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RESUMEN
Palabras clave: funciones del lenguaje, comunicación lingüística, lenguaje poético, comu-
nicación literaria, Gadamer.
ABSTRACT
A specific line of research that proposes the contribution to categorical construction of the
theory of communication —a field of work in which we have focused for a long time (Paz,
Enzensberger, Arendt)—, centres its reflections on poetry as means of communication. The
origin for such theory derives from a first level of assessment: the communicative and poe-
tic functions of language (Bühler, Sapir, Mounin, Martinet, Benveniste, Jakobson) and the
presence of all literary languages, «when linguistic expression achieves an extraordinary
significance» (Sapir). A second step considers poetic language, since «poetry is communi-
cation, specifically established with new words and owning knowledge of very special natu-
re» (Bousoño). The analysis is followed by the evaluation of several contributions to commu-
nication derived from works signed by Gadamer with regards to an excellent poetic production
(Hölderlin, Rilke, George, Celan). Other elements additionally represented and reviewed in
this work, always considering the perspective of poetic creation, are aesthetic and communi-
cation, signs, metaphors and messages, word and dialogue, representation, speech and
reconstruction, moment and memory, etc.
En una larga conversación sobre los medios de comunicación de masas y el poder de la infor-
mación Peter Sloterdijk sostiene: «la corriente lingüística es tan grande... se remonta mucho
más lejos en el tiempo de lo que los escritores habitualmente admiten. No quiere hacer refe-
rencia a los forjadores de mitos ni a los fundadores de religiones, ni tampoco a los clásicos,
los filósofos, los poetas: éstos todavía están muy cerca de nosotros, y tendemos a evitar acep-
tar las misiones que proceden de parte suya» (2003: 175). Esta invitación al lenguaje, a la con-
sideración de su naturaleza y función comunicativas, además de sugerente, es fundamental
para el esclarecimiento de la estructura comunicativa de la vida humana1. La lingüística, la
psicolingüística, la poética y los estudios comparados del lenguaje ponen de manifiesto mil
aspectos de los procesos comunicativos2. Comunicación que es la base natural y social de la
adaptación humana al entorno y estadio previo y terminal, que se da antes, durante y después
de las relaciones de información. Comunicación entendida siempre desde un presupuesto: que
las personas que se comunican participan de un mismo sistema simbólico y que los comuni-
cantes perciben la misma unión entre el símbolo y su referencia a las realidades. Es más, como
quiere Steiner, el lenguaje nomina, califica, predica, es creador, inventa y reinventa el ser y el
mundo, porque «posee y es poseído por la dinámica de la ficción» (2001c: 78). Fray Luis de
León, maestro del lenguaje, los nombres y la metáfora, exaltaba así a los humanos: «nosotros,
que fabricamos las voces» (F. J. Perea Siller, 1998). Presentamos aquí unas reflexiones sobre
comunicación y lenguaje poético. Lo hacemos preferentemente desde las aportaciones de
Gadamer y dejamos para próximas tareas el análisis de los escritos poéticos de Arendt
y también las aportaciones de Lévinas a la comunicación3.
Como más adelante señalamos, Gadamer habita en la afirmación de esta fundamentali-
dad y preeminencia del lenguaje para la comunicación humana y la comunicación social. «El
lenguaje no sólo debe ser considerado como lenguaje formado por palabras, sino como una
forma de comunicación» (H. G. Gadamer, 1998b: 131). Torna y retorna a aquel aristotélico
animal hablante y quizá vaya persuadido de que la comunicación humana consigue su más
alta estatura por el lenguaje. Quizá todo su discurso vaya precedido por la máxima de Lévi-
Strauss: «quien dice hombre dice lenguaje, y quien dice lenguaje dice sociedad» (1965: 351).
La comunicación misma aparece como el destino de su mayoritario y brillante discurso herme-
néutico: «la hermenéutica se refiere más bien a todo el ámbito de la comunicación humana»
(H. G. Gadamer, 2007: 85). Así lo ve uno de sus glosadores: «El lenguaje es en efecto, para
1 Para las relaciones entre lenguaje y comunicación siguen siendo valiosas y oportunas las reflexiones de Verón
y Prieto (E. Verón, et álii, 1971: 9-50). Así como las de Piaget y Fraisse (P. Fraisse y J. Piaget, 1974: 9-106; J. Piaget, 1987).
2 Una buena parte de nuestra producción acomete estos campos. Hemos explicado, durante una treintena de
años, la asignatura «Teoría de la comunicación», en ella hemos concedido siempre un lugar señalado a los lengua-
jes. Entre otros estudios: O. Uña (1983, 1984a, 1984b, 1987, 1990, 1996, 1998, 1999, 2000, 2005, 2007), O. Uña
y A. Hernández (2003) y O. Uña, A. Martín y J. Hormigos (2005).
3 Nos habíamos propuesto analizar, siquiera mínimamente, la obra poética de Hannah Arendt. Será, sin duda,
en otra ocasión. Nuestra exposición de Arendt sería fundamentalmente desde la comunicación y las relaciones
humanas, bajo la influencia de Jaspers, Heidegger y otros pensadores de la Begegnungsphilosophie (Buber, Löwith,
Theunissen, etc.). Las obras centrales de este estudio sobre Arendt: 2002a, 2002b, 2004a, 2004b, 2005a, 2005b,
2005c, 2006. Igualmente dejamos para un examen detenido la obra de E. Lévinas, tan rica y tan sugerente para redi-
mensionar la teoría de la comunicación. Hacemos una breve referencia a su reconstrucción y superación de concep-
tos heideggerianos y de la fenomenología.
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Gadamer, el ser de todo lo que puede ser comprendido, el juego en el que todos jugamos, el
reflejarse en sí del juego originario que constituye la esencia del movimiento de lo real; esto
es, naturalmente el lenguaje humano, el logos, la palabra» (R. Dottori, 1986: XIX).
