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LECCION PRIMERA:
El uso jurídico de la palabra proviene al parecer de finales del siglo XVIII, poco antes de la
revolución francesa, por influencia del inglés. El término habría aparecido en el Derecho
constitucional inglés.
Aunque las consecuencias de los actos libres pueden ser positivas o negativas, usamos el
término responsabilidad para vincular al sujeto con las consecuencias gravosas o negativas del
acto. Y en este sentido la responsabilidad es una limitación de la misma libertad.
La responsabilidad humana más profunda es la responsabilidad moral o ética, por la cual una
persona debe afrontar las consecuencias negativas que sus actos libres producen, sea para sí
mismo o para los demás. Esta responsabilidad requiere la existencia de una valoración
prescriptiva previa que permita discernir qué actos son compatibles con el bien propio, ajeno y
social, y qué acciones en cambio son destructivas de esos valores; criterios valorativos que
tienen su fuente en la observación racional de la naturaleza humana y su aspiración de
plenitud e integridad perfectiva. Por eso se habla, aunque no en sentido técnico positivo, de
"ley moral" o "ley natural". La ley moral es susceptible, aunque no sin dificultades, de
conocimiento mediante el uso de la razón, aunque la revelación judeo-cristiana (el Decálogo y
el Sermón de la Montaña) sean un elemento iluminador incluso para los que se declaran no
creyentes. Sin embargo, la existencia de una moral universal y aplicable a todos los seres
humanos por el hecho de ser tales presupone la idea de un Ser trascendente (Dios), que, al
crear la naturaleza humana, ha incluido en ella misma las reglas y principios que permiten un
buen uso de la libertad, es decir, aquel que propende a la mayor plenitud de las personas, en
un estado que, por colmar todas las ansias del corazón humano, llamamos felicidad.
b) La responsabilidad política
c) La responsabilidad jurídica
Por cierto, una conducta humana puede ser objeto de responsabilidad moral y jurídica a la vez,
o política y jurídica. Incluso más, y no será infrecuente, un comportamiento puede ser
constitutivo de reproche moral, político y jurídico. Así, por ejemplo, si un Ministro de Estado,
en el ejercicio de su cargo, se hace culpable de malversación de caudales públicos: habrá
responsabilidad moral (culpa personal), política (desviación de poder) y jurídica (sanciones
penales y civiles por el delito).
Compartimos esta última visión de lo jurídico. Pensamos que el mundo del Derecho, aunque
no se identifica con la moral, tiene su fuente y su fundamento en ella. Para seguir a los clásicos,
habrá que decir que lo jurídico nace como una determinación y desarrollo de una parte de la
moral: la relacionada con las exigencias de la virtud de la justicia que hacen posible la vida en
comunidad.
Hay también una estrecha relación entre responsabilidad política y jurídica, ya que en casos
graves la responsabilidad política podrá hacerse efectiva mediante mecanismos jurídicos que
permitirán la privación de las funciones públicas del sujeto políticamente responsable.
Además, puede darse un cúmulo de responsabilidad política y jurídica (civil o penal). Por eso, la
Constitución señala que el funcionario que ha sido objeto de un juicio político y ha sido
declarado culpable, "será juzgado de acuerdo a las leyes por el tribunal competente, tanto para
la aplicación de la pena señalada al delito, si lo hubiere, cuanto para hacer efectiva la
responsabilidad civil por los daños y perjuicios causados al Estado o a los particulares" (art. 49
Nº 1 Const.).
a) La responsabilidad disciplinaria
Las facultades disciplinarias para imponer este tipo de sanciones no sólo corresponden a los
órganos del Estado, sino también a instituciones de Derecho Privado que, de alguna manera,
cumplen una función de bien público. Así los arts. 553 y 554 señalan que los estatutos de una
corporación obligan a los miembros a obedecer las penas que ellos impongan y que toda
corporación tiene sobre sus miembros el derecho de policía correccional que los estatutos le
confieran (con el límite de no vulnerar la garantía constitucional del debido proceso). Esto se
aplica también a las fundaciones (art. 563).
b) La responsabilidad sancionatoria
El Código Penal declara expresamente que "no se reputan penas ? la separación de los empleos
públicos acordada por las autoridades en uso de sus atribuciones o por el tribunal durante el
proceso o para instruirlo, ni las multas y demás correcciones que los superiores impongan a sus
subordinados y administrados en uso de su jurisdicción disciplinal o atribuciones gubernativas"
(art. 20 CP).
La responsabilidad civil aparece vinculada esencialmente al daño que sufre una o más personas
individualizables, y al deber que tiene alguien de repararlo o compensarlo con medios
equivalentes. Para conceptualizar esta responsabilidad se ha señalado que ella es "la necesidad
en que un individuo se coloca, de satisfacer toda violación dañosa a la conducta que debe
observar en su vida en sociedad, sea que ella se encuentre regida por normas jurídicas,
morales o religiosas". Más sucintamente, se puede decir que "una persona es responsable
siempre que debe reparar un daño ? el responsable es el que responde".
La Corte Suprema ha dicho en este sentido que "Por responsabilidad debe entenderse, en
general, la obligación en que se coloca una persona para reparar adecuadamente todo daño o
perjuicio causado; la que resulta ser civil si se origina en la transgresión de una norma jurídica
que afecte el interés de una determinada persona, o penal si es el resultado de un hecho
ofensivo que tiene señalada una sanción punitiva por el perjuicio que agravia al afectado y a la
sociedad en que actúa" (C. Sup., 6 de noviembre de 1972, RDJ, t. LXIX, sec. 4ª, p. 181).
"La sanción jurídica de la conducta lesiva -escribe el tratadista español Ricardo de Angel-
responde a una elemental exigencia ética y constituye una verdadera constante histórica: el
autor del daño responde de él, esto es, se halla sujeto a responsabilidad. Y, en principio, la
responsabilidad se traduce en la obligación de indemnizar o reparar los perjuicios causados a la
víctima". Luis Díez-Picazo y Antonio Gullón sostienen, por su parte, que "la responsabilidad
significa la sujeción de una persona que vulnera un deber de conducta impuesto en interés de
otro sujeto a la obligación de resarcir el daño producido". El Código Civil de Portugal contiene
una definición legal de responsabilidad civil: "La responsabilidad civil consiste en la obligación
para el autor del hecho o de la omisión, de reponer a la persona lesionada en la situación de
que gozaba antes de la lesión, y de indemnizarla de todo el daño que ella ha sufrido" (art.
2364).
Ya hemos visto que si el hecho que es reprochable a título moral o político causa además un
daño concreto a una persona determinada, se producirá una confluencia entre responsabilidad
moral y civil o entre responsabilidad política y civil. Así, respecto de esta última se prevé la
posibilidad de instruir un juicio para hacer valer la responsabilidad por los daños y perjuicios
causados por quien ha sido acusado constitucionalmente (art. 49 Nº 1 Const.), y se contempla
la necesidad de una autorización especial por parte del Senado para poder ejercer acciones de
responsabilidad civil en contra de los Ministros de Estado por actos realizados en el desempeño
de sus cargos (art. 49 Nº 2 CC). Los Ministros responden solidariamente por los actos que
suscribieren o acordaren con otros Ministros (art. 36 Const.; cfr. art. 32 Nº 22 Const.).
Del mismo modo, la responsabilidad funcionaria puede concurrir con responsabilidad civil. Es
lo que ocurre si un funcionario por su mal desempeño causa injustamente un daño a la misma
Administración o a un administrado. El art. 115 del Estatuto Administrativo, Ley Nº 18.834, de
1989, establece que la responsabilidad administrativa es independiente de la responsabilidad
civil o penal que pudiere afectar al funcionario público. Así lo ha entendido la Contraloría
General de la República (Dictamen Nº 26.179, de 1983).
Un mismo hecho puede generar ambas responsabilidades: civil y penal, por causar daño a una
persona determinada y estar expresamente sancionado por la ley penal con penas adicionales.
Es decir, tanto para la responsabilidad penal como para la contravencional, rige la regla del art.
2314, norma pórtico de la regulación del Código Civil sobre la responsabilidad civil
extracontractual: "El que ha cometido un delito o cuasidelito que ha inferido daño a otro, es
obligado a la indemnización, sin perjuicio de la pena que le impongan las leyes por el delito o
cuasidelito" (cfr. art. 24 CP).
Un caso de aplicación especial a este principio lo contienen los arts. 325 y 326 COT, que
disponen que "Todo juez delincuente será, además, civilmente responsable de los daños
estimables en dinero que con su delito hubiere irrogado a cualesquiera personas o
corporaciones" y que "la misma responsabilidad afectará al juez si el daño fuere producido por
un cuasidelito".
Por influencia del common law (torts law) y también por la necesidad de propiciar una nueva
inteligencia de las normas para centrar la mirada no tanto en el responsable (autor del daño)
sino en la víctima o perjudicado, se ha extendido en el último tiempo la expresión "derecho de
daños". Con ella se quiere también destacar la progresiva consolidación de una disciplina
autónoma con sus propias reglas, principios y criterios. No es inusual que quienes prefieran
esta expresión aboguen por un tratamiento conjunto de la responsabilidad contractual y
extracontractual, en cuanto ambas serían igualmente fuente de daños.
En esta obra ya desde su título preferimos la expresión tradicional en toda nuestra doctrina, de
responsabilidad civil extracontractual o simplemente responsabilidad extracontractual, sin
perjuicio de recurrir a las otras denominaciones cuando parezca oportuno.
La tesis clásica es la que opta por la dualidad: se sostiene que en la responsabilidad contractual
existe un vínculo obligatorio preexistente, de cuya violación resulta el deber de indemnizar;
mientras que en la responsabilidad extracontractual no hay obligación previa entre las partes,
sino que es justamente el hecho ilícito el que genera la obligación de resarcir. En Chile, esta
constituye la opinión predominante: los autores entienden que la responsabilidad contractual
supone una obligación anterior y se genera entre personas ligadas por un vínculo jurídico
preexistente, a cuya violación sirve de sanción; en cambio, la responsabilidad delictual o
cuasidelictual supone la ausencia de obligación previa, se produce entre personas hasta
entonces jurídicamente extrañas (por lo menos en cuanto al hecho de que deriva), y es ella la
que crea la obligación de reparar el daño (Alessandri y Meza Barros).
Otros autores han intentado dar vida a teorías eclécticas: se sostiene que en ambas
responsabilidades se observa que nace una obligación y esa obligación produce efectos. No
existen diferencias de naturaleza, pero sí de carácter práctico (Mazeaud; y en Chile, Tapia y
Abeliuk).
Algunos partidarios de la tesis de la unificación parecen hoy día menos categóricos: Yzquierdo
Tolsada, después de haber sostenido la teoría unitaria, hoy prefiere propiciar más bien una
"moderada unificación", que mantenga ciertas diferencias.
No hay dudas de que nuestro Código Civil ha seguido la tesis clásica de la dualidad de
regímenes. Para concluirlo, basta constatar lo siguiente:
1º) El art. 1437 opone como fuentes de obligaciones el contrato y "el hecho que ha inferido
injuria o daño a otra persona, como en los delitos o cuasidelitos".
2º) El art. 2284 vuelve a distinguir como fuente de las obligaciones la convención y los hechos
voluntarios ilícitos cometidos con o sin intención de dañar (delitos y cuasidelitos,
respectivamente).
3º) La responsabilidad extracontractual tiene un régimen legal especial determinado en el
título XXXV del libro IV, arts. 2314 y ss. ("De los delitos y cuasidelitos"). La responsabilidad
contractual está regulada en el título XII del libro IV, "Del efecto de las obligaciones", arts. 1545
y ss.
Debe apuntarse que el Código Civil francés, en cambio, trata de los delitos o cuasidelitos en el
título IV "De las obligaciones que se forman sin convención", incluido en el libro III, sobre los
modos de adquirir la propiedad. En el Proyecto 1841-1846 Bello seguía este mismo esquema,
pero fue modificado en el Proyecto de 1853.
La existencia de dos regímenes de responsabilidad civil, aun cuando puedan ser objeto de
tratamiento común o paralelo en la docencia, es más acorde con la realidad de las cosas, que la
tesis de la unificación de la culpa civil: "el llamado principio de la unidad de la culpa civil -ha
escrito Luis Díez-Picazo- es una falacia. Evidentemente no es la misma la situación en que se
encuentra quien ha comprometido su actividad o el resultado de ella frente a otro y que, como
consecuencia de este compromiso aceptado, se encuentra en una situación que le coloca
notoriamente ante un tipo de deberes, frente a quien causa daño a otro sin previa relación
jurídica, ni especial compromiso. El contrato, además de ser una reglamentación de intereses
que las partes efectúan, puede contener no sólo reglas sobre la diligencia a prestar ? sino, lo
que es más importante, especial distribución de riesgos y especiales definiciones de la
responsabilidad".
y extracontractual
3º) Necesidad de la mora: Para que exista responsabilidad contractual, salvo tratándose de
obligaciones de no hacer, es necesaria la constitución en mora del deudor (arts. 1557 y 1538).
En la responsabilidad extracontractual la constitución en mora no es necesaria; se debe la
indemnización desde el mismo hecho dañoso. En realidad, se equipara su régimen a las
obligaciones contractuales de no hacer.
La improcedencia de las reglas sobre la mora ha sido confirmada por la Corte Suprema. Dijo la
Corte: "Que el autor de un delito o cuasidelito queda obligado a indemnizar el perjuicio que
causó por la sola comisión del hecho ilícito que es su fuente, es decir, el origen de la obligación
de indemnizar está en el hecho mismo que causa daño y que la ley obliga a reparar, sin que
sean aplicables en tal caso las disposiciones legales del Código Civil propias de la
responsabilidad contractual sobre mora del deudor, especialmente los artículos 1551, 1553,
1556, 1558 y 1559 de ese cuerpo legal" (C. Sup., 9 de mayo de 1984, RDJ, t. LXXXI, sec. 4ª, p.
67).
5º) Solidaridad: En materia contractual, la obligación solidaria sólo tiene lugar en tres casos:
cuando es establecida por la ley, por testamento o convención (art. 1511). En la
responsabilidad extracontractual hay solidaridad en todos los casos en que un delito o
cuasidelito civil es cometido por dos o más personas, salvas ciertas excepciones (art. 2317.1).
Sin embargo, la doctrina extiende esta solidaridad a los casos en los que el incumplimiento
contractual se ejecuta con dolo o culpa grave por parte de dos o más deudores, porque
entonces se aplica el art. 2317.2 (cfr. también el art. 1526 Nº 3).
11º) Ley aplicable: La determinación de la ley aplicable, sea en cuanto al territorio o en cuanto
al tiempo, tiene matices diferentes según se trata de responsabilidad derivada de contrato o de
responsabilidad por ilícitos extracontractuales. La responsabilidad del contrato se rige por la ley
vigente en el lugar y tiempo en que fue otorgado (arts. 16 del Código Civil y 22 Ley sobre Efecto
Retroactivo de las Leyes La excepción que contempla el art. 22 de la Ley sobre Efecto
Retroactivo de las Leyes respecto a que "las penas para el caso de infracción a lo estipulado en
ellos" se regirán por las leyes vigentes a la fecha de comisión de la infracción, no se refiere a la
responsabilidad civil, ya que ésta no tiene el carácter de pena.
La doctrina y los tribunales se han preguntado si un mismo hecho puede dar lugar a
responsabilidad civil contractual y extracontractual a la vez, y cuál de las regulaciones debería
aplicarse. Al menos tres posturas pueden distinguirse al respecto: a) La teoría de la no
acumulación (el non cumul de la jurisprudencia francesa), según la cual existiendo contrato las
reglas de la responsabilidad contractual excluyen la aplicación de las normas de la
responsabilidad delictual; b) La teoría del cúmulo opcional o concurso de acciones (seguida por
la jurisprudencia italiana), de acuerdo con la cual la víctima dispondría de dos acciones y podría
optar entre ejercer una u otra; y c) La teoría del concurso de normas, en virtud de la cual la
acción es una sola: la petición de reparar los perjuicios, por lo que perfectamente pueden ser
aplicables al supuesto de hecho normas propias de la responsabilidad contractual en ciertos
aspectos y normas de la responsabilidad extracontractual para otros. Esta elección puede
considerarse un derecho de la víctima, la que elegiría las normas más favorables (se habla
entonces de cúmulo amplio o efectivo) o reservarse a la interpretación judicial.
La jurisprudencia chilena ha sido reacia a aceptar el cúmulo. Algunas veces esto va en beneficio
de las víctimas, ya que se entiende que las releva de la carga de probar la culpa bastando con
acreditar el incumplimiento (C. Sup., 30 de junio de 1915, RDJ, t. XIII, sec. 1ª, p. 110; C. Sup., 1º
de diciembre de 1917, RDJ, t. XV, sec. 1ª, p. 302). En otras funciona en perjuicio del
demandante, ya que le impide el resarcimiento del daño moral, que, en esta época, es
considerado propio de la responsabilidad aquiliana y no de la contractual (C. Sup., 18 de abril
de 1950, RDJ, t. XLVII, sec. 1ª, p. 127). Existe, empero, una antigua sentencia que recayó en un
proceso de responsabilidad por daños causados en un accidente ferroviario y que,
implícitamente, acogió la tesis del "cúmulo efectivo", ya que calificó el hecho como cuasidelito,
y no obstante lo cual aplicó la presunción de responsabilidad del porteador prevista en el
Código de Comercio para el contrato de transporte (C. Sup., 13 de diciembre de 1920, G. 1920,
2º sem., Nº 67, p. 357).
En los casos en los que procede, la opción de acciones corresponde, a nuestro juicio, al
demandante, y debe ejercerla al momento de interponer la demanda. No procede que
demande nuevamente por la otra responsabilidad; en tal caso podría ser procedente la
excepción de litispendencia para evitar el doble juicio. Si una de las demandas ha sido fallada,
no podría interponerse una nueva acción fundada en la otra forma de responsabilidad (se ha
fallado que si la responsabilidad contractual ha sido materia de un contrato de transacción,
procede la excepción de cosa juzgada frente a la demanda que, fundándose en los mismos
hechos, pretende indemnización por la vía extracontractual: C. Stgo., 4 de noviembre de 1999,
RDJ, t. XCVI, sec. 2ª, p. 100).
Interpuesta la acción elegida, habrá de estarse plenamente a su régimen jurídico, sin que le sea
admitido al actor invocar beneficios jurídicos que correspondan al régimen de la acción no
deducida. La tesis del concurso normativo parece presentar demasiados frentes abiertos a la
discrecionalidad y conlleva una desnaturalización por conmixtión de los regímenes de
responsabilidad, que, siendo diferentes, deben mantener su regulación en todos los supuestos
regidos por ellos.
No hay tampoco cúmulo cuando se imputa a uno de los contratantes haberse puesto
voluntariamente en la imposibilidad de cumplir el contrato, como parece sostenerlo el fallo de
la C. Sup., 26 de enero de 2000, RDJ, t. XCVII, sec. 1ª, p. 36, al estimar acreditada la
responsabilidad extracontractual de un promitente vendedor que se pone en imposibilidad de
cumplir con la promesa por la enajenación a un tercero del bien prometido. El hecho ilícito
aquí no es la enajenación en sí, sino el incumplimiento contractual en el que se resuelve la
conducta. Hay por tanto responsabilidad contractual y no extracontractual.
En los casos en los que se admite el cúmulo, puede preguntarse si es admisible que se ejerzan
simultáneamente por la víctima en un mismo proceso la acción de responsabilidad contractual
y la de responsabilidad extracontractual. En la medida en que concordemos en la procedencia
del cúmulo de opción, el demandante podrá deducir ambas acciones, pero una en subsidio de
la otra, ya que ambas deben entenderse incompatibles entre sí (art. 17.2 CPC).
A nuestro juicio, las normas comunes en materia de responsabilidad por hechos ilícitos son las
del título XXXV del libro IV del Código Civil, esto es, las de responsabilidad por obligaciones no
convencionales. El argumento de que existen artículos que tratándose de obligaciones no
contractuales emplean conceptos aplicables a la responsabilidad contractual es demasiado
literalista para resultar convincente. Por otro lado, está claro que las reglas de responsabilidad
contractual fueron dispuestas para su aplicación en el marco de una relación contractual y no
corresponde una aplicación extensiva.
Tal vez, quepa propiciar una solución intermedia, distinguiendo el tipo de obligación: si se trata
de obligaciones derivadas de un cuasicontrato, asemejándose éste a la regulación
convencional, pueden aplicarse las normas de la responsabilidad contractual (y por lo cual
resultarían congruentes los arts. 2287, 2288 y 2308, que suponen la graduación de la culpa);
pero si se trata de obligaciones legales, la normativa a aplicar será la de la responsabilidad
extracontractual, destinada justamente a regular los casos de violación de un principio jurídico
general, como el de no dañar a otro injustamente.
