INTRODUCCIÓN el problema que preocupa al pensamiento
moderno, cual es el del conocimiento cierto
Cuando Francis Bacon escribió en el
aforismo 8 de su breve tratado sobre justicia
universal, que "es tan esencial para la ley (lex)
que sea cierta (certam), que no puede ser
justa sin esta certidumbre", lo que hizo fue
poner la antigua relación
entre lex y iustitia en la perspectiva de la
certidumbre, de manera que esta fuese una
condición de la realización de aquella1.
La relación entre Derecho y Justicia es una
que mantiene actualidad, pero interesa ahora
examinar otro aspecto de este aforismo, cual
es el relativo a la certidumbre que puede
exigirse al conocimiento en materias jurídicas
y morales.
Este tema ha estado dominado por el
planteamiento de Aristóteles, que en su Ética
Nicomaquea,libro I, 3, 1094 b 10-25,
establece que no es posible llevar los
métodos demostrativos a la materia moral, y
que en esta hay que adecuar el método a la
naturaleza de su objeto. Con esto abrió el
camino a la consideración de factores de
incertidumbre en el conocimiento moral. La
noción de contingencia es una que surge de
estas consideraciones. En el fondo, de lo que
se trata es que en materia moral no es posible
establecer relaciones causales necesarias, al
modo como lo hacen las ciencias naturales,
por lo cual la acción humana está sujeta a
factores accidentales y azarosos cuya
vinculación causal no puede conocerse con
exactitud. Nace así la duda y, por lo mismo, la
incertidumbre sobre el resultado de los
cursos de acción que se han iniciado.
El pensamiento medieval recoge esta
doctrina aristotélica y la manifiesta en la idea
de conciencia dudosa en el probabilismo
moral, que se discute ampliamente en los
círculos escolásticos. Con el aforismo 8 de
Bacon asistimos a la toma de posición frente
a un tema largamente debatido, con lo cual
podemos señalar que queda así determinado
en materia jurídica y moral.
Como lo que preocupa a Bacon es la
certidumbre, estudia especialmente las
causas que provocan la incertidumbre y la
forma en que estas causas podrían ser
removidas para alcanzar soluciones jurídicas
que participen de certeza. En el aforismo 9
señala que son dos: de una parte, la ausencia
de prescripción legal, y de otra, la
ambigüedad y oscuridad de los enunciados
legales.
La ausencia de prescripción legal la atribuye
Bacon a la imposibilidad de la humana
prudentia para cubrir todos los casos que
puedan presentarse en el curso del tiempo.
En el aforismo 10 dice: "Los estrechos límites
en que opera la prudencia humana (humana
prudentia) no le permiten encontrar todos los
casos (casus) que el tiempo puede ir
presentando. No es raro, entonces, que
ocurran casos omitidos y nuevos".
La prudencia corresponde a aquella clásica
virtud que estableciera Aristóteles y que
posibilita determinar la rectitud moral de una
acción. Lo que a Bacon interesa es destacar la
dificultosa relación entre dos órdenes
distintos, el de los enunciados legales y el de
los casos que se presentan en la realidad. Esto
mismo llevó a Aristóteles a plantear la
equidad ¿pieikeia) como aquella forma de
justicia que resuelve esa dificultad, la cual es
inherente a la materia práctica. El problema
no hay que atribuírselo a un deficiente modo
de expresarse del legislador, sino a la
naturaleza de la cosa práctica. Siempre será
posible la presentación de un caso que no
pueda relacionarse sin dificultad con el
enunciado general. Pues, la relación de lo
general con lo particular es siempre
problemática. Este es el punto de vista que
adopta ahora Bacon.
 De ahí que se ocupe en señalar los caminos
para resolver estos casos omitidos o nuevos.
En el mismo aforismo 10 continúa: "De tres
maneras se pueden remediar o suplir estos
casos: por un proceso de similitudes
(processus ad similia), por el uso de ejemplos
(usum exemplorum) que todavía no se han
extraído de la ley, o bien en la jurisdicción de
alguien dotado de facultades para decidir
conforme lo haría el arbitrio de un hombre
bueno y según la sana discreción si fuese
Pretor o Censor en la Curia".
Estas vías para acceder a la solución de
estos casos son procesos argumentativos: el
primero corresponde a la construcción de
analogías; el segundo, al empleo del
argumento por el ejemplo. Ambos incluyen
procesos inferenciales, mediante los cuales se
alcanza un principio que cumple una función
integradora (o de extensión interpretativa,
para los casos nuevos). El tercero recoge el
principio formulado por Aristóteles como
criterio de solución equitativa: lo que el
legislador haría si conociese el caso.
La otra fuente de incertidumbre la forman
la ambigüedad y la oscuridad, que tienen su
origen en los factores que enumera en el
aforismo 52: la acumulación de leyes distintas
sobre una misma materia; la ambigüedad o
falta de claridad y distintividad de los
enunciados de la ley; la aplicación negligente
y desordenada de los enunciados legales; y los
juicios o sentencias contradictorios sobre lo
mismo. En el aforismo 72 se dedica Bacon a
estudiar los métodos de exposición y
remoción de las ambigüedades y oscuridades
de los enunciados legales. A diferencia de la
situación anterior de vacíos u omisiones en la
ley, aquí se trata de problemas de
significación.
En la significación se hace patente la
estructura de ella, como lo había planteado el
clasicismo griego y recogido después por el
pensamiento medieval: la palabra es un signo
significante, en que se significa por un lado un
concepto o noción y, por otro, a través del
concepto o noción se refiere a una cosa o
estado de cosas. Ambos aspectos se
presentan en esta exposición que hace Bacon
y por eso los métodos para enfrentar y
resolver estas dificultades de significación son
diferentes. No son lo mismo un problema de
ambigüedad y otro de oscuridad o
imprecisión conceptual. Los métodos de
solución son diferentes, porque inciden en
relaciones distintas, una de significado
conceptual, otra de referencia.
Una línea de reflexiones que es preciso
tener en cuenta en Bacon es la que desarrolla
en su incompleta Instauratio Magna, cuya
segunda parte, como se sabe, incluye
el Novum Organum, que lleva como
subtítulo Indicia Vera de Interpretatione
Naturae, es decir, el nuevo método para la
búsqueda del conocimiento verdadero de la
naturaleza. Interpretatio tiene aquí el
significado de conocimiento de principios,
pues, como lo escribe en el aforismo XIX del
libro I, de las dos únicas vías de acceso al
conocimiento, una que
denomina Anticipaciones de la
Naturaleza (Anticipationes Naturae), la otra
que llama Interpretación de la
Naturaleza (Interpretatio Naturae), esta
última es la única que ofrece conocimiento
cierto de los principios.
La doctrina de la interpretación de la
naturaleza, como si esta fuese un texto que
habría que interrogar, lo que sería compatible
con una concepción teológica de la
naturaleza, sufre en Bacon una modificación
profunda. Interpretar es conocer los
principios de la naturaleza, que son las leyes
naturales o axiomas de máxima generalidad.
El punto de partida es el suceso en su
particularidad sensible, y de él en grados
crecientes de generalidad se avanza hasta
esos axiomas. Esos fenómenos
sensoperceptuales son los indicios, puntos de
partida confiables. La interrogación de la
naturaleza como la gran alegoría del mundo
se sustituye por la construcción metódica del dimensiones son las que integran el objeto de
conocimiento, en forma inductiva. Lo que el la interpretación.
sujeto cognoscente percibe sensorialmente
tiene que ponerlo bajo la inteligibilidad de los
axiomas o principios generales. De este
modo, esa frase que recorre desde Galileo
hasta Kepler, que la "naturaleza está escrita
en lenguaje matemático", significa que los
fenómenos del mundo natural perceptibles
por los sentidos son indicios cuya
inteligibilidad se funda en principios o
axiomas generales, cuya formulación es la
propia de las relaciones matemáticas.
El Novum Organum es, entonces, la metódica
de los indicios verdaderos de la interpretación
del mundo natural, esto es, la doctrina del
conocimiento cierto. Verdad y certidumbre
caracterizan el conocimiento.

Esta doctrina de la interpretación de la

naturaleza se hace extensiva a la
interpretación de la lex. Por eso, interpretar
la lex es conocer, a partir de los indicios
verdaderos de ella, las palabras, las nociones
y principios con los cuales formular las
normas o reglas que resuelven los casos. Y la
solución justa no es ajena a este modo de
entender la interpretación.

El objeto de la interpretación está

constituido, entonces, por estos indicios
verdaderos, que son las palabras con que se
enuncian las leyes. La metodología que se
emplea es la adecuada para acceder
finalmente a los conceptos y principios con los
cuales formular las normas y para validar las
interpretaciones. De esta manera, queda
propuesto un modelo de interpretación de
la lex que la presenta como un proceso de
construcción gradual de conocimiento, que
no es totalmente nuevo, si se lo relaciona con
los modelos interpretativos que trabajaron
los teólogos medievales. La palabra es el signo
perceptible en su materialidad, un sonido, un
gesto, un rasgo u otra cosa visible, que
significa algo, que no es perceptible por los
sentidos, sino que es inteligible. Ambas
 1. GROCIO Y EL PROBLEMA DE LA CERTIDUMBRE
Por la época en que Bacon escribía sus
obras, Grocio echaba las bases de la
concepción científica del Derecho, para lo
cual reclamaba la separación indispensable
del Derecho positivo de los principios y
nociones morales y teológicas. El modelo de
ciencia que tenía en vista era el de la ciencia
demostrativa, la que partiendo de principios y
axiomas evidentes por sí mismos,
indemostrables, da razón de sus
afirmaciones, sometiéndolas a demostración
estricta. Este ideal de ciencia, que proviene de
los Analíticos de Aristóteles, tiene amplia
aceptación y es el que los juristas consideran
y aprueban.
La certidumbre la aborda Grocio
primeramente en el conocimiento moral y
después en el conocimiento de significados
de los enunciados legales.
La obra de Grocio que se considera aquí
es De Iure Belli ac Pacis, especialmente
su Prolegomena, que está repleta de
anotaciones sobre el tema de la ciencia del
Derecho. Fue publicada en París en 16252.
La exigencia de certidumbre en el
conocimiento moral, y por extensión también
en el conocimiento jurídico, se le muestra a
Grocio como inevitable si lo que se pretende
es constituir una ciencia del Derecho.
Comienza escribiendo: "Es perfectamente
verdadero lo que Aristóteles escribió acerca
de que no ha de encontrarse en asuntos
morales el mismo grado de certidumbre que
en la ciencia matemática"3. La tesis
aristotélica sobre la inadecuación del método
de las demostraciones matemáticas a la
materia moral, citada anteriormente, es
recogida por Grocio e interpretada de una
manera muy peculiar. El origen de la duda lo
explica de la siguiente manera: "... Así sucede
que entre lo que debe hacerse y lo que es
incorrecto de hacer hay un término medio,
que es lo permitido, y éste a veces se
aproxima al primero y otras al segundo. De
aquí proviene a menudo un momento de
duda, como cuando se pasa del día a la noche
o cuando el agua fría se calienta
lentamente"4. En la acción humana
encontramos como extremos lo ordenado y lo
prohibido, y como término medio lo posible,
es decir, lo contingente. La contingencia
introduce imprecisión e incertidumbre, por lo
cual en esta esfera no es posible constituir un
conocimiento cierto, como lo había planteado
Aristóteles. En consecuencia, la búsqueda de
un conocimiento cierto hay que hacerla en
otra parte, y aquí es donde se presenta el
tema de la interpretación.
Comienza el estudio de la interpretación
escribiendo lo siguiente: "Si consideramos
solamente al que promete algo, se encuentra
obligado a cumplir por su sola voluntad
únicamente aquello a que quería
obligarse. 'En los asuntos de la buena fe, lo
que hay que considerar, es el sentido que se
quiere significar (quid senseris), no lo que se
dice (non quid dixeris)'. Pero como los actos
internos no son perceptibles por sí mismos, y
como alguna certidumbre es necesario
establecer, pues no habría obligación si
cualquiera pudiese libremente inventar
(affingo) el sentido (sensum) que quisiera, la
razón natural (ratio naturale) dictamina que
aquel a quien se ha hecho la promesa está en
su derecho (ius) para compelir al promitente
a lo que la recta interpretación (recta
interpretatio) sugiere. De otro modo, la cosa
no tendría ningún éxito, lo que en los asuntos
morales se tiene como imposible"5.
La cita inserta en el texto corresponde a De
Offici, I, XIII, 40, de Cicerón, y le sirve a Grocio
para marcar algo que comienza a hacerse
cada vez más notorio: la relación entre lo que
se quiere decir y lo que efectivamente se dice.
El quid senseris es lo que efectivamente se
quiere, el propósito o fin querido, y el quid
dixeris es la expresión en palabras de ese
propósito, pensamiento o finalidad. El
problema es que no hay coincidencia e
identidad entre uno y otro, en términos que
pueda establecerse sin dudas; hay, si se
quiere, una aproximación.
Aun cuando la observación ciceroniana
concierne a los asuntos comandados por
la bona fide, es decir, contratos y actos
voluntarios, la idea allí contenida se
generaliza y se extiende a las expresiones
legislativas y actos de autoridad. El enunciado
escrito no resuelve por sí solo el sentido
verdadero, es preciso ir más allá de las
palabras. El tema de la literalidad, que fue tan
intensamente debatido en los estudios de
hermenéutica bíblica, tuvo finalmente una
respuesta en la doctrina de los cuatro
sentidos. Aun cuando en los juristas se
advierte una cierta vacilación, al examinar las
grandes recopilaciones, que incluyen
fórmulas contrapuestas, el siguiente
fragmento de Celso puede resumir
adecuadamente la actitud general frente al
sentido y la letra: "Tener un saber de las leyes
no es conocer sus palabras, sino su fuerza y
potestad" (fragmento 17, Digesto, libro De
legibus I, 3).
El propósito, la mens, la sententia,
pertenecen a los procesos internos de
deliberación y decisión. Son actos internos y,
por lo mismo, no perceptibles. Las palabras u
otras formas expresivas no son una
manifestación o expresión indubitable de
esos procesos internos. Pero si la palabra no
es suficiente, el problema es encontrar algo
confiable y seguro que sirva de base para las
obligaciones y derechos. Mediante un
argumento de consecuencias establece
Grocio la necesidad de una cierta
interpretación. De no existir un monto de
certidumbre, cualquiera podría interpretar el
contrato o la ley a su antojo, con lo cual los
derechos y obligaciones quedarían en una
situación imposible. La comunidad humana
que cifra en sus relaciones recíprocas,
conforme pautas claras y preestablecidas,
toda la esperanza de una convivencia
armoniosa, se vería seriamente afectada por
la incertidumbre. En estas condiciones se
hace necesario imponer una cierta
certidumbre por la razón natural, la que se
hace efectiva como recta interpretatio.
El paso siguiente es definir el criterio de
esta recta interpretatio. Dice: "La medida
(mensura) de la recta interpretación (recta
interpretatio) es la inferencia del propósito
(collectio mentis) a partir de los signos de
máxima probabilidad. Estos signos son de dos
géneros: las palabras (verba) y las otras
conjeturas (conjeturae aliae), las que a su vez
pueden considerarse separadamente o en
conjunto" (De Iure Belli, libro II, cap. XVI, 1).
A diferencia de Bacon, que concebía el
punto de partida de la interpretación en las
palabras como indicios verdaderos, esto es, la
percepción del signo en su materialidad
sensible, Grocio en cambio califica las
palabras como signos de máxima
probabilidad o verosimilitud. A ellas se les
agregan "las otras conjeturas". De estos
signos de máxima probabilidad se infiere el
propósito que se busca. Se trata de una
actividad metódica que se traduce en
argumentaciones tendientes a establecer un
sentido. Por eso la collectio mentis o
derivación o inferencia del propósito. La
diferencia entre ambos autores la podemos
explicar por el distinto énfasis que da cada
uno: Bacon considera el signo en su
materialidad, no desconoce su carácter de
significatividad, pero al extender "los indicios
verdaderos" asociados a la percepción
sensorial, lo que surge como objeto es lo
perceptible; en cambio Grocio, al emplear el
"signo de máxima probabilidad", piensa en su
significatividad, que es verosímil, no
completamente segura.
El signo tiene valor expresivo; es
significante. Partiendo, entonces, de estas
formas significativas, el intérprete busca
establecer la mens, propósito o finalidad, en
la dirección que señalan las palabras. Escribe
Grocio: "Si no hay ninguna otra conjetura que
nos conduzca a un sentido distinto, las
palabras hay que tomarlas en su sentido
propio (ex proprietate), no en el sentido
gramatical que está establecido en su origen,
sino el sentido corriente en uso" (De Iure
Belli, libro II, cap. XVI, II).
Las palabras pueden tener diversos
significados. Pueden tener un sentido propio,
que es el significado inmediato, por oposición
al significado indirecto, derivativo o alegórico.
En seguida, pueden tener un sentido
gramatical, que es el significado que le fue
acordado al momento de ser instituida la
palabra (sensum ex origine), que se diferencia
y aun puede oponerse al sentido corriente
que consagra el uso (sensum ex usu), pues
este se alcanza como modificación del sentido
originario al adaptarse paulatinamente a las
nuevas situaciones históricas y sociales.
Hay todavía otro significado y es aquel que
deriva de las llamadas conjeturas. Estas
conjeturas (conjeturae) tienen lugar en la
situación que describe Grocio en el párrafo IV
de este capítulo dedicado a la interpretación,
y que básicamente corresponde al caso de
palabras u oraciones polisémicas, a saber,
que "admiten pluralidad de significaciones
(plures significationes recipiunt). Esto ocurre
en la llamada anfibología (amphibolos), que
alude a la equivocidad y también a la llamada
homonimia (homonimia).
También las conjeturas comprenden los
casos de contradicción aparente o real de las
significaciones de palabras u oraciones, lo que
tiene lugar cuando una misma palabra u
oración en diferentes partes o contextos tiene
o parece tener significaciones que se
contraponen entre sí.
Por último, las conjeturas tienen lugar por
sí mismas, es decir, se hacen tan evidentes,
incluso discrepando de la significación
comúnmente aceptada de las palabras. Este
último caso es el que se denomina tópico de
la palabra y el sentido (los latinos lo describían
así: ex scriptio et sententia scripti, el tópico
relativo a la palabra escrita y su significado).
Termina Grocio señalando en varios
ejemplos cómo se presentan las conjeturas.
Lo importante aquí es recoger los factores
que determinan la conjetura: a) la materia (ex
materia), b) el efecto (ex efectu) y c) las
conexiones (ex conjunctis). Una palabra u
oración no se toman en su significado propio
o gramatical o usual, sino en aquel que viene
señalado por la materia de que se trata o en
aquel significado que produce algún efecto
deseable por una razón estimable o, por
último, en aquel significado que surge de las
relaciones de distintos enunciados en
diferentes partes, es decir, el contexto.
El intérprete o sujeto cognoscente tiene
que reconocer este carácter del signo de
máxima probabilidad, para explorar los
diferentes significados que se ofrecen como
posibles. Si no lo hace queda expuesto a que
su interpretación sea errónea. Esto es lo que
sugiere la recta interpretatio.
La exploración de las múltiples fuentes de
significados abre las puertas a la experiencia
del error, que ocurre cuando se hacen
patentes las oscuridades o contradicciones.
La interpretación recta es aquella que está
sostenida por esos criterios objetivos que
surgen de la materia, del efecto o de los
contextos. Solo así puede el intérprete
reconocer en la interpretación un grado
aceptable de certidumbre.
Como los procesos internos de deliberación
y decisión no son por su naturaleza
perceptibles y objeto de una experiencia
cognoscitiva, para Grocio el dato primario del
intérprete es lo que llama signo de máxima
probabilidad, es decir, las palabras y las
conjeturas. A partir de ahí tiene que construir
un sentido objetivo, apoyado en esos criterios
de objetividad. La intención real queda como
un factor que no puede conocerse con
exactitud y verdad. Por lo mismo, si se busca
la certeza, hay que fundarla en otros factores.
El modelo de interpretación que ofrece nos
muestra cómo hay que constituir un sentido a
partir de los textos mismos y no de las
intenciones reales, las cuales no son objeto de
interpretación.

En la constitución del sentido objetivo la

tarea del intérprete es determinante. El
jurista que nos describe Grocio busca
construir un mundo de objetividades a partir
de lo dado, que son estos signos de máxima
probabilidad que emanan de las leyes,
contratos o actos de autoridad formalmente
promulgados.
 2. PUFENDORF Y LA RECTA INTERPRETATIO Y RATIO
LEGIS
Lo principal del pensamiento de Samuel
von Pufendorf que nos interesa se encuentra
en su De Iure Naturae et Gentium, de 1672,
bien que su plan matematizante de las
disciplinas morales y jurídicas se iniciara en su
obra anterior Elementorum Jurisprudentiae
Universalis, de 16606.
Pufendorf es un autor que tiene una
decidida intención de llevar el ideal de ciencia
demostrativa a la esfera de las disciplinas
morales y jurídicas. Siente que es un
obstáculo, que tiene que ser removido, la
doctrina aristotélica que cuestiona la
exactitud del conocimiento en este ámbito.
En su obra de juventud, como la llama,
los Elementa (abreviatura
de Elementorum), Prefacio, describe la tarea
que se propone: rescatar para la moral y el
Derecho el estatuto de ciencia demostrativa,
y dice: "Ha prevalecido hasta ahora una
convicción común entre la gente ilustrada, de
que en materia de moralidad, por su propia
naturaleza, no hay certidumbre firme e
infalible y que todo conocimiento de tales
materias se apoya sólo en opiniones
probables... Todo este error se ha nutrido
persistentemente, hasta ahora, de una falsa
interpretación de no más de tres o cuatro
palabras de Aristóteles" (Elementa, Prefacio).
Se preocupa de estudiar la clase de
evidencia que es posible en las disciplinas
morales y jurídicas y concluye que la
evidencia apodíctica de las demostraciones
científicas y la evidencia indubitable de los
principios tienen cabida en estas disciplinas. A
diferencia de Grocio, la tesis aristotélica le
sirve como acicate para profundizar en el
carácter demostrativo de las disciplinas
morales y jurídicas. Su obra de madurez, De
Iure Naturae et Gentium, obedece a ese
propósito, es decir, construir una Ciencia del
Derecho conforme el modelo de ciencia
demostrativa, tomando prestado el
instrumental analítico de la geometría
euclidiana.
El origen de la incertidumbre radica en la
medida y cuantificación de la cualidad moral,
que se resiste a una determinación como la
que tiene lugar en la cantidad física. Este
factor es el que nos hace sentir una
diferencia, dice Pufendorf, entre las
disciplinas morales y aquellas que trabajan
con métodos matemáticos, pues estas
últimas operan con cantidades que pueden
determinarse con exactitud por su propia
naturaleza, mientras que las otras estrechan
el campo de la evidencia solo a la
determinación cualitativa, dejando la
cantidad a una estimación no determinable
con exactitud.
El capítulo XII del libro V de De Iure Naturae
et Gentium está dedicado al examen de la
interpretación recta, que concierne al
conocimiento cierto, por tanto a la evidencia
y certidumbre. Pufendorf comenta la obra de
Grocio y va siguiendo paso a paso el texto de
este, aunque llevando los desarrollos más allá
de lo que expone. Comienza declarando que
el estudio de la interpretación comprende los
contratos y las leyes escritos. Describe
también la recta interpretatio en los mismos
términos que Grocio: la interpretación recta
se concibe conforme la norma y medida
que consiste en la inferencia de sentido o
propósito a partir de los "signos de máxima
probabilidad", que son las palabras y las otras
conjeturas. Esto abre una serie de
distinciones sobre la diversidad de
significados posibles que puede tener una
palabra, el significado propio e inmediato, el
metafórico o alegórico, el significado usual, el
originario, el conjetural, el significado técnico
o especial, etc.
La recta interpretatio supone una
distinción entre un propósito o mens efectivo
y real querido por el legislador o contratante
y un propósito o mens que se establece a
partir de los signos de máxima probabilidad,
que son las palabras y las conjeturas. Esta
distinción está apoyada en dos clases de
evidencia diferentes. Los procesos internos,
efectivos y reales, que han ocurrido en los
legisladores o en los contratantes, como seres
vivientes, no pueden constar de modo cierto;
la evidencia de esos procesos admite siempre
la duda. En cambio, los signos de máxima
probabilidad ofrecen otra clase de evidencia.
Es una evidencia que puede alcanzar grados
de perfección. Los signos de máxima
probabilidad son los puntos de partida, el
dato elemental que marca el inicio de un
proceso que permite perfeccionar el tipo de
evidencia y llegar a un sentido cierto. Por eso
el énfasis en los procedimientos que permiten
alcanzar la determinación del grado de
certidumbre respecto del sentido expresado.
La doctrina de la recta interpretatio que
expone Pufendorf siguiendo a Grocio no está
interesada en que la mens o propósito
efectivo y real coincida y sea idéntico con el
propósito o mens que se establece como
cierto a partir de esos signos. Las palabras son
normalmente adecuadas para expresar lo que
efectivamente las personas piensan y
quieren, pero lo que ellas manifiestan y
expresan para el intérprete no cubre
totalmente la realidad interior del sujeto que
se vale de esas palabras. Hay, entonces, lo
que las palabras expresan y manifiestan y
también lo que ellas no expresan. El problema
que ve Pufendorf es de la máxima
importancia. Tiene que encontrar la forma de
resolver cómo trazar la separación nítida de
esas zonas, de lo que se expresa y de lo que
no se expresa, entre la mens real y
la mens expresada. La solución tiene que ser
encontrada no en las palabras mismas, es
decir, en principios o reglas que se originan en
la sola consideración de las palabras, sino en
principios que tienen otra fuente.
El problema que enfrenta Pufendorf es
satisfacer la exigencia de una certidumbre y
evidencia perfecta más allá de las palabras,
pero al mismo tiempo considerando a estas
como un elemento de esa certidumbre.
Vuelve, entonces, la mirada a la antigua
retórica, que se formó a partir de Aristóteles
hasta Quintiliano. Esta antigua retórica le
proporciona las reglas y procedimientos
argumentales para enfrentar la diversidad de
problemas interpretativos.
Las palabras tienen un significado propio,
inmediato, alegórico o metafórico, el
significado que consagra el uso o el
significado originado en la institución
histórica de la palabra o un significado
técnico. Saber con certeza cuál es el
significado que tiene una palabra empleada
en un texto no es asunto que puede decidirse
de la sola consideración de las palabras.
Pufendorf recuerda algunos ejemplos, como
el de un rey de un pequeño reino en India que
huyó a refugiarse donde el rey de Persia, y el
rey de la India envió tras él un embajador y
mientras se presentaba al rey de Persia, este
dispuso que el fugitivo fuese puesto en una
canasta y colgado de un árbol, por lo cual
entendió que podía sostener con veracidad al
requirente que el fugitivo no pisaba en ese
momento su territorio; o también este otro,
de un general victorioso que aseguró a la
ciudadela rendida que no correría sangre y
después de hecha la promesa hizo quemar a
los prisioneros. Estos ejemplos ilustran cuán
importante es la consideración de la situación
en que se emplean las palabras y muestran,
además, que los significados no pueden
decidirse de la sola consideración de las
palabras, y habrá que atender a varias
dimensiones. Las dudas que surgen en la
comprensión de los significados hacen posible
la intervención del método de construcción
de conjeturas.
Al igual que Grocio, Pufendorf fija como
constituyentes de la cuestión interpretativa la
polisemia, la contradicción y el tópico de la
letra y el sentido. Caracterizado el objeto de
la interpretación como el signo significante, o
signo de máxima probabilidad, el proceso
interpretativo se inicia con la constatación de
la polisemia, de la contradicción o de la
incidencia del tópico de la letra y el sentido.
La estrategia para enfrentar esas dificultades
interpretativas, que es lo que constituye la
metodología, está definida por los criterios
que ya indicara Grocio: la materia, el efecto y
las circunstancias o contexto.
Estos criterios los califica Pufendorf
de loci o tópicos, en consecuencia, fijadores
de una dirección general hacia el
establecimiento del sentido.
El primer tópico, relativo a la materia (ex
subjecta materia), lo ilustra con el ejemplo
proporcionado por Cicerón, De Offici, libro III,
XXV: la promesa solemne de Agamenón a
Diana, que sacrificaría lo más bello que
naciera ese año en su reino y sacrificó a
Ifigenia, pues nada más bello había nacido en
su reino ese año. Esta interpretación, dice
Pufendorf, está dada por el significado propio
o inmediato de la expresión "sacrificio del
objeto más bello", sin considerar que por su
materia Ifigenia no es un objeto apto para el
sacrificio. Otro ejemplo es el pacto de tregua
celebrado entre Cleomenes y Argives por
algunos días, que después de celebrado,
Cleomenes en la tercera noche atacó a los
otros, matando algunos, tomando prisioneros
a los restantes, y acusado de haber infringido
su palabra dada en el pacto de tregua, alegó
que la tregua tenía vigencia en el "día",
dejando libre la "noche", interpretación que a
juicio de Pufendorf tampoco considera la
materia, pues por su contenido, el pacto de
tregua tiene que entenderse válido por días
de veinticuatro horas, días y noches, y no solo
por el período durante el cual el sol se
encuentra sobre el horizonte (De Iure
Naturae, libro V, cap. XII, párrafo 7).
El segundo tópico para establecer el
genuino sentido de las palabras (genuinam
verborum sententiam ostendunt) es el
relativo al efecto y la consecuencia (effectus
et consequentian). El ejemplo que propone es
el siguiente: dos amigos, uno rico y otro
pobre, hacen testamento. El primero
instituye heredero a otra persona, pero le
deja el encargo de entregarle a su amigo
pobre tanto cuanto este en su propio
testamento le haya dejado. Al fallecer el
amigo rico, se hace cargo de la herencia su
propio heredero, el que recibe la reclamación
del amigo pobre; este, en efecto, en su
testamento había dejado todos sus bienes a
su amigo rico, por lo cual alegaba tener
derecho a toda la herencia del amigo rico. El
heredero del hombre rico se defendía
alegando que solo debía darle lo que valía el
pequeño patrimonio del hombre pobre. Este
caso, tomado de Quintiliano, ilustra, según
Pufendorf, cómo al tomar las estipulaciones
testamentarias en su significado inmediato
producen una situación inconveniente,
absurda o imposible. Por eso el criterio
consiste en admitir solo aquel significado que
produce efectos y consecuencias que no
conduzcan a situaciones inconvenientes,
absurdas o imposibles (De Iure Naturae, cit.,
párrafo 8).
La justificación de este criterio la encuentra
en el siguiente pasaje de Cicerón: "Es preciso,
jueces, relacionar todas las leyes al beneficio
común del Estado e interpretarlas de acuerdo
a la utilidad común y no de acuerdo a su
expresión literal" (De Inventione, libro I,
XXXVIII). Este texto ciceroniano claramente
introduce la consideración del fin
o télos como criterio para la determinación
del sentido, que en este caso es el beneficio
común del Estado. La literalidad, entendida
como aquella que proporcionan los
significados inmediatos o lexicales, se deja de
lado para atender al fin.
El tercer criterio es el que permite
determinar la interpretación comparándolo
con otros afines, con casos o situaciones
similares, con antecedentes y otros
elementos relativos al autor; en suma, con el
conjunto de datos y antecedentes que
puedan indicar la dirección correcta del
propósito o mens. El ejemplo que ofrece
Pufendorf es el famoso combate entre
Menelao y Paris (Homero, Ilíada, libros III-IV).
Se concertó que Helena pertenecería al
vencedor. Como el combate no terminó con
la muerte de uno de los contrincantes, sino
con la huida de Paris, Agamenón declaró
victorioso a Menelao. Lo que se discute es si
la victoria implica necesariamente la muerte
del vencido, de modo que de no ocurrir esta
no se cumpliría la condición y no habría
victoria (De Iure Naturae, cit., párrafo 9).
El examen de estos criterios y la
ejemplificación prepara el terreno para
introducir una importante noción: la ratio
legis. Aunque Pufendorf no estudia en
profundidad esta noción y se limita a señalar
que por ella se piensa la causa que ha movido
al establecimiento de la ley (ad legem
ferendam), escribe el siguiente pasaje que
interesa: "Si alguien la confunde con el
propósito de la ley (cum mente legis), se
excedería tremendamente; este último no es
otra cosa que el genuino sentido de la ley
(genuina sententia legis), para cuya búsqueda
se recurre a la ratio legis. Para este fin es del
mayor valor que conste con certeza que una
causa única ha movido la voluntad, lo que vale
no menos en los pactos como en las leyes.
Tiene valor aquí aquel repetido enunciado:
cuando cesa la ratio legis, cesa la ley misma.
Cuando hay una pluralidad de rationes, si cesa
una no cesan las restantes inmediatamente ni
son menos válidas para sustentar la eficacia
de la ley. A veces hay para una ley
una ratio general, pero la voluntad del
legislador libremente determina otra cosa,
por lo cual los súbditos deben considerar esa
voluntad como ratio. Aun cuando a veces se
aparten de las leyes de la prudencia, la
voluntad claramente significada es suficiente
para establecer obligaciones" (De Iure
Naturae, cit., párrafo 10).
Ofrece Pufendorf el siguiente ejemplo para
ilustrar lo que quiere decir: hay una ley que
establece que quienes abandonan un barco
por causa de una tormenta, lo pierden todo,
mientras que los que permanecen en el barco
se hacen dueños de todo el barco y la carga.
Sucedió un caso en que por miedo a una
tormenta enorme, los tripulantes abandonan
el barco y su carga, con la sola excepción de
un pobre enfermo, que por su estado no
podía moverse. Por accidente, el barco logra
salvarse y con él la carga. El enfermo,
recuperado, pretende la propiedad del barco
y la carga, mientras que el propietario
pretende hacer valer la suya. Razona
Pufendorf que aquí la ratio legis no puede ser
sino la recompensa a quien se ha expuesto
valientemente a un peligro para salvar el
barco y su carga, pero en este caso, el
enfermo, por debilidad tuvo que permanecer
en el barco y su permanencia en la nave no
tuvo como propósito evitar el naufragio. No le
corresponde, entonces, reclamar nada sobre
el barco y la carga.
En este ejemplo, la noción de ratio legis se
identifica con la de fin o finalidad. La ley tiene
como fin gratificar a quienes realizan actos
meritorios, y aun cuando no lo diga así, la
interpretación de sus palabras tiene que
ajustarse a esa finalidad. El fin es una forma
de determinar un significado, en la medida en
que el sentido hay que ajustarlo a la finalidad
propuesta. Pero también la noción de ratio
legis recoge esta noción de razón de ser, la
causa que constituye el motivo del
establecimiento de la ley, por ejemplo, la
conveniencia de instituir gratificaciones a
actos meritorios como fomento de la virtud.
Ambas nociones no se confunden, aunque
están relacionadas y recogen dos puntos de
vista acerca de la motivación de la ley.
En la interpretación teleológica la ley se
concibe como el instrumento o medio
adecuado para el logro del fin propuesto. El
significado de las palabras empleadas tiene
que ajustarse a esa finalidad, aun cuando el
significado propio de ellas sea alejado del fin.
La ratio legis en la forma que se la
considera aquí cumple la función de un
recurso metódico para establecer el genuino
sentido, es decir, un significado cierto. Esta
certeza es la objetividad necesaria que deben
ofrecer los significados de las expresiones
legales. Como los procesos internos de
deliberación y decisión no constan de modo
cierto, hay que establecer una objetividad
controlable, y esta la proporciona la
consideración de la ratio legis. Esta es una
conjetura justificada que el intérprete puede
aceptar como suficiente.
En relación con esta noción
de ratio examina Pufendorf la llamada
interpretación extensiva y la interpretación
restrictiva.
La extensión de la interpretación la
considera procedente en los dos casos
siguientes: uno, en atención a la misma ratio;
el otro, para evitar el fraude, ya a
una persona, ya a la ley misma.
En el primer caso no se trata de encontrar
una ratio similar, sino de extender la
aplicación de un texto legal a una situación no
prevista por existir la misma ratio. Tiene
cabida aquí el conocido principio
metodológico "donde hay la misma razón,
hay la misma disposición", que permite
construir analogías. La analogía se apoya en la
similitud de razones.
En el segundo caso se procede a la
extensión de la regulación legal para evitar el
fraude, especialmente aquella forma de
defraudación a la ley misma, como en el
ejemplo que cita de la prohibición de exportar
lana, que se evade exportando las ovejas.
Recuerda Pufendorf aquí a Quintiliano, que
considera como recurso retórico la inferencia
de lo no escrito a partir de lo escrito (De Iure
Naturae, párrafos 17-18).
La interpretación restrictiva la considera
Pufendorf en dos situaciones: en el caso de
defecto originario de la voluntad y en el caso
de repugnancia del caso emergente de lo que
se había querido originariamente.
Se entiende que hay un defecto en la
voluntad en las siguientes situaciones:
1) Cuando se sigue un absurdo, pues nadie
en sus cabales podría querer un absurdo.
Pufendorf conecta este caso con el problema
de la paradoja, que la ilustra con la historia de
Arístides, que prometió un denario a quien le
contara la verdad, a lo que un sofista le replicó
"tú no me darás el denario prometido", lo que
constituye una paradoja, pues si Arístides da
el denario, se lo da a quien no dice la verdad,
mientras que si no lo da, el otro ha dicho la
verdad y Arístides quiebra su promesa.
También el conocido de Epiménides, el
Cretense, que no puede ser acusado de
falsedad de su propio enunciado "los
cretenses son mentirosos". Otro ejemplo lo
proporciona Lucrecio, de alguien que declara
que nada es conocido. También Apuleyo da el
ejemplo de quien dice que no dice nada. En
todos estos ejemplos hay un absurdo, una
paradoja, que no ha podido ser querida, por
lo cual hay que restringir su significado, para
lo que se puede recurrir a la siguiente regla
que emplean los jurisconsultos en sus
alegatos forenses: que en todo discurso se
exceptúa la persona del que habla. Esta regla
no es la solución de la paradoja, sino una
restricción de la interpretación, que permite,
por ejemplo, salvar a Epiménides,
considerándolo exceptuado de su propia
afirmación.
2) Se considera también voluntad defectiva
cuando cesa la ratio que ha podido
determinar a la voluntad. Lo ilustra con el
ejemplo del Digesto, XXXVII, 6, XIV, 2: la ley
prohíbe exigir a los sirvientes bajo juramento
que no contraigan matrimonio y engendren
hijos, pero si se le exige ese juramento a un
eunuco, no sería aplicable la ley, aunque no
distingue, pues la ratio es la de impedir se
exija a quienes pueden engendrar hijos y no a
alguien infértil o notoriamente impotente.
 3) Finalmente, hay voluntad defectiva por
consideración de la materia. Es el caso, por
ejemplo, de la institución hereditaria de la
propiedad al varón y su descendencia
masculina, que no se extiende a la
descendencia masculina de una hija de aquel,
pues la naturaleza de la propiedad feudal
excluye a la mujer y su descendencia, sea esta
masculina o femenina.
La repugnancia del caso emergente tiene
lugar en aquellas situaciones donde el
cumplimiento del propósito acordado en un
contrato o pacto da ocasión para que surja un
daño emergente, en cuyo caso, se tiene por
defectiva la voluntad y autorizada la
restricción solo a aquello que no produce
daño.
Pero el examen de las condiciones que
hacen procedente la restricción o la
ampliación de la interpretación no termina
aquí. Hay otras situaciones que merecen
especial atención. Una de ellas es el caso de la
equidad. Su concepto es complejo, porque de
una parte conlleva un principio de justicia y
es, en general, una forma de actualización de
ella; de otra parte, la equidad aparece como
un recurso correctivo, de manera que si al
aplicarse una ley se sigue una consecuencia
que se quiere evitar, se restringe el sentido
para excluir ese caso.
La capacidad de restringir la interpretación,
limitando el alcance y aplicación de un
enunciado legal, convierte a la equidad en un
recurso importante para condicionar la
aplicación a los requerimientos de la justicia.
Hay otras dimensiones que es preciso
considerar en la aplicación, cuales son la
imposibilidad de previsión de todos los casos
y situaciones que puedan presentarse en el
futuro o la necesidad de temperar el excesivo
rigor de una disposición legal.
Además de la equidad, hay otras razones
que justifican la restricción de la
interpretación, como las que se inspiran en la
naturaleza humana y sus fines. Tales son, por
ejemplo, los conceptos de perjuicio o de
interés público, entre otros, en cuya virtud se
puede suspender el cumplimiento de una
obligación en razón del daño individual o
colectivo que pudiera causar. Pufendorf cita
aquí a Cicerón, De Offici, libro I, XXIV, 10.
Concluye Pufendorf su estudio de la
interpretación con la enumeración de varias
reglas que fijan criterios para casos de
colisiones o conflictos de leyes o pactos,
como, por ejemplo, la regla de que lo que
tiene que hacerse en cierto tiempo tiene
preferencia sobre lo que puede hacerse en
cualquier tiempo, o entre dos deberes en
conflicto, uno cede frente al otro si puede
exhibir una razón de mayor dignidad y
utilidad.
Tanto Grocio como Pufendorf son autores
que buscaron la manera de constituir una
Ciencia del Derecho. Para lograr ese propósito
tuvieron que hacerse cargo del pesado legado
aristotélico: la metodología tiene que ser
adecuada a la naturaleza del objeto, y dados
los elementos de incertidumbre inherentes
en la cosa práctica, les fue necesario
desarrollar una metodología que se alimenta
de estructuras argumentales que provienen
de la dialéctica y retórica clásicas. El objeto
sobre el cual trabaja el sujeto cognoscente o
intérprete son los "signos de máxima
probabilidad", que comprenden las palabras
como signos significantes y las "otras
conjeturas" dirigidas a precisar un significado.
La certidumbre que pueden producir los
"signos de máxima probabilidad" no es la
evidencia apodíctica, de que aparecen
revestidos ciertos principios o axiomas, sino
una que se aproxima a un grado alto de
verosimilitud, de manera que se puede
confiar en ella. Pues, en efecto, como los
procesos de deliberación y decisión de los
legisladores o de los contratantes no pueden
constar nunca de modo absolutamente
cierto, con evidencia apodíctica, hay que
establecer una objetividad suficientemente
cierta, que inspire confianza y haga posible la
convivencia humana. Los significados se
establecen mediante procedimientos que
proporcionan certeza. Hay asumida una
teoría de la significación, que reconoce sus
raíces en el clasicismo griego.
La mens o sententia, expresiones para aludir
al significado, es lo que se significa, que no es
lo mismo que lo que se quiere significar. La
separación entre estos dos momentos es de
la mayor importancia, porque pone al
intérprete en la situación de atribuir
significados justificadamente a partir de los
enunciados legales. Por eso el requerimiento
metodológico para investigar y establecer el
significado. Siguiendo el modelo clásico, los
significados pueden ser conceptuales o
referenciales. La construcción o
establecimiento de significados objetivos,
que se hace a partir de los propios enunciados
legales, es la contribución de estos autores al
tema de la interpretación.
El principio de la "suficiencia de la sola
letra", que adquirirá tanta importancia en los
círculos protestantes, no aparece recogido
aquí. Las palabras son "signos de máxima
probabilidad", que indican un significado
probable, ya a partir de las propias palabras,
ya por medio de conjeturas construidas a
partir de diversos principios que permiten
establecer significados verosímiles.
Para entender mejor la función de la
Retórica en la construcción de argumentos,
conviene recordar las distinciones que hizo
Aristóteles entre categorías, predicables y
tópicos. Cuando se dice algo, por ejemplo,
una determinación cuantitativa —en una ley
se fija un plazo para realizar alguna acción—,
eso que se significa se subordina a la categoría
de la cantidad. Pero si se relaciona un
concepto con otro, como cuando se establece
que lo que se significa es la definición de algo
o una propiedad genérica o específica de
alguna cosa, entonces, estamos en presencia
de un predicable. Y si tomamos un concepto
como sede o punto de partida de un
argumento, se está en presencia de un tópico.
Todas estas distinciones son importantes en
la constitución del conocimiento. La Retórica
hace uso de argumentaciones con la finalidad
de la persuasión, pero quien busca
conocimiento busca más bien establecer
puntos de apoyo para sostener un
determinado punto de vista o interpretación.
Es la función que Aristóteles pensó de la
Dialéctica, como parte de la Lógica, distinta de
la Analítica y la teoría de la demostración
apodíctica. Al definir la Dialéctica caracteriza
las premisas que sirven de apoyo como
verosímiles, a diferencia de las
demostraciones apodícticas que parten de
premisas dotadas de evidencia máxima o
apodíctica.
La búsqueda de significado es una cosa y la
justificación y apoyo de un significado es otra.
Ambas tareas se cumplen por medio de
argumentaciones. La búsqueda de
significados corresponde al ars inveniendi de
Cicerón y la justificación, a la Dialéctica. La
producción de argumentos cae dentro del
campo de la Tópica. Aristóteles enumeró más
de trescientos tópicos, con los cuales
construir argumentos, ya dirigidos a la
indagación, ya a la justificación.
Si se considera el ejemplo que ofrece
Pufendorf, tomado de las Instituciones de
Oratoria de Quintiliano, de la prohibición de
exportar lana que se impuso al pueblo que
habitaba la región mediterránea de
Tarentum, en la Antigüedad, puede
observarse que mediante el tópico de la letra
y espíritu se abren varias posibilidades de
indagación de significados: por la parte de la
letra, los significados propios e inmediatos,
los significados históricos, etc., y por la parte
del espíritu, la consideración de la ratio legis.
La prohibición puede referirse a la lana en
bruto sin elaborar, a la lana en forma de
tejidos, o de ropa de vestir y mantos, y
también a la oveja como tal. Hay razones para
argumentar a favor de la prohibición de todas
esas variedades como a solo una parte de
ellas. Como no es posible decidir dentro del
ámbito puramente de significados
conceptuales o referenciales cuál es la opción
correcta, hay que acudir a la ratio legis que
introduce consideraciones sobre el fin y los
motivos para establecer una prohibición
semejante. Le parece a Pufendorf que aquí se
alcanza la recta interpretatio, apoyada en
consideraciones sobre la finalidad y los
motivos, que tienen un grado de certeza
aceptable.
que los significados, que es lo que busca
establecer el intérprete, se obtienen ya de las
palabras mismas, ya de otras conjeturas.
Por último, es preciso tener presente que
todo este intento de construir una Ciencia del
Derecho se hace tomando como modelo la
ciencia natural. De ahí la preocupación por la
certidumbre gradual y no apodíctica que reina
en las disciplinas jurídicas.

La certidumbre que reconoce Pufendorf es

una que admite perfectibilidad, esto es,
gradualidad. Hay una forma de evidencia
apodíctica, que resiste el poder de la duda y
que recae sobre principios y axiomas que se
dan en las ciencias naturales y matemáticas y
en los principios morales y de ley natural en
materias jurídicas. Pero hay otra forma de
evidencia, que es aceptable y puede resistir
dentro de ciertos contextos el poder de la
duda. Cuando se emplea la expresión "signos
de máxima probabilidad" para calificar la
formas de expresión de las leyes y los
contratos, se está reconociendo que la
relación entre lo que se dice y lo que se quiere
decir es problemática, en todo caso no
suficientemente segura, por lo cual cabe un
monto de incertidumbre, y el problema para
el intérprete es lograr una interpretación que
alcance un grado de certidumbre suficiente
para conferirle objetividad. Esto se refleja en
la metodología de búsqueda de significados,
que se compone de una variedad de recursos
metódicos, como se ha visto en la exposición
de conjunto de la doctrina de este autor.