Miller, en su clásico estudio sobre la conducta verbal y la comunicación fija el sistema
de comunicación ideal: fuente, destino, canal, transmisor, receptor, ruido. Advierte a su vez
que «el tema del lenguaje y la comunicación es tanto o más vasto que el de la psicología
misma» y que los símbolos verbales son diferentes de otros estímulos debido a su organiza-
ción (J. Piaget et álii, 1961; J. A. Greimas, 1976; D. Pignatari, 1977; J. Mayor, 1977; O.
Quine, 2002).
Por su parte, Edgar Morin advierte como el ser humano configura dos lenguajes desde la
lengua: «el lenguaje racional, empírico, práctico, técnico y el lenguaje simbólico, mítico,
mágico». Desde la sociología de la sociología, según su diagnóstico y su exhortación a la
reforma de los saberes, el pensamiento sociológico del presente debe abrirse a otros modos
cognoscitivos y también a la literatura (E. Morin, 1995a:17). Y si donde surgió el lenguaje,
allí la poesía, corresponde inexorablemente al poeta, quien «tiene una competencia total,
multidimensional» (E. Morin, 2001: 42), llevarnos al «estado poético», al liberarnos del
invasor estado de la hiper-prosa4. Quizá tal discurso moriniano venga a reafirmar el grito sar-
triano de que «vivir es producir significaciones» o las conclusiones gadamerianas: «en el len-
guaje se representa a sí mismo el mundo», «el lenguaje es el lenguaje de la razón misma»
(H. G. Gadamer, 1977: 539, 582).
Moles, lugar obligado y al uso en teoría de la comunicación y en teoría de los objetos,
acomete con originalidad «una poética informacional». Parte en su atrevimiento de aquella
opinión también original de Valéry que sostenía que el verso tiene una finalidad de gozo
y voluptuosidad y que supone, en su recepción, una unión intimista de la realidad física del
sonido y de las excitaciones virtuales del sentido. Moles formula, como si de un imperativo
categórico se tratara, que «la poesía es un arte de comunicación, al unirnos implícitamente»
(1975a: 283). Ello es debido a las artes del poeta, quien «intenta hacer que resuene el
alma y la sensibilidad de los individuos que le escucharán a lo lejos o más tarde, es decir, a
través del espacio y del tiempo» (1975a: 283). Horacio entregaba en testamento universal sus
cantos a una duración mayor que la del bronce, o más allá de la distancia y el olvido, como
permanente mensaje. Y aquel virgiliano pastor Menalcas recibía el poema como el más alto
don: «Para mí, poeta divino, tal es tu canto como la siesta en la hierba para el que está fati-
gado, como en estío apagar la sed con agua dulce de arroyo». Aquella palabra duradera del
primer Paz, que se quería «ya sin mí, pero de mí». Moles piensa que así gesta el poeta sus
literarias criaturas: «en la creación misma, el poeta se forma una imagen ideal y quizá hasta
ilusoria, pero un tanto necesaria, del individuo al que se dirige, y con ello explora con mayor
precisión que el psicoanalista o el lingüista los pertrechos socioculturales de este individuo,
la constancia de la cultura a través de épocas y personas» (1975a: 283). Y a la búsqueda de
4 Parte de las carencias del pensamiento actual e invoca la complejidad. Así diagnostica: «La patología de la
razón es la racionalización, que encierra a lo real en un sistema de ideas coherente, pero parcial y unilateral, y que
no sabe que una parte de lo real es irracionalizable, ni que la razón tiene por misión dialogar con lo irracionaliza-
ble» (E. Morin, 1995b: 34).
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este «mensaje poético sonoro» va nuestro ingeniero y teórico desde la ciencia de la comuni-
cación y desde la estética experimental5. Aunque la definición de Jakobson del «mensaje
poético» haya sido revisada por Eco y también las clásicas distinciones de Moles, «informa-
ción estética» e «información semántica»6. Forma y significación, lenguaje y sonoridad, her-
menéutica y estética constituyen la especificidad poética:
Volveremos en otra ocasión sobre Moles, también sobre sus críticos, sobre las computa-
doras y los métodos elaborados de Bense y Lutz.
Será Barthes quien invoque, al contrario que Mounin, por ejemplo, unas nuevas relacio-
nes entre lingüística y literatura7, incluyendo los contenidos también en el ámbito del lengua-
je (G. Mounin, 1970). Es más, adelanta que tal apertura de la lingüística a los textos litera-
rios se produjo «a partir de un análisis del mensaje poético, aparentemente el más formal de
todo los lenguajes construidos» (R. Barthes, 2002: 35), situando en lugar distinguido las
tareas de Mallarmé, Valéry o Lautréamont sobre el lenguaje y el lenguaje literario. Del texto
al sentido literario. Del lenguaje al lenguaje elaborado, como de algún modo establecían los
«viejos» tratados de retórica, al entender la poesía como elaboración formal —«ad unguem»,
decía Horacio— del material lingüístico. De la lingüística a la semiología, hasta concluir:
«toda obra literaria es comunicación semiológica, un mensaje emitido a través de signos,
símbolos y síntomas...» (A. Prieto, 1976: 21).
J. Martinet (1976: 14-55) dibuja la comunicación lingüística y, desde ella, una semiolo-
gía de la comunicación. La lengua es, ante todo, instrumento de comunicación. Desde
Saussure arranca la comunicación lingüística, que se da y acontece en los actos de habla.