Para Hugo Rosende Alvarez, deben distinguirse las distintas etapas que pueden presentarse en
la formación del contrato:
- Cierre de negocio: El cierre de negocios suele proceder cuando se trata de contratos que,
además del consentimiento, requieren la realización de formalidades ulteriores. Se trata de una
oferta aceptada, pero sin reunir aún los elementos de perfección del contrato. Aquí existiría
una responsabilidad cuasicontractual (hecho voluntario no convencional que produce
obligaciones), que se regiría por las reglas de la responsabilidad contractual.
En nuestro criterio, las reglas de responsabilidad aplicables a los casos de obligaciones legales
relacionadas con la oferta deben ser complementadas por las normas de la responsabilidad
extracontractual. En caso del cierre de negocios, no parece sencillo visualizar un verdadero
cuasicontrato, ya que existe una convención (oferta aceptada). Por ello su incumplimiento
originará responsabilidad contractual, pero siempre y cuando sea reconocido como válido y
eficaz como convención innominada.
En caso contrario la responsabilidad por su ruptura será extracontractual por violación del
principio general de la buena fe. Como sostiene Ducci no parecía equitativo autorizar la
indemnización en caso de retractación tempestiva de la oferta y negarla en caso de revocación
de este negocio precontractual.
La institución de las arras en garantía que regulan los arts. 1803 y 1804 traducen la posibilidad
de regular anticipadamente la indemnización de perjuicios por ejercicio del derecho a la
retractación antes de la perfección del contrato.
En Chile, de la previsión del art. 1455.2, que obliga a indemnizar en caso de que el error en la
persona produzca la nulidad de un contrato, puede deducirse que si existe dolo o culpa en la
celebración de un contrato que deviene nulo se produce responsabilidad. La doctrina nacional
estima que la responsabilidad es extracontractual ya que la nulidad del contrato impedirá la
generación de responsabilidad contractual. Lo propio debe decirse si el defecto no es vicio de
nulidad, sino la falta de un elemento constitutivo cuya ausencia produce la inexistencia del
contrato, como, por ejemplo, la inexistencia de la cosa vendida. En este caso, sin embargo, el
art. 1814 exige dolo, es decir, haber obrado a sabiendas de que la cosa no existía en todo o en
parte.
La doctrina se ha cuestionado cuál de los dos regímenes debe regir para la reparación de los
daños causados por una de las partes a otra con motivo de la celebración del contrato, pero
por hechos posteriores a su expiración. Por ejemplo, si después de terminado un contrato de
trabajo o de arrendamiento de servicios profesionales el trabajador o profesional trasfiere
información reservada de la otra parte a empresas de la competencia. Se plantea también este
problema respecto de la facultad de revocación o terminación que tiene una de las partes y
que es ejercida abusivamente (por ejemplo, en los contratos de trabajo con la facultad del
empleador de despedir al trabajador).
Algunos ven aquí casos de proyección de la responsabilidad contractual por entender que
existen acuerdos tácitos que pueden sobrevivir al contrato mismo (de secreto, de no
concurrencia). Para otros, esta construcción elude la realidad: que el contrato ha expirado y no
puede regir la responsabilidad que se genera con posterioridad, de modo que se postula la
aplicación del régimen extracontractual. Nos inclinamos por este segundo partido, pero con la
salvedad de que si la ley sanciona el ejercicio abusivo de la facultad de poner término a un
contrato con la conservación del contrato, la responsabilidad que se genera será contractual.
1º) Capacidad o imputabilidad del responsable: Las reglas de capacidad o imputabilidad para
responsabilidad civil extracontractual y responsabilidad penal no coinciden.
2º) Calidad del responsable: La responsabilidad penal sólo afecta a las personas naturales que
participan en el hecho. La responsabilidad civil es más amplia: pueden incurrir en ella las
personas jurídicas, pueden existir terceros civilmente responsables, la obligación se transmite a
los herederos. Se establece así que "La responsabilidad penal sólo puede hacerse efectiva en
las personas naturales" y que "por las personas jurídicas responden los que hayan intervenido
en el acto punible", pero ello "sin perjuicio de la responsabilidad civil que afecta a la
corporación en cuyo nombre hubieren obrado" (art. 39.2 CPP; art. 58.2 NCPP). La acción civil
derivada de delito puede entablarse contra los terceros civilmente responsables en el antiguo
proceso penal (art. 40 CPP), y en el nuevo ante el tribunal civil competente (art. 59.3 NCPP).
5º) Renuncia de la acción: La acción civil es siempre renunciable. En cambio, la acción penal
puede ser renunciable, si se trata de acción privada, o irrenunciable, si se trata de acción
pública (art. 56 NCPP).
6º) Transigibilidad de la acción: La acción penal, tanto pública como privada, no puede ser
objeto de transacción; la acción civil sí (art. 2449 CC).
7º) Prescripción de la acción: La prescripción de la acción penal se rige por el art. 94 CP (15
años para crímenes sancionados con las penas de muerte o presidio, reclusión o relegación
perpetuos; 10 años para los demás crímenes; 5 años, para simples delitos y 6 meses para
faltas). En la responsabilidad civil, la acción prescribe en cuatro años desde la perpetración del
ilícito (art. 2332).
8º) Tribunal competente: La responsabilidad penal sólo puede perseguirse ante tribunales con
jurisdicción en lo criminal. La responsabilidad civil debe hacerse valer en los tribunales con
jurisdicción civil, pero se admite, por razones de economía procesal, que se deduzca la acción
civil en el tribunal que conoce del delito o cuasidelito penal que genera también
responsabilidad civil. Algo similar sucede con los procesos contravencionales que son de
competencia de los jueces de policía local, ante los que pueden sustanciarse conjuntamente la
denuncia o querella infraccional y la demanda civil por responsabilidad.
1º) Se pueden interponer en modo independiente: Para intentar la acción civil no es menester
deducir previa o conjuntamente la acción penal, ni que una sentencia haya establecido el delito
penal. Las dos acciones: civil y penal, pueden ejercerse en forma independiente, una ante el
tribunal con jurisdicción civil y la otra en el proceso penal (art. 5º CPP; art. 59.2 NCPP). Por
excepción las acciones civiles que tienen por objeto único la "restitución de la cosa", deben
necesariamente hacerse valer ante el tribunal que conoce del delito penal (art. 5º CPP; art.
59.1 NCPP).
El Nuevo Código Procesal Penal impone la interposición separada de las acciones cuando se
demandare la reparación de las consecuencias dañosas del hecho punible por parte de
personas distintas de la víctima del delito o se dirigieren contra personas diferentes del
imputado (art. 59.3 NCPP). Se restringe de esta manera la legitimación tanto activa como
pasiva de la acción civil derivada de delito. Tratándose de los terceros civilmente responsables,
esta exclusión del juicio penal unida a la eficacia civil de la sentencia penal en el proceso civil,
planteará dificultades en cuanto al principio del debido proceso, ya que se invocará en contra
de un tercero la sentencia de un proceso en el cual no tuvo oportunidad de participar.
2º) Se extinguen por sus propios modos: La extinción de la responsabilidad civil no acarrea la
de la responsabilidad penal, y viceversa: "Extinguida la acción civil, no se entiende extinguida
por el mismo hecho la acción penal para la persecución del hecho punible" (art. 18 CPP; art. 65
NCPP). Si se dicta sentencia absolutoria en el juicio civil, esto no obsta a que pueda hacerse
valer la responsabilidad penal por la acción penal pública (art. 14.2 CPP). Por su parte, la
extinción o falta de responsabilidad penal no implica necesariamente ausencia de
responsabilidad civil: así, por ejemplo, las excusas legales absolutorias impiden aplicar la pena,
pero dejan subsistente la ilicitud del hecho y la responsabilidad civil consiguiente; otras causas
de extinción de la responsabilidad penal, como la muerte del procesado, el cumplimiento de la
condena y el indulto no conllevan la extinción de la responsabilidad civil.
Se ha fallado que de todos los cuasidelitos penales fluye la responsabilidad civil, pero no de
todos los cuasidelitos civiles fluye responsabilidad penal (C. Stgo., 18 de octubre de 1956, RDJ,
t. LIII, sec. 4ª, p. 138). Así, "es perfectamente concebible y armónico que un mismo hecho
pueda calificarse como no constitutivo de cuasidelito criminal y ser, sin embargo, constitutivo
de cuasidelito civil, ya que el Código Civil obliga a la indemnización de todo daño que pueda
imputarse a negligencia de otra persona, lo que no puede constituir un cuasidelito penal, como
acontece en el caso que la culpa no reúne los requisitos y circunstancias necesarios según la ley
para producir responsabilidad criminal" (C. Chillán, 10 de agosto de 2000, G.J. Nº 244, p. 98; en
el caso se afirmó la responsabilidad civil del empleador por la muerte de un trabajador, aunque
había sido sobreseído en el proceso penal).
3º) La renuncia opera de manera independiente: Se ha sostenido que la renuncia de la acción
penal privada (única permitida) no comporta la de la acción civil. La renuncia de la acción civil
no implica la renuncia de la acción penal pública (cfr. art. 64 NCPP, que admite el desistimiento
de la demanda civil en el proceso penal). Por excepción, la renuncia de la acción civil implica la
renuncia de la acción penal privada (art. 12 CPP; art. 66 NCPP).
Pero es evidente que existen muchas relaciones entre ambas responsabilidades, y ellas se
reflejan en varios puntos de derecho procesal y de derecho sustantivo. Se habla entonces de la
acción civil derivada del hecho punible. Para que exista esta concurrencia debe haber unidad
de ilicitud en el hecho, es decir, el mismo hecho es ilícito penal y civilmente.
La responsabilidad civil derivada de ilícito penal se suele relacionar únicamente con los delitos
consumados de resultados, pero, aunque no sea lo común, lo cierto es que también los delitos
de peligro (abstracto y concreto) pueden hacer surgir responsabilidad civil si la acción del
culpable es causa de un daño (por ejemplo, de carácter moral). Lo mismo ha de decirse
respecto del delito frustrado y la tentativa.
La acción civil derivada de hecho punible no es una acción civil diferente de la acción ordinaria
de responsabilidad civil. La acción no deriva propiamente del delito penal, sino de la
concurrencia de los elementos del ilícito civil conjuntamente con los requisitos del hecho
punible. De allí que sea más correcto hablar de acciones civiles ejercitables en el proceso
penal.
2º) Interposición facultativa de la acción civil en el proceso penal: Por comprensibles razones
de economía procesal y para facilitar la reparación de los daños causados por el delito, la ley
permite la interposición de las acciones civiles, que no sean simplemente restitutorias, en el
juicio penal.
El Código de Procedimiento Penal dispone que "En el proceso penal podrán deducirse también,
con arreglo a las prescripciones de este Código, las acciones civiles que tengan por objeto
reparar los efectos civiles del hecho punible, como son, entre otras, las que persigan la
restitución de la cosa o su valor, o la indemnización de los perjuicios causados" (art. 10.2 CPP).
Aclara que pueden intentarse las acciones civiles que persigan la reparación de los efectos
patrimoniales que las conductas de los procesados por sí mismas hayan causado o que puedan
atribuírseles como consecuencias próximas o directas, de modo que el fundamento de la
respectiva acción civil obligue a juzgar las mismas conductas que constituyen el hecho punible
objeto del proceso penal (art. 10.3 CPP).
El Nuevo Código Procesal Penal es coincidente. Señala que "durante la tramitación del
procedimiento penal la víctima podrá deducir respecto del imputado, con arreglo a las
prescripciones de este Código, todas las restantes acciones que tuvieren por objeto perseguir
las responsabilidades civiles derivadas del hecho punible" (art. 59.2 NCPP). En caso de que se
ejerzan y se admitan a trámite las acciones civiles en el juicio penal, el actor no podrá
deducirlas ante el tribunal civil (art. 59.2 NCPP). No obstante, la acción civil, que no tiene por
objeto pedir la restitución de la cosa, sólo tiene cabida en el juicio oral, y no así en los
procedimientos especiales: procedimiento simplificado (art. 393.2 NCPP), procedimiento de
acción penal privada (art. 393.2 aplicable por remisión del art. 405 NCPP), y procedimiento
abreviado (art. 412.4 NCPP). Las posibilidades de que la acción civil sea resuelta en el nuevo
proceso penal son calificadas de "bajas".
En el juicio penal escriturado (antiguo) es discutido si el juez que conoce de un delito conserva
competencia para fallar la demanda civil aun cuando dicte sentencia absolutoria penal,
inclinándose la jurisprudencia por la tesis negativa que hace depender la competencia civil del
juez penal de que haya condena penal. Se trata sin embargo de una teoría cuestionable, ya que
de acuerdo con el actual art. 10 CPP las facultades del juez están conectadas, no con el
acertamiento de un delito propiamente tal, sino de un hecho punible que puede ser entendido
como aquel hecho que presenta las características de delito (satisface el tipo legal), lo que se
mantiene incluso cuando se absuelve. En el nuevo procedimiento la cuestión es resuelta en
favor de esta última tesis: "La circunstancia de dictarse sentencia absolutoria en materia penal
no impedirá que se dé lugar a la acción civil, si fuere legalmente procedente" (art. 67 NCPP).
Como las normas no distinguen, debe concluirse que puede hacerse valer en el proceso penal
tanto la responsabilidad civil extracontractual como la responsabilidad contractual.
3º) Régimen probatorio: El régimen probatorio que rige para la acción civil ejercida en el
proceso penal es el mismo que rige en el proceso civil. Así lo aclara ahora, aun cuando lo
mismo se deducía para el sistema anterior, el Nuevo Código Procesal Penal (art. 324 NCPP).
4º) Suspensión del procedimiento civil: Si se ejercen separadamente las acciones civil y penal,
se faculta al juez para suspender el procedimiento civil desde que el proceso criminal (que
versa sobre la existencia del delito que ha de ser el fundamento de la sentencia civil o que
tenga en ella influencia notoria) pase al estado de plenario (art. 167 CPC).
5º) Prescripción de la acción civil: La prescripción de la acción civil que se deduce en el proceso
penal se rige en general por el art. 2332, pero se le aplican además algunas normas peculiares
referidas a la interrupción del plazo por ejercicio de la acción en sede penal (arts. 41.1, 103 bis
y 450 bis CPP; arts. 61.3 y 68 NCPP).
6º) Presunción de renuncia de la acción penal privada o mixta por ejercicio exclusivo de la
acción civil: Se establece que cuando se ejercite sólo la acción civil respecto de un hecho
punible que no puede perseguirse de oficio se considerará extinguida por ese hecho la acción
penal (art. 12 CPP; art. 66 NCPP).
El Nuevo Código Procesal Penal precisa que debe tratarse de un delito de acción privada y que
no constituye ejercicio de la acción civil la solicitud de diligencias destinadas a preparar la
demanda civil o a asegurar su resultado que se formularen en el procedimiento penal (art. 66.2
NCPP).
7º) Efecto de cosa juzgada de la sentencia criminal en el juicio civil: Se hace necesario distinguir
entre sentencia penal condenatoria y absolutoria. La sentencia condenatoria produce cosa
juzgada en el juicio civil respecto de la existencia del hecho y la culpabilidad del condenado
(arts. 13 CPP y 178 CPC). La sentencia que absuelve al acusado o lo sobresee definitivamente
produce cosa juzgada en el proceso civil cuando se funda en: i) la no existencia del delito o
cuasidelito (no se entienden comprendidos casos de existencia de circunstancias eximentes); ii)
no existir relación alguna entre el hecho que se persigue y la persona acusada (sin perjuicio de
la responsabilidad por actos de terceros o daños de accidentes), y iii) no existir indicio alguno
en contra del acusado (art. 179 CPC).
También se ha establecido que para que haya responsabilidad penal la conducta debe estar
tipificada penalmente, lo que no se precisa para la responsabilidad civil. En un caso en que se
extirpó el útero a una mujer, sin que se practicaran los exámenes adecuados, lo que impidió
emitir un diagnóstico de certeza y recomendar un posible tratamiento médico previo, se
consideró que había negligencia y cuasidelito, pero la Corte distinguió la situación del médico
que recomendó la operación de aquella del individuo que sin tener esa calidad la efectuó:
respecto del primero declaró la existencia de cuasidelito civil de lesiones graves; en cambio,
respecto de la persona que ejerciendo ilegalmente la medicina operó a la afectada, declaró la
existencia de un cuasidelito penal de lesiones graves (C. Stgo., 23 de octubre de 1991, RDJ, t.
LXXXVIII, sec. 4ª, p. 159).
Otro punto en que nuestros tribunales han debido intervenir para establecer las diferencias y
relaciones entre responsabilidad civil y penal, es el relativo a los efectos de las resoluciones
dictadas en el proceso penal sobre el juicio de responsabilidad civil seguido por los mismos
hechos. Se advierte en esta materia un cúmulo de dificultades que oscurecen la situación.
En alguna sentencia se ha considerado -contra todo criterio legal- que la responsabilidad civil
por un hecho penal sólo puede hacerse valer ante un procedimiento criminal, por lo que la
demanda deducida en juicio civil ha de ser desechada sin más. Así lo juzgó la Corte de
Apelaciones de Santiago respecto de un juicio civil por injurias (C. Stgo., 10 de septiembre de
1982, RDJ, t. LXXIX, sec. 2ª, p. 60). Igual doctrina establece otro fallo de la misma Corte en un
juicio civil de responsabilidad extracontractual basado en hechos que habían sido sobreseídos
en el proceso penal. La decisión acerca de si un hecho es configurativo o no de un cuasidelito
penal -se dice- constituye una cuestión de orden netamente criminal, que debe ser adoptada
en el proceso respectivo por el juez competente y si éste ha sido sobreseído temporalmente,
no puede el tribunal civil entrar a dilucidar si los hechos que se imputan a los demandados
constituyen un cuasidelito penal, presupuesto del que hacen emanar los actores la
responsabilidad extracontractual (C. Stgo., 19 de agosto de 1983, RDJ, t. LXXX, sec. 2ª, p. 79).
También han dado lugar a divergencias los efectos que debe reconocerse a la sentencia recaída
en el proceso penal sobre un posterior juicio civil, pero incoado contra el tercero civilmente
responsable que no ha intervenido en el primero. El problema se ha planteado respecto del
propietario de vehículo a motor, al que la ley le asigna una responsabilidad solidaria por los
daños causados por el conductor del vehículo. En el caso, el tribunal de primera instancia había
resuelto que el art. 427, inciso final, del Código de Procedimiento Penal (hoy 428, inciso final),
que autoriza al querellante a deducir la acción civil en un juicio civil posterior, era aplicable al
querellante en un proceso por cuasidelito penal de lesiones que pretendía demandar
posteriormente en juicio civil la responsabilidad del propietario del vehículo con el que se
causaron esos daños, y que no había sido parte del proceso criminal. La Corte de Apelaciones
de Santiago, en cambio, consideró que la citada norma no podía autorizar que se demandara a
una persona extraña a las que han figurado en el proceso criminal, "porque de no interpretarse
así, se extenderían los efectos de la sentencia criminal, en lo que dice relación con las
responsabilidades civiles derivadas del cuasidelito, a quien no fue parte en ese proceso". No
obstante, la Corte Suprema, por la vía del recurso de queja, dejó sin efecto esta sentencia, y
confirmó el criterio del tribunal de primera instancia (C. Sup., 8 de mayo de 1986, F. del M. Nº
330, sent. Nº 9, p. 204).
Nos parece acertada esta última resolución, ya que de lo contrario tienden a confundirse
responsabilidades que son diversas, y por lo mismo susceptibles de juicios distintos. Se supone,
no obstante, que en el proceso civil deberán acreditarse los presupuestos de la responsabilidad
solidaria del propietario del vehículo, y entre ellos el daño causado.
En un fallo más reciente, la Corte Suprema ha reiterado que el art. 178 del Código de
Procedimiento Civil "sólo prohíbe discutir la verdad de los hechos establecidos en el proceso
penal, pero ello no impide que en otro juicio (civil) se investiguen las responsabilidades
concomitantes (civiles)" (C. Sup., 26 de noviembre de 1998, G.J. Nº 221, p. 69).
1º) El juez de policía local es competente para conocer de la acción civil derivada de una
contravención (art. 9º Ley Nº 18.287).
2º) El perjudicado puede interponer la acción civil en el mismo proceso infraccional. Se trata de
una interposición facultativa y en ningún caso obligatoria (art. 9º Ley Nº 18.287).
