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Engañándonos solos: la revista Lee+ de Gandhi cumple diez años de “trabajo”

Por Fernando Cervantes

Para gloria del pueblo mexicano, la revista Lee+ cumplió esta semana su décimo
aniversario. En su discurso demagógico, se enaltece ella misma por su labor de ser
el reguardo incubador de la literatura. “Trabajamos todos los días con esfuerzo
sobre humano. En estos tiempos donde la industria editorial enfrenta conflictos
infranqueables… En esta sociedad en donde los jóvenes han dejado de leer… Ahí…
¡Ahí justamente!... Está la industria del libro más grande de occidente… GANDHI”
aseguró con confianza absoluta aquel que presentó este festejo.
Sin embargo, su bebida gratis y quesos finos no tumbaron mi espíritu crítico, ese
que me hizo destornillarme de la risa mientras aquel sujeto de corbata de moño
balbuceaba cosas que sólo él mismo, desde su nicho editorial, creía. Y es que no
hace falta ser experto para notar que su revista no es más que un mero pretexto
para vender su catálogo de libros. No va más allá de un mero panfleto, peor incluso
que los de Aurrerá o Walmart, puesto que se disfraza de manera inocente para creer
en una vil mentira que ya nadie cree.
En un video introductorio, un buen número de escritores de diversas partes de
México y otros países repetían palabras aderezadas con signos de dólares. Que si
Gandhi es el primer lugar al que asisten cuando vienen a la Ciudad de México…
Que su labor realmente impacta en el país y el mundo… Que son el gran cambio
que alfabetizará hasta las más alejadas sierras y desiertos del mundo. Pura basura
de la fina, aquella que se sirve en bandeja de plata y de la que luego ellos mismos
se limpian usando finas sedas cromatizadas.
Y es que sólo un necio creería en los discursos de una clase aburguesada que
finge hacer labor social cuando sólo le preocupan los números en sus cuentas de
banco. En el ramo profesional del libro y el periodismo cultural abundan los
testimonios de esclavismo y trabajos forzados detrás de las letras purpuras
enmarcadas de amarillo. Deberían de pesar más los malos tratos de un monopolio
que ha asfixiado a las editoriales artesanales que aquellos diseños suntuosos de
pop, hechos por diseñadores mal pagados.
¿En dónde queda entonces la labor del docentre que día tras día sufre la
verdadera historia del analfabetismo moderno, en donde todos leen pero nadie
entiende? Seguramente, han de afirmar los dueños, ya que no hay premios
internacionales o amplios currículums de publicaciones campechanas, su labor no
trasciende en el pueblo embrutecido que nosotros sí estamos salvando. Ayer yo
alcé mi voz, disminuida y cansada por mi labor para ellos anónima del aula escolar:
¡No sabes de qué hablas, charlatán!
¿Cómo se atreven a estigmatizar al pueblo bajo la marca de la “ignorancia” sólo
por no conocer de esa chismografía de los círculos pedantes de literatos? Hay más
cultura en la calle, en el barrio, en una librería de viejo y en una escuela pública,
que desde sus oficinas de la Zona Rosa y Polanco, en donde la oferta y la demanda
determina su validez como escritor.
Levanto el brazo, tiro sus copas y cubiertos en el cesto de basura. Me largo
indignado, consciente de que hago temblar el corazón de sus bolsillos cada vez que
le digo a una persona vale más por ser simplemente ella misma y haber vivido algo
que yo no; que está haciendo cultura mientras escribo estas palabras y que su
tradición vale más que todas esos los sellos editoriales que son meros pastiches del
mundo norteamericano.
Hoy se festejan diez años, no en los estantes acomodados por precio y nivel de
ventas, sino de no haber pisado dicho recinto, y espero nunca más volver a hacerlo.

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