Observa que, desde Saussure, los sistemas de signos son interpretados como comunicación
(Mounin) o como significación (Barthes) y, con aportaciones de Bloomfield, Shannon,
McLuhan y Prieto, desarrolla una semiología de la comunicación. Defiende la estrecha rela-
ción entre los estudios del campo de las ingenierías de la comunicación y las investigaciones
sobre la comunicación verbal (Ch. Baylon y X. Mignot, 1996: 59). A este cometido se orien-
tan someramente nuestras reflexiones sobre Gadamer, artífice y mantenedor de un valioso
discurso sobre la comunicación, el lenguaje y el lenguaje poético.
5 Véase L. Thayer (1975: 396); A. Moles (1975: 179); J. Baudrillard (1977: 121).
6 Véase C. Maltese (1972: 29-312); U. Eco (1980: 159-180).
7 Para Kayser (1981: 7) la poesía «no vive ni crece como reflejo de otra cosa, sino como estructura lingüística
completa en sí misma. Según esto, la tarea más urgente de la investigación debiera ser determinar las fuerzas lin-
güísticas creadoras...». Para Trabant (1975: 15) la obra literaria «posee un núcleo estructural: el habla fijada, es
decir, el texto establecido. Ahora bien, el texto literario no llega a alcanzar la categoría de arte, si no es en virtud de
un acto del habla de índole especial: la “lectura estética”».
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El lenguaje es nuestra patria, nuestra cálida mansión construida por el tiempo histórico y ali-
mentada por la tradición. Habitamos en la «inquietante cercanía» del lenguaje. Así el hom-
bre como ser del lenguaje, el «animal simbólico» de la lengua y el habla. La lingüisticidad
es así una dimensión universal y básica. «La palabra no es un elemento del mundo como son
las formas y los colores, dispuesto en un orden nuevo. Más bien cada palabra es, ella misma,
ya elemento de un orden nuevo y, por tanto, es ese orden mismo y en total» (H. G. Gadamer,
1998b: 44). El lenguaje es la gran pertenencia del hombre, «y es tan inseparable de él como
su propia piel» (J. A. Marina y M. de la Válgoma, 2007: 70). Que los mortales son en la medi-
da en que hay lenguajes, dice Heidegger desde Rilke (M. Heidegger, 1995: 203). Que a los
dichos mortales lo único que nos cabe esperar es «acercarnos a las tinieblas del lenguaje»,
concluye Gadamer. Como el templo fuera la mansión del dios, así el lenguaje fuera la mora-
da del ser, y «todos los seres están a su modo, en cuanto entes, en el recinto de la lengua»
(M. Heidegger, 1995: 231).
Hasta mediados del pasado siglo el lenguaje no había ocupado un lugar central en la aten-
ción del pensamiento filosófico. Desde entonces el debate sobre su naturaleza, estructuras
y funciones es máximo (G. Hattois, 1979). Nuestro filósofo, en la cercanía de Heidegger,
desde 1935, conoce las reflexiones del «maestro de Alemania» sobre el lenguaje; especial-
mente Unterwegs zur Sprache de 1959, su famoso «giro ontológico» y su más famosa pro-
posición: «el ser que puede ser entendido, es lenguaje». La posición hermenéutica lleva a
Gadamer a formular el lenguaje como «la primerísima apertura al ser», el «ser - ahí primor-
dial» (J. Grondin, 2003: 192) y a culminar el grave empeño de una «hermenéutica de la lin-
güisticidad». Para superar esa omisión y ese olvido nuestro autor analiza el logos, el verbo y
el lenguaje como formador de conceptos a lo largo de la historia de la cultura occidental, len-
guaje que va «en el principio de la historia humana y de la historia de la humanidad» (H. G.
Gadamer, 1993a: 91), lenguaje que «revela lo que siempre está en nosotros». Lenguaje que
obra el milagro: porque somos palabra somos una cultura, porque somos conversación
(Herder, Hölderlin) somos una historia8.
Desde Platón el lenguaje es reducido y degradado a mero instrumento del pensamiento.
Aristóteles construirá la originalidad y la relevancia de lo pensado sobre lo expresado, del
concepto sobre el término. La metáfora, la usurpata traslatio agustiniana, quiere unir lo lin-
güístico y lo lógico. «El proceso del pensamiento no es nunca puramente conceptual, sino
que se sigue más bien y ya siempre del vestigio de la palabra, que con sus metáforas e imá-
genes es la que abre primerísimamente los caminos del pensar» (J. Grondin, 2003: 211).
Bajo la consideración de la palabra como arte y como verdad, Gadamer incide en las diver-
sas funciones del lenguaje: cognitiva, comunicativa y categorizadora. Esta última, constitu-
yente del mundo sobre el que se puede hablar, hace posible las dos anteriores, ella es lengua-
je proteico y fundador, poético o creador: «estas formas de la comunicación son inteligibles
en sus posibilidades propias partiendo de aquel modo poético del hablar» (H. G. Gadamer,
8 Sobre ello: B. Malmberg (1996: 117-128); J. Ferrater Mora (1970: 177-184); N. Chomsky (1970: 35-46);
W. von Humboldt (1991: 67-100). Sobre la historia de la filosofía del lenguaje: J. J. Katz (1971: 27-87).
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1998b: 42). Gerard Vilar, en prólogo a Arte y verdad de la palabra, resalta esta función ori-
ginante del lenguaje: «esta fundación de sentido se hace por excelencia en el lenguaje de la
creación literaria, de lo que los alemanes llaman Dichtung...» (H. G. Gadamer, 1998b: 12).