3º) La demanda civil interpuesta en el proceso infraccional debe ser interpuesta y notificada
oportunamente de acuerdo con reglas expresas que establece la ley. Si no se interpone
demanda civil o no se interpone o notifica dentro de los plazos establecidos, la acción puede
interponerse ante el juez ordinario (art. 9º Ley Nº 18.287).
4º) Si la demanda se interpone ante juez ordinario, no hay normas sobre la posibilidad de
suspender ese proceso para esperar la sentencia del juez de policía local sobre la existencia de
la contravención. Quizás podría aplicarse la suspensión por aplicación directa (si se mantiene la
naturaleza penal de las sanciones) o analógica del art. 167 CPC.
7º) La sentencia condenatoria infraccional produce cosa juzgada en el proceso civil en los
mismos términos que la sentencia penal (art. 29 Ley Nº 18.287, en referencia a los arts. 178 a
180 CPC). La sentencia condenatoria es inoponible al tercero civilmente responsable que no
hubiere sido notificado de la denuncia o querella infraccional antes de la dictación de la
sentencia.
En cambio, las pensiones o indemnizaciones que se devengan para ciertas personas por los
daños sufridos a consecuencias de una enfermedad, invalidez, incapacidad laboral, o la vejez,
no tienen naturaleza reparatoria. Son propios del derecho previsional o de seguridad social.
También las pensiones o indemnizaciones asistenciales que el Estado otorga por leyes
especiales a categorías de personas que han sufrido algún daño particular están excluidas del
derecho de daños. Es lo que sucede por ejemplo en Europa con leyes dictadas para instaurar
mecanismos de ayuda en favor de las víctimas del terrorismo. Entre nosotros, podría
mencionarse la Ley Nº 19.223, de 1992 que estableció, entre otros beneficios, una "pensión de
reparación" en favor de los familiares de las víctimas de violaciones a los derechos humanos o
de la violencia política durante el período 1973 a 1990.
a) Restituciones mutuas
Las restituciones mutuas a que dan lugar algunas formas de ineficacia contractual, como la
nulidad y la resolución, o la relación entre reivindicante y poseedor vencido, no pueden ser
incluidas dentro del derecho de daños, aunque asuman la forma externa de indemnizaciones.
Así, por ejemplo, las prestaciones mutuas a que da lugar la acción reivindicatoria establecidas
en los arts. 904 y siguientes, aplicables también a las partes de un contrato que se declara nulo
en virtud del art. 1687, tienen su régimen propio y obedecen a principios diversos de los de la
responsabilidad. De este estilo es la facultad que el art. 669 le atribuye al dueño del terreno en
que otra persona hubiere edificado, plantado o sembrado para hacer suyo el edificio,
plantación o sementera, mediante el pago de "las indemnizaciones prescritas a favor de los
poseedores de buena o mala fe?".
Como señala Díez-Picazo, "cuando una persona obtiene o recibe bienes patrimoniales
procedentes de la invasión de un derecho ajeno, aunque tal invasión no sea culposa, siempre
que el derecho invadido pertenezca al campo de los que otorgan un contenido atributivo, ?
existe una obligación de restituir, cuyo régimen jurídico y estudio no pertenecen al derecho de
daños, sino al derecho de enriquecimiento".
La responsabilidad del que recibe provecho del dolo ajeno, sin haber participado ni como autor
ni como cómplice en el delito civil (arts. 1458 y 2316), parece ajustarse más a un supuesto de
enriquecimiento sin causa que a uno de responsabilidad.
En ocasiones las leyes usan el vocablo "indemnización" de un modo amplio, para designar una
suma que debe pagarse a quien debe soportar una carga o privación de un derecho por un
imperativo jurídico justificado. Es lo que ocurre por ejemplo en el caso de expropiación por
causa de necesidad o utilidad pública (art. 19 Nº 24 Const.), o cuando se constituye una
servidumbre legal (art. 847 y demás disposiciones relativas a servidumbres mineras o
eléctricas).
Esta explicación deben tener algunos casos fallados por nuestros tribunales que otorgan
indemnización a particulares que son afectados en el goce de sus derechos por actos de
autoridad necesarios para el bien común (es paradigmático el caso "Galletué con Fisco" por el
cual la Corte otorgó indemnización a los propietarios de araucarias afectados por una
prohibición de corte y explotación de esta especie que fue declarada monumento nacional: C.
Sup., 7 de agosto de 1984, RDJ, t. LXXXVI, sec. 5ª, p. 181). La indemnización en estos casos no
se funda en la responsabilidad del Estado, sino en el deber de éste de propiciar la igual
repartición de las cargas públicas (art. 19 Nº 20 Const.). En todo caso, no cualquier limitación o
restricción de un derecho da lugar a esta indemnización. Se piensa que para que ello suceda la
carga debe tener naturaleza aleatoria (recae sólo en algunos) y ser desproporcionada o grave.
Aunque esta noción de la responsabilidad centrada en la idea de reparación del daño causado
a la víctima ha venido a ser un punto casi no debatido en la actualidad, no puede desconocerse
que el régimen de responsabilidad, al mismo tiempo y de manera casi inevitable y
complementaria, desempeña otras funciones que deben serle reconocidas. Estas funciones
concurrentes o complementarias son las de delimitación de la libertad de los privados, la
prevención de futuros hechos dañosos por el autor u otros que se encuentren en su misma
posición, y -aunque controversial- la función punitiva o sancionatoria.
Es conocido el aforismo que reza que en derecho privado, a diferencia de lo que ocurre en el
campo del derecho público, las personas pueden hacer todo aquello que no esté expresamente
prohibido. La regla general es la libertad de acción; la excepción es la limitación o prohibición
de conductas privadas, que como tal excepción debiera fundarse en una norma explícita y
categórica.
La verdad es que este aforismo, tal como se lo formula, es poco exacto. Primero, porque no es
infrecuente que en las leyes civiles se veden conductas mediante la utilización de estándares
normativos abiertos: como son las buenas costumbres, la moral, el orden público, la buena fe,
etc. Y, segundo, porque la libertad de los privados no sólo debe detenerse frente a una
prohibición directa o indirecta del ordenamiento jurídico, sino cuando causa un daño a otro,
que no encuentra justificación en el mismo ordenamiento. Nadie tiene derecho a actuar si con
ello perjudica a alguien que no debe soportar ese daño. Los romanos acuñaron como principio
inmanente de la justicia, la regla de oro en esta materia: alterum non laedere (nadie debe
dañar a otro injustamente).
Nos parece que esto es aplicable incluso a la responsabilidad sin culpa, delimitada por otros
factores de atribución reconocibles, y particularmente al ámbito empresarial, donde las
empresas deberán evaluar las formas de responsabilidad que se les atribuyen para determinar
las limitaciones de su accionar o, a veces incluso, la necesidad de abandonar faenas
productivas cuyo lucro no alcance a cubrir los costos de los siniestros a ellas vinculados.
3. La función preventiva
El derecho de daños cumple también una función disuasiva, tanto en el sentido particular del
que ya ha sufrido la condena civil por un actuar injusto, como del resto de los integrantes de la
sociedad. Parece lógico que, desde el punto de vista psicológico, la persona que ha obrado
dañinamente y en virtud de esta acción se ve conminada a soportar en su patrimonio el costo
del daño causado, tratará de evitar en el futuro la conducta descuidada o dolosa que le produjo
tal pérdida.
Lo mismo puede decirse de los demás miembros de la sociedad que son advertidos de no
producir ciertos daños o de ser más cuidadosos para evitar incurrir en los desembolsos de
aquellos que han sido condenados por algún hecho culposo o doloso.
4. La función punitiva
Suele decirse que los regímenes de responsabilidad civil actuales más que centrarse en la culpa
del autor y en su castigo, se asientan en la consideración de la víctima y en la reparación del
daño. Se considera que la función represiva de la responsabilidad es una incoherencia que sólo
puede estimarse un resabio de épocas superadas, cuando no se hacía la distinción entre
sanción penal y sanción civil, y la indemnización cumplía el rol de reparación y también de
pena privada.
Esta idea es correcta en sus términos generales. Pero necesita alguna precisión. Primero se
debe constatar que existen sistemas de derecho de daños que cumplen también una función
punitiva en forma explícita y declarada. Es el caso del régimen de responsabilidad que existe en
el sistema jurídico angloamericano (tort law). En este esquema se reconoce que el derecho de
torts cumple tres funciones: compensation (reparación), deterrence (disuasión) y punishment
(sanción). La aplicación de los llamados punitive damages frente a ilícitos civiles (torts) es la
forma de cumplir esta función punitiva.
Los daños punitivos son una suma de dinero que el juez puede ordenar pagar a la víctima más
allá de la indemnización reparatoria. Aunque la imposición de estos daños se deja a la
discreción del juez, la práctica ha establecido que sólo son procedentes en casos de ilícitos de
especial malignidad o gravedad. No es necesario que el culpable haya obrado con dolo, y
pueden concederse incluso en caso de culpa grave. En el derecho inglés, los daños punitivos
también se aceptan, pero su procedencia sufrió una fuerte limitación en 1964 a través de una
sentencia de la House of Lords (Rookes v. Barnard). Se permite su imposición sólo en tres
supuestos: 1) en caso de acción represiva, arbitraria e inconstitucional de los funcionarios del
gobierno; 2) en caso de que el demandado haya calculado su conducta dañina de manera de
sacar un provecho superior a la indemnización meramente reparatoria que correspondería al
demandante; y 3) cuando tales daños son expresamente autorizados por algunos statute, por
ejemplo, el Copyright, Designs and Patent Act, de 1988. La figura de los daños punitivos tiende
a ser considerada excepcional y mirada con recelo por los autores en atención a que el proceso
civil no concede al demandado todas las garantías que se le aseguran en el proceso criminal.
En los sistemas de derecho civil continental, la figura de los daños punitivos es desconocida. Se
estima que acordar al demandante una cantidad de dinero, no como reparación, sino como
pena privada, atentaría contra los principios constitucionales que reglan el debido proceso y la
aplicación de penas.
No obstante, debe señalarse que incluso en nuestro sistema la finalidad sancionatoria no está
del todo excluida, sino que concurre con la reparatoria. En efecto, la indemnización, aunque
regulada en términos del daño causado es también comprendida psicológicamente tanto por la
víctima como por el ofensor como una sanción al actuar imprudente o doloso de éste. Así
también lo entienden los tribunales, siendo inevitable una apreciación de la gravedad de la
culpa cuando se regulan los daños extrapatrimoniales, en los que la discreción judicial es
amplísima. En tal evento, factores como la gravedad o ligereza de la culpa del victimario, el
cálculo de utilidades que haya podido hacer, su situación económica, son elementos que
sirven, explícita o implícitamente, al juzgador para arribar a la cuantía de la indemnización.
En ocasiones, la misma ley civil mezcla la finalidad reparatoria con la sancionatoria. Es lo que
sucede por ejemplo con el art. 1768, que dispone que aquel de los cónyuges que dolosamente
hubiere ocultado o distraído alguna cosa de la sociedad perderá su porción en la misma cosa y
se verá obligado a restituirla doblada. Algo similar ocurre con la privación de la acción de
nulidad de un contrato al que lo celebró sabiendo o debiendo saber el vicio que lo invalidaba
(art. 1683) y al incapaz que actúa con dolo para inducir a contratar con él (art. 1685).
Por otro lado, el hecho de que la ley contemple que la culpa de la víctima determine una
reducción de la indemnización del demandado puede ser visto en términos sancionatorios
(pérdida del derecho a la indemnización que se regula sobre la base de la gravedad de la
culpa).
En definitiva pensamos que la figura de los daños punitivos no debe ser importada a un
sistema como el nuestro, en el que se diferencia la responsabilidad civil y la responsabilidad
penal. Es indudable que la finalidad primordial y esencial del derecho de daños es la
reparación. Pero ello no quiere decir que junto con esa finalidad no coexista también, en cierto
grado y muchas veces encubierta, la función punitiva.
Reconocer lo anterior no debiera ser demasiado extraño. La responsabilidad civil contractual
contiene supuestos claros de extensión de la reparación y del monto de los perjuicios
indemnizables según la gravedad de la culpabilidad del agente, como sucede con los daños
imprevistos de los que debe responder sólo el que actúa dolosamente (art. 1558) y como
ocurre en toda cláusula penal, en la que se mezcla la finalidad reparatoria con la finalidad
sancionatoria.
5. La función institucional
La llamada escuela del Análisis Económico del Derecho (Law and Economics) aplicada en los
Estados Unidos al sistema de torts, posee el mérito de haber destacado la función económica
de los sistemas de responsabilidad, como instituciones de distribución eficiente de los costos
de los accidentes y eventos dañosos suscitados en la vida social. La responsabilidad, por medio
de normas y estructuras funcionarias, indica quién debe soportar en definitiva los costos de las
pérdidas que produce la vida en sociedad; si la víctima, si el autor del daño, si los consumidores
a través de internalización en los costos de producción de los gastos de provisiones o seguros
de responsabilidad de las empresas llamadas a responder objetivamente. De esta manera, se
puede decir que una función de las reglas de responsabilidad civil es la de organizar las
confluencias de actividades de los privados; y con ello tienden a distribuir entre varios sujetos
los costos de su actividad y, en este sentido, "regulan, o mejor inducen, una regulación
espontánea".
Por cierto, un sistema de responsabilidad eficiente, desde el punto de vista económico, será el
que pueda asignar los costos de los accidentes de modo que esa distribución contribuya a un
mayor bienestar general de la población y reduzca la ocurrencia de los accidentes. Puede
decirse que un sistema razonable de asignación de recursos y costos debería tender a
robustecer la función preventiva del derecho de daños, ahora en la perspectiva de la
racionalidad de la actividad del homo economicus en que se basan estos análisis.
1. Responsabilidad y justicia
El cambio de comprensión que ha tenido la ley constitucional en las últimas décadas en cuanto
a dejar su papel de mero distribuidor de cuotas de poder en la organización del Estado y pasar
a ser norma garantizadora de las libertades y derechos de las personas y, por tanto, con
vocación para no sólo delimitar los ámbitos de competencia del legislador, sino para controlar
su labor y para influir en la interpretación y aplicación de todo el ordenamiento jurídico, no ha
dejado de repercutir en el derecho privado. De allí que la mayor parte de las instituciones
tradicionales del derecho civil: persona, patrimonio, propiedad, contrato, responsabilidad, no
puedan hoy ser correctamente apreciadas ni aplicadas en el contexto del orden jurídico con
prescindencia de las normas y principios consagrados por la Constitución.
Antes de analizar el texto constitucional conviene precisar si estas preguntas pueden ser
contestadas en el plano del derecho natural o, más bien, de la justicia, ya que hemos de
entender que toda norma positiva, y quizás con mayor razón la norma fundamental, encuentra
su justificación en ser instrumentos para construir un orden social que sea lo más justo posible.
No parece haber muchas dudas en afirmar que los daños sufridos por las personas por causas
ajenas a ellas mismas deben ser reparados o compensados en la medida de lo posible. Ya los
romanos afirmaron que el alterum non laedere (no dañar a otro) es uno de los tres grandes
principios del derecho (Ulpiano, D., 1.2.10.1). Por ello se sostiene que "se trata de un principio
de tal rango jurídico que puede llegar a trascender el propio texto constitucional, en el sentido
de no ser necesaria su mención expresa para que haya que entenderlo incluido en él".
Pero la exigencia de obtener reparación de los daños puede cumplirse a través de mecanismos
diferentes. Es posible que la necesidad de ayudar al que sufre el daño sea considerada una
obligación para todo el cuerpo social, de manera que serán todos los ciudadanos los que
soporten el pago de las indemnizaciones que reparen los daños de las víctimas. Este es el
mecanismo de los seguros obligatorios y más directamente de la seguridad social. En este caso,
la reparación de los daños es enfrentada con mecanismos propios de la justicia distributiva, y
por tanto, del derecho público. Nuestra Constitución contempla esta forma de reparación de
los daños al establecer "el derecho a la seguridad social" (art. 19 Nº 18).
Pero el sistema de seguridad social nunca podrá llegar a cubrir todos los daños;
necesariamente estará limitado a aquellos que se estimen más esenciales; la Constitución
aclara que la acción del Estado en esta materia estará dirigida a garantizar "prestaciones
básicas" (art. 19 Nº 18). Queda entonces la necesidad de verificar si la reparación del daño
sufrido por la víctima puede ser impuesta, no ya a toda la sociedad, si no a una persona
individual. La justificación de la transferencia del daño del patrimonio de la víctima al
patrimonio del "responsable" es ahora propia de la justicia conmutativa o correctiva: se trata
de obtener una restauración de la desigualdad que se ha producido por la acción del que causa
un daño. La razón que hace que la desigualdad sea injusta es, en general, el comportamiento
insolidario del autor del daño (dolo o culpa). No obstante, también los sistemas de
responsabilidad objetiva pueden fundarse en la justicia correctiva en la medida que en todos
ellos se propende a una transferencia del costo del daño entre particulares y en que admiten
como excusa que el daño no es antijurídico.
Concluyendo, nos parece que por razones tanto de justicia distributiva como conmutativa es un
principio inmanente a nuestro derecho el deber de reparar los daños sufridos por las víctimas
por causas ajenas a ellas. La justicia distributiva exige que, al menos en lo referido a ciertas
prestaciones básicas (vinculadas a la vida y salud de las personas), los daños deben ser
reparados con cargo a toda la sociedad, mediante sistemas regidos por los criterios del derecho
público (Seguridad Social). La justicia conmutativa exigirá en cambio que exista una tutela civil
que provea un medio para que la víctima obtenga la reparación de los daños mediante la
transferencia de su costo a otro particular al cual el daño le es imputable. Los sistemas de
responsabilidad civil extracontractual son así, en sus grandes rasgos, necesarios por razones de
justicia, de manera que una ley que negara toda reparación de la víctima con cargo del
causante del daño merecería la tacha de injusta, y por ello no compatible con los valores y
principios de la Constitución.
Sin embargo, nos parece que la norma constitucional clave en materia de responsabilidad en la
Constitución es la del art. 6º, que después de señalar que los preceptos constitucionales no
obligan solo a los órganos del Estado, sino "a toda persona", dispone que "La infracción de esta
norma generará las responsabilidades y sanciones que determine la ley".
Es manifiesto que algunos derechos constitucionales son los que más importancia tienen en
cuanto a un sistema de reparación de daños: los derechos a la vida y a la integridad física y
psíquica (art. 19 Nº 1), a la libertad (art. 19 Nº 7), a la protección de la salud (art. 19 Nº 9), a la
honra y a la vida privada (art. 19 Nos 4 y 5), a la propiedad (art. 19 Nos 23, 24 y 25). Si bien los
sistemas de responsabilidad por daños no pretenden la protección directa de estos derechos,
en cuanto cumplen una función preventiva es innegable que contribuyen a su tutela, si bien
indirectamente. Como la lesión de algunos de estos derechos produce daños no patrimoniales,
puede decirse que su consagración constitucional apoya la tesis de la indemnizabilidad del
daño moral y que ésta sería imperativa no sólo para el juez, sino también para el legislador.
Normas como la del art. 2331 del Código Civil, que niegan la posibilidad de obtener reparación
de daños no patrimoniales por imputaciones injuriosas (violación del derecho a la honra),
podrían ser correctamente impugnadas por inconstitucionales.
Puede cuestionarse si los regímenes de responsabilidad sin culpa u objetiva cumplen con las
exigencias constitucionales, y más aún si sería admisible, en el plano constitucional, la
sustitución completa del sistema subjetivo por el de responsabilidad estricta.
Esta última posibilidad debe descartarse, en cuanto que prohibir a la víctima recabar
indemnización del que causó culpablemente un daño injusto sería contrario a la justicia
conmutativa y, por tanto, inconstitucional. La responsabilidad civil por culpa tiene un respaldo
constitucional fuerte.
Por el otro lado, no puede decirse que el hecho de que un régimen de responsabilidad no se
funde en la culpa del autor del daño lo transforme inmediatamente en injustificado e
inconstitucional. Evidentemente un sistema de responsabilidad objetiva en el que se imponga
el deber de reparar en forma absolutamente aleatoria y arbitraria sería contrario a la
Constitución. Algún nexo de imputación diverso de la culpa es necesario que exista para que
sea explicable el deber de reparar en una determinada persona. Por de pronto, se hace
necesario un vínculo causal entre el actuar del que ocasiona el daño y el daño producido, y
además una razón que opere como justificante de que el que causa el daño debe soportarlo en
definitiva aunque no haya obrado por culpa. En seguida, parece que es necesario efectuar un
juicio prudencial sobre la conveniencia social de que en una determinada materia o sector de
actividades sea regida por un modelo de responsabilidad objetiva, ya que el modelo de la culpa
se hace inadecuado e ineficiente. Este juicio de conveniencia debe ser reservado al legislador,
sin que sea aceptable que se impongan regímenes de responsabilidad objetiva por decisión
judicial.