El tema de la certidumbre y la duda hay que

ligarlo al pensamiento de Descartes, que hizo
de la duda el recurso metódico para poner a
prueba la certidumbre. En Pufendorf es
llevado al conocimiento en el ámbito del
Derecho, que se recoge en la interpretación.
El intérprete trabaja sobre palabras, y estas
formas expresivas son calificadas de "signos
de máxima probabilidad", lo que quiere decir
3. HOBBES Y SPINOZA: LA INDAGACIÓN DEL SENTIDO
LITERAL
Ambos autores se hacen eco del
Protestantismo y de sus críticas a la Iglesia
Católica.
En su Leviathan, obra que vio la luz en
inglés en 1651 en Londres, Hobbes se
propone una tarea ambiciosa: fundar la
filosofía en una doctrina del conocimiento,
para lo cual se vale de una doctrina
nominalista del lenguaje. En esta obra nos
interesa lo que escribe sobre el tenor literal:
"Tratándose de leyes escritas, acostumbran
los entendidos a hacer una diferencia entre
la Letra (letter) y el Propósito (sentence) de
la Ley. Si por letra se entiende todo lo que
puede derivarse de la sola palabra, la
distinción está bien establecida, pues la
significación de casi todas las palabras, ya
en sí mismas, ya en el uso metafórico, es
ambiguo, y puede hacerse que en las
argumentaciones tomen diversos sentidos
(sense), en tanto que la Ley no tiene más
que un solo sentido. En cambio, si por la
letra se quiere significar el sentido literal
(literall sense), entonces la letra y el
propósito o intención (sentence or
intention) se hacen uno solo. Pues el
sentido literal es lo que el legislador ha
querido que sea significado por la letra de
la ley. Ahora bien, la intención del
legislador se supone que es siempre la
Equidad (Equity), pues sería una grave
ofensa para un Juez que pensara de otro
modo del Soberano; en consecuencia, si la
palabra de la Ley no le autoriza plenamente
a una sentencia razonable, debe suplirla
con la Ley de la Naturaleza, o bien, si el caso
es difícil, debe retener la sentencia
(Judgement) hasta que haya recibido una
autoridad más amplia"7.
Como se advierte del texto, el sentido
literal es "lo que el legislador ha querido que
sea significado por la letra de la ley", con lo
cual se supone, en realidad, que lo que el
legislador quiere efectivamente es recogido
indubitablemente por las palabras, de
manera que el intérprete debe asumir que lo
significado en ellas es lo efectivamente
querido por el autor de la ley.
El Leviathan se inicia con el estudio del
hombre y de lo que le es inherente, entre lo
cual se cuenta el lenguaje. En el capítulo IV del
libro I se dedica Hobbes al estudio del
lenguaje de manera que lo aproxima a las
conocidas posiciones nominalistas. Nos
interesa aquí la afirmación relativa al uso
general del lenguaje, que es la de transformar
el discurso mental (Mental Discourse)
al discurso verbal, esto es, la sucesión de
pensamientos en sucesión de palabras. Esta
es la base para elaborar la doctrina del juicio,
el cual es fundamentalmente unión de
nombres. Si en esta unión todo lo que
significa el nombre que ocupa la posición del
predicado, en la estructura básica de sujeto-
predicado, coincide con todo lo que significa
el nombre que ocupa la posición del sujeto,
tenemos un juico verdadero. La verdad y
falsedad pasan a ser propiamente atributos
de las palabras en su uso en el juicio, más que
concordancia del pensamiento y cosa,
conforme la conocida teoría de la adaequatio.
Esta doctrina del juicio nos lleva
inevitablemente a este otro aspecto que nos
interesa de modo especial, el de
la comprensión o Understanding. En este
capítulo escribe:
"Cuando una persona, una vez que ha
escuchado un discurso, tiene aquellos
pensamientos que las palabras de este
discurso, en sus conexiones recíprocas,
estaban ordenadas y constituidas para
significar, entonces se dice que lo
comprende: pues la Comprensión no es
otra cosa que la concepción causada por el
discurso. En consecuencia, si el lenguaje es
peculiar a una persona (en la medida en
que deba saberlo), entonces también la
comprensión es peculiar a su respecto.
 Asimismo, también, tratándose de
afirmaciones absurdas y falsas, en caso de
ser universales, no puede haber aquí
comprensión, aunque muchos piensen que
las comprenden, pues lo que en realidad
hacen es repetirlas en voz baja o
calladamente en su espíritu"
(Leviathan, Parte I, capítulo IV).
La Parte IV y última de esta obra termina
con el Reino de la Oscuridad, al que se llega
por una mala interpretación de las Escrituras.
Pero no es solo esto, hay ignorancia de ellas,
introduciendo tradiciones y fábulas. Se
mezcla, además, en ellas la Filosofía Vana,
especialmente la Metafísica de Aristóteles.
Finalmente, se introduce en las Escrituras el
dato histórico incierto.
Después de Bacon, Hobbes es el otro
pensador que en esta época se muestra
decidido defensor de la doctrina que ve en la
filosofía un conocimiento racional, que
procede como el geómetra en el
establecimiento de las propiedades de las
figuras que estudia. Es la culminación del ideal
de ciencia demostrativa llevado a la Filosofía
misma. Los puntos de contacto con el autor
de las Reglas para la dirección del espíritu —
obra, como sabemos, escrita en latín con el
título Regulae ad directionem ingenii, que fue
publicada solo cincuenta años después de la
muerte de Descartes en Amsterdam, en 1701,
en la edición Opuscula posthuma— son, pues,
evidentes y trazan el panorama en que debe
cumplirse la tarea de la filosofía.
Posiblemente aquí parte esa pérdida del
sentido de la filosofía, que cree constatar
Husserl en su Crisis de las ciencias europeas.
De la afirmación que formula Hobbes en
ese capítulo 46 acerca de que la facultad de
razonar depende en su ejercicio del lenguaje
(Speech), bien puede derivarse la pretensión
de que no solo el ámbito del raciocinio, sino
del pensar mismo está determinado por las
palabras, consecuencia que muchos
defienden hoy día con gran impacto en el
conocimiento de las ciencias.
A partir de esta afirmación, que hace
depender la facultad de razonar del lenguaje,
plantea Hobbes el curso completo de la
historia de la filosofía, desde la Antigüedad
hasta su tiempo. Como ha existido lenguaje
desde un comienzo, fue posible el
descubrimiento de distintas verdades
mediante el ejercicio de las facultades
racionales. Una de esas grandes adquisiciones
la constituye la geometría. El extravío de la
filosofía comienza con la formación de las
Escuelas. En la Antigüedad, mientras la razón
humana, con el lenguaje que podía usar,
disponía de ocio (sColh), podía adquirir
verdades. Este ocio filosófico refleja, en
realidad, una diversidad de condiciones,
como satisfacción de necesidades básicas de
alimentación y vivienda, estado de paz, etc.
Las grandes adquisiciones de la ciencia
antigua fueron el producto de este ocio, que
posibilitaba el ejercicio de las facultades
racionales. Sin embargo, por razones
históricas diversas, fueron formándose
agrupaciones que tomaron nombres, así los
seguidores de Platón fueron los
Académicos; los de Aristóteles, Peripatéticos;
los de Zenón, Estoicos, y así sucesivamente.
Inicialmente se reunían en ciertos lugares
para discutir los asuntos que les importaban.
Entonces, el lugar, el debate o disputa, el
grupo con la denominación forman una
Escuela, derivación del latín schola,
proveniente del griego sxolh. Y así el mundo
antiguo conoció muchas escuelas, aparte de
las griegas, como las judías y las cristianas. La
cuestión es, para Hobbes, que tales escuelas
no prestaron una utilidad clara, pues todas las
adquisiciones en materia de ciencia tuvieron
un origen cierto fuera de ellas, como ocurrió
con la geometría clásica. Las escuelas, sin
embargo, adquirieron, más por costumbre
que por otra cosa, un enorme desarrollo y
fueron la base para constituir Universidades.
En estas universidades se siguió practicando
el tipo de debate y disputa que caracterizó a
la Escuela. Así ocurrió con la Philosophia
Prima, señala Hobbes, que fue tema de las
universidades medievales y renacentistas y
penetró profundamente en la elaboración de
la teología. Por eso es importante, piensa
Hobbes, esclarecer el sentido de esa forma de
filosofía. Su tarea la describe de la siguiente
manera: la delimitación correcta de los
nombres que son los más universales y que se
ofrecen como fundamentadores de toda
forma de saber. Estas delimitaciones deben
servir para evitar la ambigüedad y el equívoco
en los raciocinios, y comúnmente se las llama
Definiciones. Pues bien, en las escuelas, esto
es en las universidades donde tiene lugar el
estudio de la filosofía como metafísica —
tomando el nombre de la denominación
aristotélica—, la tarea que se le asigna es la
de establecer esas definiciones de los
términos fundamentales, tales como cuerpo,
tiempo, lugar, materia, forma, esencia,
sujeto, substancia, accidente, potencia, acto,
finito, infinito, cantidad, cualidad,
movimiento, acción, pasión y muchos otros
necesarios para la explicación de la
Naturaleza.
El gran extravío de la filosofía, piensa
Hobbes, es la disputa metafísica de las
escuelas, que ocurre cuando se entrega a la
exploración y examen de las definiciones de
esas palabras, tarea que no parece asegurar
la adquisición de un conocimiento cierto. Es
así como la teología se ha dejado llevar
también por estas cuestiones de palabras y ha
tratado de construir una doctrina con
términos tales como Esencia Abstracta y
Formas Substanciales, todo lo cual no
constituye más que una disquisición vana. De
ahí el nombre de Filosofía Vana, que
descalifica la metafísica de las escuelas y de
todo cuanto la tradición escolástica ha
conservado de la Filosofía Primera
aristotélica.
El problema para Hobbes es resolver cómo
el examen de las palabras y su definición
puede y debe llevarnos a un conocimiento
cierto. Rescatar el examen y análisis del
lenguaje como elemento e ingrediente del
conocimiento se le aparece ahora a Hobbes
como la tarea del filósofo, evitando el
extravío de la Filosofía Vana. No puede
ignorarse que muchos autores
pertenecientes al positivismo lógico en la
primera mitad del siglo XX desarrollaron
similar actitud frente a los lenguajes
metafísicos.
Para cumplir su tarea, recuerda la
afirmación hecha al comienzo de su obra: el
uso, más bien la función primordial de las
palabras, es la de servir de registro para
nosotros mismos como sujetos parlantes
y hacer manifiesto a los demás como oyentes
los pensamientos y concepciones (Thoughts
and Conceptions) de nuestro espíritu (Mind).
Y propone las siguientes distinciones: 1) un
grupo de palabras lo integran los nombres de
las cosas concebidas, como los nombres de
los cuerpos que actúan sobre los sentidos y
dejan una impresión (Impression) en la
imaginación; 2) otro grupo de palabras lo
forman los nombres de la imaginación misma,
es decir, de aquellas ideas (Ideas) o imágenes
mentales que tenemos de las cosas que
vemos o recordamos; 3) otro grupo de
palabras lo constituyen los nombres de
nombres, como Universal, Plural, Singular; 4)
otro grupo son los nombres de formas del
Discurso (Speech), como Definición,
Afirmación, Negación, Verdadero, Falso,
Silogismo, Interrogación, Promesa, Convenio;
5) en otro grupo están las palabras que
muestran las Consecuencias o Repugnancia
de un nombre a otro; esto se entiende a partir
de la doctrina del Juicio, en el cual se trata de
una unión de nombres característica: si se
enuncia el juicio el hombre es un cuerpo, lo
que se quiere dar a entender es que el
nombre Cuerpo (Body) se establece
necesariamente como consecuencia del
nombre Hombre (Man); son, entonces,
nombres distintos para la misma cosa. Esto
mismo es lo que quiere decir la expresión
"consecuencia" de que se vale Hobbes.
 Puede decir así que la consecuencia se
significa, en el sentido de expresar, mediante
la palabra es (Is). Ahondando en el examen
del juicio, añade que toda la función de la
palabra es es nada más que señalar la unión
misma en que consiste el acto de juicio.
Entonces, volviendo al lenguaje de la filosofía
escolástica o que se practica en las escuelas,
se pregunta ¿qué pueden significar esos
términos tales como Entidad (Entity), Esencia
(Essence), Esencial (Essentiall), Esencialidad
(Essenciality) y otros, que derivan de es o ser?
Desde luego, atendida esa función acopladora
(coupling) de la palabra y verbo ser, ninguno
de esos términos es nombre de cosa, sino
meros signos, señales, mediante las cuales
damos a conocer que concebimos la
'consecuencia' de un nombre a otro (o
atributo), como cuando decimos un hombre,
es, un cuerpo viviente, no significamos
que hombre es una cosa, es otra y cuerpo
viviente una tercera, sino que hombre y
cuerpo viviente son una sola cosa y que esta
unidad la enunciamos en forma de
consecuencia, es decir, si algo es un hombre,
entonces es un cuerpo viviente. La unidad de
lo significado se señala mediante la
palabra es, que es el signo del acto de juicio
que da cuenta de la unidad de la cosa
hombre-cuerpo viviente.
El problema de significado de todos esos
términos que derivan de la palabra ser es que
no se refieren, en estricto rigor, a nada, por lo
cual toda esa metafísica falla en su base, se
convierte en un debate estéril que no puede
conducir a ninguna parte y es, si se quiere,
una forma de retórica inútil. En la edición
latina del Leviathan, de 1670, posterior a la
inglesa, se incluye un apéndice, dividido en
tres partes, dedicándose la primera parte al
examen del símbolo de Nicea, esto es, cómo
la fe se ajusta a las palabras de las Escrituras.
En forma dialogal retoma el tema del examen
de la terminología de la metafísica clásica,
que ha perdurado en la escolástica, para
descalificarla como apta para la adquisición
de conocimiento.
La comprensión es la reproducción que
hace el sujeto cognoscente a partir del
discurso escrito u oral de esas unidades
elementales que son los juicios. Esta no es
una reproducción que hace el sujeto
cognoscente considerando factores
extrínsecos al discurso mismo. Tratándose de
interpretación de los discursos legales, tiene
el intérprete que mantenerse dentro del
sentido literal. En general, trátese de un texto
legal, de uno de carácter religioso o de otra
índole, el intérprete tiene que constreñirse a
ese sentido literal, y este es, según definición,
lo que el autor ha querido que sea significado
por la letra. De este modo, el intérprete
identifica aquello a lo que el juicio se refiere,
que es lo significado por la letra. Las
conjeturas para establecer un sentido que
admiten Grocio y Pufendorf no tienen cabida
en este modelo interpretativo de Hobbes, y el
único supuesto que acepta es el de la
Equidad, presupuesto como propósito del
legislador.
La negativa a la consideración de factores
externos al enunciado mismo prepara la
exaltación de la literalidad y la convierte en
determinante de la constitución del sentido.
Con esto, asimismo, la crítica a la Iglesia
Católica y la hermenéutica bíblica.
Otro autor importante para el tema de la
literalidad es Spinoza, que en el Tractatus
Theologico-politico, también de 1670,
desarrolla su doctrina de la interpretación. En
el capítulo VII afirma que la Biblia como texto
es la palabra de Dios y enseña la verdadera
beatitud o salvación. Pero este carácter, dice
Spinoza, ha terminado por desaparecer y ser
sustituido por las interpretaciones privadas o
de autoridad, que han practicado los
teólogos, extrínsecas al texto mismo y a su
finalidad esencial. Para evitar estas
interpretaciones, que son verdaderas
invenciones de sus autores, la tarea del
intérprete debe quedar sometida a esta regla
general: el método de las Escrituras no difiere
en nada del método que se emplea en la
interpretación de la naturaleza. La
interpretación es única, cualquiera sea el
ámbito o aspecto del mundo que se quiera
conocer. Y así como en la interpretatio
naturae el método consiste básicamente en
la observación y registro de datos ciertos —lo
que todavía Spinoza llama historia naturae—,
a partir de los cuales se concluyen
definiciones naturales, de la misma manera
en la interpretación de las Escrituras es
necesario obtener un conocimiento preciso
de la "historia", esto es, de los datos y
principios ciertos, y a partir de ellos (ex certis
datis et principiis) concluir como
consecuencia legítima la intención (mens) de
los autores de las Escrituras.
Este método no solo asegura un
conocimiento cierto, sino que es el único, y
para convencernos de esto último basta
considerar, nos dice Spinoza, que las
Escrituras tratan a menudo de cosas que no
pueden ser conocidas por la sola luz natural
de la razón humana, tales como las
revelaciones o los relatos de milagros, hechos
todos que no se ajustan a la naturaleza, pero
que se adaptan a la opinión de quien las ha
escrito. Las revelaciones se ajustan a las
opiniones de los profetas, de suerte que
superan la capacidad humana. Por todo lo
cual, el conocimiento de todo lo que
contienen las Escrituras debe ser obtenido de
las Escrituras mismas (ex sola ipsa Scriptura),
así como ocurre con el conocimiento de la
naturaleza, que se hace a partir de ella misma.
Pero la dificultad que ofrece la Biblia como
texto al lector de ella en cuanto a su
contenido moral consiste en que sus
enseñanzas y doctrinas morales pueden
probarse a partir de las llamadas nociones
comunes (de la filosofía escolástica), es decir,
principios de carácter axiomático, evidentes
por sí mismos e indemostrables, pero no
puede probarse desde esas mismas nociones
que la Biblia contiene esas enseñanzas y
doctrinas, luego permanece como texto
abierto a la interpretación. Entonces, dice
Spinoza, lo único que cabe es admitir que la
Biblia como texto se entiende desde sí misma,
en consecuencia, su contenido moral y
religioso consta en ella misma. El carácter
divino debe concluirse de la circunstancia de
que enseña la virtud verdadera, lo cual solo se
establece con las Escrituras mismas, y si así no
fuera, nuestra adhesión y defensa de ellas
sería prejuiciosa. Todo el conocimiento de las
Escrituras debe obtenerse desde ellas mismas
y no a partir de elementos exteriores, aun
cuando sean aceptables para la razón.
La regla universal (regula universalis
interpretandi Scripturam) para la
interpretación de los textos bíblicos es la
siguiente: no reconocer carácter de
enseñanza a lo que no se muestre como tal
con la mayor claridad en la indagación
histórica misma. Esta noción la examina
Spinoza en las siguientes dimensiones:
1. Examen de la naturaleza y propiedades
de la lengua en que fueron escritos los textos
bíblicos: el significado que tienen las palabras
según el uso del tiempo en que escribieron los
autores el texto. Corresponde al significado
histórico-gramatical, en cuanto sancionado
por la convención social.
2. Ordenación de los diversos enunciados
en unos pocos que se relacionen a un mismo
asunto. Este trabajo clasificatorio y de
ordenación permite poner de manifiesto
aquellos enunciados ambiguos u oscuros o
que son contradictorios unos con otros. La
claridad de un enunciado se determina por
su sentido contextual (sensus ex contextu) y
consiste en la mayor o menor dificultad para
captar su sentido en sus relaciones
contextuales y no en la mayor o menor
dificultad para captar su verdad por la razón.
Spinoza propone el siguiente ejemplo: dos
enunciados aparentemente distintos, uno
que dice "Dios es fuego" y otro que, por su
parte, dice "Dios es celoso", palabras de
Moisés. Por su significado inmediato y propio
de las palabras, ambos enunciados son claros.
Este sería su sentido literal restringido, que es
el que se reduce a la sola significación
inmediata de las palabras, sin considerar nada
más, ni ponerlas en relación con las de otros
enunciados. La cuestión de su verdad no tiene
que aparecer aquí, por lo cual, en la
perspectiva de la razón humana, ambos
enunciados pueden permanecer como
enigmáticos. La indagación de sentido no
puede quedarse en este punto. Es preciso
relacionar esos enunciados, tomados en esa
significación literal restringida, con los
principios y los fundamentos que la
indagación histórica revela de las Escrituras
mismas. Entonces, si en esa interpretación
literal restringida los enunciados no
concuerdan con los principios contenidos en
las Escrituras, será necesario abandonar esa
interpretación literal restringida y abrir paso a
otras formas de interpretación, como la
interpretación metafórica, que es una
significación derivada o indirecta. En este
punto cobra toda su importancia la regla dada
en el punto anterior, pues para decidir si
efectivamente el significado inmediato y
directo de los enunciados es el que se señala,
fuego y celo, es preciso remontarse a los usos
y al mundo en que tales frases fueron
pronunciadas (interpretación histórico-
gramatical). En suma, conjugando la
dimensión histórico-gramatical con la
contextual, y a su vez con los principios que se
derivan de las Escrituras mismas, se sigue
como consecuencia que ambos enunciados
significan, en definitiva, lo mismo, que es la
cólera de Dios.
3. Esta indagación histórica debe consignar
con respecto a cada libro que compone la
Biblia todo el conjunto de circunstancias que
estuvieron presentes en su formación: vida y
costumbres del autor de cada libro, el fin
propuesto, a quiénes se dirigía, en qué
ocasiones se escribió, la lengua en que fue
redactado. También debe recoger las
circunstancias que caracterizan la existencia
de cada libro, una vez escrito, cómo se
conservó, entre quiénes se difundió
primeramente, cómo fue admitido como
canon, en fin, cómo todos los libros se
reunieron en un solo todo como canónicos.
Esta dimensión busca incorporar en la
interpretación esta relación: la obra con el
autor y su tiempo. El intérprete debe
comprender la obra como producto de su
tiempo y también con un contenido religioso
y moral de validez universal.
Concluye Spinoza insistiendo en la idea de
la interpretación como el modo de
conocimiento del mundo natural y de las
obras del espíritu humano. Y así, como en la
interpretación de la naturaleza se va desde la
observación de lo particular a lo general con
validez universal, como quería Bacon, de la
misma manera, tratándose de la
interpretación de obras escritas, de
la observación de las diversas circunstancias
que rodean su gestación y que son materia de
la indagación histórica, hay que elevarse al
dominio de los principios y fundamentos, que
en las Escrituras es la doctrina sagrada y
eterna.
Este método verdadero para la
interpretación de las Escrituras exige de la luz
natural (lumen naturale), que se define así:
"La Naturaleza y virtud de esta luz consiste
en que ella deduce y concluye por vía de
legítima consecuencia las cosas oscuras a
partir de aquellas que son conocidas o que
son dadas como conocidas: pues esto es lo
que exige nuestro método"8.
A diferencia de Hobbes, Spinoza subordina
la cuestión de los significados al contexto y a
lo que denomina la indagación histórica, que
recuerda en parte lo postulado por los
Humanistas. La metodología que diseña hace
realidad el principio de adecuación a la
estructura del objeto. Mientras Grocio y
Pufendorf centran la interpretación en una
indagación de sentidos que considera los
significados de las palabras como
"verosímiles" o posibles, instaurando por
consiguiente una estrategia metodológica
que toma ingredientes de la argumentación
retórica, como la tópica, y sobre todo la ratio
legis, Spinoza coloca el objeto de la
interpretación en un horizonte de
historicidad. La obra a interpretar es un todo
que se muestra como un ser histórico; el
trabajo del intérprete es recorrer todas las
dimensiones que exhibe: la literalidad de las
palabras, sus distintos significados (directos,
indirectos), la contextualidad, el trasfondo
histórico en que surge la obra. Se prepara así
la consideración de la obra como un objeto
cultural, que comenzará con los trabajos de
Savigny.

Pero antes de abordar el tema del objeto

de la interpretación en una perspectiva
hermenéutica, que arranca con los trabajos
de Savigny, es preciso abordar el estudio de
ese objeto en una visión ontológica, como es
la que ofrece Francisco Suárez, pues permite
identificar la función de cada componente de
ese objeto.
 4. FRANCISCO SUÁREZ: LA CONSTITUCIÓN DEL
OBJETO DE INTERPRETACIÓN
La doctrina de la interpretación la formula
Suárez en el Libro VI de su Tractatus de
Legibus ac Deo Legislatoris9.
Consideraremos algunos aspectos de esta
extensa e importante obra.
a) La ontología de la ley (lex)
Inicia Suárez con la indagación acerca
del quid nomine y nos entrega lo que Santo
Tomás de Aquino, Platón, Aristóteles, las
Escrituras dicen que es ley, tomando este
término como simple palabra. Como lo que le
interesa es establecer el sentido propio de
ley, ya no como simple palabra que ha podido
ser empleada por tal o cual autor en alguno
de los significados que recoge, destaca la
noción de ley como la mensura de la rectitud
(mensura rectitudinis), tomado en absoluto
(capítulo I, párrafo 6). La sola exploración de
significados no basta para establecer el
sentido de ley como medida de la rectitud
moral, por ello hay que situarse en la
perspectiva de la ontología clásica.
El otro término que se emplea por los
autores es el de ius. Al igual que en el caso
de lex, los distintos autores muestran, por
ejemplo, la explicación
de ius por iustitia (Ulpiano) o la sinonimia
con lex (San Isidoro) o la identificación de los
actos del juez con el
nombre ius (Digesto y Decretales) o las
concordancias y diferencias
entre ius y aequitas naturale o la
comparación entre ius y fas (ley humana y
divina en la explicación de San Isidoro). Más
que una conclusión derivada de estas
indagaciones, la posición que adopta Suárez
es la de considerar que ius y lex son términos
convertibles el uno en el otro, por lo que las
mismas cuestiones que pueden suscitarse con
respecto a uno se pueden también plantear
en el otro.
Establecido lo anterior, prosigue siguiendo
el modelo tomista (Suma, 1-2, q. 91, a. 1) que
afirma primero la existencia de la ley y
después indaga en qué consiste cada clase de
ley, reiterando así el plan analítico de
la episteme de Aristóteles. Dice:
"Una vez explicados los nombres de
Derecho y de ley, antes de investigar qué es
ley (quid sit lex), es preciso mostrar que la
ley existe (esse)" (De Legibus, libro I,
capítulo III, 1).
Con estas palabras no pretende Suárez
llevar adelante un desarrollo metafísico de la
relación entre existencia y esencia, sino que
reconoce la relevancia metodológica, de
acuerdo con la analítica clásica, de tener por
establecida la existencia de aquellos
elementos y principios básicos sobre los
cuales se desarrolla temáticamente la
investigación para después examinar la
esencia. Esto lo hace acudiendo al tipo
de necesidad, la cual puede ser absoluta
(necessitas per se) o respectiva, es decir, en
orden a algún fin o efecto. Este es el caso de
la ley humana, que no es un ser necesario en
sentido absoluto, sino un ser necesario
relativamente al propósito de la creación
humana. Supuesta la creación del ser
humano, para su propio desarrollo y
cumplimiento le es necesaria la ley. Se habla
así de un ius o una lex positum, porque no son
innatos, sino que han sido impuestos,
derivados de un principio extrínseco. La ley
humana es invención e imposición (inventio
et positio) inmediata de los seres humanos;
es opus homine, que emana de su potestad y
prudencia, y se impone como regla y medida
de sus acciones, por tanto, se inserta en los
planes de vida de cada cual. Se trata de una
necesidad hipotética, la ley existe
relativamente para el mejoramiento y
cumplimiento del ser humano.
Establecido esto, la indagación se encamina
al examen del quid sit lex, lo que le permite
preguntarse sobre qué clase de actos son
necesarios para el establecimiento de la ley
(ad legem ferendam). En los capítulos IV y V
discute Suárez la afirmación tomista de que
ley consiste solo en actos puramente
intelectuales, que conciernen exclusivamente
al intelecto humano. La revisión de esta
posición le da ocasión para incursionar en el
tema de la obligatoriedad y su origen.
El resultado de la indagación debe poder
traducirse en una definición, que cumpla con
las reglas formales de una definición por
género y diferencia. Reconoce que el método
seguido por Santo Tomás fue deducir la
definición a partir de la exposición y
establecimiento de las propiedades de la ley.
Al dedicarse al estudio del género, establece
una serie de tres condiciones o supuestos que
determinan una dirección a la investigación.
Dice:
"En primer lugar, damos por supuesto que
la ley es algo que pertenece a la naturaleza
intelectual en cuanto tal y, entonces, a
su mens, comprendiendo en ésta el
intelecto y la voluntad" (De Legibus, libro I,
capítulo IV, 2).
Este primer supuesto vincula la noción
de mens a la de orden moral, con lo cual se
prosigue en términos generales dentro de los
planteamientos tomistas, en el sentido de
que toda ley es una forma de regla y medida
que instituye una ordenación de los actos
humanos para la consecución de un propósito
o fin. En este nivel general de
consideraciones, es admisible pensar,
sostiene Suárez, que solamente los seres
dotados de una naturaleza intelectual son
aptos para un tal ordenamiento. En estricto
rigor, se rigen por leyes solo los seres dotados
de mens, es decir, de razón y voluntad. Por su
significado originario, ley indica una forma de
disponer una ordenación y, por lo mismo, es
la forma como se articula el orden moral. Este
orden moral es concebible, no es oculto ni
enigmático, es objeto de pensamiento, por
eso puede decirse que es inteligible. De ahí
la mens, que comprende tanto el intelecto
como la voluntad. Con esto comienza Suárez
a separarse del tomismo, en cuanto a que
la ratio como principio y condición de
inteligibilidad del orden moral no se restringe
al solo intelecto, sino que incluye a la
voluntad como principio activo de la
ordenación.
La ley se inserta en el mundo como
principio inteligible que impone ordenación a
las cosas y, por eso, en sentido amplio, la ley
de las cosas naturales y aun irracionales
consiste en el gobierno y dirección que a estas
se les establece. De lo cual se sigue que la ley
se sostiene en una mens, cuyos
constituyentes son, como se ha dicho, el
intelecto y la voluntad. Hay mens en quien
impone la ordenación, como también en
quien queda sujeto y sometido a ella. Pero
tratándose de cosas naturales o irracionales,
que carecen propiamente de intelecto, en
sentido metafórico quedan sujetas al imperio
de las leyes, porque carecen de mens y solo
pertenecen al plan universal del orden natural
creado y al gobierno de la mens divina. En la
medida en que existe el mundo, hay que
suponer una ordenación cuyo tramado y
ajuste se determina en leyes, esto es, en
reglas y medidas, que llevadas al mundo
humano constituyen su ordenamiento moral.
La segunda suposición que es preciso
admitir es la siguiente: la ley consiste
propiamente en acto (in actu consistit). Esto
quiere decir que la ley es el producto de una
serie de actos, pues todas esas nociones,
como imperar, ordenar, obligar y otras
similares o asociadas a ellas, constituyen
actos, algunos de los cuales son actos
interiores y producidos por el intelecto y la
voluntad, otros en cambio son exteriores y
necesarios para que la ley pueda producir su
efecto propio de imperar y obligar. Será
necesario, entonces, que la investigación
aborde la diversidad de actos que son
necesarios para que la ley tenga existencia y
sea lo que es. Tratándose de la ley humana, se
entiende fácilmente la noción de positividad,
pues en esta se manifiestan todos esos actos
que son precisos para que la ley producida
por los propios hombres (legislador o
gobernante) tenga imperio sobre los
súbditos.
Como tercera suposición, observa Suárez,
es necesario que la ley se considere en un
triple estado: 1) primeramente en el
legislador (mens legislatoris), en el sentido de
la mens del legislador: y así, la ley eterna y la
ley natural se encuentran en la mens divina
desde la eternidad, y la ley humana positiva
en la mens del legislador histórico, y la ley
divina revelada (textos sagrados) en parte en
los profetas; 2) en seguida, la ley puede
encontrarse en la mens del súbdito como
principio o regla de su acción que se le ha
impuesto y que la concibe como obligatoria; y
3) finalmente, la ley se encuentra en el estado
de signo o de un ser material exteriormente
perceptible, por ejemplo, un texto escrito o
una señal o voz de mando.
La ley humana consiste formalmente en
algún acto exterior con el cual el legislador
manifiesta su mens, y que es entre los
hombres la palabra o escritura. Esto explica la
serie de definiciones de ley que se han dado,
como la de Biel, por ejemplo, que define la ley
como el signo que manifiesta suficientemente
la mens (entendida como propósito) del
príncipe. La incorporación del elemento
sígnico como manifestación de la mens y
como necesaria presuposición para el estudio
de la ley reviste la mayor importancia para el
tema de la interpretación.
Los tres presupuestos señalados
precedentemente indican los tres grandes
aspectos que deben quedar integrados en el
examen del quid sit lex. A partir de aquí la
investigación se dedicará al examen detallado
y exhaustivo de cada uno de estos aspectos,
ofreciendo un estudio completo y no solo la
revisión crítica de la doctrina escolástica, sino
también de las manifestaciones logicistas y
nominalistas con que se inicia la modernidad.
No es posible seguir aquí ese detalle, pero
algunas afirmaciones interesan. Tomando de
modo general el caso de la ley positiva
humana, su ser propio tiene que mostrarse a
partir de la consideración de
la mens (intelecto y voluntad), de los actos
requeridos para su existencia histórica y de
los signos exteriores en que consta y queda
fijada como ser histórico.
De modo general, puede señalarse que en
cuanto a la mens la ley se encuentra en el
súbdito en un acto suyo (in actu mentis), es
decir, en el juicio del intelecto, como quería
Santo Tomás de Aquino, y no en la voluntad,
pues la ley promulgada se anticipa a la
voluntad del súbdito y la obliga, y es necesario
de un acto del entendimiento que proponga y
aplique a la voluntad la ley, y por eso la ley
exige del juicio del intelecto y ese es su modo
de ser y condición en el súbdito. Puede
decirse, asimismo, que la ley natural es el
juicio de la razón o intelecto, en cuanto a que
el sujeto que debe obrar por ella la piensa y
eso es un acto judicativo que antecede al acto
propiamente. Y en cuanto a la ley positiva
humana, una vez establecida, mediante el
juicio del intelecto cada cual la aplica a su
acción y ese juicio consiste en establecer que
es necesario hacer lo que la ley ordena, pero
que no es per se. El juicio del súbdito no
confiere obligatoriedad a la ley, sino que juzga
tan solo necesario lo que la ley dice: que debe
hacerse lo que ella prescribe. Pero este acto
de juicio no constituye la eficacia obligatoria
de la ley, pues sería hacer de la aceptación de
la ley el fundamento de la obligación legal, lo
que se descarta (De Legibus, libro I, capítulo
IV, 5).
A su vez, en el legislador la ley se encuentra
como medio para el bien, la paz y la felicidad
de la comunidad en que va a imponerse, por
lo cual puede presuponerse una intención o
propósito de bien (bien común), al cual sigue
después la deliberación sobre si esta o aquella
ley es mejor y más conveniente para la
comunidad. A este proceso deliberativo sigue
la formación del juicio mediante el cual el
legislador establece que tal o cual ley es la
conveniente y mejor para la comunidad, y la
convierte en mandato que debe cumplirse
por todos. Para que la ley sea eficaz se
requiere de actos posteriores que la den a
conocer y los súbditos la tomen como
obligatoria, esto es imperio. Se trata de la
promulgación formalmente establecida. Toda
esta descripción sirve de antecedente para el
examen detallado de la clase de actos que
intervienen en cada fase, y si la ley puede
considerarse solo un acto del intelecto o si
interviene además la voluntad, posición esta
última que suscribe Suárez. El capítulo V del
libro I, de esta obra, se dedica a la discusión si
la ley es solo obra del intelecto o si solo es
obra de la voluntad o si de ambas, posición
esta que admite.
Llega así a la formulación general de la
definición de ley: es un precepto común, justo
y estable, suficientemente promulgado (Lex
est commune praeceptum, iustum ac stabile
sufficienter promulgatum). Busca así Suárez
superar la definición de Santo Tomás, pues
cuando en la definición de ley que expuso en
la Suma incluyó la expresión ordinatio
rationis para señalar el género a que
pertenece, por ratio no hay que entender la
sola razón teórica o la potencia intelectiva,
sino que es preciso incluir también la
voluntad, pues la ordenación reside en último
término tanto en el intelecto como en la
voluntad. Esta definición retiene en todo caso
la relación entre Derecho y justicia.
Interesa en el Tractatus el estudio de la ley
y el Derecho como entes reales, en su ser
histórico. Son creaciones humanas y se
insertan en el flujo histórico como entes
reales y concretos. Esto impone la
consideración de las cuatro causas que, en
general, puede describirse así: el examen de
la natura legis muestra la causa eficiente, que
es el poder o potestad legislativa de quien
tiene autoridad para dar la ley; la causa
material subjetiva, que reside en el intelecto
y la voluntad, y la causa material objetiva,
porque la ley debe tratar de asuntos honestos
y posibles; la causa formal, que es el modo
como debe darse y promulgarse la ley y, por
último, la causa final, que es el fin o propósito
perseguido por la ley y que coincide con los
efectos de ella.
b) La causa formal: el tema del significado
La ontología de la ley la muestra como un
ente histórico, que tiene un comienzo, una
permanencia y un final, y como toda obra
humana, se inserta en un plan de acción o de
vida humana. Nos interesa en particular la
causa formal, que la introduce en los
siguientes términos:
"... resta hablar de la forma (forma), que
puede concebirse doblemente: una
externa y sensible, que es como el cuerpo
de la ley, y otra interna y casi espiritual, que
es como el alma (anima) o la razón de la ley
(ratio legis)" (De Legibus, libro III, capítulo
XV, 1).
La ley humana se instituye mediante un
acto que se expresa en una forma, que es una
señal o signo que expresa la voluntad
legislativa, y es preciso que ese signo sea
sensible, perceptible por los sentidos, para
que se ajuste al conocimiento humano. El
signo, entonces, debe ser tal que exprese la
voluntad legislativa y dé a conocer a los
súbditos el propósito de modo sensible. Una
ley que no se muestre en el mundo sensible
mediante signos adecuados no podría ser ley.
Agrega:
"... en la forma sensible de la ley se pueden
distinguir dos cosas: una, el signo material,
como la voz o la escritura, y otra, el
significado (significationem), de las cuales,
si se comparan entre sí, la escritura o el
sonido es algo material, y el significado algo
formal, y de la reunión de ambos resulta la
forma sensible (forma sensibilis) que
 constituye la ley o que es la ley misma, pues
siendo la ley un acto humano, es también
una forma" (De Legibus, libro III, capítulo
XV, 2).
Suárez explica la forma con el ejemplo de la
forma sacramental, que está en las palabras,
pero en ella se distinguen como su parte
material los sonidos, y el sentido (sensum) o
significación (significationem) como su parte
formal, y de ambos resulta la forma
sacramental. Lo mismo ocurre con la ley:
consiste en un signo exterior, sensible o
material, que requiere alguna materia, pero
su esencia (essentia) está en el significado y
sentido. Las palabras, en su materialidad, no
pueden producir los efectos de una ley sino
solo en cuanto manifiesten la voluntad y el
imperio del legislador. Por eso, bajo este
aspecto, el signo sensible, en cuanto
significativo, es esencial también en la ley. Los
juristas suelen distinguir entre la ley escrita y
la ley no escrita, para incluir aquí la costumbre
con fuerza de ley, lo que sería un problema si
no se admitiera al mismo tiempo que la
costumbre debe constar en signos exteriores
permanentes, significativos de una voluntad.
Siendo las palabras un signo de la voluntad
legislativa, tienen que ser tales que expresen
suficientemente que la voluntad del
legislador es la de establecer un precepto
estable, general y que cumpla con todas las
otras propiedades exigidas para una ley.
Normalmente, por eso, deben emplearse
expresiones preceptivas, es decir, un lenguaje
adecuado para la expresión de los preceptos
o normas que se imponen. Hay un lenguaje
normativo, que usualmente toma la forma
imperativa, como "hay que hacer" o "haz
esto", o también el empleo de la forma verbal
"deber".
Las distinciones que hace Suárez van más
allá de lo que los juristas han señalado. Los
nombres que recuerda son los de Baldo,
Roger, Esteban de Frederi, Jorge Natham y
especialmente Tiraqueau. Todos ellos han
adoptado la dualidad letra y espíritu,
indicando a su respecto que la letra es como
el cuerpo y materia y el significado el espíritu
(De Legibus, libro III, capítulo XX, 1). Pero la
elaboración que hacen estos autores queda
en este punto. Suárez lleva más allá la
distinción e introduce en la littera el tema de
la palabra, esto es, su ser sígnico y el
significado. Aplica, en realidad, la dualidad
materia y forma al ente sustancial en que
consiste la ley, y la aplica en dos momentos
diferentes. Primeramente en la sola letra, lo
que le permite extraer esa distinción ya
reseñada, la palabra y su significación, y ahora
en el capítulo XX, al tratar de la ratio legis, va
a llegar a ella, empleándola nuevamente,
pero tomando la palabra en su totalidad
como un compuesto, y eso es lo que
siguiendo la tradición escolástica anterior
denomina como vox significativa, esto
es, palabras dotadas de significación, la que
contrapone a la interioridad propiamente que
es la mens (intelecto y voluntad) efectiva.
Dice:
"... en las mismas palabras distinguimos
antes dos partes, a saber las palabras
materiales y la significación con que
expresan el sentido (sensum) y declaran el
espíritu del legislador (mens legislatoris);
comparando entre sí estas dos partes,
dijimos que la significación es lo formal
respecto de las palabras materiales; ahora
las palabras mismas en cuanto
significativas las comparamos con el
espíritu interior del legislador, y decimos
entonces que son como el cuerpo y materia
respecto de la forma o espíritu" (De
Legibus, libro III, capítulo XX, 1).
A estas precisiones añade todavía otra,
relativa a la mens que, como se indicó antes,
incluye tanto el intelecto o razón como la
voluntad. Ambos son distintos, en efecto,
pues una cosa es la voluntad con la que se
quiere mandar, y otra la razón por la que se
mueve. La tesis general que interesa defender
a Suárez es la de que la ley depende
básicamente de la voluntad, entendida como
intención (intentio) dirigida no solo al
establecimiento de la ley, sino también a la
imposición de las obligaciones que
constituyen el efecto de la misma ley. En este
sentido, la intención configura la forma
intrínseca y se constituye en el alma de la ley.
Esta intención hay que presumirla siempre en
la ley, cuando las palabras la muestran
suficientemente. En esta voluntad, la
intención de imponer tales o cuales efectos
determinados a los subordinados, es donde
radica propiamente la mens legislatoris. El
siguiente texto dice así:
"... así como la ley queda constituida en su
ser de ley humana en cuanto que es signo
de la voluntad preceptiva u obligatoria, así
queda constituida en su ser de tal ley en
cuanto que signo de tal voluntad del
legislador de que el súbdito realice tal acto,
y así propiamente ésta es el espíritu o
intención del legislador, porque éste es el
que de modo inmediato se manifiesta y se
da a conocer por medio de tales palabras"
(De Legibus, libro III, capítulo XX, 8).
Este propósito o intención tiene que
manifestarse en las formas sensibles de la ley.
La dificultad que se plantea es la de que esa
voluntad puede ser entendida asimismo
como la causa eficiente de la ley, es decir,
puede explicar el proceso y curso de
producción de la ley. A esto observa Suárez
que puede admitirse que la ley procede física
y exteriormente de una causa eficiente, que
es la voluntad y propósito de instituirla como
tal ley; pero, por otro lado, puede concebirse
que moralmente está constituida en su ser
propio de ley por esa voluntad del legislador,
porque esa voluntad es la que la constituye en
su carácter de ley obligatoria. La defensa la
hace acudiendo al principio o axioma "donde
hay una cosa por razón de otra, hay una sola
cosa", y de acuerdo con esto escribe:
"... la significación de las palabras y la
voluntad del legislador cuentan por una
sola cosa, ya que por una parte la voluntad
del legislador está en la ley como en su
signo y por otra la ley es verdadera ley en
tanto contiene el propósito (mens) y la
voluntad del legislador, por eso en la
citada Ley non Dubium a la voluntad del
legislador se la llama voluntad de la ley, e
inmediatamente a la misma voluntad se la
llama sentido (sententia) de la ley, el que es
una misma cosa con el propósito del
legislador" (De Legibus, libro III, capítulo XX,
9).
De lo cual se sigue que, como donde hay
una cosa por razón de otra, esta otra por la
que se da la otra es la primera y principal,
recordando el otro principio "aquello por lo
cual cada cosa es lo que es, eso es más",
resulta que en toda ley lo principal y más
importante es la mens legislatoris, en la cual
está la voluntad, el propósito o intención. La
voluntad pasa a ser un principio o
causa formal de la ley y no solo causa
eficiente. Esto quiere decir que la voluntad
significada por las palabras de la ley es la
voluntad del legislador. Al jurista intérprete le
basta una voluntad de la ley, la que reconoce
como la voluntad efectiva del legislador
histórico.
Si se compara con Grocio y Pufendorf se
puede constatar una coincidencia general en
un sentido objetivo de la ley misma, bien que
la relación con el propósito del legislador
histórico reciba respuestas diferentes. Como
veremos luego, en todos estos autores hay la
admisión de una certidumbre gradual en el
conocimiento de su objeto.
c) La ratio legis
La noción de ratio legis surge en conexión
con el objeto de la voluntad, propósito o
intención. La discusión de Suárez se dirige a
controvertir la afirmación de que la ratio
legis es también principio formal intrínseco,
como la voluntad. Con la voluntad integra de
modo general la mens, solo que incide en el
objeto de ella. Para explicar mejor esto,
distingue dos tipos de ratio: una, la ratio que
denomina motivo de la ley; la otra,
la ratio constitutiva de la ley. El motivo es un
principio extrínseco a la ley misma y consiste
en las motivaciones o consideraciones
personales del legislador para instituir la ley,
por lo mismo no puede considerarse principio
formal de la ley. En una asamblea legislativa
un legislador puede tener un motivo, otro
legislador otro y así sucesivamente y, sin
embargo, la ley acordada es por su causa
formalmente bien establecida. El otro tipo
de ratio, en cambio, es un principio
constitutivo de la ley, y Suárez lo
denomina ratio iuridica, la razón jurídica de la
ley. El problema que quiere dilucidar es el de
la relación precisa que tiene la ratio con la
constitución esencial e intrínseca de la ley, y
que los juristas han debatido largamente.
Ese nombre de ratio iuridica envuelve, en
realidad, una suposición, la de que en toda ley
hay incorporadas consideraciones que
conciernen a los fines, aspiraciones y
justificaciones éticas. En toda ley, según esta
suposición, habría una razón de conveniencia
y justicia en lo ordenado por ella, de modo tal
que sería constitutivo de la misma. No sería
concebible una ley sin ratio entendida de esta
manera. Sin embargo, Suárez formula la
siguiente observación: que en esta ratio
iuridica hay, en realidad, dos nociones
distintas. La una, que son las consideraciones
de conveniencia y justicia de la materia o acto
dispuesto por la ley; la otra, es la luz de la
razón (lumen) y el raciocinio (discursus
intellectus) que muestran la conveniencia y
justicia de tal o cual acto y también la
inconveniencia e injusticia de tales otros.
Ambas nociones son necesarias a la ley,
porque toda ley es razonable (rationabilis) y
justa (iusta) de manera general. Se trata,
como puede advertirse, de la relación entre
Derecho y justicia. Siendo necesarias esas
nociones, no concurren en ella como
elementos formales constitutivos. La primera
es como el objeto y la razón a que se atiende
en la materia de la ley: la ley manda actos
convenientes y prohíbe los inconvenientes, y
en esta materia se supone una razón de
conveniencia o inconveniencia objetiva, luego
es un tipo de razón objetiva de la ley (ratio
objectiva legis). La segunda recoge esa noción
de ratio que por sus operaciones va
señalando las pautas directivas de la
voluntad, y de este modo es como se
constituye en regla y medida. El parecer de
Suárez es que esta regla y medida es todavía
extrínseca a la ley misma (De Legibus, libro III,
capítulo XX, 12).
En ambos casos la ratio legis queda como
un principio extrínseco a la forma y
constitución interna de la ley, a diferencia de
la intención o voluntad, que constituye
intrínsecamente la ley y es su forma. La ley,
concebida así, es constitutivamente una
manifestación de voluntad dotada de poder
para imperar. La ratio legis como principio
extrínseco, necesario en toda ley, incide en el
objeto de esa voluntad y en la materia sobre
que ella se ejerce. Las dudas sobre su
determinación no comprometen la validez del
acto de manifestación de la voluntad, como sí
lo haría, en cambio, la duda acerca de si ha
habido voluntad eficaz para producir la ley. En
esto, al menos, las doctrinas sobre el Derecho
que no recurren a fundamentos teológicos,
posteriores a Suárez, como la de Pufendorf,
serán coincidentes en el tratamiento de
la ratio legis: su determinación pasa a ser un
problema de la interpretación.
d) El objeto de conocimiento y las reglas de
interpretación
A diferencia de otros autores y teólogos de
su tiempo y anteriores, el tema de la
interpretación de la ley ocupa un lugar
destacado, al que dedica una parte extensa
de su De Legibus. La evolución misma de la
doctrina de los cuatro sentidos había girado
siempre en torno a los textos bíblicos. El
trabajo de los juristas parecía paralelo,
recogiendo uno que otro planteamiento.
Domina en el mundo del jurista la exégesis y
la proliferación de reglas de interpretación. La
época moderna se alimenta, entonces, por un
lado del trabajo de los juristas que estiman y
tienen en gran valor los conceptos y técnicas
acuñados en el viejo Derecho Romano, y en
donde el concepto de autoridad juega un rol
central. En seguida, los canonistas ya
tempranamente quisieron establecer sus
propios métodos y conceptos, reflejo de los
debates de la hermenéutica bíblica. Por
último, la propia hermenéutica sacra elabora
y desarrolla toda una concepción sobre la
estructura del objeto de interpretación.
Suárez trata de reunir todas estas fuentes, y
de modo sistemático va examinando los
diferentes aspectos que exige el tema de la
interpretación, dedicando el libro VI al
estudio de la interpretación de la ley humana
o civil.
La ley humana o civil se encuentra en una
condición ontológica especial. A diferencia de
la ley eterna y natural, que son
inmodificables, la ley humana es un ente
sustancial que queda sometido a las
modificaciones o cambios, porque ingresa en
el curso histórico de la vida humana, y sufre
por ello cambios o mutaciones. Cuando esta
'modificación` tiene su antecedente en un
principio intrínseco a la ley misma y es tan
solo parcial, nos encontramos con la
interpretación. Hay otras modificaciones,
como la derogación, que tiene su origen en un
principio extrínseco y que puede afectar total
o parcialmente la ley. Le interesa a Suárez
examinar en qué sentido puede decirse que la
interpretación es una modificación. Tiene
presente que si la interpretación consiste
solamente en la comprensión del significado,
no sería adecuado expresarse en términos de
modificación, pero si en la interpretación se
suscita la cuestión de la restricción o
ampliación de los significados, entonces la
interpretación se aproximaría a una
modificación. Esto último tiene que ver con la
llamada interpretación evolutiva o un sentido. De esta necesidad práctica nació
adaptadora.
Siguiendo las tradiciones romanistas y
canónicas, comienza por distinguir tres
formas de interpretación: la auténtica, la
usual y la doctrinal. La primera es la que hace
la autoridad que dictó la ley, y más que
problema de interpretación es de la ley
misma. La usual es la que resulta de los usos
y prácticas consuetudinarias. Lo que le
interesa a Suárez es la doctrinal, que entronca
con la idea de jurisprudencia. Aunque en los
autores se discute el grado de autoridad de
esta interpretación doctrinal, lo cierto es que
ella nace de la propia condición de la ley
humana, pues, como dice:
"... es tal la condición humana, que apenas
puede el hombre explicar el sentido
(sensum) de lo que dice con palabras tan
precisas que no nazcan ambigüedades y
dudas, sobre todo porque la ley humana se
expresa brevemente y en general, y en su
aplicación (applicatione) a los varios casos
particulares, frecuentemente nacen dudas,
por lo cual son necesarios los juicios de los
sabios y la declaración doctrinal. En fin, de
esta necesidad nació la jurisprudencia,
cuyo fin principal es dar el verdadero
sentido (verum sensum) y la verdadera
interpretación de la leyes humanas" (De
Legibus, libro VI, capítulo I, párrafo 5).
De manera similar a lo que señalaba Bacon,
el tema de los significados es determinante en
la aplicación de las reglas jurídicas, pues estas
son el significado de los enunciados en
palabras, y si lo que se dice en palabras suscita
dudas, será necesario acudir a otros
elementos para resolver esas dudas. El
problema, como lo vio Aristóteles, se
presenta en la relación de lo general a lo
particular, pues los enunciados legales son
generales e imprecisos, porque generan
problemas de significación, ya de significados
conceptuales, ya de significados
referenciales. Esto lo recuerda aquí Suárez, y
les asigna a los sabios la tarea de establecer
la jurisprudencia con el fin principal de
establecer un sentido verdadero.
El sentido verdadero, verum sensum,
domina por completo la tarea de la
interpretación. Este sentido verdadero no hay
que confundirlo con los significados de
palabras, hay otras dimensiones que es
preciso considerar, como la ratio legis. Por
eso, el objeto propio del conocimiento o
interpretación es el sentido verdadero, que se
establece a partir de la consideración de
varias dimensiones.
Toda ley tiene un sentido verdadero que es
preciso establecer y aplicar. En relación con
esto surge la regla de interpretación, que
consiste en un principio que permite
establecer ese sentido verdadero. Las reglas
contienen indicaciones para la operación
intelectual que al aplicarse a está resuelta afirmativamente. El estudio
determinadas materias produce un
resultado. Las reglas imprimen una dirección,
al modo como las reglas para la construcción
de un razonamiento bien ordenado, por
ejemplo, en la lógica formal la construcción
de un silogismo o una definición por género y
diferencia.
Las reglas de interpretación reflejan una
cuestión metodológica que ha estado
presente en toda la larga historia de la
formulación de reglas interpretativas. La regla
traza una vía que debe transitar el
entendimiento para alcanzar un determinado
fin. Se constituye en una fórmula destinada a
regir la actividad cognoscitiva que tiene lugar
en las leyes humanas. El sujeto cognoscente o
intérprete se aplica a un texto escrito.
La formalización de la actividad
cognoscitiva de textos escritos en reglas de
interpretación ha estado presente desde muy
antiguo y ha adquirido relevancia con los
debates de la exégesis bíblica de las escuelas
interpretativas de Antioquía, de Alejandría y
de Pérgamo. Pero como en muchos de esos
debates se encuentra ausente una doctrina
del objeto de conocimiento, se formulan una
gran cantidad de reglas interpretativas, que
cubren los aspectos más variados, algunas de
ellas sin una justificación clara. Esta misma
situación se advierte en la interpretación del
Derecho Romano. La doctrina de los cuatro
sentidos que desarrollaron los teólogos
medievales obedeció a un definido propósito
de conferir unidad a la interpretación de los
textos bíblicos, así como también precisar la
función de la fe en el conocimiento de los
textos, de manera de procurar una armonía
de razón y fe. Y esto lleva a buscar una teoría
hermenéutica que sea la base de una exégesis
segura. Las reglas de interpretación no se
sustentan a sí mismas, se requiere de una
serie de principios de teoría del conocimiento
que apoyen esas reglas.
En Suárez la posibilidad del conocimiento
ontológico de la ley nos muestra el juego de
las cuatro causas, y para el conocimiento
la forma es lo determinante. Esta forma está
integrada por las palabras y su significación y
por la mens legislatoris (integrada la mens, a
su vez, por el intelecto y la voluntad o
propósito) y por la ratio legis. La manera
como estos componentes integran la forma
está dada por el juego de dos antítesis:
materia/ forma y exterior/interior. La ley,
como ente histórico, se conoce por su forma,
y el conocimiento se contrae a estos
componentes, quedando otras dimensiones
como no relevantes. Pero aquí tenemos que
introducir un supuesto cognoscitivo: que
la mens legislatoris real del legislador
histórico es la significada por las palabras
dichas en la ley. Este principio determina la
construcción del objeto y, además, el sentido
objetivo de la ley.
La ley se muestra como una manifestación
de voluntad soberana, con la capacidad de
obligar y que emana de quien tiene la
potestad para establecerla. A través de
la forma el súbdito o intérprete accede al
contenido del mandato. Como la posibilidad
de conocer está resuelta, el método tiene que
resolver por su lado la adecuación al objeto y
diseñar y describir sus partes. Lo que se busca
conocer es el verum sensum, el sentido
verdadero, que es lo que la autoridad ha
querido que valga como ley y que se
impone con carácter de obligatorio. Al
contraerse la indagación a la forma, las
palabras significativas, la mens y la ratio,
como sus componentes, tendrán que
mostrarse en sus relaciones recíprocas, y no
podría ocurrir que se presentara una
discrepancia entre ellos. La operación
metódica no puede ocuparse de cada
componente por separado y considerarlo
suficiente. Así, los significados de las palabras
tomadas aisladamente no pueden ser
suficientes para establecer un sentido
objetivo. El sentido verdadero consta de
la forma, de toda ella, y no de alguno de sus
componentes.
Las reglas de interpretación abordan
aspectos parciales y, en general, presuponen
la posibilidad del objeto de conocimiento. El
conocimiento de los otros aspectos, como los
relativos al legislador histórico y real, sus
motivaciones efectivas, sus decisiones reales,
en suma, la causa eficiente en toda su
dimensión, o bien la finalidad efectiva, la
deliberación de ser tal o cual medio para un
fin efectivamente concebido, que son todas
circunstancias que integran la ley en su ser
propio, como ente sustancial, no es un
conocimiento seguro y queda más bien como
una meta ideal por alcanzar. El súbdito, el
jurista, el juez, todos los que tienen que
cumplir lo ordenado requieren de un
conocimiento cierto. Suárez entiende que se
logra en el conocimiento de la forma.
En el orden de la construcción metódica
del conocimiento del sentido verdadero, lo
primero que aparece a la experiencia
cognoscitiva del agente es la palabra, y esta es
por su propia naturaleza significativa,
entonces, la primera tarea será la de indagar
significados, pues las palabras tienen que
expresar, con las limitaciones de todo
lenguaje, el propósito y pensamiento del
legislador. El estudio de la significación que
emprende Suárez tiene dos centros de
interés: por un lado, la diversidad de
opiniones de los juristas y canonistas, que
desde la época del Derecho Romano antiguo
y después con los glosadores han insertado
una variedad de reglas y máximas imposibles
de sistematizar o reducir a unas pocas
nociones más simples y, por otro lado, la
aporía subyacente en la relación entre
palabra e intención, pues si la palabra es la
expresión del propósito, hay que estarse a
ella solamente, pero si la mens es lo que
constituye la ley, es como su alma, cómo
averiguar cuál es sin depender de las palabras
que la expresan, bien que ellas son su modo
normal de manifestación.
Sobre esta última dificultad nos dice que
podría preguntarse, en realidad, qué sirve
más para la indagación del sentido verdadero,
si las palabras o la mens, a lo que habría que
responder que en el orden de la intención,
la mens es anterior a las palabras, y en este
sentido es correcto sostener que lo primordial
es el propósito; pero en el orden de la
ejecución o realización, las palabras son
anteriores a la mens, pues por ellas llegamos
a conocer aquella. Esta doble perspectiva es
perfectamente separable y definible en sus
consecuencias, y si se tiene en cuenta, no
puede presentarse dificultad o confusión. Los
juristas y glosadores, piensa Suárez, han
confundido a veces ambos órdenes y, por eso,
a menudo nos encontramos con reglas
contradictorias (De Legibus, libro VI, capítulo
I, párrafo 15).
El examen de las palabras da ocasión para
que recuerde que en ellas se distingue un
significado propio y otro impropio, directo e
inmediato y otro indirecto o metafórico,
como las analogías que estudiaron los
escolásticos; un significado técnico y otro
usual o corriente, un significado propiamente
jurídico y un significado general, todos ellos
significados que han reconocido los autores
del tema. El problema es que no hay garantía
segura de cuál es el significado que hay que
asociar a una palabra. A lo anterior se agrega
la multivocidad. Para resolver la pluralidad de
significaciones es preciso abandonar el
dominio de las solas palabras y sus
significados y acudir a la mens. Pero aquí hay
que tener presente la observación señalada
anteriormente: para el intérprete vale el
orden de ejecución o realización, pues de otro
modo quedaría atrapado en el problema de
cómo el sentido de la ley, que se expresa en
palabras, puede establecerse a partir de
la mens si esta solo puede conocerse a través
de las mismas palabras. Si para el intérprete
lo que vale es este orden, en que las palabras
son instrumentos de comunicación, se
concluye:
"Si el legislador no declarare
su mens (suam mentem non declararet)
con las palabras de la ley, no habría ley ni
surgiría obligación alguna, aunque por
otras conjeturas pudiéramos conocer de
alguna manera la voluntad del legislador"
(De Legibus, libro VI, capítulo I, párrafo 13).
Como la mens es un elemento interno, no
puede conocerse directamente, por lo cual es
necesario inferirla, ya de las palabras, ya de
otros antecedentes, las otras conjeturas o
conjeturas a partir de otros antecedentes de
que habla el texto citado, y que ya conocimos
de las obras de Grocio y Pufendorf, si bien
posteriores a la de Suárez, muestran una
continuidad de pensamiento con este. Todo
lo cual indica que hay una mens objetiva, que
consta en la ley misma, una mens que se
supone la verdadera y efectiva, pero que
deriva de la propia ley en sus términos y
circunstancias. En sucesivos pasajes va
precisando Suárez la idea. Es verdad, dice,
que los seres humanos conocen la mens del
que habla por sus palabras, "pero no por las
palabras tomadas ellas solas y en abstracto,
sino con todas las circunstancias que pueden
determinarlas para que indiquen una
intención más bien que otra", y todavía, "la
ley no la establece la voluntad interna si esa
voluntad no se manifiesta suficientemente en
la ley misma" (De Legibus, libro VI, capítulo I,
párrafo 14).
Esta mens objetiva de la ley hay que
inferirla, es decir, establecerla mediante
operaciones intelectuales desde las palabras
mismas de la ley o de otros antecedentes, de
otros pasajes, de otras leyes, etc. Aquí
abundan las máximas y reglas dadas por los
juristas, y hay situaciones en donde, piensa
Suárez, en rigor se trata de establecer la mens
legislatoris prescindiendo de las palabras de
la ley, o bien no tomándolas en su sentido
propio. En tales casos se acude primeramente
a la materia de la ley, cuidando de hacer valer
aquella interpretación en que la ley puede
tener algún efecto conforme la materia en vez
de ninguno. Se acude, en seguida, al fin, de
manera que resulte un efecto beneficioso y
no perjudicial. Otra manera de inferir
la mens objetiva es comparando el texto de la
ley con otros textos de distintas leyes, de lo
cual podrían seguirse dos situaciones: la
primera, por la incompatibilidad u oposición
con otras leyes que surgiría tomando las
palabras en un sentido y que se evita
tomándolas en otro, entonces se interpreta
que la mens no fue derogar esas otras leyes o
que se quiso corregirlas y que, por lo tanto,
empleó las palabras en un significado
compatible con ellas. La segunda situación
tiene lugar en la concordancia, pues si se tiene
un significado de algo inconveniente y otro de
algo conveniente, se compara este último con
otras leyes, y si hay concordancia, se admite,
pues se supone que hay uniformidad.
La ratio legis es el otro ingrediente de
la forma de la ley y que interesa como
antecedente para la determinación de
la mens objetiva. Por lo general, la ratio no
consta de la ley misma, hay que suponerla. En
el orden de la ejecución, entonces,
la ratio conjeturada hace posible pensar
una mens como más aceptable que otra.
Pues, según vimos, toda ley tiene una ratio,
tanto en el sentido de ser obra conforme a la
operación de la razón, cuanto en la medida en
que incide en el objeto del propósito.
Esta ratio es, entonces, un gran indicio de
la mens. Cuando la ratio no se expresa en la
ley misma, constituye una conjetura
probable, que los intérpretes deben estimar
cuidadosamente, y cuando se expresa, pasa a
ser un gran indicio y ocupa después de las
palabras un segundo lugar. La ratio por
hipótesis pertenece a la ley, pero su
determinación da origen a conjeturas. De lo
cual se sigue que en la concepción de Suárez
hay una certidumbre gradual. La certidumbre
de primer grado la proporcionan las palabras;
la certidumbre de segundo grado,
la ratio expresa o manifestada, y la
certidumbre de tercer grado, las otras
conjeturas, que derivan de otros
antecedentes.
e) La interpretación extensiva y restrictiva y el
tema de la equidad
Establecido todo lo anterior, entra Suárez a
examinar dos situaciones que muchos
autores consideran propio de una
modificación o cambio de la ley: una es la
interpretación extensiva o restrictiva, otra es
el recurso a la equidad.
El estudio detallado de las diversas
situaciones que presenta la ampliación o la
restricción de la interpretación es muy
extenso —en De Legibus abarca los capítulos
II al VI—, por lo cual nos limitaremos a
constatar que la noción fundamental que las
inspira es la de ratio legis. Como exigencia
formal, esto es, perteneciente a la forma de la
ley, la ratio legis se nos muestra como el
conjunto de aquellas consideraciones y
valoraciones que inciden en el propósito del
legislador. Por exigencia de la teoría —por
hipótesis, dice Suárez—, toda ley tiene
una ratio, es decir, se inspira en
consideraciones generales de bondad y
justicia, con lo cual la relación entre la ley
humana positiva y la ley natural se mantiene
activa. Pero los modos de decidir de qué
manera se logra ese o aquel propósito son
múltiples y pertenecen al contenido de cada
ley, y por eso en cada ley hay consideraciones
especiales relativas a la ratio que le es propia,
la que puede guardar una relación más o
menos determinable con las consideraciones
generales de bondad y justicia. Hacer una
interpretación extensiva o una ampliación es
modificar el ámbito propio de aplicación,
fijado por el significado referencial de un
término o expresión, extendiéndolo a casos o
situaciones fuera de ese ámbito, pero en los
cuales puede hacerse valer la misma ratio.
Recuérdese aquí el conocido aforismo ubi
eadem ratio, ibi eadem legis dispositio, que
permite construir analogías. La interpretación
restrictiva exige, asimismo, una ratio que
justifica la menor extensión que deba darse a
un término.
Como en toda ley humana la ratio se
supone, esto es, se admite por hipótesis,
según la propia expresión de Suárez, y
también esta ratio se informa en
consideraciones de justicia y principios de ley
natural, no podría plantearse en general el
conflicto entre la ley humana positiva y la ley
natural, sino que habría que pensarlo en
relación con casos o situaciones
determinados. La ley injusta se determina en
su aplicación a casos concretos y no en
general, pues la ley en cuanto obra humana
puede contener una elección equivocada
respecto del propósito general que se supone
en toda ley. El punto requiere de mayor
elaboración, pero permite abrirse al tema de
la equidad, pues su función general es la de
servir de medio correctivo de la ley positiva,
que en su aplicación a un caso determinado
podría provocar una consecuencia
inconveniente o perjudicial.
El estudio que ofrece Suárez, ajustado a los
cánones de la disputa medieval, parte del
problema que plantea la siguiente pregunta:
¿hay casos o situaciones donde la obligación,
el efecto propio y principal de toda ley
humana positiva, cesa en contra de las
palabras de la ley (obligatio legis in particulari
contra verba legis)? Como puede advertirse,
no se trata de que la ley injusta no es ley,
como lo repetirá después el positivismo
sin entender realmente el problema, sino de
si la obligación de obedecer moral y
jurídicamente la ley injusta es exigible. El
tema lo había trabajado Santo Tomás en
la Suma, 1-2, q. 95 y 96. Suárez se inspira
parcialmente en esta elaboración, pero como
lo trabaja considerando una diversidad de
situaciones, busca un término
suficientemente amplio que cubra todos los
casos, y este es el de cese de la obligación
legal, del término latino cessatio (del
verbo cesso). En De Legibus, libro VI, capítulo
VI, recuerda que el problema que se ha
propuesto estudiar coincide con el que trata
Santo Tomás en la Suma, 1-2, q. 96, a. 6, en el
sentido de establecer cuándo es lícito a un
súbdito obrar en contra de las palabras de la
ley, licitud que se resuelve en último término
en una forma especial de justicia que se
llama aequitas, del griego epieikeia. Razona
Santo Tomás del siguiente modo: toda ley se
ordena al bien común de los hombres, de
donde recibe su fuerza obligatoria; si se
aparta de esta finalidad esencial, pierde
fuerza obligatoria. Como el legislador
humano no puede prever todos los casos
particulares que pueden presentarse, la ley
solo atiende de modo general a su propósito
de bien general, por lo cual si se presenta un
caso en que el cumplimiento de la ley es
perjudicial a ese propósito de bien común, no
tiene que cumplirse esa ley, cesa su
obligatoriedad.
Tomando esta reflexión como una
indicación general, inicia Suárez la suya
propia, advirtiendo la necesidad de precisar
cómo se inserta aquí la dualidad letra y
espíritu, pues una parte del problema nace
del llamado significado literal. Se impone un
esfuerzo clarificador: una cosa es investigar el
sentido de las palabras (sensum verborum) y
otra cosa es, supuesto ese significado ya
establecido, que en un caso particular, por
razón de las circunstancias, cesa la obligación
legal. En la primera situación señalada se trata
de la sola indagación de significados de las
palabras con vistas a determinar el rango de
universalidad de la regla que se enuncia y si
dentro de esa universalidad es posible
considerar el caso de que se trata. Se practica
una confrontación entre el enunciado y el
caso, en el sentido de lo universal y particular.
Como los significados de las palabras son los
conceptos, son estos los que se relacionan
con los casos.
Pero también la investigación de palabras
puede dirigirse a establecer los significados
conceptuales posibles, si es este significado o
aquel otro. Estas indagaciones de palabras no
persigue todavía el sentido verdadero, que es
diferente al de los significados de palabras,
pues para eso hay que considerar la mens y
los otros ingredientes de la forma de la ley.
Establecido o supuesto un significado
conceptual, que por su universalidad puede
comprender el caso de que se trata, solo
entonces, por las circunstancias del caso se
puede hacer cesar la obligación legal. Pero
para esto hay que considerar la mens
legislatoris y la ratio legis, en cuanto en el
propósito de la ley no ha podido quedar
comprendido el caso de que se trata, por lo
que se exceptúa de ella. Y esta excepción se
justifica en la equidad.
El planteamiento que hizo Aristóteles
en Ética Nicomaquea, libro V, 10, 1137a 32-
1138a 35, sobre la equidad, lo retoma Suárez
interpretándolo del siguiente modo: en líneas
generales se trata de si es posible pensar que
cesa la obligación legal aunque las palabras en
su significado no parezcan alcanzar un caso
dado, no tratándose del caso de no
cumplimiento general por resistencia o
desobediencia civil. Desde Aristóteles,
pasando por Santo Tomás y sus comentaristas
Tomás de Vio y Soto, y los juristas que cita
Tiraqueau, se sostiene la tesis que suscribe
Suárez y que expone como sigue:
"... necesariamente la ley humana a veces
ha de dejar de obligar en algún caso
particular, porque la ley se da en general y
no es posible que la disposición general de
una ley humana resulte tan recta en todos
los casos que no falle alguna vez. En efecto,
las cosas humanas sobre las cuales versan
las leyes están sujetas a innumerables
cambios y contingencias que ni el legislador
humano puede siempre prever ni, aunque
pudiera, podría exceptuar
convenientemente en su totalidad: esto
introduciría en las leyes una confusión y
prolijidad infinita, que sería un
inconveniente mucho mayor, luego, es
necesario que la ley humana, dada en
general, en algunos casos particulares no
obligue por el cambio de cosas que sucede
en ellas" (De Legibus, libro VI, capítulo VI,
párrafo 4).
No es la ley intrínsecamente injusta, sino
que por su propósito general es justa y
conveniente, ordenada al bien común, pero
por sus términos determina en su aplicación a
un caso un inconveniente que iría en contra
de su propósito general. Por eso, retomando
las palabras aristotélicas, la falla no está en la
ley ni en el legislador, sino en la naturaleza,
esto es, en la materia mudable, en las cosas
mismas, y el legislador no ha podido
desarrollar toda esa mutabilidad. Por la
naturaleza de la cosa (ex natura rei), es decir,
la materia práctica misma, en toda ley
humana hay que sobreentender la excepción
aunque no se explique detalladamente, pues
de no ser así, entonces la ley se tornaría
injusta y apartada de la ratio propia de ella.
En términos generales, si en toda ley humana
hay supuesta una ratio de justicia, teniendo
en consideración la naturaleza de la materia
práctica regulada por la ley, se sigue que la
obligación legal cesa en algunos casos
particulares, no por supresión extrínseca, sino
por cambio o modificación de la materia
misma.
La doctrina aristotélica pone su acento en
la ratio legis, de donde brotan las
justificaciones últimas para hacer cesar la
obligatoriedad de una ley en un caso o
situación particular. Suárez entiende que bien
podría resumirse en la fórmula cesando la
causa, cesa el efecto, con lo que quiere decir
que si cesa la ratio, cesa la obligación legal, y
así si en un caso en vez de seguirse un
beneficio se sigue un perjuicio al observar la
ley, no puede decirse que subsiste la ratio y
debe, entonces, dejar de imponerse la ley.
Ahora bien, nos dice Suárez, la ley se inserta
en procesos de decisión de acciones, por lo
cual tanto el legislador como el gobernante
han debido emplear prudencia (prudentia) al
disponer la ordenación legal, y así también el
súbdito o el juez al aplicarla. Tratándose de la
aplicación de la ley, la prudencia
significa discernir cuándo la observancia de la
letra de la ley produce consecuencias
negativas y también cuándo, aunque no se
vaya contra la letra, su cumplimiento no es
obligatorio por razones de equidad. Pues
ocurre que la ley no solo puede ser injusta en
su aplicación a una situación determinada,
sino también puede imponer un rigor
excesivo, más allá de lo justo y prudente. Este
sería, para Suárez, el sentido de la doctrina
aristotélica, que sigue Santo Tomás. Pues el
propósito del legislador es no solo imponer
una ordenación recta y justa, sino hacerlo
además rectamente. Por eso, como lo anotó
Aristóteles, si en un caso al aplicar la ley se
sigue una consecuencia indeseable o injusta
—como en el ejemplo que pone Santo Tomás
de la devolución de un arma dada en depósito
a quien va a hacer un uso criminal de ella
afectando inocentes—, habría que ponerse
en la misma posición que tendría el legislador
si conociese el caso y determinar la regla justa
que él daría para ese caso, enmendando la
regla anterior.
 Resumiendo este extenso estudio, anota
Suárez tres clases de equidad:
1) La equidad que se invoca en aquellos
casos en que la observancia de la ley produce
consecuencias perjudiciales e injustas en la
situación particular de que se trata;
2) La equidad que se considera cuando se
trata de una obligación legal excesivamente
rigurosa que impone un gravamen penoso, y
3) La equidad que se presenta en el caso de
hacer cesar la obligación legal por suponer
que esa sería la solución justa que ordenaría
el legislador si conociera el caso.
Las reglas para operar cada una de estas
clases de equidad las formula Suárez así:
Reglas para la primera clase de
equidad: hay que investigar si hay sobre el
mismo asunto reglas de un orden superior,
ley natural o divina, a las cuales sea contraria
la regla de la ley humana que se aplica en el
caso que se presenta, en que esta última está
tomada a la letra, ad litteram, por lo cual el
acto injusto se determina dentro del ámbito
de literalidad, y la solución justa se obtiene
por corrección de esa interpretación literal.
Reglas para la segunda clase de equidad:
tratándose de obligaciones cuya observancia
resulta gravosa, hay que discernir (prudentia)
en qué grado y medida es posible su
cumplimiento, hasta dónde se extiende
lo posible para el ser humano, es decir, dónde
comienza lo imposible, a lo que nadie está
obligado.
Reglas para la tercera clase de equidad: hay
que recurrir a las otras conjeturas, es decir, a
todos aquellos antecedentes que determinan
con certidumbre —certidumbre de tercer
grado la denominamos más atrás— cuál es el
propósito objetivo del legislador, expresado
en la ley misma, y sobre esa base determinar
la solución del caso particular (De Legibus,
libro VI, capítulo VII, especialmente párrafos
10, 11 y 12).
La equidad pertenece en rigor a la justicia.
Aquí aparece la equidad como principio
directivo de la aplicación de la ley, de suerte
que para Suárez no solo la ley en su contenido
general debe ser justa, sino además debe
aplicarse con justicia. Esto nos sitúa en el
punto de partida de nuestro estudio, pues
Suárez con su doctrina de la interpretación no
solo trata de resolver la clásica dualidad letra
y espíritu en un horizonte ontoteológico,
planteando con cuidado la cuestión del
conocimiento cierto e indudable, cuya
formalización parcial explican las reglas de
interpretación, sino que se propone buscar y
fundar una relación entre certidumbre y
justicia. Este propósito de la teoría caracteriza
el empeño de Suárez y le confiere especial
interés en la Época Moderna. Nada ilustra
mejor esta aspiración que el tratamiento que
hace de la equidad y de qué modo incide en
su empleo el grado de certidumbre. Señala,
en efecto, que en la aplicación podemos llegar
a las siguientes situaciones básicas: la
primera, que tengamos un conocimiento
cierto y evidente (cum evidentia et
certitudine) de que en el caso que
enfrentamos la observancia de la ley trae
consigo una injusticia o un mal; la segunda,
que tengamos un conocimiento probable
(probabilis) de que la observancia de la ley es
injusta o produce un mal; y la tercera, que
tengamos dudas sobre si la observancia de la
ley produce una injusticia (De Legibus, libro
VI, capítulo VIII, párrafo 1).
Cuando puede constar con certidumbre
que la ley por su materia se torna injusta al
aplicarla a un caso dado, o contradice un
precepto más obligatorio o de derecho
natural, cesa la obligación de la ley. Esto es lo
significado por el enunciado repetido por los
jurisconsultos, que dice en los asuntos claros,
no se necesita interpretación, situación que
apunta a la certidumbre y evidencia en su
grado máximo, aquella que consta de modo
indubitable, como quería Descartes. Como se
advierte, la Época Moderna se encamina
decididamente por el camino de la evidencia
y la certidumbre, como fenómenos de
conciencia y también como criterio y forma
del conocimiento verdadero. Suárez, en los
inicios de la Época Moderna, no escapa a este
rasgo, sino que lo hace suyo y lo adapta a su
propia manera de ver el conocimiento en la
materia moral y jurídica. La certidumbre y
evidencia tienen que constar de modo
indubitable, esto es, tienen que resistir el
poder de la duda. El problema surge,
entonces, por la posibilidad de socavar la
firmeza de las convicciones ciertas. Suárez
acoge el probabilismo moral, y escribe:
"... en las cosas morales (in rebus
morabilus) es suficiente el juicio probable
(iudicium probabile) para el actuar
prudente, sobre todo cuando no se puede
aplicar una regla cierta..." (De Legibus, libro
VI, capítulo VIII, párrafo 6).
Se hace extensivo a la materia jurídica. En
suma, este juicio probable significa lo que
explica más adelante: las palabras de la ley
por sí mismas solo manifiestan la voluntad e
intención del legislador, como signo expreso
de ella; pero este signo no es tan cierto que
por las circunstancias concurrentes no pueda
interpretarse en una mayor o menor
extensión. Entonces, cuando por las
circunstancias se llega a una interpretación
probable, a un juicio probable, que limita el
significado de las palabras de manera de dejar
fuera un caso dado, ocurre que la
interpretación de la ley deja fuera ese caso,
aunque las palabras por sí solas podrían
comprenderlo en su significado.
El juicio probable es un conocimiento con
una certidumbre de segundo orden,
cuestionable, pero suficiente para justificar
una decisión correcta. Frente a la evidencia y
certidumbre de la primera clase, señalada
antes, esta otra admite que pueda
cuestionarse. Y así, en el caso de la devolución
del arma recibida en depósito a su dueño
quien va a hacer un uso criminal de ella, al
prudente le basta considerar el conjunto de
circunstancias para estimar como probable la
no conveniencia de la devolución a que se
encuentra obligado de modo general y que en
términos absolutos conoce con certidumbre.
Si es justo devolver lo recibido en depósito,
también es justo no causar daño a otro o
facilitar que se cause daño a otros. Es el casus,
como decía Bacon al emplear la terminología
de los jurisconsultos romanos, el que hace
posible este juego encontrado de deberes,
que se resuelve considerando como más
recto abstenerse de la devolución en razón
del conjunto de circunstancias concurrentes
en ese caso; y esta determinación es la que
constituye la materia del juicio probable, que
formula la regla de ser más conveniente, justo
y recto no observar una determinada
obligación para evitar daños mayores
posibles, pues esta es la intención de la ley.
La relación con Grocio y Pufendorf es
notoria, pues en todos ellos se construye un
sentido objetivo que vale por el propósito
o mens legislatoris. El tema de la probabilidad
está igualmente presente en todos ellos.
La situación de la duda es muy diferente,
como explica Suárez. Cuando algo no consta
con certidumbre, es decir, cuando las razones
para dudar del juicio práctico en un caso dado
son tan fuertes que no pueden ser
contrarrestadas en modo alguno, pareciera
recobrar aquí relevancia la sola literalidad. En
efecto, si hay dudas razonables, plausibles,
acerca de la justicia de una determinada
acción, quiere decir que es igualmente
practicable otro curso de acción. Puestas en la
balanza del juicio crítico se muestran tan
indeterminadas en su justicia (y
correspondientemente en su injusticia) la
observancia como la no observancia de un
precepto legal. Como no es posible justificar
la decisión en el juicio sobre la probable
intención del legislador, el conflicto no se
puede resolver desde una intención
legislativa objetiva, luego, lo único que queda
es la literalidad, la que puede recorrerse en
múltiples direcciones, hasta que limite con un
caso en donde se muestra con certidumbre o
probabilidad la inevitable injusticia. Solo en
este sentido restringido cabe repetir la
conocida frase de los jurisconsultos de que lo
más seguro es atenerse al tenor literal de las
palabras para determinar la voluntad objetiva
de la ley. Pero aun así, sostiene Suárez,
siempre lo más importante es la
determinación de la voluntad objetiva,
manifiesta y expresa en las palabras de la ley,
solo que por el vigor de la duda, en el ámbito
de literalidad la ratio legis queda como dato
impreciso o simplemente como una
suposición arbitraria del intérprete. Pues aquí
se tiene como mens la que solo se manifiesta
de las solas palabras en su literalidad, en sus
significados literales, como suposición
aceptable del intérprete (De Legibus, libro VI,
capítulo VIII, párrafo 7).
Con este último análisis refuerza Suárez la
idea central de su pensamiento, en orden a
que la sola literalidad no es suficiente. Esto se
relaciona con el Concilio de Trento y el tema
de la suficiencia de la sola letra que levantó el
protestantismo luterano y al que hemos
aludido al examinar el pensamiento de
Spinoza. El punto es de la máxima
importancia, pues las estrategias para
enfrentar las dificultades interpretativas son
completamente diferentes para uno que
admita la no suficiencia de la sola letra que
para otro que sí considera suficiente la
literalidad. En el fondo, estamos en presencia
de dos concepciones distintas sobre el objeto
de conocimiento. Para un autor como Suárez,
seguido en esto por Grocio, Pufendorf y
también por Hobbes y Spinoza, el trabajo del
intérprete se ejerce sobre la forma de la ley,
que la integran no solo las palabras y sus
significados, sino también la mens
legislatoris y la ratio legis. Por esto, el
principio de la suficiencia de la sola letra no
tiene cabida en esta doctrina.
f) Interpretación y cambio histórico
El énfasis puesto por Suárez en
la mens objetiva, propia de la ley, y asimismo
en la aplicación, que permite exhibir la
función de la prudencia en la consideración
de la diversidad de circunstancias
concurrentes y la búsqueda general de
justicia, dejan señalada una dirección que el
positivismo posterior ha tratado de cancelar.
La presencia de lo histórico se recoge en dos
momentos: en la interpretación evolutiva o
progresiva y en la adaptación de la ley natural
a los cambios históricos.
Ha sido Luis Recasens Siches quien ha
llamado la atención sobre el papel de la
historia en la concepción de la ley natural.
Para este autor, en Suárez subsiste la clásica
concepción de la inmutabilidad de la ley
natural, pero cualificada con esta otra idea,
de que los preceptos que de esa ley derivan
cambian al tenor de la diversidad de
circunstancias y al ritmo del desarrollo
histórico. Hay principios eternos, racionales
en su concepción, absolutos para toda
conducta humana. Pero estos principios
tienen el carácter de directrices
generalísimas, que por sí solas no bastan para
regular una sociedad histórica, y para que
puedan servir a ese propósito es preciso de
una tarea de adaptación. La tesis general la
describe así:
"Para que obtengamos normas
conducentes a la regulación de la vida
social, es preciso referir esas directrices a
las realidades que se trata de normar; y
fabricar con dichos criterios racionales,
combinados con la vida, las normas
específicas. De este modo, los principios
generales del Derecho natural acogen en su
seno la noción de los elementos reales
concretos y producen la norma jurídica
natural para cada situación"10.
De acuerdo con esta idea, cuando los
principios de la ley natural se aplican a la
naturaleza humana, son invariables, pero
cuando se los proyecta a la materia social
histórica, producen normas que se ajustan a
las situaciones determinadas que se van
produciendo. Un caso particularmente
ilustrativo lo constituye el derecho de
propiedad o simplemente propiedad.
Siguiendo a Santo Tomás de Aquino, la ley
natural no exige que haya un régimen de
propiedad privada, y por eso hasta cierto
punto quedan libres los hombres para
establecer el régimen que consideran
conveniente y útil a sus necesidades. Pero una
vez que la sociedad se estructura sobre una
determinada forma de propiedad, el derecho
natural brinda su protección a esa propiedad.
Esta es la zona que llena el derecho positivo,
por eso es bueno y hay el deber de acatarlo
en general y podría ocurrir que los hombres
acordasen otra forma de organización de la
propiedad, por ejemplo, comunitaria,
estableciendo el correspondiente derecho
positivo, y sería tan válido como el otro y
protegido por la ley natural.
Y concluye el autor su estudio sobre este
aspecto de la doctrina de Suárez, observando
que los principios primeros de ley natural no
varían y son inmutables, pero al conjugarse
con la realidad social concreta dan lugar a
preceptos que rigen solamente para esa
realidad y no para otra. Al variar ese estado
de cosas, por virtud de una libre decisión
humana, no opuesta a la ley natural, los
preceptos nuevos tendrán el contenido que
se ajuste a ese otro estado de cosas.
principio superior de justicia. Este es
el terreno que transita la equidad, que como
principio de prudencia busca salvar el
principio de la justicia sin sacrificar la riqueza
de las circunstancias que rodean el caso que
se trata de resolver. He aquí delineada la
tarea del súbdito y en especial del juez, que
incorpora como un deber suyo el actuar
prudentemente en la aplicación de la ley
humana positiva. A medida que se
modifiquen las circunstancias y, por lo tanto,
los casos a resolver por las mismas leyes
vayan presentando modalidades y
características nuevas, la aplicación tendrá
que ir ajustándose a ellos, si los
requerimientos de la justicia así lo disponen.
La justicia y beneficio común pasan a ser la
aspiración suprema de toda actividad
humana, que penetra y sostiene la labor y
producción legislativa, como también y
especialmente su aplicación a la diversidad de
situaciones que la vida va ofreciendo. La
dualidad letra y espíritu, según vimos, se
resuelve en último término en esta aspiración
universal, y tanto la una como el otro tienen
que complementarse para integrar una
unidad de sentido, que es el único sentido
verdadero.