Desde Humboldt se enfatiza sobre la función comunicativa del lenguaje. Mounin establece
la importancia de ésta: «gracias al desarrollo de la fonología, se ha podido ofrecer la demos-
tración científica de que la función central del lenguaje era su función de comunicación, y
no, como la repetían casi todas las definiciones anteriores, su función de expresión del pen-
samiento» (1984: 13). Mounin recoge someramente las afirmaciones de esta posición (1984:
34)9. «La función fundamental del lenguaje es la comunicación» (Revész). «Se dice común-
mente que el arte es un lenguaje... el arte se revela entonces como la posibilidad de comunicar
una emoción» (Buyssens). «El lenguaje... existe no sólo en parte, sino totalmente, en función
de la comunicación entre los hombres» (Whitney). Para Sapir el lenguaje es «un medio de
comunicación puramente humano» y cuando éste reviste «una forma más delicadamente
expresiva» tenemos la literatura. Reznikov y Martinet hablan de la «función estética» del
lenguaje, Jakobson, de la «función poética». Mounin cree resolver el problema refiriéndose
a usos —entre éstos, los estéticos y poéticos— y, «además, de su función comunicativa».
Jakobson, al formular los elementos de los actos de habla (emisor, receptor, contexto, códi-
go, mensaje y contacto comunicativo) señalaba como elemento predominante «la tendencia
hacia el mensaje» (1960: 356). Y Wunderlich enumera así los componentes de una situación
de habla: destinador, destinatario, tiempo, lugar, espacio perceptivo del hablante, propieda-
des fonológico-sintácticas del enunciado, contenido cognitivo del enunciado, presuposicio-
nes, intenciones del hablante, interrelación entre hablante y oyente (U. Oomen, 1987: 138).
Por otra parte, la obra literaria es lenguaje10. Un elaborado lenguaje, un especial discurso,
«una decoloración del lenguaje», «una circunstancia especial del lenguaje» (J. Domínguez
Caparrós, 1987: 91-92). El poema va a ser un «objeto lingüístico», según S. R. Levin (1987:
59), en el que el lenguaje se organiza de caracterizado modo11. Hasta reclamar una ciencia de
la literatura como ciencia social, cuyos esfuerzos ayudarían a integrar el discurso literario en
«el modelo básico del lenguaje del resto de nuestras actividades comunicativas» (M. L. Pratt,
1977: 88). Aunque para otros analistas del lenguaje, especialmente de la teoría de los actos de
habla, la comunicación literaria es siempre distinta, excepción (V. Camps, 1976: 61). Sin ade-
lantarnos a consideraciones sobre la poesía, debemos mostrar aquí la taxativa afirmación de
que es la comunicación lo que caracteriza sustancialmente la obra poética: «[...] la poesía no
puede ser definida ya por las propiedades gramaticales de su lenguaje, sino por el comporta-
miento particular de los distintos factores comunicativos» (U. Oomen, 1987: 139).
9 Sobre ello también: Ch. Morris (1962: 336-339); L. Thayer (1975: 396-398); V. Sánchez de Zavala (1978);
U. Eco (1980: 75-105).
10 «Entre las muchas cosas que puede ser una obra literaria, es sin duda alguna... una cosa hecha de lenguaje. Para
ser más concretos, es un discurso, en el más alto sentido del término, que incluye todos los “trozos” de habla y escri-
tura emitidos sin interrupción por un hablante o escritor individual» (R. Ohmann, 1987: 15). Sobre la especificidad del
lenguaje literario: B. H. Smith (1974); T. A. Dijk (1976b); I. Lotman (1970); J. M. Pozuelo Yvancos, (2003).
11 Sobre la naturaleza y estructura del lenguaje poético y su función comunicativa: I. Fonagy (1971: 194-218);
G. Mounin (1969); S. Chatman (1971: 1-40). Además de Searle y Austin, especialmente el segundo: J. L. Austin
(1971); U. Oomen (1973); S. R. Levin (1987); M. Corti (1976); T. A. Dijk (1976b); R. Posner (1982); J. M. Pozuelo
Yvancos (2003: 195-225).
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Gadamer, pues, no sólo quiere superar el olvido sino también restituir al lenguaje su natu-
raleza, funciones, virtualidades y atribuciones propias. Mas el «concepto moderno» del
lenguaje es hijo de una conciencia del lenguaje, conciencia que es resultado de un proceso
histórico12. Gadamer, en aproximaciones originales y serenas, va a resaltar las funciones del
lenguaje. Así: «la fuerza expresiva del lenguaje» (1993a: 134), «el discurso es siempre dis-
curso de alguien o para alguien» (1993a: 133), «la unidad indisoluble entre pensamiento
y lenguaje» (1977: 483). Expresar, significar, comunicar. El lenguaje es el locus de la media-
ción y de la mostración. El lenguaje es el gran vehículo de la transmisión, de la epifanía
y revelación. La palabra es comunicación en su forma más pura, «pues hablar es expresarse y
salir al encuentro de sí mismo» (1998b: 47). Es más, para Octavio Paz la palabra poética
tiene su nacimiento, su presencia y su fuerza en la distancia entre el yo y el tú, en el extra-
ñamiento de los humanos13.
Gadamer incide reiteradamente sobre el papel secundario del lenguaje respecto al pensa-
miento desde Platón, pero es contundente en esta relación entre conocer y expresar: «[...] el
que vive en un lenguaje está penetrado de la insuperable adecuación de las palabras que usa
para las cosas a las que se refiere» (1977: 482). El «pensamos porque hablamos» es defen-
dido enfáticamente por nuestro filósofo al sostener que la lingüisticidad determina no sola-
mente el objeto sino la realización misma del entender.