Los sistemas objetivos así como los de culpa presunta no violan el principio constitucional de
inocencia, en la medida en que no se trata de instrumentos sancionatorios.Nuestra
Constitución señala explícitamente que "la ley no podrá presumir de derecho la
responsabilidad penal" (art. 19 Nº 3 inc. 6º), de lo que cabe deducir que esa presunción de
derecho sí es admisible tratándose de responsabilidad civil. Tendrá que cumplir empero
algunas exigencias mínimas, como las que hemos referido en el párrafo anterior.
Los aspectos de la responsabilidad civil que han sido discutidos en sede constitucional son los
que conciernen a la posibilidad de que por ley se avalúen ciertos daños (por ejemplo,
corporales) o que se limite la indemnización a daños de una determinada naturaleza,
excluyendo los de otra.
Esta última cuestión fue presentada a la justicia constitucional italiana, mediante un recurso
que tachaba de inconstitucional el art. 2059 del Código Civil, que sólo admite la indemnización
del daño no patrimonial en los casos de ilícito sancionado penalmente (por remisión al art. 185
del Código Penal). El Tribunal Constitucional italiano por sentencia Nº 184, de 30 de junio de
1986, respaldó la norma civil y sostuvo que, dado que la responsabilidad civil cumple no sólo
funciones reparatorias, sino también preventivas y sancionatorias, el legislador está autorizado
constitucionalmente para limitar la procedencia de la reparación del daño moral y reservarla
para aquellos actos del autor del daño que sean particularmente calificados, como los ilícitos
penales.
En el sistema chileno, si bien no existe esta limitación general, la encontramos prevista para el
caso de imputaciones injuriosas contra el honor o el crédito de una persona. El art. 2331 del
Código Civil dispone, a contrario sensu, que la víctima no puede demandar una indemnización
pecuniaria por el daño no patrimonial que hubiere sufrido.
A nuestro juicio, si existe culpa o dolo en el autor del daño, no parece justificable, desde un
punto de vista constitucional, que el legislador excluya la posibilidad de que la víctima obtenga
una reparación cumplida de todos los daños jurídicamente significativos, sin que pueda
discriminarse según la naturaleza del daño. La razón aducida por el Tribunal Constitucional
italiano no tiene en cuenta que, si bien la responsabilidad puede cumplir otras funciones, no
puede renunciar a su cometido más propio, que es el de reparar o compensar los daños.
La cuestión de si ciertos daños pueden ser tasados previamente dice relación con los sistemas
objetivos. Los regímenes objetivos necesitan para su funcionamiento que los que tienen el
riesgo de ser responsables de daños puedan contratar seguros que les permitan funcionar en la
actividad riesgosa de que se trate. Ahora bien, los seguros necesitan, para calcular las primas,
tener una cierta seguridad del monto de las indemnizaciones a las que puede verse obligado a
pagar un asegurado. De allí que en ocasiones la ley se allane a limitar el máximo de
indemnizaciones reclamables a través de esta vía, aunque sin vedar la posibilidad de demandar
más probando la culpa. ¿Es constitucional esta decisión legislativa?
El tema ha sido muy discutido en España con ocasión de la Ley sobre Responsabilidad Civil y
Seguro en la Circulación de Vehículos de Motor, que estableció un sistema de indemnización
tarifada por los daños corporales sufridos por las víctimas. El Tribunal Constitucional español,
por sentencia 181 del 2000, ha justificado las pautas legales en la medida en que establezcan
una indemnización suficiente en el sentido de ser respetuosa con la dignidad inherente al ser
humano. Ha declarado, sin embargo, que es inconstitucional excluir que la víctima pueda
obtener una indemnización superior a la tasada por incapacidad temporal cuando esta tiene
por causa exclusiva la "culpa relevante" del agente causante del hecho lesivo.
LECCION SEGUNDA
I. EL DERECHO ROMANO
Es en el derecho romano donde surgen las primeras reglas de reparación civil de los daños
causados a otros. En un primer momento, no hay una clara distinción entre responsabilidad
penal y responsabilidad civil. El ilícito que causa daño es motivo de imposición de una pena. El
derecho romano distinguió dos suertes de atentados ilícitos: los crimina eran atentados contra
el Estado, que se reprimían por la autoridad pública con penas corporales y multas en favor del
erario; en cambio, los delicta eran juzgados sólo a instancia de la parte ofendida. Entre los
delicta estaban el hurto, las lesiones personales y el daño en las cosas.
La base sobre la cual los juristas romanos fueron autorizando la indemnización por daños
patrimoniales (en cosas ajenas) fue la llamada lex aquilia (plebiscito probablemente del año
286 a. C., propuesto por el Tribuno Aquillius) (cfr. D. 9.2; C. 3.35), por la cual los daños a cosas
ajenas (incluidos ganados y esclavos) se sancionaban, pero con la obligación de pagar una
cantidad de dinero en favor del perjudicado. La denominación, aún en uso, de "responsabilidad
aquiliana" para hacer referencia a la responsabilidad extracontractual constituye un recuerdo
de esta importantísima ley.
1º La muerte de un esclavo o ganado grande ajenos, con pena que se fija en el valor máximo de
lo dañado durante el último año.
2º Todo daño causado a otro por lesión o destrucción de alguno de sus bienes. En este caso la
pena a aplicar corresponde al valor máximo de la cosa dañada durante los treinta días
anteriores (proximi).
3º Daño que causa a un acreedor el acreedor adjunto (adstipulator) que se queda con el
crédito una vez percibido. En esta parte la ley cayó pronto en desuso, porque se otorgó al
perjudicado en este caso la actio mandati en vez de la actio legis aquiliae.
Según algunos, la ley aquilia sólo suponía el damnum iniuria datum y funcionaba a la manera
de lo que hoy conocemos como responsabilidad objetiva, y habrían sido los maestros de la
escuela oriental, inspirados en la obra de Ulpiano, los que introdujeron la idea de "culpa",
extendiendo el texto de la ley aquilia.No obstante, voces autorizadas, como D?ors y entre
nosotros Guzman Brito, sostienen que fue la jurisprudencia clásica la que interpretó la palabra
iniuria en el sentido de que se debía responder por actos de negligencia que causaban daño y
para ello se acudió al término de culpa, resultando que el damnum iniuria datum es el
prototipo de delito culposo (por oposición al doloso). Según Schipani, la jurisprudencia romana
con la ayuda del pretor fue interpretando el vocablo iniuria primeramente como ausencia de
una causal de justificación y luego como exigencia de culpa. De allí surgiría la regla general de
que toda culpa que causa un daño es punible, regla que cumplía la función de integrar el
sistema cuando ocurrían hechos dañosos que no estaban especialmente tipificados. Pero junto
con la culpa existían ilícitos típicos que generan el deber de reparar que no se fundaban en la
culpa, como por ejemplo la responsabilidad del propietario de la casa por daños causados por
vertidos o cosas que caen de ella a la calle (D. 9.3).
Con la influencia del cristianismo, en la Europa Medieval, comienza a esbozarse una concepción
más moralista de la responsabilidad que se modela sobre la idea de la atribución por culpa
personal. Se separa así el objeto de la reparación de la pena correctiva (o penal), la
responsabilidad deja de ser colectiva (por comunidades, ciudades o familiar), y la justificación
de la obligación de reparar viene a fundarse en un actuar reprochable del actor.
Se ha estudiado que en Francia el principio del sistema de responsabilidad, que pasaría luego al
art. 1382 del Código Civil de 1804, encuentra su punto de partida en el derecho medieval, y en
una progresiva evolución jurisprudencial entre los siglos XII y XIV, luego sistematizada
doctrinalmente en los siglos XV y XVI. La evolución creadora del sistema clásico de
responsabilidad comienza a fines del siglo XII y se consolida en el siglo XVI.
La jurisprudencia del Parlamento de París indica que la responsabilidad civil ya aparece como
un mecanismo independiente tanto de la composición voluntaria (la transacción que tiende a
reparar el daño, pero también a componer la paz familiar) como de los daños producidos por el
incumplimiento contractual. Se produce también una ampliación de los daños reparables: la
acción fundada en la lex aquilia se dirigía a la reparación de daños materiales. Sin embargo, ya
los glosadores dan una acción útil en caso de lesión corporal sufrida por un hombre libre y
también en caso de homicidio por el perjuicio pecuniario causado a los familiares de la víctima.
Solamente resulta excluido el daño puramente moral. La jurisprudencia del Parlamento de
París, sin embargo, parece ir distinguiendo entre "restituir lo dañado" y "enmendar la injuria".
La víctima puede invocar pro injuria sua una multa (amende) que tiende a reparar un perjuicio
moral, al menos en los casos de actuación dolosa o intencional. Finalmente, por influencia de
los canonistas la obligación de indemnizar el daño se hace transmisible tanto activa como
pasivamente, lo que no era aceptado sino excepcionalmente por el derecho romano y por la
Escuela de los Glosadores.
El abandono del sistema romano parece consumado al final del siglo XIV, y los elementos
emergentes de un nuevo principio rector de la responsabilidad podían ser objeto de una
exposición teórica. Esta labor se atribuye fundamentalmente a los juristas franceses Domat y
Pothier, que trabajarán sobre el derecho romano y los principios proclamados por el Derecho
Natural Racionalista (partiendo de Hugo Grocio).
Dice Domat: "Débense distinguir aquí tres clases de hechos, los cuales pueden ser causa de
ciertos daños que acontezcan: unos que constituyen un verdadero crimen o delito; otros que
son obra de las personas que faltan al cumplimiento de sus obligaciones en los contratos ? y
otros que no tienen relación con las convenciones, pero que tampoco pasan a ser un crimen o
delito, como si por una imprudencia se arroja por la ventana una cosa con la que se manche un
vestido de una persona que esté debajo; si unos animales mal guardados causan algún daño; si
se ocasiona un incendio por efecto de poca precaución; si un edificio que amenaza ruina por no
haberse reparado oportunamente se desploma sobre otro y causa en él algún daño. De estas
tres clases de hechos sólo los últimos son objeto del presente título, pues los crímenes y delitos
no deben mezclarse con las materias civiles, y todo cuanto atañe a las convenciones se ha
explicado ya en el libro primero".
Aparece también en la obra de Domat el principio general de que todo daño debe ser reparado
si se debe a culpa: "Todas las pérdidas y todos los daños que pueden sobrevenir por obra de
alguna persona, sea por imprudencia, ligereza o ignorancia de lo que debe saber, o por otras
faltas semejantes, por más leves que sean, deben ser indemnizados por aquel cuya
imprudencia o falta haya dado lugar a ellos; pues son un mal que ha hecho aun cuando no
tuviese intención de dañar".
Un siglo más tarde, Robert Joseph Pothier, el jurista que servirá de puente entre el derecho
antiguo francés y el Code Civil de Napoleón, reproducirá y perfeccionará el régimen diseñado
por Domat. Recogiendo la clasificación de las fuentes de las obligaciones de Gayo, precisará
que los hechos de los que pueden derivar responsabilidad son los delitos (cometidos
intencionalmente) y los cuasidelitos (cometidos por mera negligencia).
"Se llama delito -dirá Pothier- al hecho por el cual una persona, por dolo o malignidad, causa
perjuicio o daño a otra. El cuasidelito es el hecho por el cual una persona, sin malignidad, sino
por una imprudencia que no es excusable, causa algún daño a otro".
En conclusión, podemos concordar en que Domat y Pothier han forjado la teoría clásica de la
responsabilidad con los elementos iniciales compuestos por el derecho romano, reformulados
por la interpretación de los glosadores, canonistas, teólogos y jurisprudencia francesa
medieval, y cristalizados por las doctrinas del derecho natural racionalista.
De Domat, pasando por Pothier, el principio de la responsabilidad por culpa pasó a los arts.
1382 y 1383 del Code Napoléon (1804), que establecen como regla general que todo daño
inferido a otro debe ser reparado si se debe al "hecho o culpa" del autor.
Dispone el art. 1382 que "Todo hecho del hombre que causa daño a otro, obliga a aquel por
cuya culpa se ha producido, a repararlo". Y agrega el art. 1383: "Cada uno es responsable de los
daños causados no solamente por su hecho, sino incluso por su negligencia o por su
imprudencia".
1º) Una revalorización de los supuestos de responsabilidad del hecho ajeno: aunque presentes
ya en los Códigos Civiles, se comienza a ver en estas "presunciones de culpa" no un criterio
excepcional o residual, sino uno casi paralelo en importancia al criterio clásico. La
interpretación que se hará de estas presunciones llevará a ampliar el concepto de "empresario"
para incluir a las grandes sociedades comerciales o personas jurídicas, a aligerar la prueba del
vínculo de la dependencia y a dificultar la exoneración del tercero responsable.
2º) Extensión del concepto de culpa: la jurisprudencia opera una suerte de ampliación del
concepto de negligencia, de manera que comportamientos que podrían considerarse de
"cuidado ordinario o normal" son considerados "descuidados" y originadores de
responsabilidad.
3º) Objetivación de la culpa: se comienza a considerar que para estimar la existencia de culpa
no es necesario escudriñar en la conciencia psicológica del agente, sino que basta comparar su
comportamiento con un estándar objetivo: el hombre medio razonable.
Los correctivos anteriores son, sin embargo, estimados insuficientes para dar solución a todos
los casos planteados por la sociedad industrializada.
Surge, así, la teoría de la responsabilidad objetiva, según la cual la obligación de reparar debe
ser configurada al margen de consideraciones culpabilísticas; de allí la calificación de
"objetiva", que se contrapone a la de "subjetiva", supuestamente centrada en la conciencia del
sujeto. La teoría fue formulada en Alemania por Mataja (1888), en Italia por Orlando (1894) y
en Francia por Saleilles y Josserand (1897). Saleilles publicó en 1897 "Les accidents du travail et
la responsabilité civile"; Josserand, el mismo año, publicó "De la responsabilité du fait des
choses inanimées", proponiendo la nueva teoría que se basaba en el adagio ubi
emolumentum, ibi onus, según el cual el que saca provecho del riesgo debe soportar sus
cargas.
125 Según esta teoría, quien crea un riesgo debe sufrir las consecuencias si el riesgo llega a
producir un daño; quien con su actividad irroga un daño, debe repararlo, haya o no dolo o
culpa de su parte.
Esta teoría ha sido muy recurrida frente a los daños producidos por organizaciones en las que
es muy complejo individualizar al culpable, o en que no existe propiamente culpa en estricto
rigor, ya que el daño es estadísticamente necesario a una determinada actividad productiva.
Muchos autores sostienen que el sistema de la responsabilidad va hacia una nueva superación
de las doctrinas tradicionales, por medio de "la difusión social del daño" y su imputación a
aquellos agentes que están en mejores condiciones de efectuar una distribución del costo de
los accidentes.
De este modo, la atención que el sistema tradicional ha puesto en el autor del daño, comienza
a trasladarse hacia el perjudicado, lo que motiva incluso una denominación diferente de la
materia, que soslaye el problema de la sanción y se radique en el de la reparación. Se propone
sustituir la denominación de "responsabilidad civil" por la más comprensiva de "derecho de
daños", siguiéndose así los derroteros del sistema del common law. De alguna manera, parece
querer retornarse al sistema romanista, más preocupado de distribuir cargas y costos, que de
indagar en la conciencia psicológica de las partes involucradas.
Sin embargo, la doctrina de la responsabilidad objetiva o sin culpa ha tenido también grandes
impugnadores. En Francia, por ejemplo, Marcel Planiol la criticó rotundamente. La estima poco
adecuada por varias razones: 1º) Porque suprime el elemento moral, que es esencial en toda
responsabilidad; 2º) Porque paraliza la iniciativa privada e inhibe la actuación particular, y 3º)
Porque tiende a convertirse en una responsabilidad por seguro, lo que trae mayor descuido y
mayores accidentes.
Autores inspirados en la doctrina marxista vieron también en esta "responsabilidad por riesgo"
una herramienta eficaz del capitalismo para beneficiar a los grandes empresarios (que pueden
internalizar en los costos de producción los gastos de seguros), en perjuicio de los artesanos y
pequeños empresarios (que desaparecerían del mercado al no poder sostener los costos de la
reparación de todos los daños causados por su actividad).
Por otra parte, se ha advertido que ciertas actividades empresariales que, en sus primeras
etapas, son muy riesgosas, difícilmente podrían haberse desarrollado y consolidado de
aplicarse el modelo de la responsabilidad por riesgo. Piénsese por ejemplo en el transporte
aéreo en la primera mitad del siglo XX. La aplicación de la responsabilidad objetiva habría
conducido a la quiebra a cualquier empresa que en esos momentos, por el progreso alcanzado,
operaba con niveles muy altos de riesgo.
Esta fragmentariedad produce dificultades a los autores para convenir una noción unitaria de
tort. Muy ampliamente se sostiene que el tort es un "ilícito civil, distinto del incumplimiento
contractual, por el cual los tribunales proveerán una solución en la forma de una acción por
daños".
Otra característica disímil con el sistema latino continental es la existencia de torts que
producen la obligación, no sólo de reparar el daño causado, sino de sufrir la condena a pagar
una cantidad adicional como pena civil por la transgresión culpable. Es la institución de los
punitive o exemplar damages.
Pensamos que, en muy grandes rasgos, los modelos normativos de reparación de los daños
causados por comportamientos indebidos no contractuales son básicamente dos: aquellos que
utilizan la técnica de disponer una regla general y abstracta prohibiendo inferir daño a otro y
reservando a la labor judicial el precisar en concreto qué hechos pueden tener cabida dentro
de ese principio general; y aquellos que prefieren tipificar ya a nivel normativo o legal, con
mayor o menor amplitud, los comportamientos precisos que generarán el deber de responder.
Una gran parte de los ordenamientos jurídicos actuales siguen el modelo adoptado por el
Código Civil francés, que enuncia como marco general de toda la regulación de la
responsabilidad civil una norma que actúa como cláusula general, a la que deberán
reconducirse los supuestos específicos: todo hecho del hombre que haya causado daño a otro
obliga al culpable a repararlo (art. 1382). Nada se dice sobre qué daño y cómo debe ser
causado para que imponga responsabilidad. Se trata sólo de la recepción legal del principio
general de que nadie debe causar un daño a otro: alterum non laedere.
El modelo no pretende que todo daño sea indemnizable, ya que ello significaría violar la
libertad para realizar actividades que se saben dañosas, pero que no pueden ser prohibidas:
por ejemplo, abrir un nuevo negocio que dañará a los que ya existían sin esa nueva
competencia. La regla presupone una cierta valoración de la injusticia del daño y de los
intereses de las partes en conflicto. Pero esta valoración se reserva a la prudencia de los jueces,
que decidirán en cada caso concreto si el hecho genera o no responsabilidad.
Una técnica diversa es la utilizada por el common law, el que, siguiendo más fielmente los
precedentes romanos, no llega nunca a enunciar una regla general de que todo daño injusto
debe ser indemnizado, sino que procede a través de la previa caracterización de ciertos
comportamientos dañosos que merecen ser considerados para imponer la responsabilidad. En
Estados Unidos o Inglaterra, una Corte tratará siempre de encuadrar el caso dentro de un "tort"
tipificado previamente para afirmar el deber de indemnizar.
Pero el sistema de tipificación casuista de los ilícitos civiles no es del todo ajeno a los derechos
de tradición continental. El Código Civil alemán (B.G.B.) desconoce también la enunciación de
una cláusula general similar a la existente en el Código francés y, por el contrario, vincula la
responsabilidad a la lesión de ciertos valores enumerados taxativamente en el § 823: vida,
cuerpo, salud, libertad, propiedad y otros derechos del sujeto perjudicado.
El jurista italiano Di Majo pone de relieve cómo estos dos sistemas, si bien muy diferentes en el
plano teórico, se aproximan bastante cuando se trata de su funcionamiento y desarrollo en la
práctica. Así, por ejemplo, la aparición en el common law del tort de negligence, para cobijar
una serie de hechos dañosos que no eran incluibles en los torts tradicionales, asemeja el
modelo al que opera con ilícitos no típicos. En el sistema del B.G.B. alemán jurisprudencia y
doctrina han expandido los casos atribuibles a los valores tipificados y han hecho uso de la
mención genérica de "otros derechos" para abrir la tipificación a supuestos no expresamente
contemplados. Por su parte, se constata que también en los sistemas de cláusula general, la
jurisprudencia termina por elaborar una suerte de catálogo de conductas que no respetan los
deberes de cuidado exigibles. En todo caso, lo que es un punto común a ambos sistemas es
que ninguno de ellos conoce una regla general y absoluta de que cualquier daño debe ser
reparado, por lo que siempre se exige una mediación valorativa del evento dañoso, sea a través
de una opción normativa predispuesta, sea a través de la exigencia de antijuridicidad o el
balance de los intereses involucrados.
