIX. Así que son una forma privilegiada para comparar las versiones
folklórico-tradicionales y las flamencas.
Durante todo el siglo XIX y principios del XX quedaron bastante definidas las formas
flamencas clásicas de la familia de los fandangos: malagueñas, granaínas, mineras,
cartageneras, tarantas, tarantos, fandangos de Huelva y de Córdoba. Sus modelos previos,
sobre los que los artistas flamencos crearon sus versiones de cante,[20] fueron diversos
tipos de fandangos del sur tradicionales de baile, de Andalucía y de Cartagena-La Unión.
En las primeras fiestas flamencas -años 30 del siglo XIX- se cantaban y bailaban
fandangos que aún conservaban el compás, aunque ya estaban comenzando a
alargarse y a desdibujar el ritmo, tendencia que se impuso en el último tercio del siglo
XIX.[21]
En Andalucía existen dos grandes familias de fandangos del sur tradicionales: los de la
zona más oriental -fandangos de tipo verdial, cuyo aflamencamiento comenzó en la
primera mitad del siglo XIX- y los de Huelva en Andalucía occidental, cuyo proceso
de aflamencamiento es más reciente.[22] Vamos a oír ejemplos de cada una de las tres
‘fases’: la tradicional o folklórica, la de fandangos flamencos a compás, y la de cantes
libres (Texto cortado. Hasta aquí la versión libre del capítulo)
1. Cantes sin guitarra: una de las familias en las que se encuadran los cantes
flamencos que se hacen a palo seco o a capella, sin acompañamiento
instrumental. Son principalmente los martinetes, las deblas y las tonás.
Algunos incluyen a las saetas –como ésta-, aunque sobre esta cuestión
matizaremos más adelante. ↵
10. Se pueden percibir en la audición las 4 células ternarias que componen cada
ciclo, exactamente como sucede en los dos pasajes de fandangos recién
propuestos. Veremos más adelante que los fandangos flamencos a compás
-aquellos que conservan el compás, pues hay otros que lo han perdido-,
heredan de los fandangos de baile tradicionales de Andalucía estos ciclos
rítmicos de 12 tiempos. ↵
12. Las duraciones de las versiones están cortadas para respetar los derechos de
autor. ↵
13. El bajo o estructura armónica Guárdame las vacas fue un tema musical muy
popular en España desde al menos el siglo XVI. Aunque se ha afirmado lo
contrario, no desapareció en el siglo XVI, más bien se ha mantenido
popular hasta hoy. Ya hemos visto su coincidencia con la estructura
musical de los aguilandos de la zona de las cuadrillas, en el sureste español,
donde se sigue usando como tema en torno al que se improvisan cuartetas
octosilábicas. Se hace presente en el son mexicano La lloroncita y en los
14. Pueden oírse por ejemplo (video 2.10) un aguilando murciano -mismo bajo
que el del Guárdame las vacas-, del que se puede apreciar además de la
improvisación, el ciclo de 12 tiempos, la tendencia al ciclo 3, 3, 2, 2, 2 (no
se marca pero se sugiere con frecuencia en la prosodia de los versos
octosílabos) y la sonoridad modal de mi, definida por la secuencia Do – Sol
– Lam – Mi (Fa - Do - Rem – La). Esta secuencia es idéntica a la del
Guárdame las Vacas y Romanesca, a la del son mexicano La Lloroncita o la del
Polo margariteño. Sorprendentes coincidencias; también puede oírse un
villancico al estilo de las pastorás malagueñas (video 2.11), una copla
moderna (audio 2.17), un joropo venezolano (audio 2.19) y una jácara del
siglo XVII (audio 2.18), en la que también se percibe el ciclo de 12 en el
fraseo musical. ↵
17. Autores como José Luque Navajas, Alfredo Arrebola y otros, han escrito
que los verdiales malagueños son una forma preflamenca privilegiada, uno
de los más claros ejemplos de estructura desde la que, por evolución,
habrían surgido los cantes abandolaos y algunas malagueñas flamencas.
