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LLETRES DE FILOSOFIA I HUMANITATS

ISNN: 2013-5122
Revista digital de la Facultat de Filosofia de Catalunya. Universitat Ramon Llull, V(2013)
 

LA RELIGIÓN EN ARTHUR SCHOPENHAUER

Albert Miquel Bargalló

1. Introducción

El objetivo del presente trabajo, dividido en dos partes, es explicar el


análisis que Schopenhauer efectúa a la «religión» y, posteriormente, exponer
su propuesta metafísica de «redención». Al inicio de cada una de las dos
secciones efectuaré un breve repaso a sus conceptos metafísicos centrales: la
«representación», en la primera, y la «voluntad», en la segunda, que se
corresponderían aproximadamente con el «fenómeno» y la «cosa en sí»
kantianos. En la primera parte, titulada «La religión en “el mundo como
representación”», encontraremos el origen de la religión en la «necesidad
metafísica» del ser humano. A continuación, expondré cuál es para
Schopenhauer la esencia de la religión: la «revelación» y el «carácter alegórico».
Por último, me centraré en la relación entre religión y filosofía, que se podría
resumir en la distinción radical entre «creer» y «pensar». En lo que respecta a la
segunda parte del trabajo, «Metafísica de la voluntad y “ateísmo religioso”»,
antes de recorrer el relevante camino que conduce a la «redención»
schopenhaueriana, pasando por sus sucesivas etapas (justicia, compasión y
negación), prestaré atención a la sustitución de Dios por la voluntad que
Schopenhauer realiza al referirse a la cosa en sí. Por último, terminaré el

Lletres de Filosofia i Humanitats, V (2013) p. 68


 
presente ejercicio de forma, quizás, poco convencional, pues cederé la palabra
a Max Horkheimer en buena parte de las conclusiones.

Para cerrar la presente introducción sólo me resta poner brevemente en


contexto el pensamiento schopenhaueriano con respecto a la religión.
Schopenhauer se enfrenta al fenómeno religioso con una actitud ilustrada que
defiende la conveniencia de que la filosofía se ocupe de la religión hasta la
frontera de lo que se puede pensar y criticar. Sin embargo, esta actitud no le
impedirá mantener una posición ambivalente («la religión, igual que Jano —o,
mejor, como Yama, el dios de la muerte del brahmanismo— tiene dos
caras»). 1 Además, debemos tener en cuenta que Schopenhauer poseía un
amplio conocimiento de las tradiciones religiosas asiáticas, judías y cristianas, y
conocía los resultados recientes de la investigación histórico-crítica sobre los
textos bíblicos. Asimismo, influyeron en su pensamiento las concepciones
que, ya en su época, desarrollaron hegelianos de izquierda como Strauss o
Feuerbach.

2. La religión en «el mundo como representación».

Creo que es conveniente empezar con esta frase de Manuel Suances


Marcos: «La primera afirmación que hace en su obra maestra El mundo como
voluntad y representación es ésta: “El mundo es mi representación”» 2 . Esta
sentencia schopenhaueriana quiere decir que el mundo, tal y como aparece a
nuestros ojos, es un fenómeno cerebral; sólo existe como representación en la
estructura sujeto-objeto. Al respecto, Schopenhauer recupera la distinción
kantiana entre fenómeno y noúmeno, entre lo que aparece y lo que es. Según
él, entre la cosa en sí y nosotros media siempre la inteligencia y por tanto
aquélla no puede ser conocida tal como es. El universo entero no es más que
                                                                                                               
1
SCHOPENHAUER, «Sobre la religión», 373.
2
SUANCES MARCOS, Arthur Schopenhauer. Religión y metafísica de la voluntad, 21.

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objeto para un sujeto, percepción del que percibe, es decir, representación.
Schopenhauer no parte del objeto, como hace el materialismo, ni del sujeto,
como hace el idealismo, sino de la representación que supone a ambos. Por
consiguiente, el mundo como «representación» tiene dos mitades necesarias,
esenciales e inseparables: sujeto y objeto. De este modo, si desaparece
cualquiera de los dos, desaparece, también, la representación; esta estructura
sujeto-objeto conviene a toda representación. Siguiendo a Suances: «Dirá
Schopenhauer que nuestra consciencia cognoscente, tanto en su sensibilidad
exterior como interior, entrando en acción entendimiento y razón, se
descompone en sujeto y objeto y no contiene nada más.»3. Schopenhauer,
convencido de la reducción de la objetividad a representación, afirma un
nuevo elemento unificador de nuestras representaciones: el «principio de
razón suficiente» que, en su cuádruple formulación, viene a responder a las
diversas formas a priori en que el sujeto representa al mundo.

2.1. La necesidad metafísica

En el hombre existen una serie de instancias que le impulsan a


transcender sus límites; se abren ante él nuevas realidades e interrogantes que
no se pueden abordar adecuadamente con el método de conocimiento
objetivo: la ciencia. Es decir, además de la necesidad de conocimiento, existe
en el hombre una necesidad metafísica que la razón y las ciencias no
satisfacen; ellas no pueden ir más allá de los fenómenos. En cambio,
Schopenhauer escribe sobre la metafísica:

«Entiendo por metafísica todo supuesto conocimiento que vaya


más allá de la posibilidad de la experiencia, es decir, más allá de la
naturaleza o del fenómeno dado de las cosas, para proporcionar una
                                                                                                               
3
Ibíd., 25.

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explicación sobre lo que hace que esa naturaleza esté, en un sentido o
en otro, condicionada; o, dicho de manera popular, para dar una
explicación sobre lo que está detrás de la naturaleza y la hace posible».4

Concretando un poco más lo expuesto por Schopenhauer, la


explicación fenoménica del mundo adolece de varios defectos esenciales: el
comienzo de la cadena ininterrumpida de causas y efectos es incomprensible;
y, las fuerzas naturales resultan igualmente inexplicables. En el ámbito de las
apariencias, el conocimiento objetivo es útil y suficiente, pero la esencia de las
cosas, la cosa en sí, es ajena al principio de razón suficiente; es decir, es precisa
una explicación última de las cosas más allá del fenómeno. Volviendo a
Schopenhauer:

«Sin embargo, por grandes que sean los progresos que pueda
realizar la física (entendida en el amplio sentido de los antiguos), no
dará siquiera el más mínimo paso hacia la metafísica […] Pues tales
progresos completarán sólo el conocimiento del fenómeno, mientras
que la metafísica aspira a ir más allá del fenómeno, hasta lo que se
manifiesta».5

Por otro lado, cuando la ciencia cree haber llegado con su método a
una explicación absoluta del mundo se convierte en naturalismo: «es el
establecimiento de una física sin metafísica o, dicho en términos de Kant y
Schopenhauer, la elevación del fenómeno a la categoría de cosa en sí»6. Esto
sucede porque la ciencia ha excedido su orden propio, el fenoménico, y ha
entrado en el orden de las cosas en sí, que es el que constituye el objeto de la
metafísica.