Aun cuando el autor tiene la tendencia a

considerar la ley natural a la manera de Locke,
llenándola de resonancias idealistas propias
de una filosofía ilustrada, está en lo cierto al
destacar esta dimensión evolutiva y
adaptadora de la ley natural. Este mismo
fenómeno es posible pensarlo en la ley
humana positiva, pues ella en su aplicación a
cada caso, exige que se ajuste al conjunto de
circunstancias que el caso le presenta y que al
mismo tiempo se mantenga a salvo el
5. LA HERMENÉUTICA ROMÁNTICA: SAVIGNY Y
DILTHEY
La epistemología que encontramos en los
autores examinados hasta aquí es
dependiente de los ideales científicos que
formaron las ciencias naturales de los
comienzos de la Época Moderna. El
planteamiento aristotélico de que el objeto
de la disciplina moral, que se extiende al
Derecho, es especial y que sobre él no pueden
emplearse los métodos demostrativos,
porque hay elementos de incertidumbre, fue
recogido por los autores modernos. Pero
presionados por el modelo exitoso de la
naciente ciencia experimental, buscan
instaurar una ciencia del Derecho en la cual se
cumpla con la exigencia de certeza del
conocimiento. Hemos visto cómo se piensa
el objeto de conocimiento, en donde las
palabras significativas abren paso a la
consideración de la mens legislatoris y a
la ratio legis. La dificultad de conocer la
efectiva mens legislatoris determina la
instalación de conjeturas y la postulación de
una mens legislatoris objetiva, de la ley
misma, que se supone corresponde con la real
e histórica, como conjetura fundada. Con
Savigny comienza una especial atención sobre
la epistemología del Derecho, seguido
después por Dilthey hacia fines del siglo XIX.
a) Savigny y la ciencia del Derecho
En el párrafo XXXII, capítulo IV, del Traité de
Droit Romain, apunta Savigny que para que
las reglas de derecho tengan eficacia en la
vida real, es necesario que hagamos algo por
nuestra parte: que las asimilemos de una
manera especial. El jurista se sirve de ellas
para recomponer la ciencia bajo formas
nuevas; el magistrado para emitir su
sentencia y el ciudadano para reglar con
certidumbre sus relaciones sociales11.
"Lo que tenemos que hacer es un acto
intelectual, acto a menudo muy simple,
pero que sin embargo es un trabajo
científico, principio y fundamento de la
ciencia del Derecho" (Traité, capítulo IV,
párrafo XXXII, p. 202).
Este conocimiento de la ley es
indispensable para su aplicación a la vida real.
Pero muchos piensan que esta operación solo
tiene que realizarse en el caso de oscuridad
de la ley, lo cual se rechaza por Savigny. La
interpretación es siempre necesaria para la
aplicación de la ley. Divide el estudio del tema
en dos partes: la interpretación de cada ley
tomada separadamente y en sí misma y la
interpretación de las fuentes consideradas en
conjunto, a fin de encontrar el doble carácter
de unidad y universalidad, y así superar las
antinomias y la integración de lagunas.
En el parágrafo XXXIII establece las
definiciones fundamentales de la
interpretación de las leyes tomadas
separadamente y también las reglas de
interpretación.
Para que la ley se aplique, "su pensamiento
debe ser captado todo entero y en toda su
pureza por todos aquellos a los cuales afecta",
por lo cual, "ellos deben, entonces,
transportarse al punto de vista del legislador,
reproducir artificialmente sus operaciones y
recomponer la ley por el pensamiento". En
esto consiste la interpretación, que se define
como "reconstrucción del pensamiento
contenido en la ley", y en ella se obtiene "una
intuición cierta y completa de lo que la ley
encierra, y solamente a través de esto se
cumple el fin de la ley" (Traité, capítulo IV,
párrafo XXXIII, p. 207).
Estas afirmaciones centrales de Savigny
definen la perspectiva que adopta: el punto
de vista epistemológico, en que un sujeto
cognoscente enfrenta un objeto y realiza
operaciones que buscan establecer un
conocimiento del pensamiento de la ley. Pero
este objeto no consiste únicamente en la
dimensión de palabras, hay otras
dimensiones. En esto comienza a acentuarse
una nueva tendencia, cual es la de considerar
un objeto que se constituye y se muestra en
sus diversas partes, a las que se va accediendo
sucesivamente. Aquí ya no se requiere acudir
al supuesto de que el pensamiento real del
legislador es el que se capta como significado
(y sentido) por parte del intérprete, el cual es
más bien pasivo. Lo que provoca que se hable
a veces de un pensamiento y voluntad de la
ley misma. Más bien, la diversidad de partes,
tomadas en conjunto, permite establecer un
sentido. El intérprete "reconstruye", no se
instala en la psiquis del legislador, y así se
posesiona del contenido de la ley misma.
Dilthey seguirá después una línea similar. En
esta actividad obtiene una intuición cierta y
completa del contenido de la ley.
La posibilidad de esta reconstrucción hay
que buscarla no tanto en el lenguaje común
que comparten legislador e intérprete, sino
en el origen del Derecho. En el párrafo VII del
capítulo II del Traité señala que el sujeto en el
cual el Derecho positivo tiene realidad es el
pueblo: "es en la conciencia común del
pueblo donde vive el Derecho positivo; se le
puede llamar asimismo el Derecho del
pueblo". E insiste en que el Derecho positivo
"surge de este espíritu general que anima a
todos los miembros de una nación". No es,
entonces, el azar, o las circunstancias
variables o las decisiones de hombres sabios,
el origen del Derecho positivo, que es el único
que cuenta, sino ese Volksgeist.
Karl Larenz, comentando la concepción de
interpretación que tiene Savigny, señala:
"Savigny, al exigir que el intérprete repita
en su intelecto la actividad del legislador de
la que ha surgido la ley, para, así, hacer
surgir la ley de nuevo en su pensamiento,
exige de él mucho más que sólo la
constatación de determinados hechos:
exige una actividad intelectual propia que
le ha de llevar, necesariamente, más allá de
lo que el legislador histórico se ha
imaginado realmente con sus palabras. La
'libre actividad intelectual' contenida en la
interpretación, dice, viene caracterizada
porque 'aprehendemos la ley en su verdad'.
En esta actividad intelectual el intérprete,
al igual que el mismo legislador, debe
hacerse dirigir por la 'contemplación del
instituto jurídico'; es decir, debe ir —más
allá de los pensamientos del legislador— al
pensamiento jurídico objetivo realizado en
el instituto jurídico"12.
Las relaciones de derecho y las
instituciones forman parte del vocabulario
con que Savigny desarrolla su teoría. Esta
relación tiene una naturaleza orgánica, nos
dice Savigny, que se manifiesta, ya por el
conjunto de sus partes constitutivas que se
equilibran y se limitan mutuamente, ya por
sus desarrollos sucesivos. A su vez, la regla de
derecho y la ley que la expresa tienen por
base más profunda las instituciones cuya
naturaleza orgánica se muestra en el conjunto
vivo de sus partes constitutivas y en sus
desarrollos sucesivos. "Así, entonces, si no se
quiere permanecer en las manifestaciones
exteriores, sino penetrar en la esencia de las
cosas, se reconoce que cada elemento de la
relación de derecho tiene una institución que
la domina y le sirve de tipo" (Traité, capítulo
II, párrafo V, p. 10).
De esta manera, el intérprete tiene que
dirigir su atención a la institución, pues ella le
sirve de tipo a la relación jurídica, y esta a su
vez fundamenta el juicio. Esto es lo que hace
posible la interpretación, pues tanto el
legislador como el intérprete estarían
mirando hacia un mismo punto.
La idea de construir una teoría del
conocimiento acudiendo a supuestos de esta
naturaleza no es nueva en filosofía. Puede
recordarse la doctrina de la anamnesis que
expone Platón en su Diálogo Menón. En el
diálogo heurístico lo que hace posible la
búsqueda de conocimiento no es solo que los
dialogantes admitan un lenguaje común, sino
sobre todo que miren hacia un mismo lado, el
mundo de las ideas. De la misma manera,
Savigny busca establecer una condición
posibilitante de la interpretación entendida
como conocimiento, del modo como se ha
señalado.
Los cuatro elementos de la interpretación
que propone son los siguientes:
"El elemento gramatical de la
interpretación tiene por objeto las palabras
de que se sirve el legislador para
comunicarnos su pensamiento, es decir, el
lenguaje de las leyes".
"El elemento lógico tiene por objeto la
descomposición del pensamiento, o las
relaciones lógicas que unen sus diferentes
partes".
"El elemento histórico tiene por objeto el
estado del Derecho existente sobre la
materia a la época en que se establece la
ley. Este estado determina el modo de
acción de la ley: es sobre este modo de
acción y el cambio introducido por la ley
que el elemento histórico arroja luz".
"En fin, el elemento sistemático tiene por
objeto la ligazón íntima que une
las instituciones y las reglas de derecho en
el seno de una vasta unidad. El legislador
tenía delante de sus ojos este conjunto
tanto como los hechos históricos, y para
captar todo su pensamiento debemos
explicar claramente la acción que ejerce la
ley sobre el sistema general de derecho, y
el lugar que ella ocupa en él"
(Traité, capítulo IV, párrafo XXXIII, pp. 208-
209).
El estudio de estos cuatro elementos, nos
dice, expresa el contenido de la ley. No son
cuatro vías "que se pueda elegir según gusto
o capricho", "son cuatro operaciones
distintas, cuya reunión es indispensable para
interpretar la ley". "El éxito de la
interpretación exige dos condiciones
esenciales en donde se resumen los
caracteres de estos diversos elementos.
Primeramente, debemos reproducir en
nosotros mismos la operación intelectual de
donde sale el pensamiento de la ley; en
seguida, los hechos históricos y el sistema de
Derecho que influyen sobre una ley
particular, deben estar muy presentes para
relacionarlos con la ley a interpretar" (Traité,
capítulo IV, párrafo XXXIII, pp. 209-210).
El intérprete penetra por capas en el objeto
de interpretación. Primeramente, como
señalaba Suárez, en el orden de ejecución,
tenemos las palabras en que se expresa la ley.
Este elemento gramatical es una vía
metódica, que aborda una dimensión del
objeto, que por lo mismo no es todo el objeto.
Cada vía metódica se corresponde con una
parte, sin que pueda pretenderse que ella
sola entregue el todo.
El segundo elemento trabaja sobre otra
dimensión, no visible, que es el pensamiento
significado por las palabras: la
descomposición de ese pensamiento, las
relaciones lógicas de sus diferentes partes. Es
un pensamiento organizado y estructurado
lógicamente, que puede analizarse desde el
punto de vista lógico formal.
El elemento histórico aborda otra
dimensión: el estado del Derecho existente
sobre la materia a la época en que se
establece la ley. Se trata de establecer qué
modificaciones establece en relación con lo
que existe. Es un estudio de relaciones y
comparaciones, que debiera contribuir a
precisar mejor el contenido de la ley nueva.
Finalmente, el elemento sistemático tiene
por objeto la ligazón íntima que une las
instituciones y las reglas de derecho en el
seno de una vasta unidad. Con esto culmina el
proceso y se hace visible esa ligazón interior
con las dimensiones profundas que
constituyen las instituciones en el Derecho.
 Los cuatro elementos son vías metódicas
distintas que recaen sobre partes o
dimensiones diferentes, por lo cual no puede
pretenderse que la parte entregue el
conocimiento del todo.
Puede llamar la atención que en estas vías
metódicas no esté considerada de manera
especial la ratio legis o motivo de la ley.
Esta ratio legis significa dos cosas: de una
parte, la regla superior de derecho de donde
sale la ley como deducción y consecuencia, y
de otra parte, el efecto que la ley es llamada
a producir, es decir, el fin, la intención de la
ley. Como lo vimos en los autores modernos,
la ratio legis no es propiamente el objeto de
la interpretación, aunque sí es un recurso al
que puede acudirse para establecer el
pensamiento de la ley.
La interpretación de las leyes defectuosas
presenta algunas características que es
preciso considerar. Los defectos de las leyes
los agrupa Savigny en dos clases:
I. Defectos que consisten en expresiones
indeterminadas que no encierran un
pensamiento completo, y
II. Defectos que consisten en una expresión
impropia, cuyo sentido directo se encuentra
en contradicción con el pensamiento
verdadero de la ley.
Savigny señala tres medios de que se puede
disponer para enfrentar estos defectos. El
primero consiste en examinar el conjunto de
la legislación. El segundo consiste en el
recurso a la ratio legis o motivo de la ley, y el
tercero, consiste en apreciar el mérito de los
resultados obtenidos por la interpretación.
El primer grupo, la indeterminación,
comprende los casos de vaguedad,
ambigüedad o equivocidad y afectan, como
hemos tenido oportunidad de verlo, a los
significados, ya sea los significados
conceptuales, ya sea aquello a lo que se
refieren los conceptos significados. En estas
situaciones se puede acudir a los tres medios
antes indicados, siguiendo el mismo orden de
su presentación, de tal manera que si el
examen del conjunto de la legislación es
suficiente, no será necesario acudir a los otros
medios. De la consideración de estos medios
resultan algunas reglas auxiliares
interesantes, como la apreciación de los
resultados de la interpretación. Aquí se
deberá preferir, nos dice Savigny, aquella
interpretación que se muestre como la más
razonable (o aceptable), la que responde
mejor a las necesidades de la práctica, en fin,
la que sea más humanitaria.
El segundo grupo de defectos dice relación
con la impropiedad de los términos. Savigny
llama impropiedad al caso en que un término
tenga un significado claro y determinado,
pero entre en conflicto con el pensamiento
real de la ley. Corresponde a las situaciones
de interpretación extensiva o interpretación
restrictiva: si las palabras significan menos
que el pensamiento real se procede a una
interpretación extensiva, y restrictiva en el
caso inverso.
Como observación cabría hacer presente
en este segundo grupo de casos, que plantear
la interpretación extensiva o restrictiva sobre
la base de un conflicto entre el pensamiento
real y el alcance del significado de las palabras
empleadas debe enfrentar el problema que
agitó al pensamiento moderno, cual es cómo
conocer con certidumbre un pensamiento
real prescindiendo de las palabras que lo
expresan.
b) Wilhelm Dilthey y los comienzos de la
hermenéutica
Dilthey, en un trabajo que lleva por
título Orígenes de la Hermenéutica13, aborda
el tema epistemológico de las disciplinas que
inicialmente se nombran "ciencias del
espíritu" (Geisteswissenschaften), y en
relación con la teoría de estas ciencias
propone la ciencia hermenéutica.
Históricamente, recuerda Dilthey, la
interpretación se fue desarrollando poco a
poco, y a medida que fue evolucionando llegó
a formular reglas:
"Y de la pugna entre estas reglas, de la
lucha entre direcciones diferentes acerca
de la interpretación de obras eminentes y
de la necesidad así condicionada de
fundamentar las reglas, surgió la ciencia
hermenéutica" (Orígenes, p. 324).
Las reglas de interpretación indican las
formas como debe realizarse tal o cual
operación y constituyen, entonces, los pasos
metódicos que son precisos hacer para
obtener un resultado previsto. Pero las reglas
no indican ellas mismas cómo se aplican; por
eso, es necesario de una teoría que defina las
orientaciones y los fundamentos de esas
reglas. Los debates históricos de las escuelas
de interpretación bíblica de Antioquía,
Pérgamo y Alejandría son el mejor ejemplo de
esta necesidad teórica, señala Dilthey.
Dilthey formula una división del saber
humano en dos grandes grupos:
las Naturwissenschaften y
las Geisteswissenschaften. Ambas tienen
objetos y métodos diferentes. Las primeras se
caracterizan por un conocimiento empírico,
verificable según métodos de comprobación
empírica, y buscan establecer un saber de
principios y leyes de carácter universal; en
cambio, las segundas, recaen sobre objetos
singulares, objetos de cultura, creados por el
ser humano y en los cuales se expresa una
realidad interna. En cada objeto tenemos la
expresión de una interioridad de un ser
humano que lo ha producido. La existencia
ajena, nos dice, se nos da, por fuera, en
hechos sensibles, en ademanes, sonidos
y acciones. Estos son los signos, que expresan
o significan esa interioridad que se vierte en
ellos. Pero este autor no está preocupado de
elaborar una teoría del signo, como lo hará la
lingüística de Saussure, sino mostrar que el
sujeto cognoscente enfrenta el objeto
cultural como signo o expresión de un autor.
Este signo posee una materialidad
perceptible por los sentidos y es una
manifestación de vida.
Las definiciones elementales que da Dilthey
son las siguientes:
"Al proceso por el cual, partiendo de signos
que se nos dan por fuera sensiblemente,
conocemos una interioridad, lo
denominamos comprensión" (Orígenes, p.
322).
De aquí se deriva que, dice, en las piedras,
mármoles, sonidos musicales, ademanes,
palabras y letras, en las acciones, en los
órdenes y organizaciones económicas, nos
habla siempre el mismo espíritu humano, que
requiere interpretación. Este proceso de
comprensión se puede convertir en un
proceso técnico, en el cual se alcance un
grado controlable de objetividad, lo que
ocurrirá "cuando la manifestación de vida se
halla fijada y nos es posible volver
constantemente a ella". Por eso,
"A semejante comprensión técnica de
manifestaciones de vida permanentemente
fijadas la denominamos interpretación".
En la interpretación, como conocimiento,
es importante la objetividad, y ella se logra
cuando la manifestación de vida, que es el
signo, está establecida de forma permanente,
por ejemplo, la escritura. En toda
interpretación hay un dominio objetivo, que
está dado por estas formas de fijación.
Para Dilthey la posibilidad del
conocimiento en las ciencias de la naturaleza
está resuelta, y así lo entiende en la teoría de
las ciencias que formuló Kant en la Crítica de
la Razón Pura. El punto es ahora resolver el
problema de qué hace posible el
conocimiento en las ciencias del espíritu.
 En Estructuración del Mundo histórico por
las Ciencias del Espíritu14, introduce el
concepto de espíritu objetivo, y dice lo
siguiente:
"Entiendo por espíritu objetivo las formas
diversas en las que la 'comunidad' que
existe entre los individuos se ha objetivado
en el mundo sensible. En este espíritu
objetivo el pasado es para nosotros
presente permanente. Su ámbito alcanza
desde el estilo de vida, desde las formas del
trato hasta las conexiones de fines que la
sociedad ha establecido, las costumbres, el
derecho, el estado, la religión, el arte, las
ciencias y la filosofía. Porque también la
obra del genio representa una comunidad
de ideas, de vida anímica, de ideal en una
época y en un contorno. De este mundo del
espíritu objetivo recibe nuestro propio yo
su alimento desde su niñez. Representa
también el 'medio' en el que se lleva a cabo
la comprensión de otras personas y de sus
manifestaciones de vida. Porque todo
aquello donde el espíritu se ha objetivado
contiene algo común al yo y al tú"
(Estructuración, p. 232).
Esta expresión, espíritu objetivo, reconoce
Dilthey, fue creada por Hegel, y le interesa
sobremanera separarse de la elaboración
hegeliana. Para Hegel, piensa Dilthey, el
espíritu objetivo señala una etapa en el
desarrollo del espíritu. En cambio, lo que le
importa es enfatizar que el objeto de las
ciencias del espíritu son las objetivaciones de
la vida, y que, por lo mismo, el espíritu
objetivo no puede ser entendido por la razón,
sino que hay que insertarlo en la estructura
de la vida misma, que se prolonga en las
comunidades. Es la propia existencia humana
que aflora en la comprensión. Nosotros
comprendemos a los individuos en virtud de
su semejanza entre sí, de las "comunidades"
que rigen entre ellos.
Como en Savigny, el intérprete no busca
identificarse con el autor, al punto de revivir
los procesos psíquicos de creación de este, lo
que provoca los problemas de identidad entre
lo que se quiere real y efectivamente y lo que
se expresa. Para Dilthey el intérprete adopta
una actitud frente a su objeto, que busca
encontrar una "conexión de vida" en lo dado.
Esto es posible, añade, cuando la conexión
que se da en el vivir propio y que se ha
experimentado en innumerables casos, se
halla presente. Esta actitud se llama
"transferencia":
"... cuando en la tarea comprensiva ocurre
la presencia de la propia conexión anímica
vivida, podemos designar esto como
'transferencia' del propio yo a un complejo
dado de manifestaciones de vida"
(Estructuración, p. 238).
Sobre esta base tienen lugar el "reproducir"
y el "revivir". Dilthey insiste en que, por
ejemplo, el poema lírico permite, en la
sucesión de sus versos, el revivir de una
conexión vivencial, no la real que movió al
poeta, sino aquella que el poeta colocó en
boca de un hablante ideal. Y así en toda
creación humana: una expresión de vida se
comprende no como el proceso psicológico
real de su creación, sino como manifestación
de vida.
El método de este proceso de comprensión
lo caracteriza como inductivo. Pero esta
inducción no infiere una ley general a partir
de una serie incompleta de casos, sino se
infiere una "estructura", que consiste en "un
sistema ordenado que agrupa los casos, como
partes, en un todo". Dice Dilthey:
"Inducciones de este tipo son comunes a
las ciencias de la naturaleza y a las del
espíritu. Con una inducción semejante
descubrió Kepler la órbita elíptica del
planeta Marte. Y así como en este caso se
establecía una visión geométrica que
derivaba una regularidad matemática
sencilla de las observaciones y cálculos, así
todo el probar en el proceso de
 comprensión tenderá a acomodar las
palabras en un sentido y el sentido de los
miembros singulares de un todo en su
estructura. Lo dado es la sucesión de
palabras. Cada una de estas palabras es
determinada-indeterminada. Contiene en
sí una variabilidad de su significado. Los
medios de relación sintáctica de aquellas
palabras son también multívocos, dentro
de ciertos límites: así surge el sentido, al ser
lo indeterminado determinado, mediante
la construcción" (Estructuración, p. 245).

Todas estas caracterizaciones que

establece Dilthey para el proceso de
comprensión muestran a un intérprete como
sujeto activo, que lleva dentro de sí un mundo
de experiencias compartidas con otros, lo cual
es fundamental para la comprensión. No
apela a una dimensión metafísica, como la
teoría de las ideas de Platón, o los
trascendentales medievales o los principios y
leyes universales de los modernos, sino a una
dimensión existencial que es la vida misma. El
sentido no se confunde con los significados de
las palabras. La indeterminación de estas se
resuelve por medio del sentido y este
conduce a su inserción en todo.
6. EMILIO BETTI Y EL TEMA DE LA INTERPRETACIÓN
EVOLUTIVA
Con Betti la hermenéutica alcanza un
desarrollo más acabado, bien que se
mantiene en un dominio epistemológico, no
pierde de vista el desarrollo ulterior en una
metafísica, como ocurrirá con la filosofía
hermenéutica de Gadamer o Ricoeur15.
Me interesa considerar dos aspectos de la
concepción de Betti. El primero, en relación
con el objeto, su concepto de forma
representativa lo distancia del problema de
los modernos; y el segundo, el intérprete es
un sujeto que se incorpora activamente en el
proceso de comprensión.
En los modernos el problema de la
certidumbre de la voluntad y pensamiento
efectivamente expresados en las palabras de
la ley los llevaba a formular el supuesto de su
cognoscibilidad en la expresión misma,
abriendo el paso a una voluntad y
pensamiento de la ley misma. En las
concepciones hermenéuticas, que vemos
asomarse ya en Savigny, pero especialmente
en Dilthey, la reconstrucción o revivir no tiene
por fin reproducir paso a paso los procesos
psicológicos de la génesis de la ley. La idea de
una "comunidad" que une tanto a autor como
intérprete lleva el tema del sentido hacia una
estructura, que no es una instancia
metafísica, pero que da soporte a la
comprensión. Betti, por su parte, insiste en
que en la interpretación nos encontramos con
manifestaciones objetivas, a través de las
cuales otro espíritu habla al nuestro haciendo
llamada a nuestra inteligencia. Aquí tiene
cabida la "forma representativa". Dilthey
empleó el término "signo", y la teoría
positivista de Saussure del signo entiende el
término como "signo significante". Hay un
elemento material, sensible o perceptible por
los sentidos, y una dimensión significativa,
que solo es captable por medios intelectuales.
Esta forma representativa le sirve a Betti
para enfrentar lo que piensa como un
arraigado prejuicio, cual es el de considerar el
objeto de la interpretación la "voluntad" y no
la forma en que ella viene expresada. No se
trata de la voluntad y pensamiento efectivos
los que se toman en cuenta aquí, sino la
voluntad y pensamiento expresados en las
formas representativas. La voluntad podrá ser
el resultado de la interpretación, pero no su
objeto.
Para mostrar cómo ocurre el proceso de la
comprensión, acude a la comprensión de
formas lingüísticas, como lo examinara G.
Humboldt: el lenguaje adoptado por los
demás no puede ser recibido por nosotros, sin
más, nos dice, como algo corporal, sino
acogido como una llamada o una incitación a
nuestra inteligencia, "como una exigencia a
traducir, recrear por dentro y volver a
expresar en nosotros, con nuestras categorías
mentales, la idea que suscita y representa"
(Categorías Civilísticas, p. 29). No se trata de
adentrarse en la psiquis del autor, sino de
apropiarse del texto, por así decirlo, y re-
expresarlo con nuestras categorías. En esta
parte la actividad del intérprete es
fundamental y muestra que este no es una
mente en blanco que se abre a un texto y lo
registra. En todo proceso de comprensión se
detecta idéntico comportamiento.
Lo anterior lleva a Betti a examinar con
detención el proceso de comprensión en
términos de una relación entre un objeto y
un sujeto. El objeto es la forma
representativa, y el sujeto "es espíritu actual,
viviente y pensante, dispuesto y puesto a
entender según los intereses de la vida
presente que pueden ser orientados en
sentidos distintos" (Categorías Civilísticas, p.
29). La comprensión le impone al intérprete
una exigencia de objetividad, en cuanto la
reproducción debe ser lo más fiel que sea
posible "al valor expresivo de la forma
representativa que se trata de entender".
 Los cánones de la interpretación que
formula Betti, consecuencia de la concepción
del conocimiento como relación entre un
objeto y un sujeto, son, en parte, principios
del conocimiento, en cuanto conciernen a la
estructura del conocimiento, y en parte,
pautas metodológicas, en cuanto de ellos se
siguen consecuencias para la metodología de
la interpretación.
Los cánones relativos al objeto son dos. El
primero de ellos, que Betti denomina canon
de la autonomía o de la inmanencia, significa
que la "forma representativa debe ser
entendida en su autonomía, según su propia
ley de formación conforme a su interior
necesidad, coherencia y racionalidad"
(Categorías Civilísticas, p. 33). La forma
representativa tiene una objetividad
suficiente.
El otro canon relativo al objeto se
denomina canon de la totalidad y coherencia,
y a través de él se hace realidad el viejo
principio del todo y la parte. Una palabra se
entiende en el contexto en el que está inserta,
el cual puede ser el enunciado, este se
entiende en el conjunto de enunciados en que
está inserto, y estos, a su vez, en el conjunto
mayor. Hay una forma de totalidad que dice
relación con la vida y persona del autor, lo que
ha resultado especialmente fecundo en la
interpretación de obras artísticas, literarias,
musicales y también en la interpretación
histórica. Dilthey fue el autor que propició
esta forma de interpretación. También se
extiende a la situación o época en que el texto
fue instalado en el curso histórico, como
vimos en Savigny. El todo mayor que se tiene
presente aquí es un todo armónico, en que
sus diversas partes se integran formando un
conjunto coherente.
De los cánones relativos al sujeto, interesa
el canon de la actualidad del entender, que
sirve de fundamento a la interpretación
evolutiva. Por este canon, "el intérprete es
llamado a recorrer por sí mismo el proceso
creativo, y de este modo a revivir por dentro
y a resolver, en todo caso, en la propia
actualidad un pensamiento, una experiencia
de vida que pertenece al pasado, es decir, a
proponérselo como hecho de experiencia
propia a través de una especie de
transposición en el círculo de la propia vida
espiritual, en virtud de la misma síntesis con
que la reconoce y reconstruye" (Categorías
Civilísticas, p. 38). Esto significa que el
intérprete no es una mente en blanco, sino
pleno de conocimientos y valoraciones, y a
través de ellos procesa la información que le
proporcionan las formas representativas. En
materia de interpretación histórica es
ingenuo considerar, dice, que el historiador
realiza su cometido con solo referir
puramente cuanto está en las fuentes. Sobre
la interpretación en el Derecho escribe:
"Hace juego con esto la ingenuidad del
jurista, que creyese haber resuelto su
cometido hermenéutico y didáctico con dar
lectura de los artículos de la ley. Quien así
piensa, olvida que todo aquello que
señorea nuestra mente, entra por ello
mismo en la totalidad orgánica del mundo
de representaciones y de conceptos que
llevamos dentro de nosotros que deviene
por una especie de asimilación, parte viva,
sujeta a su mismo desarrollo y a su misma
suerte" (Categorías Civilísticas, p. 39).
El Derecho se concibe así con la capacidad
de adecuarse a las nuevas situaciones, lo que
implica que el jurista y la jurisprudencia
tienen la tarea de volver a encontrar
las valoraciones inmanentes y latentes que,
aun formando la ratio iuris de normas ya
formuladas, puedan servir de base a máximas
de decisión adecuadas a los nuevos casos. Los
principios generales del Derecho, en que
piensa este autor, conforman la ratio iuris del
mismo, la razón de ser de este Derecho y sus
fines últimos, y son síntesis de valoraciones.
La interpretación evolutiva adapta los
enunciados a situaciones que inicialmente no
quedarían incluidas. No son los conceptos
significados los que evolucionan. Aquí cabe
adoptar la tesis de la historia conceptual de
Kosellek, en el sentido de que los conceptos
no evolucionan, sino que cambian en el curso
de la historia.

