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Reflexión sobre el documental del último Teorema de Fermat.

Desde un punto de vista puramente personal, este tipo de historias, en las


que una persona es capaz de llevar a cabo un sueño de la infancia a través de una
proceso en el que intervienen una cantidad realmente grande de circunstancias,
me parecen, sencillamente, mágicas.
Me suelen gustar porque, como en el caso de Andrew Wiles, muestran per-
sonas que, de una forma u otra, nunca abandonan sus sueños. Da igual que
sus trabajos o sus vidas personales de tanto en cuanto los alejen de ellos, final-
mente siempre encuentran algún modo de perseguir su idea en cierto grado. A
ese esfuerzo incansable movido por el puro amor a lo que hacen, habitualmente
hay que sumarle una serie de hechos externos que, cuando uno ve la historia
completa como espectador, parecen presentarse siempre en el momento justo.
Hechos tan necesarios para el desarrollo de la historia, que parecen de novela.
Es entonces cuando este tipo de historias reales adquieren, para mı́, toda su
belleza. Eso es lo que me transmiten: belleza.

Si la historia es, como en este caso, un descubrimiento matemático, entonces


la fascinación que siento suele ser mucho mayor. Para mı́, un descubrimiento
matemático es muy diferente a otros ligados con las ciencias como la fı́sica o la
biologı́a. Incluso los descubrimientos cientı́ficos que más chocan con la experien-
cia de la vida cotidiana, como los relacionados con la rama de la fı́sica cuántica,
tienen su soporte en una observación practicable de la naturaleza. Es cierto que
muchos pasos teóricos parecen surgir de la pura intuición, pero cuando se pro-
fundiza en esas historias, normalmente esa intuición se puede comprender en
términos de experiencias relacionadas con el contacto con la naturaleza que nos
rodea. Einstein, para su teorı́a de la relatividad, se preguntó con 16 años qué
ocurrirı́a si viajase a la velocidad de la luz. Era un ejercicio difı́cil, pero todos
tenemos en nuestra mente alguna representación de lo que es un rayo de luz.

Sin embargo, el tipo de descubrimiento matemático que se presenta en el


documental a mı́ me resulta de una potencia superior, porque habitualmente
las intuiciones que participan en ese proceso parecen vivir exclusivamente en
la mente de quien las concibe. Para mı́, en los descubrimientos cientı́ficos, la
magia está en la naturaleza, mientras que en los matemáticos, tal magia se al-
berga puramente en el pensamiento. Creo que las matemáticas son una forma
de explorar, no al mundo que nos rodea, sino el potencial de nuestra propia
mente. Lo que luego ya es tremendamente curioso es que las ciencias se nutran
de las matemáticas para explicar la naturaleza. Es entonces cuando esas ente-
lequias “creadas”parecen bajar al “mundo real”, dejan de ser meros sueños, y
se convierten en algo que “ya estaba ahı́ y solo debı́a ser descubierto”. El docu-
mental me hizo volver a pensar en todo esto. No obstante, puede que esta visión
personal se deba a mi ignorancia sobre el proceso creativo que envuelve a las
matemáticas.

Desde un punto de vista más relacionado con lo que estamos trabajando en


el máster, las personas como Andrew Wiles encarnan muchas de las caracterı́sti-
cas ideales que en principio el aprendizaje debe fomentar, incluyendo también
algunos aspectos del desarrollo personal. Por ejemplo, cuando nos dicen que
el aprendizaje es un “proceso creativo que desarrolla comprensiones”, creo que
Andrew Wiles es un modelo bastante evidente de ello.
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Andrew Wiles es una persona que no para nunca de aprender, y en su pro-


ceso se distinguen muchas etapas de las que nos han hablado. Su aprendizaje
es activo, porque despierta su interés. Se basa en conocimientos previos que in-
volucran procesos mentales (no creo que haya ninguna duda de esto tras ver el
documental). Su aprendizaje es significativo, porque tiene un fin y, claramente,
es autorregulado.
Además, durante ese proceso, que dura tantos años, Andrew Wiles se enfren-
ta a la frustración. Ası́, desde el punto de vista del aprendizaje, el paso clave
no es que llegase a demostrar el último teorema de Fermat, sino que pudiera
sobreponerse a la gran frustación que debió ser estar en primera instancia tan
cerca de ello para descubrir que habı́a un error. De esta forma, el proceso de
aprendizaje también le refuerza como persona, pues la experiencia de no rendir-
se juega un papel esencial para la gran felicidad que finalmente halla al realizar
el sueño de cuando era pequeño.
En cualquier caso, es una historia muy bonita.

Juan Ballesteros Peña

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