Sin lenguaje no habría organización del pensamiento, pensaba Saussure. Para Humboldt
una lengua era una Weltanschauung. Para Sapir-Whorf la estructuración semántica de una
lengua es un hecho original y decisivo14. Es más, según nuestro autor, tan sólo «entendemos»
aquella parte o fragmento de ser que llegamos a expresar lingüísticamente. Aunque el len-
guaje, como quiere Steiner (1990: 67), «se estira deliberadamente hasta el límite», la expe-
riencia de la comunidad y la circunscripción de la lingüisticidad marcan el conocimiento
y vienen a fundar la pregunta, la hermenéutica misma. Los límites del conocimiento son los
límites del lenguaje, la universalidad del lenguaje «se mantiene a la altura de la universali-
dad de la razón... es el lenguaje de la razón misma» (Gadamer, 1977: 482). Laboramos, sufri-
mos por expresar la palabra ajustada y exacta, por nombrar con propiedad la realidad.
Advertimos igualmente nuestra incapacidad para decir en su totalidad lo que queremos decir.
Ello es así porque el lenguaje, aunque familiar y hogareño —«casa del ser»— se revela como
deficiente y limitado. Lessing hablaba de la metafísica exactitud de los poetas y oradores
y Rilke sentenciaba oracularmente: «Era un poeta y odiaba lo impreciso». Para el pensador
alemán la poesía es la proximidad misma y los poetas, más allá de las reglas y convencio-
nes, amplían las capacidades lingüísticas y «dentro aún de las posibilidades que el mismo
lenguaje ofrece, saben expresar lo no dicho» (1998b: 138), habitantes de los «bosques de
símbolos», como quería Baudelaire.
Pero el lenguaje es, por otros costados, el presupuesto de la hermenéutica, como estable-
cieron Schleiermacher y Dilthey y ordena y disciplina Gadamer15. El lenguaje es el medio en
el que se formula el acuerdo y el consenso de los interlocutores. La interpretación es la forma
de realización de la comprensión y ello acontece en el lenguaje. La comprensión dice inelu-
diblemente relación a la lingüisticidad. Ésta caracteriza a la tradición y cumple su significa-
ción mayor en la escritura. Escritura en la que, si bien se pierde el intercambio vivo del
hablar, la palabra se transfigura como verdad, siendo lo escrito la «idealidad abstracta
del lenguaje» (H. G. Gadamer, 1977: 471; y 1998b: 30).
Pero vengamos, al menos brevemente, a la función comunicativa del lenguaje. Ya sabe-
mos que la palabra en su forma prístina es comunicación. Aunque para el longevo filósofo el
resultado de nuestro interpretar —nuestro periplo y odisea sobre los anchos, variados, peli-
grosos e inescrutables mares del sentido y el significado («quale per incertam lunam sub
luce maligna est iter in silvis», que decía Virgilio sobre la visita a los infiernos16)— es acer-
carnos a la tiniebla del lenguaje, la comunidad misma se «resuelve» en la palabra (H. G.
Gadamer, 1993a: 13). Toda la hermenéutica lingüística tiene como punto de partida el diálo-
go. Si un texto no dice para alguien, en verdad nada dice. Decir es decir a alguien, aunque
sea un decirse. No hay signo sin lector, no hay mundo sin sujeto, como establecían
Schopenhauer y Scheler. Sin el otro el texto es oclusión, cifra, se enquista en la clausura,
como mónada sin ventanas. Que todo lenguaje fuera destinal. Gadamer en respuesta a
R. Koselleck, a un grave discurso de celebración y homenaje, sostenía que el lenguaje no dice
de sí, sino de lo que es, y que «la constitución lingüística de los hombres» —y no la mate-
mática— funda la civilización. Que el lenguaje es propio del reino de la praxis, de los huma-
nos como grupo: comunidad y sociedad. Que el lenguaje, gran vínculo constituyente e iden-
tificador, es propio del reino del diálogo, y en tanto es en cuanto conlleva entendimiento, «si
conduce al intercambio de comunicación» (R. Koselleck y H. G. Gadamer, 1997: 115). En
la escucha del otro adviene la solidaridad. Es el lenguaje «como un estar de camino a lo
común de unos con otros» (R. Koselleck y H. G. Gadamer, 1997: 116, 121). El hablar de los
mortales es desde la escucha y en cuanto escucha (M. Heidegger, 1987: 29). El hablar y el
escuchar, el «oyente de la palabra» y el «homo loquens» constituyen el diálogo. Una conver-
sación que es «conversión», encuentro y creación de un ámbito sígnico común, de un común
discurso (Gadamer, 2002a: 209). El lenguaje es no sólo la piel del hombre, como se ha dicho,
sino la resolución básica de la humana condición; no sólo la casa del ser, sino también la casa
del hombre, en la que mora y edifica su relacionalidad. Así define Gadamer (C. Dutt, 1998:
61), en reposada conversación, el diálogo: «[...] algo en lo que uno entra, en lo que uno se
implica, algo de lo que no se sabe de antemano que “saldrá” y algo que tampoco se corta sin
violencia, puesto que siempre queda algo que decir». Hasta Sartre llegaba a establecer que
15 Algunas obras fundamentales sobre la tradición filosófica de la hermenéutica: E. Betti (1955); G. Vattimo
(1968); E. Coreth (1972); E. Bianco (1985); A. Gabilondo (1988); A. Ferraris (2000); R. E. Palmer (2002). Sobre
la hermenéutica en Gadamer: E. Lledó (1978); A. Ortiz Osés (1986); C. Lafont (1993); A. Fabris (2001); J. Grondin
(2003: 243-248); J. Recas (2006: 341-353).
16 Eneida VI, 270-271.
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el ejercicio de vivir coincidía con el de producir significados. Poetas hubo que pensaron eran
las palabras —nombrar el mundo, apropiación de la realidad originaria— el gran y definiti-
vo destino. «Creadores de dioses», es decir, de significaciones máximas, llamaba Aristóteles
a los protopoetas griegos. «Tal vez estemos aquí para decir: casa / puente, cisterna, puerta,
vaso, árbol frutal, ventana, / a lo sumo: columna, torre» (Rilke). «Palabra, una palabra, / la
última y primera» (Paz). «Son las palabras las que cantan, las que suben y bajan... me pros-
terno ante ellas... las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito...» (Neruda). Que
las palabras trascienden lo real, no dicen ni desdicen el mundo: «el lenguaje habla» (Die
Sprache spricht), que Heidegger tomó de Mallarmé. Rosenzweig distinguía entre el «méto-
do de pensar» y el «método de hablar»17.