                                                                                                               
4
SCHOPENHAUER, «Sobre la necesidad metafísica en el hombre», 186.
5
Ibíd., 201.
6
SUANCES MARCOS, Arthur Schopenhauer. Religión y metafísica de la voluntad, 49.

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Por último, indagando sobre el origen de la necesidad metafísica, basta
que el hombre reflexione para admirarse de todo y se asombre de la existencia
del mundo y de la suya propia. «Por eso, de esta reflexión y de este asombro
nace la necesidad de una metafísica, que es propia únicamente del hombre;
pues el hombre es un animal metaphysicu» 7 . Pero, además, para Scho-
penhauer, «sin duda el conocimiento de la muerte y, junto con él, la
consideración del dolor y la miseria de la vida, son los que dan el más fuerte
impulso a la reflexión filosófica y a la interpretación metafísica del mundo».8
Es muy posible que nadie se preguntara por la existencia y el porqué del
mundo si nuestra vida estuviera exenta de dolores y límites. Principalmente, el
interés por los sistemas metafísicos nace por la búsqueda de respuestas a los
enigmas de la existencia.

2.2. La esencia de la religión: la revelación y el carácter alegórico

Para Schopenhauer, existen dos clases de metafísica: «Los fundadores


de las religiones y los filósofos vienen al mundo para despertarle [al hombre]
de su letargo e indicarle el elevado sentido de la existencia: los filósofos, para
los pocos, los que están exentos; los fundadores de religiones, para los
muchos, la humanidad a gran escala.»9 La distinción entre filosofía y religión es
estructural: la primera exige reflexión, tiempo y razonamiento, por lo que es
privilegio de pocos; la segunda, es la metafísica para la mayoría de los
hombres, que se consigue por adhesión, mediante creencia en dogmas
externos a la razón. Sin ningún tipo de prevención, Schopenhauer lo expresa
de la siguiente manera: «Vemos, por tanto, que, en general y para la gran
mayoría que es incapaz de pensar, las religiones ocupan el lugar de la

                                                                                                               
7
SCHOPENHAUER, «Sobre la necesidad metafísica en el hombre», 182.
8
Ibíd., 183.
9
SCHOPENHAUER, «Sobre la religión», 340.

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metafísica, cuya necesidad siente el hombre tan imperiosamente.» 10 La
metafísica que la religión contiene es suficiente para satisfacer las necesidades
de la mayoría de los seres humanos de casi todos los pueblos y todos los
tiempos; por lo general, mucho más capaces de creer que de pensar: «Por eso
Schopenhauer la denomina metafísica del pueblo.»11 Más allá de la diferencia
entre religión y filosofía, que Schopenhauer nos ha dejado patente, «ambos
tipos de metafísica, cuyas diferencias se resumen en dos designaciones:
doctrina de convicción y doctrina de fe, tienen en común que cada uno de sus
sistemas particulares se halla en una relación hostil con todo el resto de los
sistemas de su especie.» 12 A pesar de ello, la religión es una propuesta
adecuada para la mente humana porque la mayoría de los hombres aspira
prioritariamente a la satisfacción de sus necesidades físicas y, por consiguiente,
a la consecución del placer. El mérito de las religiones es que han
comprendido las necesidades metafísicas de los hombres y han acudido con
los medios adecuados para satisfacerlas y, por consiguiente, elevan a los
humanos por encima de sí mismos y de su existencia temporal. «Por
consiguiente, dice Schopenhauer, hay que tratarlas con todo el miramiento
posible».13

El aspecto esencial y más importante de la religión es, para


Schopenhauer, que se basa en una revelación que se recibe sin crítica y cuya
autoridad se acepta obedientemente. La fe en esta revelación se robustece y
afianza en la infancia mediante amenazas de castigo y promesas de
recompensa. Así, pocas personas tendrán la libertad de espíritu para poner en
cuestión lo interiorizado en la infancia. «Por consiguiente, el poder de los
dogmas religiosos tempranamente inculcados es tan grande, que es capaz de

                                                                                                               
10
SCHOPENHAUER, «Sobre la necesidad metafísica en el hombre», 189-190.
11
SUANCES MARCOS, Arthur Schopenhauer. Religión y metafísica de la voluntad, 54.
12
SCHOPENHAUER, «Sobre la necesidad metafísica en el hombre», 187.
13
SUANCES MARCOS, Arthur Schopenhauer. Religión y metafísica de la voluntad, 66.

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ahogar la conciencia moral y en último término toda compasión y
humanidad.»14 La revelación es externa a la razón; por tanto, su naturaleza
hace que pruebe su verdad de modo extraordinario a través de milagros y
prodigios. Los «misterios» de las religiones son dogmas envueltos en una aura
ultraterrena que tienen fondo de verdad, pero que no son literalmente
verdaderos. En definitiva, son dogmas de naturaleza alegórica que eximen a
las religiones de la obligación, que tiene la filosofía, de dar pruebas y
demostraciones. Al pueblo no se le puede presentar la verdad desnuda, es
mejor adaptarla a su capacidad de comprensión. Schopenhauer despeja
cualquier duda al respecto: «el mito y la alegoría son realmente el elemento
propio de la religión: pero bajo esa condición, indispensable debido a la
limitación intelectual de la gran masa, satisface muy bien la indestructible
necesidad metafísica del hombre y sustituye a la pura verdad filosófica,
infinitamente difícil y quizá nunca alcanzable.»15 Por este motivo, la religión
pide fe y asentimiento voluntario a sus dogmas.