De aquí se sigue un concepto de aplicación

diferente de la mera subsunción propiciada
especialmente por los autores afines a la
Escuela de la Exégesis del siglo XIX, y que
prolongó el positivismo inicial del siglo XX.
Este nuevo concepto de aplicación consiste
en adecuar los significados de los enunciados
legales a las nuevas situaciones, lo que
implica revisar los principios del Derecho y,
por consiguiente, las valoraciones
subyacentes para hacerlas realidad en los
nuevos casos. Ello es posible, defiende Betti,
porque el intérprete no es un sujeto pasivo
receptor de significados ya preconstituidos,
sino un sujeto activo que contribuye a
configurar los significados adecuados a las
situaciones que tiene que resolver, con la sola
limitación de mantenerse dentro del ámbito
general de los principios y valoraciones
subyacentes. Comprender el Derecho es de
algún modo realizarlo en los casos concretos.
Esta misma idea la volvemos a encontrar en
autores hermenéuticos como Gadamer, entre
los filósofos, y en A. Kaufmann, entre los
juristas.
7. UMBERTO ECO Y PAUL RICOEUR Y EL TEMA DE LA
CONJETURA
Umberto Eco, un estudioso de la lingüística
que incursiona con éxito en temas literarios y
de estética, y Paul Ricoeur, un filósofo
hermenéutico que exhibe una extensa obra
en tema de interpretación, coinciden en la
conjetura como un estadio en el curso
metodológico de la comprensión.
a) Umberto Eco y la deriva de interpretaciones
De este autor considero especialmente
algunas secciones de su Los límites de la
interpretación16. Me interesa particularmente
la siguiente:
"Si en los últimos tiempos el privilegio
conferido a la iniciativa del lector (como
único criterio de definición de un texto)
adquiere excepcionales características de
visibilidad, el debate clásico, en cambio, se
articulaba fundamentalmente en torno a la
oposición entre estos dos programas:
(a) debe buscarse en el texto lo que el autor
quería decir;
(b) debe buscarse en el texto lo que éste
dice, independientemente de la intención
de su autor.
Sólo después de haber aceptado el segundo
extremo de la oposición se podía articular
la oposición entre:
(b1) es necesario buscar en el texto lo que
dice con referencia a su misma coherencia
contextual y a la situación de los sistemas
de significados a los que se remite;
(b2) es necesario buscar en el texto lo que
el destinatario encuentra con referencia a
sus propios sistemas de significación y/o
con referencia a sus deseos, pulsiones,
arbitrios" (Los límites de la
interpretación, p. 29).
En este cuadro esquemático se señala la
tricotomía que interesa tener en cuenta:
la intentio auctoris, la intentio operis y
la intentio lectoris. Lo que este autor indica es
que en el debate hermenéutico se ha
transitado desde una época en que lo
primordial era la búsqueda de lo que el autor
quería decir hacia un estadio posterior en que
se enfatiza la intención de la obra misma, con
independencia del autor, y en los tiempos
actuales, aceptado que la intención del autor
ya no cuenta, viene el problema de establecer
los significados en relación con algún sistema.
En páginas anteriores hemos visto cómo los
pensadores modernos se esforzaban por
mantenerse en el esquema de la búsqueda de
la voluntad y pensamiento del autor,
llegando a postular supuestos para satisfacer
la certidumbre. Posteriormente, con el
pensamiento hermenéutico la intención del
autor desaparece y es sustituida por
la intentio lectoris. Es la iniciativa de este la
que contribuye al establecimiento del
sentido, como lo hemos visto en un autor
como Betti.
Este mismo trabajo lo inicia con un relato
de una persona que envía a otra una cierta
cantidad de higos, mediante una nota
indicando la cantidad. Imaginémonos, nos
dice, que este mensaje se mete en una botella
y es arrojada al mar. Días después llega a las
costas de un país donde ocurre una guerra
civil. Y es tomada por un miembro de uno de
los bandos; entonces, su lectura está
condicionada por la guerra civil y entenderá
que se trata de un mensaje cifrado, que la
cantidad de higos corresponde a armamento
o tropas. Pero si cae en manos de lingüistas o
teólogos recibirá otra lectura por completo
diferente, pues higo se tomará como una
metáfora por otra cosa, y así sucesivamente.
Esta anécdota ilustra adecuadamente la
deriva de las interpretaciones. Cada lector
tendrá su propio entendimiento del texto. En
general, un texto puede recibir muchas
interpretaciones, por eso tienen que ser
validadas, porque no todas valen lo mismo.
Hay algunas que son aventuradas. Sobre esto
escribe Eco:
"La iniciativa del lector consiste en formular
una conjetura sobre la intentio operis. Esta
conjetura debe ser aprobada por el
conjunto del texto como un todo orgánico.
Esto no significa que sobre un texto se
pueda formular una y sólo una conjetura
interpretativa. En principio se pueden
formular infinitas. Pero, al final, las
conjeturas deberán ser probadas sobre la
coherencia del texto, y la coherencia
textual no podrá sino desaprobar algunas
conjeturas aventuradas" (Los límites de la
interpretación, p. 41).
Como hay varias interpretaciones posibles,
es necesario validarlas, para así eliminar
aquellas que no pueden probarse
propiamente. Cada interpretación es una
conjetura posible, independiente del valor
subjetivo que le otorgue quien la formule.
Pero la validación le confiere valor objetivo.
Por eso, hemos visto cómo en los clásicos y
modernos los procedimientos justificatorios,
como acudir al contexto o la ratio legis, les
dan valor y objetividad a las interpretaciones
que se proponen. Lo que se inicia como
ocurrencia del intérprete se convierte en
afirmación objetiva sostenida por los
procedimientos de validación.
b) Paul Ricoeur: explicar/comprender y la
conjetura
Este filósofo posee también una extensa
obra dedicada a temas de hermenéutica.
Consideraré especialmente Teoría de la
interpretación17, que contiene un conjunto de
ensayos sobre la teoría general de la
interpretación.
Betti es un autor que también se preocupó
de la teoría general de la interpretación, y a él
se debe un completo cuadro de las diferentes
clases de interpretaciones que tienen cabida
en las distintas disciplinas humanísticas, pero
se mantiene en un ámbito más bien
epistemológico. Ricoeur es un autor que
busca llevar la hermenéutica a un nivel
filosófico y polemiza con Heidegger y
Gadamer, es decir, con la hermenéutica
alemana y la metafísica defendida por ella. No
voy a ingresar aquí en este debate y me
mantendré en los temas que he venido
examinando y destacaré las contribuciones
de este pensador.
Si Betti contribuye a la teoría de la
interpretación con el énfasis en la actividad
del intérprete y la fundamentación de la
interpretación evolutiva, Ricoeur revisa la
división del saber que había propuesto
Dilthey, al haber propuesto una oposición
entre las Naturwissenschaften y
las Geisteswissenschaften, que contrastan no
solo porque recaen en objetos distintos, sino
también porque poseen métodos diferentes.
De aquí Dilthey extraía la descripción de las
primeras como ciencias causal-explicativas y
las segundas como ciencias comprensivas.
Explicar y comprender son, pues,
caracterizaciones que se oponen. El propósito
de Ricoeur es mostrar que la explicación,
como dimensión metodológica, forma parte
de la comprensión, que es un proceso que va
tentativamente apuntando conjeturas. La
distinción entre las dos formas de saber
puede mantenerse, pero requiere de otra
fundamentación.
La necesidad de hacer conjeturas sobre el
sentido de un texto está relacionada con el
tipo de autonomía semántica que Ricoeur le
adscribe. Como dice enfáticamente,
"tenemos que hacer conjeturas sobre el
sentido del texto porque las intenciones del
autor están más allá de nuestro alcance"
(Teoría de la interpretación, p. 87). Añade que
frecuentemente esa intención es desconocida
para nosotros, a veces redundante, otras
inútil y aun perjudicial en lo que concierne a
la interpretación del sentido verbal de una
obra. La interpretación se lleva a cabo no en
un dominio psicológico de intenciones, sino
en un espacio semántico.
Con estas afirmaciones puede constatarse
la profunda revisión de la concepción de la
interpretación que promueve la
hermenéutica contemporánea de un autor
como Ricoeur y que aflora asimismo en otros
autores, como Eco y Derrida. Mientras en la
hermenéutica clásica se busca una
metodología que sea suficiente para
establecer con certidumbre la identidad entre
lo que se dice y lo que se quiere decir, acá el
autor empírico o real se deja de lado
definitivamente y se busca el sentido a partir
de la obra misma.
Si el sentido objetivo de una obra es algo
distinto de la intención subjetiva del autor, el
problema de la interpretación correcta ya no
puede resolverse por el simple regreso a la
supuesta intención de aquel. La conjetura
tiene aquí su origen: configurar un sentido
verbal es ya conjeturar.
En la conjetura se avanza un sentido
hipotético, el cual hay que explicarlo. Si
alguien, por ejemplo, quiere validar un
sentido verbal tentativo mediante un
diccionario, "explica" el significado mediante
un argumento de autoridad y en él apoya su
rectitud. Sobre el carácter conjetural de la
interpretación dice:
"El texto como un todo, y como una
totalidad singular, se puede comparar con
un objeto que puede ser visto desde
distintos lados, pero nunca desde todos los
lados a la vez. Por lo tanto, la
reconstrucción de la totalidad tiene un
aspecto, de acuerdo con la perspectiva,
similar a la reconstrucción del objeto
percibido. Siempre es posible relacionar la
misma oración de distintas maneras con
esta o aquella oración que se considera la
piedra angular del texto. En el acto de
lectura está implícito un tipo específico de
unilateralidad. Esta unilateralidad cimenta
el carácter conjetural de la interpretación"
(Teoría de la interpretación, p. 89).
Como en Eco, son posibles muchas
conjeturas, ya sea totales o en partes del
proceso, pero es necesario validarlas, para
conferirles objetividad y sustento. Los
procedimientos de validación son múltiples,
como ya se advirtió en el estudio de los
autores modernos, y no todas las validaciones
cuentan con el mismo valor. Esto es lo que
abre el mundo del debate y la argumentación.
¿Qué es lo que hay que entender de un
texto?, se pregunta Ricoeur, y se responde
así:
"No la intención del autor, que
supuestamente está oculta detrás del
texto; no la situación histórica común al
autor y a sus lectores originales; no las
expectativas o sentimientos de estos
lectores originales; ni siquiera la
comprensión de sí mismos como
fenómenos históricos y culturales. Lo que
tiene que apropiarse es el sentido del texto
mismo, concebido en forma dinámica como
la dirección que el texto ha impreso al
pensamiento. En otras palabras, lo que
tiene que ser apropiado no es otra cosa que
el poder de revelar un mundo que
constituye la referencia del texto. De esta
manera estamos tan lejos como es posible
del ideal romántico de coincidir con una
psique ajena. Si se puede decir que
coincidimos con algo, no es con la vida
interior de otro ego, sino con la revelación
de una forma posible de mirar las cosas, lo
que constituye el genuino poder referencial
del texto" (Teoría de la interpretación, p.
104).
El sentido se constituye, entonces, según la
referencia del texto. No son los significados
verbales o sentidos parciales que pueden
surgir en la búsqueda de sentido como
conjeturas tentativas. La hermenéutica de
Ricoeur se aparta de la Escuela Histórica, de
Dilthey y, en general, de toda forma de
interpretación que mantenga como un
elemento la intención del autor empírico o
real. El texto hay que abrirlo a mundo posible.
La aplicación de esta metodología de
conjeturas la haremos en el estudio siguiente
a este.
8. HANS-GEORG GADAMER Y LA CONCEPCIÓN DE LA
APLICACIÓN
De este autor considero especialmente su
importante Verdad y Método18, en la cual se
expone la nueva concepción sobre aplicación
que me interesa recoger.
Históricamente la interpretación teológica
y la interpretación jurídica comparten una
función similar. Betti, en su clasificación de las
interpretaciones, puso bajo el rubro
interpretación en función normativa la
interpretación jurídica y la interpretación
teológica. Esto debido a que el lector del texto
bíblico y el lector de un texto jurídico no
consideran el texto solo como enunciado
literario, sino que esperan extraer de él una
pauta de comportamiento. No se busca en el
texto solo conocer su contenido, sino
traducirlo a reglas prácticas de
comportamiento, de salvación en el mundo
religioso, de conducta en el ámbito jurídico.
Gadamer utiliza el estudio que hace
Aristóteles sobre la conducta ética como
ejemplo de una primera reflexión sobre el
tema de la aplicación. Aristóteles critica la
idea de Bien de Platón, pues en ética lo que
está en juego es el ser del hombre en la
acción, no en la contemplación de la idea. El
bien que busca Aristóteles es el bien
practicable o humano, no una abstracción
noética. La acción buena, en sentido moral, es
aquella en que cobra realidad un principio de
bien. En consecuencia, en una situación
práctica, lo que se plantea es qué hay que
hacer para una buena acción. Esto es, qué se
pide al agente que haga en esa situación
determinada para actuar y realizar el principio
de bien. Se trata de un proceso de concreción.
En la aplicación de la ley jurídica ocurre algo
similar. Dice:
"La tarea de la interpretación consiste
en concretar la ley en cada caso, esto es, en
su aplicación" (Verdad y Método, p. 401).
Y recuerda los trabajos de K. Engisch sobre
concreción de la ley19. Un autor que prosigue
en esta misma línea de los estudios de la
concreción es Arthur Kaufmann y hace uso del
concepto en su ensayo sobre filosofía del
Derecho20.
La concreción significa la necesidad de
articular lo general con lo particular. Se puede
tener un saber de una ley en general, pero
abstracto, sin referencia a algún caso
determinado, pero este saber es abstracto y
no sirve mucho de guía de conducta. Como lo
indica Aristóteles, la bondad del acto está en
la concreción o realización del principio, no en
este considerado abstractamente. De igual
manera, conocer en la interpretación es
conocer en la situación concreta cómo se
aplica la regla jurídica. En esto consiste la
practicidad del Derecho. Y aquí también está
presente la idea de la consideración de la
situación actual que reclamaba Betti en la
interpretación evolutiva:
"Cuando el juez intenta adecuar la ley
transmitida a las necesidades del presente
tiene claramente la intención de resolver
una tarea práctica. Lo que en modo alguno
quiere decir que su interpretación de la ley
sea una traducción arbitraria. También en
su caso comprender e interpretar significa
conocer y reconocer un sentido vigente. El
juez intentará responder a la "idea jurídica"
de la ley mediándola con el presente. Es
evidente una mediación jurídica. Lo que
intenta reconocer es el significado jurídico
de la ley, no el significado histórico de su
promulgación o unos cuantos casos
cualesquiera de su aplicación" (Verdad y
Método, p. 400).
La aplicación envuelve, en realidad, dos
aspectos: de una parte, la concreción como la
relación de lo general a lo particular, y de otra,
la actualidad en que pasado se pone en
consonancia con el presente.
 Como la hermenéutica ha incorporado al
intérprete activamente en la construcción del
objeto, o en el establecimiento del sentido,
hay una dimensión que se ha venido
señalando y es la que se denomina
la precomprensión y, en relación con ella,
el círculo hermenéutico. Arthur Kaufmann
llama a este último espiral.
Heidegger en Ser y Tiempo, parágrafo 32,
aborda el tema de la precomprensión e indica
la necesidad que toda interpretación tiene de
protegerse de la arbitrariedad de las
ocurrencias, así como de las limitaciones del
pensar habitual. Gadamer retoma el tema y
apunta que el orientar la mirada "a las cosas
mismas" significa en la interpretación de
textos mantenerse en el texto mismo. Una
descripción de cómo es este proceso, se
muestra en la siguiente cita:
círculo se supera con el examen atento y
separación de las propias opiniones de lo que
el propio texto entrega.
Gadamer, siguiendo a Heidegger,
desarrolla ampliamente la precomprensión y
el círculo y los relaciona con su teoría de los
prejuicios. Desde otro lado, Ricoeur también
destaca este movimiento de la comprensión
en sucesivos sentidos, originando las
conjeturas, las que tienen que ser validadas.
De ahí la importancia y necesidad de la
justificación, pues, en definitiva, la validación
confiere objetividad y fundamentación a la
conjetura.

"El que quiere comprender un texto realiza

siempre un proyectar. Tan pronto como
aparece en el texto un primer sentido, el
intérprete proyecta enseguida un sentido
del todo. Naturalmente que el sentido sólo
se manifiesta porque ya uno lee el texto
desde determinadas expectativas
relacionadas a su vez con algún sentido
determinado. La comprensión de lo que
pone en el texto consiste precisamente en
la elaboración de este proyecto previo, que
por supuesto tiene que ir siendo
constantemente revisado en base a lo que
vaya resultando conforme se avanza en la
penetración del sentido" (Verdad y
Método, p. 333).

El que lee un texto entiende un primer

sentido, el que está condicionado por las
opiniones previas que ya posee. La conciencia
de que es así tiene que moverlo a examinar
con más detenimiento la separación de esas
opiniones propias, que condicionan las
expectativas de sentido, y tratar de
mantenerse en lo que el propio texto dice,
para alcanzar un sentido que deriva del texto
mismo. Parece moverse en círculo, pero este
9. JERZY WRÓBLEWSKI Y LA INTERPRETACIÓN
OPERATIVA
De este autor consideraré especialmente
su Constitución y teoría general de la
interpretación jurídica21, que contiene el
desarrollo de toda su teoría de la
interpretación.
El comienzo de esta teoría es un punto
polémico. Se trata del concepto mismo de
interpretación y lo que se hace con él. Hay, en
primer término, una interpretación sensu
largissimo, que consiste en la comprensión de
un objeto cultural y corresponde a la que
hemos visto en los autores hermenéuticos.
En segundo lugar, hay una
interpretación sensu largo, que es la
comprensión de cualquier signo lingüístico.
Esta interpretación es más bien la adopción
de una posición por completo diferente a la
de los autores hermenéuticos. En ella, dice,
"para entender un signo de un lenguaje dado
hay que interpretarlo atribuyéndole un
significado de acuerdo con las reglas de
sentido de ese lenguaje" (Constitución, p. 22).
Más que de una interpretación, en sentido
propio, de lo que se trata es de una
"atribución de sentido (o significado)". Esta
concepción es la que se opone a las
posiciones hermenéuticas, que ven en la
interpretación un proceso de conocimiento y
el sentido como algo que se establece en ese
proceso.
En tercer lugar, está la interpretación que
en rigor origina la interpretación operativa y
que se describe como la "determinación de
un significado de una expresión lingüística
cuando existen dudas referentes a este
significado en un caso concreto de
comunicación" (Constitución, p. 22).
Toda la teoría de este autor está dominada
por esta dicotomía: cuando no hay dudas,
estamos en presencia de una atribución de
significados simplemente, pero si hay dudas,
hay que proceder a establecer un significado,
y los procedimientos para lograrlo se llaman
interpretación operativa.
La duda de que se habla aquí no es la "duda
cartesiana o metódica". No estamos en el
dominio de la doctrina de la claridad de
Descartes y, por ende, frente al problema de
la verdad como evidencia. Es la duda como
estado de conciencia que se presenta cuando
hay dificultades para atribuir un significado, lo
que tiene su origen en factores bien precisos,
como la vaguedad o las relaciones
contextuales, entre otros. La vaguedad es un
caso en donde la referencia es imprecisa, por
lo que se presenta la duda de si puede
aplicarse el significado al caso de que se trata.
Si aplicamos la división en tres partes que
hemos adoptado en el estudio de la
interpretación a la teoría de la interpretación
de este autor, tenemos una primera parte
relativa al objeto y a la dificultad
interpretativa que da lugar a la interpretación
operativa; una segunda parte que
corresponde a la búsqueda
metodológicamente estructurada de un
sentido, a través de las reglas o directivas de
interpretación, y una tercera parte en que se
valida la opción interpretativa adoptada.
a) El objeto de interpretación
En cuanto al objeto, la teoría de
Wróblewski apunta a un objeto lingüístico,
integrado por las palabras y enunciados
legales. A las palabras tomadas
separadamente se les "atribuye" el
significado, conforme las reglas de
significación del lenguaje, y el significado del
enunciado resulta de esos significados. Todo
estriba en que la atribución es un mecanismo
asociativo que opera espontáneamente. El
significado de las palabras está dado por la
convención social, de manera que quien
desea comunicarse en un lenguaje tiene que
acudir a las reglas de significación que
establece la convención social y los usos
ordinarios de ese lenguaje. Un pequeño
grupo de palabras podrá tener un significado
técnico y, por lo mismo, su significado está
estipulado en alguna definición. La atribución
de significados consiste en establecer la
relación entre el término o palabra y el
significado por el cual dicho término o palabra
está.
El problema surge cuando se plantea la
duda sobre la atribución de significado. En
general, piensa este autor, los dos grandes
factores que provocan la duda provienen de
la vaguedad y de la contextualidad de los
significados. Wróblewski se mueve en el
dominio de la teoría del lenguaje que
encontramos en muchos autores
pertenecientes a la filosofía analítica. Puede
considerársele un buen exponente de esta
corriente, por lo cual su contraste con las
posiciones hermenéuticas viene a atributos de los conceptos, se presentan en la
representar una de las dos formas teóricas
más importantes que encontramos en
nuestro tiempo sobre la interpretación, me
refiero a las posiciones analíticas y las
posiciones hermenéuticas.
La teoría de Wróblewski deja atrás la teoría
que encontramos en autores del siglo XIX,
próximos a la Escuela de la Exégesis, y que
tuvo una amplia recepción por parte de
autores nacionales. Esta teoría se vincula a la
doctrina de la claridad, de origen cartesiano,
para caracterizar un atributo de las ideas
(conceptos). El contenido de estos conceptos
puede ser claro u oscuro para quien los
piensa. Esta dualidad claro/oscuro ha sido de
enorme importancia en la teoría de la
interpretación. Se ha sostenido, por ejemplo,
que el antiguo adagio in claris non fit
interpretatio quiere decir que se interpreta
solo en caso de palabras o enunciados con
significados oscuros, y que en una situación
de claridad simplemente el significado claro
se percibe inmediatamente, sin dudas, y no
cabe hacer uso de procedimientos
interpretativos. Aun cuando muchos juristas
emplean impropiamente la expresión "leyes
claras" o "leyes oscuras", lo que quieren decir
es que los conceptos significados por las
palabras o enunciados legales son claros u
oscuros.
Para este autor la situación de claridad o
duda depende de actos concretos de
comunicación y no pueden ser considerados
abstractamente. Nos dice:
"El mismo texto es claro o dudoso según los
contextos concretos de su uso. La claridad
es, por tanto, una noción pragmática
enlazada con algunos caracteres
semánticos del lenguaje legal interpretado"
(Constitución, p. 24).
Lo anterior tiene una consecuencia
importante que es preciso tener en cuenta y
es la de que la claridad u oscuridad, como
relación del concepto con el sujeto que los
piensa, de manera que para una persona
puede ser algo muy claro y para otra oscuro.
Esto da un buen índice del carácter
eminentemente subjetivo que tiene la
claridad.
Como la claridad es una noción pragmática,
dice, no le afecta el reproche de subjetivismo,
que en cambio puede levantarse contra los
partidarios de la claridad en sentido
cartesiano.
La duda es un estado de conciencia que se
presenta conforme un mecanismo interno del
sujeto. No puede sujetarse a reglas de
ninguna clase, ni puede ordenarse ni
suspenderse. La duda está ahí y tiene que
solucionarse con alguna evidencia que la
apague. De aquí nace la necesidad de
búsqueda de un significado. Esta búsqueda
tiene que hacerse metódicamente. Lo
examinamos a continuación.
b) La estrategia metodológica para enfrentar
la duda
 La interpretación, en esta parte, adopta el
carácter de un proceso metodológicamente
estructurado. Se sujeta a reglas. Estas reglas
de interpretación las denomina este autor
directivas. Hay directivas de primer nivel y
directivas de segundo nivel. La distinción está
apoyada en la función que cumple cada tipo
de reglas. Las de primer nivel operan
directamente en la búsqueda metódica de un
significado, en tanto las de segundo nivel fijan
orden de precedencia entre las reglas, qué
reglas utilizar en tal o cual situación y así
sucesivamente; y también es preciso hacerse
cargo de la situación en que mediante una
regla o grupo de reglas se llegue a un
significado y mediante otra regla o grupo de
reglas se llegue a otro significado. En esta
última situación hay que determinar cuál
significado prevalece. Son las directivas de
preferencia.
Esta distinción entre reglas de primer nivel
y de segundo nivel corresponde parcialmente
a la distinción entre hermenéutica y exégesis.
Por ejemplo, cuando se trata de conferir
preferencia a reglas lingüísticas, habría que
preguntarse si no se estaría más bien dando
curso a la primacía de la literalidad por sobre
otros factores, en cuyo caso estaríamos
frente a una opción de teoría hermenéutica.
Recuérdese lo que señala Suárez, que dice
que la letra es lo primero en el orden de
ejecución, porque las palabras son lo primero
que enfrenta el intérprete en su tarea
interpretativa.
Hay una dimensión de las directivas
interpretativas que importa recoger, cual es la
de que cumplen una función heurística y una
función justificadora. Esto significa que las
mismas reglas que sirven para la búsqueda de
un significado son a la vez las que permiten
justificar la atribución de ese significado. Así,
por ejemplo, si un intérprete en caso de duda
acerca del significado de una expresión
lingüística acude a un diccionario, esto
representa un paso metódico de búsqueda,
pero una vez adoptado ese significado el
mismo diccionario le sirve de argumento de
autoridad para justificar la atribución de
significado.
Wróblewski toma de Hart el tema de la
"textura abierta" (open texture) que este
toma a su vez de F. Waismann, un discípulo de
Ludwig Wittgenstein. Este tema incide en una
manera de entender la vaguedad de los
conceptos significados en el lenguaje
ordinario. La vaguedad es una imprecisión
que afecta la referencia de los conceptos
significados por los lenguajes corrientes. De
acuerdo con esta doctrina, en los conceptos
hay una zona de referencia precisa y fuera de
toda duda, en que el concepto se refiere a un
objeto de modo preciso; pero a su lado hay
también una zona de referencia negativa, es
decir, clases de objetos a los cuales no se
refiere. Pero hay, por último, una zona de
penumbra, en donde la referencia es dudosa.
Hart presenta el ejemplo del concepto
"vehículos" en la situación de prohibición de
vehículos en un parque; de lo que se trata es
de determinar si las bicicletas y los juguetes
de los niños, que son vehículos, pueden o no
ingresar al parque. Aquí se presenta la duda
sobre qué cosas pueden ser incluidas en la
extensión del concepto.
Además de esta forma genérica de causa de
dudas, Wróblewski quiere sistematizar los
factores que provocan dudas, y habla de los
"contextos que provocan dudas". Estos
contextos son tres: el lingüístico, el sistémico
y el funcional.
El contexto lingüístico generador de dudas
es el propio lenguaje, ya sea por el problema
de la vaguedad, ya sea por problemas de
polisemia, ya sea por problemas de
significado derivado de la construcción
sintáctica.
El tema de la vaguedad ya fue examinado
en relación con la textura abierta. La
polisemia dice relación con la posibilidad de
que una palabra tenga múltiples significados;
por ejemplo, la palabra "banco" puede
significar conceptos distintos. Muchas
dificultades y debates tienen su origen en esta
causa. Las reglas de construcción sintáctica
determinan, por ejemplo, el empleo de las
conjunciones, adverbios, etc. Un uso
descuidado de estas partes de la oración
puede crear ambigüedades y problemas de
significado.
El contexto sistémico alude al sistema a
que pertenece una regla enunciada por una
oración. Como hay muchas concepciones
teóricas sobre el sistema jurídico, Wróblewski
se limita a constatar esta diversidad,
apuntando a que el principio del todo y la
parte tiene aquí una amplia aplicación. Por
ejemplo, una parte del sistema no puede
contradecir otra parte del sistema, y habrá
que procurar soluciones a esta clase de
problemas de antinomias.
En tercer lugar, el contexto funcional es
otro de los factores relevantes en la
determinación de significados. Según este
autor, "contiene todos los factores
relacionados con la creación, aplicación y
funcionamiento del Derecho que no
pertenecen al contexto lingüístico ni al
sistémico" (Constitución, p. 45). Aquí tienen
cabida esas formas de interpretación
conocidas como interpretación teleológica o
finalista; la interpretación evolutiva, que
examinamos en autores hermenéuticos como
Betti y Gadamer; la interpretación apoyada
en consideraciones de ratio iuris; la
interpretación basada en consideraciones
históricas o sociales, etc.
Cada uno de estos contextos provoca
dudas en el significado que se trata de atribuir
a una expresión lingüística. Esta dependencia
de los significados de cada uno de estos
contextos se traduce en directivas
interpretativas. Habrá, entonces, directivas
interpretativas lingüísticas, otras directivas
sistémicas y otras, finalmente, funcionales.
En las directivas lingüísticas puede
encontrarse una gran cantidad de reglas
sobre los usos del lenguaje, que a veces son
recogidas por las legislaciones, otras se
mantienen como los viejos aforismos que
conoce la historia jurídica de la aplicación del
Derecho. Por ejemplo, que las palabras de las
leyes deben entenderse en sus significados
corrientes, que las palabras técnicas deben
entenderse según los significados especiales
que les otorguen los que profesan la ciencia o
técnica en cuestión, y así sucesivamente.
Las directivas sistémicas nacen de los
contextos sistémicos, que son muy variados.
Por lo mismo, entran aquí una gran cantidad
de directivas que tienen naturaleza lógica que
conciernen a las formas de construir sistemas,
como por ejemplo, que la regla superior
prima sobre la inferior o que la regla especial
prima sobre la general, etc. También se
incorporan aquellos principios de solución de
antinomias o que determinan la validez o
vigencia, etc. Hay también directivas como la
que establece que debe optarse por un
significado que sea más coherente con el
sistema, o que entre varios significados
posibles, debe preferirse aquel que no sea
inconsistente con el sistema, etc.
Finalmente, las directivas funcionales
recogen la diversidad de situaciones que se
contienen en los contextos funcionales, como
las relativas a los fines (ratio legis), a las
consideraciones históricas (historia fidedigna
y otros), sociales, a los principios generales
del Derecho, etc.
La opción entre las diferentes vías
metodológicas es, en principio, libre del
intérprete. Pero reconoce Wróblewski la
posibilidad de que las legislaciones
establezcan prioridades y caminos forzados, y
les confiere valor vinculante. Pero, a mi juicio,
la reglamentación de la interpretación resulta
un asunto bastante polémico, no solo porque
es discutible establecer pautas forzadas a la
libertad de investigación y a la espontaneidad
intelectual que se manifiesta en las
ocurrencias, sino también, porque la
reglamentación de la interpretación tiene que
expresarse en enunciados, los que a su vez
tienen que ser comprendidos, es decir,
interpretados, lo que nos lleva a un problema
sin solución: no hay reglas para interpretar
reglas de interpretación, pues no pueden ser
ellas mismas que se autointerpreten.
Más interesante es el planteamiento que
hace Wróblewski sobre lo que él llama la
ideología de la interpretación y que afecta a
las opciones metodológicas que se pueden
ejercer en la búsqueda de un significado. Toda
interpretación se apoya, en último término,
en valores, los cuales dirigen las opciones
metodológicas que ejerce el intérprete. Esto
quiere decir que, en términos generales, se
pueden distinguir dos formas de abordar las
estrategias metodológicas, según sean los
valores que se busca preservar. De una parte,
quienes adoptan y defienden valores tales
como la certeza, la seguridad, la
predictibilidad buscan aquellas metodologías
que mantengan el orden establecido, sobre la
base de que los significados no cambian, se
mantienen y lo que el intérprete tiene que
hacer es encontrar esos significados
preestablecidos. En cambio, otros buscan
adaptar el Derecho a las nuevas situaciones
sociales emergentes, por lo mismo los
significados son cambiantes al hilo de los
cambios sociales. La adopción de estos
valores de base determina lo que este autor
denomina las ideologías de la interpretación.
Examinando con más detalle cada posición,
añade Wróblewski que los partidarios de la
defensa de la seguridad y valores afines ven
las reglas jurídicas como la expresión de una
"voluntad del legislador histórico"; que los
significados, como hechos, deben ser
descubiertos; que adquiere importancia le
exploración de los trabajos preparatorios,
como testimonios fidedignos de la voluntad
histórica; que los significados pueden y deben
ser descubiertos; que la estabilidad de los
significados es la garantía de la estabilidad y
certeza del sistema legal. Esta ideología
favorece aquellas directivas interpretativas
que contribuyen a la estabilidad y la certeza,
como las lingüísticas y las contextuales, en
cuanto estas últimas permitan mostrar la
unidad de un sistema estable en el tiempo.
La segunda ideología, en cambio, se abre a
las directivas funcionales, pues a través de
ellas se puede lograr una adaptación del
Derecho a las nuevas situaciones. Aquí tienen
cabida la interpretación teleológica y la
interpretación evolutiva. Es una ideología
dinámica y el valor máximo que persigue es la
adecuación a las necesidades de la vida social.
Los significados son cambiantes y la actividad
interpretativa es creativa. No hay significados
previos que descubrir. Aun cuando no lo dice,
en esta ideología habría que incluir las
posiciones de los autores hermenéuticos, que
hemos examinado más atrás.
Wróblewski quiere ofrecer una teoría
descriptiva de la interpretación, no
normativa. Ambas ideologías se muestran
como formas posibles que operan y son
defendidas aquí y allá por los autores que se
ocupan de los temas interpretativos. A una
teoría descriptiva solo le cabe la tarea de
señalar esas ideologías como existentes, pero
sin arriesgar un juicio de valor sobre ellas,
especialmente en cuanto a su verdad o
falsedad. Pero este formalismo gnoseológico
tiene que validarse a sí mismo, en lo cual
entra en serias dificultades.
c) La justificación de la interpretación
y la tesis de la única interpretación correcta
Para este autor toda interpretación tiene
que ser justificada en razones, con lo cual
ingresan aquí los procedimientos que
conforman la argumentación. Las directivas
interpretativas no solo cumplen una función
heurística, sino también justificatoria, por lo
cual estas mismas reglas sirven para
establecer procedimientos justificatorios.
Como las interpretaciones están
influenciadas por las ideologías de la
interpretación, la justificación que se ofrezca
no alcanzará nunca un grado de verdad
indiscutible.
La justificación de la decisión interpretativa
se hace siempre en función de algunos
argumentos, nos dice. Esta justificación por
razones tiene, sin embargo, un límite, y es el
dado por su propia naturaleza, cual es la
de servir de medio de aplicación del Derecho.
La aplicación del Derecho opera en un medio
institucional, por lo cual más allá de las
razones tales o cuales, la autoridad judicial
superior puede adoptar decisiones ex
auctoritate, es decir, porque tiene la
autoridad para hacerlo. Son decisiones de
última instancia, tomadas por quien está
dotado de la potestad para hacerlas.
Por lo anterior, para este autor es
preferible hablar de interpretaciones
justificadas, pero no verdaderas, pues así las
razones que se ofrecen pueden ser
examinadas en su objetividad y apreciadas en
su propio mérito. Con esto las posiciones de
este autor y las hermenéuticas se aproximan,
pues en ambos la pluralidad de
interpretaciones posibles está ahí, pero hay
que justificarlas y es el examen de estas
justificaciones el que arrojará la aceptación
de unas por sobre otras. Queda abierto,
empero, el tema de la verdad, no de su
corrección formal.

Hablar de justificación mediante

argumentos lleva inevitablemente
a plantearse el tema de la verdad o, al menos,
el de la corrección de los argumentos. Y es lo
que hace Wróblewski, y dice:

"... para considerar a la decisión

interpretativa como verificada por sus
argumentos es necesario que: a) haya una
relación de inferencia entre argumentos
justificados y decisión interpretativa
conforme alguna lógica aceptada; b) la
'verdad de la decisión' adquiere significado
en el sentido de la verdad lógica, pero no
como la verdad clásica de adequatio rei et
intellectus; c) esta verdad expresa, por
tanto, los eslabones de la inferencia, pero
no la verdad de las premisas, y es sinónimo
sólo de una racionalidad interna de la
decisión interpretativa que puede
cuestionarse por alguna crítica externa de
estas premisas; d) existen, por tanto,
muchas decisiones interpretativas
'verdaderas', incluso contradictorias..."
(Constitución, pp. 88-89).
10. CONSIDERACIONES FINALES
Podemos resumir el resultado de esta
indagación en el siguiente esquema:
0 -------------------- 0 -------------------- 0
Autor obra intérprete
texto
Los autores modernos, desde Bacon hasta
el siglo XIX, se mueven en torno a la
certidumbre que puede ofrecer el
conocimiento de las leyes a través de las
palabras en que se expresan. Esto significa
que el intérprete tiene que penetrar en una
intención y pensamiento, la mens, a través de
las palabras, las cuales ofrecen dificultades de
comprensión inherentes a ellas mismas.
Como no es posible instaurar un sistema de
verificación, a la manera de las ciencias
naturales, hay que admitir supuestos, esto es,
que la mens efectiva y real es la que se puede
establecer a partir de la obra o texto,
mediante los procedimientos de búsqueda de
sentido y comprobación que estos autores
exploraron ampliamente. Se trata de un
modelo de búsqueda y justificación, pero
focalizado en la mens efectiva, por lo cual
este modelo se ubica en el lado de la relación
autor/obra del esquema indicado arriba. El
problema que plantea es el del objeto de la
interpretación. Suárez, plenamente
consciente del problema, apunta a una
marcha gradual y creciente en certidumbre a
medida que se abren los diferentes aspectos
que hay que considerar en una
interpretación. Lo primero será, en el orden
de ejecución, las palabras, pero esto no les
confiere primacía ontológica, no trata de
defender la interpretación literal, sino el
comienzo de toda la actividad interpretativa,
y después para establecer esa mens podrá
acudirse, además de los contextos, a la ratio
legis, que no forma parte propiamente del
objeto interpretativo, pero incide, en cambio,
en el objeto de la voluntad (el fin); también
puede presuponerse el fin de justicia.
Con Suárez, en suma, se muestra el objeto
como uno que va surgiendo sucesivamente,
partiendo por las palabras y añadiendo
posteriormente la consideración de
la mens (pensamiento y voluntad) en relación
con el fin (ratio legis), contextos y
circunstancias históricas. Hay que anotar e
insistir en que en Suárez la antigua dualidad
letra/espíritu no está entendida como
oposición entre dos dominios, sino como
complementación, por lo mismo la letra será
el comienzo y lo otro será la culminación.
Los autores modernos son recogidos
parcialmente por los autores de la Escuela de
la Exégesis, que se mantiene en los términos
del modelo de búsqueda y justificación
centrado en la voluntad y pensamiento del
legislador histórico. Esta situación es
controvertida por la hermenéutica, que desde
sus inicios con Savigny, pero especialmente
con Dilthey, apunta a una instancia que
quiere ser objetiva, como el Volksgeist del
primero y el espíritu objetivo del segundo. Ya
no se trata de comprender el pensamiento y
voluntad del legislador histórico, sino de la
expresión de esa instancia objetiva a través
del legislador. Con Betti, primero, y
especialmente con Ricoeur y Gadamer
asistimos a un paulatino abandono de la
relación autor/obra, para centrarnos en la
relación obra/intérprete. El tema de la verdad
puede tener una respuesta en términos de
aproximación asintótica, como lo he
planteado en trabajos anteriores. La
superioridad de las posiciones hermenéuticas
radica en que asumen el tema del
conocimiento, y desde allí exploran los
diferentes aspectos del proceso de la
interpretación.
El problema de la teoría de la
interpretación operativa de Wróblewski
estriba en la adopción de la atribución de
significados, con lo que asume una posición
lingüística, que no puede controlar el tema de
la verdad y, por lo mismo, queda abierta la
puerta para una retorización de la aplicación
del Derecho o para decisiones de autoridad.
Con todo, su elaboración entrega aportes y
clarificaciones importantes en la teoría de la
interpretación.

En el estudio segundo que sigue a

continuación, haré una aplicación de las ideas
desarrolladas a lo largo de este estudio al
examen de sentencias de nuestros Tribunales
Superiores.
1. PRESUPUESTOS METODOLÓGICOS
En este estudio voy a considerar
especialmente dos principios como
presupuestos metodológicos. El primero dice
relación con el principio de la adecuación del
método a la naturaleza del objeto. En el
primer estudio se ha visto que la
interpretación no se reduce solo a investigar
significados de palabras y enunciados
lingüísticos, sino que se extiende a la
indagación de otros aspectos que son
también determinantes en el establecimiento
del sentido. En una concepción
hermenéutica, como es la que se ha
presentado en páginas anteriores, el objeto
de la interpretación jurídica es un objeto
cultural, que posee más aspectos que su sola
expresión en palabras.
nos lleva a que la actividad argumentativa se
presenta primero en la exploración de un
significado y después en la justificación de la
misma. Por eso la explicación y la
argumentación en que consiste no tienen que
separarse del proceso de formación de la
comprensión. Se comprende más y mejor en
función de mayores y mejores explicaciones.
Es posible, ciertamente, examinar las técnicas
argumentativas aisladamente, como un
objeto separado, pero no debe olvidarse que
la argumentación cobra vida en su función de
búsqueda y justificación de un sentido.

No se trata de las condiciones de

posibilidad del conocimiento en las disciplinas
humanísticas, lo que lleva a plantearse el
tema del espíritu objetivo de Dilthey o la
teoría de las ideas de Platón o el horizonte de
lingüisticidad de Habermas, entre otras
propuestas. Dejo de lado estos complejos
problemas, para llevar el presente estudio por
las cuestiones metodológicas que se
presentan en el proceso interpretativo.

El segundo principio es el siguiente: las vías

metodológicas que se emplean para la
búsqueda y establecimiento de un sentido
son al mismo tiempo las que permiten
justificarlo.

Este principio no impide que la justificación

de una interpretación dada pueda tener lugar
por distintas formas argumentativas de
aquellas que sirvieron para establecerla. En la
teoría operativa de Wróblewski se reconocen
a las directivas interpretativas funciones
heurísticas y justificatorias, lo que hay que
poner en paralelo con el planteamiento de
Ricoeur de que la comprensión y la
explicación se enlazan, que hemos aceptado
en estos estudios sobre interpretación. Esto
2. LA DUALIDAD LETRA Y ESPÍRITU (LITTERA ET
SPIRITUS)
Esta dualidad es una que cruza el tema de
la interpretación y ha estado presente de
múltiples formas, desde que el ser humano se
ha preguntado acerca de cómo entender
textos. Lo que me mueve a considerarla es
mostrar cómo esta dualidad se encuentra y se
superpone a la otra dualidad, que heredamos
de los tiempos modernos, especialmente de
la filosofía de Descartes, la dualidad
claro/oscuro. La consideración de ambas
dualidades permite esclarecer muchos
problemas relativos a la metodología de la
interpretación.
En el estudio de la dualidad el pensamiento
de San Agustín marca un hito. Su examen se
enmarca dentro de los límites que señala la
frase bíblica, de la Segunda Epístola a los
Corintios de San Pablo, que dice: "... la letra
mata, pero el espíritu vivifica" (littera occidit,
spiritus autem vivificat) (Corintios, II, 3:6). El
tema de la literalidad, como dimensión de la
significación, preocupó a San Agustín en el
transcurso de toda su vida, lo que se advierte
en sus primeras obras, como en De Genesi
contra Manicheos (aproximadamente 388-
389), que critica la interpretación literal dada
al Antiguo Testamento por los maniqueos, o
en De Genesi ad litteram, obra de 393, que
quedó incompleta, donde vuelve al tema de
la interpretación literal y a las limitaciones
que posee como instrumento explicativo de
los textos de la Biblia, por lo cual añade a esa
interpretación la interpretación secundum
historiam, la secundum allegoriam y
la secundum actiologiam. Después que en
las Confesiones, en 400, agrega tres libros
sobre el Génesis en sentido alegórico, hacia
401 emprende por cuarta vez la explicación
del Génesis, obra que termina en 41522.
En estas obras está ya tácita la necesidad de
resolver la dualidad letra y espíritu en una
nueva dualidad: la de razón y fe. En dos obras
de este período, además de las señaladas, se
contienen afirmaciones que nos interesan. Se
trata de De Spiritu et Littera, más temprana,
contra las herejías de Pelagio, y de De
Doctrina Christiana, ambas interesan pues
ofrecen los rudimentos de una teoría de la
significación23.
En De Spiritu et Littera intenta San Agustín
una reflexión sobre las relaciones entre la
letra y el espíritu, relacionándola con razón y
fe. Parte anotando que el precepto por el cual
se nos ordena vivir honesta y justamente es
letra (littera) que mata si no la acompaña el
espíritu (spiritus) que vivifica. A su vez, el
enunciado mismo de que la letra mata y solo
el espíritu vivifica, si no quiere quedar
atrapado en su propia aplicación, no debe
entenderse literalmente, esto es, en su
significado propio e inmediato, que es
absurdo, sino que es necesario penetrar en la
significación oculta que contiene,
"alimentando el hombre interior con la
inteligencia espiritual" (capítulo IV, 6).
Pero hace falta una elaboración de la
significación, lo que en forma muy simple
emprende San Agustín en De Doctrina
Christiana, cuyos primeros tres libros fueron
escritos como preparatorios a la lectura de las
Escrituras (el último libro fue escrito más de
veinte años después). Estas bases
elementales pueden resumirse como sigue,
ciñéndonos a los textos: toda doctrina, esto
es, toda elaboración teórica recae ya sobre
cosas (res), ya sobre signos (signa). Pero las
cosas se conocen por medio de signos.
Entonces, llámanse cosas las que no se
emplean para significar otras cosas, como una
vara, una piedra, lo cual no impide, en otra
relación, que una cosa sea al mismo tiempo
signo de otra, como la vara que introdujo
Moisés en las aguas amargas para hacer
desaparecer la amargura. Las palabras, verba,
son las cosas que solo se usan como signos.
Signo es, entonces, una cosa (res) que se
emplea para significar otra cosa, pues si no
fuese cosa, no sería nada. Esta es la ontología
fundamental de la palabra y el lenguaje.
Pertenece al mundo de los entes, tiene un ser
propio, una fisonomía propia (specie), que es
la que se nos presenta a los sentidos, y cuya
virtud o potencia es la de hacernos suscitar el
pensamiento de otra cosa distinta por la cual
está el signo. La cosa es, entonces, conocida
por medio del signo. De lo cual se sigue que
en materia de signos hay que atender no a
qué cosa es, sino a lo que significan (quod
significant, De Doctrina Christiana, libro II,
cap. I, 1). Los signos son, unos naturales, otros
instituidos o convencionales. Los
convencionales son los que mutuamente se
dan los seres humanos para expresar, en
cuanto es posible, las afecciones del alma,
esto es, sensaciones y pensamientos.
La frase littera occidit, spiritus autem
vivificat posee un doble significado uno
literal, que es un significado inmediato, y otro
figurado u oculto. El propio San Agustín nos
dice:
"En fin, es una miserable servidumbre del
alma tomar los signos por las cosas
mismas, y no poder elevar por encima de
los entes corpóreos el ojo de la mente para
percibir la ley eterna" (De Doctrina
Christiana,libro III, cap. V, 9).
Es esclavo de los signos, como en la
Caverna platónica, el que venera algo
significante, ignorante de qué significa. En
cambio, quien venera un signo, entendiendo
lo que significa, es libre. Esto ocurrió con los
patriarcas y los profetas.
La forma como opera el paso del sentido
propio e inmediato al figurado está
condensado en la siguiente regla: todo lo que
no puede referirse en sentido propio a la
bondad de las costumbres o a las verdades de
la fe tiene sentido figurado. En consecuencia,
todo texto nos tiene que remitir en último
término a ese sentido figurado u oculto, que
es el mundo de la fe. Tomar el signo por la
cosa misma es cancelar todo paso hacia ese
mundo, negando toda significación última
como los prisioneros de la Caverna platónica,
quienes se encuentran atados, en realidad, a
lo que el signo manifiesta como ente sensible
de modo inmediato. Es el mundo de la
inmediatez.
En esta doctrina de la significación, las
reglas de interpretación son como
auténticas llaves (clavis), que abren los
secretos del texto sagrado y, en general, de
cualquier texto. (Es lo que sostenía el
donatista Ticonio, cuya obra fue conocida
bajo el título Las Siete Reglas, en que se
pretendía ofrecer un repertorio de reglas de
interpretación de la Biblia y que San Agustín
advertía tomar con reservas).
De toda esta exposición interesa rescatar la
paulatina identificación de letra/espíritu con
la distinción platónica sensible/inteligible.
Esto quiere decir lo siguiente. Las palabras,
como signos sensibles, son la ocasión para el
conocimiento de lo verdadero, de la misma
manera que las sensaciones en Platón son la
ocasión para el conocimiento de lo inteligible
o idea, de la cual lo sensible no es más que
imitación o copia.
Desde el punto de vista del conocimiento,
el lenguaje aparece como un ente sígnico con
la propiedad de suscitarnos aquello que
significa, sin que entre uno y otro se cumpla
una relación de imitación o semejanza. Es,
entonces, convencional o instituido. Pero el
signo está al servicio del conocimiento, pues
es solo significante y no constitutivo de los
objetos del conocimiento. Otro tanto ocurre
con el ser de las cosas. En una ontología
estricta, el lenguaje como ya lo apuntó Platón,
no refleja el ser mismo de las cosas, es un
indicador de ellas, un nombre que se les
aplica, y no ofrece garantías ciertas de
expresarlo. Por eso, puede decir San Agustín,
con Platón y Aristóteles, que el lenguaje
expresa los estados del alma, los
pensamientos del que piensa en alguna cosa.
La relación de las palabras con las cosas está
sometida a las mismas subordinaciones y
condiciones que señaló la filosofía griega.
Pero la función de la palabra es abrir un
camino hacia las cosas mismas, la verdad y el
ser.
La reflexión de San Agustín resulta ser
paradigmática, pues muestra cómo se forman
y fundamentan las dos grandes posiciones
que son recurrentes en materia
interpretativa. Una que asume los
significados literales, otra que busca el
significado profundo, para lo cual ve la
anterior solo como una vía de acceso.
Mientras los primeros ven el objeto de la
interpretación en las palabras mismas, los
segundos ven un objeto distinto, en el cual las
palabras son una dimensión, pero no todo el
objeto.
La dualidad letra y espíritu no hay que
entenderla, entonces, como si se tratara de
una oposición entre dos dominios
autónomos, mutuamente excluyentes e
irreductibles. El uno abre el camino al otro y
son, entonces, funcionalmente
complementarios. El mundo de la
significación se desdobla en dos planos, uno
de los significados literales, y otro de los
significados profundos, que llamaremos
sentido, en donde el primero sirve de camino
o vía para el segundo.
la aplicación del Derecho, en que las palabras
literalmente significan una cosa, pero hay
razones para pensar en un significado distinto
de la ley o acto jurídico. Las verba poseen un
significado inmediato, que hoy consideramos
el significado lexical o también tenor literal.
Son signos significantes, como plantea la
lingüística contemporánea, que no hace sino
recoger la gran tradición que se remonta a los
pensadores griegos. Pero hay un significado
distinto, que hemos considerado el sentido y
que depende de otros elementos, como
hemos visto, especialmente en los autores
hermenéuticos. Resta por saber si en los
juristas romanos clásicos la dimensión literal
está puesta en función del sentido, al cual se
llega frecuentemente por medio de la ratio
legis, como aparece defendido por San
Agustín, y del cual se hace eco la
hermenéutica contemporánea. Esta cuestión
estaría indirectamente respondida cuando se
le da la primacía a la sentencia o mens por
sobre los significados literales, como lo hace
este autor.