El pensar es solitario, el hablar reclama al otro. El hablar dice temporalidad, dependen-
cia de otro y capacidad creativa. Y Lévinas por su parte resalta esta función comunicativa del
lenguaje: «Este “algo” que se llama significación surge en el ser con el lenguaje, porque la
esencia del lenguaje es la relación con el otro... la significación es lo infinito, el Otro» (1977:
220). Y Derrida: «Todo lenguaje que retornase hacia sí mismo, hacia nosotros, parecería
indecente» (1997: 6).
Heidegger, Gadamer y Lévinas tienen en su haber un pensamiento cargado de ricas
y exquisitas sugerencias sobre la función comunicativa del lenguaje. Para Lévinas, decimos,
la mismidad del lenguaje es la relación. Tal proposición nos llevará hasta la palabra no dicha.
El lenguaje en cuanto decir es pura y originaria significatividad y establece una asimétrica
relacionalidad: el que nombra, el que dice, el que habla, es proteico y antecesor. El lengua-
je en cuanto dicho, universo del conocimiento y la comunicación, pide remisión a aquel decir
inicial y fundador. Por otra parte, el discurso tiene su origen en la alteridad. La diferencia me
dice e interpela. Lévinas acentúa la otredad frente a la «egología» fenomenológica: del ser a
la relación, de la ontología a la ética. Trátase del reconocimiento, no ya tan sólo del conoci-
miento, dícese de la revelación y no ya del desvelamiento. La preeminencia es del otro, otro
con rostro, un rostro que habla e interpela. El rostro es como palabra primerísima, como alfa
del significado, como palabra no dicha, que me constituye en interioridad expresiva. Para
Lévinas el lenguaje es más que un sistema de signos, sobrepasa la formalización, la comu-
nicación y la expresión. El lenguaje, desformalizado, es reenvío a «la pregunta», remisión de
significado. Es esencialmente la escucha —«oyente de la palabra»—, lo dicho es objetiva-
ción, el decir es génesis y posibilidad. La otredad, la diferencia, dice y, al nombrar, somos18.
Amplia y sugerente es la aportación de Gadamer al lenguaje como comunicación desde
la hermenéutica y la variada exégesis de textos. No podemos señalar aquí su lugar y signifi-
cación al interno de la corriente dialógica y de los discursos sobre la comunicación desde la
filosofía (Rosenzweig, Cohen, Jaspers, Buber, Marcel, Lévinas, Wahl, Löwith, Jankélévich,
Theunissen, Habermas, Apel, etc.)19.
17 De interés al respecto: Rosenzweig (1989), que sintetiza su magna obra: La estrella de la redención,
Salamanca, Sígueme, versión de 1997. A propósito del concepto de diálogo y las aportaciones de Rosenzweig:
J. M. Esquirol (2005: 69-80).
18 Sobre el lenguaje en Lévinas: R. Duval (1976); E. Feron (1992); S. Buck-Morss (1995); D. Gritz (2004).
19 Sobre las propuestas del pensamiento relacional, comunicativo, del encuentro y del diálogo, en sus varias
orientaciones: O. Uña (1984a: 37-83; y 1999: 17-57); M. Theunissen (1965); J. Bokenhoff (1969); J. Libertson
(1982); P. Laín (1983); S. Simón Lorda (2001); A. Gabilondo (2001); J. Recas (2006).
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20 Bourdieu glosa muy sutilmente la incomprensibilidad e inexplicabilidad del arte según Gadamer y se afirma
contra «los que prohíben a la sociología cualquier contacto profanador con la obra de arte» (Bourdieu, 1995: 10).
21 No entramos aquí a valorar la posición de Vattimo sobre la hermenéutica —«la hermenéutica debe recono-
cerse como el pensamiento de la época del final de la metafísica» (1991: 119)—. Tampoco podemos considerar su
juicio sobre arte y religión y arte y secularización (1995: 102-121) ni sus «lecturas» de Heidegger y Gadamer a pro-
pósito de este temario.
22 Sobre Heidegger a este respecto, además de la obra de J. Wahl (La pensée de Heidegger et la poésie de
Hölderlin, de 1953), señalamos: P. Man (1955); H. J. Schrimp (1957); G. Vattimo (1993 y 1999). Para las relacio-
nes de filosofía y poesía en Gadamer: H. G. Gadamer (1987); F. De Alessi (1991); J. Young (2001).
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«El “ahí” universal del ser en la palabra es el milagro del lenguaje, y la más alta posibilidad
de decir consiste en retener su transcurso y su huida y en fijar la cercanía del ser» (1998b:
44). Esta característica de lo originario y originante de la palabra poética, que es gravemen-
te advertida por Heidegger y Gadamer, la formulaba también Cernuda: «La poesía es prime-
ra y final verdad sobre lo cual ni los hombres ni el tiempo tienen poder» (2007: 243). El «vir-
giliano» Theodor Haecker sostenía que el lenguaje, uno en sí mismo y triple (pensamiento,
voluntad y sentimiento), no sólo es puente de lo visible a lo visible, sino también de lo visi-
ble a lo invisible. Y dado que es de amantes el cantar, «el elemento primario del lenguaje es
la lírica» (T. Haecker, 1949: 125-126). Safranski hace suyo el aserto de Husserl según el cual
entre filosofía y poesía se da una «secreta afinidad». Ambas trabajan en la «rehabilitación del
mundo fenoménico» (R. Safranski, 2006: 53). En la atención y consideración al mundo, sal-
van al mundo23. La «palabra reflexiva» viene a ser culminación del desenvolvimiento de la
palabra poética.