Schopenhauer distingue nítidamente la relación que tanto filosofía


como religión tienen con la verdad:

«Una filosofía tiene la pretensión, y por eso la obligación, de ser


verdadera sensu stricto et proprio en todo lo que dice, pues se dirige al
pensamiento y a la convicción. En cambio, una religión, destinada a la
multitud innumerable, incapaz de examen y de pensamiento, que nunca
comprenderá sensu proprio las más profundas e importantes verdades,
tiene sólo la obligación de ser verdadera sensu allegorico».16

Parece obvio que este carácter alegórico de la religión lleve aparejado


una condición de oscuridad, pues la revelación carecería de sentido si los
                                                                                                               
14
SCHOPENHAUER, «Sobre la religión», 342.
15
Ibíd., 349.
16
SCHOPENHAUER, «Sobre la necesidad metafísica en el hombre», 189.

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hombres consiguieran llegar a la verdad de forma autónoma. Este
razonamiento de Schopenhauer le da pie a pensar que «existe un punto de
evolución en la escala de la cultura donde se evaporan la fe, la revelación y la
autoridad y donde el hombre exige un conocimiento de causa propio.»17

Avanzando un poco más, la debilidad de las religiones se encuentra en


el hecho de que siendo alegóricas aspiran a ser verdaderas en sentido estricto.
Schopenhauer deja bien claro que el carácter alegórico es la nota constitutiva
de la religión, por lo que todo intento de privarla del mismo sólo contribuye a
disolverla. Así, los intentos de fundamentarla con la razón conducen al
escepticismo y la misma religión acaba siendo víctima de la crítica de la razón.
Entonces, si la religión niega el carácter alegórico de sus dogmas y los afirma
sensu proprio, introduce un elemento distorsionante que acaba corrompiendo su
naturaleza esencial. Sin embargo, las religiones no pueden confesar
abiertamente su naturaleza alegórica y se ven obligadas a presentarse como
verdaderas en sentido estricto: «el punto negro de todas las religiones sigue
siendo siempre que no pueden ser alegóricas de forma reconocida sino solo
encubierta, y por ello han de exponer sus teorías con toda seriedad, como
verdaderas sensu proprio; lo cual, con los absurdos necesarios que hay
esencialmente en ellas, da lugar a un engaño continuado y es un gran
18
inconveniente.» En el trabajo citado de José Planells Puchades lo
encontramos expuesto de la siguiente manera: «Lo chocante y paradójico de
las religiones, al mismo tiempo que ineludible si quieren mantener su
efectividad social, es que no deben confesar su naturaleza alegórica, por lo que
se ven obligadas a afirmar la verdad de sus dogmas sensu stricto et proprio».19 Al
afirmarse las religiones como verdaderas sensu proprio, invaden el terreno de
la filosofía y provocan su antagonismo. En este contexto y dentro del
                                                                                                               
17
SUANCES MARCOS, Arthur Schopenhauer. Religión y metafísica de la voluntad, 68.
18
SCHOPENHAUER, «Sobre la religión», 376.
19
PLANELLS PUCHADES, «Los dos rostros de rama. Schopenhauer y la filosofía de la religión», 129.

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cristianismo, el no querer reconocer este carácter alegórico y sostener la
verdad de los dogmas en sentido propio ha dado lugar a disputas internas
entre «supranaturalistas» y «racionalistas». Schopenhauer lo recoge de la
siguiente manera:

«El cristianismo es una alegoría que reproduce un pensamiento


verdadero; pero lo verdadero no es la alegoría en sí misma. Suponer
esto es el error en el que coinciden los supranaturalistas y los
racionalistas. Aquellos pretenden afirmar la alegoría como verdadera en
sí; estos, darle una nueva interpretación y modelarla hasta que pueda ser
verdadera en sí de acuerdo con su escala.»20

El error de ambos es que buscan la verdad simple y sin mezcla en la


religión. «Sin embargo, simplex sigillum veri: la verdad desnuda ha de ser tan
simple y comprensible que se la pueda presentar a todos en su verdadera
forma sin mezclarla con mitos y fábulas (un diluvio de mentiras), — es decir,
sin entontecerla en forma de religión.»21 En este territorio de disputas dentro
de la fe cristiana, Planells cree que Schopenhauer hipotéticamente suscribe
«sin reservas la posición de Tertuliano, san Agustín o Lutero en su defensa del
carácter misterioso de la fe y se enfrenta a los intentos racionalizadores de un
Pelagio o del protestantismo racionalista de su época, en cual, en el intento de
liberar a la religión de su dimensión mitológica, acaba destruyendo su propia
sustancia.»22

Retomando la argumentación de Schpenhauer, la religión no está en


contradicción con la verdad aunque la enseñe en forma mítica y accesible para
todos. Los misterios de las religiones encierran en sí una sublime verdad
inaccesible a una inteligencia vulgar: «la religión –escribe el filósofo– trata en

                                                                                                               
20
SCHOPENHAUER, «Sobre la religión», 401.
21
Ibíd., 351.
22
PLANELLS PUCHADES, «Los dos rostros de rama. Schopenhauer y la filosofía de la religión», 129.

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el fondo de un orden de cosas totalmente diferente, el de las cosas en sí, que
no está sometido a las leyes del mundo fenoménico según las cuales debe
hablar, y que, por eso, no sólo los dogmas contrarios al sentido común, sino
también los inteligibles, son sólo alegorías y adaptaciones a la capacidad
mental humana.»23 Por consiguiente, el valor de una religión dependerá del
mayor o menor contenido de verdad que, bajo el velo de la alegoría, contenga,
y, luego, de la mayor o menor claridad con que la verdad sea visible a través de
ese velo. Además, esta verdad alegórica tiene un influjo benéfico sobre la
conducta moral y sobre los sentimientos de los hombres; es decir, el
argumento a favor de la religión tiene esencialmente carácter pragmático. «De
ahí –sigue diciendo Schpenhauer– que la religión sea siempre un revestimiento
alegórico de la verdad y tanto desde el punto de vista práctico como en el
anímico, es decir, como pauta de conducta y como tranquilidad y consuelo en
el sufrimiento y la muerte, les proporcione quizá tanto como podría ofrecerles
la verdad si la poseyeran.»24 En este sentido, las religiones son garantes del
Estado y del orden social; Schopenhauer afirma que no hay cimiento más
sólido en un Estado que una metafísica, o religión, compartida por todos los
miembros de la comunidad. Asimismo, a lo largo de la historia se ha visto la
incidencia que la religión ha tenido en la configuración socio-política de una
comunidad, pues, a menudo, la autoridad ha sido garantizada y sostenida por
el orden religioso. Aunque, Schopenhauer deja claro que no ha sido algo
absolutamente necesario, ya que los casos de Grecia y Roma demuestran la
independencia de los órdenes moral, social y político con respecto a la
religión.