Es interesante comparar el resultado de las

reflexiones de San Agustín con los resultados
del extenso y completo estudio que ha
realizado Alejandro Guzmán sobre la
interpretación en el Derecho Romano. En su
obra Historia de la interpretación de las
normas en el Derecho Romano24muestra
cómo la dualidad letra y espíritu se presenta
en los juristas romanos, quienes distinguieron
entre verba, las palabras, y sentencia, y
después mens, significado. Lo notable es que
las verba son significantes, es decir, poseen
significado propio e inmediato,
y sentencia o mens es otra clase de
significado que también concurre, por lo cual
se produce el problema tan característico de
3. LA DUALIDAD CLARO Y OSCURO Y SU RECEPCIÓN
POR EL MUNDO JURÍDICO NACIONAL
La dualidad claro y oscuro es la otra
dualidad importante que se presenta en el
pensamiento jurídico moderno y verdadera que no la hubiese conocido
contemporáneo y se cruza con la anterior
letra y espíritu. El uso que ha hecho de ella el
mundo jurídico es relevante para el tema de
la interpretación.
La doctrina de la claridad fue planteada por
Descartes, y con ella se busca garantizar la
búsqueda del conocimiento cierto y
verdadero. Hemos visto en los autores
modernos, desde Bacon en adelante, la
preocupación por el conocimiento cierto. En
materia de interpretación significa que el
intérprete conoce con certeza, fuera de toda
duda, el significado auténtico que tiene la ley
y que es el que su autor, el legislador, instaló
en ella. El vocabulario que se fue gestando en
el mundo jurídico, y que proviene de
Descartes, Leibniz y Locke, es el que hemos
visto en el curso del primer estudio y que
tiene como eje el conocimiento cierto. La
certeza indica una adhesión graduable. Si es
máxima, de tal suerte que impide o cancela la
duda, se convierte en evidencia, y si es una
adhesión menor, entonces se llama
simple creencia u opinión, como la que
combatía Sócrates en los Diálogos socráticos
de Platón. Esta opinión contiene
elementos confusos, en que se puede
concebir el objeto del concepto, pero de
manera vaga, imprecisa, no distintamente.
La oscuridad, a pesar de constituir un grado
inferior de certeza, por debajo de la
confusión, los juristas tendieron a situarla
como opuesta a la claridad y equivalente a la
imposibilidad de distinguir el objeto, o
simplemente ininteligible. La claridad es la
forma en que se piensa el contenido del
concepto y se pueden distinguir con nitidez
sus partes. Leibniz propuso que la claridad
fuese gradual, de manera que hay conceptos
más claros y otros menos claros o confusos25.
La verdad como evidencia la introduce
Descartes en el primer precepto del método,
en los siguientes términos:
"... no recibir jamás ninguna cosa como
evidentemente como tal; es decir, evitar
cuidadosamente la precipitación y la
prevención; y no comprender en mis juicios
nada más que lo que se presentase a mi
espíritu tan claramente y distintamente
que no hubiese ninguna ocasión de ponerlo
en duda" (Discours de la Méthode, p. 157).
La duda es lo que se opone a la evidencia.
Los efectos de la duda se reflejan en los
grados dudosos del conocimiento que se
tenga. Como la evidencia, consiste en un
estado de conciencia en que hay factores que
obstan a una adhesión a un conocimiento
cierto. En la evidencia se da la aprehensión de
un contenido de un concepto, sin dudas, y se
adhiere a él de manera firme.
Muchos juristas acogen la claridad, pero la
aplican incorrectamente a las leyes mismas o
a las palabras, cuando es una propiedad de los
conceptos significados por aquellas. En los
antecedentes de la formación de nuestro
Código Civil, como el Código de la Luisiana o
las opiniones de juristas franceses de la
época, se encuentra con frecuencia la
expresión "ley clara", por la cual tenemos que
entender que son los significados de los
enunciados legales los que se califican de
claros u oscuros. La claridad se piensa como
un miembro opuesto al otro miembro de la
dualidad, la oscuridad. Constituye una
oposición, de manera análoga a la otra
dualidad letra y espíritu. Pero hemos
señalado la interpretación agustiniana, en
que esa oposición deja paso a una función de
complementariedad, de la misma manera en
Leibniz y en cierto modo también en Locke la
oposición claro/oscuro deja paso a una
gradualidad.
 Los primeros comentaristas del Código Civil
chileno adoptan ambas dualidades, pero la
conciben como oposiciones.
a) La interpretación de las leyes,
según los primeros comentaristas del Código
Civil chileno
1. Enrique Cood y José Clemente Fabres
El estudio sobre la interpretación de la ley
está contenido en sus Explicaciones de Código
Civil,26de 1882. Comienza con una breve
introducción al párrafo 4º, donde se contiene
la reglamentación de la interpretación.
Lo que estos autores entienden de la
reglamentación es la forma de estructurar
una metodología; por eso, las reglas están
"encaminadas al descubrimiento de la verdad
en la inteligencia de las leyes". Al fijar como
finalidad de la interpretación "el
descubrimiento de la verdad" del
entendimiento de las leyes, se define una
posición teórica sobre la interpretación. La
tarea del intérprete es descubrir, es decir,
encontrar algo que está ya dado. La verdad no
puede ser sino el pensamiento y voluntad del
legislador histórico. Esta idea se corrobora
con lo que sostienen en relación con el
artículo 19 del Código. La posición que
adoptan se sitúa en la relación autor/texto, de
manera que el intérprete es un sujeto pasivo
que solo capta un significado, que se inscribe
en su propia mente. Las reglas como método
deben garantizar la captación verdadera, sin
la menor duda, como en la doctrina de la
claridad cartesiana.
La segunda observación de estos autores
dice relación con la caracterización de la
reglamentación de la interpretación. La
cultura jurídica entrega una gran cantidad de
reglas, aforismos y axiomas que, como están
cada uno orientados a finalidades metódicas
diferentes, suelen entrar en contradicción
unos con otros. Piénsese, por ejemplo, en
reglas que se orientan a la literalidad y otras,
en cambio, hacia la finalidad. Son
mutuamente excluyentes en general.
Estos autores piensan que el Código se
limitó a establecer breves principios
generales, con lo cual evita caer en una
multiplicidad enorme de reglas para
situaciones distintas, y busca más bien
entregar al juez una norma segura que le sirva
para "guiarse en el vasto campo de los
aforismos y axiomas". Estos aforismos y
axiomas no son excluidos, sino que se deja a
la discreción del juez elegir aquellos que sean
más conformes con las reglas del propio
Código Civil.
Finalmente, se agrega la idea de que la
reglamentación de la interpretación prohíbe
ciertas reglas que podrían poner en manos del
juez un poder arbitrario y amplio. Esto último
es característico del pensamiento del siglo XIX
del juez vinculado a la ley, con la tarea de
aplicarla tal cual está.
El comentario del artículo 19 del Código
Civil lo dividen en dos partes, cada una
dedicada respectivamente a cada inciso. El
primer inciso, que recoge un enunciado
conocido en la cultura francesa, dice:
"Cuando el sentido de la ley es claro, no se
desatenderá su tenor literal, a pretexto de
consultar su espíritu". Los elementos que
pone en relación son sentido claro, tenor
literal y espíritu, lo que implica recoger las dos
dualidades que hemos reseñado antes, la
dualidad letra y espíritu y la dualidad claro y
oscuro.
Los autores escriben el siguiente
comentario a este inciso:
"El primer inciso de este artículo prescribe
la interpretación literal, mosaica o judaica:
cuando la lei es clara, sería absurdo
atribuirle una significación oculta, pues si
ésta hubiera constituido el propósito del
Lejislador, lo habría manifestado"
(Explicaciones de Código Civil, p. 107).
 Para estos autores la clase de
interpretación, en este caso la
interpretación literal, puede prescribirse. No
se hacen cargo de las reservas formuladas
anteriormente: en qué medida puede
efectivamente imponerse una clase de
interpretación frente a la espontaneidad de la
formación del conocimiento, y en seguida,
cómo se puede formular una interpretación
de enunciados que son, a su vez, enunciados
sobre interpretación. Estas interpretaciones
no pueden ser validadas.
De otra parte, la calificación de mosaica o
judaica corresponde a los términos que se
empleaban por los juristas franceses en el
siglo XIX para caracterizar la interpretación
que se hace ponderando la literalidad por
sobre consideraciones relativas al espíritu. Se
le añade la actitud denominada servil frente a
la letra, que puede llegar al extremo de
sacrificar el espíritu. Aquí la dualidad
letra/espíritu está tomada como la oposición
de los dos miembros.
La letra son las palabras, tomadas en sus
significados propios e inmediatos, los cuales
se ponen después en relación con el "uso
corriente de las palabras". En un argumento a
contrario se dice que si el legislador hubiese
querido tomar una palabra en su significado
oculto o indirecto, lo habría dicho, y como no
lo dice, entonces el significado es el propio e
inmediato. Son las dos clases de significados
que reconocía la tradición en ese momento.
La claridad está dada, entonces, por estos
significados propios e inmediatos. Desde otro
ángulo, el llamado "tenor literal" se
hace equivalente con estos significados
propios e inmediatos, que no suscitan
ninguna duda. Con lo cual se forma la
ecuación "tenor literal" y "sentido claro" del
inciso primero del artículo 19. La dualidad
claro/oscuro, entendida como oposición
entre sus términos, es recogida, de manera
que ese inciso primero recoge la claridad; en
tanto el inciso segundo, la situación de
oscuridad. Y como se hace la ecuación entre
claridad y tenor literal, resultan superpuestas
ambas dualidades, en términos que "letra
clara" reúne los primeros miembros de las dos
dualidades.
Esta manera de adoptar las dos dualidades
y superponerlas ha gravitado fuertemente en
la comprensión y estudio de la interpretación
en nuestro país, como tendremos ocasión de
mostrarlo en páginas siguientes. El
antecedente teórico de esta posición hay que
buscarlo en el pensamiento de los autores de
la llamada Escuela de la Exégesis. Pero antes
de profundizar en esto, es conveniente
examinar otras partes del comentario de
Cood y Fabres.
Desde que Aristóteles puso el problema de
la relación de la generalidad de las leyes con
la singularidad de los casos particulares, se ha
venido incesantemente adoptando diferentes
formas de enfrentarlo. Aristóteles planteó,
como tuvimos ocasión de señalarlo, que se
trata de relacionar dos órdenes distintos, lo
general y singular particularizado, lo que
genera por lo general la dificultad de insertar
adecuadamente el segundo en el primero.
Por eso se habla de que las leyes prescriben
en general, pero los casos son
particularizados y no siempre se ajustan
exactamente a lo dicho en general. Esta
dificultad puede entenderse en sentido
amplio como relativa a la referencia y
extensión de los conceptos o a la equivocidad
de los significados conceptuales o
simplemente a la omisión o falta de previsión.
Ya hemos visto en el estudio anterior el
cuidado que ponen los autores en las
soluciones, ya por vía de interpretación
extensiva o restrictiva, ya por analogía, ya por
integración desde principios. Veamos lo que
dicen estos autores nacionales.
Escriben:
"Sin embargo, como al legislar se tiene solo
en vista la generalidad de los casos, es de
todo punto inevitable que la disposición de
 la lei resulte inequitativa o absurda en
ciertos casos excepcionales. En esos casos,
el Derecho Natural, el Internacional, el
Canónico, y las mismas leyes de Partidas
prescriben que la interpretación se funde
mas en la intención que en las palabras. Sin
desconocer que esto sea lo más filosófico,
nuestro Código establece sin embargo lo
contrario, esto es, que siendo clara la lei, el
magistrado la aplique en todo caso sin
interpretación alguna, de suerte que en
este sistema la verdadera justicia de una
sentencia consistirá siempre en su perfecta
conformidad con la lei escrita. Los casos en
que, en virtud de esta regla, sea
naturalmente dañosa la aplicación de los
preceptos legales, serán mui pocos, porque
las leyes, para cuya formación han sido
aprovechados los conocimientos i la
experiencia adquiridos por la humanidad
en el curso de los siglos, alcanzan ya un alto
grado de perfección, i cuidan de introducir
las excepciones o salvedades que reclama
el interés de la justicia i de la equidad, i si
en algún caso, la lei es manifiestamente
inicua, puede solicitarse su modificación o
derogación por el Poder Lejislativo que se
reúne con frecuencia entre nosotros, en
tanto que si se adoptara la regla opuesta,
nos expondríamos a perder en la práctica el
beneficio de las buenas leyes por su
interpretación abusiva i arbitraria"
(Explicaciones, p. 108).
Este comentario toca varios temas que se
conectan, proporcionando un planteamiento
general característico de los autores
ilustrados. Se enfrentan dos sistemas
opuestos. De una parte, el sistema que
arranca de las posiciones aristotélicas de
buscar la justicia del caso concreto, la "cosa
justa" en la decisión de cada caso, y de otra,
el sistema que ve la justicia en la obediencia
al sistema legal instituido, que lo podemos
situar en sus comienzos con Hobbes en
su Leviathan. La adopción de las dualidades
letra/espíritu y claro/oscuro, entendidas
como oposiciones, y superpuestas, determina
que el problema de la relación de lo general a
lo particular se enfrenta y resuelve con la
primacía de la "letra clara", y que los casos en
que puede producirse una injusticia o daño
son "muy pocos", pues las leyes son el fruto
de un legislador en el cual se deposita y
decanta la sabiduría de la humanidad (el
argumento del legislador racional) y el
conocimiento práctico, por lo que se han
considerado la excepciones y salvedades.
Queda, por último, el recurso de solicitar al
legislador la modificación o derogación. Pero
la justicia es la conformidad de la sentencia
con la ley. Mientras el sistema del Derecho
Natural, Internacional, Canónico y las Partidas
autorizan el recurso al "espíritu" o
"intención", estos autores toman el otro
miembro, la literalidad y la hacen primar,
radicando la justicia así en la conformidad con
el sistema legal imperante.
Se advierte ahora el contraste del sistema
de interpretación presentado por estos
autores con la interpretación concebida
hermenéuticamente. Para esos autores la
adopción de las dualidades en la forma vista
determina una visión dicotómica. En cambio,
desde una perspectiva hermenéutica, la "letra
clara" no es el opuesto del otro miembro, sino
que cumple una función de conducción y guía
hacia el otro, y por eso lo complementa.
Mientras para los autores nacionales el objeto
de la interpretación es un objeto lingüístico,
que forma un dominio autónomo lingüístico o
gramatical, para una visión hermenéutica,
conforme lo hemos venido viendo, el objeto
no se reduce solo a la parte lingüística, pues
esta se concibe como camino de la otra, por
lo cual la dualidad letra y espíritu no forma
una dicotomía entre dos términos opuestos,
sino complementarios, y por eso más allá de
los significados lexicales, propios e
inmediatos de las palabras hay
un sentido, que es el que en el fondo importa
establecer. Esto conduce a una gradualidad
de aproximación al sentido y también de
gradualidad de certezas.
 La interpretación operativa de Wróblewski
se aproxima a la de los autores nacionales en
cuanto ambos conciben como objeto de la
interpretación un objeto lingüístico. Difieren,
eso sí, en la "atribución de significados" y el
rol de la duda. Los autores nacionales piensan
en una interpretación verdadera. Ellos parten
de la "verdad en la inteligencia o
entendimiento de las leyes" y adoptan la
doctrina cartesiana de la claridad. En
Wróblewski la claridad es un concepto
pragmático o funcional, en cambio en estos
autores nacionales es el paso a la intuición
cierta y evidente, que se conecta con el
principio de la suficiencia de la sola letra.
El comentario al inciso segundo del artículo
19, el otro miembro de la dualidad
claro/oscuro, es el siguiente:
"Según lo decían las Partidas, la oscuridad
de la lei existe en dos casos: 1º cuando no
puede entenderse absolutamente, i 2º
cuando se presta a dos o más
interpretaciones, lo que se conoce con el
nombre genérico de ambigüedad. Es mui
difícil, casi imposible, que el primer caso
llegue a presentarse, dado el gran número
de personas que intervienen en la
formación i aprobación de las leyes; el
segundo, por el contrario, se presenta con
mucha frecuencia. La oscuridad de ambas
clases puede provenir, ya de vicio en la
redacción de la lei, ya de modismos de
lenguaje, de que no está exento el
Lejislador, i que varían con las épocas"
(Explicaciones, p. 108).
La oscuridad la refieren estos autores al
caso de la imposibilidad de entender, es decir,
el carácter ininteligible, y también a la
ambigüedad, que es una manera de significar
la imprecisión en el uso de los lenguajes. Los
lenguajes corrientes, en que piensan estos
autores, son imprecisos o vagos
naturalmente. Se puede incluso decir que la
precisión es un ideal difícil de alcanzar. En
Lógica Formal se distingue entre
la univocidad, la equivocidad y
la analogía, como formas de ambigüedad. En
el primer caso se trata de términos que tienen
solo un significado; en el segundo se trata de
términos que tienen varios significados, lo
que es muy frecuente, por ejemplo, pie,
puede ser el pie de una persona, el pie de una
montaña, el pie de una lámpara, etc., y en los
términos análogos, aunque se trata de
términos que poseen significados distintos,
poseen una cierta similitud. También se
distinguen ambigüedades estructurales o
sintácticas, que dependen de la construcción
de una oración, como "el temor de los
enemigos", que puede ser entendida como el
temor que alguien tiene a los enemigos o el
temor que los enemigos tienen.
En el caso de oscuridad, se puede recurrir a
su intención o espíritu, como lo dice el inciso
segundo:
"Pero bien se puede, para interpretar un
expresión oscura de la ley, recurrir a su
intención o espíritu, claramente
manifestados en ella misma, o en la historia
fidedigna de su establecimiento".
Las expresiones "intención" y "espíritu"
corresponden a la antigua mens. La cuestión
es saber si esta mens coincide con el
significado propio o inmediato de las palabras
que se emplean en un enunciado legal. En
situaciones de oscuridad de las expresiones
legales, los significados mismos se
encuentran en entredicho, por lo que el
intérprete no puede apoyarse en ellos. Tiene
que apoyarse en esa "intención" o "espíritu"
en cuanto se encuentren "claramente
manifestados" en la ley misma. ¿Cómo es eso
posible, si el modo normal de manifestar la
voluntad y el pensamiento es a través de las
palabras, y son precisamente ellas en sus
significados las que se encuentran en duda?
Habrá que abrir una indagación subjetiva,
fuera del ámbito de las palabras dudosas,
pero eso nos hace regresar al largo debate y
propuesta de los autores modernos. Nunca
será posible confiar plenamente en formas en
que conste sin dudas una intención del
legislador histórico. Por eso, los autores
modernos optaron por acudir al supuesto de
que lo que el intérprete entiende de las
palabras eso coincide con la intención y
pensamiento del legislador, lo que se
aproxima a la idea de que es la intención y
pensamiento de la ley misma.
Ya hemos visto que la teoría de la
interpretación que adoptan estos autores, y
también los nacionales, es la de buscar la
manera de articular la voluntad del legislador
histórico con las formas expresivas que
quedan puestas en los enunciados legales. La
doctrina de la claridad ofrece la solución para
el caso de "leyes claras". Pero tratándose de
"leyes oscuras", es necesario acudir a estas
otras dimensiones, que son la intención o
espíritu "claramente manifestados" en la ley
misma y en la historia fidedigna de su
establecimiento. Los clásicos buscaban en los
procedimientos argumentativos la
objetividad suficiente para el sentido que se
establecía por este medio, y para ello era
importante la ratio legis, la cual
podía encontrarse expresada en los
preámbulos de las leyes o en otros
documentos. Como dice Suárez, la ratio legis,
aunque no forma parte estricta de la ley,
incide en el objeto de la voluntad, y por eso
su consideración es necesaria. Aquí, con
"claramente manifestados" lo que se sugiere
es que se acuda a alguna forma de
aprehensión evidente fuera de toda duda. La
doctrina de la claridad le estaría indicando el
camino.
Una forma de buscar el significado, que
está muy de acuerdo con lo que plantea
Dilthey, es indagar en la obra en general del
autor. Es una manera de entender la
contextualidad, no referida a la obra misma,
sino en la relación de la obra con el autor y su
vida creativa. Esto llevó a Dilthey a convertir
la biografía en un valioso instrumento de
estudio de la historia. Es una de las
características de la hermenéutica romántica
de que hablan Ricoeur y Gadamer. En muchos
estudios del Código Civil chileno se emplea
esta metodología histórica, en donde la
dimensión biográfica está fuertemente
presente. Es lo que ocurre en este caso
tratándose de la interpretación de los
enunciados que el Código contiene sobre la
interpretación de la ley. Alejandro Guzmán
Brito, en su Las reglas del "Código Civil" de
Chile sobre interpretación de las
27
leyes , acoge la recopilación que ha hecho
Miguel Luis Amunátegui Reyes de las
múltiples notas que dejó escritas Andrés Bello
como material antecedente del Código Civil.
En la Introducción al tomo XIII de las Obras
completas de Andrés Bello, que contiene el
llamado Proyecto Inédito, inserta Amunátegui
Reyes un texto de Bello, que recoge Guzmán
Brito, y que dice lo siguiente:
"Las palabras de una ley han de
interpretarse de manera que se conformen
a la razón que ha determinado la voluntad
del legislador; pero es preciso saberlo de
cierto y no atribuirle intenciones
imaginarias para hacer violencia al sentido.
La interpretación podrá ser en estos casos
unas veces extensiva y otras restrictiva. /Si,
por ejemplo, la ley ordenase que no
puedan enajenarse los bienes raíces del
pupilo sin autorización de la justicia,
debería extenderse esta prohibición a la
hipoteca, porque la hipoteca equivale a una
enajenación condicional./ En las leyes
penales, se adopta siempre la
interpretación restrictiva: si falta la razón
de la ley, no se aplica la pena, aunque el
caso esté comprendido en la letra de la
disposición./ Donde la ley no distingue, dice
una máxima vulgar, no debe distinguir el
hombre. Entendida como suena, se hallaría
muchas veces en conflicto con la que
permite restringir el sentido literal de la ley,
cuando así lo requiere la intención del
legislador, suficientemente conocida. Su
legítima aplicación es a los casos en que,
para limitar la extensión de la ley, no hay
 alguna razón poderosa deducida de los
motivos manifiestos que han obrado en el
ánimo del legislador"28.
Lo anterior le permite a Guzmán Brito
relacionar la "razón de la ley" con la ratio
scripta y la ratio tacita, que son formas de la
razón suficiente que tiene que tener la ley29.
Recordemos aquí que en el pensamiento de
Suárez, que examinamos en el primer
estudio, uno de los significados de la ratio
legis cae por el lado de la finalidad; el Derecho
es el instrumento para la realización de ese
fin. Pero también hay fines que es preciso dar
por supuestos, la ratio iuridica de la ley, que
concierne a los fines de bondad y justicia.
La nota de Bello de lo que habla es de la
extensión o restricción de la interpretación
por imprecisión del lenguaje, en cuyo caso
hay que acudir a la ratio legis, siempre que
conste con certeza. Puede verse aquí
reflejado todo el trasfondo de las
preocupaciones de los modernos. La teoría
interpretativa se mueve en torno a la relación
de legislador/expresiones de la ley y, por lo
mismo, el problema es cómo determinar con
certidumbre la intención o espíritu, es decir,
la voluntad y pensamiento del legislador
histórico, que, como sabemos, es un hecho
incierto. Aquí puede apreciarse cuán fuerte es
la influencia de la dualidad letra/espíritu,
entendida como una constituida por dos
miembros autónomos y mutuamente
excluyentes, que pueden entrar en conflicto
y, por lo mismo, hay que adoptar un criterio
de solución, que estaría dado por la ratio
legis. En los ejemplos proporcionados se
advierte, por ejemplo, en el caso de
extensión, que los significados literales
plantean la duda de si cubre o no la expresión
"enajenación de bienes raíces" la constitución
de una hipoteca, a lo que se responde
afirmativamente, acudiendo a la ratio o
finalidad de la disposición, que es proteger el
patrimonio del pupilo, y en el caso penal,
aunque la conducta externamente pueda ser
calificada de delito, si falta la adecuación a
la ratio o fin, no puede aplicarse la pena.
Estos textos de Bello solo pueden ilustrar
con más detalle un sistema interpretativo que
se ha construido sobre las dos dualidades,
superpuestas una a la otra, en la forma ya
señalada. Cood y Fabres no hacen sino ser
partícipes del mismo sistema.
Para terminar con el comentario de estos
dos autores nacionales, hay que señalar que
para ellos el recurso a la ratio les parece muy
adecuado, pues piensan que el legislador
busca mantener en las leyes un conjunto
unitario y armónico. Por otra parte, como no
siempre en las leyes es posible detectar o
encontrar "manifiesto" en ella misma
la ratio, bien se puede acudir a los debates y
antecedentes legislativos que preceden a la
aprobación de las leyes por los cuerpos
legislativos, que son "una buena fuente de
consulta", como lo califican.
Si aplicamos nuestro propio modelo de
análisis a la doctrina de Cood y Fabres, esto
es, si consideramos las tres dimensiones que
forman en su conjunto la interpretación,
objeto, método y justificación, podemos
anotar que en cuanto al objeto, la
interpretación recae inicialmente sobre un
objeto lingüístico, que son los enunciados y
las palabras con que el legislador expresa su
voluntad y pensamiento. Como los autores
asumen como supuestos teóricos la doble
dualidad letra/espíritu y claro/oscuro,
decimos inicialmente que el objeto lo
constituyen las palabras. Esto quiere decir
que, por operación de la dicotomía
claridad/oscuridad, las "palabras claras"
expresan sin la menor duda, con evidencia, el
pensamiento y voluntad del legislador y son,
entonces, suficientes. Esta parte del objeto,
constituido de "palabras claras", se conecta
con la metodología testimonial del propio
intérprete. Este, al aprehender un contenido
claro y evidente, sin la menor duda, como dice
Descartes, se constituye el mismo en
testimonio de su propio estado de conciencia.
Y es la constatación evidente del estado de
conciencia la que sirve, a su vez, como
justificación. Como estos autores hablan el
lenguaje de la "interpretación verdadera" hay
que decir que este estado de conciencia es
también al mismo tiempo la verificación.
Por efecto de la dicotomía claro/oscuro, la
parte oscura pone en acción otra
metodología. Además de la situación de
ininteligibilidad, hay que considerar dentro de
la oscuridad las distintas formas de
imprecisión (polisemia, equivocidad,
vaguedad). Para satisfacer el principio de la
adecuación del método al objeto, hay que
tomar en cuenta diferentes vías o
estrategias, como la relativa a las palabras
mismas en diferentes conexiones, o fuera del
ámbito de las palabras, la relacionada con las
relaciones sistemáticas (el principio del todo y
la parte) o la ratio legis o consideraciones
históricas o de antecedentes de la discusión
en el curso de la formación de la ley.
El objeto se divide en las dos partes que
resultan de la aplicación de la dualidad
claro/oscuro. Si se compara con la idea de
objeto de la interpretación en la doctrina de
Wróblewski, habría que advertir que para
este autor la claridad es un concepto
pragmático, relativo a las situaciones
concretas de comunicación, por lo cual no le
es aplicable esa dicotomía en esos términos
en que lo hacen los autores nacionales, que
siguen en gran medida las aguas de los
partidarios de la Escuela de la Exégesis. Para
la interpretación operativa el objeto es uno
lingüístico, en cambio en lo que plantean
Cood y Fabres interpretando el artículo 19 del
Código Civil, en el objeto se proyecta la
dicotomía claro/oscuro, y esto trae la
consecuencia de que se incorporan y se
relacionan al objeto las dimensiones del
contexto, la ratio legis y consideraciones
sobre la historia. En la interpretación
operativa de Wróblewski, el debate sobre el
significado atribuible a una expresión
lingüística es la manifestación del carácter
dudoso, lo que marca el comienzo
propiamente de la interpretación. El uso de
las directivas de interpretación busca
establecer un significado para atribuirlo
justificadamente a la expresión lingüística
dudosa o imprecisa.
De otra parte, al compararse esta manera
de ver el efecto de la dicotomía claro/oscuro
con los planteamientos de autores
hermenéuticos, como Betti, entre otros,
resulta un contraste apreciable, pues la
claridad y la oscuridad pueden ser pensadas
como el resultado de una interpretación, pero
nunca como puntos de partida. Pues si la
claridad y la oscuridad, como cualidades de
los conceptos, se anteponen a la actividad
interpretativa, ¿cómo se puede establecer,
sin interpretar, si los conceptos son claros u
oscuros? Esta perplejidad acompaña a la
elaboración que hacen estos autores
nacionales. Los conceptos no se encuentran
etiquetados como claros u oscuros, de suerte
que una simple inspección externa permita
reconocerlos como pertenecientes a una de
las dos formas. Es preciso estudiarlos y
relacionarlos con diferentes partes y otros
conceptos para establecer, finalmente, que
son claros u oscuros.
Cuando se presenta la dificultad
interpretativa, que en la perspectiva de Cood
y Fabres cubre los casos de ininteligibilidad e
imprecisión, surge la necesidad de recurrir a
métodos adecuados para resolver esas
dificultades. Como hemos tenido ocasión de
examinarlo, las estrategias metódicas son
variadas y se relacionan con diferentes
aspectos.
Un primer grupo de consideraciones
metodológicas dice relación con las palabras
en que se expresan las leyes. Los artículos 20
y 21 del Código Civil contienen indicaciones
sobre los significados de las palabras.
El artículo 20 dice:
 "Las palabras de la ley se entenderán en su
sentido natural y obvio, según el uso
general de las mismas palabras; pero
cuando el legislador las haya definido
expresamente para ciertas materias, se les
dará en éstas su significado legal".
La interpretación que dan los autores a
estos enunciados es como sigue:
"El uso es árbitro en materia de lenguaje, i
el gran número de vocablos
llamados chilenismos atestigua que aun las
personas ilustradas han adoptado entre
nosotros, muchos términos no castizos... Si
una palabra tiene un sentido en el lenguaje
vulgar i corriente, i otro en el culto o
técnico, será preferido el primero para la
interpretación como el más natural i obvio.
Pero, cuando el Lejislador define una
palabra, pasa ésta a ser técnica de Derecho,
i no puede atribuírsele sino su sentido
legal" (Explicaciones, p. 110).
De aquí surgen las respectivas y conocidas
reglas de interpretación. Pero muchas
cuestiones que se plantean en torno a la
significación de las palabras no son
consideradas por estos autores. Aparece
destacado el carácter convencional del
lenguaje, doctrina que acogerá el positivismo
y después autores de la corriente analítica del
pensamiento. Los significados se establecen
mediante reglas o convenciones de
significación, que se atribuyen a las palabras.
La antigua teoría de los significados propios e
inmediatos, así como los significados
etimológicos, tiende a desaparecer. El campo
de los significados metafóricos, indirectos u
ocultos y los significados analógicos,
constituye un interesante campo de
indagación, que poca aplicación tiene en
Derecho.
El artículo 21 contiene otra regla de
significado de palabras técnicas:
"Las palabras técnicas de toda ciencia o
arte, se tomarán en el sentido que les den
los que profesan la misma ciencia o arte; a
menos que aparezca claramente que se
han tomado en sentido diverso".
El tema del cambio de los significados de los
términos técnicos no aparece recogido, aun
cuando bien podría entenderse que esos
cambios de significado en el curso del tiempo
se encuentran recogidos en esta regla. Es
importante reconocerlo así, pues se relaciona
con el tema de la interpretación evolutiva.
Es importante recordar que las estrategias
que conciernen a la dimensión lingüística de
las expresiones permiten llegar a resultados
ciertos, que pueden justificarse en las mismas
reglas adoptadas.
Dejando de lado la dimensión puramente
semántica, el Código Civil considera a
continuación el tema de los contextos. El
artículo 22 dice:
"El contexto de la ley servirá para ilustrar el
sentido de cada una de sus partes, de
manera que haya entre todas ellas la
debida correspondencia y armonía".
"Los pasajes oscuros de una ley pueden ser
ilustrados por medio de otras leyes,
particularmente si versan sobre el mismo
asunto".
La metodología para la parte oscura está
gobernada por el principio del todo y la parte,
conocido en la antigüedad y que ha
acompañado a las elaboraciones sobre la
interpretación a lo largo de toda su historia.
Betti convirtió este principio en un canon de
la interpretación. Cood y Fabres le asignan
gran importancia y comentan este artículo 22
en los siguientes términos:
"Así se conoce el espíritu del Lejislador,
porque no es de presumir que haya
incurrido en contradicción, diciendo en la
 disposición clara cosa opuesta a la que
quiso decir en la disposición oscura. El
principio que establece este artículo se
funda en que debe haber unidad en la lei,
puesto que el pensamiento del Lejislador
es uno, i es claro que dentro de su plan o
sistema general, debe haber encerrado i
distribuido con lójica i consecuencia todas
sus prescripciones. Existirá, pues, entre
todos los preceptos de la lei estrechísimo
enlace, i de aquí la necesidad de estudiar el
Derecho en sus principios fundamentales i
en su conjunto armónico" (Explicaciones, p.
112).
El sistema que los autores conciben es uno
cuyas partes se engarzan unas con otras,
formando un conjunto armónico y, sobre
todo, consistente, esto es, exento de
contradicciones. El carácter unitario del
sistema le viene dado por los principios del
Derecho. Estos principios no son los principios
generales del Derecho, sino principios que
cumplen la función de conferir unidad y
sistematicidad al conjunto de reglas jurídicas.
El carácter sistemático determina que el
significado de un enunciado se relacione con
el significado de otro, de manera que entre
todos construyen un todo armónico. Cada
parte, entonces, se entiende a partir del
conjunto, y este a partir de cada parte. Esta
interdependencia de los significados permite
entender cómo el objeto de la interpretación
no es solo un objeto lingüístico, y por eso se
señalaba más atrás que inicialmente, en lo
referente a la "parte clara", el objeto tiene ese
carácter, pero al dirigirnos a la "parte oscura"
se hacen visibles las relaciones de unas partes
con otras, por lo que el sistema en su
conjunto se encuentra presente en cada
parte. La unidad de significados refleja así la
interna cohesión y consistencia del sistema,
por lo cual el objeto de interpretación se
integra con estas relaciones sistemáticas, y el
significado que finalmente se establezca se
apoyará en este conjunto de relaciones
sistemáticas.
Otra dimensión que aborda el Código Civil
es la relativa a la extensión de los términos o
de la interpretación. El tema de la extensión,
como lo vieron Savigny y otros autores,
concierne a cómo los términos que emplea la
ley se refieren a algo determinado. Aquí lo
que hay que establecer es si hay razones para
tomar un término en toda su extensión o solo
en una parte de ella, y cuáles son esas
razones. Muchos casos de imprecisión de
conceptos significados plantean este
problema de la extensión. En la cita que
hicimos más atrás de un texto del propio
Andrés Bello se planteaba un problema de
extensión: si se exige la autorización judicial
para la enajenación de bienes raíces del
pupilo, se pregunta si se extiende esa
exigencia para la constitución de una
hipoteca, lo que obliga a examinar si esta
última está comprendida en la primera, lo que
es un tema de determinación del rango de
extensión de la expresión "enajenación de
bienes raíces del pupilo".
El artículo 23 del Código Civil, que se ocupa
del tema de la extensión, dice:
"Lo favorable u odioso de una disposición
no se tomará en cuenta para ampliar o
restringir su interpretación. La extensión
que deba darse a toda ley, se determinará
por su genuino sentido y según las reglas de
interpretación precedentes".
La primera oración alude a lo favorable u
odioso como criterios para extender o
restringir la extensión. La apreciación de lo
uno o lo otro queda en manos del juez. Fiel a
la tendencia que se expresa en el juez
vinculado, restringiendo o eliminando las
atribuciones de apreciación de la judicatura,
se busca eliminar esta posibilidad,
estableciendo que lo favorable u odioso no se
debe tomar en cuenta para ampliar o
restringir la extensión de la interpretación.
Esto no impide que en otras situaciones se
proceda a extender o restringir. La segunda
oración del artículo no merece a los autores
un comentario, no obstante que plantea una
interesante relación entre genuino sentido o
sentido verdadero y extensión.
Los autores Cood y Fabres comentan este
artículo de la siguiente manera:
"Sin embargo, no es posible desconocer
que la regla que este artículo ha abolido se
funda en principios de moral absoluta, en
una propensión instintiva e irresistible de
nuestra naturaleza racional, i que, por esta
razón, aun cuando tal vez sea conveniente
para prevenir abusos i arbitrariedades, que
la lei la haya suprimido, sobre todo en lo
que respecta a la interpretación extensiva,
que era la más peligrosa, ello no impedirá
que sigamos observando el mismo
procedimiento de interpretación, aunque
no nos sea permitido reconocerlo o
alegarlo en el terreno del Derecho positivo"
(Explicaciones, p. 113).
En la práctica es posible observar que hasta
el día de hoy se hace aplicación del odia
restringi et favores convenit ampliari en las
situaciones más diversas.
Cierra el Código Civil el tratamiento de la
reglamentación de la interpretación con la
incorporación del "espíritu general de la
legislación" y de la "equidad natural" en la
aplicación del Derecho. Dice el artículo 24 lo
siguiente:
"En los casos a que no pudieren aplicarse
las reglas de interpretación precedentes, se
interpretarán los pasajes oscuros o
contradictorios del modo que más
conforme parezca al espíritu general de la
legislación y a la equidad natural".
Con respecto a la contradicción o
antinomias, los autores son partidarios de
que no debe buscarse conciliación alguna
entre las disposiciones contradictorias, sino
que debe sacrificarse una de ellas por la que
parezca más conforme al espíritu general de
la legislación y a la equidad natural.
La expresión "espíritu general de la
legislación", que emplea el artículo 24, recibe
el siguiente comentario:
"El espíritu general de la legislación no
puede ser conocido sino después de
estudiarla toda, o al menos, aquellas partes
que tengan relación con la materia de que
se trate; a veces es muy difícil percibirlo, y
entonces naturalmente son débiles los
argumentos que en él se funden.
Constituyen, por ejemplo, espíritu general
de la legislación el que la mujer casada
deba estar bajo la potestad de su marido,
dar amplias garantías a los intereses de los
menores, facilitar la división de la
propiedad y la circulación de los capitales,
evitar que los terceros sean perjudicados
por actos que no hayan conocido ni debido
conocer, ejecutados por otras personas,
etc." (Explicaciones, p. 114).
Para estos autores el espíritu general
corresponde a una cierta clase de conceptos
e incluso principios que desempeñan una
función categorial, como las categorías de la
Lógica predicamental: agrupan una
diversidad bajo una matriz conceptual. Así,
por ejemplo, el concepto de la potestad del
marido, como categoría, organiza el conjunto
de las reglas que determinan la situación de la
mujer en el matrimonio, entre otras; el
concepto de propiedad cumple la función
categorial de reunir la diversidad de
disposiciones en términos que facilite la
división y la circulación de ella, y así
sucesivamente. Estas categorías se pueden
pensar como fines, no como los fines últimos
del Derecho, sino como fines más o menos
próximos de una ley o de una parte de la
legislación. Alejandro Guzmán explica esta
noción en este último sentido, que no se
opone al otro categorial que he adoptado30.
Se pueden pensar también estas categorías
como principios del Derecho, que se
encuentran no formulados, por consiguiente,
implícitos o subyacentes en el sistema.
Estos autores, que han recibido influencia
positivista, conciben el Derecho como un
sistema integrado de reglas formuladas y
principios implícitos, lo que es importante
tener en cuenta, sobre todo en el tema de la
aplicación del Derecho. Estos principios se
constituyen en criterios metodológicos y
también de justificación.
Con respecto a la equidad natural, que la
separan del espíritu general de la legislación,
dicen lo siguiente:
"La equidad natural es la base de todas las
legislaciones, verdad reconocida por la
inmensa mayoría, si no por la totalidad de
los autores y jurisconsultos. Y el Derecho
Natural no solo es fuente, sino
complemento de la legislación, porque en
los casos no previstos o no resueltos
claramente por la ley positiva, la solución
dependerá muchas veces de la justa
aplicación de la ley natural. Adviértase,
pues, que al hablar este artículo de
la equidad natural, no se ha referido a la
virtud que templa o suaviza el rigor de la
ley, pues si esta existe, el juez es obligado a
aplicarla, sino a la virtud que, inspirándose
en los principios de justicia natural y eterna,
suple el silencio de la ley escrita, y
complementa, por decirlo así, la obra del
Legislador" (Explicaciones, p. 114).
Se completa así la idea de aplicación del
Derecho que los autores
tienen. Primeramente, si hay ley aplicable, se
procede con esta en los términos del artículo
19. En los casos no resueltos con claridad o
simplemente no previstos, se acude a la
equidad natural. Para los autores la equidad
natural es la virtud que, inspirándose en los
principios de justicia natural y eterna, suple el
silencio de la ley escrita. Las lagunas tienen
solución, que es la integración mediante los
principios de justicia natural. Estos principios
no son los mismos principios implícitos, que
forman parte del sistema jurídico, sino
principios extrasistemáticos, que pertenecen
a la ley natural. Esta integración por estos
principios tiene el carácter de
complementación. A pesar de ser positivistas,
estos autores ven en el Derecho Natural un
complemento del Derecho positivo, que se
hace presente en caso de lagunas.
La interpretación que hacen estos autores
de la reglamentación de la interpretación nos
entrega un modelo que va a tener una
enorme gravitación en las prácticas
interpretativas de los tribunales y de los
abogados litigantes, como lo veremos más
adelante. A un fuerte literalismo inicial se lo
suaviza con una exploración de significados
que abre la aplicación de los principios del
Derecho, y en caso de lagunas la integración
por principios extrasistemáticos que aporta la
equidad natural. La equidad natural se la
piensa como una virtud que sirve de vía de
acceso a principios de la ley natural.
Alejandro Guzmán, en la obra citada, ha
hecho un extenso estudio de la equidad, sus
diferentes formas, cómo ha sido recogida por
los autores modernos, y plantea finalmente la
equidad como camino a los principios de
Derecho Romano. Tiene mucha razón en todo
lo que dice, si pensamos que la equidad,
desde que fue formulada por Aristóteles en
la Ética Nicomaquea, no le adscribió un
contenido determinado, único y constante,
como las otras formas de justicia, la
distributiva y la correctiva, entre otras, sino
que la concibió en relación con el problema
de la concreción del principio o regla moral en
la situación determinada. Esto es lo que aflora
en la utilización de la equidad en ciertas y
determinadas situaciones.
2. Paulino Alfonso
El pensamiento de Alfonso sobre la
interpretación de las leyes está contenido en
el artículo "De la Interpretación de la Ley", de
1892, que es una continuación del modelo
expuesto por Cood y Fabres31.
Comienza con la siguiente definición de
interpretación:
"Llámase interpretación de las leyes la
determinación del verdadero sentido de
ellas, especialmente cuando su sentido es
oscuro o se presta a dudas" (De la
Interpretación, p. 9).
Al igual que en Enrique Cood y José
Clemente Fabres, la interpretación se define
por el resultado: obtener el verdadero
sentido de la ley interpretada.
Esto nos lleva al tema del objeto de la
interpretación, en el cual se da el encuentro y
superposición de las dos dualidades
señaladas anteriormente: la dualidad
claro/oscuro y la dualidad letra/espíritu,
entendidas como oposiciones. Por eso, al
comentar el inciso primero del artículo 19,
escribe:
"Si el legislador, a quien debe suponerse
suficientemente versado en la materia
sobre la cual hace recaer sus disposiciones,
y en el lenguaje con que las expresa, dice
algo con claridad, será porque quiere que,
así como lo dice, se entienda y se practique;
pues si otro hubiera sido su ánimo, no
habría dicho lo que dijo, sino una cosa
diversa. Dejar, pues, de entender sus
disposiciones en el sentido claro que ellas
ofrecen, bajo cualquier pretexto, aunque
sea en razón de las consecuencias absurdas
o perjudiciales a que ello dé lugar, aunque
sea so capa de consultar su intención o
espíritu, es desobedecer abiertamente su
voluntad soberana, es sublevarse contra la
autoridad de la ley, es convertirse de
intérprete en legislador" (De la
Interpretación, p. 11).
Las mismas observaciones vertidas sobre
los comentarios de Cood y Fabres pueden
reiterarse aquí, con un añadido: la falta de
legitimidad del intérprete judicial para acudir
a la intención o espíritu si la "ley es clara" es
convertirse de intérprete en legislador. Estas
reservas de Alfonso las encontramos también
en autores de la Escuela de la Exégesis
francesa, como en François Laurent. Lo que
está en juego es una cierta idea de seguridad
jurídica, la que se afectaría seriamente si se
permitiesen facultades interpretativas a los
jueces. Y aun cuando pudieren ocurrir casos
de aplicación injustos, este inconveniente es,
para este autor, menos grave que reconocer
facultades amplias de interpretación en
manos de la judicatura.
Es interesante el contraste que este autor
señala en la comparación de la interpretación
de la ley y la interpretación de actos y
contratos. Recuerda que el inciso segundo del
artículo 1069 del Código Civil indica que "para
conocer la voluntad del testador se estará
más a la substancia de las disposiciones que a
las palabras de que se haya servido", y a su
vez, el artículo 1560 del mismo Código señala
que "conocida claramente la intención de los
contratantes, debe estarse a ella más que a lo
literal de las palabras". En la interpretación de
los actos testamentarios y de los contratos
tendría primacía la intención sobre las
palabras, a diferencia de la interpretación de
las leyes, en que tiene primacía la "letra
clara". Este contraste es posible por efecto de
la adopción de la dicotomía letra/espíritu. De
esta suerte, la interpretación estaría
escindida en dos grupos, según se trate de
leyes o de actos y contratos. La explicación de
esta situación la da en los siguientes
términos:
"Como las leyes se hacen con el mayor
esmero posible por personas de ordinario
profundamente versadas en las respectivas
materias, y hábiles en el manejo de la
lengua de que se sirven, es lógico, respecto
de ellas, suponer que dicen siempre lo que
quieren decir".
 Y agrega:
"Mas, como los actos testamentarios y
contratos suelen ser otorgados de prisa, y
por personas incompetentes, que se cuidan
poco de proveer a la excelencia de la forma
gramatical y literaria en la expresión de su
pensamiento, habría sido absurdo y
ocasionado a torcer con frecuencia, y a
sabiendas, la verdadera voluntad de los
testadores y contratantes, el hacer de ellos
una suposición análoga" (De la
Interpretación, p. 13).
Con respecto al inciso segundo del artículo
19, en lo referente a la historia fidedigna de la
ley, señala que forman parte de esta historia
los proyectos de las leyes y códigos, las actas
de las comisiones revisoras, las discusiones en
las cámaras y también las publicaciones de
comentarios y proyectos en El Araucano.
Sobre el valor de esta información, observa
lo siguiente:
"Mas, por satisfactorio y decisivo que sea el
arbitrio de interpretación derivado de la
historia fidedigna del establecimiento de la
ley, es preciso no olvidar que él constituye
sólo un arbitrio subsidiario, del cual no es
lícito echar mano cuando el caso de que se
trata está resuelto claramente por la ley,
aún cuando esta resolución sea absurda y
parezca contrariar abiertamente la
intención o espíritu del legislador,
manifestados en la ley misma, o en la
historia fidedigna de su establecimiento"
(De la Interpretación, p. 16).
Con respecto a los artículos 20 y 21 del
Código Civil, el autor expresa lo siguiente:
"Para conocer el sentido natural y obvio de
las palabras, según el uso general de las
mismas, conviene echar mano de un
diccionario de la lengua; y parece natural
preferir el de la Real Academia Española, a
la cual, por tácito y casi general
asentimiento de todos los países en que se
habla castellano, se reconoce el supremo
derecho de legislar, con fuerza moral
obligatoria, en materias de lenguaje.
Prescindiendo de la exposición de las
demás razones en que este asentimiento se
apoya, cabe observar que las resoluciones
de la Real Academia tiene, cuando menos,
el prestigio que les da la sabiduría de este
alto cuerpo, en el que figuran muchas de las
personas que más han descollado en el
conocimiento y manejo de nuestra lengua"
(De la Interpretación, p. 18).
A diferencia de Cood y Fabres, que se
inclinan por el uso y convenciones, Alfonso se
inclina por la autoridad del Diccionario de la
Lengua Española, que tratándose de
significados lexicales de palabras permite
construir argumentos de autoridad. Con esto
se inicia una práctica, que se mantiene en el
tiempo, cual es la de acudir frecuentemente a
las definiciones del Diccionario para
establecer un significado.
Y así, cuando inicia el comentario del
artículo 22, dice que la palabra "contexto"
significa en sentido propio "orden de
composición o tejido de ciertas obras", y en
sentido figurado "serie del discurso, tejido de
la narración, hilo de la historia", todo ello
según el Diccionario de la Lengua Española.
El tema de la contextualidad, esto es, del
principio del todo y la parte, lo recoge en el
siguiente párrafo:
"Como las varias partes de una ley se
entrelazan y relacionan entre sí, de
la misma manera que las mallas de una
trama, o los hilos de un tejido, y como de
aquí resulta naturalmente que la
significación y alcance de las unas se
subordina con frecuencia a la significación
y alcance de las otras, impónese la
necesidad de estudiarlas todas para
penetrarse del verdadero pensamiento del
 legislador, y darse cuenta cabal del
contexto de su doctrina" (De la
Interpretación, p. 21).
Como este autor sigue el mismo modelo
que Cood y Fabres, en la "parte oscura" del
objeto se busca encontrar un significado, el
cual ya no puede derivarse de la misma
expresión del enunciado problemático, sino
que hay que abrirse a relaciones
contextuales, y así, los significados de una
parte se relacionan y dependen de los
significados de otras partes. Una vez
examinadas todas estas relaciones podrá
surgir el "verdadero pensamiento".
Puede compararse con el manejo de la
contextualidad que hacen autores como Eco,
Ricoeur y Wróblewski, para los cuales es uno
de los métodos más eficaces para establecer
un sentido y justificarlo objetivamente.
El artículo 23 del Código, sobre lo favorable
y odioso, da ocasión para hacer un alcance
sobre la interpretación extensiva y la
analogía. El tema es que si bien la
interpretación extensiva se proscribe, según
el criterio de lo favorable/odioso, nada
impide que pueda razonarse por analogía. La
situación es la siguiente: si se trata de un caso,
que podría quedar incluido en una solución
jurídica mediante una interpretación
extensiva de un enunciado legal, como se
proscribe la extensión, entonces se acude a la
construcción de un argumento analógico,
considerando el caso como no previsto o
lacunoso, y así se le da solución jurídica.
Para este autor, el argumento a contrario
sensu se contrapone al de analogía y tiene
lugar en esa característica construcción
dicotómica, en que en un lado afirma lo que
el otro niega, y viceversa. Esto quiere decir
que el caso, que desde el ángulo de la
analogía aparece como no regulado o no
previsto, desde el ángulo del argumento a
contrario se muestra que lo no previsto o
regulado implícitamente está negado: si el
legislador lo quiere, lo dice, si no lo dice, no lo
quiere. Pero, como Alfonso reconoce, este
argumento debe emplearse con suma
cautela, pues "del hecho de haberse
establecido una regla legal respecto de uno o
más casos determinados, no es lícito deducir
que el legislador tuviera el ánimo de que se
aplicara una regla contraria respecto del caso
o casos omitidos" (De la Interpretación, p. 23).
Finalmente, llegamos al artículo 24, con
respecto al cual Alfonso profundiza los
planteamientos de Cood y Fabres.
Primeramente, declara lo siguiente:
"Sólo se refiere el legislador en este artículo
a los pasajes oscuros o contradictorios.