«No hay mudez en el poeta», escribe Steiner (2001c: 178). No queda el poeta entregado
al soliloquio como villano en su rincón. Que, aunque la palabra surge del profundo personal
—«de pleno pectore manat», sostenía Horacio— se torna voz al ágora y «viento del pueblo»
hasta los máximos incendios a lo largo del tiempo. Costoso al poeta el parto de la palabra.
Él es el gran buscador de las palabras, como quien se embarca hacia Calipso. También el
gran aventador: palabras exactas, justas, medidas («Omnia in pondere, numero et mensura»
precedía las plantas y ritmos escurialenses). Gadamer piensa (1999: 10) que fuera Hölderlin
—«que recibió el beso del lenguaje»— el más afanoso en la búsqueda de la palabra. Que el
poeta es el proferidor, el emisor, el gran anuncio, el profeta, sibila y oráculo. Él manda sobre
las palabras: en ellas fuera el origen, el alba, el surgimiento. «El poeta procede inquietante-
mente a semejanza de los dioses. Su canto edifica ciudades... el poder de conferir una vida
duradera» (Steiner, 1990: 65). Este creador y domador de palabras, escrutador insaciable del
mundo, custodio de las voces y luces de la aurora quizá pueda ser entendido como nacido de
sí mismo y en sí mismo consumado.
Adorno, reflexionando sobre George, llega a concluir que el yo que se expresa en la líri-
ca lo hace como «contrapunto a lo colectivo, a la objetividad» (Th. W. Adorno, 2003: 53).
Valente por su parte reduce el don poético a palabra interior, soliloquio, camino del bosque
y camino sobre la mar del mismísimo e intimísimo sujeto («interior intimo meo», decía San
Agustín, maestro del interiorismo). «Palabra —viene a concluir Valente (2006: 25)—, que
no reconoce finalidad ni se sujeta a intención. No comunica propiamente, sino que convoca
o llama hacia el interior de sí misma.» Al contrario exactamente que la histórica definición
de Bousoño: «[...] poesía es la comunicación, establecida con nuevas palabras, de un cono-
cimiento de muy especial índole: el conocimiento de un contenido psíquico tal como es... la
poesía no comunica lo que se siente, sino la contemplación de lo que se siente» (1966: 19,
21). Serán, sin duda, Gadamer y Steiner los grandes expositores de la función comunicativa
del lenguaje poético, de la poesía como comunicación.
Steiner, como decíamos, no contempla al poeta como mudo, es decir, como enajenado y
delimitado a su claustral mundo. Parece hacer suyo el célebre verso de «Argumentum e silentio»
de Celan: «A cada uno su palabra» (que comenta Cacciari (2004: 43) desde el diálogo, la
escucha y la amistad). Para el brillante ensayista el lenguaje y el arte son porque existe «el
otro». Cuando una voz se dirige a otra, cuando acudimos a un texto o a una pieza musical
apostamos por la trascendencia, que es lo mismo que indagar sobre el otro en su condición
de libertad.
El otro funda el lenguaje, el otro da origen al arte. De ahí los «actos de comunicación y las
tentativas de encuentro» (G. Steiner, 2001b: 178). Las múltiples articulaciones formales
y las diferencias de estilo son hijas de la diversidad de modos de relación y encuentro con el
otro. De tal forma que el discurso estético todo y el taller crítico y hermenéutico no tienen otra
pretensión que el repetido intento de mostrar el ámbito opaco y paradójico de «los modos de
encuentro con el otro» (2001b: 178). Steiner ve en el lenguaje «el generador y el mensajero del
mañana (y desde el mañana)» (2001b: 79), aunque éste «tenga sus límites» (1990: 67).
Su apuesta por la palabra poética es decidida. Se acoge a «la autoridad de lo poético»
frente y contra el «motín de la teoría» postestructuralista y deconstructivista. Critica las afir-
maciones de la Sprachphilosophie, la reflexiones de Wittgenstein sobre el lenguaje, también
del psicoanálisis y de lo que él llama, desde Kant, la Sprachkritik. Para Steiner, no se apren-
de la palabra en el mundo, no es una respuesta a él. Arremete contra la deconstrucción, aun-
que celebra la afirmación de Derrida sobre «el inteligible rostro del signo hacia la palabra,
y el rostro de Dios» (2001: 133-151). Celebra también la «infinitud» y la «impenetrabilidad
abierta» de Buber y Lévinas y hace suyas las posiciones de Hofmannsthal y Canetti sobre las
insuficiencias y limitaciones del lenguaje hasta concluir en «la crisis de la palabra... situa-
ción extrema de la post-palabra (after word)». El poeta trae consigo una llamada radical al
cambio. La palabra nos identifica, nos expresa, es nuestra consistencia, y nos entrega al reino
de la posibilidad. Sin el poeta y sin el arte habitaríamos en la «alienidad sin habla en el silen-
cio de la piedra». Y sólo el arte nos abre a lo posible, nos da acceso, nos mueve «hacia un
despertar a algún grado de comunicabilidad»24.
Gadamer no cede en su intento sostenido de explorar las posibilidades que pueda tener el
arte de la palabra, que por antonomasia es la poesía. Posibilidades para nuestra sociedad,
según él, «dominada cada vez en mayor medida por mecanismos anónimos, en la que la pala-
bra no crea ya comunicación inmediata» (1999: 107). Intento que toma cuerpo, entre otros
escritos, en la exégesis de la obra de Celan y en Poema y diálogo.