                                                                                                               
23
SCHOPENHAUER, «Sobre la necesidad metafísica en el hombre», 189.
24
SCHOPENHAUER, «Sobre la religión», 340.

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2.3. Las relaciones de la religión con la filosofía y la ciencia

En primer lugar, es preciso insistir, una vez más, en la distinción entre


religión y filosofía (y ciencia) que hace Schopenhauer. La religión es una
verdad con un velo mítico-alegórico; en cambio, la filosofía y la ciencia son
portadoras de la verdad en sentido estricto. «El que quiera ser un racionalista
ha de ser un filósofo y, en cuanto tal, emanciparse de toda autoridad, seguir
adelante y no vacilar ante nada. Pero si se quiere ser un teólogo, séase
consecuente y no se abandone el fundamento de la autoridad, tampoco
cuando esta pide que se crea lo inconcebible. No se puede servir a dos
señores: así que o la razón, o las Escrituras.» 25 Teóricamente, filosofía y
religión no tendrían motivo para entrar en conflicto, ya que:

«La filosofía, en cuanto ciencia, no tiene nada que ver con lo que
se debe o se puede creer, sino únicamente con lo que se puede saber. Si
esto hubiera de ser algo totalmente distinto de lo que se ha de creer,
ello no supondría ningún inconveniente para la fe: pues es fe porque
enseña lo que no se puede saber. Si se pudiera saber, entonces la fe
resultaría inútil y ridícula, más o menos como si se asentara un dogma
en relación con las matemáticas».26

No obstante, sus relaciones no han sido pacíficas ni de entendimiento.


Suances nos lo explica de la siguiente manera: «Pero en estas relaciones que
debieran estar presididas por la independencia, ya que están fundadas en cosas
diversas, Schopenhauer afirma que la religión ha sido agresiva con la
metafísica y con la ciencia […] Por eso los filósofos han solido ser hostiles a la
religión aunque debieran considerarla como un mal necesario». 27 Para
Schopenhauer, cuando se enfrentan la una contra la otra, quien pierde es la fe,

                                                                                                               
25
Ibíd., 402.
26
Ibíd., 373.
27
SUANCES MARCOS, Arthur Schopenhauer. Religión y metafísica de la voluntad, 70.

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por la inconsistencia de sus razones, y quien gana es la filosofía, por la fuerza
de sus convicciones. Sin embargo, la realidad es que muchas veces las
religiones se han impuesto a la filosofía y se han servido de ésta como
instrumento para su inculcación y desarrollo. La intolerancia ha sido,
principalmente, patrimonio de ciertas religiones monoteístas: un solo Dios es,
por naturaleza, celoso porque no admite otro; de ahí que las religiones
politeístas hayan sido más permisivas. Schopenhauer vaticina que la religión
irá perdiendo terreno a medida que el hombre madure en su inteligencia. «La
cuestión es que los conocimientos de todo tipo se multiplican cada vez más y
se difunden en todas las direcciones, ensanchando el horizonte; tanto que el
conjunto adquiere un carácter contra el cual los mitos se encogen de manera
que la fe se hace ya insostenible.»28 Pero, al mismo tiempo, Schopenhauer se
muestra pesimista en si llegará, realmente, el momento en que los hombres
serán capaces de comprender la verdad por sus propios medios; pues, la
sumisión que se ha visto obligada a prestar la filosofía a la religión ha sido
principalmente la causa por la cual el hombre no ha llegado todavía a su
madurez intelectual: «La religión ha considerado a la filosofía como una hierba
silvestre, un trabajador ilegal o una horda de gitanos, y, por regla general, la
toleraba sólo con la condición de que se resignara a servirla y a seguirla.»29
Queda claro para Schopenhauer que la religión ha sido nefasta para el
progreso de la verdad en el género humano; y recuerda con dureza las
persecuciones efectuadas contra el libre pensamiento. Dicho esto,
Schopenhauer concluye que las dos metafísicas, la filosófica y la religiosa,
deben permanecer separadas, ocupando cada cual su propio terreno, a fin de
poder desarrollarse sin estorbos y según su naturaleza. «En todo caso, ambas
son cosas radicalmente distintas que por su respectivo bien han de
permanecer estrictamente separadas, de forma que cada una siga su camino
                                                                                                               
28
Ibíd., 71.
29
SCHOPENHAUER, «Sobre la necesidad metafísica en el hombre», 210.

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sin tener noticia de la otra.»30 Sin embargo, la realidad es que están en la
misma relación que mantienen entre sí los platillos de la balanza: cuando una
sube, la otra baja y viceversa. Pensar que pueden convivir y crecer sin
perjudicarse mutuamente es ser, quizás, demasiado optimista. «Están inmersos
en un gran error quienes se figuran que las ciencias pueden avanzar y
difundirse cada vez más sin que ello suponga un impedimento para que la
religión se siga manteniendo y estando en boga.»31

A Schopenhauer le produjo un profundo desagrado el intento de


combinar religión y filosofía que se dio en algunos sistemas de pensamiento
de su contemporaneidad. En este ámbito, su crítica se afila especialmente
frente a la armonización de tesis filosóficas con dogmas religiosos. Su
alternativa es tajante: «creer o filosofar». Max Horkheimer destaca esta faceta
del pensamiento schopenhaueriano:

«La filosofía moderna quería reconciliar religión y ciencia, ofrecer


rigurosas demostraciones a favor del creador sobrenatural, sin
cuestionar los mandatos religiosos de las confesiones, socialmente
condicionados. Schopenhauer ha dado base filosófica al amor al
prójimo, más aun, a la criatura como tal, sin tocar siquiera las
afirmaciones hoy problemáticas y las prescripciones de las
confesiones».32

3. Metafísica de la voluntad y «ateísmo religioso»

Ahora me acercaré a la propia propuesta metafísica de Schopenhauer.


Para ello, empezaré centrando la atención en la esencia de la representación y
desplazando el foco desde el fenómeno hacia la cosa en sí. Schopenhauer nos
ha mostrado que sabemos que hay algo detrás del objeto representado, pero
                                                                                                               
30
SCHOPENHAUER, «Sobre la religión», 373.
31
Ibíd., 403.
32
HORKHEIMER, «El pensamiento de Schopenhauer con relación a la ciencia y a la religión», 142-143.