No hay duda que el régimen chileno se alinea junto con el francés en los que utilizan una
cláusula general: nuestros arts. 2314 y 2329 del Código Civil recogen el principio general del
neminem laedere. Ello no quita, sin embargo, como veremos, que el legislador de vez en
cuando proceda a describir anticipadamente conductas que deben ser consideradas ilícitas y
generadoras de responsabilidad vinculando así el poder de apreciación del juez.
Las corrientes objetivadoras han recibido el respaldo de los estudios realizados en el ámbito del
movimiento nacido en los Estados Unidos, que busca explorar la función del derecho como un
elemento que incide en el funcionamiento de un sistema económico liberal, que ve en el
mercado y en una libre elección de los consumidores la mejor herramienta para la asignación
de los recursos. La Escuela de Law and Economics (surgida en la Universidad de Chicago) ha
tenido como uno de sus principales tópicos el análisis económico del derecho de torts.
Sobre la base del famoso teorema de Coase, estudios como los de Calabresi consideran que un
sistema de responsabilidad civil no es más ni menos que un conjunto de reglas que establecen
criterios de distribución de los costos de los accidentes; por lo que la función principal de la
responsabilidad civil sería reducir el costo de los accidentes y el costo de evitarlos. El sistema
que con mayor eficiencia logre esta distribución será el más adecuado. De aquí se seguiría que
el sistema tradicional de responsabilidad por culpa, que intenta reducir los accidentes
mediante el encarecimiento de su valor respecto de aquel que los ocasiona culpablemente, no
cumpliría esas funciones de un modo eficiente, sobre todo en cuanto el sujeto responsable
puede prescindir de las conductas preventivas y trasladar los costos de transacción
(negociación y litigación) mediante el contrato de seguro, cada día más frecuente. En cambio,
el derecho podría lograr una mejor asignación de los recursos si identifica a aquel que con
menor costo puede evitar el accidente ("least cost avoider") para atribuirle a él la
responsabilidad. Esta parte normalmente será la que tiene mayores recursos económicos, ya
que en este caso podrá negociar con más eficiencia al margen de lo que definan los tribunales.
Así, por ejemplo, señala Calabresi que si una empresa contamina en perjuicio de los residentes
de un barrio, resulta más factible ver a la empresa pagando a los residentes por el daño más
que a los residentes comprando la empresa. Si se asigna a los residentes el derecho a controlar
la contaminación, la empresa les comprará a ellos si el valor del derecho a contaminar le
resulta más alto que el costo de la compra. En cambio, si se asigna a la empresa el derecho de
contaminar, es muy improbable que los residentes, atendida su escasez de recursos y de
asesoramiento técnico, puedan negociar para comprar a la empresa el derecho de contaminar
incluso si ellos lo valoran más altamente.
Las tesis del Análisis Económico del Derecho, cristalizadas en los años setenta en el seno de
profesores de common law, en un principio parecieron favorecer la responsabilidad sin culpa,
sobre todo en el ámbito de las actividades productivas. Según Calabresi, el sistema basado en
la culpa resulta defectuoso tanto en su función de buen distribuidor de las pérdidas como de
control primario de los costos.
Luego, por contraste, se haría ver que en muchos sectores la responsabilidad por culpa era aun
más eficiente que la responsabilidad objetiva, la que, aplicada indiscriminadamente, termina
por imponer costos excesivos al desarrollo de ciertas actividades y desnaturalizar el
funcionamiento del seguro, por desaparición de los incentivos por reducción de siniestros
culposos. Es lo que parece estar sucediendo en el campo de la responsabilidad por productos
defectuosos en los Estados Unidos, que fue uno de los primeros en proclamar la
responsabilidad objetiva.
Aun así, es posible admitir que estas teorías son un aporte para la comprensión de las
funciones y efectos económicos de las decisiones legales o judiciales en un sistema de
responsabilidad, sin que ellas puedan ser miradas como determinantes o excluyentes de otras
perspectivas igualmente necesarias.
X. ACTUALES TENDENCIAS
En los inicios del siglo XXI, la discusión y la reflexión sobre la mejor reparación de los daños a
las personas en la sociedad, desde un sistema de derecho privado justo y eficiente no ha
cesado. Pareciera no obstante que, después de un largo período, en el que se propiciaba toda
innovación de atribución de responsabilidad fundada en la causalidad o el riesgo y se pretendía
la desaparición del concepto de culpa como noción eje del sistema de responsabilidad civil, se
está girando hacia un redescubrimiento de los elementos normativos de la culpabilidad como
factores necesarios de conexión entre el autor y la víctima y hacia un esfuerzo por delimitar
mejor el riesgo como factor de atribución de responsabilidad, asignándole una función más
bien complementaria y no sustitutiva de la culpa.
Como hitos de este proceso, aun no del todo delineado, pueden mencionarse los siguientes:
La visión de que todo daño debe ser evitado y reparado y que esto le corresponde a un
subsistema del derecho privado como el de responsabilidad es claramente utópica. Parece
necesario recordar que, en la sociedad humana, los daños no pueden ser evitados, y muchos
de ellos no son reparados. Por otra parte, no todo daño puede ser indemnizado a través del
modelo de responsabilidad, que busca esencialmente traspasar costos de accidentes entre
particulares, y de acuerdo a mecanismos propios del derecho privado. La llamada "socialización
del riesgo" ha demostrado su insuficiencia como sistema de responsabilidad. Es necesario
distinguir claramente un sistema de responsabilidad de otros mecanismos distributivos de
compensación del costo de accidentes que operan desde la óptica del derecho público: es lo
que sucede con los seguros sociales, fondos de indemnización para grupos de víctimas, leyes
especiales de reparación de ciertos daños típicos, etc.
La doctrina se esfuerza hoy en día por justificar en qué casos es plausible la imposición de la
responsabilidad objetiva o por riesgo. Los seguidores del Análisis Económico del Derecho
proporcionan elementos útiles en esta identificación. Pero se observa que, en los sistemas
latino-continentales, no parece aceptable que cambios de la atribución de responsabilidad
sean realizados de modo intuitivo por una creación pretoriana de los tribunales. Hoy parece
más razonable que los supuestos de responsabilidad objetiva sean definidos y regulados por la
ley, lo que supone una previa discusión política con suficiente posibilidad de participación
ciudadana.
Se hace ver además que el principio de responsabilidad por culpa es el más idóneo para
armonizar la libertad y el respeto de los demás.
Este "redescubrimiento" del rol de la culpa ha sido incluso asumido por los partidarios del
Análisis Económico del Derecho: "después de la explosión de una asumida superioridad de los
sistemas con modelos de responsabilidad objetiva -señala un autor-, se ha pasado a considerar
los modelos mixtos como más eficientes, con una continua recuperación en el tiempo de
espacios siempre mayores a la responsabilidad culposa, redescubierta siempre como más
eficiente".
Derecho privado romano, Editorial Jurídica de Chile, Santiago, 1996, t. II, p. 258, aunque según
GUZMAN el concepto de culpa comprende también la creación sin cautelas de una situación de
peligro para personas o cosas.
Distingue Santo Tomás entre la desigualdad objetiva que causa el hecho ilícito y "la culpa de
injusticia" que constituye el delito; la primera se remedia mediante la restitución, para lo cual
es suficiente que se restituya tanto cuanto se tuvo del otro, "pero en lo concerniente a la culpa
se aplica el remedio por la pena, cuya imposición pertenece al juez. Por consiguiente, antes de
que el reo sea condenado por un juez, no está obligado a restituir más de lo que tomó; pero
después de condenado está obligado a pagar el castigo".
LECCION TERCERA
I. FORMAS DE SISTEMATIZACION
Con frecuencia se sostiene que los elementos necesarios para que exista responsabilidad
extracontractual en el derecho civil chileno son: 1º Capacidad, 2º Dolo y culpa, 3º Daño y 4º
Relación de causalidad. onsideramos que esta clasificación no es del todo apropiada, porque
tiene poco en cuenta la estructura del hecho dañoso. Por nuestra parte, preferimos distinguir
entre la capacidad como presupuesto general de la responsabilidad civil y los requisitos o
elementos del hecho particular que causa esa responsabilidad.
Los elementos del hecho generador de responsabilidad pueden analizarse del siguiente modo:
en primer lugar, se necesita que el hecho o acto sea originado en la voluntad del ser humano.
Sólo las personas, y actuando como tales, con su inteligencia y voluntad, pueden incurrir en
responsabilidad. A continuación, debe exigirse que ese hecho voluntario contraste con el
derecho, es decir, sea injusto o ilícito desde un punto de vista objetivo (contraste entre la
conducta y las normas y principios del ordenamiento). Al hecho voluntario antijurídico debe
añadirse el que haya efectivamente causado daño (nocividad), requisito que se desdobla en
dos: el daño propiamente tal y el vínculo causal entre el hecho ilícito y el perjuicio (causalidad).
Pero esto no basta, es necesario que el hecho sea subjetivamente antijurídico, es decir, que sea
reprochable o imputable a una persona. Las formas de imputación ordinaria son el dolo y la
culpa. Formas de imputación extraordinarias configuran los supuestos de la llamada
responsabilidad objetiva (riesgo creado, riesgo-provecho).
Tenemos, entonces, que la responsabilidad civil surge cuando puede verificarse un hecho
voluntario, ilícito, imputable que ha sido la causa de un daño a las personas.
En el common law inglés, el tipo de tort general llamado negligence se construye sobre la base
de cuatro elementos: el deber de cuidado, la ruptura de ese deber (la que implica un
comportamiento distinto del standard del "hombre razonable"), el daño y la relación de
causalidad. Los torts especiales tienen la misma estructura, pero con peculiaridades y defensas
especiales. La estructura del tort de negligence es concéntrica: determinada la existencia de un
elemento, se continúa con el siguiente, hasta que uno falle. Si esto no sucede, habrá
responsabilidad.
1. Regla general
Al igual que para la responsabilidad contractual, la regla general es que toda persona es capaz
de delito o cuasidelito, salvo aquellas que la ley declara expresamente incapaces. El estudio de
la capacidad delictual, en consecuencia, se resuelve en el de las incapacidades.
2. Incapacidades
a.1) Concepto
Por deficiencia del uso de la razón, son incapaces los dementes (art. 2319.1). Dice Alessandri
que jurídicamente son dementes "los que, al tiempo de ejecutar el hecho, están privados de la
razón por causas patológicas". Un concepto amplio es también el de Tapia. La legislación más
actual prefiere el término de enajenado mental (cfr. arts. 682 y ss. CPP, y 465 NCPP) o de
discapacitado mental (leyes 18.600 y 19.284).
a.2) Requisitos
Para que la demencia sea causa de imputabilidad, se precisan los siguientes requisitos:
1º Que la demencia sea actual: La discapacidad mental es una situación permanente. Pero lo
importante es que al momento de ejecutarse el hecho el agente estuviera imposibilitado de
deliberar normalmente. Por eso se admite que la privación de juicio o enajenación sea
transitoria.
2º Que la demencia sea total: El sujeto debe estar absolutamente impedido de darse cuenta
del acto y de sus consecuencias. La doctrina piensa que para que se pueda hablar de demencia
no es suficiente una incapacidad para discernir lo que es justo o injusto, sino que el sujeto debe
ser incapaz de determinar su voluntad de acuerdo al conocimiento adquirido.
Pero el caso del ebrio, que pasamos a estudiar, revela la existencia de un principio general que
debe aplicarse también aquí.
Dispone el art. 2318 que "El ebrio es responsable del daño causado por un delito o
cuasidelito".
En realidad, se trata de la aplicación del principio moral de las actiones liberae in causa
(acciones libres en su causa), y que puede ser aplicado en supuestos diversos de la ebriedad.
Por extensión se entiende que el art. 2318 se aplica también a las llamadas locuras tóxicas:
privación de razón por empleo de morfina, opio, cocaína u otro tipo de drogas o
estupefacientes (Tapia; Alessandri). Pero si la embriaguez o locura tóxica es independiente de
la voluntad, podría ser inimputable el agente directo, y la responsabilidad podría reclamarse
del real autor de la embriaguez o intoxicación.
La ebriedad debe ser ocasional, ya que el alcoholismo puede ser considerado una enfermedad
permanente, que puede llegar a asimilarse a la demencia si produce pérdida permanente de la
capacidad de razonar.
1º) Infantes: Según el art. 2319.1, "No son capaces de delito o cuasidelito los menores de siete
años?"; o sea, los infantes (cfr. art. 26).
2º) Mayores de siete años y menores de dieciséis: En este caso, el Código Civil ha dispuesto que
la inimputabilidad se determine judicialmente caso a caso: "Queda a la prudencia del juez
determinar si el menor de dieciséis años ha cometido el delito o cuasidelito sin discernimiento;
y en este caso se seguirá la regla del inciso anterior" (art. 2319.2).
Dos formas de comprender el discernimiento son posibles: o como posibilidad del menor de
representarse los riesgos o peligros de su conducta, o como aptitud para juzgar si está o no
incumpliendo un deber jurídico de cuidado. En general, la doctrina se inclina por la primera
alternativa.
Quien cuida al incapaz puede incurrir en responsabilidad por los daños causados por este
último. Dice el art. 2319.1: "pero serán responsables de los daños causados por ellos las
personas a cuyo cargo estén, si pudiere imputárseles negligencia".
La responsabilidad no se aplica sólo a los padres ni a los tutores o curadores, sino que a
cualquier persona que tenga a su cargo el cuidado del incapaz. Puede tratarse por tanto de una
situación fáctica sin reconocimiento jurídico.
Se ha observado que el guardián responde por su propia culpa, y no por la del incapaz. Por ello,
se dice, es necesario acreditar negligencia de su parte.
Esta es la teoría tradicional, pero nos parece discutible: la frase "si pudiere imputárseles
negligencia" del art. 2319.1, bien podría ser interpretada en un sentido contextual que
incluyera como forma de comprobar esa negligencia las presunciones de culpa por hecho
ajeno, establecidas en el art. 2320.
En cualquier caso, el guardián no puede pretender ser reembolsado por lo que se vio obligado
a pagar en los bienes del incapaz. Así se deduce a contrario sensu del art. 2325, que da derecho
a pedir restitución del que "era capaz de delito, cuasidelito, según el art. 2319".
4. Derecho extranjero
Puede apreciarse una tendencia en las legislaciones extranjeras por hacer responsable al
incapaz, al menos subsidiariamente, cuando no pueda responder el guardián.
El Código Civil italiano señala que "No responde de las consecuencias del hecho dañoso quien
no tenía la capacidad de entender o de querer en el momento en que lo ha cometido, a menos
que el estado de incapacidad derive de su culpa" (art. 2046). Pero agrega que "En caso de daño
causado por la persona incapaz de entender o de querer, la reparación es atribuida a quien
tenía el deber de vigilancia del incapaz, salvo que pruebe no haber podido impedir el hecho. En
el caso en el cual el perjudicado no haya podido obtener la reparación de quien tenía el deber
de vigilancia, el juez, en consideración de las condiciones económicas de las partes, puede
condenar al autor del daño a una equitativa indemnización" (art. 2047).
El Código Civil francés dispone simplemente que "Aquel que ha causado un daño a otro
estando bajo la influencia de una perturbación mental, no por eso deja de estar sujeto a la
reparación" (art. 489-2, reformado por Ley Nº 68-5, de 2 de enero de l968).
El Código Civil de Portugal, a semejanza del italiano, establece: "Si la víctima no puede obtener
reparación del representante legal del incapaz de ejercicio que actúa sin discernimiento, puede
el juez considerar una indemnización equitativa a cargo del autor directo" (art. 1977).
Para que haya responsabilidad es menester que se dé un acto humano, es decir, lo que suele
denominarse en la nomenclatura civilista un hecho del hombre voluntario. Puede consistir en
una conducta positiva (facere) u omisiva (non facere). Un ejemplo de responsabilidad por
omisión la proporciona el art. 2333, por el que se concede acción popular en todos los casos de
daño contingente que, por imprudencia o negligencia de alguien, amenace a personas
indeterminadas.
La omisión se configura cuando el deber general de cuidado prescribía al agente el asumir una
determinada conducta y éste no la realizó. Esta posición en la que el agente "debe" actuar la
conocen los penalistas como "posición de garante", es decir, de protección de ciertos bienes
jurídicos valiosos. No es necesario que el acto omisivo se dé en el contexto de una conducta
activa; por ejemplo, conducir un vehículo o construir una casa. Es suficiente que el autor no
haya actuado, debiendo y pudiendo hacerlo sin grave menoscabo para su propia persona. La
omisión de socorro prevista como falta en el art. 494 Nº 14 CP ("El que no socorriere o auxiliare
a una persona que encontrare en despoblado herida, maltratada o en peligro de perecer,
cuando pudiere hacerlo sin detrimento propio"), proporciona una buena herramienta
conceptual para construir el ilícito civil por omisión.
En la dogmática penal se habla de omisión pura (para designar los casos tipificados
expresamente como delitos omisivos, como la omisión de socorro) y de comisión por omisión
(para aludir a los tipos que parecen describir conductas activas y que se aplican también en
caso de omisión, por ejemplo, un homicidio por omisión). La posición de garante se requiere
para configurar estos últimos. La ciencia penal encuentra dificultades para punir los delitos de
comisión por omisión en razón de que, si los tipos penales describen conductas activas, castigar
la omisión vulnera el principio de legalidad. Por eso, se abre paso una corriente que quiere ver
en los tipos llamados "de acción" no una descripción de un resultado causal, sino más bien una
atribución normativa de un determinado resultado. De modo que cuando el agente vulnera un
deber de evitación de un resultado (posición de garante), éste le es imputable y su conducta
satisface el tipo. En derecho civil la cuestión es más simple porque no existe el principio de
legalidad ligado a un tipo como en el derecho penal. Los desarrollos de la posición de garante
(por vínculo familiar, comunidad de peligro, asunción voluntaria, injerencia, control de peligros
que se encuentran en el propio ámbito de dominio y deberes de control para con la conducta
de terceros) pueden ser utilizables en sede civil. Pareciera, sin embargo, que la construcción de
estos deberes de actuación, si no están expresados en la ley o sancionados penalmente, debe
ser excepcional, pues de lo contrario podría llegar a ponerse en crisis la esfera de libertad del
individuo.
La doctrina suele asimilar a la demencia estados transitorios de pérdida del uso de la razón. Se
entiende, así, exonerado de responsabilidad el que actúa en estado de hipnosis o sonámbulo.
Tapia agrega que podría llegar a considerarse estado de demencia, si bien transitoria, la
ausencia de voluntad producida por una violencia física o moral.
A nuestro juicio, estos casos no deben asimilarse a la demencia que es una causal de falta de
capacidad delictual y que por lo tanto califica la situación de una persona de un modo
permanente. Los estados transitorios de falta de uso de razón son más bien causales de
exoneración por falta de voluntariedad de la acción.
El caso fortuito es el imprevisto a que no es posible resistir (art. 45). A nuestro juicio, aunque el
caso fortuito puede ser conceptualizado como causal de exoneración de responsabilidad por
falta de antijuridicidad, o de culpa, o de nexo causal entre el hecho y el daño, lo más propio es
ubicarlo como causal de supresión de la voluntariedad del hecho. Es efectivo que cuando el
daño se produce por fuerza mayor o caso fortuito puede decirse que no hay ni ilicitud, ni culpa
ni tampoco causalidad. Pero no los hay porque primeramente ha quedado suprimida la
voluntariedad básica sobre la cual se edifica toda la construcción de la responsabilidad. Cuando
un daño se produce por un caso fortuito, en rigor no puede ser vinculado a una voluntad
humana.
Se incluyen en el concepto de caso fortuito o fuerza mayor no sólo los hechos naturales
(terremotos, incendios, naufragios), sino también actuaciones humanas. Así si a alguien lo
empujan de un modo irresistible y cae sobre una vitrina de una tienda, estará exento de
responsabilidad, porque ha sido materialmente utilizado (sin su voluntad) para causar un daño.
Será en todo caso el instrumento, pero no el autor del perjuicio. En el supuesto general del
caso fortuito deben quedar incluidas algunas causales de exención de la responsabilidad penal
(aplicables también al derecho civil), cuales son: causar un mal por mero accidente mientras se
realiza un acto lícito no negligente (art. 10 Nº 8 CP), obrar violentado por una fuerza irresistible
o impulsado por un miedo insuperable (art. 10 Nº 9 CP), e incurrir en una omisión hallándose
impedido por causa legítima o insuperable (art. 10 Nº 12 CP).