Cabe, empero, aplicar por analogía su
precepto a los casos no previstos por la ley;
lo que está de acuerdo con la obligación
que pesa sobre los jueces de fallar los
negocios que se sometan a su
conocimiento, aun en defecto de leyes que
resuelvan los casos controvertidos, so pena
de constituirse culpados del delito de
denegación de justicia" (De la
Interpretación, p. 24).
Alfonso ha visto con agudeza que en la
aplicación del Derecho hay que adoptar una
posición frente a la posibilidad de que los
casos no se encuentren previstos. Es decir,
cuando nos movemos dentro del ámbito de
aplicación de una ley, podrán surgir
problemas de imprecisión, que habrá que
resolverlos dentro de ese ámbito de
aplicación, pero a veces el caso resulta no
previsto, fuera de alguna regulación, y
entonces, por aplicación del principio de la no
excusabilidad, los jueces tienen la obligación
de ofrecer una respuesta. En general, el caso
no previsto puede solucionarse por medio de
una analogía, o bien por una integración. En
la analogía permanecemos dentro del
Derecho positivo, en la integración salimos de
él. Esta fue la contribución de Cood y Fabres
que Alfonso ahora acepta.
 Al igual que Cood y Fabres, ofrece similares
ejemplos para ilustrar la expresión espíritu
general de la legislación, esto es, el que la
mujer esté sometida al marido en su persona
y bienes, el garantir los intereses del pupilo,
facilitar la división y circulación de la
propiedad, que la propiedad no permanezca
en dominio incierto por más de 30 años, etc.
Ya hemos examinado el punto, y esas
observaciones tienen vigencia aquí.
Agrega Alfonso que este espíritu general
puede detectarse en algunas piezas de la
historia fidedigna, por ejemplo, preámbulos o
mensajes, actas, debates, etc.
Con respecto a la equidad, acude a la obra
de Escriche, el famoso Diccionario Razonado
de Legislación y Jurisprudencia, de 1874-
187632. La cita de Escriche es la siguiente:
"La palabra equidad, dice Escriche, tiene
dos acepciones en Jurisprudencia, pues ora
significa la moderación del rigor de las
leyes, atendiendo más a la intención del
legislador que a la letra de ellas, ora se
toma como aquel punto de rectitud del juez
que, a falta de ley escrita o
consuetudinaria, consulta en sus
decisiones las máximas del buen sentido y
de la razón, o sea, de la ley natural" (De la
Interpretación, p. 25).
La primera parte de la cita dice relación con
la dualidad letra/espíritu y concierne a un
problema de interpretación; en cambio, la
segunda parte tiene que ver con un caso de
laguna o no previsión y que tiene que
integrarse mediante principios, que ya no se
derivan del propio Derecho positivo, sino que
consisten en esas máximas del "buen
sentido", en suma, de la ley natural. El "buen
sentido" es un concepto moral de los
pensadores modernos, especialmente de la
filosofía moral inglesa, y alude a ciertos
principios o reglas morales que se captan en
un acto de intuición pura, como evidentes por
sí mismos. En la Filosofía del
Entendimiento de Bello se recoge esta
doctrina.
Por aplicación del artículo 19, inciso
primero, sostiene Alfonso, no cabe admitir
esa idea de moderación del rigor de las leyes;
en cambio, sí tiene cabida la segunda
acepción, que conduce a la admisión de la ley
natural, como lo habían señalado Cood y
Fabres. Dice a este respecto Alfonso:
"Principios hay en esta ley de obvia,
universal y eterna evidencia, como el que
prescribe, por ejemplo, no quitar a nadie lo
que le pertenece.
Empero, como hay también principios y
reglas que sólo parecen derivarse directa o
indirectamente de aquéllos, no siempre
será tan fácil, como a primera vista pudiera
parecer, el averiguar cuál de las dos
contrarias soluciones es la más conforme
con la justicia natural" (De la
Interpretación, p. 25).
Concluye así el tratamiento del tema de la
interpretación de las leyes.
En suma, estos autores, Cood, Fabres y
Alfonso, primeros comentaristas de la
reglamentación de la interpretación de la ley,
entregan un modelo que se caracteriza
porque se adoptan las dos dualidades,
letra/espíritu y claro/oscuro, de manera que
el objeto de interpretación inicialmente es
uno lingüístico ("la parte clara"), y por
operación de la claridad, acogiendo la
doctrina de Descartes, el intérprete capta el
pensamiento y voluntad del legislador, en un
acto de intuición pura, sin la menor duda, y se
llega como resultado a la interpretación
verdadera. Existiendo dudas, por tanto,
oscuridad (la "parte oscura"), se abre una
actividad exploratoria de un significado, por
diferentes vías, entre las cuales el Código solo
reglamenta la contextualidad, la ratio legis y
la historia fidedigna del establecimiento de la
ley. Se llega, como resultado, a la
interpretación verdadera. La actividad
exploratoria se refleja en el empleo de
diferentes recursos metódicos, que se
materializan en estructuras argumentativas.
La justificación de las interpretaciones es
como sigue: tratándose de la "parte clara", la
justificación es el testimonio del intérprete
respecto de su propio estado de conciencia
evidente, y no se puede objetivar; en cambio,
cuando se trata de la "parte oscura", la
actividad exploratoria se objetiva en las
técnicas argumentativas, y en ellas mismas
encuentra su justificación.
La interpretación verdadera es la que
corresponde al pensamiento y voluntad
efectivos del autor de la ley. El modelo se abre
a la consideración de las lagunas (lagunas
normativas, en la actual denominación). En
ella no hay una voluntad y pensamiento
efectivos que establecer. Por eso, Alfonso
sostiene que habría que suponer la voluntad
y pensamiento que el legislador adoptaría
como más conforme con el espíritu general de
la legislación y equidad natural.
Estos autores establecieron un doble nivel
de principios a los cuales acudir en caso de
dificultades que no pueden solucionarse con
las estrategias normales de exploración de
sentidos. Un primer nivel lo representa el
espíritu general de la legislación, que
corresponde a conceptos y principios que
operan en función categorial y también como
fines generales. Estos principios se derivan
por inducción del sistema jurídico y permiten
construir analogías.
Un segundo nivel de principios está
representado por los principios
extrasistemáticos, a los que se llega vía
equidad natural. Con esto, dichos autores, si
bien positivistas, ven aquí un recurso a
principios de Derecho Natural, que queda
como complementario del derecho positivo.
Esto implica que la judicatura adopta un rol
más activo por efecto del principio de
inexcusabilidad.
3. Algunas afirmaciones básicas de la Escuela
de la Exégesis
Voy a considerar muy brevemente algunas
afirmaciones características de autores
franceses pertenecientes a la Escuela de la
Exégesis, según la presentación crítica que de
este importante movimiento hace François
Gény en su Méthode d'Interpretation et
Sources en Droit Privé Positif, de 191933.
Hacia la segunda mitad del siglo XIX se hace
presente una nueva generación de juristas,
formados en el Código. Esto trae consigo una
redefinición de la función del intérprete,
especialmente del juez. Esta la encuentra
Gény expuesta en una Memoria de la
Academia de Ciencias Morales y Políticas, de
1841, presentada por Blondeau, decano de la
Facultad de Derecho de París, sobre La
Autoridad de la ley, con el subtítulo de Fuente
de la cual deben emanar todas las decisiones
jurídicas. Aquí defiende Blondeau que la única
fuente de las decisiones jurídicas tiene que
ser la ley, la cual adecuadamente
interpretada ofrece la solución a cualquier
caso o asunto que pueda presentarse. Si el
juez enfrenta una ley imprecisa o
contradictoria, puede abstenerse de resolver
y rechazará la demanda.
Esto marca el ambiente de la cultura
jurídica que considera la ley positiva como la
única fuente, dejando de lado los
precedentes, las costumbres, los principios o
la equidad, como había sido en cambio la
actitud de Portalis en su Discurso Preliminar
al Código Civil francés34. Se señala a François
Laurent como el mejor exponente de la nueva
metodología que se impone en la cultura
jurídica35.
La interpretación persigue, según Laurent,
"reconstruir el pensamiento del legislador, de
decir lo que quiere en tal caso". Pero no se
trata de la concepción que examinamos de
Savigny, sino de llevar adelante la idea
contenida en el artículo 2º
del Code: interpreter une loi c'est saisir le sens
dans son application à un cas particulier. Este
sentido es el pensamiento y voluntad del
autor empírico o histórico y corresponde a la
ya conocida mens de los clásicos. El
problema, como ya lo vimos, es cómo conocer
ese pensamiento y voluntad. A esto señala
Laurent:
"Ella se encuentra escrita en un texto, es
pues, ante todo, preciso estudiar
este texto, meditarlo; es este texto lo que
nos revela la intención del legislador, pues
es su expresión. Pero el texto sólo no basta,
es una fórmula abstracta que es necesario
vivificar, poniéndolo en relación con el
desarrollo sucesivo del Derecho, la historia
nos revela el sentido y el alcance de las
instituciones jurídicas. Después, puede
asistirse, en los gobiernos representativos,
a la formación de la ley: no es que el
legislador la cree; no hace sino formular las
reglas que le suministran la tradición y la
conciencia. Tal es lo que procede para
llegar a conocer el sentido de la ley en su
aplicación a un caso particular. No hay sino
una interpretación, si se distinguen dos (la
gramatical y la lógica) no es sino para
indicar los caminos por los cuales se puede
descubrir la verdadera significación de las
leyes" (Principes de droit civil, 272, p. 342,
citado por Vallet de
Goytisolo, Metodología, p. 779).
Es el clásico problema del conocimiento de
un pensamiento y voluntad efectivos, dado
que se asume como supuesto cognoscitivo
que las palabras y bajo pretexto de que no ha querido decir lo
enunciados expresan efectivamente lo que el
legislador quiso decir. Pero esto no pasa de
ser un supuesto. Este planteamiento entra, en
consecuencia, en el círculo de la concepción
clásica de la interpretación, que mira la
relación entre autor y expresión u obra. Esta
perspectiva es la que conduce a acentuar la
dimensión expresiva, las palabras y
enunciados que se emplean, y sobre ellos se
constituye la experiencia singular de la
captación inmediata de un significado que se
considera al mismo tiempo como el genuino
o verdadero, que coincide con lo que el
legislador quiso decir. La inclusión de las
dimensiones lógica e histórica en el texto de
Laurent no corresponde a la doctrina de los
elementos de que se vale Savigny, sino que
son indicaciones metodológicas para acceder
al significado verdadero de las leyes. En la
doctrina de los cuatro elementos, estos
corresponden a dimensiones del objeto, por
lo cual este resulta ser un objeto compuesto
de estas dimensiones. Por eso, ya vimos en los
autores nacionales, así como se advierte
ahora en Laurent, que el objeto es
inicialmente lingüístico, relativamente a la
"parte clara".
El peso de la dualidad claro/oscuro se hace
sentir en la exposición de Laurent. Frente al
artículo 5, título V, del Libro Preliminar del
Proyecto Code, que dice: "Cuando una ley es
clara, no se debe eludir su letra bajo pretexto
de penetrar en su espíritu", el autor
manifiesta su posición:
"Querríamos que esta máxima fuese escrita
en todas las obras de derecho, y que fuera
grabada en todas las cátedras en que se
enseña jurisprudencia. Nada hay que sea
más evidente y a la vez más importante, y
nada hay que los intérpretes estén más
dispuestos a olvidar. ¡Cuántas veces se
prevale del espíritu de la ley contra un texto
claro y formal! ¡Cuántas veces se hace
violencia a la letra para hacer decir al
legislador lo contrario de lo que ha dicho,
que ha dicho realmente! Se contraría en
definitiva la voluntad del legislador, con la
apariencia de respetarla; y se viola la ley
bajo el aspecto de interpretarla. Es preciso
retornar a la regla establecida por los
propios autores del Código. Resulta de la
naturaleza de la ley" (Principes de droit
civil, 273, p. 342, citado por Vallet de
Goytisolo, Metodología, p. 779).
 El enunciado del artículo 5 del
Proyecto Code se entiende como uno que
establece la equivalencia entre "ley clara" y
letra (literalidad), con lo cual provoca la
superposición de las dos dualidades:
claro/oscuro y letra/espíritu. A partir de aquí
formula varias afirmaciones esenciales, como
la de que cuando la "ley es clara", se tiene el
espíritu establecido de forma auténtica; esta
otra, que cuando se aplica servilmente el
texto, se incurre en la interpretación judaica:
que a fuerza de respetar el texto, se viola el
espíritu del legislador; que cuando el sentido
literal no deja la menor duda, decir que el
pensamiento es distinto de lo escrito es
acusar al legislador de una ligereza que no es
aceptable; que cuando el intérprete elude un
texto claro, se sustituye al legislador y hace la
ley, en tanto que su misión es interpretarla;
que el intérprete es un esclavo de la ley y que
su misión es interpretarla, no reformarla,
tiene que aceptarla con sus defectos.
La consecuencia de esta manera de pensar
que se centra en la ley escrita, en su
literalidad, la describe el propio Laurent en los
siguientes términos:
"Bajo el antiguo régimen, los jurisconsultos
franceses tenían andaduras bastante libres.
En los países de droit écrit, el derecho
romano era un derecho tradicional más
bien que un derecho legislado. En los pays
coutumiers no había generalmente sino
una autoridad de razón; desde luego la
razón lo podía discutir todo, y dar razones
para descartarlo. Es lo que a cada instante
hacía Pothier en nombre de la equidad.
Nuestros antiguos legistas modificaban,
pues, el derecho tradicional; es decir,
ayudaban a desarrollar al derecho, lo
creaban. La posición de los intérpretes
modernos es muy diferente. Tienen ante sí
un código que vincula a todos los
ciudadanos, que vincula incluso al poder
judicial: el magistrado y el jurisconsulto se
hallan encadenados por los textos.
¿Pueden aún, en nombre de la equidad,
corregir una ley que les parece demasiado
rigurosa? No, por cierto. ¿Pueden, por
medio de razonamientos, extender las
excepciones? Tampoco, ya que
procediendo así se convertirían en
legisladores; así pues, el legislador ha
hablado, y él sólo puede modificar las leyes,
sólo él puede crear derecho" (Principes de
droit, 29, p. 42, citado por Vallet de
Goytisolo, Metodología, p. 795).
Finalmente, la interpretación de la "parte
oscura" se aborda con diferentes estrategias.
Considera de modo especial tres
procedimientos interpretativos, que son: el
argumento por analogía, "cuando la ley no
distingue, no debemos distinguir" y el
argumento a contrario. La actitud negativa a
la equidad y, en general, a la integración de
principios extralegales lleva a la postulación
de la plenitud de la ley escrita.
No cabe duda de que las ideas de la Escuela
de la Exégesis han tenido una influencia
importante en los estudiosos nacionales. Sin
embargo, la interpretación del artículo 24 del
Código Civil chileno, en la forma que hemos
señalado, los lleva a no adoptar el postulado
de la plenitud hermética de la ley escrita, con
lo cual la equidad y los principios del Derecho
cumplen una importante función en la
aplicación del Derecho. Pero el modelo de
superposición de las dualidades letra/espíritu
y claro/oscuro ha sido recibido por Cood,
Fabres y Alonso.
4. Luis Claro Solar
De este autor consideraremos el capítulo VI
de sus Explicaciones de Derecho Civil Chileno
y Comparado, tomo primero36. Cita a Laurent
y Savigny como los autores que le sirven de
apoyo.
Comienza con la definición de
interpretación:
 "Interpretar una ley es fijar su verdadero
sentido y su alcance" (Explicaciones de
Derecho Civil, p. 120).
Los dos autores que cita Claro Solar en
apoyo a su interpretación de la
reglamentación de la interpretación del
Código Civil son expresión de movimientos
inconciliables por una razón de principio. La
Escuela de la Exégesis y la Escuela Histórica
tienen concepciones diferentes de la
interpretación. Sin embargo, una definición
de la interpretación, como la propuesta,
puede incluir a ambas. Pues, en efecto, esa
definición destaca el resultado de la
interpretación, que es fijar el verdadero
sentido y alcance de la ley, y a ese resultado
se puede llegar por las vías que postulan tanto
la una como la otra.
La Escuela de la Exégesis contribuye con el
modelo de la superposición de las dos
dicotomías, claro/oscuro y letra/espíritu,
entendidas cada dualidad como oposiciones,
de lo cual resulta la forma característica de
entender la interpretación y el objeto de ella.
La Escuela Histórica, en cambio, concibe la
interpretación como proceso de
conocimiento, en el cual cumplen una función
determinante los cuatro elementos. Claro
Solar comienza el desarrollo del tema, de una
manera similar a como lo hace Savigny,
diciendo:
"El juez está siempre obligado a aplicar la
ley que resuelve el conflicto de derechos
sometidos a su fallo y para hacerlo necesita
posesionarse del sentido, del pensamiento
de la ley, por entero y en toda su fuerza,
transportándose al punto de vista del
legislador y reproduciendo artificialmente
sus propias expresiones. Por eso define
Savigny la interpretación diciendo que es 'la
reconstrucción del pensamiento contenido
en la ley'. Toda ley exige esta interpretación
para poder ser aplicada a un caso
determinado. Es una falsa idea de la
interpretación creer que no es necesario
recurrir a ella sino cuando las leyes son
oscuras e insuficientes" (Explicaciones de
Derecho Civil, p. 121).
La reconstrucción del pensamiento
contenido en la ley no es la sustitución del
intérprete en la persona del autor de la ley. Si
hay algo característico en el pensamiento
hermenéutico, que comienza a hacerse visible
con Savigny, es la consideración de la
actividad del intérprete. Mientras en la
Escuela de la Exégesis el intérprete es un
sujeto pasivo, que capta el sentido de los
enunciados legales al modo de un registro del
significado en una mente en blanco, en el
pensamiento hermenéutico el intérprete se
constituye en un sujeto activo, que participa
en el proceso de conocimiento
"reconstruyendo el pensamiento de la ley".
No busca identificarse con el pensamiento del
autor, sino que busca comprender ese
trasfondo cultural desde donde surge el
pensamiento de la ley, a diferencia de los
autores que participan de las ideas de la
Escuela de la Exégesis, que precisamente
conciben la identificación con el autor como
lo medular de la interpretación.
Además, según el texto de Claro Solar, la
interpretación tiene ese carácter de
mediación en la aplicación: el juez media
entre el Derecho abstractamente
considerado y el caso que se trate de resolver.
Esta posición de mediación fue fuertemente
combatida por autores como Laurent, pues la
aplicación la ven como subsunción, en
cambio, en la hermenéutica, el juez tiene que
"adoptar el punto de vista del legislador" que,
sabemos, no es el pensamiento efectivo del
legislador histórico. La subsunción se llegó a
comparar con el método deductivo de la
axiomática clásica de la geometría euclidiana,
según nos cuenta Gény.
Toda ley requiere de interpretación para
ser aplicada, dice Claro Solar, repitiendo lo
que había indicado antes Savigny, y agrega
que es un error sostener, como los partidarios
de la Escuela de la Exégesis, que la ley no
requiere interpretación sino cuando es
oscura. Es decir, se rechaza el principio in
claris non fit interpretatio, que refleja muy
bien la dualidad claro/oscuro y el uso que se
hace de ella.
Como lo sostienen los autores
hermenéuticos, la interpretación jurídica se
inserta en una teoría general de la
interpretación, como lo había planteado
Dilthey y que después lo desarrolla Betti. Esto
es lo que conduce a la teoría del objeto
cultural.
Siguiendo a Savigny, procede Claro Solar a
incorporar los cuatro elementos, en términos
iguales a la formulación original de aquel
autor, pero con una diferencia en la
presentación del elemento lógico. Este
elemento tiene por objeto la intención o
espíritu de la ley o las relaciones lógicas que
unen sus diversas partes en Claro Solar.
Savigny había referido el elemento lógico a la
descomposición del pensamiento y a las
relaciones entre sus diferentes partes. En el
primero se recogen la ratio legis y la
contextualidad; en el segundo, la
contextualidad. El carácter metodológico de
los elementos está admitido en la siguiente
cita de Claro Solar:
"Estos diversos elementos no son cuatro
clases distintas de interpretación, entre las
cuales se pueda elegir, según el gusto y
capricho de cada cual: son sólo cuatro
operaciones diversas, cuya reunión es
indispensable para interpretar la ley"
(Explicaciones de Derecho Civil, p. 121).
La integración de los cuatro elementos
refleja el carácter compuesto del objeto de
interpretación, que no es solo uno lingüístico,
como sería si se considerase únicamente la
dimensión gramatical. Esta dimensión
concurre junto con las relativas a los otros
aspectos, y es el conjunto el que se constituye
en objeto propiamente.
Hasta aquí la influencia de Savigny es
apreciable. Pero véase el siguiente texto, en
el que se advierte, en cambio, la influencia de
Laurent:
"Dispone el Código que ante todo se
atienda al tenor literal de la ley cuando su
sentido es claro, y que sólo se consulte su
intención o espíritu para interpretar una
expresión oscura de la ley. Lo que quiere
decir que ante todo debe atenderse al
elemento gramatical de la interpretación"
(Explicaciones de Derecho Civil, p. 122).
Aquí se hace visible la presencia de la
dicotomía claro/oscuro y la interpretación
que de ella hacen los partidarios de la Escuela
de la Exégesis, como hemos visto en Laurent
y los autores nacionales Cood, Fabres y
Alfonso. Que la dimensión gramatical, como
se la llama, sea primera en el procedimiento
interpretativo, lo sabemos desde Suárez, pero
que sea primera en un sentido estructural,
relativa al objeto mismo, esa es la pretensión
de la Escuela de la Exégesis. Claro Solar trata
de matizar esta afirmación en el siguiente
texto:
"La obra del intérprete, como hemos dicho,
es reconstruir el pensamiento del legislador
y como el legislador ha formulado su
pensamiento en un texto, la letra de la ley
es la expresión del pensamiento del
legislador. Cuando la ley es clara, tenemos
este pensamiento netamente declarado,
conocemos la intención del legislador por
su propia boca y no podemos eludirla; y el
juez debe, por graves que sean las
consideraciones que se puedan oponer a la
ley, aplicarla tal como está escrita. No
quiere decir esto, sin embargo, que el
intérprete deba atenerse servilmente al
texto de la ley, lo que nos llevaría a la
interpretación que vulgarmente se
llama judaica, es decir, que a fuerza de
respetar el texto, viola el pensamiento del
legislador que es lo que constituye su
voluntad, y por consiguiente, la esencia de
 la ley. Cuando el texto deja la menor duda,
diremos con los jurisconsultos romanos
que no es conocer la ley, saber sus
términos, que es necesario penetrar la
corteza para posesionarse de la verdadera
voluntad del legislador, o como decía la ley
13 del título 1º, Partida 1ª: 'Entenderse
deben las leyes bien é derechamente
tomando siempre verdadero
entendimiento dellas a la más sana parte e
mas provechosa, según las palabras que y
fueren puestas... e por ende dixeron los
Sabios, que el saber de las leyes no es tan
solamente en aprender e decorar las letras
dellas mas el verdadero entendimiento
dellas'. Pero suponemos que la ley es clara,
es decir, que no deja duda alguna sobre su
sentido literal. Decir en tal caso, que el
pensamiento del legislador es otro que el
que aparece escrito en un texto claro y
formal, sería acusar al legislador de una
grave ligereza y el intérprete no tiene tal
derecho" (Explicaciones de Derecho Civil, p.
122).
El texto anterior puede considerarse como
un intento de disminuir el peso de la
dicotomía claro/oscuro. La cita a la ley 13 de
la Partida 1ª no alcanza a destronar el
dominio de aquella dicotomía: letra y espíritu,
entendida no como oposición, sino como
complementariedad funcional, que
derivamos de los planteamientos de San
Agustín y que vimos se recogen en la
concepción hermenéutica, queda
subordinada a la otra. Por influencia
del pensamiento ilustrado, la dualidad
claro/oscuro se pone en primer término. Un
autor, como Betti, siguiendo la línea
hermenéutica, en cambio, ubica la claridad y
la oscuridad como cualidades posibles de
predicar al término del proceso
interpretativo. Aquí radica una de las grandes
diferencias entre las diversas concepciones.
La dicotomía claro/oscuro es el pie forzado
con que parten esas concepciones para
defender la primacía de la literalidad.
La incorporación de los cuatro elementos
que realiza Claro Solar representa un esfuerzo
por conferirle al trabajo interpretativo una
mayor flexibilidad y, por lo mismo, una
mirada diferente a la judicatura. Sin
desconocer el trasfondo de los tres poderes,
que tanto defiende el pensamiento ilustrado,
la actividad del juez no es solo de aplicación
mecánica de textos cuyos significados
constan de modo claro y evidente de su sola
letra.
Siguiendo a Savigny, considera la situación
de la interpretación de leyes en estado
normal y leyes defectuosas, y dice:
"Los principios fundamentales que
acabamos de pasar en revista, bastan para
la interpretación de las leyes en su estado
normal, es decir, cuando su expresión
encierra un pensamiento completo; pero la
ley puede ser no sólo oscura sino
defectuosa, sea porque la expresión es
indeterminada y no contiene un
pensamiento completo, sea porque la
expresión es impropia y su sentido directo
está en contradicción con el pensamiento
verdadero de la ley" (Explicaciones de
Derecho Civil, p. 124).
En todas estas situaciones, vaguedad,
indeterminación, contradicción entre el
significado propio e inmediato y el
pensamiento verdadero, propone Claro Solar
la siguiente estrategia metodológica:
"En este caso es indispensable el examen
de la legislación en su conjunto y se
interpretará la ley por medio de otras leyes
análogas o procurando, a falta de ellas,
consultar la conformidad de la ley con el
espíritu general de la legislación y
adoptando en todo caso la solución que
parezca más conforme a la equidad natural,
es decir, 'la que convendría más que se
estableciera como Derecho, la más
razonable, la que mejor corresponda a las
necesidades de la práctica y la que sea más
 humana y suave'" (Explicaciones de
Derecho Civil, p. 124).
Esta es la interpretación que ofrece Claro
Solar del artículo 24 del Código Civil, la cual se
diferencia de aquella que ofrecen Cood,
Fabres y Alfonso. Estos autores admiten los
vacíos o lagunas normativas y propician la
integración mediante principios de Derecho
Natural, vía equidad, como lo enseña
Escriche. En cambio, para Claro Solar, sin
reconocer la existencia de lagunas, la
oscuridad de las leyes, tomadas en el sentido
amplio que recoge de Savigny, exigen de una
solución que sea la más conforme con el
espíritu general de la legislación y, en cuanto
a la equidad natural, adoptando el principio
que conduce a la solución más conveniente,
más razonable, la que mejor corresponda a
las necesidades de la práctica y que sea la más
humana y suave, como decía Savigny.
El recurso a los contextos y a la ratio
legis los utiliza Claro Solar en dos momentos
o niveles: primero, en el elemento lógico, y en
seguida, en relación con el artículo 24, que
cierra la operación de interpretación en la
forma de un examen de conjunto de toda la
legislación, teniendo siempre presente un
principio de orden superior, que no se
confunde con los principios de Derecho
Natural. Este principio preside en definitiva la
aplicación del Derecho.
5. Alfredo Barros Errázuriz
Este autor adopta los cuatro elementos que
había introducido Claro Solar, pero los
dispone de manera serial. La obra que
considero aquí es el Curso de Derecho Civil, de
1915, que contiene sus explicaciones de
clase37.
Comienza definiendo la interpretación en
los mismos términos que Claro Solar:
"Interpretación de la ley es la determinación
de su verdadero sentido y alcance".
Añade que el juez para interpretar la ley
deberá tener presente cuatro elementos, que
son los que conocemos de Savigny, pero con
diferencias en su formulación. El elemento
lógico lo enuncia así: "... estudia la relación
que debe existir entre las diversas partes de
una ley para fijar su intención o espíritu", lo
que significa una combinación de
contextualidad y ratio legis. El elemento
histórico lo define como aquel que "estudia la
historia del establecimiento de una ley para
precisar el cambio introducido por ella en la
legislación anterior". Finalmente, el elemento
sistemático, "recurre al espíritu general de la
legislación estudiando la relación de la ley que
se va a interpretar con las demás instituciones
y leyes para determinar el sistema en su
conjunto" (Curso, p. 28).
Estas formulaciones revelan el designio del
autor, cual es combinar las dos fuentes que
tenía a la vista, una que proviene de la Escuela
de la Exégesis y su adaptación por los autores
nacionales y otra que proviene de la Escuela
Histórica y su recepción por Claro Solar. Pero
su empeño sigue: una vez que ha realizado la
formulación de los cuatro elementos, busca
relacionarlos con las disposiciones legales que
contienen la reglamentación de la
interpretación de la ley. Y así, el elemento
gramatical, según este autor, está recogido en
el inciso primero del artículo 19 y en los
artículos 20 y 21; el elemento lógico está en el
inciso 2º del artículo 19 y en el artículo 22; el
elemento histórico está recogido en el inciso
2º del artículo 19; y, finalmente, el
sistemático, en el artículo 22, inciso 2º, y en el
artículo 24.
Estos elementos están ordenados
serialmente, y el orden de precedencia es el
siguiente: 1º el gramatical, 2º el lógico y el
histórico conjuntamente considerados, a fin
de precisar el verdadero espíritu de la ley, y 3º
el sistemático. A falta de estos elementos, la
equidad natural.
 Las máximas y aforismos tienen cabida solo
en cuanto armonizan con la reglamentación
del Código Civil, idea que habían planteado
Cood y Fabres.
Con esta propuesta que hace Barros
Errázuriz incorpora los cuatro elementos,
pero sacrifica toda la raíz teórica de donde
provienen. Podría decirse que se trata de una
incorporación nominal, y la función de estos
cuatro elementos queda por completo
subordinada al modelo dominado por la
dicotomía claro/oscuro.
6. Las críticas de François Gény a
los postulados de la Escuela de la Exégesis
La presentación de la interpretación por los
autores que se vinculan de distintas maneras
al pensamiento de la Escuela de la Exégesis
adopta una característica fuertemente
centrada en la metodología de la
interpretación, que está constituida por los
pasos metódicos para buscar y establecer un
sentido indudable. De ahí la importancia de
las reglas de interpretación y los supuestos
que hacen procedente su aplicación. Pero
hemos visto que los problemas de la
interpretación no se reducen a cuestiones
metódicas, alcanzan al objeto, y a través de él
a la constitución del Derecho, y por otro lado,
el tema de la validación de las
interpretaciones.
La obra principal de Gény,
su Méthode d'Intepretation et Sources en
Droit Privé Positif, induce a pensar por el
título en una indagación de aspectos
metodológicos de la interpretación, es decir,
reglas y razonamientos, y en realidad se trata
de una revisión de las concepciones del
Derecho que hicieron posible la metodología
que empleó la Escuela de la Exégesis.
El fenómeno de la codificación ostenta
como característica la pretensión de
constituirse en sistema. No es un
conglomerado o recopilación más o menos
completa y ordenada de disposiciones legales
diversas. Se busca conferir una unidad
conceptual y lógica a ese sistema. Para el juez,
el ciudadano, el intérprete, el Código pasa a
ser un sistema virtual de reglas, rasgo muy
elogiado y reconocido como la forma en que
la era de la Razón ha enfrentado la praxis
humana. La seguridad jurídica es lo que
domina los afanes del jurista. Encuentra Gény
que los comentaristas franceses de esta
época aparecen dominados por una especie
de postulado: que la legislación formal, esto
es, el conjunto de la legislación producto de
los actos legislativos promulgados y vigentes,
debe ser suficiente para revelar todas las
reglas jurídicas necesarias a la vida social. Lo
que importa, entonces, es la interpretación
de la ley escrita, pues allí se encuentran todas
las respuestas a los problemas de la vida
social. Por eso, anota Gény, el predominio de
la interpretación literal. Aquí se asume, como
supuesto de la teoría lingüística implicada,
que las palabras de la ley han sido empleadas
en su significado propio e inmediato, por lo
que esa significación pasa a ser el dominio
objetivo que une al autor con el intérprete.
A lo anterior, le agrego por mi parte, se le
inserta la doctrina de la claridad cartesiana,
para garantizar la comprensión inmediata de
los "significados claros". Al presentar Gény el
primado de la literalidad, no se propone tanto
hacer la crítica a la teoría de la comprensión
tácita que se encuentra en los autores de la
Escuela de la Exégesis, sino mostrar cómo ese
primado no pudo sostenerse y que fue la
práctica de los Tribunales la que se encargó de
exhibir cuán precaria e insuficiente es la
interpretación literal. Sin embargo, cita a un
autor, Liard, que en su obra L'Enseignement
supérieur en France de 1789 á 1893, t. II, p.
397, escribe lo siguiente: "El Derecho es la ley
escrita. Por tanto, la tarea (de las Facultades
de Derecho) es aprender a interpretar la ley.
De lo que resulta que el método es deductivo.
Los artículos del Código son como teoremas
de que se trata de demostrar la ligazón y
obtener las consecuencias. El jurista puro es
un geómetra..." (la cita se encuentra en la
obra de Gény, Méthode, t. I, p. 55). Este
panorama de exaltación de la ley escrita es el
que forja la dogmática jurídica, la cual más
que una escuela doctrinaria es una actitud
metódica que se concentra en la ley escrita
como única manifestación válida del Derecho.
Esta dogmática, indica Gény, enseña que
cuando se presenta una situación cualquiera,
o bien ella queda comprendida en los textos
legales existentes por subsunción, o bien
escapa a la reglamentación y pertenece a la
esfera de la libertad. La interpretación se
muestra así como esencial para reconstruir el
contenido integral de las fórmulas legales, y la
lógica se muestra entonces necesaria para el
establecimiento de formas argumentales
cuya finalidad es conducir a la explicitación
del contenido de las reglas de Derecho. Esto
justifica el llamado postulado de la plenitud
hermética, o simplemente que la ley escrita
carece de lagunas. Sin embargo, pese a esta
actitud de la dogmática, señala Gény, la Corte
de Casación pudo crear formas de adaptación
a las circunstancias, más allá de los estrechos
límites de la ley escrita.
La pretensión de la dogmática, según Gény,
es situar el texto en posición central, de modo
que desde ahí surjan todas las respuestas a la
diversidad de cuestiones que se presenten. Se
busca definir un sistema de signos aptos para
expresar las manifestaciones de voluntad de
quien impone el mandato y que sea
cognoscible, es decir, que quien enfrente el
signo esté cierto, de que lo expresado por
este signo corresponda efectivamente a lo
querido por el autor. Comprender el texto
legal es conocer lo que efectivamente ha
querido el autor de la disposición.
Pero nosotros hemos visto que la Época
Moderna caviló seriamente en torno a la
posibilidad de un conocimiento cierto de la
voluntad o pensamiento efectivos del autor
real, y por eso apuntaron a un supuesto de
una voluntad o pensamiento presuntos
(Grocio, Pufendorf). Savigny acudió
al Volksgeist, de donde se nutre la voluntad
general que produce la legislación histórica.
Los autores de la Época Moderna,
enfrentados a una voluntad efectiva y real,
pero incierta, y una voluntad supuesta, pero
objetiva y cierta, aceptaron esta última. La
dogmática que describe Gény sigue en gran
medida este modelo, pero ve en la palabra
clara la garantía de certidumbre de que
efectivamente expresa lo que el legislador
realmente ha pensado y querido. La
interpretación para la dogmática, según
Gény, se puede caracterizar en los siguientes
términos:
"Interpretar la ley significa simplemente
buscar el contenido de la voluntad
legislativa con la ayuda de la fórmula que la
expresa. Y en tanto se apoye en la esfera de
la interpretación de la ley propiamente tal,
esta investigación debe hacerse sin idea
preconcebida ni sobre la perfección más o
menos ideal de la regla a descubrir, ni sobre
su adaptación más o menos completa al
medio social en el cual debe aplicarse"
(Méthode, t. I, p. 265).
En esta concepción no caben los
"elementos extralegales", como tampoco la
adaptación al medio social en que deba
aplicarse la ley. Al intérprete está vedado
acudir a la ratio legis, al fin, a la situación
histórico-social en que nace o se aplica la ley,
la equidad. En este planteamiento, todo
quiere concentrarse en la capacidad de la sola
formulación para expresar lo querido, y eso se
considera lo más seguro. Que se haga valer
que "lo más seguro es atenerse a la letra" no
tiene el significado moral de los debates del
probabilismo moral de los medievales, que en
parte recoge Suárez, sino más bien la
influencia del principio protestante de la
suficiencia de la sola letra. En efecto, una
variedad de expresiones, como "la letra de la
ley", "tenor literal", "literalidad", dan cuenta
de un hecho único: que el solo enunciado es
suficiente para expresar adecuadamente lo
que el autor quiso significar.
El uso que hacen los defensores de la
dogmática no debe confundirse con la
situación que planteó Aristóteles en su
momento, a propósito de la equidad: que el
juez adopte la regla que adoptaría el
legislador si estuviera presente. Tampoco
debe confundirse con la afirmación de la
hermenéutica romántica de Schleiermacher y
Dilthey, en el sentido de que el intérprete
tiene que ser más sagaz que el autor, lo que
conduce a una interpretación que desborda
los límites del texto literal.
Toda esta caracterización crítica de la
dogmática prepara la introducción de la "libre
interpretación", que defiende Gény. Su
pregunta es: ¿en qué medida es posible
cumplir con esa forma de interpretar y
conocer el Derecho? La respuesta es: "... es
imposible en la práctica mantener la
interpretación en límites tan estrechos"
(Méthode, t. I, p. 287), y plantea a
continuación el principio de la "libre
interpretación":
"... como la ley no es sólo fenómeno
psicológico, sino es al mismo tiempo e
inseparablemente fenómeno social, o más
bien como su esencia psicológica se
encuentra envuelta y por así decirlo bañada
en una atmósfera social, que determina y
precisa sus contornos, es necesario que se
analice también este ambiente vital de la
ley —de otro modo dicho—, que se tengan
en cuenta ciertos elementos, exteriores al
texto a interpretar, situarlos, por tanto, en
contacto íntimo con él, y sin el cual el texto
quedaría muerto o no revelaría sino de
modo muy incompleto la voluntad que
recubre" (Méthode, t. I, p. 287).
Estos elementos externos son de
naturaleza muy diversa. El intérprete, puesto
en su rol de aplicador de la ley, debe
representarse las relaciones de hecho que el
legislador ha querido organizar
jurídicamente, con todas las circunstancias
que las determinan y que hacen surgir las
exigencias morales, políticas, sociales y
económicas, a veces técnicas, a las cuales la
disposición debía satisfacer cuando fue
promulgada. El intérprete tiene que tomar en
cuenta la situación histórica general de la
ocasión de la ley (occasio legis), las
concepciones reinantes, las influencias de las
legislaciones extranjeras, en suma, el estado
del espíritu reinante en la época, en la medida
en que influye en la voluntad legislativa.
Con esto, Gény se aproxima a las posiciones
hermenéuticas, en la medida en que el
intérprete deja de ser un sujeto pasivo, que
registra en una mente en blanco los
significados de los enunciados legales, como
lo concibe la Escuela de la Exégesis y, por
tanto, reduce la interpretación al solo
segmento de la relación autor/texto. En
cambio, Gény se abre a la consideración del
otro segmento de la relación
texto/intérprete, permitiendo por eso la
consideración de la atmósfera cultural en que
surge la ley, así como las circunstancias en
que la ley debe aplicarse (interpretación
evolutiva).
La crítica de Gény tiene que partir
necesariamente de un examen de las
"fuentes" del Derecho, para mostrar que es
forzoso admitir aparte de la "ley escrita" otros
elementos inspiradores de las reglas. La "ley
escrita" tiene la ventaja, dice, defendida
apasionadamente por sus partidarios, de fijar
un ámbito de literalidad definible con certeza.
Sobre esta base sus defensores creen que
puede establecerse un sistema de
interpretación, acorde con las "ilusiones
racionalistas" de fines del siglo XVIII. La "ley
escrita" aparece así como perfecta y
completa, autosuficiente, inserta en un
sistema de "exactitud matemática", y se la
interpreta con la convicción de que los
procedimientos puramente lógicos y
mecánicos permiten extraer con certeza
todas las soluciones que reclaman las
necesidades de la vida jurídica; hay que
extraer todas las consecuencias del texto
legal, de tal manera que cuando el texto no
ofrece la solución buscada, el intérprete debe
abstenerse de emplear su arbitrio y debe
resignarse al culto de la ley y someter a esta
los hechos (Méthode, t. I, p. 256).
Para fundar la "libre investigación
científica" tiene que combatir los límites fijos
que establece la "ley escrita", para llenar la
significación con las dimensiones sociales e
históricas, tanto de la época de la gestación
cuanto del momento en que se aplica.
Partiendo, pues, de aquí y considerando
asimismo cómo la propia jurisprudencia
francesa del Tribunal de Casación se las
arregló para ir desarrollando conceptos al
margen de la "ley escrita", rebate Gény esta
manera de extremar las posiciones, y dice:
"Basta considerar la variedad infinita, sobre
cada cuestión importante, de opiniones y
de sistemas edificados por estos
procedimientos, para convencerse de la
incertidumbre inherente a la interpretación
tradicional por muy rígida que se la desee
plantear... En realidad, las pretendidas
construcciones lógicas disfrazan apenas el
subjetivismo irremediable de las
soluciones. Y el único resultado de un
método geométrico, adaptado a la
jurisprudencia es el de someter el espíritu
al imperio de las palabras y las ideas, que
recubren malamente las realidades
vivientes e inducen a resultados a menudo
muy disonantes del fin último de nuestra
ciencia" (Méthode, t. I, pp. 217-218).
De esta manera, la interpretación
encuentra un terreno propicio en un medio
moral, social y económico, que conforman la
atmósfera en que se constituye la
comprensión del sentido del Derecho.
Agrega:
"Si se quiere penetrar de modo suficiente
en las realidades objetivas que constituyen
el Derecho positivo, es necesario
descender hasta las raíces de la
constitución misma de la humanidad y
descubrir los fundamentos últimos de su
vocación, para remontar en seguida los
fenómenos que forman la trama esencial y
alimentar la corriente continua de la vida
social" (Méthode, t. II, p. 80).
Para conducir la investigación en esa
dirección, introduce Gény la importante
noción de naturaleza de las cosas, el antiguo
principio rerum natura con que el mundo
latino se hacía cargo del problema del
Derecho natural (ius naturale). Pero el
propósito de Gény no es reintegrarse a un
debate histórico, sino extender el campo de
operaciones del jurista más allá de la "ley
escrita". Para esto, hay que mostrar que las
relaciones de la vida social, esto es, los
elementos de hecho de toda organización
jurídica, llevan dentro de sí condiciones que
permiten la armonía de los intereses en
conflicto, es decir, es posible descubrir desde
ellas mismas las normas que deben imperar.
Fácilmente se puede admitir que la
organización jurídica tiende a realizar en la
vida de la humanidad un ideal de justicia y de
utilidad, entendiendo por esta última,
conforme el principio utilitarista, lo que para
la mayoría es del mayor beneficio. Se
reconoce así como fundamental un fin, que se
conecta con la ratio legis, y ambos, a su vez,
explicados por el principio rerum natura.
El campo de indagaciones del jurista se
perfila ahora con mayor nitidez: de una parte,
tiene que interrogar la razón y la conciencia
para descubrir en la naturaleza íntima de
nuestro propio ser las bases de la justicia, y de
otra parte, tiene que dirigirse a los fenómenos
sociales mismos para captar allí las leyes de su
armonía y los principios ordenadores. La tarea
del jurista es tratar de mantener la indagación
en ambas direcciones reunidas en unidad.
 Si aplicamos el esquema que hemos
empleado en el estudio de la interpretación,
objeto/método/justificación, la teoría de la
interpretación de Gény nos dice sobre el
objeto que no es puramente uno lingüístico,
en este se hacen presentes dimensiones que
se sitúan más allá de las palabras. La
metodología es amplia y no se limita a
determinados recursos metódicos. Gény
propone la "libre investigación científica" del
Derecho. Y con respecto a la justificación, nos
señala los principios del Derecho.
Para esto último, nos dice Gény que cree
necesario admitir una justicia objetiva, un
nombre para nombrar la justicia absoluta. La
justicia es un fin por alcanzar, por lo cual el
intérprete tiene como tarea la de descubrir
los medios adecuados para realizarla en las
condiciones dadas. En la elección de los
medios obtendrá una aproximación. Hay una
justicia en sí, que como principio absoluto e
incondicionado sirve al intérprete como un fin
general, al modo como en Stammler la
Justicia como "estrella polar", que sirve de
guía y punto de referencia. Para realizarla, se
producen aproximaciones. El camino de las
aproximaciones está, a su vez, regulado por
principios ordenadores, que son en sí mismos
principios de justicia sujetos a la justicia
general y absoluta. Estos principios forman
una diversidad gradual. Bajo la noción de
justicia absoluta se establece un primer nivel
de principios de justicia menos absolutos, que
la razón revela como principios de
generalidad menor y cuya efectividad
dependerá de las circunstancias. Tales
principios de justicia son los siguientes:
a) el principio que reconoce a todo ser
humano el derecho a desarrollar sus
facultades conforme su naturaleza y fines,
con la única limitación del respeto de igual
derecho de otro;
b) el principio de conservación social y de la
preponderancia de los intereses comunes
sobre los intereses particulares, y
c) el principio de la igualdad, al menos
abstracta, que es necesario mantener entre
los hombres.
En un segundo grado decreciente de
generalidad, la razón
sugiere reglas o máximas de conducta
posible, en relación inmediata con los hechos.
Entre estas reglas o máximas se tiene, por
ejemplo, la máxima de la obligatoriedad de
toda promesa libremente hecha y aceptada,
la máxima de que nadie debe enriquecerse sin
causa a expensas de otro, la máxima del
deber de reparar el daño causado a otro por
su propia falta.
Estos principios y máximas no son
construcciones hipotéticas, su valor deriva de
su verdad. Con ellos queda trazado el campo
de operaciones del jurista. En la aplicación del
Derecho Gény valora la analogía como
procedimiento general, lo que confiere a
la ratio legis una acción destacada.
Para hacer frente a la crítica que ve al
intérprete dotado de iniciativa y amplitud
ilimitada, Gény impone tres órdenes de
consideraciones que condicionan y limitan la
libertad del intérprete, y que son los
siguientes:
1) la reglamentación de los intereses
particulares (patrimoniales) emana de
voluntades libres y conscientes, que se ligan
por sí mismas, luego, de lo que se trata es de
establecer en qué condiciones y en qué
medida se imponen estas voluntades, para lo
cual corresponden las reglas directivas o
suplementarias de la voluntad;
2) el Derecho interviene directamente para
asignar límites a la voluntad individual, y en
caso necesario se impone a la voluntad
expresa; aquí corresponden reglas
imperativas o prohibitivas; y
3) hay situaciones que escapan a la
influencia directa de decisiones de voluntad
consciente, por lo mismo es la propia
legislación la que establece la regla que
armoniza los intereses; aquí
corresponden reglas dispositivas.
En la organización de la sociedad actual
cada uno de estos tres órdenes de
consideraciones se encuentra dominado por
un principio general y esencial, que son los
siguientes:
1) Principio de la autonomía de la voluntad;
2) Principio del orden público o del interés
superior; y
3) Principio del equilibrio de intereses
privados.
Estos principios se combinan entre sí y
forman el canon que guía al intérprete. De
esta suerte, la discusión acerca de los límites
a la autonomía de la voluntad y la
disponibilidad contractual está sometida a la
consideración del principio del equilibrio de
intereses, cuando menos al principio del
interés superior (Méthode, t. II, p. 150). Este
canon tiene la función de un principio
regulador de la interpretación.
En suma, para Gény el Derecho, en su
forma positiva, es un conjunto de reglas que
provienen de la naturaleza de las cosas, lo que
implica conjugar el ideal de justicia con la
utilidad general (en sentido de Mill). La
esencia del Derecho se encuentra más allá de
las fuentes formales. La "ley escrita" es
una información muy limitada del Derecho y
tiene que ser interpretada.
b) La interpretación de los contratos
Así como el tema de la interpretación de las
leyes ha estado cruzado por grandes debates,
de la misma manera la interpretación de los
contratos ha provocado visiones
contrapuestas38.
El punto de partida ha sido la
interpretación del artículo 1560 del Código
Civil, que dice:
"Conocida claramente la intención de los
contratantes, debe estarse a ella más que a
lo literal de las palabras".
Nuevamente encontramos aquí la antigua
dicotomía, expresada en términos de
"literalidad de las palabras" e "intención de
los contratantes". El elemento de la claridad
se aplica al conocimiento, según los términos
empleados, y nos conecta con los temas ya
examinados de la certeza del conocimiento,
fuera de toda duda. Aunque no se menciona
la "oscuridad", esta se encuentra implícita,
como el término contrapuesto a la claridad.
De tal suerte que tenemos las ya conocidas
dos dicotomías, y lo que hay que averiguar es
si en las interpretaciones que se han dado se
superponen como en el caso de la
interpretación de las leyes y si se conciben
como oposiciones.
La visión más antigua pone el énfasis en la
indagación de la intención efectiva de los
contratantes, con lo cual adopta la dualidad
letra/intención (en vez de espíritu) y busca
superponerla parcialmente con claro/oscuro.
El intérprete debe indagar esa intención para
establecerla de manera clara y fuera de toda
duda. El problema es que no debe considerar
los significados de las palabras. La vía normal
para acceder al conocimiento de la intención
y pensamiento de una persona es el lenguaje
en que se expresa, hablado, escrito o gestual.
Las palabras expresadas significan
normalmente esa intención y pensamiento.
La cuestión es si es posible indagar con
certeza esa intención o pensamiento sin
recurrir a las formas normales de expresión.
Desde antiguo, como podemos comprobarlo
con Cicerón, se pensaba en una voluntad
conjetural o hipotética, sin una certidumbre
fuera de toda duda. Este problema, que fue
largamente meditado por los juristas de la
Época Moderna, condujo finalmente a la
admisión de supuestos. Plantearse, entonces,
la interpretación de los contratos en esos
términos es renovar un problema insoluble.
Habría que pensar más bien que cuando se
adopta la dualidad mencionada se impone un
pie forzado que conduce a consecuencias de
solución imposible. El rechazo a esta forma de
interpretación subjetiva tiene así una
poderosa justificación.
Se ha buscado una interpretación llamada
objetiva, que tiene su apoyo en el artículo
1546 del Código Civil, que dice:
"Los contratos deben ejecutarse de buena
fe, y por consiguiente obligan no sólo a lo
que en ellos se expresa, sino a todas las
cosas que emanan precisamente de la
naturaleza de la obligación, o que por la ley
o la costumbre pertenecen a ella".
La interpretación objetiva deja de lado la
indagación de la verdadera intención de los
contratantes y pone el énfasis en un principio
objetivo, como el de la buena fe, que permite
superar las consecuencias de la dualidad
letra/espíritu y apunta en otra dirección. Al
igual que en la interpretación de las leyes, en
que la adopción de las dicotomías
letra/espíritu y claro/oscuro conduce a
caminos sin salida, de la misma manera, en la
interpretación de los contratos, la adopción
de esas dicotomías lleva a vías inoperantes.
Todo eso nos invita a explorar otras formas
que superen las limitaciones que imponen.
diferencia está marcada más bien por las
características del contrato mismo. En los
contratos todo el tema de la significación está
presente de la misma manera que en las
leyes, pero la diferencia está indicada por la
naturaleza del contrato como acto de
voluntad de personas. Por eso en estos es
posible acudir al principio de la buena fe, que
es un criterio objetivo. El contrato como
emanación del principio de la autonomía de la
voluntad tiene que someterse asimismo,
como dice Gény, al principio de la
armonización de los intereses públicos y
privados y de la conciliación de intereses, que
forman un canon de la interpretación de los
contratos. El sentido de las cláusulas
contractuales o enunciados de los actos y
contratos se tiene que establecer
considerando esos principios, que le sirven
tanto para la búsqueda de sentido cuanto
para la justificación definitiva del sentido
establecido.