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que no sabemos qué. Las ciencias nada pueden decir sobre la esencia del
fenómeno, por tanto, no servirán ni las representaciones ni sus principios.

3.1. La voluntad, la cosa en sí y Dios

Según Schopenhauer, el sujeto que conoce no sólo es sujeto


cognoscente, que tiene representaciones, sino que tiene, también, cuerpo. El
mundo como representación está todo él mediatizado por nuestro cuerpo,
cuyas afecciones son para la inteligencia el punto de partida del conocimiento
fenoménico. Para el sujeto cognoscente, su cuerpo es, también, una
representación, un objeto, como otros, sometido a la ley de la causalidad. Pero
se sigue sin desentrañar la fuerza incognoscible (que da lugar a esa causalidad):
la voluntad. Además, ésta puede mostrar que nuestro cuerpo no es sólo
representación, sino que tiene algo en sí que da la clave de nuestro modo de
ser y obrar. Por lo tanto, para el sujeto, el cuerpo tiene dos dimensiones: una
como representación y otra como voluntad. El conocimiento de nuestro
cuerpo como voluntad debería ser inmediato a la conciencia, pues, no necesita
traducirse a una representación en la que se opongan sujeto y objeto; sino que
la voluntad se revela de una manera inmediata fundiéndose en ella sujeto y
objeto. Esto mismo Schopenhauer lo aplica luego a los demás cuerpos y
descubre en ellos una voluntad que da sentido a su existencia. Es decir,
atribuimos, por analogía, al resto del mundo la realidad que experimentamos
en nuestro cuerpo, que nos dará la pista para conocer la esencia de los
fenómenos de toda la naturaleza. Horkheimer nos ayuda a comprenderlo un
poco mejor: «La verdadera esencia que está en la base de todas las cosas
exteriores, la cosa en sí, por contraposición a los fenómenos, puede
encontrarla cada uno en sí mismo si mira dentro de sí con suficiente claridad,

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si sabe extraer el resultado de las experiencias con su propia naturaleza.»33 De
este modo, reconocemos la voluntad en la fuerza que palpita en toda cosa;
todas las fuerzas y cuerpos de la naturaleza son manifestaciones fenoménicas
de una sola esencia que Schopenhauer llama «voluntad». Cada hombre es un
«microcosmos» que tiene dentro de sí su propia esencia, la voluntad, que
agota, también, la esencia del «macrocosmos». El mundo entero, igual que
cada uno de los individuos, es voluntad y representación. Sólo la voluntad es
la cosa en sí, el núcleo de todo lo individual y del universo, que se manifiesta
tanto en la naturaleza como en la conducta reflexiva del hombre.

El carácter metafísico, originario y absoluto de la voluntad es la


«aseidad»: existe por sí misma o por necesidad de su propia naturaleza; siendo
libre como cosa en sí, no sujeta al principio de razón suficiente, la voluntad no
puede depender de ninguna otra cosa ni en su esencia ni en su existencia. El
mundo entero se nos presenta como objetivación de la voluntad incausada,
que está al margen de la estructura causal fenoménica. Por lo tanto, la
voluntad es la cosa en sí que crea y mantiene las cualidades del mundo como
representación. «En este sentido, la voluntad es puesta por Schopenhauer en
el lugar que la prueba cosmológica ponía al Dios creador y en el lugar que el
panteísmo ponía a Dios como esencia del mundo».34 El origen de esta idea
schopenhaueriana está en la omnipotencia de la voluntad que es la esencia del
hombre y de toda la naturaleza. Para él, los dioses no son más que hipóstasis
mediante las cuales los creyentes se hacen concebible lo metafísico. Planells
afirma que «La “muerte de Dios” que Nietzsche proclamará, se consuma en
Schopenhauer.»35 Éste argumenta su rechazo a la existencia de Dios tanto por
la destrucción de las pruebas tradicionales que pretenden acceder a Él
mediante el principio de causalidad, como por el argumento moral que hace
                                                                                                               
33
HORKHEIMER, «Actualidad de Schopenhauer», 52.
34
SUANCES MARCOS, Arthur Schopenhauer. Religión y metafísica de la voluntad, 84.
35
PLANELLS PUCHADES, «Los dos rostros de rama. Schopenhauer y la filosofía de la religión», 133.

Lletres de Filosofia i Humanitats, V (2013) p. 82


 
inconcebible la existencia de un Ser bueno como fundamento de un mundo
esencialmente corrupto. Así, llamar «Dios» a la esencia del mundo fenoménico
es una prueba de cinismo o ceguera. Horkheimer, desde una posición menos
beligerante, destaca esta línea del pensamiento schopenhaueriano: «La
revolucionaria aportación filosófica de Schopenhauer radica sobre todo en
haber mantenido, frente al puro empirismo, el dualismo original que
constituyó hasta Kant el motivo central y, con todo, en no haber divinizado el
mundo en sí, la auténtica esencia.»36

3.2. La redención: la justicia, la compasión, la negación y la nada.

La voluntad alberga en sí dos manifestaciones esenciales: la afirmación


y la negación de sí misma, que en el hombre adquieren especial claridad y
significación. El mundo fenoménico es, mayoritariamente, una manifestación
inconsciente de ambas, que, en el caso del ser humano, se explicitan de
manera consciente. Por lo tanto, afirmación y negación de la «voluntad de
vivir» constituyen la esencia del universo y de la propia existencia humana. El
mundo y el desarrollo de la vida son un despliegue de estas dos fuerzas,
positiva y negativa, que están en la entraña misma de la voluntad; en la
naturaleza todo es nacer y morir, todo es construcción y destrucción. Desde el
primer momento de consciencia, el hombre se siente como ser de voluntad y
su conocimiento está al servicio de ésta. El hombre puede querer satisfacer
sus deseos, pero puede querer, también, reprimirlos. Schopenhauer defiende
que cuando la consciencia ve ante sí todo el cúmulo de fracasos, angustias y
miserias que la vida conlleva, entonces el conocimiento tiene que decidirse por
la afirmación o la negación de la voluntad de vivir.