Se ha pensado que también hay caso fortuito si los daños se producen por el cumplimiento de
una orden de una autoridad legítima. Se sostiene que la orden debe provenir de la ley o de la
autoridad pública, no de autoridades privadas, como los padres, el patrón o el mandante.
Pareciera que lo relevante no es la fuente de la autoridad, sino más bien el grado de coerción
que conlleva, es decir, si es capaz de suprimir la voluntariedad del agente en la producción de
daño. Esto raramente sucederá, ya que la mayor parte de las órdenes requieren de una
obediencia reflexiva. No obstante, el mandamiento del superior podría ser considerado como
causal de exclusión de la ilicitud por aplicación del art. 10 Nº 10 del Código Penal, que exime de
responsabilidad al que "obra en cumplimiento de un deber".
Nuestra jurisprudencia ha fallado que las características de irresistible e imprevisto del caso
fortuito deben apreciarse objetivamente: "Ello implica que la imposibilidad de prever o resistir
el acontecimiento debe ser absoluta ? la presentación de una dificultad, que puede subsanarse
por un hombre prudente, jamás puede tener el carácter de caso fortuito" (C. Concepción, 7 de
noviembre de 1985, RDJ, t. LXXXII, sec. 4ª, p. 288). La misma sentencia requiere que el caso
fortuito sea la causa única del daño y que no contribuya a él la culpa del agente.
La imprevisibilidad del resultado presenta serias dificultades para ser demostrada. Los
tribunales suelen ser muy severos a la hora de analizar este requisito, llegándose incluso a
niveles que parecen extremos. Se ha fallado que es previsible para un conductor el que, a altas
horas de la madrugada, los demás conductores no respeten las reglas del tránsito, por cuanto
"es posible prever un accidente del tránsito en un cruce de calle en horas de la madrugada, si
no se maneja con sumo cuidado, ya que es de ordinaria frecuencia que a esa hora no siempre
se observen las normas del tránsito por los conductores" (C. Sup., 12 de agosto de 1981, RDJ, t.
LXXVIII, sec. 4ª, p. 120). La Corte considera que tampoco concurre la inevitabilidad del
resultado.
Alessandri piensa que el caso fortuito no es eximente cuando hay responsabilidad objetiva.
Díez-Picazo y Gullón sostienen lo contrario. En verdad, en algunos casos de responsabilidad
objetiva la misma ley dispone su inaplicabilidad si el daño se produce por eventos como
guerras, subversiones, etc.
Para la teoría de la realidad de la persona jurídica, ésta sí tiene un espíritu y una voluntad
propia, y por lo tanto no puede excluirse que a la voluntad del ente colectivo, manifestada de
acuerdo con su forma de existir, le sea atribuido un daño ilícito que debe ser reparado con
cargo al patrimonio de la misma persona jurídica, y no al de sus integrantes individuales.
Lo cierto es que la persona jurídica es más que una mera ficción legal, y aunque también sea
exagerado absolutizar la realidad de la personalidad técnica que se le atribuye, bien puede
identificarse una voluntad colectiva generadora de un daño que será imputable a la persona
como tal, en la medida en que esté manifestada a través de las personas naturales que actúan
como representantes u órganos de la misma. Incluso respecto de la responsabilidad de la
persona jurídica es posible hablar de hechos voluntarios, y se mantiene la exigencia de la
voluntariedad como elemento de la responsabilidad civil extracontractual.
En Chile la posibilidad de que las personas jurídicas puedan delinquir civilmente ha sido
aceptada sin cuestionamientos por la doctrina y jurisprudencia tradicionales, a través de la
recepción de la teoría del órgano como contrapuesta a la de la representación (C. Sup., 16 de
noviembre de 1999, RDJ, t. XCVI, sec. 1ª, p. 192). Recientemente, sin embargo, se ha hecho ver
que ambas teorías se basan en una ficción de voluntad y que si la responsabilidad por culpa es
básicamente imputación de culpabilidad, las personas jurídicas, no siendo seres humanos, no
pueden responder. Como no se quiere extraer la consecuencia de que las personas jurídicas
sean liberadas de soportar el costo de los daños ilícitos que causen, se pretende que, a falta de
responsabilidad por culpa, se explique su imputación como una suerte de responsabilidad
objetiva o por la actividad desarrollada en el giro de la persona jurídica.
Hay coautoría no sólo cuando dos o más voluntades concurren en la realización de un hecho
ilícito, lo que da lugar a la solidaridad del art. 2317, sino igualmente cuando se contribuye con
el voto a la formación de una voluntad de un ente o persona colectiva. Es lo que sucede, por
ejemplo, con la responsabilidad de directores de una sociedad anónima que adoptan
negligentemente un acuerdo que causa daño a la sociedad, a los accionistas o terceros.
IV. ANTIJURIDICIDAD
1º) El art. 1437 señala que las obligaciones nacen de, entre otras fuentes, un "hecho que ha
inferido injuria o daño".
2º) El art. 2284 dispone que "Si el hecho es ilícito, y cometido con intención de dañar,
constituye un delito. Si el hecho es culpable, pero cometido sin intención de dañar, constituye
un cuasidelito".
Al respecto vale la pena reproducir lo que escriben Díez-Picazo y Gullón: "La doctrina y
jurisprudencia destacan, sin embargo, el carácter antijurídico que siempre debe tener el acto,
aunque en la órbita no penal su concepto es necesariamente más genérico, menos perfilado y
concreto. En efecto, en el derecho penal las conductas sancionadas están plenamente
tipificadas en la ley; obrar contra ella es antijurídico. Pero fuera de este campo es imposible
encontrar una serie de normas que minuciosamente obliguen a una conducta para no causar
daño a tercero, o, si se quiere, que puntualicen cómo hemos de comportarnos con los demás.
Sería una tarea prácticamente imposible, y de ahí que el derecho nunca pueda llegar a la
certeza en el campo de la responsabilidad extracontractual. Así, pues, lo antijurídico no penal
no consiste solamente en la violación de normas que impongan una conducta (p. ej., la
empresa suministradora de energía eléctrica ha de cumplir las disposiciones sobre la
protección de los cables que la transportan para evitar daños), sino también en la
contravención del principio alterum non laedere, que es un principio general del derecho que
informa todo el ordenamiento jurídico y que está integrado en él, fuente de una serie de
deberes que nos obligan a comportarnos respecto a terceros con la corrección y prudencia
necesarias para que la convivencia sea posible".
Por cierto, el hecho de que una conducta esté tipificada penalmente constituye un indicio
manifiesto de ilicitud, que sólo podría quedar desvirtuada por la acreditación de una causal de
exclusión de la antijuridicidad. Nuestra jurisprudencia, por ejemplo, ha declarado que si se
acredita la responsabilidad por el delito de giro doloso de cheques, debe darse lugar a la
demanda civil de indemnización de perjuicios deducida por el afectado (C. Sup., 25 de enero de
1988, RDJ, t. LXXXV, sec. 4ª, p. 2). No piensa lo mismo respecto de los fallos de la Comisión
Resolutiva Antimonopolios, la que, según la Corte Suprema, no tienen carácter sancionatorio,
sino preventivo respecto de lo futuro (C. Sup., 30 de julio de 1991, RDJ, t. LXXXVIII, sec. 1ª, p.
40).
Algo semejante sucede cuando una infracción contravencional produce daño a la víctima. En
estos casos, el tipo infraccional funcionará a la vez como tipo de la responsabilidad
sancionatoria y de la responsabilidad civil. Es decir, la tipificación prevista para
contravencionales servirá también como factor indiciario de la antijuridicidad de la
responsabilidad civil anexa a la infraccional.
En ocasiones, incluso la misma ley civil desciende a describir ciertas conductas que considera
causantes de responsabilidad civil extracontractual de modo especial. Por ello puede hablarse
de "ilícito civil típico". Muchas disposiciones pueden citarse del mismo Código Civil que
contienen verdaderas tipificaciones de responsabilidad civil extracontractual. Rodríguez
enumera las siguientes: los arts. 423, 631, 667, 926, 934, 1287 y 1336. A ellas pueden
agregarse otras como los arts. 141.5, 130.2, 188.4, 1768 y 1792.18. La técnica de la tipificación
del ilícito civil no es propia del Código Civil, sino que se extiende a otras leyes.
¿Cuál es la función de esta tipificación? La función del tipo civil no es otra que la misma que el
tipo penal, aunque para los efectos de la responsabilidad civil, es decir, servir de indicio de la
antijuridicidad de la conducta. Cuando la responsabilidad extracontractual se fundamenta en
una conducta tipificada por la ley civil como generadora del deber de indemnizar, no será
necesario hacer mayores esfuerzos para sostener la ilicitud, y sólo si concurriere por excepción
una causal de justificación (que deberá probarla el demandado), podrá descartarse la
presunción de antijuridicidad que surge del tipo. En ocasiones la tipificación devendrá en la
exigencia de que el comportamiento se produzca dolosamente, como sucede en el supuesto
del art. 2119, que señala que si un consejo "se da maliciosamente, obliga a la indemnización de
perjuicios". En este caso la ley exige dolo para que se genere responsabilidad civil
extracontractual, por lo cual debe descartarse la configuración de un ilícito civil cuando el
consejero obra imprudentemente. Lo propio debe decirse del art. 1814, que obliga a
indemnizar al vendedor de una cosa inexistente si procedió "a sabiendas".
Debe rechazarse, tanto para la responsabilidad civil que surge de un tipo penal o
contravencional como para aquella que nace del "ilícito civil típico", la idea de que no es
necesario acreditar los demás requisitos generales de la responsabilidad, tales como la
capacidad delictual y la imputación subjetiva (dolo o culpa). Los tipos penales o
contravencionales y los tipos meramente civiles requieren que la conducta se realice
intencional o imprudentemente. De este modo, será necesario acreditar la reprochabilidad o
culpabilidad para configurar definitivamente la obligación de indemnizar. De lo contrario, la
responsabilidad civil surgida de un tipo legal devendría en una suerte de responsabilidad
objetiva que resultaría a todas luces hipertrofiada en su extensión.
Disentimos de la tesis propuesta por Rodríguez, para quien el ilícito civil típico funcionaría de
un modo semejante a la responsabilidad objetiva, en el sentido de que la ley atribuye a una
determinada conducta el deber de reparar sin que sea necesario probar que hubo culpa o dolo
en el agente. La única diferencia residiría en que en la responsabilidad objetiva el único
antecedente de la responsabilidad es la relación de causalidad, en la del ilícito típico el
antecedente es la ejecución de la conducta descrita por el "tipo civil". A nuestro juicio, esto
contribuye a una expansión indeseable de la responsabilidad objetiva, contraviniendo la idea
del legislador, que en muchos tipos civiles explícitamente hace referencia a un actuar doloso,
de mala fe, o negligente (o al menos lo supone). Por otra parte, si se admitiera que respecto del
ilícito civil típico la responsabilidad se presume de derecho, no se entendería por qué ello no
sucede cuando el deber de reparar surge de la realización de una conducta tipificada por la ley
penal o contravencional. Pero si se admitiera esto, entonces debiera llegarse a la conclusión de
que nuestro sistema es de responsabilidad objetiva y no de responsabilidad subjetiva, como
afirma en forma unánime la doctrina, incluido el mismo Rodríguez.
En el campo del Derecho privado se invocan las disposiciones que autorizan a imponer
servidumbres bajo la condición de pagar los perjuicios que se causen al propietario del predio
sirviente (así, por ejemplo, el art. 847, y las servidumbres mineras y eléctricas). Igualmente, las
indemnizaciones que se prevén para la exploración y explotación de pertenencias mineras.
También podría agregarse el caso de retractación tempestiva de la oferta que, a pesar de
considerarse legítima, impone el deber de indemnizar (art. 98 CCom).
No nos parece razonable, al menos de modo general, prescindir del requisito de la ilicitud del
hecho si queremos seguir hablando de un sistema de responsabilidad personal. Los casos de
indemnización de daños ocasionados por conductas legalmente autorizadas son supuestos
especiales en los que la ley condiciona la licitud de la actuación al pago de la indemnización. No
hay propiamente responsabilidad extracontractual.
Para la responsabilidad del Estado pareciera que tampoco puede afirmarse sin más la
prescindencia de la antijuridicidad. A veces ésta se la hace surgir de una vulneración del
principio de la igual repartición de las cargas públicas consagrado en la Constitución (art. 19, Nº
20 Const.), pero a nuestro entender ese principio, así como el del enriquecimiento sin causa,
funcionan de modo autónomo y no como supuestos de responsabilidad.
Según De Cupis, la responsabilidad por daño no antijurídico debe quedar sometida a criterios
muy excepcionales: "Es inconcebible un daño antijurídico desprovisto de sanción, ya que la
norma encargada de tutelar el interés dañado estaría desprovista del nervio de la fuerza
jurídica, mientras que no sólo no hay razón alguna para imponer una reacción general contra el
daño no antijurídico, sino que es más, si se estableciera, se vulneraría la misma entraña de la
convivencia social. En línea de principio debe valer, y no puede ser de otra manera, que el daño
no antijurídico debe ser soportado por el sujeto del interés lesionado, lo cual no es óbice, por
supuesto, para que en casos especiales, como son los que se han examinado, se produzca una
determinada sanción jurídica".
Cuando el daño proviene de un derecho reconocido, y cuyo ejercicio se ajusta a lo regulado por
la ley, no puede haber responsabilidad, porque no existe ilicitud en el comportamiento. Así, por
ejemplo, no son indemnizables los daños que se producen al deudor por la traba de embargo
sobre sus bienes, ni tampoco los que sufre un comerciante por efectos de la instalación de un
competidor. Rige aquí el principio ya consagrado en el Digesto: qui iure suo utitur, neminem
laedit (quien ejerce su derecho a nadie ofende).
Pero el ejercicio de un derecho, en sí mismo justo, puede llegar a ser ilícito o injusto: puede
causar daño ilegítimamente. Nace así la teoría del abuso del derecho, que sostiene que el
ejercicio abusivo de un derecho genera obligación de reparar los perjuicios producidos. En
Chile, la teoría no está consagrada en forma general, pero existen indicios de aceptación (cfr.
art. 2110 y art. 56 del Código de Aguas).
Nuestra doctrina ha reconocido que el ejercicio abusivo de un derecho es una especie de acto
ilícito que, si se ejecuta con dolo o culpa, genera responsabilidad. Esto explicaría normas como
la del art. 280 CPC, respecto de las medidas prejudiciales solicitadas sin fundamento. Se
considera que si el abuso se constituye por el ejercicio con exclusiva finalidad de dañar, habrá
necesidad de probar la intención dolosa, pero en cambio si se trata de una conducta que
lesiona las buenas costumbres o la buena fe, esa misma infracción será constitutiva de culpa.
En el extranjero la teoría del abuso de los derechos ha sido consagrada legalmente. El art. 7.2
CC español dispone: "? La ley no ampara el abuso del derecho o el ejercicio antisocial del
mismo. Todo acto u omisión que por la intención de su autor, por su objeto o por las
circunstancias en que se realice sobrepasa manifiestamente los límites normales del ejercicio
de un derecho, con daño para tercero, dará lugar a la correspondiente indemnización y a la
adopción de las medidas judiciales o administrativas que impidan la persistencia en el abuso".
No procede invocar el abuso del derecho respecto del ejercicio de derechos que por su misma
naturaleza parecen exigir la facultad discrecional del titular de ejercerlos sin consideración a la
oportunidad o a los intereses ajenos involucrados. Son los llamados derechos absolutos, en los
que cabe incluir el derecho a consentir en el matrimonio de un menor de edad, el derecho a
revocar el testamento, el derecho a pedir una partición, el derecho a revocar un mandato o un
testamento, entre otros.
a) Legítima defensa
No hay responsabilidad por los daños que se causen en legítima defensa frente a una agresión
injusta, siempre que se den todas las condiciones de esta eximente: agresión ilegítima, falta de
provocación y proporcionalidad de la respuesta. La legítima defensa puede aplicarse a lesión de
personas o a daño de bienes.
Se ha sostenido que la legítima defensa en sede civil requiere al igual que en materia penal la
agresión ilegítima y la falta de provocación, pero que la racionalidad del medio empleado debe
ser sustituida por la proporcionalidad al daño que se evita.
Los tribunales afirman que debe exigirse el requisito penal de la racionalidad del medio, pero
sostienen que si éste no concurre, si bien no operará como causal justificatoria, podrá autorizar
al juez a reducir la indemnización por la imprudencia de la víctima. La Corte Suprema ha dicho
así que procede la rebaja de la indemnización "? en atención a que el occiso se expuso
imprudentemente al mal al agredir ilegítimamente y sin provocación, armado de un
cortaplumas, al demandado?" (C. Sup., 8 de abril de 1982, RDJ, t. LXXIX, sec. 4ª, p. 22).
b) Estado de necesidad
Se define el estado de necesidad como el daño causado para evitar la realización del que
amenaza a su autor o a un tercero. Por ejemplo, los bomberos que para evitar la propagación
del fuego dañan edificios contiguos o el individuo que hurta pan acosado por el hambre. El
estado de necesidad se diferencia de la legítima defensa en que en el primero no hay agresión
injusta por parte de la víctima del daño.
Por eso, que jamás puede legitimarse un daño a las personas invocando el estado de
necesidad, ya que no es posible comparar bienes materiales con bienes de la personalidad, ni
éstos entre sí (por ejemplo, no hay estado de necesidad que autorice dar muerte a una
persona con el fin de salvar a otras muchas). No procede justificar el aborto terapéutico en
virtud de un supuesto estado de necesidad, en que habría que optar por inferir un mal
"menor" (dar muerte a la criatura no nacida) para preservar la salud o vida de la madre. La vida
humana, en cualquier etapa de su desarrollo, es inestimable e imposible de sopesar o
comparar con otras.
En todo caso, el hecho de que no haya acción para pedir la reparación del daño a título de
responsabilidad no quiere decir que el afectado deba sufrir todo el costo del salvamento. Este
tendrá derecho a pedir restitución para evitar el enriquecimiento injusto (no se demandarán
todos los perjuicios sufridos, pero sí la compensación del daño que restaure el equilibrio entre
los dos patrimonios involucrados).
c) Otros supuestos
Será causal de exclusión de la ilicitud el que el agente al causar el daño haya actuado con una
autorización legal. Se aplicará entonces la causal del art. 10 Nº 10 del Código Penal, que
exculpa de responsabilidad penal al que "obra en cumplimiento de un deber o en el ejercicio
legítimo de un derecho, autoridad, oficio o cargo". El ejercicio de un derecho para excluir la
responsabilidad debe ser "legítimo", con lo cual no habrá causal de justificación si se actúa
abusando del derecho o con desviación de poder de la autoridad, cargo u oficio.
La causal de exención de responsabilidad que el Código Penal describe como haber obrado
"violentado por una fuerza irresistible o impulsado por un miedo insuperable" (art. 10 Nº 9 CP),
a nuestro juicio, debe operar no como causal de exclusión de la ilicitud del hecho, sino de su
voluntariedad. En efecto, cuando alguien obra por fuerza o por miedo invencibles, su voluntad
queda seriamente disminuida, si no suprimida del todo.
En lo que se refiere a los daños causados a la honra, por medio de imputaciones injuriosas, la
exceptio veritatis puede tener lugar, de acuerdo con lo preceptuado por el art. 2331: "Las
imputaciones injuriosas contra el honor o el crédito de una persona no dan derecho para
demandar una indemnización pecuniaria, a menos de probarse daño emergente o lucro
cesante, que pueda apreciarse en dinero; pero ni aun entonces tendrá lugar la indemnización
pecuniaria, si se probare la verdad de la imputación". Debe entenderse así que la veracidad de
la imputación franquea su licitud, de modo que no es posible generar responsabilidad.
Lo anterior se aplicará sólo a las lesiones al honor. No se puede extender a las conductas
violatorias del derecho a la intimidad ni al derecho a la imagen, donde la veracidad de lo
atribuido o manipulado es parte constitutiva de lo ilícito (la violación de la vida privada supone
que lo difundido es exacto, pero a pesar de ello nadie tiene derecho a comunicarlo sin el
consentimiento del afectado).
Según el art. 98.2, "No se podrá alegar esta promesa ? para demandar indemnización de
perjuicios". La norma es abierta y da para entender que la indemnización de perjuicios no
puede reclamarse a título de responsabilidad civil extracontractual. La ley no quiere que la
eventual demanda de perjuicios coarte al novio renuente en su libertad para rechazar el
matrimonio llevándolo a unas nupcias que contraería por la fuerza que opera en su ánimo la
posible merma patrimonial que le reportaría, en caso de admitirse, la reparación de los daños
causados por el rompimiento de su promesa.