Coincidiendo con ellos, habría que añadir que a mediados del XIX las
malagueñas tradicionales eran muy populares en España, por lo que algunas
versiones locales de otras provincias pudieron servir de modelo para
cantaores flamencos de otros lugares de Andalucía. Así la malagueña de
Enrique el Mellizo (Cádiz), los fandangos de Córdoba, Granada, Jaén y
toda la familia de los tarantas y cantes de las minas de las provincias de
Almería y Murcia. Son cantes que adquirieron su peculiaridad distintiva a
INTRODUCCIÓN
Hasta los años 90 del siglo pasado las historias del flamenco se centraron casi
exclusivamente en el cante, al que se consideraba “surgido del hogar gitano”. Apenas
se hacían referencias a los materiales andaluces con que los gitanos lo habrían
forjado.[1]
Hubo una obra que sí amplió el punto de mira más allá del cante: en su Teoría
Romántica del Cante Flamenco (1976), Luis Lavaur relaciona la popularización de las
danzas teatrales andaluzas en la Europa de los años 20 y 30 del siglo XIX -y en los
teatros españoles en la década de 1840 y 50- con el auge que a partir de entonces
comenzó a adquirir el baile flamenco. Con esto quedaba sugerido que el flamenco
tuvo mucho de agitanamiento /aflamencamiento de un repertorio previo.
Las ideas de Lavaur, a pesar de ser novedosas y en buena parte convincentes, hicieron
tambalear sólo levemente el mito gitanista del origen del flamenco. Su concepción
elitista de fondo (el pueblo no crea: sólo copia las producciones artísticas que se
difunden desde las altas esferas), le llevó a recelar de las posibilidades creativas del
pueblo gitano. Y también le impidió indagar en las prácticas populares andaluzas, por
lo que su ampliación del campo de mira quedaba incompleta. Quizá ésta sea la
principal causa de la escasa repercusión de esta obra en ámbitos de la flamencología,
incluso tras la reivindicación que de ella realizara Gerhard Steingress con motivo de su
reedición en 1999. Personalmente recomendamos su lectura, pues aporta algunas
claves bastante esclarededoras sobre la popularización y desarrollo del flamenco.
Ya se ha visto que las primeras fiestas flamencas pueden considerarse bailes de candil
agitanados. Ahora razonaremos que los que principalmente se transformaron en
flamencos no fueron los bailes de pareja o de palillos (tipo fandangos y sevillanas), sino
los jaleos, una categoría genérica de danzas a sólo que también se bailaban en esas
reuniones. Analizaremos su transformación en jaleos agitanados y también veremos el
papel que en esto jugaron los jaleos teatrales (versiones academizadas de los jaleos
populares).
Nuestro enfoque explica el baile flamenco como una recreación –todo lo genial que se
quiera- a partir de tradiciones previas, y no como “nueva creación” gitana a partir de
no se sabe bien qué. Sin negar el protagonismo clave de muchos artistas gitanos que
desde los inicios del flamenco contribuyeron a otorgarle su ethos particular,
introduciremos un matiz importante: los gitanos andaluces –junto con otros
protagonistas andaluces no gitanos- retomaron y aflamencaron unas prácticas previas,
populares y practicadas entre la población andaluza.
Conexiones mediterráneo-orientales
Es probable que alguna vez, al oír un cante flamenco nos hayamos preguntado si su
originalidad se debe a influencias orientales. Esta pregunta es bastante común. Las
vías de influencias históricas por las que más se ha indagado –las anteriores a la llegada
de los gitanos- son en primer lugar las influencias árabes, y en menor medida, las
judías.
Por contra, entendemos que el estudio de las relaciones musicales entre España y
América (las conexiones atlánticas del flamenco, el fenómeno de las músicas de ida y
vuelta) ha avanzado mucho en los últimos años. ¿A qué se debe el estancamiento de la
vía mediterránea y el avance de la atlántica? Más allá de las tomas de postura de
escuela, algunos factores que pueden ayudar a explicarlo podrían ser:
2. Las influencias orientales son más complejas: son anteriores (se dieron en la
prehistoria, siguieron en época antigua, medieval…) e implican a muchos
países, culturas y épocas. Por contra las atlánticas son más (bi)unívocas: se
dan entre España como potencia colonizadora y “sus territorios”
colonizados, por muy amplios que fueran. Esta relación de cierta
exclusividad se mantuvo quizá hasta mediado el siglo XVIII, cuando entran
en lid otras potencias occidentales.