                                                                                                               
36
HORKHEIMER, «Actualidad de Schopenhauer», 51.

Lletres de Filosofia i Humanitats, V (2013) p. 83


 
Aquí sale a relucir el pesimismo existencial de Schopenhauer, para
quien la voluntad es esencialmente dolor y la existencia una «caída»; siendo la
muerte el consuelo que queda y que lo acaba destruyendo todo. Sin embargo,
un deseo metafísico de seguir viviendo nos empuja y hace superar todo esto
con la esperanza de que esta vida llena de sufrimientos sea el pago que
debemos satisfacer por nuestro rescate. Así, somos seres metafísicamente
necesitados de redención al ser productos de una caída radical. Entonces, la
propuesta de Schopenhauer es que, en el decurso de nuestro existir, debemos
recorrer un camino que tiene etapas, en el que no hay atajos, con el objetivo
puesto en alcanzar la plenitud final: la redención. Para él, puede pensarse y
realizarse esta redención sin la supuesta existencia de un ser trascendente, es
decir, en clara sintonía con el budismo que lo realiza bajo la forma de
autorredención: «“la fe en la metempsícosis, en la palenginesia”, es decir, la
idea de la “sucesión de los sueños de vida de una voluntad en sí
indestructible”, que, “instruida y mejorada a través del conocimiento en
formas siempre nuevas, al fin se disuelve a sí misma”.»37

3.2.1. La justicia

La naturaleza es una guerra donde los individuos de todas las especies


luchan encarnizadamente entre sí por la supervivencia; la raíz de esta lucha es
el egoísmo por mantener la propia vida a cualquier precio. Este antagonismo
refleja la pugna interna de la voluntad consigo misma, aunque Schopenhauer
especifica que en cada una de sus manifestaciones, en cada individuo, la
voluntad se da entera e indivisa y su imagen se repite indefinidamente en la
multiplicidad. Sin embargo, para el individuo concreto la naturaleza exterior y
los demás individuos sólo existen como representación; por tanto, se

                                                                                                               
37
HORKHEIMER, «El pensamiento de Schopenhauer con relación a la ciencia y a la religión», 139.

Lletres de Filosofia i Humanitats, V (2013) p. 84


 
considera a sí mismo la totalidad de la voluntad de vivir y el centro del
mundo. Esto explica por qué el individuo se ocupa ciegamente de su bienestar
y está dispuesto a sacrificar todo lo que no sea él. Este radical «egoísmo
metafísico», que carece de límites y niega la vida de otros para conservar y
aumentar la propia, es la «injusticia». Su origen está en que quien sufre la
injusticia siente la imposición de la voluntad ajena y esto le produce un dolor
espiritual inmediato. Según esto, el hombre justo es quien no niega la voluntad
de los demás para afirmar la propia; el justo no hace padecer al prójimo para
acrecentar el propio bienestar. Schopenhauer nos señala que el justo traspasa
el «principio de individuación» en cuanto considera que la individualidad de
los demás es igual a la suya y, por tanto, no la perjudica.

En esta perspectiva schopenhaueriana, la «justicia» parece ser una virtud


meramente negativa, consistente en no hacer el mal a otro, reconocer su
derecho a vivir y ahorrarle los dolores que se le podría causar. «Así es como
nace el principio de justicia neminem laede (no hagas daño a nadie).» 38 No
obstante, es importante en cuanto muestra el fundamento: todos somos
propensos a la injusticia porque nuestras necesidades y pasiones se presentan
a la consciencia directamente; por el contrario, los sufrimientos que nuestra
injusticia causa se presentan al espíritu mediante la representación. En la
justicia se encuentra la primera fuente del obrar moral.

3.2.2. La compasión.

La «compasión», cuyo verdadero sentido es el literal «padecer-con», da


un paso más: es una virtud positiva. No debemos contentarnos con no hacer
el mal, sino que debemos hacer el bien; y este bien va a consistir
principalmente en compartir el dolor del prójimo. El hombre compasivo

                                                                                                               
38
SUANCES MARCOS, Arthur Schopenhauer. Religión y metafísica de la voluntad, 200.

Lletres de Filosofia i Humanitats, V (2013) p. 85


 
reconoce su ser en las demás criaturas, compartiendo su suerte e
imponiéndose sacrificios por ellas. La compasión se distingue de la justicia en
que se hace propio el sufrimiento ajeno, por sí mismo y sin intermediario,
convirtiéndolo en motivo de los propios actos. Esta participación en los males
del otro es inmediata y no razonada; más allá del sentimiento radical que
experimentamos al tomar parte en las cargas de los demás no hay nada. «En
contra de la teología, de la metafísica y de toda filosofía positiva de la historia,
Schopenhauer despojó de sanción filosófica a la solidaridad con el
sufrimiento, a la comunión de los hombres abandonados en el universo, pero
no por eso cedió en absoluto la palabra a la dureza.»39 La acción compasiva es
buena y se justifica a sí misma sólo por el hecho de compartir el dolor ajeno.
La expectativa de recompensas y castigos en el más allá, guía de alguna acción
humana en este mundo, no tiene carácter moral e incluso destruye la pureza
moral de la acción. Así, para Schopenhauer, el fundamento de la moral no está
en los preceptos religiosos ni en los argumentos de la razón; sino en la
compasión, en la empatía con el sufrimiento ajeno. «La vida heroica, en
definitiva la vida santa, sin ideología, es consecuencia de la compasión, del
compartir la alegría, de la vida con los otros; los hombres lúcidos no pueden
dejar de luchar contra el horror hasta la muerte.»40

Por lo expuesto hasta aquí, la esencia del sentimiento de compasión, o


piedad, es la destrucción de las barreras que el principio de individuación ha
puesto entre los seres. La verdadera virtud procede del conocimiento intuitivo
e inmediato de la identidad metafísica de todos los seres; no procede de una
supuesta superioridad intelectual. Por consiguiente, quien haya alcanzado este
tipo de conocimiento comprenderá que, siendo la voluntad la esencia de todos

                                                                                                               
39
HORKHEIMER, «Actualidad de Schopenhauer», 53.
40
Ibíd., 53.

Lletres de Filosofia i Humanitats, V (2013) p. 86


 
los fenómenos, tanto los tormentos infligidos a los demás como los que él
mismo padezca afectan siempre a un único y mismo ser.