Podría pensarse que el art. 98.2 sólo se refiere a la responsabilidad contractual, o sea, la
derivada del incumplimiento de una obligación surgida del contrato de desposorio. Ello resulta
lógico, ya que la ley civil ha optado por declarar ineficaz dicho contrato y, por lo tanto, es
natural que no pueda invocarse para obtener la indemnización de los perjuicios. Pero nada se
opondría a que, hecha abstracción del contrato de esponsales como tal, se llegue a la
conclusión de que ha existido un ilícito civil que genera daño (responsabilidad civil
extracontractual) y que en ese supuesto regirían los arts. 2314 y siguientes que ordenan la
reparación de todo daño atribuible a dolo o culpa de una persona. La cuestión es compleja. Por
una parte, puede decirse que los términos absolutos de la norma llevan a pensar que no
procede indemnización, cualquiera sea el título que se invoque (sea el incumplimiento del
contrato, sea la simple transgresión del principio general de no hacer daño a otro). Pero, por
otro lado, se puede señalar que tratándose de una norma de excepción procede una
interpretación restrictiva, por lo que sólo cabe aplicarla al contrato de esponsales y su
cumplimiento, ya que a ello apuntan los preceptos de los arts. 98 y 99 CC, y que sería injusto
privar a quien ha incurrido en gastos con miras al matrimonio y habiendo confiado en la
promesa de su prometido o prometida, de una justa compensación. En esta dirección se
orientan los Códigos modernos: los Códigos Civiles español (art. 43), alemán (§ 1298 y 1299) e
italiano (art. 81) dan lugar a la indemnización, aunque, en general, la limitan a las expensas y a
las obligaciones contraídas en atención al matrimonio. El mismo Código de Derecho Canónico
señala que "la promesa de matrimonio no da origen a una acción para pedir la celebración del
mismo; pero sí para el resarcimiento de daños si en algún modo es debido" (c. 1062.2). La frase
final es, sin embargo, indicativa de que la indemnización no siempre procede y que amerita un
juicio prudencial.
Aunque la cuestión es difícil de solucionar, estimamos que el valor principal que debe tutelarse
en este conflicto de intereses es el de la libertad matrimonial. Quien promete matrimonio no
se obliga a contraerlo, y sería inconveniente que alguien se sintiera apremiado a casarse para
evitar una eventual demanda de indemnización de perjuicios en su contra. Entendemos, por
consecuencia, que el art. 98 se refiere tanto a la responsabilidad contractual como a la
extracontractual, en el sentido de que no se puede alegar la promesa de matrimonio en cuanto
fuente de un deber jurídico cuya transgresión ocasione el deber de reparar. Pero ello debe
tener como límite el comportamiento doloso: en efecto, nos parece que si una de las partes
actuó con la intención de engañar y sacar algún provecho material de la promesa de
matrimonio y sin haber tenido jamás la voluntad de casarse, en tal caso los esponsales pueden
ser considerados como un elemento de la estafa, que generaría el deber de indemnizar.
Sin embargo, la doctrina ha ido forjando algunos supuestos en los que el consentimiento de la
víctima o la aceptación de los riesgos funciona como causa legitimante. Se aplica así el adagio
volenti non fit injuria.
Cuando la víctima se expone al daño a sabiendas y con la debida información de que puede
sobrevenir, no podrá después demandar su reparación. Por ejemplo, los que participan en un
duelo, o la persona que consiente en que se le aplique un tratamiento médico riesgoso, o los
que participan en deportes o actividades en las que las lesiones son comunes o incluso la vida
es puesta en peligro. Debe tratarse de un consentimiento previo al daño, ya que si la voluntad
se manifiesta con posterioridad estaremos más bien en el ámbito de la renuncia al derecho de
demandar reclamando la responsabilidad ya surgida. El consentimiento de la víctima en
ponerse en situaciones de riesgo puede funcionar como legitimante de la conducta del agresor,
siempre que no haya dolo, y cuando el riesgo tenga un valor socialmente relevante. Se exige
también que el autor de la lesión actúe en interés del lesionado y de acuerdo con la voluntad
presumible de éste.
La aceptación del riesgo exime de responsabilidad cuando ha sido la causa única del daño. Por
ejemplo, si se sufre un perjuicio por penetrar en un sitio de acceso prohibido.
En el common law inglés si la víctima recibe un daño por una actuación ilegal no hay
responsabilidad; sin embargo, para aplicar esta causal de exoneración, el daño debe
relacionarse directamente con el acto ilegal, por ejemplo, si dos ladrones detonan una caja de
seguridad y la explosión daña a uno de ellos. En cambio, si las acciones son independientes, la
causal no se aplica y hay responsabilidad extracontractual, por ejemplo, si durante el robo un
ladrón roba a otro su billetera. Parece que no hay problemas para aceptar estos mismos
criterios en nuestro sistema, aplicando el principio de causalidad.
En los juicios de responsabilidad por daños atribuidos al consumo de tabaco instruidos en las
Cortes norteamericanas una de las cuestiones más discutidas ha sido justamente la relevancia
de la aceptación voluntaria de los riesgos como causal de exoneración. La litigación en contra
de la industria tabacalera en los Estados Unidos ha tenido varias etapas: La primera ola de
demandas contra las empresas del tabaco (1950-1960) se fundaron en la teoría del engaño
(deceit), incumplimiento de garantías contractuales y en el tort de negligence. En Lartigue v.
R.J. Reynolds Tobacco Co. (317 F.2d 19, 5th Cir. 1963), el jurado exoneró a la empresa
demandada, pues sostuvo que las compañías de tabaco no podían haber previsto los efectos
dañinos del fumar. En la mayoría de estos casos se desecharon las demandas por no haberse
acreditado el nexo causal por imprevisibilidad de los daños. Esta primera etapa concluye con el
Restatement (Second) of Torts, consolidación de los criterios sobre derecho de daños, que en
un comentario sobre la responsabilidad por productos defectuosos, asentó que "good tobacco
is not unreasonably dangerous merely because the effects of smoking may be harmful" (el
tabaco no es irrazonablemente peligroso sólo por el hecho de que fumar pueda ser dañino) (§
402A cmt. y).
La segunda etapa se inicia cuando oficialmente el Surgeon General concluyó que fumar podía
ser una amenaza para la salud de las personas. Sobre la base de esta conclusión, el Congreso
aprobó las Cigarette Acts de 1965 y 1969, que ordenaron que se pusiera en toda cajetilla la
siguiente leyenda: "Caution: Cigaretts Smoking May Be Hazardous to Your Health" y
prohibieron cualquier otra advertencia al respecto. Los demandantes ahora fundaron sus
alegaciones en la teoría de la responsabilidad objetiva por productos defectuosos o inseguros
(product strict liability). Sin embargo, las demandas nuevamente volvieron a ser rechazadas,
básicamente por estimar las Cortes que los fumadores eligieron una actividad que conocían
como dañosa. Ante el reclamo de que las compañías de tabaco no informaron suficientemente
sobre los riesgos del consumo de tabaco, las compañías demandadas paradójicamente se
ampararon en las leyes que les prohibían colocar otras leyendas que la impuesta por la ley. Así
lo sostuvo la Corte Suprema en Cipollone v. Ligget Group, Inc. (789 F.2d 181 3D Cir. 1986),
aunque concedió tutela a la viuda del fumador fallecido sobre la base de un intentional tort.
La tercera etapa de la litigación comienza en los años noventa, en la que los demandantes
cambian de estrategia para hacer frente a los cuantiosos recursos financieros de la industria
tabacalera. Ya no se intentan juicios individuales, sino colectivos, de miles o millones de
fumadores representados por equipos de abogados, bien provistos y organizados. Además, se
suman a las demandas los Procuradores de Justicia de los Estados que piden que se
indemnicen los gastos en salud que se han debido invertir para tratar las enfermedades
atribuidas al tabaquismo. La primera demanda la interpuso el Attorney General del estado de
Mississippi, en 1994 en conjunto con el abogado Richard Scruggs, que representaba a
demandantes particulares. Esta vez se trató de refutar la teoría de la aceptación voluntaria de
los riesgos mediante la presentación de víctimas que sufrieron el daño por exposición no
voluntaria al tabaco. Además, se presentó evidencia de que las compañías tabacaleras tenían
información incluso antes del Surgeon General de que el tabaco era peligroso y que la nicotina
tenía carácter adictivo en una serie de personas, y optaron por ocultar y negar la existencia de
esta información. De esta manera, las demandas comienzan a ser consideradas por los jurados,
aunque no ya sobre la base de la teoría de la responsabilidad por productos, sino por
conspiración (conspiracy), dolo (deceit) y fraude (fraud). En el año 2000, una Corte del estado
de Florida permitió una class action contra la industria tabacalera. El jurado concedió una
indemnización, culpando a la industria por fraude y dolo, de 145 mil millones de dólares en
favor de 500.000 fumadores de Florida. Se sostiene que esta indemnización ha sido la más
cuantiosa en la historia de la jurisdicción civil estadounidense y que excedió el valor de
mercado de las cinco compañías demandadas. Finalmente, las cinco empresas demandadas
llegaron a un acuerdo con Mississippi, Florida, Texas y Minnesota por 40 mil millones de
dólares. Luego han llegado a acuerdos con otros 46 estados para pagar 206 mil millones de
dólares en los próximos 25 años.
La forma en la que se ha enfrentado el juicio a las tabacaleras amenaza con reproducirse contra
otras industrias "impopulares" como las fábricas de armas y de pinturas. Lo que es criticado,
puesto que lleva a los tribunales a pronunciarse sobre lo que es más propio de las autoridades
políticas, en cuanto a las decisiones para que funcione y con qué costos una determinada
actividad empresarial. Se señala que el acuerdo de las tabacaleras con sus demandantes no ha
servido para reducir los riesgos del tabaco, desarrollar programas contra la adicción, etc., y
puede ser comprendido más bien como la compra de una licencia para continuar con el
negocio como hasta ahora.
En nuestro medio, Pablo Rodríguez ha llegado a la conclusión de que en el caso del fumador
debe aplicarse la causal de exención de responsabilidad de asunción voluntaria del riesgo, en la
medida en que se trata de una actividad lícita, que causa un riesgo que es incierto (ya que no
todos los fumadores desarrollan las enfermedades típicas del tabaquismo), que se advierte la
naturaleza y extensión del riesgo y que se adoptan las medidas sanitarias y preventivas
prescritas por la autoridad.
La ilicitud misma, esto es, la antijuridicidad de la conducta, no amerita prueba, ya que se trata
de un juicio de derecho que corresponde al juzgador. No obstante, el comportamiento, activo u
omisivo, que se tacha de injusto, dañoso, sí debe ser acreditado por el demandante.
Así, se ha fallado que, según el art. 1698 del Código Civil, corresponde al actor probar el hecho
ilícito en que funda su demanda (C. Sup., 18 de abril de 1988, RDJ, t. LXXXV, sec. 1ª, p. 57).
Los supuestos de hecho de una causal de exclusión de la ilicitud deberán ser probados por el
demandado que intenta liberarse de la obligación de reparar alegando su concurrencia. No
obstante, tampoco procederá esta prueba si la causal de exoneración de responsabilidad fue ya
ventilada y rechazada en un juicio penal previo. Según el art. 180 CPC, si la sentencia criminal
produce efectos de cosa juzgada en el juicio civil, "no será lícito en éste tomar en consideración
pruebas o alegaciones incompatibles con lo resuelto en dicha sentencia o con los hechos que le
sirvan de necesario fundamento".
V. LA NOCIVIDAD. EL DAÑO
1. Noción de daño
Para que exista responsabilidad civil es menester que el hecho ilícito haya causado daño. Así lo
establecen los arts. 1437 y 2314. La Corte de Apelaciones de Santiago ha dicho en este sentido
que "para que un hecho culposo cause responsabilidad civil es indispensable que cause daño y
se pruebe su monto" (C. Stgo., 5 de junio de 1997, RDJ, t. XCIV, sec. 2ª, p. 67).
Este elemento debe haberse ya producido para que pueda accionarse de responsabilidad civil.
Este es el principio general. No obstante, en ciertos supuestos se permite que la
responsabilidad civil actúe por anticipado antes de que un daño inminente se produzca y para
que se adopten las medidas necesarias para evitarlo. Se trata de la responsabilidad preventiva,
que veremos en la Lección 7ª. En la responsabilidad preventiva el daño también existe, pero
sólo como amenaza o riesgo cierto (se lesiona la seguridad en el goce de un bien o derecho).
La doctrina más tradicional define el daño como "el detrimento, perjuicio o menoscabo que se
recibe por culpa de otro, en la hacienda o la persona". La jurisprudencia ha dicho en términos
similares que es "todo detrimento o menoscabo que una persona experimente, por culpa de
otra, sea en su persona, en sus bienes o en cualquiera de sus derechos extrapatrimoniales" (C.
Chillán, 5 de octubre de 1970, RDJ, t. LXVII, sec. 2ª, p. 85).
Es evidente que el daño como simple fenómeno existencial es connatural a la vida humana. La
convivencia reporta un sinnúmero de pérdidas, molestias, situaciones desfavorables que
pueden ser calificadas en el lenguaje ordinario de "daño" o "perjuicio". Es claro, sin embargo,
que no todos ellos producen la obligación de reparar en qué consiste la responsabilidad. De allí
que sea necesario añadir a la realidad naturalística del daño una relevancia jurídica. En este
sentido, el "daño jurídico", capaz de desencadenar la reacción del derecho consistente en el
deber de reparación, es una especie del daño en el orden físico o existencial.
No es fácil señalar cuál es el factor que "juridiza" el daño haciéndolo idóneo para solicitar el
resarcimiento. Una teoría piensa que sólo hay daño resarcible en la medida en que el
menoscabo lesiona un derecho subjetivo de la víctima. Sin embargo, esta concepción del daño
parece demasiado restringida, por lo que la doctrina y la jurisprudencia modernas prefieren
ampliar la noción de daño resarcible a la lesión o afectación, sea de un derecho subjetivo
reconocido formalmente, sea de un interés en la satisfacción de necesidades o bienes humanos
de carácter privado.
En la concepción de Adriano de Cupis, el concepto de interés deriva del concepto de bien; bien
es todo lo que puede satisfacer una necesidad humana, el interés es entendido como la
posibilidad de que una necesidad, experimentada por uno o varios sujetos determinados, sea
satisfecha mediante un bien.
Entre nosotros desde la obra de Alessandri en 1943 se ha afirmado casi sin excepción que basta
que se lesione un interés para que se genere daño indemnizable. Es también la posición de la
jurisprudencia y de los estudios doctrinales más recientes.
Por ejemplo, los tribunales reconocieron a un padre ilegítimo el derecho a pedir indemnización
por la muerte del hijo, ya que vivía a sus expensas, aunque el padre ilegítimo no tuviera un
derecho propiamente tal para reclamar alimentos (C. Sup., 4 de agosto de 1933, RDJ, t. XXX,
sec. 1ª, p. 524). En nota al fallo dice Alessandri que "la Corte no fundó la noción de perjuicio en
la privación de un derecho que formaba parte del patrimonio de la víctima sino lisa y
llanamente en la privación de los beneficios que el actor recibía, en el hecho del accidentado".
Se ha juzgado igualmente que debe indemnizarse el daño que sufre un tercero por el uso
indebido de una propiedad intelectual, aunque no sea el titular del derecho de autor (en el
caso de una sociedad creada por los autores para explotar el uso de un programa
computacional), ya que "no es necesario que el perjuicio consista en la lesión o pérdida de un
beneficio o derecho en particular, sin que el Código Civil lo exija, pues los artículos 1437, 2312,
2316, 2323 a 2329, disponen la facultad de actuar frente a un daño, es decir, a todo detrimento
o menoscabo y no lo limita a uno nacido de un derecho en especial" (C. Sup., 15 de septiembre
de 1999, RDJ, t. XCVI, sec. 1ª, p. 158).
Pero debe tratarse de un interés legítimo, es decir, de alguna manera tutelado por el derecho.
A este respecto es pertinente plantearse el problema del concubinato y si el concubino tiene
derecho a ser reparado por la ruptura de la relación o por la muerte del conviviente causada
por un tercero. En general, debe afirmarse que, salvo excepciones muy señaladas, la
convivencia concubinaria y, sobre todo, la adulterina no son situaciones que puedan ser
calificadas de lícitas o tuteladas por el ordenamiento jurídico. Una cosa es que no sean
prohibidas o reprimidas, y otra que sean promovidas y afianzadas por el legislador. Diferimos
en esto de la opinión que piensa que por el relajamiento general de las costumbres, las
uniones extramatrimoniales deben gozar de la misma protección a estos efectos que la familia
legalmente constituida a través del matrimonio.
Por de pronto, no parece que pueda aceptarse la demanda del concubino que reclama
indemnización de los daños causados por la ruptura unilateral de la relación concubinaria,
puesto que ésta se fundamenta justamente en la libertad de las partes para poner fin en
cualquier momento a la convivencia sin incurrir en responsabilidades.
La legitimación del conviviente para demandar como víctima indirecta contra el tercero que
causa la muerte o incapacidad de su compañero puede fundarse en el afecto de hecho más
que en la juridicidad de un vínculo que no existe como tal. Pero será necesario acreditar la
existencia de esa afectividad, la pérdida producida por la falta del conviviente y la razonable
probabilidad de que ella no se hubiere producido por la decisión unilateral de éste de romper
la relación de hecho. Se trata por tanto de una situación muy diferente a la producida por el
matrimonio.
Por otra parte, cada vez es mayor la extensión que se da al daño: se acepta lesión contra bienes
de la personalidad, la lesión de un crédito (doctrina italiana), el perjuicio o daño al medio
ambiente, la pérdida de una ventaja o una "chance" (doctrina francesa).
La doctrina y la jurisprudencia han ido delimitando las diversas condiciones que deben
cumplirse para que el daño tenga relevancia jurídica y pueda ser fundamento de un
resarcimiento a título de responsabilidad civil. Hay bastante consenso en que tales requisitos se
refieren a la certidumbre del perjuicio, a su directa relación con el hecho ilícito que funda la
responsabilidad, a su previsibilidad y a su subsistencia.
El daño resarcible debe ser cierto, real y efectivo. No se indemniza aquel daño que presenta
caracteres de incierto, hipotético o eventual.
No quiere decir que se exija que el daño sea actual. Es indemnizable el daño futuro, pero sólo
en la medida en que, al momento en que se dicta la sentencia, haya certeza -siquiera moral- de
que necesariamente sobrevendrá. Como señala un autor: "la certidumbre del daño debe ser
actual, pero el perjuicio puede ser futuro".
Como veremos, se admite también la responsabilidad sobre un daño contingente, que aún no
ha ocurrido pero que puede producirse de no adoptarse medidas preventivas. En tal caso, la
certidumbre deberá recaer sobre la inminencia o amenaza de producirse el daño.
En la doctrina francesa se ha acuñado la expresión "perte d?une chance" para aquellos casos
en los que el demandante pide indemnización porque la conducta culpable del demandado le
impidió aprovechar una oportunidad o ejercer un derecho del cual con mayor o menor
probabilidad, pero no con certeza, obtendría un beneficio. Son típicos los casos de negligencia
profesional del abogado por la cual el cliente no pudo ejercer una acción y por lo tanto pierde
la oportunidad de ganar el pleito. Los tribunales se ven así enfrentados a reconstruir
ficticiamente qué habría sucedido si se hubiera ejercido la chance (son los llamados casos de
"juicio dentro del juicio"). Nos parece que si bien la pérdida de una chance, siempre que se
trate de una facultad lícita, es un daño resarcible, éste no puede ser identificado con el valor
total de la pérdida del beneficio que se podría haber logrado de haberse aprovechado la
oportunidad. Este último es un daño hipotético, aunque la probabilidad de obtenerlo pueda
calificarse de muy alta. Lo que debe indemnizarse es sencillamente la frustración de la
oportunidad de postular a la obtención del beneficio; este es el daño cierto que se ocasiona en
estos casos.
La relación entre el daño indemnizable y la actuación que genera responsabilidad debe ser
directa, sin intermediarios. Los daños secundarios o indirectos no pueden ser indemnizados,
por cuanto fallará la relación de causalidad, que es un elemento indispensable para configurar
la responsabilidad civil.
c) Previsibilidad
Pero estos argumentos, demasiado apegados a la letra de los textos, pierden de vista que la
previsibilidad es esencial para que pueda haber un factor de conexión de causalidad: el daño
que, por un desenvolvimiento anormal y extraordinario de las circunstancias, no sólo fue
imposible de prever por el agente concreto que actuó en el caso, sino que era imprevisible para
cualquier hombre medio razonable, no puede considerarse un efecto directo de la acción
dañosa. El art. 1558 CC cuando atribuye al ejecutor doloso el deber de reparar los perjuicios
imprevistos es una norma especial que tiene una función sancionatoria, más que reparatoria.