4. A todo esto hemos de unir los enfrentamientos de escuelas, que más que
aclarar han ideologizado el asunto y a nuestro entender han distorsionado el
debate intelectual.
Influencias árabes
Existe una corriente de opinión tan extendida como difusa, que otorga al flamenco
raíces orientales, particularmente árabes. La corriente de maurofilia o simpatía por lo
árabe parece haber surgido en el primer tercio del siglo XIX. Estébanez Calderón fue
uno de sus introductores y la siguieron muchos viajeros románticos que, imbuidos de
exotismo orientalizante, estaban descubriendo España como destino de viajes.
¿Por qué el flamenco suele evocar lo oriental? Un oyente familiarizado con las pautas
más habituales en las músicas occidentales, percibe que el flamenco se aleja de ellas, al
menos en parte: por el estilo de canto, con frecuencia adornado y melismático; por las
sonoridades modales, que se apartan de las escalas más típicamente occidentales; quizá
por su originalidad rítmica… Esos rasgos evocan lo oriental y parece lógico concluir
que siglos de presencia árabe en Andalucía hayan dejado esa impronta.
Todos los datos y fuentes que hemos manejado personalmente, nos llevan no a negar
esta afirmación, pero sí a matizarla mucho. Hemos visto parcialmente en este libro la
sonoridad frigia, el ritmo ternario, las convenciones de los bailes de candil y los bailes
de jaleo, el uso de la guitarra… Son rasgos muy específicamente peninsulares, incluso
españoles –más que portugueses- que no son recurrentes en otras zonas mediterráneas o
de influencia cultural árabe. Incluso el concepto de armonía modal (músicas vocales de
tipo tradicional acompañadas por instrumentos acórdicos que producen algún tipo de
armonía) liga al flamenco más con determinados repertorios de músicas tradicionales
de la Europa mediterránea que con el Mediterráneo árabe. Pero puesto que es un
concepto específicamente musical, lo dejamos para el segundo libro.
actualidad tanto a una forma musical (especie de suite instrumental y vocal de diversas
piezas unidas entre sí por un tema y una misma sonoridad), como al entero programa
de concierto de esa música. Y con su plural “nawbat” se designa al grupo de músicos
que la interpretan. Es la tradición musical clásica en los países del Magreb.
La nouba fue introducida en Córdoba el año 822, al inicio del reinado de Abderramán
II, por el músico Zyriab (Abu al-Hassan ‘Ali Ibn Náfi’) procedente de Bagdad. La
práctica y teoría musical que Ziryab implantó era deudora de la teoría clásica árabe
recién establecida en Bagdad y en Damasco. De hecho Ziryab había sido el mejor
discípulo del maestro iraquí Ishaq al Músili. Por cierto que tal práctica y teoría musical
retomó y reinterpretó un buen caudal de teoría musical griega.
Según textos de Al-Tifasi, autor hispanoárabe del siglo XIII, lo que le llegó a dar a la
nouba andalusí sus rasgos propios fue la integración de determinados elementos
característicos de las músicas populares que se practicaban en la Península Ibérica. De
hecho, las muwasahas y zejeles -las dos formas literario-musicales más características
de las noubas-, estaban formadas de estrofas de versos cortos, al estilo de los de la
música tradicional. También el ritmo musical se imponía sobre la métrica poética,
rasgo que igualmente acercaba este repertorio a lo popular.
Pero otras teorías ven en la muwuasaha una versión (cortesana andalusí) de una
práctica previa, la del zejel, una estructura poético-musical que ya sería popular en la
Península Ibérica cuando los primeros poetas y músicos de las cortes andalusíes
comenzaron -en el siglo XI- a componer sus muwuasahas.
APÉNDICE 2. BIBLIOGRAFÍA
BIBLIOGRAFÍA
BAUMANN, Max Peter (Ed.) Music, Languages and Literature of the Roma and Sinti.
Berlín, Otto-Friedrich University, 2000.