Ya hemos notado su predilección y afán por el lenguaje. «La obra del lenguaje, es para
él, la más original poetización del ser.» Definición y exaltación que recuerda a Heidegger:
«el propio lenguaje es poema en sentido esencial». Hablar es creación, es poético ejercicio.
Pero cuando el lenguaje es el de la poesía, «estamos muy alejados de los planteamientos de
una teoría de la comunicación y de la información» (Gadamer, 2006: 114). La literatura se
distingue de otras formas de lo escrito no sólo por el sentido, sino como fenómeno lingüís-
tico. La poesía, como arte de la palabra se diferencia a su vez de las demás artes y, en su
incomprensibilidad, «existe en el comprender conceptual y para un comprender conceptual»
(2006: 102). Singularidad —e incomprensibilidad— que adviene a la palabra poética de su
24 Sobre las líneas argumentativas de Steiner y Gadamer sobre la palabra poética y sobre el arte como comuni-
cación: J. Onimus (1970); E. Fubini (1994); P. Ricouer (1980); J. Derrida (2003 y 1985).
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ilimitado poder y de su perfección ideal. «Eso es poesía, algo que es “hecho” de tal modo que
no tiene otro sentido que el de hacer ser ahí» (2006: 125-126). Como sagrado ímpetu que ali-
menta el pecho del poeta concretaba Ovidio este alto don, traslación del griego «entusiasmo»,
esto es, habitar en la cercanía de los dioses. La palabra poética es mítica, es decir, no tiene
correlato en algo exterior a ella. Es ambigua y multívoca, como multívoco es el ser humano.
Ella alberga también la profundidad y la lejanía del decir, en ella se anudan la memoria (reten-
ción), la presencia (intención) y la futuridad (protención). En ella alcanza la comunicación
humana su más labrada dimensión, aunque se distinga radicalmente de las formas cotidianas
y evanescentes del lenguaje que puebla y estructura el proceso comunicativo25.
El poema es diálogo. Al participar en el poema descubrimos y cobramos sentido. Se trata
de suscitar un diálogo, en íntimo y creador coloquio, con el lenguaje. No se trata de recons-
truir algo dado. Tampoco se persigue aquello que el poeta haya pensado; Simmel narra que
Goethe no veía la separación entre su vivir y su crear (2005: 33). Las palabras del poema son
como aquel prado hermoso de Berceo, «de flores bien sencido», son como «la voz de los
pájaros»: así como el canto de las aves vive y prolonga su propio encantamiento y júbilo, así
el poema se halla más allá de todo acontecimiento u opinión. Se trata de jugar con las pala-
bras como cantaba un verso de su amigo Ernst Meister («Juega tranquilo con las palabras»).
«El otro está en el acompañamiento, como el otro de nosotros mismos» (Gadamer, 1999a: 153).
Es un diálogo en la cercanía, en la confidencialidad: el yo que dialoga, en su desdoblamien-
to, con sus otredades. El poeta susurra levemente, como rumor y secretal indicio. Es en voz
baja, en reposada sugerencia. Como aquella región de encuentro del poeta Juan de la Cruz,
en la que el amado se adentra en el silencio y en el olvido de sí («Quedeme y olvideme»).
El misterial silencio en el santuario de los signos. «Cada palabra del hablar de los mortales
habla desde esta escucha y en tanto que tal escucha» (M. Heidegger, 1987: 29)26.
En los ya clásicos ejercicios de interpretación de la obra Cristal de aliento de Celan27
Gadamer se debate por fundamentar la identidad del yo y del tú y se pregunta si no será un
«diálogo del alma consigo misma» (2001: 12). Sin poder determinar si se trata de poesía amo-
rosa o religiosa, en el originalísimo hacer de Celan, el lenguaje no va separado del contexto de
su obra, dice Gadamer, notando que «yo», «tú» y «nosotros» revisten una forma «absolutamen-
te inmediata, umbrátil, indeterminada y siempre cambiante» (2001: 13). Además, siguiendo los
postulados de Mallarmé, el proceso de creación de Celan se condensa, se abrevia y se radica-
liza. No obstante, nuestro filósofo sostiene que la poesía va destinada a las personas de un
mundo común, a una comunidad lingüística. De igual modo, el primer plano a considerar en el
poema son las palabras; trátase de ver el significado exacto de las palabras, que viene fijado por
la «unidad de una figura de sentido constituida por el discurso» (2001: 114). Y finalmente, que
el poema es dicción y respuesta, es dialogía, y nos lleva a oír lo no dicho.
25 Para los recursos comunicativos desde las posibilidades del lenguaje poético (narración, fabulación, ficción,
utopización, etc.): J. M. Pozuelo Yvancos (2003: 195-225); F. Martínez Bonat (1983); J. P. Richard (1955). Sobre
el carácter dialógico de la razón humana: K. O. Apel, et álli (1991: 7).
26 Para abundamiento sobre el lenguaje poético en Gadamer: J. Grondin (1993); L. E. De Santiago Guervós
(1987); J. M. Cuesta Abad (1991 y 1977).
27 Para la producción de Celan: P. Celan (1999). Sobre la poesía de Celan: O. Pöggeler (1986 y 2000); P. Barone
(1999); J. K. Lyon (2006).
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El acceso, breve y urgente, al lenguaje en Gadamer pide una muy amplia exposición sis-
temática por nuestra parte. Hemos pretendido tan sólo mostrar la riqueza de la función comu-
nicativa del lenguaje y explorar la inmensa riqueza de la expresión poética. Y ello para dotar
categorialmente a la teoría de la comunicación, que si se apropia de otros campos de cono-
cimiento (psicología, información, cibernética, antropología, semiótica, teoría de los objetos,
etc.), en el conjunto de los lenguajes verbales, escritos, literarios y poéticos tiene todo un mar
de posibilidades de dotación y creatividad.
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