Si el reino de los fenómenos, la realidad experimentable no es obra de


un poder positivo, expresión del ser en sí mismo bueno y eterno, sino de la
voluntad que se afirma en todo lo finito, que se refleja, desfigurada, en la
multiplicidad y es, con todo, profundamente idéntica, entonces todo ser tiene
razón para sentirse uno con cualquier otro ser, no con sus motivos
específicos, pero sí con su misma condición de estar atrapado en la ilusión y
en la culpa y movido por la misma pasión , con el gozo y el ocaso.41

De este modo, el engaño del principio de individuación desaparece y se


comprende el absurdo de la voluntad de vivir que se ignora a sí misma,
gozando en un individuo, mientras que en otro soporta el dolor y la miseria.

El «amor» es el signo inconfundible de la compasión, que


Schopenhauer ha subrayado como hecho innegable de la consciencia humana
y producto primitivo e inmediato de su naturaleza. Horkheimer ve cierto
paralelismo entre el amor cristiano y este amor schopenhaueriano: «El
cristianismo proclama la humildad y el amor como su esencia más íntima.
Schopenhauer no veía entre este amor y su propia idea del rechazo de la
afirmación del propio yo cerrado, de la venganza y la persecución, en el fondo
ninguna diferencia, salvo que en él el trabajo a favor de los demás no estaba
ligado a ninguna esperanza en la propia salvación.»42 De todas maneras, para
Schopenhauer la compasión nos dirige acertadamente hacia la redención
porque «niega» el principio de individuación, que es precisamente el origen del
egoísmo.

                                                                                                               
41
HORKHEIMER, «Religión y filosofía», 101.
42
HORKHEIMER, «Actualidad de Schopenhauer», 57.

Lletres de Filosofia i Humanitats, V (2013) p. 87


 
3.2.3. La negación y la nada

Superando a la compasión, Schopenhauer propone el medio definitivo


para alcanzar la redención: la «renuncia absoluta» a la voluntad de vivir. Tan
pronto como aparece la intuición que deshace la individuación y se vislumbra
la identidad esencial en la cosa en sí, se consigue un aquietador de la voluntad
de vivir que se aparta de una existencia orientada a la satisfacción de los
deseos. Entonces, el hombre asoma a un estado de renuncia voluntaria, a la
resignación, al quietismo y al aniquilamiento de la voluntad. «Pero he aquí, que
de pronto, la voluntad reconoce su naturaleza monstruosa tras el velo de Maya
de los fenómenos en el espejo del conocimiento y, en el único acto de libertad
posible, decide autoanularse: asistimos a la negación de la voluntad, a la
contradicción consigo misma.»43 Cuando se ha superado definitivamente el
principio de individuación, la voluntad de vivir se convierte, negando su
propia esencia, y el apego a la vida desaparece: esta transformación es el paso
de la virtud al ascetismo. En el alma del asceta brota un horror hacia la
voluntad de vivir que se manifiesta en su persona; su cuerpo expresa la
afirmación de la voluntad, pero él la niega castigando al cuerpo: desecha el
placer sexual, haciendo de la castidad voluntaria el primer paso de la vida
ascética, y se mortifica, también, por medio del ayuno y la flagelación.
Asimismo, el ascetismo se manifiesta en la pobreza libremente aceptada, que
no nace para paliar la necesidad del prójimo, sino que brota por sí misma para
mortificar continuamente la voluntad a fin de que los goces de la vida no
vengan de nuevo a excitar el querer. Además, como el asceta reniega de la
voluntad manifestada en su persona, no se opondrá al mal que otro le cause;
lo aceptará gozoso y le servirá para cerciorarse de no afirmar ya la voluntad.
De este modo, cuando llegue la muerte, que destruirá un cuerpo muy
quebrantado, el asceta la recibirá como una redención ardientemente deseada.
                                                                                                               
43
PLANELLS PUCHADES, «Los dos rostros de rama. Schopenhauer y la filosofía de la religión», 135.

Lletres de Filosofia i Humanitats, V (2013) p. 88


 
Simultáneamente, con esta muerte no sólo desaparecerá un cuerpo
fenoménico, sino también su esencia misma: la voluntad de vivir, que jamás
volverá a manifestarse fenoménicamente. El hombre que ha llegado a la
negación de la voluntad de vivir, por penosa que nos parezca su condición,
goza de una perfecta beatitud interna y de una gran paz. Según Schopenhauer,
el asceta está allí donde mora la verdad; pues la verdadera redención está en la
negación de la voluntad por medio del conocimiento intuitivo y el ascetismo.
Sin embargo, el aquietamiento de la voluntad no es un bien definitivamente
adquirido; hay que conquistarlo continuamente mediante la lucha, pues,
mientras el cuerpo perdure, la voluntad de vivir tratará de afirmarse.

En la figura del asceta («santo» o místico), representante de lo que


Schopenhauer llama «negación de la voluntad», se encuentra cierta explicación
religiosa como consciencia superior, pero independiente en sí misma de toda
religión positiva. En este sentido se expresa Planells: «Si queremos llamar
“religiosa” a esta apertura hacia lo misterioso, la negativa a cerrar con una
solución de carácter positivista o materialista el enigma de la existencia, no
cabe duda de que el sistema de Schopenhauer, a pesar de toda su inmanencia,
está transido de religiosidad.» 44 Por lo tanto, no es de extrañar que
Schopenhauer valorase la mística como el nivel más elevado de consciencia
humana, pero ajena a los dogmas de cualquier religión positiva.
«Schopenhauer veía en ella el complemento de su propia filosofía, al menos en
el sentido de la teología negativa en cuanto se alcanza “el punto en el que todo
conocimiento termina necesariamente, un punto por tanto en el que el
pensamiento sólo puede ser expresado mediante negaciones”»45. Cuando la
filosofía se hace mística, su pensamiento se hace, en lo esencial, negativo. Así,
para Schopenhauer, la noción de la «nada» es algo esencialmente relativo o

                                                                                                               
44
Ibíd., 134.
45
Ibíd., 128.

Lletres de Filosofia i Humanitats, V (2013) p. 89


 
privativo, pues está referida a la disolución de la voluntad, que conlleva la
supresión del mundo fenoménico. Donde no hay voluntad, no hay
representación y el universo desaparece; sólo queda la nada. Cuando nos
convencemos de que la voluntad es una inacabable fuente dolor, lo único que
puede proporcionarnos verdadero consuelo es volver a la nada.