En la problematización y jurisprudencia que

se produce en torno a la interpretación de los
contratos se advierte un eco de la forma
como se plantea la interpretación de las leyes.
Así, por ejemplo, la cuestión de si el contrato
debe interpretarse siempre o solo en caso de
oscuridad es la reiteración del viejo tema
sintetizado en el aforismo in claris non fit
interpretatio. Lo que sucede es que los
problemas de interpretación son generales,
se sitúan más allá de las distinciones entre
leyes y contratos y actos de voluntad. La
4. ESTUDIO DE SENTENCIAS JUDICIALES QUE EMPLEAN
DIFERENTES FORMAS Y ESTRATEGIAS INTERPRETATIVAS
En esta parte voy a examinar varios casos
distintos de sentencias judiciales, en donde la
aplicación del Derecho se produce adoptando
diferentes formas de enfrentar las
dificultades interpretativas que provoca la
ocurrencia de casos.
Una parte de las dificultades dice relación
con los significados de las palabras y
enunciados. Como ya se ha indicado, las
palabras se relacionan con los objetos a través
de los conceptos. Son estos conceptos, en
cuanto significados, los que presentan
diferentes clases de dificultades. Desde luego,
la vaguedad, que es una forma de
imprecisión; hay problemas en la extensión
de los conceptos, en la referencia, y hay
también dificultades que conciernen a la
construcción de enunciados, en el uso de las
conectivas, en la polisemia. En suma, muchas
son las causas por las cuales los lenguajes
provocan dificultades interpretativas.
Pero en la aplicación del Derecho hay
también dificultades que tienen que ver con
los vacíos normativos o con el cambio de
situaciones y de significados a lo largo del
tiempo. Estos casos se relacionan con
problemas de significado, pero de una forma
especial.
Abordaré primeramente las sentencias que
enfrentan dificultades de significado de
palabras o enunciados, y para estos efectos,
divido las sentencias judiciales en dos grandes
grupos. Aquellas que adoptan el modelo de la
primacía de la literalidad y aquellas otras que
no adoptan este modelo, sino que se abren a
distintas estrategias interpretativas. Para
nombrarlas emplearé la nomenclatura de
"modelo literalista" y "modelo no literalista".
Hay que tener presente que las concepciones
sobre la interpretación de los primeros
comentaristas del Código Civil han tenido una
fuerte influencia en las decisiones judiciales.
a) Sentencias que siguen el modelo literalista
Para ilustrar este caso, considero una
sentencia de la Corte de Apelaciones de
Valparaíso, de 17 de abril de 1930, que
contiene todos los elementos característicos
de esta posición. Se trata de un conflicto entre
cónyuges, en que la mujer demanda
alimentos al marido y obtiene del Tribunal
alimentos provisorios, y para asegurar su
pago, obtiene una medida de retención de las
remuneraciones del marido, que es empleado
particular. Este reclama de la retención o
embargo, pero su reclamación es desechada,
y apelada esta resolución, la Corte en
sentencia de mayoría la revoca y levanta la
medida. No voy a discutir aquí los problemas
teóricos sobre los derechos de los cónyuges
en régimen normal de sociedad conyugal ni
sobre la formación del patrimonio de la
sociedad conyugal. Mi interés es mostrar el
caso como ilustrativo de las concepciones de
interpretación que se enfrentan y las
estructuras argumentales que se emplean en
la defensa de una u otra.
El problema interpretativo gira en torno al
significado de la palabra "inembargable". El
marido demandado alega que la propia ley de
Empleados Particulares de la época declara
los sueldos y remuneraciones inembargables,
y la cónyuge demandante alega, por su parte,
que la inembargabilidad no la afecta a ella, en
cuanto reclamante de alimentos que por ley
se deben.
Frente al problema de significado
suscitado, el voto de mayoría de la Corte
establece lo siguiente:
"1º. Que el artículo 29 de la Ley de
Empleados Particulares establece, en
forma precisa y terminante, la
inembargabilidad de los sueldos de dichos
empleados, expresando textualmente: 'Los
sueldos y los fondos de retiro de los
empleados particulares son
inembargables';
 2º. Que el breve precepto legal transcrito
no contiene una sola expresión que pueda
tildarse de obscura;
3º. Que en tales condiciones, no cabe sino
aplicar la disposición del inciso 1º del
artículo 19 del Código Civil, que dice:
'cuando el sentido de la ley es claro, no se
desatenderá su tenor literal a pretexto de
consultar su espíritu';
4º. Que pudiendo aplicarse en forma tan
clara y sin que se presente a la menor duda
el elemento gramatical de interpretación
de la ley contemplado en el citado artículo
19, inciso 1º del Código Civil, no hay
necesidad de hacer disquisiciones para
buscar interpretación utilizando los
elementos lógico, histórico o sistemático, a
que se refieren el inciso 2º del citado
artículo 19 y los artículos 22 y 24 del mismo
Código Civil, elementos —los tres últimos—
a los cuales sólo cabe acudir en los casos de
obscuridad de un precepto legal y que, de
esa obscuridad, pueda desprenderse
contradicción o falta de armonía con otras
disposiciones".
Estos considerandos reflejan muy
adecuadamente la adopción de la concepción
interpretativa que combina los cuatro
elementos con las dos dualidades
claro/oscuro y letra/espíritu, que hemos
examinado anteriormente. Esta combinación
la llevó a cabo Barros Errázuriz y se caracteriza
por la ordenación serial de los cuatro
elementos.
Hay una forma de interpretación en que se
adoptan las dos dualidades mencionadas,
pero sin combinarlas con los cuatro
elementos ordenados en forma serial. Aquí
las decisiones judiciales se limitan a declarar
que el enunciado tal o cual o que la expresión
lingüística que dice relación con el litigio es
"clara" y que no presenta la menor duda. Más
adelante volveremos sobre esto.
En el litigio sobre el cual recae la sentencia
de la Corte que estamos examinando se ha
producido disputa sobre el significado de una
expresión lingüística. En la perspectiva de
Wróblewski este es el dato que hace
procedente la interpretación operativa. Para
este autor, así como para Perelman, la
existencia del hecho de que hay desacuerdo
en cuanto a los significados de alguna
expresión lingüística es suficiente constancia
de la presencia de la duda en cuanto al
significado preciso, y por eso tiene que abrirse
una indagación o exploración de significados.
Recordemos que para el primer autor, la
claridad es un concepto pragmático que se
determina en cada situación de
comunicación, y la ausencia de duda es su
confirmación. Es decir, la ausencia de debate
en torno a los significados confirma la claridad
de la expresión. Recordemos, por otra parte,
que para los autores partidarios del
pensamiento hermenéutico la claridad y la
oscuridad no son datos iniciales, que puedan
constatarse sin el examen de la situación en
su conjunto.
Aquí el voto de mayoría representa otra
posición. En el considerando 1º se cita el
enunciado legal que concierne al litigio y en el
considerando 2º los jueces establecen la
afirmación de que "el breve precepto legal
transcrito no contiene una sola expresión que
pueda tildarse de obscura", lo cual significa
que para ellos el enunciado es claro, y por eso,
dicen en el considerando 3º, que "no cabe
sino aplicar la disposición del inciso 1º del
artículo 19 del Código Civil". Esta última
disposición, en la comprensión de estos
jueces, establece una equivalencia entre
"sentido claro" y "tenor literal".
Esta equivalencia implica el principio de la
suficiencia de la sola letra. El objeto de la
interpretación es un objeto lingüístico, el
enunciado citado en el considerando 1º. De
acuerdo con ese principio, y dada la
equivalencia de sentido claro y tenor literal,
los jueces dicen comprender el enunciado sin
la menor duda, puesto que no es oscuro. Por
lo cual, en el considerando 4º establecen que
"pudiendo aplicarse en forma tan clara y sin
que se presente a la menor duda el elemento
gramatical de interpretación", queda cerrada
toda exploración de significados.
Lo que ocurre en este voto de mayoría es el
efecto de la doctrina de la claridad, pero no
entendida pragmáticamente como quiere
Wróblewski, sino al modo de Descartes. A la
claridad, como cualidad de los conceptos, se
accede mediante un acto de intuición. Esto
quiere decir que la sola presentación del
concepto posibilita al sujeto percipiente
captar su contenido de manera clara y
distinta, sin la menor duda. Los jueces
declaran que el solo tenor literal o, dicho de
otra manera, la sola lectura del enunciado del
artículo 29 de la Ley de Empleados
Particulares, les ofrece claramente el
contenido del concepto inembargable, que
señala el carácter de las remuneraciones, que
no pueden ser afectadas por acciones de
nadie, sin distinción de grupos o categorías de
personas. Los jueces declaran comprender el
concepto en toda su extensión. No se trata de
un concepto vago o impreciso, sino de uno
que se refiere a sus objetos con claridad y
precisión.
¿Qué garantiza el carácter indudable de
esta comprensión? Este es el problema de la
claridad cartesiana, que descansa en un acto
de intuición, que no puede objetivarse. En
otras palabras, que alguien declare percibir
algo clara y distintamente, no es razón para
que otro enfrentado a lo mismo,
necesariamente deba estar en igual
condición. Por lo cual, para uno puede ser
claro lo que para otro es oscuro. Es lo que
sucede en este caso que utilizamos como
ejemplo. Para una parte de los jueces, del
voto de mayoría, es claro en el grado de
evidente, sin la menor duda, lo que para otra
parte de los jueces no lo es, puesto que
oponen otro significado. Esto revela que la
comprensión es propia de cada sujeto
cognoscente. Los elementos de que parte y se
forma la comprensión son objetivos, abiertos
a todos, pero el grado de comprensión es
propio de cada sujeto cognoscente. La
claridad y la evidencia son percepciones del
sujeto cognoscente, por tanto, subjetivas.
Encontrándose estos jueces en una
posición de claridad, oponen a los otros
jueces discrepantes su propia convicción, y en
razón de esto consideran que "no hay
necesidad de hacer disquisiciones para buscar
interpretación utilizando los elementos
lógico, histórico o sistemático, a que se
refieren el inciso 2º del citado artículo 19 y los
artículos 22 y 24 del mismo Código,
elementos —los tres últimos— a los cuales
sólo cabe acudir en los casos de obscuridad de
un precepto legal y que, de esa obscuridad,
pueda desprenderse contradicción o falta de
armonía con otras disposiciones". La
adopción de la dicotomía claro/oscuro
determina el razonamiento de los jueces. La
claridad se superpone a la letra (la otra
dicotomía letra/espíritu), con lo que "letra
clara" por sí sola es garantía de percepción
evidente; en cambio en el otro lado, oscuro se
superpone a espíritu, y se abre a la
exploración de sentidos apoyada en los
elementos lógico (que en la posición de
Barros Errázuriz contiene la ratio legis),
histórico (historia fidedigna del
establecimiento de la ley) y sistemático
(espíritu general de la legislación).
El problema que plantea este modelo de
interpretación, en que se adoptan ambas
dicotomías, superpuestas, entendidas cada
una como oposiciones de sus términos, es
que se afecta la determinación del objeto de
la interpretación. Si nos situamos en el lado
de la dicotomía que corresponde a la "letra
clara", el objeto de la interpretación es un
objeto lingüístico, pero si nos ubicamos en el
otro lado de la dicotomía, correspondiente a
la "oscuridad", entonces tenemos otro
objeto, distinto del anterior, en que se
incorporan la finalidad, las relaciones
contextuales, aspectos históricos, principios
del Derecho. Esta anormalidad que se
produce en la determinación del objeto se
puede atenuar un poco, pensando que el
objeto lingüístico es "inicialmente" tal objeto,
y después se transforma en otro objeto. Así lo
hicimos presente más atrás, al examinar los
efectos de la Escuela de la Exégesis en los
comentaristas nacionales de la
reglamentación del Código Civil. Pero esto es
una manera forzada de concebir el objeto de
la interpretación. En la concepción
hermenéutica el objeto se va estructurando
gradualmente, y las dicotomías claro/oscuro y
letra/espíritu no se conciben como
oposiciones de sus términos, según lo
sostuvimos más atrás.
Como ya lo hemos señalado, la posición
hermenéutica, al concebir la interpretación
como un proceso cognoscitivo, no ve el paso
de la letra al espíritu como el tránsito de un
opuesto al otro, sino como una gradualidad,
en que la dimensión literal funcionalmente
apunta en dirección al espíritu. Cada
dimensión que se abre en este proceso
constituye una conjetura plausible de
sentido. Si la sola literalidad no es suficiente,
la consideración de la contextualidad puede
abrir otros sentidos, que constituyen
conjeturas fundadas, y así con el fin y otras
dimensiones que pueden incorporarse.
El voto de mayoría agrega tres
considerandos, que contienen
argumentaciones diferentes, que buscan dar
apoyo a la decisión adoptada sobre la base de
la literalidad.
En el considerando 5º dice:
"Que no es aceptable suponer que, al
redactarse la Ley de Empleados
Particulares, el legislador haya ignorado la
disposición que consigna el artículo 467 del
Código de Procedimiento Civil; y por el
contrario, parece lógico presumir que el
artículo 29 de aquella ley tuvo su
inspiración en el número 1º del
mencionado artículo 467 del citado Código
de Procedimiento, que dice: No son
embargables: '1º Los sueldos, las
gratificaciones y las pensiones de gracia,
jubilaciones, retiro y montepío que pagan
el Estado y las Municipalidades'".
En este considerando se contiene el
argumento del legislador racional. No es
aceptable suponer que el legislador haya
ignorado que una inembargabilidad similar
afecta a los empleados públicos y
municipales, dicen los jueces. Este mismo
argumento se construye cuando se invoca el
saber, la experiencia, la sabiduría o prudencia
del legislador, en términos que le confieren
un poder decisorio infalible. Recordemos que
así lo utilizan Cood, Fabres y Alfonso en sus
respectivos comentarios al artículo 19 del
Código Civil.
Establecida esta premisa, en el
considerando 6º construye un argumento a
contrario sensu, en los siguientes términos:
"Que al asimilar el legislador la situación de
los empleados particulares a la que
contempla para los servidores del Estado o
de las Municipalidades la disposición del
Código de Procedimiento Civil copiada en el
considerando que precede, no la asimiló —
sin embargo— en la parte en que el mismo
artículo 467 del Código de
Procedimiento Civil exceptúa de la
inembargabilidad parte de las rentas de los
empleados públicos y municipales cuando
se trata de deudas que provienen de
pensiones alimenticias decretadas
judicialmente".
La similitud en el trato de empleados
particulares y públicos y municipales alcanza
la inembargabilidad en general, pero no a la
excepción respecto de pensiones alimenticias
decretadas judicialmente que afecte a los
empleados públicos o municipales. Aquí se
construye el argumento a contrario sensu,
que implica la siguiente idea: si el legislador lo
dice, lo quiere; si el legislador no lo dice, no lo
quiere. El silencio hay que considerarlo
rechazo: si el legislador exceptuó
expresamente las pensiones alimenticias del
carácter inembargable de los sueldos y
remuneraciones de los empleados públicos y
municipales, pero no lo hizo en el caso de los
empleados particulares, para estos no cabe
dicha excepción.
Finalmente, el considerando 7º añade un
argumento relacionado con el Estado de
Derecho:
"Que, fundadas o no las razones que los
autores de la Ley de Empleados
Particulares tuvieron para no sujetar a
éstos a la excepción que se contempla en el
inciso 2º del Nº 1º del artículo 467 del
Código de Procedimiento Civil, y aunque
pueda prestarse a cualquiera clase de
críticas el artículo 29 del Decreto Nº 857, de
fecha 11 de noviembre de 1925, ninguna de
estas consideraciones puede llevar a un
Tribunal de Derecho mientras esté vigente
el precepto legal que se comenta, a dejar
de aplicarlo en la forma clara en que está
redactado, ya que no es permitido tomar
en cuenta lo favorable u odioso de una
disposición para que su interpretación sea
ampliada o restringida".
Los jueces de mayoría reafirman la posición
que encontramos también expresada en los
primeros comentaristas, como Cood y Fabres,
que sostenían que la verdadera justicia de la
sentencia es la cabal aplicación de la ley, tal
cual esté, sin consideraciones que pudieran
afectar el significado de su tenor literal. El
valor o principio que se busca proteger es la
seguridad jurídica y no la justicia material. Los
Tribunales son un poder del Estado, que
ejercen una función, cual es aplicar la ley,
entendiendo la aplicación de una manera
estrecha, relacionada con la noción de
subsunción.
Estos tres argumentos tienen el carácter de
complementarios de la decisión adoptada en
la primera parte de la sentencia. La decisión
está ya tomada y tiene su propia justificación.
Estos argumentos no repiten el punto de
vista de la claridad asumido en la decisión,
sino que cumplen la función de que hacer
frente a argumentaciones hechas valer en el
debate previo a la decisión y que determinó
que otra parte de los jueces defendieran una
posición diferente. Aquí asoma la
característica de la doctrina de la claridad, a la
cual se acogen los jueces del voto de mayoría.
Ellos invocan sus propios estados de
conciencia, que les permite afirmar que
perciben con claridad que el significado es el
que dicen: que la inembargabilidad está
considerada abstractamente y su referencia
es tan amplia como sea posible concebirla. El
estado de conciencia es la garantía y al mismo
tiempo la verificación de la rectitud de lo que
dicen. De esta manera, la claridad cierra todo
debate posible. Sin embargo, estos jueces
oponen a la posición discrepante los tres
argumentos complementarios, es decir, dan
razones y entran en el dominio de la
argumentación. Se podría decir que estos
argumentos justifican también la decisión
revocatoria, pero desde razones por
completo diferentes de la doctrina de la
claridad. Esta doctrina la formuló Descartes
para exponer su pensamiento sobre la verdad
y la intuición evidente. En cambio, en los tres
argumentos se dan razones como la del
legislador racional o el argumento a
contrario o la seguridad jurídica de la
concepción del Estado de Derecho del siglo
XIX, y esas razones se pueden someter a
escrutinio y examen de sus fundamentos.
Para los jueces del voto de mayoría el
concepto de inembargable se toma en toda su
extensión y se aplica a todos los objetos o
cosas que pueden quedar incluidos en esa
extensión. Para el voto de minoría hay
razones que permiten limitar esa extensión,
como es la justificación de la exclusión de la
cónyuge demandante de alimentos. Cuando
los jueces del voto de mayoría invocan la
claridad no dan otra razón que su propio
estado de conciencia y, entonces, no puede
someterse a examen esa razón. En cambio,
los argumentos complementarios pueden
debatirse en sus fundamentos, pero estos
argumentos no aparecen confrontados.
La argumentación del voto de minoría
persigue limitar la extensión, y así enfrenta la
posición de los jueces del voto de mayoría,
pues entra a discutir el tema de la
significación. En los considerandos 4º y 5º del
voto de minoría fija su posición en el tema de
la significación:
"4º. Que en orden a estos razonamientos,
cabe advertir que la disposición del artículo
19 del Código Civil estatuye que cuando
el sentido —no el tenor— de la ley es claro,
no ha de recurrirse a consultar su espíritu,
desentendiéndose de sus términos
literales; y sentido equivale a significado,
alcance o interpretación".
Y en el siguiente considerando agrega:
"5º. Que si bien el sentido del citado
artículo 29 aparece claro, si se le interpreta
en su genuino significado conforme el
artículo 23 del Código Civil, pierde esa
claridad cuando, desentendiéndose de la
regla consignada en dicho artículo 23, se
pretende ampliar su alcance hasta
términos absolutos, quedando así de
manifiesto que la controversia no recae
sobre el sentido mismo de la ley, sino
únicamente sobre el alcance o extensión
del recordado precepto de la Ley de
Empleados, por lo cual es necesario recurrir
a las reglas generales de hermenéutica para
la resolución de este punto, que es
precisamente la materia de la
controversia".
Estos considerandos abordan, aunque
imperfectamente, el corazón del problema de
la significación que se presenta en este caso,
lo que el voto de mayoría eludió,
escudándose en la claridad.
Primero, toca tenuemente el problema de
la ecuación entre sentido claro y tenor literal,
los dos términos claves de la posición que
superpone las dos dicotomías claro/oscuro y
letra/espíritu, y que conforman la
interpretación del artículo 19. Este
cuestionamiento de esa ecuación alcanzará
enorme importancia en sentencias
posteriores, que precisamente no aceptarán
que el solo tenor literal sea la garantía de
un sentido claro. Bajo la apariencia de un
debate sobre cómo interpretar el artículo 19,
se mueve la discusión sobre el tema mismo de
qué significa el significado. Y esto es lo
interesante de sentencias como esta, pues de
hecho se ponen en juego los elementos de la
teoría de la significación. Se repite aquí el
fenómeno de la praxis judicial que destacaba
Gény en las sentencias de los Tribunales
franceses, que fueron dándole mayor
flexibilidad al rígido marco de la
interpretación de la Escuela de la Exégesis. En
nuestro caso, hay que decir que la
interpretación que se le ha dado al artículo
19, conforme los principios de esa Escuela, de
hecho se cuestiona y se va paulatinamente
sustituyendo por otra. Pero es indudable
mérito de la praxis judicial haber llamado la
atención sobre el problema.
En segundo lugar, en estos considerandos
se muestra una de las características de la
significación. El significado se descompone,
en realidad, en distintas relaciones, dando
origen a la clásica tríada estudiada en el
triángulo de la significación de autores como
Odgen y Richards. De una parte, tenemos la
relación de la expresión lingüística o signo con
el concepto significado; de otra, la relación
entre el concepto significado y aquello a lo
que se refiere, y finalmente, la relación entre
los signos o expresiones lingüísticas y las
cosas mismas de la realidad.
 Ahora bien, en los considerandos se
distingue nítidamente entre el significado
conceptual y el referente, esto es, la
extensión del concepto. El significado
conceptual no está en discusión, todos
entienden lo mismo; pero la extensión que
tenga, es decir, a qué cosas o casos o grupos
de personas se refiere, es la materia debatida.
Los jueces emplean la expresión "alcance" o
"extensión" para indicar esta relación de
referencia. Para estos jueces hay razones que
justifican la limitación a la extensión o
referencia. Estas razones no se encuentran en
el concepto mismo, sino en otros conceptos
con los cuales hay que relacionarlo. Y se llega
así por este camino a la contextualidad, como
forma de establecer un significado o sentido.
No se trata del paso abrupto de lo "claro" a lo
"oscuro", como resulta en el modelo que
sigue las aguas de la Escuela de la Exégesis. El
objeto a interpretar no es, entonces, solo un
objeto lingüístico, sino que es preciso
considerar otras dimensiones, como el
contexto, entre otras.
Los considerandos 6º, 7º y 8º abren una
línea exploratoria de sentido:
"6º. Que el propósito evidente del
legislador, manifestado aún en las
disposiciones de los artículos 33 y 35 de la
Ley de Empleados Particulares, es el de
garantir al empleado particular del goce
íntegro de sus emolumentos en beneficio
no sólo de él, sino de su cónyuge y familia.
7º. Que, por otra parte, y para el caso que
se ventila en estos autos, procede recordar
que el artículo 1725 del Código Civil,
estatuye que componen el haber de la
sociedad conyugal, entre otros, los salarios
y emolumentos de todo género, empleos y
oficios devengados durante el matrimonio
y que el artículo 1740 del mismo Código
dispone que la sociedad está obligada al
pago del mantenimiento, educación y
establecimiento de los descendientes
comunes y de toda otra carga de familia, y
8º. Que en presencia, pues, de estas
instituciones de carácter fundamental,
establecidas en leyes de orden público,
como son todas las que se refieren a la
constitución de la familia, ya que consultan
un interés social, no se puede dar otro
alcance a la inembargabilidad de que trata
el artículo 29, tantas veces citado, que el de
una mera seguridad contra las acciones de
terceros, pero en forma alguna extenderla
hasta el extremo de impedir la satisfacción
de las necesidades y el cumplimiento de las
obligaciones para con la propia familia".
Comienza la argumentación con el
propósito o fin, esto es, la ratio legis. La
mención de "evidente" y "manifestado" se
relaciona con el inciso 2º del artículo 19, que
autoriza en caso de oscuridad a recurrir a la
intención o espíritu "claramente
manifestado" en la ley misma. A pesar de
esto, lo cierto es que la argumentación se
desenvuelve por cauces por completo
distintos del modelo claro/oscuro del voto de
mayoría. La claridad descansa en un estado
de conciencia subjetivo, que se tiene o no se
tiene. En el voto de minoría los jueces
separan sentido claro de tenor literal y
examinan reflexivamente la referencia del
concepto inembargable, encontrando la
dificultad que motiva este pleito. Detectada la
dificultad, hay que buscar la solución a ella,
que consiste en último término en una
limitación a la extensión del concepto.
Los considerandos 7º y 8º recogen lo que
había razonado el juez de primera instancia
que, en efecto, dice en el considerando 7º de
su sentencia:
"7º. Que, perteneciendo o siendo la dación
de alimentos una de las cargas de la
sociedad conyugal, es claro que el cónyuge
que ha obtenido la declaración y regulación
de ese derecho de alimentos, no es un
tercero que ejercita ese derecho, sino un
comunero que por circunstancias
debatidas en el juicio sobre dación de
 alimentos, se ve colocado en la necesidad
de demandar lo que le corresponde por ley
dentro de la sociedad conyugal; de manera
que en el caso de autos no tiene aplicación
lo dispuesto en el artículo 29 del Decreto-
Ley sobre Empleados Particulares, que
regla las relaciones entre terceros".
En suma, el sentido que hay que atribuir a
la disposición sobre inembargabilidad dice
relación con las posibles acciones de terceros,
dentro de los cuales no se encuentra la
cónyuge cuando reclama la dación de
alimentos que la sociedad conyugal le debe.
Estas son las razones que ofrecen como
justificación de la atribución del significado.
Lo que interesa aquí es ver que la estrategia
metodológica para buscar un sentido parte de
la constatación de la dificultad que surge
cuando se relaciona ese artículo 29 de la Ley
de Empleados Particulares con otros artículos
del sistema legal, en este caso el Código Civil,
que reglamentan el régimen de sociedad
conyugal y las obligaciones de esta para con
los integrantes de la familia. Establecida esa
relación, se le reconoce a esta
reglamentación del Código Civil primacía
sobre una ley especial. Esta exploración
metodológicamente conducida lleva al
establecimiento de ese sentido, que pasa a
ser una conjetura fundada en las mismas
piezas metodológicas que condujeron a su
establecimiento.
Para el voto de minoría el objeto no es un
objeto lingüístico, como para el voto de
mayoría, sino que es un objeto en el cual se
incorporan estas relaciones contextuales. En
otras palabras, el sentido no resulta de la sola
consideración del tenor literal, sino de la ratio
legis y del contexto. La ratio legis, a su vez, se
apoya en el contexto. El fin del artículo 29 no
es establecer una inembargabilidad amplia,
sino restringida a ciertas categorías de
personas, entre las cuales no se encuentra la
cónyuge por la demanda de alimentos.
Concluye este voto de minoría con un
argumento complementario. Se trata de un
argumento de reducción al absurdo (en
general, argumento de consecuencias), que
se contiene en el siguiente considerando:
"11º. Que, de no ser así, habría que llegar a
la conclusión de que el legislador ha
querido establecer, con respecto a los
empleados particulares un privilegio, más
que especial, extraordinario y exclusivo,
sobre todo orden de instituciones, lo que
no tiene asidero en ningún fundamento
social o jurídico y, al revés, vendría a
subvertir todas las doctrinas y todos los
principios sobre la materia".
Este argumento se agrega a la línea
argumental seguida y busca ofrecer una
comprobación indirecta de la solidez de la
posición que se ha adoptado. El argumento
por reducción consiste en mostrar que la
posición antagónica de la que se quiere
defender conduce a un absurdo, entendiendo
por absurdo no solo la inconsistencia lógica,
sino algo prohibido o inconveniente.
Establecido este "absurdo", se acredita
indirectamente la posición que se quiere
defender. En este caso se trata de instituir un
privilegio en favor de una categoría de
empleados, lo que carece de apoyo legal y
constitucional.
Finalmente, la sentencia contiene un voto
de prevención de uno de los jueces de
minoría, que parte reconociendo que al
comparar las disposiciones respectivas de la
inembargabilidad de empleados públicos y
municipales con las de empleados
particulares, son similares, salvo en lo
concerniente a la excepción de pensiones
alimenticias recogida para los primeros, pero
no para los segundos. En este voto se
contiene un argumento por analogía,
expuesto de la siguiente manera:
"2º. Que no hay razón alguna para suponer
que la Ley de Empleados Particulares haya
 querido dejar a éstos en condición especial
respecto de los empleados públicos y
municipales, en lo relativo a dicha
excepción, de manera que la falta de una
disposición expresa en este sentido como la
consignada en el inciso 2º del mencionado
artículo 467 Nº 1º del Código de
Procedimiento Civil, debe ser considerada
como una simple omisión que no altera el
propósito del legislador de equiparar la
situación legal de unos y otros empleados".
Puede observarse aquí que la analogía se
apoya sobre bases diferentes de todo el
debate anterior que giraba en torno a la
extensión del concepto "inembargable", por
tanto, que concierne a la significación. En la
analogía se determina tras el análisis
conceptual que la situación no se encuentra
prevista y que, en consecuencia, se enfrenta
un vacío normativo. Lo que propone el
considerando es acudir al conocido principio
"donde hay la misma razón, hay la misma
disposición", y conforme este principio se
construye la analogía. Se parte de la
disposición legal que regula la situación de los
empleados públicos y municipales, se extrae
por inducción el principio subyacente, y este
principio, manejado metodológicamente por
el otro principio ("donde hay la misma
razón..." etc.), determinan una regla que
permite excepcionar de la inembargabilidad a
la cónyuge por las pensiones alimenticias.
Esta regla, que no existía, se incorpora en la
decisión judicial. La analogía presupone que la
extensión del concepto se entienda de una
cierta manera, para provocar el vacío.
Esta sentencia expone tres formas
metódicas para abordar el problema y
solucionarlo. En la primera, se acude a la
claridad y se procede a la subsunción. En la
segunda, se invoca la ratio legisque se
establece con el contexto, y finalmente, se
elabora un argumento por analogía, en el cual
se produce una regla para el caso que se
declara no previsto normativamente.
Hay sentencias en que se acude a la
claridad, pero sin combinarla con los cuatro
elementos ordenados serialmente, como
ocurre en el caso que se examinó recién. Aquí
los jueces simplemente dejan constancia de
que su comprensión del enunciado o de una
palabra determinada es clara, con lo cual se
ponen a sí mismos como verificación de la
afirmación que hacen.
b) Sentencias que siguen un modelo no
literalista
En esta parte vamos a examinar tres formas
características. Una primera, que refleja la
influencia de Savigny a través de Claro Solar y
que dispone los cuatro elementos, no
serialmente como Barros Errázuriz, sino en
coordinación conjunta. Una segunda, que
acude a la ratio legis, entendida como el fin,
aunque también como razón de ser, y dando
origen a la interpretación teleológica. Y una
tercera, que acude a los contextos, esto es,
relaciones contextuales de un enunciado con
otros, de manera de formar un conjunto
armónico.
1. Sentencias que emplean los
cuatro elementos coordinados en conjunto
Las sentencias que siguen el modelo no
literalista no utilizan las dicotomías
claro/oscuro y letra/espíritu, superpuestas,
como lo hacen las sentencias que siguen el
modelo literalista. Es el caso de las sentencias
que acuden a los cuatro elementos
coordinados en forma conjunta. Los cuatro
elementos, sabemos, forman parte de la
estrategia metodológica para establecer un
sentido. Recordemos que los cuatro
elementos, como planteaba Savigny y repite
Claro Solar, no son cuatro vías metodológicas
distintas a las que el intérprete pueda acudir
según gusto o capricho, sino que todos ellos
tienen que tomarse en conjunto. Lo que
provoca la ordenación serial que propone
Barros Errázuriz es romper esa unidad. Pero el
asunto es más profundo. Se afecta la
concepción misma del objeto de la
interpretación. En el modelo literalista el
objeto es un objeto lingüístico, y cuando
pasamos a la oscuridad nos encontramos con
otro objeto, y por eso se produce el problema
de la unidad del objeto. En cambio, en la
doctrina de los cuatro elementos, como
recursos metodológicos, si es verdad que son
adecuados a su objeto, el objeto se despliega
en una serie de dimensiones, que
sucesivamente van proporcionando un
conocimiento pleno y amplio del Derecho. El
elemento gramatical nos ofrece la dimensión
de la significación de los lenguajes
empleados; el elemento lógico nos da la
estructura lógica del pensamiento, y a través
de él, la ratio legis, que incide en el objeto de
la voluntad; el elemento histórico, la situación
o estado del Derecho al momento del
establecimiento de la ley, y el sistemático, la
visión de conjunto del sistema legal y las
instituciones. La dualidad letra y espíritu se
encuentra aquí recogida no como términos
que se oponen, sino que se complementan.
Voy a considerar una sentencia de la Corte
Suprema, de 9 de octubre de 1946, recaída en
un recurso de casación en el fondo, sobre
nulidad de cláusulas testamentarias. Me
interesa esta sentencia porque ella hace
visible lo que se viene sosteniendo, en cuanto
a que el empleo de los cuatro elementos, no
ordenados serialmente, como en el ejemplo
anterior, sino coordinados en conjunto, hace
incompatible la concepción de la
interpretación que se asume con la
concepción de interpretación que adopta la
doctrina de la claridad.
El problema que se presenta aquí dice
relación con la comprensión de un enunciado,
que contenía el Código Civil antes de su
reforma en 1952, en el artículo 1061, que
decía:
"No vale disposición alguna testamentaria
en favor del escribano que autorizare el
testamento, o del funcionario que haga las
veces de tal, o del cónyuge de dicho
escribano o funcionario, o de cualquiera de
los ascendientes, descendientes,
hermanos, cuñados, empleados o
asalariados del mismo".
Y agregaba un inciso segundo, que dio
origen al problema:
"Lo mismo se aplica a las disposiciones en
favor de cualquiera de los testigos".
La dificultad interpretativa consiste en
establecer el significado de la expresión "lo
mismo", si se refiere a la prohibición de
extender disposiciones testamentarias en
favor del notario, o funcionario que haga las
veces de tal, o si esa prohibición se extiende
también al cónyuge, ascendientes,
descendientes, hermanos, cuñados,
empleados o asalariados del mismo. En este
caso se extendió un testamento que favorecía
a un hermano de uno de los testigos.
Como es frecuente en los Tribunales
colegiados, hay un voto de mayoría, favorable
a la nulidad, y otro de minoría, contrario a
ella. En este caso la controversia se da fuera
del campo de la claridad, por tanto, no se
trata de que unos invoquen su propia
conciencia evidente de que el significado es
tal, y que los otros invoquen razones
objetivas, lo que hace el
debate argumentativo imposible, pues la
evidencia cancela la argumentación. La
sentencia reconoce en su considerando 1º
que la cuestión a resolver versa
fundamentalmente sobre la interpretación
que debe darse al inciso 2º del artículo 1061,
y que sobre eso hay razones múltiples, que
alegan las partes en favor de sus propios
puntos de vista contradictorios, y que los
jueces deben considerar. Por eso, en el
considerando 7º declara:
"7º. Que esto pone al Tribunal de casación
en el caso de interpretar, conforme a las
normas legales, el alcance de la disposición
 controvertida, el susodicho inciso 2º del
artículo 1061; interpretación siempre
necesaria cuando se discute acerca de un
texto legal, y que en la especie es de todo
punto de vista indispensable, dada la
variedad de razones que se han argüido
pretendiéndose fijar el verdadero sentido
del artículo materia de la discusión".
La controversia queda determinada por la
confrontación de interpretaciones
discrepantes que hacen valer las partes, lo
que pone al Tribunal en la posición de tener
que hacerse cargo de las razones que invocan
unos y otros, y eso importa revisar esas
interpretaciones y adoptar una decisión. La
dificultad interpretativa se concentra en la
referencia de la expresión "lo mismo". La
estrategia que el Tribunal va a seguir está
dada por la metodología de los cuatro
elementos. En el considerando 8º dice:
"8º. Que la primera y primordial regla de
interpretación que debe tenerse en cuenta,
mira, según los términos de los artículos 19
inciso 1º, 20 y 21 del Código Civil, al
elemento gramatical, tomada la palabra en
su más amplia acepción, en otros términos,
al lenguaje empleado por el legislador que
naturalmente debe entendérsele
conocedor del idioma y versado en el
significado preciso de los vocablos que
utiliza".
Aquí primero no tiene el significado del
modelo literalista. Recordemos que en Suárez
el lenguaje es primero en el orden de la
ejecución, porque el intérprete enfrenta el
lenguaje de la ley como primera etapa del
proceso. En el modelo literalista el lenguaje es
primero serialmente, pues se accede a los
otros elementos después del examen del
primero, que condiciona a los otros. En la
teoría de Savigny hay que coordinar este
elemento gramatical con los otros. La cita de
los artículos 19, 20 y 21 recuerda en parte el
trabajo de Claro Solar y especialmente de
Barros Errázuriz para darles a los cuatro
elementos ubicación dentro de la
reglamentación de la interpretación de la ley.
Y ¿qué es propiamente la indagación que
está contenida en el elemento gramatical?
Los jueces lo explican en el considerando 9º,
en los siguientes términos:
"9º. Que como se desprende de las
palabras empleadas a su vez por el
legislador en los artículos 19, 20 y 21 ya
aludidos, el problema que se presenta
cuando se quiere establecer si es claro el
tenor de una palabra, o de una frase y aún
de un período gramatical completo, dice
relación con el significado de las palabras y
es, en consecuencia, de carácter
semántico. En este orden de ideas, los que
cultivan la ciencia filológica estiman que en
el caso de autos, como en todos los casos
en que se presenta la situación de tener
que puntualizar si el sentido de una ley es
claro, lo que hay que acometer es un
estudio semasiológico, no pudiendo
resolverse el problema mediante el análisis
meramente morfológico de las palabras, ni
aún mediante el estudio de la construcción
sintáctica. Se comprende, en efecto, que ni
la clasificación y estructura de las palabras
ni su sintaxis pueden bastar para el efecto
antes indicado, siendo necesario penetrar
en el estudio de una ciencia también de
carácter gramatical que, aunque esté
todavía en formación, constituye en todo
caso un precioso auxiliar para fijar bien el
sentido de las palabras, de las frases y de la
oración. Esta ciencia auxiliar de la
gramática es la semántica".
Es una indagación semántica. La consulta
de diccionarios es útil, pero no suficiente,
habría que decirle a Paulino Alfonso y, en
general, a todos los que adoptan este camino,
que es el de un argumento de autoridad. La
semántica y la lingüística han adquirido un
desarrollo bastante notable en los tiempos
actuales y esto ha permitido replantearse
muchos temas de la antigua gramática en
términos de las nuevas concepciones del
lenguaje. El estudio de los significados ha
producido una gran cantidad de ensayos. Yo
mismo en el primer estudio, que antecede al
actual, he seguido a Ricoeur en el tema de la
significación, que es clave hoy día para definir
el estatuto de las disciplinas culturales, entre
las cuales se encuentra el Derecho.
La sentencia, en los considerandos 10º a
18º, se extiende en explicaciones semánticas
sobre el significado de "lo mismo" para llegar,
finalmente, a la aseveración de que se refiere
a que la regla que invalida las asignaciones al
notario y a ciertos parientes y dependientes
es la misma que se aplica a los testigos; es
decir, no tiene el alcance restringido que se le
ha querido dar de referirla solo a la
prohibición de instituir asignaciones
testamentarias a los testigos, sin incluir a
ciertos parientes y dependientes de estos.
En el considerando 18º concluye su estudio
semántico y dice:
"18º. Que puede, pues, concluirse que
estudiada la cuestión controvertida
alrededor del alcance filológico de la frase
tantas veces citada —que es lo que
principalmente interesa para establecer el
verdadero sentido de un precepto legal—,
el sentido del inciso 2º del artículo 1061 es
claro, y que por tanto habría que atenerse
al tenor literal del sobredicho precepto".
Si estuviésemos en presencia de un modelo
literalista, esta conclusión sería la decisión del
asunto controvertido. Pero como se trata del
modelo no literalista en que se conjugan los
cuatro elementos, hay que concordar ahora el
elemento gramatical con los otros elementos.
En el modelo literalista, por efecto de la
dicotomía letra y espíritu, la dimensión
gramatical puede llegar a un significado que
puede ser contradicho por el espíritu. Todo lo
que examinamos de la Escuela de la Exégesis
y su adopción por los primeros comentaristas
nacionales iba en ese sentido, que letra y
espíritu es una dicotomía construida por
términos opuestos, no forman un continuo, y
por eso puede darse el caso de que la letra
contradiga el espíritu.
Como se trata de un modelo no literalista,
en que se conjugan los cuatro elementos, el
paso siguiente de la sentencia es examinar el
elemento lógico, y de esto da cuenta el
considerando 19º, que dice:
"19º. Que esto, no obstante, y aún sobre la
base de que tal conclusión fuera
indiscutiblemente aceptada, el proceso
interpretativo no quedaría concluso: se
precisa acudir en todo caso a otro medio de
interpretación también legal, buscando al
efecto el espíritu de la ley, mediante el
estudio de las relaciones lógicas que ligan a
los diversos elementos del texto
interpretado, de manera que la ley que se
supone clara, no aparezca en contradicción
con el espíritu que la inspiró, caso en que la
letra no puede prevalecer. Como es natural
entender, no puede pretenderse que una
ley sea clara cuando existe en el mismo
cuerpo de leyes otro tanto que la
contradiga. El sentido de una ley, en último
término, no resulta de un precepto
aisladamente considerado, sino del
conjunto de prescripciones de la misma
naturaleza o que se refieran a una misma
institución".
La sentencia busca en el examen del
elemento lógico concordar con el análisis del
elemento gramatical y coincidir ambos en un
mismo resultado. El elemento lógico lo
entiende, siguiendo en parte a Savigny,
recogido por Claro Solar, como las relaciones
lógicas entre las distintas partes del
pensamiento de la ley; a través de este
elemento se logra una primera aproximación
a una captación del contexto. El contexto
puede ser el de una oración con otra o de
varias partes de la misma ley o de varias
partes de diferentes leyes. A través del
contexto se accede al espíritu que, como ya
hemos visto en los clásicos modernos, es el
pensamiento y la voluntad.
Interesa advertir también que letra y
espíritu no pueden encontrarse en
contradicción, pues en ese extremo, dice la
sentencia, prevalece el espíritu, que
condiciona el significado de las palabras. Esto
corresponde de manera general a la
característica de los modelos no literalistas,
ya señalada, que la dualidad letra/espíritu no
es recogida en estos modelos interpretativos
a la manera de oposiciones, como en el caso
del modelo literalista, en que se hace
prevalecer la letra. Se busca más bien la
concordancia, como indicó en su momento
San Agustín.
En cuanto a la claridad, esta se desvincula
del tenor literal, esa ecuación que
encontramos en los modelos literalistas. No
puede pretenderse que haya claridad cuando
se detecta contradicción entre diferentes
partes. Esto sugiere que la claridad no es dato
inicial, un pie forzado, sino más bien el
resultado de comparaciones y análisis de las
relaciones lógicas entre diferentes partes.
Nos aproximamos así a las posiciones que
defiende Betti, que ve en la
claridad/oscuridad el resultado de la
interpretación y no el comienzo de ella. La
última frase con que termina este
considerando contiene la idea matriz: el
sentido de una ley, en último término, no
resulta de un precepto aisladamente
considerado, sino del conjunto de
prescripciones de la misma naturaleza o que
se refieran a una misma institución. En el
modelo literalista se adopta la posición
exactamente contraria: el intérprete consulta
su conciencia y según esta determina que el
significado comprendido es claro.
Con estas precisiones, el paso de la letra al
espíritu no es un salto abrupto, originando un
objeto dual, sino un continuo, manteniendo
así la unidad del objeto, que no se reduce al
solo objeto lingüístico, como habíamos
anotado antes en el modelo literalista. El
intérprete, en el modelo no literalista, trabaja
con diversas dimensiones: las palabras, sus
relaciones con otras, las relaciones lógicas de
distintas partes, y en conexión con esto
la ratio legis. Todo ello está dirigido al
sentido, que no se confunde con los
significados de las palabras, está en cierto
modo más allá de estos. En el considerando
20º agrega a lo anterior:
"20. Que cabe, por lo tanto, acudiendo al
elemento lógico de la interpretación,
examinar cuál ha debido ser, o con más
propiedad, cuál ha sido la voluntad de la
ley, y aún más exactamente el motivo de la
ley (ratio legis), en relación con lo cual se ha
dicho con razón que es la voluntad de la ley
en última instancia (valga en la especie este
giro procesal) el criterio que debe presidir
la labor interpretativa, no siendo sino
medios para buscar aquella voluntad los
demás elementos o reglas de
hermenéutica legal, el gramatical inclusive.
Si el legislador ha dicho que prima el tenor
literal cuando la ley es clara, es
naturalmente entendiendo que armonice
con la interpretación globalmente
considerada. Como lo sostienen autores
muy apreciables, así como el elemento
gramatical de la interpretación tiene por
objeto recomponer el pensamiento del
legislador, el elemento interno relativo al
espíritu de la ley mira a la descomposición
de este pensamiento, esto es, sus diversas
partes, complementándose de esta manera
recíprocamente una y otra operaciones".
En este considerando volvemos al viejo
tema de si lo que se busca es establecer como
sentido lo que coincide con una voluntad
efectiva o real, o más bien una voluntad
supuesta en la ley misma. Por Betti hemos
aprendido que la voluntad no puede ser lo
que se pone como objeto, sino lo que él
denomina la forma representativa, esto es, la
expresión. Y la tendencia del pensamiento
hermenéutico en general es tomar distancia
del autor empírico o real, dado que el
conocimiento de un pensamiento o voluntad
efectiva será siempre un dato problemático.
De otra parte, la ratio legis, como hemos
señalado antes, especialmente en Suárez,
tiene ese doble significado de fin o propósito
y de razón de ser, dos nociones que se
encuentran conectadas, como lo reconoce
Savigny, cuando habla de los "motivos de la
ley" para significar la ratio legis. Por el fin la
ley busca producir ciertos efectos en la
realidad social o en el propio sistema legal, y
por razón de ser hacer realidad ciertos
principios o ideas de carácter superior. Hay
que tener en cuenta que la ratio legis no
siempre consta de manera fehaciente, por lo
cual hay que conjeturarla, y además, como
anota Suárez, incide en el objeto de la
voluntad, por lo cual, el debate sobre ella no
trae consecuencias acerca de la validez de la
ley, solo influye en la determinación del
sentido.
En los considerandos 21º, 22º, 23º y 24º,
los jueces conjeturan una ratio legis y afirman
que esta consiste en dar al notario y a los
testigos instrumentales del testamento
cerrado el mismo trato, dado que poseen
funciones similares en el testamento. Podría
confundirse esta situación con la construcción
de una argumentación por analogía, pero hay
una diferencia importante entre una y otra.
En la analogía, que propiamente es una
similitud de relaciones, se busca integrar un
vacío que se produce al comparar las
relaciones, pues una de las relaciones pone a
la vista la ausencia de una regulación que sí
existe en la otra. Por eso, en la analogía de la
regulación existente se deriva por inducción
el principio o ratio, y de esta ratio se produce
o crea la regulación que falta para el caso
análogo. En la sentencia, en cambio, no hay
tal ausencia declarada, sino que se comparan
las funciones del notario y la de los testigos y
se considera que en el testamento son
similares, en cuanto le dan validez, y se
conjetura que el principio común de ambas es
la ratio de dar igual trato a uno y otros. Aquí
no se discute una ausencia de regulación, sino
el sentido de la expresión "lo mismo", el cual
se puede establecer considerando la
identidad de ratio de uno y otro caso. De esta
manera, todo lo que se dice en cuanto a
prohibiciones de asignaciones testamentarias
en favor del notario y ciertas personas
vinculadas a él es lo mismo que se dice en
relación con los testigos y ciertas personas
vinculadas a ellos. Este es el sentido que es
preciso establecer y que es coincidente con el
sentido a que se llega en el análisis de la
dimensión gramatical. Los considerandos
abundan en razones justificatorias relativas a
la moral, a la conveniencia y a precaverse de
un fraude a la ley, que hay una misma ratio,
pero no es el caso de construir un argumento
por analogía. Y así, al concluir el considerando
26º señala:
"26º. El argumento en cuestión de la
sentencia estaría bien si los Jueces de la
instancia, a falta de una disposición legal, se
vieran en el caso de acudir al argumento a
pari o por analogía, caso en que
evidentemente no sería aplicable una
disposición de excepción por ser de
derecho estricto".
En efecto, por ser la prohibición de instituir
asignaciones testamentarias en favor de
ciertas personas una excepción, si faltare una
regulación expresa, no podría extenderse por
analogía la excepción.
Cuando se dice que los jueces conjeturan
una ratio legis, se quiere apuntar a las
operaciones inferenciales que tienen que
realizar para extraer inductivamente
la ratio o principio subyacente en la
regulación de que se parte.
El elemento sistemático lo recogen los
jueces en el considerando 25º, en los
siguientes términos:
 "25º. Que la conclusión a que se llega,
interpretando bajo todos sus aspectos el
precepto legal discutido, se afianza aún
más poderosamente si se estudia
el contexto de las disposiciones legales que
miran a la sucesión testamentaria,
especialmente las que dicen relación con la
ordenación del testamento y con las reglas
generales relativas a las asignaciones
testamentarias. En efecto, nuestro Código
Civil autoriza la celebración de testamento
solemne abierto ante cinco testigos sin
intervención de escribano o funcionario
que haga sus veces, así como también
permite extraordinariamente el
otorgamiento de testamento verbal que
debe ser presenciado por tres testigos a lo
menos".
Toda esta línea de razonamientos conduce
a que los testigos se encuentran en una
situación similar a la del notario y que, por eso
mismo, lo que afecte a este se extiende a los
testigos, sin restringir la extensión de la
prohibición. Aquí se busca mantener en el
significado de "lo mismo" toda la extensión de
su referencia, esto es, que si la invalidación
afecta a las asignaciones testamentarias
extendidas en favor del notario y ciertas
personas vinculadas a este, una invalidación
similar afecta a las asignaciones a los testigos
y ciertas personas vinculadas a estos.
En la sentencia examinada en el caso
anterior del modelo literalista se discute
también la extensión del concepto
"inembargable", y mientras unos lo toman en
toda su extensión, sin distinguir grupos de
personas que pueden quedar excluidas, otros
restringen esa extensión a ciertas categorías
de personas solamente. En el ejemplo que
examinamos sobre validez de asignaciones
testamentarias, en que se discute la extensión
de la expresión "lo mismo", el voto de
mayoría argumenta para establecer un
sentido amplio, mientras que el voto de
minoría lo hace para restringir esa extensión
solo a los testigos, pero no a ciertas personas
vinculadas a estos.
La sentencia hace una adaptación del
elemento sistemático de la doctrina de los
cuatro elementos de Savigny y lo toma bajo la
perspectiva de la coherencia o consistencia
de un todo mayor. En el elemento lógico
aparece un primer nivel de integración de
todo y partes, ahora con el elemento
sistemático se retoma la integración de todo
y partes, pero en un todo mayor.
En cuanto al elemento histórico, la
sentencia dedica los considerandos 27º al 33º
al estudio de esta dimensión. El primero de
ellos abre esta indagación de la siguiente
manera:
"27º. Que fuera de considerar la razón de
ser del precepto materia de la discusión,
tendiendo siempre al fin de averiguar el
espíritu de la ley, es del caso afrontar el
estudio de la historia de la ley a través de
los diversos proyectos del Código y de las
sucesivas modificaciones que fue sufriendo
el tenor de la disposición cuestionada, en
que se transparenta el pensamiento del
legislador en orden a este punto,
mantenido persistentemente en los
diversos proyectos por el principal autor
del Código".
Y procede a examinar el Proyecto de 1841,
el Proyecto de 1846, el Proyecto de 1853 y el
llamado Proyecto Inédito, en los
considerandos 27º, 28º, 29º y 30º. Este
examen busca establecer una línea de
continuidad de un mismo pensamiento, cual
es la igualdad de trato tanto al notario y
ciertas personas vinculadas a este y a los
testigos y ciertas personas vinculadas a estos.
Por eso, en el considerando 31º concluye:
"31º. Que, como conclusión de todo lo
dicho en los cuatro fundamentos
anteriores históricamente estudiada la
interpretación del inciso 2º del artículo
 1061, resulta que no puede interpretarse
de un modo diverso del que se viene
sosteniendo, o sea, que el referido inciso 2º
no considera la categoría de los testigos en
forma individual —en la forma en que el
inciso 2º aludió al escribano y a los
parientes de los allí enumerados
comprendidos hasta el segundo grado de la
línea transversal— sino que abarca
conjuntamente con el testigo a sus
parientes y a sus asalariados. De no ser así,
los testigos habrían debido ser
contemplados en una sola enunciación y no
habría habido necesidad de recurrir al
expediente de dividir en dos incisos la idea
inspiradora del precepto".
Con esto la sentencia logra concordar los
cuatro elementos en orden a un solo
significado, que pasa a ser el sentido que se
busca a través de los procedimientos
metodológicos que recogen los cuatro
elementos. La justificación de ese sentido se
obtiene por aplicación de las mismas vías
exploratorias, solo que ahora en una función
justificatoria.
La debilidad de la indagación histórica, la
reconoce la sentencia en el considerando 32º,
pues no existen actas de los debates, y por
eso persigue una línea de pensamiento que se
ha mantenido a lo largo del tiempo, que
según la apreciación que hacen, se
desprendería de los distintos Proyectos de
Código.
En el considerando 33º agrega, finalmente,
un argumento que califica de "a mayor
abundamiento", con el cual se quiere dar a
entender que el asunto está ya cerrado, pero
es posible añadir un argumento adicional, que
refuerza y hace más plausible la conclusión
establecida. Este argumento consiste en
hacer presente la fuente histórica, en este
caso el Código austríaco, de donde proviene
el tratamiento prohibitivo de
asignaciones testamentarias a testigos, entre
otros. En suma, aplicar el mismo principio a
los notarios y ciertas personas vinculadas a
este y a los testigos y ciertas personas
vinculadas a estos.
En el voto de minoría se acude a la claridad,
pero sin involucrar los cuatro elementos
ordenados serialmente. Su considerando 1º
dice:
"1º. Que el artículo 1061 del Código Civil
nada establece sobre disposiciones
testamentarias a favor de los parientes de
los testigos los que ni siquiera menciona;
que, en efecto, el inciso 1º de dicho artículo
declara que no vale disposición alguna a
favor del escribano o del funcionario que
haga las veces de tal y de ciertos parientes
del uno y del otro, y el inciso 2º extiende la
misma nulidad sólo a las disposiciones a
favor de cualquiera de los testigos; y que,
en consecuencia, y por más amplio que sea
el efecto que se pretende atribuir a la
expresada ley 'lo mismo se aplica', ese
efecto no puede referirse sino 'a las
disposiciones en favor de cualquiera de los
testigos', pues el tenor del artículo es claro
y no pueden incluirse en él disposiciones
testamentarias no nombradas y ni siquiera
aludidas, y la expresión 'lo mismo' se
refiere determinadamente a las
disposiciones en favor de un testigo, no del
cónyuge, de los parientes o de los sirvientes
asalariados de un testigo".
La claridad, como sabemos, cierra todo
debate. Sin embargo, exponen
argumentaciones que buscan oponerse a las
extensas argumentaciones del voto de
mayoría y que quieren poner de manifiesto
que la claridad, que implica una aceptación
evidente de la comprensión de que "lo
mismo" se refiere solo a las asignaciones a los
testigos y no a las que se instituyen a favor de
parientes y otras personas vinculadas a ellos,
puede eventualmente complementarse con
argumentaciones apoyadas en razones
objetivas. La primera razón tiene que ver con
el tema de la analogía. En efecto, para estos
jueces disidentes, si se entiende "lo mismo"
en su referencia solo a las asignaciones a
favor de los testigos, se provocaría un vacío
legal al producirse la situación de las
asignaciones a los parientes de los testigos, y
la analogía no sería procedente por tratarse
de una excepción.
Es interesante observar que el vacío legal es
consecuencial de una determinada manera
de interpretar algunas expresiones
lingüísticas. En rigor, no pertenece a la esfera
de la interpretación, pero depende de ella.
La segunda razón que ofrecen estos jueces
es propiamente de análisis gramatical y
desafían con ella las conclusiones a que en
este mismo ámbito llegan los jueces de
mayoría, quienes se apoyan, a su vez, en
opiniones versadas sobre esta materia. En
la Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo
XXXVII, de 1940, se publica un informe de
Carlos Vicuña Fuentes, en que sostiene,
apoyado en razones de tipo semántico, la
conclusión de que "lo mismo" se refiere a las
asignaciones establecidas a favor no solo de
los notarios, sino también de ciertas personas
vinculadas a estos, y no en la forma
restringida que se alega por algunos, por lo
cual las asignaciones a favor de parientes de
testigos quedan afectas a nulidad.
Hay múltiples ejemplos de sentencias que
acuden a los cuatro elementos o a una parte
de ellos. En todos ellos se puede detectar la
característica que he propuesto, que se deja
de lado la dicotomía letra/espíritu,
superpuesta a la otra dicotomía claro/oscuro,
entendidas como oposiciones, y se adopta el
punto de vista de que la claridad no forma una
ecuación con la literalidad, y que más bien el
sentido claro es el resultado del examen de un
conjunto de factores antes que el punto de
partida garantizado por una intuición
infalible.
El enunciado del inciso 1º del artículo 19 del
Código Civil admite dos interpretaciones
contrapuestas. Una, la que le dieron los
primeros comentaristas del Código Civil, que
recogieron de los planteamientos de la
Escuela de la Exégesis elementos para
construir su concepción literalista, y otra, que
cuestiona la posición anterior; disuelve la
ecuación entre tenor literal y sentido claro; no
acepta las dicotomías letra/espíritu y
claro/oscuro superpuestas y en la forma que
la admiten los primeros; acepta la indagación
del sentido por varias vías y justifica en estas
el sentido que se establece.
2. Sentencias que acuden a la ratio legis
Voy a examinar un grupo de sentencias que
invocan la ratio legis y que, por lo mismo, al
igual que en el caso de sentencias que acuden
a los cuatro elementos coordinados, se
oponen expresa o tácitamente al modelo
literalista. Que se opongan quiere decir que el
modelo literalista ofrece un significado, y el
modelo de la ratio legis entrega un
significado diferente y contrapuesto al otro,
como hemos podido comprobarlo en los
ejemplos anteriores.
La ratio legis envuelve las nociones de fin y
de razón de ser. Ambas corresponden a dos
momentos distintos de la misma ley. En los
ejemplos que consideraremos se harán
mayores observaciones.
En primer lugar, consideraré la sentencia
de la Corte Suprema de 19 de mayo de 1939,
"Comunidad Queule con Fisco", sobre
abandono de la instancia. El problema
interpretativo dice relación con el artículo 22
del Decreto Nº 1600, de 31 de marzo de 1931,
que fijó el texto definitivo y único de la Ley
sobre Constitución de la Propiedad Austral, el
cual dispone que se considerarán
irrevocablemente extinguidos los derechos
reclamados por los demandantes que
abandonaren la prosecución de los juicios por
más de tres meses consecutivos, desde la
fecha de la última providencia, legalmente
notificada, debiendo el Tribunal de oficio
declarar la prescripción. Ocurre que en el
probatorio de este procedimiento los
interesados solicitaron una diligencia
probatoria que debía realizarse en otro lugar
del juicio, para lo cual solicitaron el exhorto
correspondiente, y diligenciado este, se
dispuso su agregación a los autos. Poco
tiempo después el abogado de la defensa
fiscal solicitó se declarara el abandono, pues
desde la fecha en que se solicitó y se obtuvo
la diligencia probatorio hasta la fecha en que
el Fisco solicita la declaración de abandono
han transcurrido más de tres meses, mientras
que los afectados cuentan el plazo desde que
se dispuso por simple providencia tener por
agregado el exhorto diligenciado, que tiene
fecha posterior. El problema interpretativo
gira en torno a qué fecha hay que considerar
para el cómputo del plazo del abandono: la
última materialmente escrita en el proceso o
la última en que las partes solicitaron una
diligencia de aquellas que dan curso
progresivo al proceso para ponerlo en estado
de sentencia.
En voto de mayoría, la Corte aceptó la
declaración de abandono y tuvo en
consideración:
"2º. Que la prescripción contemplada en el
artículo 22 de la Ley sobre Constitución de
la Propiedad Austral y que el Juez debe aún
declarar de oficio, constituye una sanción
establecida por el legislador para el
demandante que abandona la prosecución
del juicio por más de tres meses y tiene por
objeto concluir con la situación anormal
producida por el litigante que está obligado
a instar por su terminación y a quien la ley,
inspirada en el propósito de constituir
regularmente y a breve plazo la propiedad
llamada austral, supone falto de interés en
la consecución de este fin, obteniendo una
decisión judicial acerca de los derechos que
reclama".
Y agrega:
"3º. Que este propósito del legislador
materializado en la obligación que pesa
sobre el demandante de no abandonar la
prosecución del juicio por más de tres
meses consecutivos bajo pena de
considerar irrevocablemente extinguidos
los derechos que reclama, exige que éste
exteriorice su voluntad de dar curso
progresivo a los autos requiriendo del
Tribunal las providencias destinadas a este
objeto y, por lo mismo, no pueden
considerarse como manifestación de su
voluntad en este sentido, las medidas que
el Juez pueda dictar de oficio o las
resoluciones que por su naturaleza no
tiendan a adelantar el curso del juicio".
De todo lo cual concluye:
"4º. Que, por consiguiente, al declarar la
sentencia recurrida que la parte
demandante no ha hecho gestiones
tendientes a activar la prosecución del
juicio y que la providencia de fojas 243 que
dispuso agregar a los autos el exhorto
devuelto no recayó en presentación de las
partes que pueda servir de factor inicial
para el cómputo del plazo de prescripción,
ha aplicado correctamente el artículo 22 de
la Ley sobre Constitución de la Propiedad
Austral que el recurso supone infringido,
porque lo que el legislador quiso, según se
desprende del genuino sentido que debe
darse a ese precepto, es que sea el actor
quien inste por la marcha del litigio, sin
tomar en consideración las providencias
dictadas de oficio".
El artículo 22, que es materia del debate, en
ninguna parte establece expresamente que el
plazo se cuenta desde la última providencia o
resolución recaída en "una gestión que tiende
a dar curso progresivo a los autos", tampoco
dice explícitamente que pesa sobre el
solicitante la obligación de instar por la
marcha del juicio. Lo único que enuncia ese
artículo es que el plazo del abandono se
cuenta desde la última providencia,
legalmente notificada, sin establecer
tampoco en qué consiste el "abandono" del
juicio. El voto de mayoría razona sobre la base
del fin de la ley.
El abandono de la instancia, dice, es una
sanción que se impone al litigante poco
diligente, sobre el cual pesa la obligación de
instar por la marcha del juicio, esto es, darle
curso progresivo a los autos, lo que implica
que no se consideran aquellas resoluciones o
simples providencias, como la que ocurrió en
este caso, en que el Tribunal de oficio dispuso
tener por agregado el exhorto diligenciado. La
sanción del abandono, de otra parte, persigue
asegurar el cumplimiento del fin de la propia
ley, que es regularizar la propiedad llamada
austral al más breve plazo.
La dificultad interpretativa, que consiste en
determinar qué se considera "la última
providencia" recaída en el juicio, la resuelve el
voto de mayoría en cuanto a considerar como
última la que recayó en una gestión de los
interesados y que persigue darle curso
progresivo al proceso. Para así establecerlo,
considera el fin o ratio legis de la Ley sobre
Constitución de la Propiedad Austral, que es
la regularización de la propiedad austral en el
más breve plazo. El significado de la expresión
"última providencia" viene dado por el fin de
la ley.
En la interpretación que acude a la ratio
legis o finalidad de la ley está implicada una
concepción del Derecho que considera a este
como un medio para un fin. Al introducir la
categoría medio/fin la ley se considera como
un medio más o menos adecuado a una cierta
finalidad. Como consecuencia de esta
perspectiva, los términos y enunciados de que
se vale la ley hay que considerarlos a la luz de
la finalidad propuesta y no a partir de ellos
mismos. Una expresión lingüística puede
tener un significado propio, a partir de sí
misma, pero que no resulte funcional para el
fin propuesto. Prima el significado que se
adapte al fin. Por eso, en el voto de mayoría
que examinamos, el significado de "última
providencia recaída en el juicio" se determina
por la finalidad, y si la finalidad es la de
regularizar la propiedad en el más breve
plazo, la sanción de abandono sirve de
instrumento para lograr ese fin, y el
significado de la "última providencia" tiene
que relacionarse con la actividad de la parte
interesada.
El voto de minoría de la sentencia acude, en
cambio, a la claridad, lo que permite mostrar
que la interpretación literalista y la
interpretación teleológica son distintas y
conducen a resultados normalmente
discrepantes. Esto lo pone de manifiesto el
voto de minoría, que dice:
"Que disponiendo el artículo 22 de la Ley
sobre Constitución de la Propiedad Austral
que el plazo de tres meses para que se
entienda abandonada la acción se contará
desde la fecha de la última providencia
legalmente notificada a las partes, no es
lícito al intérprete apartarse de su tenor
literal a pretexto de consultar su espíritu y
hacer distingos que el texto claro y preciso
de esa disposición no autoriza, en el
sentido de considerar que dicho plazo
arranca únicamente de las providencias
recaídas en gestiones del interesado para
que la causa siga su curso y excluyendo
para su cómputo la que el Tribunal pudiera
dictar de oficio. De modo que, al acoger el
fallo recurrido la prescripción alegada por
el Fisco existiendo una providencia
posterior dictada por el Tribunal que
interrumpió el plazo de prescripción, viola
manifiestamente ese precepto, dándose
una interpretación que no está conforme
con su tenor literal y que ha influido por sí
sola en lo dispositivo, puesto que si se
hubiera aplicado correctamente, la
sentencia debió negar lugar a la referida
prescripción, en virtud de no haber
transcurrido más de tres meses desde la
fecha de la última providencia legalmente
notificada".
 Este voto de minoría invoca la claridad, la
que es razón suficiente. Aquí vemos funcionar
la ecuación entre tenor literal y sentido claro
del modelo literalista. Y la interpretación que
ofrece es contrapuesta a la interpretación
teleológica.
Este voto de minoría invoca, además, un
argumento que es el clásico "donde la ley no
distingue, no es lícito al intérprete distinguir",
que aquí cumple una función
complementaria. Este argumento no es uno
que resuelva materialmente la cuestión
debatida, pero asume una posición sobre la
significación que conviene anotar. Los
términos o expresiones lingüísticas tienen un
significado propio e inmediato, que hay que
tomarlo en toda su extensión, sin practicar
cortes o limitaciones a esa extensión. De
acuerdo con esto, "última providencia" tiene
el significado de la última providencia
cronológica recaída en el proceso, pues este
significado es el más amplio o extenso e
incluye a las providencias relacionadas con la
actividad procesal del interesado. Lo que hizo
el fallo de mayoría fue atribuirle este último
significado más restringido, descartando la
última providencia cronológica, que favorecía
al demandante, y consideró otra resolución
anterior, que determina un tiempo superior a
los tres meses.
Un segundo ejemplo de sentencia en que
se invoca el fin o ratio legis es la de la Corte
Suprema, de 11 de julio de 2005, Jurisdicción
del Trabajo, "Carmona Tapia, Mérida Eliana
con Instituto de Normalización Previsional"
(RDJ, tomo CII, julio-diciembre 2005, pp. 913-
918). Hay un voto de mayoría y uno de
minoría.
La dificultad interpretativa es relativa a si
una viuda tiene derecho a pensión de viudez,
que concede el artículo 41 de la Ley
Nº 10.383, en la situación en que se discute si
el causante ha fallecido debido a "un
accidente". El artículo 42 de esa ley, que es
materia de debate, establece los casos en que
la viuda no tiene derecho a la pensión de
viudez. En lo que a esta sentencia concierne,
el caso está señalado en la letra a) y es el que
ocurre cuando el causante falleció antes de
cumplir 6 meses de matrimonio o antes de los
3 años si el matrimonio se verificó siendo
pensionado de vejez o invalidez absoluta.
Pero estas limitaciones no se aplican si el
fallecimiento se debió a accidente o la viuda
quedó encinta o hay menores. El caso que se
decide es el de la viuda que convivió muchos
años con el causante, tuvo seis hijos con él y
contrajo matrimonio cuatro meses antes de
que falleciera de la enfermedad que padecía.
Para el Instituto de Normalización Previsional
no tiene derecho.
El juez de primera instancia rechazó la
demanda de la viuda, pero la Corte de
Apelaciones la revocó y reconoció a la viuda
demandante el derecho a pensión de viudez.
En contra de esta recurre de nulidad el
Instituto de Normalización Previsional.
El voto de mayoría acude a la finalidad,
pero hace varias consideraciones sobre la
interpretación de la ley, que conviene
recoger. En el considerando 3º abordan el
significado de la expresión "accidente":
"Tercero. Que sobre la base de los
hechos..., los sentenciadores concluyeron,
aplicando las reglas de interpretación de la
ley que indican en el fallo, que la lesión
propia del accidente y que implica un daño
o detrimento corporal ocasionado por una
herida o golpe o enfermedad y la alteración
de la salud, propia de la enfermedad, son
expresiones que se entrelazan y que
implican ambas un estado de necesidad,
contingencia que debe cumplir la seguridad
social. Así, determinaron que en la especie
existió un accidente en la muerte del
asegurado y por tal razón la actora ha
reunido los requisitos legales para que se le
reconozca el derecho que prevé el artículo
41 de la Ley Nº 10.383".
 Para los jueces de la Corte de Apelaciones
la expresión "accidente" es una noción
amplia, que no se contrapone a enfermedad.
Es interesante advertir que el accidente de
salud constituye un estado de necesidad de
que la seguridad social debe hacerse cargo. El
INP impugna precisamente esta atribución de
significado tan amplio y defiende un
significado más restringido.
Dado que el debate sobre el significado de
la expresión "accidente" que emplea la Ley
Nº 10.383 no parece resolverse a partir de los
significados propios o lexicales de la palabra,
consultando diccionarios u otras fuentes de
explicación filológica, los jueces de la Corte
Suprema que suscriben el voto de mayoría
estimar necesario hacer consideraciones
sobre la actividad misma de la interpretación.
En el considerando 8º establecen:
"Octavo. Que no es efectivo, y 'es un error
el creer que para los preceptos no oscuros
no se requiera interpretación', pues para la
aplicación de cualquiera ley se 'exige que la
norma sea antes interpretada para
determinar si el caso concreto debe
incluirse o no en aquella, y esto constituye
la función más alta del Juez', pues a
menudo 'ocurre que una palabra tenga un
sentido en el lenguaje vulgar y otro distinto
en el técnico o jurídico',
debiendo 'preferirse este último, porque se
presume que el legislador se expresa en
términos técnicos, evitando los vulgares'.
Por esto, el autor R. de Ruggiero
(Instituciones de Derecho Civil, tomo
primero, capítulo IV, De la Interpretación
de las Normas Jurídicas) —que se ha
citado— concluye que la intención
particular del legislador 'puede resultar
sobrepasada con nuevas aplicaciones de la
norma, cuando en la interpretación de la
misma se considere posible, sin violar su
letra y su espíritu, un ulterior y más amplio
campo de aplicación que no tenía en el
momento en que apareció'".
Las afirmaciones iniciales las hemos
encontrado en el debate que promovió el
pensamiento hermenéutico en el campo del
Derecho, desde Savigny hasta Betti. La
oposición fundamental que está implicada
aquí concierne a la concepción misma de
interpretación. Recordemos que para los
partidarios de la comprensión instantánea o
inmediata del significado de las palabras de la
ley, que encontramos en muchos defensores
de la Escuela de la Exégesis, no es necesaria la
interpretación como mecanismo de
aplicación del Derecho. Para ellos in claris non
fit interpretatio significa que mediante la
adopción de la doctrina de la claridad
cartesiana está garantizado el significado
percibido, por lo cual no se requieren de otras
operaciones para establecer ese significado.
La percepción evidente del significado es
suficiente. Sobre esta base se ve en la
interpretación una actividad dirigida a
establecer significados mediante recursos
metódicos inseguros y cuestionables, como
la ratio legis, que no consta de modo
confiable, o de otras conexiones sistemáticas;
en suma, se ve en la interpretación la ocasión
para que el juez intervenga en la atribución de
significado, lo que para el pensamiento
ilustrado atenta contra el principio del juez
vinculado a la ley y contra la particular noción
de Estado de Derecho del siglo XIX.
El pensamiento hermenéutico concibe la
interpretación como una actividad
cognoscitiva, dirigida a conocer un sentido,
que no se confunde con el significado lexical
de las palabras de la ley, y por eso abre un
espectro de dimensiones que contribuyen al
establecimiento de ese sentido y
su conocimiento. De ahí la doctrina de los
cuatro elementos de Savigny, que en nuestro
país se deformó completamente con la
ordenación serial de Barros Errázuriz. De
manera que la invocación que se hace muchas
veces a los elementos de la interpretación
tiene a ratos el significado originario, pero
también la orientación que le dio este autor
dentro del modelo literalista de
interpretación. Recordemos también que
Betti no recoge los cuatro elementos de
Savigny, aunque con su teoría de los cuatro
cánones postula dentro de la hermenéutica
un objeto amplio, que se integra de varias
dimensiones y que no se reduce a la sola
literalidad, como pretende el modelo
literalista. Recordemos, asimismo, que el
grado de participación del intérprete en el
establecimiento del sentido es algo
reconocido en el pensamiento hermenéutico
y que la objetividad de las interpretaciones
hay que buscarla en las razones que se
ofrecen, esto es, en la validación o
justificación de las interpretaciones.
La cita que se hace del jurista italiano
conduce, en realidad, a una interpretación
evolutiva. Pero pienso que lo que se busca es
mostrar la necesidad de acudir a un criterio
fuera de las palabras para definir el
significado, y este será el de la finalidad de la
ley o su ratio legis. Se discute en este pleito si
"accidente" y "enfermedad" son distintos o se
relacionan entre sí. Se trata de una dificultad
que afecta al significado conceptual mismo de
"accidente", no tanto la extensión del
concepto, sino las notas que distinguen ese
concepto y permiten separarlo de otros,
como el de "enfermedad". En los ejemplos
anteriores, como el del embargo de
remuneraciones o el del abandono de la
instancia, lo que se discute es la extensión de
los conceptos, esto es, su referencia, y por eso
el debate es determinar algún criterio que
permita restringir la referencia amplia y para
ello se acude a la ratio legis o a las conexiones
sistemáticas. Lo que se ha señalado se
confirma en el considerando 9º, que dice:
"Noveno. Que la norma legal no es una
simple enunciación descriptiva o considerada en términos de que el Derecho
normativa, por ello, entendiendo que la ley
otorga una determinada calificación o
tratamiento jurídico a hechos o situaciones
previstas, es lícito al intérprete, en busca
del sentido de justicia y equidad, como
meta de toda interpretación judicial,
recurrir al motivo de la ley, su finalidad y a
los intereses tutelados por ésta. En este
contexto, considerando la naturaleza de las
limitaciones que el artículo 42 de la Ley
Nº 10.383 establece, no puede sino
inferirse, que la finalidad no es otra que
evitar el fraude previsional, situación ajena
a la realidad que se advierte de los
antecedentes. En efecto, el legislador
pretende evitar los matrimonios
celebrados con el único fin de obtener una
pensión de viudez, en perjuicio de los
valores que la institución del matrimonio,
en esta sociedad y a dicha época,
representaba y la seguridad social
pretendía proteger. Sin embargo, en la
especie, las relaciones afectivas que
unieron a la demandante con el afiliado,
permanecieron en el tiempo por más de 40
años, constituyeron una familia formada
por seis hijos comunes, todos mayores de
edad a la fecha del fallecimiento del
cónyuge, antecedentes que lejos de
advertir el engaño al sistema previsional,
importan una situación de hecho que el
ordenamiento jurídico debe respetar y
amparar".
La dificultad interpretativa, de determinar
el significado conceptual de la expresión
"accidente", se resuelve finalmente por el
criterio de la finalidad de la ley, que es, según
estos jueces, la de evitar el fraude previsional.
De manera que la función de esas limitaciones
es la de crear un instrumento de control que
evite los matrimonios celebrados con la
intención de obtener beneficios
previsionales. En el caso de este pleito, se
trata de una pareja que ha convivido varias
décadas, han formado familia, y para los
jueces esta situación de hecho debe ser
responda con la protección adecuada.
En toda interpretación teleológica hay una
finalidad inmediata o próxima, que es la
anotada de precaver un fraude previsional,
pero esa finalidad inmediata se pone en
relación, a su vez, como medio de una
finalidad más general, que es la seguridad
social, y esta, a su vez, se engarza con la
finalidad superior de la justicia. Las cadenas
de fines son la característica del pensamiento
finalista, que en esta sentencia puede
apreciarse con bastante facilidad. Todos esos
fines inciden en la determinación del
significado de la expresión lingüística que se
encuentra en debate.
El voto de minoría propone una
interpretación apoyada en la búsqueda
contextual. Puede bien servir de ejemplo a la
clase de sentencias que acuden a las
relaciones contextuales. Pero, para completar
el ejemplo de la sentencia que se considera,
inserto aquí los considerandos de este voto
de minoría. En su considerando 4º expresa:
"Cuarto. Que si se estima que el tenor
literal de esa ley no refleja claramente su
sentido, en los términos del artículo 19 del
Código Civil, es dable ilustrarlo 'por medio
de otras leyes, particularmente si versan
sobre el mismo asunto', según lo autoriza el
inciso segundo del artículo 22 del mismo
cuerpo legal".
Establecido que la controversia recae sobre
la determinación de los significados
conceptuales de "accidente" y "enfermedad",
y como los jueces del voto de mayoría acuden
a la ratio legis, los jueces del voto de minoría
intentan establecer un significado por medio
de la exploración de las relaciones
contextuales. Es interesante comprobar que
ambas vías exploratorias de significado
conducen, en último término, a sobre
interpretaciones contrapuestas, con
justificaciones diferentes.
La exploración de significados por medio de
las relaciones contextuales es muy amplia. No
solo son relaciones lógicas o formales, sino
también coherenciales. Betti, por ejemplo,
siguiendo una línea abierta por Dilthey,
incluye otras obras del mismo autor e incluso
la vida del autor. Lo interesante del
pensamiento hermenéutico radica en que les
otorga a las relaciones contextuales una gran
importancia. Dilthey planteó como categorías
hermenéuticas la semejanza y la diferencia,
no propiamente la identidad y la
contradicción. Esto es necesario tenerlo en
cuenta. En el modelo de la ciencia
demostrativa los principios de identidad y
contradicción están presentes en todos los
desarrollos inferenciales y en las
clasificaciones científicas. En la episteme
hermenéutica, en cambio, las similitudes o
semejanzas, no la identidad; las diferencias,
no la contradicción, son determinantes. Por
eso el pensamiento analógico adquiere en
estas disciplinas una importancia central. En
este ámbito, la operación de las categorías de
semejanza y diferencia tiene lugar
precisamente relacionando una cosa con
otra. La cuestión es que lo que se compara
está indeterminado, puede ser un aspecto u
otro distinto. Esto da a la indagación por el
examen de relaciones contextuales un
carácter amplio.
Lo que preocupa a los jueces de minoría es
encontrar en las relaciones contextuales una
razón para diferenciar "accidente" y
"enfermedad", y nada mejor que tomar como
caso ejemplar la distinción entre "accidente
del trabajo" y "enfermedad profesional". En el
considerando 5º de este voto de minoría se
señala:
"Quinto. Que, en el ámbito de la seguridad
social, al que ciertamente pertenece la Ley
Nº 10.383, se ubica también la normativa
accidentes del trabajo y
enfermedades profesionales que se
contenía en el Título II del Libro II del
Código del Trabajo vigente a la dictación de
ese texto legal y a la que se remitió
precisamente la letra b) de su mismo
artículo 42, al declarar...".
La idea que inspira este considerando es
similar a la consideración histórico-
sistemática que plantea Savigny: una ley no se
entiende a partir de ella misma, con
independencia del resto de la legislación en
que se inserta; la ley, por el contrario, se
introduce en un sistema de Derecho, y es en
relación con ese todo donde adquiere su
plena comprensibilidad. La Ley Nº 10.383 se
incluye en el campo de la seguridad social, y a
la época de su dictación existía vigente en el
Código del Trabajo de la época una
reglamentación que separaba "accidentes del
trabajo" y "enfermedad profesional". En
consecuencia, lo que sugieren es que la citada
Ley Nº 10.383 no puede entenderse con
independencia de la legislación vigente en esa
época, que precisamente contenía razones
para separar accidente de enfermedad.
En el considerando 6º prosiguen buscando
puntos de diferenciación, en los siguientes
términos:
"Sexto. Que las disposiciones de los
artículos 254 y 258 del citado Código
Laboral definían específicamente qué se
entendía por 'accidente del trabajo' y por
'enfermedad profesional', tal como lo
hacen, respectivamente, las reglas de los
artículos 5º y 7º de la Ley Nº 16.744, de 1º
de febrero de 1968, sobre Seguro Social de
Accidentes del Trabajo y Enfermedades
Profesionales, que derogó y reemplazó el
aludido Título II del Libro II del Código
Laboral, de modo que no es posible
confundir ambos conceptos y menos
sostener que cuando la ley alude a un
accidente como causa de deceso de un
afiliado al régimen del Servicio de Seguro
Social, se refiere igualmente a la
enfermedad que puede acarrear su
fallecimiento, en especial si se considera
que a ese Servicio le corresponde
administrar el seguro social de accidentes
del trabajo y enfermedades profesionales
de sus imponentes, con arreglo a lo
previsto en el artículo 8º de la misma Ley
Nº 16.744, salvo que el empleador esté
afiliado a una Mutualidad".
De esta manera, dicen estos jueces, cuando
la Ley Nº 10.383 señala los accidentes, hay
que entender esta expresión en relación con
las definiciones legales apuntadas de
"accidente del trabajo", y por consiguiente,
no puede confundirse con enfermedad, que
fue lo que efectivamente provocó el
fallecimiento del causante en este pleito.
Concluyen, finalmente, en el considerando
9º:
"Noveno. Que,... el fallecimiento del
causante no fue accidental, sino aparece
como resultado de un proceso de deterioro
propio de la enfermedad que lo aquejaba
que provocó la insuficiencia respiratoria
indicada en el respectivo certificado de
defunción acompañado al proceso".
En todos estos casos, en donde se
establece un sentido mediante el recurso al
examen de las relaciones contextuales, la
justificación de la interpretación se encuentra
en los mismos procedimientos que
condujeron al establecimiento del sentido.
Por último, el voto de minoría agrega un
argumento de eficacia, concebido en los
siguientes términos:
"Octavo. Que, al margen del elemento
sistemático en la interpretación de la letra
a) del artículo 42 de la Ley Nº 10.383, cabe
considerar, asimismo, en la materia el
principio de hermenéutica legal que obliga
a preferir todo criterio que conduzca a la
aplicación eficiente de la ley y a desechar
los que le resten eficacia, porque si se
confunden los términos 'accidente' y
'enfermedad' como causa del deceso del
causante pensionado de vejez o invalidez
absoluta para evitar la exclusión de la
cónyuge del goce de pensión de viudez,
resultaría que nunca tendría aplicación la
norma que priva del beneficio a la viuda si
el fallecimiento del causante se produce
dentro de los plazos que fija ese precepto,
 lo que llevaría a admitir que el legislador
sancionó una disposición que carece de
eficacia alguna".
El principio que se recuerda aquí es el de
que entre dos o más interpretaciones
posibles, debe preferirse aquella en que la
regla jurídica produzca un efecto sobre
cualquiera otra en que la interpretación
conduzca a un resultado inconveniente,
absurdo o simplemente no produzca efecto
alguno. Este principio, así como otros que se
emplean en las decisiones y libertad, a que alude el artículo 4º, inciso
argumentaciones, forman una familia de
principios o aforismos jurídicos que permiten
construir argumentos, no resuelven en
sentido material el asunto debatido, pero
habilitan para adherir a una posición frente a
otra.
Un tercer ejemplo de interpretación que
acude a la finalidad, lo podemos tomar del
Dictamen Nº 49.433, de 21 de septiembre de
2012, de la Contraloría General de la
República, sobre una consulta que efectuó el
Instituto Nacional de Derechos Humanos
(INDH), acerca de su capacidad legal para
inspeccionar vehículos policiales,
considerándolos como recintos públicos en
que se encuentren personas detenidas o
puedan encontrarse detenidas. La Ley
Nº 20.405 dotó al Instituto de atribuciones
para el cumplimiento de sus tareas de
protección de los derechos humanos. El
debate se centró en torno a la expresión
"recinto público" que emplea el artículo 4º de
dicha ley:
"Para el ejercicio de sus atribuciones, el
Instituto podrá solicitar la colaboración de
los distintos órganos del Estado. Podrá,
asimismo, recibir todos los testimonios y
obtener todas las informaciones y
documentos necesarios para el examen de
las situaciones comprendidas en el ámbito
de su competencia".
Y el inciso segundo agrega:
"De igual modo, podrá comisionar a uno o
más consejeros, al Director o a su personal
para ingresar a recintos públicos donde una
persona esté o pueda estar privada de
libertad".
Después de considerar lo establecido en
algunos instrumentos internacionales, el
Dictamen concluye:
"... el concepto de recinto público donde
una persona esté o pueda estar privada de
segundo, de la Ley Nº 20.405, debe
interpretarse de un modo que permita el
cumplimiento de los objetivos del INDH, y
que armonice con lo previsto en los
tratados internacionales, siendo útil
precisar que en este contexto el sentido de
la encomendación que contempla ese
precepto legal es que por su intermedio
dicho Instituto obtenga antecedentes para
ejercer las atribuciones que le entrega el
artículo 3º de esta ley, entre las cuales se
cuenta la de deducir acciones legales ante
los Tribunales de Justicia".
A lo anterior añade:
"De acuerdo con lo expuesto corresponde
entender que es procedente en Derecho
que el INDH comisione a los personeros
que indica el precitado artículo 4º, inciso
segundo, para que ingresen a cualquier
lugar espacialmente limitado, que se
encuentre a cargo de funcionarios públicos,
en que pueda configurarse una privación
de libertad, con la finalidad de obtener
antecedentes necesarios para el
cumplimiento de las atribuciones de dicha
corporación, hipótesis normativa que
concurre tratándose de vehículos
policiales".
La atribución de significados se resuelve
según su conformidad con la finalidad de la
ley, la cual es la protección y salvaguarda de
los derechos humanos, y uno de los
mecanismos para la obtención de ese fin es la
inspección de los recintos policiales, en donde
se encuentren o puedan encontrarse
personas privadas de libertad. Las leyes fijan
fines y definen tareas para los organismos
públicos, y sus términos tienen que
entenderse de acuerdo a esos fines y tareas.
Por eso, "recinto público" se entiende de
manera amplia, no restringidamente, como
alegan el Ministerio del Interior y
Carabineros, que pretendían reducirlo solo a
las edificaciones cerradas destinadas al
encierro o detención de personas.
Se comprueba con este Dictamen que la
adopción de la interpretación teleológica
lleva consigo una manera de resolver los
significados, como lo hemos visto en los otros
casos judiciales.
3. Sentencias en que se acude
a las relaciones contextuales o sistemáticas
En los ejemplos anteriores de sentencias
judiciales encontramos el empleo de
conexiones sistemáticas. En el voto de
minoría del caso de la inembargabilidad de
remuneraciones del empleado particular, los
jueces buscan situar las remuneraciones en
un sistema patrimonial de la familia, en el
matrimonio en donde existe sociedad
conyugal. En consecuencia, el significado
tiene que determinarse en conexión con ese
sistema y no al margen de él o por la sola
consideración de la palabra. En el caso del
derecho a pensión de viudez, también los
jueces del voto de minoría acuden a una
determinación del significado de "accidente"
por consideración de las relaciones
sistemáticas de la legislación de seguridad
social.
El examen de las relaciones contextuales no
solo presta la utilidad señalada de posibilitar
la determinación de significados de una
manera inmediata, también permite
establecer los fines de una ley, el "espíritu"
o ratio legis de una ley. Como método de
validación de interpretación se constituye en
una de las formas que presenta mayores
ventajas, por su objetividad y comodidad en
su defensa.
Consideraré un ejemplo tomado del
Tribunal Constitucional, sentencia de 26 de
junio de 2001, Rol 325, en donde un grupo de
senadores impugna de constitucionalidad el
Decreto Supremo Nº 20, del Ministerio
Secretaría General de la Presidencia, de 22 de
enero de 2001, dictado en virtud de la
potestad reglamentaria del Presidente de la
República y por el cual se establecieron reglas
que restringen la circulación vehicular. Uno
de los problemas que se planteó es el de si
esos senadores tenían legitimidad procesal
activa para recurrir al Tribunal reclamando la
inconstitucionalidad del decreto.
El Tribunal adopta en esta sentencia la
concepción de la Constitución como una
totalidad, por lo cual ni la interpretación
literal de expresiones lingüísticas aisladas ni la
interpretación de partes separadas ofrecen
un sentido.
La concepción de la Constitución como un
todo permite derivar los principios y valores
que en su conjunto la sustentan. En esta
perspectiva, en el considerando 5º establece
que la decisión que se adopte "importará un
pronunciamiento sobre las facultades de las
minorías parlamentarias para ejercer
acciones tendientes a controlar que los actos
del Poder Ejecutivo se ajusten a la
Constitución", y de otra parte, también,
agrega, "el verdadero alcance de su
participación en nuestro sistema democrático
que consagra el artículo 4º de nuestra Carta
Fundamental".
Prosigue en este considerando apuntando
a un principio básico:
"Al propio tiempo, la decisión también se
extiende sobre uno de los pilares básicos de
nuestro Estado de Derecho, cual es el
 ámbito de las atribuciones de este Tribunal
para velar por el fiel cumplimiento del
principio de supremacía constitucional
consagrado en el artículo 6º del Capítulo I
sobre Bases de la Institucionalidad".
Termina el considerando definiendo la
tarea del Tribunal Constitucional:
"El Tribunal Constitucional es uno de los
órganos esenciales que debe custodiar
aquel principio y frente a la trascendencia
de sus funciones no puede ni debe,
actuando dentro de su competencia, dejar
de ejercer sus atribuciones por las razones
que se invocan por la Contraloría,
omitiendo, así, un pronunciamiento sobre
normas que forman parte de nuestro
ordenamiento jurídico y que han sido
cuestionadas por veinte senadores por
estimar que adolecen de severos vicios de
inconstitucionalidad relacionados con la
libertad y otros derechos fundamentales de
la persona humana".
En el considerando 10º hace explícita la
concepción de la Constitución como un todo
y la metodología que en tal carácter debe
emplearse. Una interpretación literal, como la
que el Tribunal considera hizo la Contraloría,
resultaría completamente insuficiente
"dentro del espíritu de la Constitución" por las
siguientes razones:
"La primera, porque no es dable suponer
que la Carta Política incluya en su texto
normas superfluas o reiterativas que lejos
de regular en forma clara la convivencia
pacífica de un pueblo en sociedad,
confunda o dé cabida a interpretaciones
que permiten vulnerar la esencia de los
principios y valores en que ella descansa, o
hacer ambiguo o confuso lo que para el
constituyente es claro e inequívoco. La
segunda, porque los preceptos en estudio,
en los términos en que han sido concebidos
por la Contraloría, carecen de 'ratio legis'
dentro del contexto del artículo 82, ya que
ello importa privar a las minorías
parlamentarias, sin justificación razonable,
de ejercer un recurso que la Constitución
ha previsto para resguardar el principio de
supremacía constitucional que deben
respetar los actos de la Administración.
Avala con claridad meridiana esta primera
conclusión una regla de interpretación
constitucional a la que a menudo ha
recurrido este Tribunal, como dan cuenta,
entre otras, las sentencias de 24 de
septiembre de 1985, Rol Nº 33 —
considerando 19—; de 14 de febrero de
1987, Rol Nº 43 —considerando 5º—, y de
6 de octubre de 1998, Rol Nº 279 —
considerando 3º—. En dichas sentencias se
expresó que la Constitución es un todo
orgánico y que el sentido de sus normas
debe ser determinado de manera tal que
exista entre ellas la debida
correspondencia y armonía, debiendo
excluirse, definitivamente, cualquier
interpretación que conduzca a anular o
privar de eficacia a alguno de sus
preceptos. La razón de ser de esta regla, en
el ámbito constitucional, es muy simple: es
inadmisible aceptar que la Constitución
contenga normas sin sentido, sin aplicación
práctica, reiterativas o sin justificación
razonable dentro del sistema diseñado por
el constituyente".
Pensar la Constitución como un todo
implica concebirla como una organización de
partes que se corresponden lógica y
funcionalmente y que descansa en una serie
de principios y valores. La metodología
adecuada para el conocimiento de este todo,
su sentido, es hacer realidad el antiguo
principio del todo y las partes, que ha tenido
tanta importancia en la historia de la
hermenéutica. Las dos dimensiones de la
interpretación, que hemos destacado a lo
largo de este estudio, aparecen acá marcadas:
el objeto, un todo orgánico; el método, el
todo y las partes. Esto excluye, desde luego,
la consideración literalista, que aísla una
parte del todo, y lo que es más grave, toma privativa y que las minorías parlamentarias
una parte por el todo. tienen derecho a ejercer acciones de
fiscalización, todo lo cual, según el Tribunal
Para concebir ese todo hay que hacer Constitucional, respeta los principios y
explícitos los principios y valores en que se valores de la Constitución.
organiza ese todo, y estos principios y valores
permiten, asimismo, construir la metodología
adecuada de su conocimiento. De este todo
se deriva, entre otras consecuencias
metódicas, que una parte no puede ser
reiterativa de otra, encontrarse en
contradicción o no ser funcional e inoperante
respecto del conjunto. No obstante que a
veces el argumento de la eficacia se emplea
sin relación con un todo sistemático que le
sirva de antecedente, en este caso se hizo
expresa alusión a esa circunstancia. Al
considerarse la Constitución como una
totalidad orgánica es posible, asimismo,
establecer los fines o también el espíritu de la
Constitución.