4. Conclusión

Schopenhauer sitúa el centro neurálgico del que emerge la religión en lo


que él llama «la necesidad metafísica del hombre», que el conocimiento
fenoménico de las ciencias no puede satisfacer. La religión es la metafísica que
mejor se adapta a las capacidades humanas, pues la filosofía sólo está al
alcance intelectual de unos pocos. Como hemos visto, para Schopenhauer la
religión tiene dos caras bien diferenciadas: la «alegre» y la «tenebrosa».
Hablando de la primera, la religión encierra bajo la envoltura alegórica un
contenido de verdad metafísica que lleva aparejada una utilidad pragmática:
proporciona el consuelo metafísico que necesita todo hombre ante el dolor en
el mundo y ante el enigma de la existencia, educa las pasiones y fundamenta el
orden sociopolítico. Por contra, en la cara tenebrosa, la religión ha servido a
veces de pretexto para guerras santas, conquistas y organizaciones injustas de
Estados; y ha sido un grave impedimento para el desarrollo intelectual de la
humanidad. Además, Schopenhauer recalca que las religiones incurren en un
error ineludible: sostienen la verdad literal, sensu proprio, de su alegoría. En
referencia a este hecho connatural de las religiones, subraya constantemente
que no pueden confesar su carácter alegórico, pues perderían la autoridad
necesaria para ejercer la función positiva que llevan a cabo. Por lo tanto, una
religión verdadera en sentido propio no existe ni puede existir, pero
Schopenhauer no niega el valor de las creencias religiosas. Sin embargo, es
taxativo al diferenciar entre religión y filosofía: cada una debería permanecer

Lletres de Filosofia i Humanitats, V (2013) p. 90


 
en su ámbito sin interferirse mutuamente, pues la filosofía busca la verdad en
sentido estricto y la religión en sentido alegórico. Su alternativa es tajante:
«creer o filosofar».

El pesimismo existencial de Schopenhauer da buena cuenta de su


aportación metafísica. El hombre se encuentra desamparado y ello es
producto de una caída originaria en el mundo, cuya esencia, la voluntad, es la
fuente del dolor. Por lo tanto, el ser humano necesita una redención que le
haga salir de este estado de horror. El conocimiento intuitivo del principio de
individuación y su superación, que son condición para la compasión, y la
definitiva negación de la voluntad y su disolución, que sólo alcanza el asceta,
serán las bases de la propuesta schopenhaueriana de redención. Son las etapas
ineludibles de un camino que ha de desembocar en la nada metafísica,
asimilable al nirvana budista, donde se da una ausencia de voluntad,
representación, mundo y dolor. En el siguiente texto de 1971, Max
Horkheimer nos ofrece una visión de conjunto del pensamiento de
Schopenhauer revestido de una radical actualidad:

«A la vista de que la actual marcha de la sociedad tiende a


liquidar la fe religiosa, el pensamiento de Schopenhauer no es más
pesimista que el conocimiento que se limita a la investigación científica.
Más bien, al contrario, la negación de la voluntad, la “paz que es más
elevada que toda razón”, la esperanza de redención, que en
Schopenhauer al menos se conserva, aunque solo sea a través del no-
ser, corre peligro de desvanecerse, junto con la teología, como restos
del idealismo, como romanticismo. Entonces el mundo ya no será
manifestación, fenómeno, que con todo su horror deja al menos abierta
la idea de un Otro, de un más allá, sino que será solo estructura de
hechos y, como tal, única realidad verdadera reconocida por el sano
pensamiento».46

                                                                                                               
46
HORKHEIMER, «El pensamiento de Schopenhauer con relación a la ciencia y a la religión», 138.

Lletres de Filosofia i Humanitats, V (2013) p. 91


 
Después de leer este pasaje, me queda poco por añadir. En pocas líneas
Horkheimer ha explicado el núcleo de la metafísica de Schopenhauer, a la que,
en cierto sentido, José Planells Puchades se ha referido como «ateísmo
religioso». 47 Es verdad que al recurrir al lenguaje místico o teológico
Schopenhauer ha difuminado la frontera que tan nítidamente había trazado
entre filosofía y religión. Sin embargo, es, quizás, meritorio el haber dicho en
términos religiosos aquello que la filosofía difícilmente puede expresar.

Finalmente, reflexionando con Horkheimer sobre la «actualidad de


Schopenhauer», de nuevo le tomo prestadas unas palabras, que seguramente
se podrían aplicar también a Nietzsche: «Hay pocos pensamientos de los que
nuestra época esté tan necesitada y que en medio de la ausencia de esperanza,
justamente porque la expresan, tanto sepan de esperanza, como el suyo.»48

5. Bibliografia

HORKHEIMER, Max, «Actualidad de Schopenhauer», «Religión y


filosofía» y «El pensamiento de Schopenhauer con relación a la ciencia y a
la religión» en Anhelo de justicia. Teoría crítica y religión, ed. Juan José Sánchez,
(Colección Estructuras y Procesos. Serie Religión), Madrid: Trotta 2000.

PLANELLS PUCHADES, José, «Los dos rostros de rama.


Schopenhauer y la filosofía de la religión», Documentos A 6 (1993) 126-136.

SCHOPENHAUER, Arthur, «Sobre la religión» en Parerga y


Paralipómena, trad. Pilar López de Santa María, (Clásicos de la cultura), vol.
II, Madrid: Trotta 2009, pp. 339-406.

—, «Sobre la necesidad metafísica en el hombre» en El mundo como


voluntad y representación, trad. Rafael-José Díaz Fernández y Mª Montserrat
                                                                                                               
47
PLANELLS PUCHADES, «Los dos rostros de rama. Schopenhauer y la filosofía de la religión», 132.
48
HORKHEIMER, «Actualidad de Schopenhauer», 58.

Lletres de Filosofia i Humanitats, V (2013) p. 92


 
Armas Concepción, trad. revisada Joaquín Chamorro Mielke, vol. II, en
Arthur Schopenhauer, (Biblioteca de grandes pensadores), vol. II, Madrid:
Gredos 2010, pp. 182-211.

SUANCES MARCOS, Manuel, Arthur Schopenhauer. Religión y


metafísica de la voluntad, (Biblioteca de Filosofía 26), Barcelona: Herder
1989.

Lletres de Filosofia i Humanitats, V (2013) p. 93


 

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