El principio de la supremacía constitucional

se invoca también para separar la
interpretación constitucional de la
interpretación de las leyes y adquiere así
autonomía y su propia autojustificación. No
obstante, considero que los problemas
básicos de la interpretación constitucional
son los mismos de la interpretación de los
enunciados o expresiones lingüísticas que
hemos examinado a lo largo de estos
estudios.

En la exploración de sentido puede adquirir

relevancia este o aquel principio. En esta
sentencia, la importancia que se le reconoce
al principio de la supremacía constitucional
permite mostrar la operación del todo
orgánico que es la Constitución y resolver la
cuestión interpretativa planteada, en torno a
si las minorías parlamentarias pueden ejercer
acciones de fiscalización de la actividad del
Ejecutivo, cómo y de qué manera, asunto
considerado esencial para la estabilidad de la
democracia. En definitiva, la sentencia
establece que el Presidente de la República
obró dentro de la esfera de su competencia
5. LA INTERPRETACIÓN EVOLUTIVA
La interpretación evolutiva, como lo hemos
visto, es una que tiene lugar en el caso de que
las expresiones lingüísticas de una ley
permanecen, pero cambian los conceptos
significados. En la doctrina hermenéutica se
cuestiona el concepto de "aplicación" del
Derecho que quiere considerarlo solo como
subsunción, en donde el aplicador es un
sujeto pasivo. Lo que se plantea ahora es un
intérprete activo, que introduce en el
establecimiento del sentido la consideración
de la situación actual en que tiene que
aplicarse el Derecho. Esto trae consigo que los
conceptos originarios ceden su lugar a nuevos
conceptos, que son los adecuados para la
situación actual. No se trata de que los
conceptos originarios se "extiendan" a las
situaciones nuevas o que esos conceptos
originarios evolucionen y se transformen para
adecuarse a los nuevos casos. Un concepto no
puede extenderse a objetos que caen fuera
de su ámbito referencial. Por eso hay que
entender que si se enfrenta un caso nuevo,
que cae fuera del campo referencial del
concepto que se tiene, no se deforma este
para cubrir la nueva situación, sino que se
adopta un nuevo concepto adecuado para el
caso de que se trata.
Consideraré a continuación un ejemplo de
interpretación evolutiva que permitirá
ilustrar suficientemente lo que se ha señalado
de manera general. Se trata de la sentencia de
la Corte Suprema, de 5 de noviembre de 2001,
sobre indemnización de daño moral en
materia contractual (publicada en Fallos del
Mes, Nº 504). Un Laboratorio informa
erradamente a una persona que se había
tomado muestras sanguíneas para su análisis
que padecería de sida. Esto provocó en el
afectado un enorme padecimiento y
demandó al Laboratorio involucrado en el
error por daño moral.
La dificultad interpretativa gira en torno al
artículo 1556 del Código Civil, en cuya virtud,
tratándose de responsabilidad derivada del
incumplimiento de obligaciones
contractuales, es indemnizable el daño
emergente y el lucro cesante, y nada dice
sobre el daño moral.
En el considerando 9º de la sentencia de
casación, la Corte dice:
"Noveno. Que sobre esta materia debe
tenerse presente que nuestro Código Civil
se inspiró en numerosas materias de que
trata en el Código de Napoleón, como son
las relacionadas con las obligaciones en
general, entre ellas la que refiere la
disposición del artículo 1556. En esa época
y en la fecha en que entró en vigencia el
Código de Bello, hace ya un siglo y medio,
el daño resarcible sólo comprendía el
perjuicio material o patrimonial, único
concebible o reconocido, en razón que el
concepto de reparación del daño moral no
existía, por haberse elaborado y
desarrollado mucho tiempo después,
pudiendo decirse que no estuvo en la
mente de Bello ni en la de los legisladores
del Código Civil francés, como lo expresa
doña Carmen Domínguez Hidalgo en su
reciente obra sobre El Daño Moral, tomo I,
página 347; de modo entonces que la
reparación de los rubros que incorpora el
artículo 1556 en su contenido eran todos
los posibles a la fecha de su redacción. No
puede afirmarse, por consiguiente, que las
nuevas tendencias sobre reparación de
perjuicios extrapatrimoniales o daño moral
surgidas después, proveniente de
incumplimiento de obligaciones
contractuales, se entendieran excluidas de
la referida disposición por haberlo querido
así su creador".
Este considerando contiene los términos
del problema de esta interpretación
evolutiva. Se admite, pues así hay que
hacerlo, que el enunciado del artículo 1556
del Código Civil no incluye el daño moral, sino
la reparación de los perjuicios materiales
(daño emergente, lucro cesante). Esto trae de
inmediato la pretensión de los partidarios de
la Escuela de la Exégesis: si el enunciado no lo
dice, es porque el legislador no lo quiso.
Recordemos que en este movimiento, la
interpretación se entiende como búsqueda
de la voluntad efectiva del legislador
histórico, lo que nos retrotrae a un hecho del
pasado, que se tiene la esperanza de poder
acreditarlo confiablemente. Pero la
interpretación evolutiva toma distancia
respecto del legislador histórico y se
preocupa más bien de la situación actual que
debe resolverse. Son dos perspectivas
contrapuestas en algo fundamental. La una
quiere seguir apegada a una voluntad
histórica y prolongarla en el presente; la otra
quiere adoptar una voluntad de la sola ley,
independiente de la voluntad histórica, y
adaptarla a los problemas actuales.
El siguiente paso es exhibir las razones por
las cuales se adopta una concepción
interpretativa diferente a la defensa del
legislador histórico. Pero antes, se muestra un
ejemplo de interpretación extensiva. En el
considerando 10º se toca el tema de la
reparación del daño moral en materia
extracontractual, en los siguientes términos:
"Décimo. Que la aceptación del daño moral
comenzó a tener acogida en los casos de
responsabilidad extracontractual, ello
porque la redacción de los artículos 2314 y
siguientes del Código Civil, al prescribir el
primero que el que ha cometido un delito o
cuasidelito que haya inferido daño a otro,
es obligado a la indemnización; y el
segundo que todo daño que pueda
imputarse a malicia o negligencia de otro,
debe ser reparado por éste, dieron cabida
a una interpretación de estos textos que
hacía posible, por los términos de sus
redacciones, a que el daño moral en esos
casos fuera también materia de
resarcimiento. En otros términos, la
indemnización por daño moral estuvo
respaldada en los textos legales aludidos,
haciendo posible su aceptación en la
jurisprudencia nacional. El profesor Arturo
Alessandri sobre esta clase de
responsabilidad extracontractual en su
conocida obra dice que 'la reparación
comprende todo daño sufrido por la
víctima, moral y material, que sea una
consecuencia necesaria y directa del delito
o cuasidelito' y comprende, agrega, 'el
daño emergente y el lucro cesante, los
perjuicios previstos e imprevistos y aún los
futuros a condición de ser ciertos; pero no
los indirectos porque entre ellos y el hecho
ilícito no existe relación de causalidad' (De
la Responsabilidad Extracontractual en el
Derecho Civil chileno, pp. 546 y 547)".
Se trata, como se decía, de una
interpretación extensiva. Inicialmente, por
alguna razón, se entendió que la expresión
"daño" que se menciona en esos artículos del
Código Civil se limitaba solo a los daños
materiales, y después se extendió a los daños
morales, que son los de la persona dañada. Es
una interpretación extensiva, porque el
concepto daño contiene dos especies, el daño
material y el moral, y si en algún momento se
entendió referido solo a una parte, se
restringe a esa parte, y después se cambió el
modo de pensar el concepto y se tomó en
toda su amplitud. No hay un concepto nuevo
que sustituye el antiguo. Es el mismo
concepto tomado de dos maneras diferentes.
Así se explica el mecanismo de la
interpretación restrictiva o de la
interpretación extensiva. No ocurre aquí un
vacío que deba solucionarse mediante la
integración por analogía o de otra manera.
El considerando 11º entra a detallar la
situación de la indemnización del daño moral
en materia contractual:
"Undécimo. Que en el ámbito contractual,
como ya antes se dijo, se consideró que la
indemnización por daños
extrapatrimoniales no era posible y
aceptable, criterio que se mantuvo
 inalterable en gran parte del siglo pasado,
al menos en nuestro derecho nacional, y
ello porque se entendió que el texto del
artículo 1556 se refería únicamente a
daños patrimoniales, a perjuicios
pecuniarios. Este criterio de marco rígido
ha ido evolucionando y como ejemplo de
este cambio la sentencia de 20 de octubre
de 1994 de esta Corte Suprema, que
rechaza un recurso de casación de fondo
deducida por una institución bancaria,
acepta en general la indemnización del
daño moral en materia contractual al
establecer, en síntesis, que la norma del
artículo 1556 del Código Civil no dispone
que la indemnización sólo comprenda o
abarque los rubros del daño emergente y
lucro cesante, que la ley no ha prohibido
que la indemnización por daño moral
pueda invocarse fuera del ámbito de los
delitos o cuasidelitos, por el contrario, el
artículo 544, en relación con el 539 y el
1544 del Código Civil, posibilitan esa clase
de reparación de daños no patrimoniales,
el uno en las relaciones de familia y el otro
en el área de las convenciones
(considerandos 6º y 7º). La sentencia cita
en su fundamento 9º otros fallos de esta
Corte que aceptan la reparación del daño
moral en incumplimiento de contratos,
como son las de 3 de julio de 1951 y de 14
de abril de 1954, dictadas en recursos de
casación de fondo (Rev. de D. y J., tomo 9,
pp. 100 a 105)".
Este considerando contiene, en realidad,
una clase de argumento que se llama "por el
ejemplo". En general, como los casos
resueltos judicialmente no constituyen
precedente que vincule a los jueces en sus
decisiones futuras, la invocación de casos
judiciales suele ser considerada como un
argumento de autoridad, pero cuando se
invocan sentencias judiciales para ilustrar una
tendencia estamos en presencia de un
argumento por el ejemplo. Cada caso pasaría
a ser ilustrativo o ejemplar de una tendencia
doctrinaria que se espera llegue a imperar
ampliamente. No considero aquí el tema de la
uniformidad de jurisprudencia, que se ha
venido introduciendo recientemente y que
conduce a otros temas diferentes del que nos
ocupa.
En el considerando 12º se hace visible esa
tendencia:
"Duodécimo. Que las referidas sentencias
demuestran la tendencia natural y
necesaria de las ciencias en general de ir
adaptándose a las necesidades y nuevos
requerimientos de la sociedad y que ha
hecho que las ciencias del Derecho
evolucionen consistentemente para ir
dando satisfacción a las necesidades de
justicia de los nuevos tiempos. Esta
actualización del Derecho y
particularmente de los cuerpos legales se
ha ido consiguiendo o por la modificación
de la legislación o por la reinterpretación de
los preceptos legales, los que nacidos bajo
el imperio de doctrinas o concepciones del
Derecho que respondían a las necesidades
de la época en que se dictaron, ahora, en
los tiempos actuales no responden o no
satisfacen plenamente esas necesidades en
los términos que fueron concebidos, lo que
ha hecho necesario buscar los caminos que
las hagan aplicables a los nuevos
requerimientos sociales".
Aquí se toca uno de los temas más
importantes de la ciencia social: la relación
entre Derecho y cambio social. En lo que nos
corresponde como estudiosos del tema de la
interpretación, considerada esta como
proceso de conocimiento, tenemos que
recordar ahora la figura de Betti y su
esfuerzo por abrir paso a la visión del
intérprete que busca adecuar el Derecho a la
situación actual que vive, de ahí el canon de
la actualidad. Asimismo, el nuevo concepto
de aplicación, que es central en la
hermenéutica de Gadamer, en el cual se
plantea la exigencia de considerar la situación
en que debe aplicarse. Las nuevas situaciones
van planteando al Derecho exigencias de
solución que ciertamente no fueron previstas
con precisión. Cuando se consideran
principios muy generales, como el de justicia,
el Derecho se concibe como el instrumento o
medio para lograr su realización. Tal vez por
esta razón algunos autores piensan que la
interpretación teleológica y la interpretación
evolutiva se encuentran relacionadas. Pero en
la interpretación teleológica el concepto
significado tiene que ser el adecuado a la
finalidad establecida, y en la interpretación
evolutiva el nuevo concepto significado es el
adecuado a la situación nueva. No se deja de
lado que una ratio última como la justicia
pueda ser considerada en ambas clases de
interpretaciones.
En el considerando 14º la sentencia
considera la opinión de distintos autores,
como las de Fernando Fueyo, Leslie Tomasello
Hart, Ramón Domínguez Águila y Carmen
Domínguez, entre otros, favorables a la
indemnización del daño moral, todo lo cual
debe ser considerado como argumento de
autoridad.
El considerando 15º agrega una
interesante reflexión sobre la finalidad:
"Decimoquinto. Que relacionado con lo
antes consignado, el citado profesor
Ramón Domínguez Águila, en el prólogo a
la citada obra de doña Carmen Domínguez
Hidalgo observa que 'la idea de daño moral
reparable se une en el Derecho actual a la
tendencia de hacer del Derecho Civil el
asiento de la consideración de la persona,
como el primer valor que ha de perseguir la
regla jurídica', lo que implica, agrega,
'ampliar su concepto, para abarcar todo
atentado a diversos intereses, como la
integridad corporal, la salud, el honor, la
esfera de intimidad, la integridad y
estabilidad psíquica, etc.'. La protección de
estos atributos a que se refiere dicho autor
están reconocidos y garantizados en
nuestra Carta Fundamental cuando
prescribe que el Estado está al servicio de
la persona humana y su finalidad es
promover el bien común (artículo 1º) y
cuando en su artículo 19 asegura a todas las
personas el derecho a la vida y a la
integridad física y psíquica de la persona,
concepciones todas que tienen también
aceptación en Convenciones
Internacionales ratificadas por Chile".
Esta reflexión que introduce la sentencia en
este considerando muestra cómo la
consideración de fines y funciones generales,
como son la protección de la persona
humana, su dignidad e integridad, nos lleva a
pensar en una interpretación teleológica, que
se superpone a la interpretación evolutiva por
el lado de los fines generales. Cuando se mira
desde el ángulo constitucional y se atiende al
asiento en la Constitución de esos
principios, se produce una
constitucionalización del Derecho. En la
interpretación evolutiva estamos en
presencia de una línea de tiempo que
considera dos momentos diferentes, que se
pueden caracterizar distintamente. En uno de
esos momentos, el Derecho recoge y refleja
un modo de pensar de esa época; en otro
momento, la situación y modalidades de otra
época, distinta y distante de la anterior. Pero
los principios pueden operar de diferente
manera. En la interpretación teleológica los
fines pueden considerarse como principios, y
el Derecho como instrumento busca
realizarlos. En la interpretación evolutiva el
mismo principio se ve como el fundamento,
otra función diferente de la anterior. Se
puede decir, entonces, que la necesidad de
búsqueda de solución jurídica a nuevos
problemas tiene un fundamento en
principios, tales como los que se indican en el
considerando transcrito.
En el considerando 16º concluye la
sentencia introduciendo el nuevo concepto:
"Decimosexto. Que las nuevas
concepciones que sobre el resarcimiento
 del daño moral derivado del
incumplimiento de contratos se imponen
en el Derecho actual, y la aceptación de
esas tendencias por la jurisprudencia de
nuestros Tribunales en estos últimos años,
determinan que el concepto de 'daño
emergente' que emplea la norma del
artículo 1556 del Código Civil, comprende
no solamente el daño pecuniario sino
también el extrapatrimonial o moral,
interpretación que no sólo es posible, sino
que plenamente aceptable en su texto
actual del mencionado artículo, primero
porque la voz 'daño' que emplea la
disposición y que no se encuentra definida
en la ley, corresponde según el Diccionario
de la Real Academia de la Lengua Española
a todo 'detrimento, perjuicio, menoscabo,
dolor o molestia', es decir, a toda privación
de bienes materiales e inmateriales o
morales y, porque como antes quedó
consignado, lo preceptuado en el citado
artículo no excluye la consideración de
otros perjuicios que no sean sólo los
materiales. La sentencia de esta Corte de
octubre de 1994 citada en consideraciones
precedentes, en su fundamento octavo
expresa al respecto que los bienes
extrapatrimoniales de una persona, como
el honor y la fama, tienen un valor que de
ordinario sobrepasa el de los bienes
materiales, con mayor razón si se trata de
la salud o la integridad física o psíquica y
agrega que si la jurisprudencia ha dado
cabida desde hace tiempo a la
indemnización exclusivamente moral
respecto de los perjuicios o daños causados
por un delito o cuasidelito civil, no se divisa
el motivo que justifique que se la niegue si
la lesión a esos intereses
extrapatrimoniales procede de la defección
culpable o maliciosa de uno de los
contratantes".
La expresión "daño emergente" recibe un
nuevo significado conceptual que incluye el
daño moral, además de los daños materiales.
Esta interpretación queda justificada por los
principios que se han señalado. Pero
este considerando añade argumentos
complementarios. El primero es el que
descansa en la autoridad de la Academia de la
Lengua Española, que define la expresión
"daño" de manera amplia, incluyendo los
daños morales y materiales. Y el otro acude al
principio metodológico "donde hay la misma
razón, hay la misma disposición", para
construir una analogía. Es decir, la ausencia
de mención al daño moral en el artículo 1556
hay que considerarla como vacío, que es
preciso integrar, y por eso, si el daño moral se
indemniza en delitos y cuasidelitos civiles, en
materia contractual habría que admitir esa
indemnización por daño moral fundado en
una analogía.
Estos argumentos complementarios habría
que entenderlos como reflejo de ciertos
condicionantes culturales que han marcado
fuertemente nuestra cultura jurídica. Pienso
en lo que hemos examinado en torno a la
interpretación literalista, especialmente en la
fuerte influencia del argumento a contrario: si
el legislador no lo dice, es porque no lo quiere,
lo cual determina una actitud
sistemáticamente negativa frente a los vacíos,
para no ofender a la seguridad jurídica.
Además, la idea del juez vinculado, un
intérprete pasivo; en cambio, en la
interpretación evolutiva el juez es un
intérprete activo, que contribuye al
establecimiento de un sentido, que no tiene
que confundirse con los significados literales,
propios o lexicales, aunque podría coincidir
con estos, si el conjunto de dimensiones del
objeto de la interpretación así lo justifica.
Finalmente, hay que separar la
interpretación evolutiva de aquellas
situaciones en que las leyes incluyen términos
técnicos o científicos, cuyos significados
conceptuales se van alterando conforme los
cambios de las teorías que los sustentan. Aquí
no hay en rigor interpretación evolutiva, sino
que las expresiones lingüísticas de la ley se
remiten a términos cuyos significados son
cambiantes. Es lo que interesa a Luis Cousiño reconocer la contribución del intérprete en el
Mac Iver en su artículo "La interpretación de establecimiento del sentido, y por eso hay
la Ley Penal en la dogmática chilena" (Revista que focalizar la atención en las formas de
de Ciencias Penales, Nº 2, tomo XX, 1961), justificación de las interpretaciones, para que,
respecto de las expresiones "loco o demente" por esta vía, se logren las mejores decisiones,
o "privados de razón por causas ajenas a su que al mismo tiempo serán las más correctas.
voluntad", para configurar la eximente de
responsabilidad penal. Son términos cuyo El examen atento de las diversas
significado conceptual ha variado conforme estrategias metodológicas que se emplean
las nuevas teorías sobre los trastornos para establecer un sentido debiera movernos
mentales. a una reflexión profunda acerca de la
conveniencia de mantener un sistema rígido
Si aplicamos las distinciones que hemos de reglamentación de la interpretación, que
hecho sobre la interpretación, en cuanto al hace posible interpretaciones divergentes.
objeto, se ve con nitidez que el objeto no
puede reducirse a los significados literales,
pues la pretensión de la interpretación literal
es mantener los significados estables y únicos
a lo largo del tiempo; en la interpretación
evolutiva, son los significados conceptuales
los que se alteran y cambian con el tiempo. El
objeto es amplio, y hay que considerar las
distintas dimensiones, y en cuanto a la ratio
legis, aparecen los principios como
fundamentadores. Por último, la validación
de esta interpretación se logra exhibiendo el
carácter de fundamentación que adquieren
los principios involucrados.

Los casos que se han considerado son

ejemplos de una actividad interpretativa que
realizan los Tribunales en la aplicación del
Derecho. Permite mostrar cómo han sido
estos Tribunales los que han puesto de relieve
las dificultades inherentes a todo sistema
rígido de reglamentación de la interpretación.
Pues, los distintos aspectos de la significación,
como se advierte en esos ejemplos, no
pueden resolverse simplemente mediante
reglas de interpretación. Además, esas
mismas reglas no pueden escapar al
problema de que los enunciados en que se
significan esas reglas tienen que ser
interpretados para poder ser aplicadas. Como
lo mostró Gény en su momento, el peor
servicio que se le puede hacer a la seguridad
jurídica es un sistema de aplicación centrado
en la subsunción mecánica. Es preciso