Por otro lado, pensamos que se trata de perjuicios no completamente imprevisibles, pues en
tal caso fallaría la relación de causalidad que el mismo precepto exige (daños directos), sino
imprevisibles en atención al razonable desenvolvimiento de la dinámica contractual.
No puede indemnizarse un mismo daño dos veces, pues habría un enriquecimiento injusto. Por
ello, si el victimario ya ha reparado espontáneamente el daño, no procederá la indemnización.
Ello no ocurre si el daño es reparado por la propia víctima o por un tercero que no es el
responsable, como sucede con el asegurador.
A este último respecto, surge el problema del llamado cúmulo de indemnizaciones. Por regla
general, se sostiene que no procede acumular dos indemnizaciones por el mismo daño. Pero
¿qué pasa si existe seguro? Si la muerte de una persona asegurada da derecho a cobrar un
seguro de vida, ¿podrá además demandarse la indemnización por responsabilidad
extracontractual en contra del que causó culpablemente la muerte? Tapia piensa que
tratándose del seguro de vida, es legítimo el cúmulo (es decir, se puede cobrar el seguro y
además la indemnización), pues el seguro no tiene un fin reparatorio. Esto no sucedería, señala
este autor, tratándose del seguro de daños a cosas. Por cierto, la compañía aseguradora que
paga el siniestro podrá repetir contra el responsable civilmente. La razón de la distinción es que
la prestación del seguro de personas no parece tener una naturaleza reparatoria; en cambio el
seguro de daños en las cosas sí la tiene. Este criterio debería aplicarse a todas las prestaciones
a las que puedan ser obligados terceros en favor de la víctima y que se verifiquen a causa del
daño.
En materia de accidentes del trabajo en cambio debe señalarse que las prestaciones legales
tienen carácter indemnizatorio y por lo tanto no podría el trabajador demandar al empleador
por la misma suma. Podría sí ejercer la acción civil en caso de que las prestaciones legales no
cubran la totalidad del daño. Lo mismo sucederá con las prestaciones de la seguridad social
que tengan por objeto reparar o financiar los gastos de un accidente; como por ejemplo, los
seguros médicos legales o los subsidios remuneracionales por enfermedad (licencias médicas).
Como dice Yzquierdo Tolsada, por mucho que la causa de la indemnización sea distinta, no
puede consentirse en una duplicidad indemnizatoria que provocaría un enriquecimiento
injusto de la víctima.
El cúmulo de indemnizaciones se plantea también respecto de prestaciones a las que puede ser
obligado el mismo autor del daño; por ejemplo, las que el art. 410 del Código Penal obliga a
hacer al autor del delito de homicidio, lesiones o duelo (pensiones alimenticias, pago de gastos
de curación, etc.). Aunque existen pronunciamientos judiciales contradictorios, parece
imponerse la conclusión de que estas prestaciones tienen carácter reparatorio y por lo tanto no
pueden acumularse a la indemnización por responsabilidad civil.
La magnitud del daño puede ser tomada en cuenta también para calificar sobre la justicia y
conveniencia de su reparación. Aunque en general se suele enfatizar el principio de la
reparación integral que impone que "todo" daño debe ser indemnizado, lo cierto es que si las
personas reclamaran por todos los daños que sufren en su diario relacionarse con los demás, el
sistema judicial colapsaría. Parece lógico en consecuencia que el "todo" daño se refiere a un
daño que tenga una entidad mínima proporcionada a la actividad que deberá desplegarse para
obtener su reparación. Dicho de otra manera, la convivencia social y una cierta solidaridad
comunitaria nos lleva necesariamente a tolerarnos unos a otros perjuicios y molestias que no
alcanzan a lesionar nuestros intereses de un modo que merezca reclamar la reacción del
derecho (esto es, especialmente relevante en las relaciones de vecindad).
La tolerabilidad del daño ínfimo se exige especialmente en áreas en las que un cierto
menoscabo o perjuicio parecen inevitables por el solo hecho del actuar humano. Así sucede
por ejemplo con los daños ambientales. Se entiende, por tanto, que la Ley Nº 19.300, de Bases
Generales del Medio Ambiente, haya exigido que el daño que produce la responsabilidad
ambiental sea "significativo" (art. 2º, letra e).
El daño debe ser probado en el proceso, de lo contrario no puede ser objeto de indemnización.
La jurisprudencia ha debido afirmar este criterio tratándose de la reclamación de perjuicios
incluidos tanto en el concepto de daño emergente como en el de lucro cesante. Así se ha
fallado que no es posible dar lugar a la indemnización del daño emergente si no hay prueba
idónea, como por ejemplo si la pretensión se funda en instrumentos privados no reconocidos
en juicio (C. Stgo., 26 de mayo de 1981, RDJ, t. LXVIII, sec. 2ª, p. 67); o si no se acreditan los
gastos efectivos que ocasionaron las lesiones (C. Stgo., 7 de diciembre de 1984, RDJ, t. LXXXI,
sec. 4ª, p. 266). Respecto al lucro cesante, se ha exigido prueba completa sobre la pérdida de
utilidad o ganancia que representa para la familia la desaparición del padre: se resolvió, en este
sentido, que los comprobantes de los emolumentos del padre fallecido no son suficientes para
probar la pérdida: "? más aun cuando no se ha probado en qué proporción la actora y sus hijos
habrían podido beneficiarse de las remuneraciones que eventualmente habría podido percibir"
(C. Stgo., 4 de septiembre de 1991, RDJ, t. LXXXVIII, sec. 4ª, p. 138).
En realidad, pareciera que los tribunales cuando estiman que un daño por ser futuro y eventual
no debe ser indemnizado, lo rechazan por la vía de considerarlo no probado (cfr. C. Stgo., 12 de
septiembre de 1984, RDJ, t. LXXXI, sec. 4ª, p. 248).
Por el contrario, cuando se piensa que el daño debe ser indemnizado, las normas probatorias
se interpretan flexiblemente. Por ejemplo, se ha estimado que no debe invalidarse la sentencia
que estima acreditado el daño concediendo valor a un acta notarial y a fotografías, aunque no
sean éstos medios de prueba admitidos legalmente. La Corte de Apelaciones de Santiago
sostuvo que el recurrente olvidaba que la concordancia entre ambos elementos probatorios
era constitutiva de presunción judicial que bastaba para acreditar el hecho (C. Stgo., 17 de julio
de 1985, RDJ, t. LXXXII, sec. 4ª, p. 96).
5. Clases de daño
Desde antiguo la jurisprudencia ha admitido que el art. 1556 que distingue entre daño
emergente y lucro cesante es aplicable a la responsabilidad extracontractual, ya que la
generalidad de sus términos así lo indica y puesto que ambas reparaciones no son
incompatibles (C. Sup. 19 de junio de 1928, RDJ, t. XXVI, sec. 1ª, p. 234).
El lucro cesante es un daño que presenta dificultades de precisión, aun cuando se trate de
perjuicios patrimoniales, ya que se trata de daños derivados de una previsión hipotética. El juez
debe ser cauto para que esta partida no se transforme en una indemnización no
fundamentada, sobre todo cuando se reclama por la pérdida de ganancias derivadas de
muerte, lesiones corporales o discapacidades. En todo caso, lo indemnizable es el lucro
frustrado en cuanto renta líquida, es decir, descontando los recursos que el perjudicado
hubiera debido invertir para producir la ganancia.
Se ha fallado que la desvalorización que sufre la cosa afectada por el ilícito es un tipo de daño
patrimonial que debe ser indemnizado (C. Stgo., 12 de agosto de 1943, RDJ, t. XL, sec. 2ª, p.
42). En el mismo sentido se ha declarado que la desvalorización de un vehículo dañado, incluso
ya reparado, debe tomarse en cuenta como perjuicio indemnizable (Juez de instancia, 24 de
julio de 1986, C. Antofagasta, 29 de abril de 1987, RDJ, t. LXXXIV, sec. 2ª, p. 50). Pero se exige
que sea debidamente acreditado en el proceso (C. Stgo., 5 de mayo de 1987, RDJ, t. LXXXIV,
sec. 2ª, p. 62).
El concepto de daño moral, en la doctrina moderna, es reformulado para dar cabida a otras
facetas de perjuicios, que no se identifican con el dolor como fenómeno psicosomático. Daño
moral es todo daño no patrimonial, capaz de comprender otros menoscabos que no admiten
apreciación pecuniaria directa como, por ejemplo, el daño corporal o biológico, el daño a
derechos de la personalidad, el perjuicio estético o la pérdida del gusto vital.
Es de destacar que una misma lesión puede dar lugar a daño patrimonial y moral. Así por
ejemplo la destrucción de unas joyas puede reportar un daño patrimonial (representado por el
valor comercial del bien) y un daño extrapatrimonial (por el valor de afección que tenían por
ser un recuerdo de familia). A la inversa, una lesión a un interés no patrimonial puede dar lugar
de manera refleja a un perjuicio patrimonial: así una lesión corporal puede producir una
incapacidad laboral y una privación de ganancias.
La ley admite la indemnización del daño moral. El Código Civil no lo señala expresamente, pero
hoy es una tesis unánimemente compartida tanto por la doctrina como por la jurisprudencia.
Respaldan esta opinión varios preceptos del Código, a saber:
1º Los arts. 2314 y 2329 hablan de que debe repararse "todo daño", sin hacer distinciones en
cuanto a su naturaleza patrimonial o moral;
3º El art. 2331, al regular el caso especial de las imputaciones injuriosas, limita expresamente la
reparación al daño patrimonial, de lo cual se deduce que la regla general es que la
indemnización no sólo incluye el daño avaluable en dinero, sino también el llamado daño
moral.
Aunque resistida en sus principios, la indemnizabilidad del daño moral ha sido consagrada por
la jurisprudencia, tanto que puede llegar a decirse que es "perfectamente acertado tratar del
daño moral como una de las instituciones sin consagración codificada y de mera creación
jurisprudencial". En verdad, nos parece que el principio de la integridad de la reparación ya
estaba asumido por los textos y al menos implícitamente la indemnizabilidad del daño moral.
La jurisprudencia fue dilucidando y desarrollando estos conceptos en conjunto con los criterios
sociales. Varios casos han sido hitos significativos en este desarrollo jurisprudencial:
1º) En 1922 un padre demandó por la muerte de su hijo de dos años producida por un tranvía
eléctrico. La empresa demandada alegó que no había daño y que el dolor o pena no eran
susceptibles de apreciación pecuniaria. La Corte Suprema acogió esta tesis (C. Sup., 13 de
enero de 1922, RDJ, t. XXI, 2ª parte, sec. 1ª, p. 529). Era todavía la fuerza de la posición
negativa.
2º) En el mismo año, en un caso muy similar (un padre demanda a la Compañía Chilena de
Electricidad por la muerte de un hijo de ocho años), la Corte Suprema afirma la tesis contraria:
"El legislador -dice la sentencia-, al hablar en el título XXXV citado, de los daños sufridos a otro
(artículo 2314), ha distinguido entre el daño causado a las cosas (art. 2315) y el inferido a las
personas (artículo 2329), y entre estos últimos ha comprendido tanto el inferido a la persona
física o los de orden material como los de orden inmaterial o psíquico, pues unos y otros están
comprendidos en el sentido absoluto y genérico de los términos ?todo daño?, y porque así lo
manifiesta claramente el mismo legislador, cuando estimó necesario excepcionar de la
responsabilidad que establecía, ciertos daños de carácter puramente moral (art. 2331), lo que
prueba que los consideraba comprendidos en la regla general del art. 2329" (C. Sup., 16 de
diciembre de 1922, RDJ, t. XXI, sec. 1ª, p. 1053).
3º) Luego, ésta es la tesis que pasa a ser dominante y hoy indiscutida: C. Sup., 3 de agosto de
1932, RDJ, t. XXIX, sec. 1ª, p. 549; C. Sup., 20 de junio de 1934, RDJ, t. XXXI, sec. 1ª, p. 1053, p.
463; C. Sup., 26 de agosto de 1941, RDJ, t. XXXIX, sec. 1ª, p. 203; C. Stgo., 26 de mayo de 1944,
RDJ, t. XLI, sec. 1ª, p. 41; C. Stgo., 25 de marzo de 1958, RDJ, t. LVI, sec. 4ª, p. 195; C. Sup., 23
de mayo de 1977, F. del M., Nº 222, sent. 4ª, p. 108.
4º) Hasta hace pocos años la jurisprudencia mantenía la exclusión de la reparación del daño
moral en sede contractual, fundándose en que el art. 1556 sólo se refería a daño emergente y
lucro cesante, como rubros del daño económico o patrimonial. Ello unido a la negativa a
aceptar el cúmulo de responsabilidades les llevaba a rechazar la demanda de indemnización de
daños no patrimoniales cuando entre la víctima y el demandado existía relación contractual,
como sucede con frecuencia en accidentes ocurridos en el transporte de pasajeros (C. Sup., 18
de abril de 1950, RDJ, t. XLVII, sec. 1ª, p. 127). Esta doctrina está en revisión: concretamente en
sentencia de 20 de octubre de 1994, la Corte Suprema admitió por primera vez de manera
expresa la indemnización del daño moral por incumplimiento contractual (C. Sup., 20 de
octubre de 1994, RDJ, t. XCI, sec. 1ª, p. 100; reafirmada, aunque con disidencia, en C. Sup., 5 de
noviembre de 2001, G.J. Nº 257, p. 39; puede verse afirmada ya sin asomo de discusión en C.
Stgo., 2 de julio de 2002, G.J. Nº 265, p. 85, cons. 8º, en relación con el daño corporal sufrido
por los trabajadores por incumplimiento de las obligaciones de seguridad del empleador). La
doctrina, que ha sido favorable a este giro, se mantiene cauta frente a una posible expansión
abusiva del daño moral contractual si comienza a alegarse que todo disgusto o molestia sufrido
por el incumplimiento obliga a la reparación.
No hay duda de que el daño moral pueden padecerlo las personas naturales. Pero ¿qué sucede
con las personas jurídicas? La tesis de que el daño moral no es más que el pretium doloris,
unida a la concepción que enfatiza la artificialidad de la persona jurídica, induce a negar tal
posibilidad. Sin embargo, se abre paso la posición que admite a las personas jurídicas reclamar
el resarcimiento de daño moral, entendido éste en un concepto más abierto y elástico que el
dolor psicológico, cuando se lesionan derechos de la personalidad como el honor, la
reputación, el crédito y la confianza comerciales, y estos pueden aplicarse, de acuerdo a sus
propias modalidades de presentación en la vida social, a los entes personificados.
Por cierto, deberá cuidarse de precisar que el daño sea atribuible a la persona jurídica como
tal, y no a los intereses de bien público o corporativo que desea fomentar o proteger.
El daño moral, entendido en su sentido amplio como todo daño extrapatrimonial que sufre la
persona en sus sentimientos, atributos y facultades, ha dado lugar a una tipología bastante
abierta de categorías, no del todo delineadas y aceptadas. En un esfuerzo por resumir los
principales rubros de daño moral que se conocen en la doctrina y jurisprudencia comparadas
pueden mencionarse los siguientes:
Este es el concepto original del daño moral, el clásico "pretium doloris". La indemnización
intenta paliar o compensar hasta donde sea posible el sufrimiento psíquico, la amargura, la
aflicción o pena que el hecho ilícito ha producido a la víctima.
Se suele decir que el daño moral comprende dos aspectos: el dolor físico producido por la
lesión y también la amargura o angustia moral de haberla padecido. Esta última es la que
alegarán las llamadas víctimas indirectas (familiares del lesionado).
Si, como se sostiene en estas lecciones, el daño corporal debe tener su autonomía como
partida del daño moral, es posible pensar que el dolor físico es propio de aquel, con lo que se
reservará el concepto de daño emocional al sufrimiento o pesadumbre moral.
Esta partida del daño moral deberá ser avaluada según las circunstancias subjetivas de cada
víctima. Incluso puede que no se dé, por ejemplo, en aquellas personas que estén
inconscientes o que son incapaces de comprender el daño recibido.
Con independencia del dolor psíquico que ha producido a la víctima, habrá daño moral si se
lesiona en forma directa e ilegítima un derecho de la personalidad, como la honra, la intimidad,
la imagen, el derecho de autor. En este sentido, una persona en estado de coma, que no es
consciente ni puede sufrir síquicamente por la afectación de su honra o de su privacidad, tiene
derecho a reclamar la indemnización del daño infligido. Esta fórmula hace posible que las
personas jurídicas, que no pueden sentir o sufrir, sean no obstante dañadas moralmente si se
lesionan algunos de sus derechos propios de naturaleza extrapatrimonial (buen nombre,
reputación, intimidad, imagen, etc.).
En la doctrina española, Díez-Picazo se manifiesta crítico frente a una excesiva extensión del
daño, y piensa que no puede confundirse lesión de un derecho con existencia del daño, por lo
que "el denominado daño moral debe reducirse al sufrimiento o perturbación de carácter
psicofísico en el ámbito de la persona", y producido como consecuencia de lesiones de los
derechos de la personalidad.
La tesis de la autonomía de un daño biológico o a la salud surgió en Italia como una forma de
eludir la limitación contenida en el art. 2059 del Código Civil italiano respecto de la reparación
del daño moral (sólo indemnizable en caso de delito penal). Luego ha sido retomada por otros
ordenamientos. El daño es corporal cuando afecta la integridad física y psíquica de una persona
natural, y se distingue del daño puramente moral en que no recae como éste en la pura esfera
emotiva o espiritual: "cuando los daños afectan al cuerpo, es decir, a la integridad física de la
persona, tanto desde el punto de vista externo como interno, los conocemos como daños
corporales, entre los que se encuentran también las lesiones a la integridad psíquica, cuando
médicamente sea posible identificarlas, como por ejemplo, los supuestos de shock nervioso o
de depresiones" El daño corporal puede traer consecuencias patrimoniales indemnizables: los
gastos de atención médica y la pérdida de una ganancia por la inhabilidad física (lucro cesante).
Además puede dar lugar a otros rubros de daños extrapatrimoniales, como el sufrimiento o
dolor psíquico, el daño estético y la privación del gusto por la vida.
La jurisprudencia chilena suele concebir el daño corporal como una concurrencia de daño
patrimonial indirecto y daño moral (cfr. C. Stgo., 25 de mayo de 1945, RDJ, t. XLIII, sec. 1ª, p.
495; C. Sup., 13 de julio de 1951, RDJ, t. XLVIII, sec. 1ª, p. 252; C. Sup. 23 de agosto de 1951,
RDJ, t. XLVIII, sec. 4ª, p. 186; C. Stgo., 9 de agosto de 1960, RDJ, t. LVII, sec. 4ª, p. 229). Se
conceptualiza la muerte como un daño corporal, casi estrictamente patrimonial: "En la
indemnización de la muerte como daño pecuniario, como un lucro cesante de los legitimados
para reclamarlo, debe estimarse, para fijar el monto de aquella, la juventud o edad del occiso,
el trabajo que desempeñaba, la remuneración o sueldo que percibía" (C. Sup., 23 de mayo de
1977, F. del M. Nº 222, sent. 4, p. 108).
Una comprensión más integrada del daño corporal ha sido de alguna manera recepcionada por
fallos recientes. Se ha dicho así que en la ponderación de la indemnización del daño moral
influye "la circunstancia de tratarse el actor de un hombre joven, al cual se le restaron
posibilidades serias de una vida más grata y placentera" (C. Sup., 6 de septiembre de 1998, G.J.
N 219, p. 168).
d) El daño estético
Como una consecuencia del daño corporal ha sido advertida la necesidad de reparar el daño
estético o a la apariencia física. "La reparación del perjuicio estético -señala Elorriaga- está
orientada a compensar los sufrimientos que experimenta el sujeto en su fuero interno al
saberse y sentirse negativamente modificado su aspecto". En nuestra opinión, es discutible la
autonomía de este rubro de daño moral, porque en la generalidad de los casos estaremos
frente a un dolor o daño emocional, no ya por la lesión corporal, sino por su permanencia en el
tiempo.
Nuestra jurisprudencia ha tenido en cuenta el daño estético. Se ha dicho que las secuelas de
las quemaduras sufridas por la víctima provocaron "un fuerte impacto psíquico y emocional,
deprimiendo y acomplejándolo moralmente, lo que es natural y fácilmente comprensible en un
menor adulto de su edad [que sufre] depresión espiritual al observar su rostro dañado tan
seriamente en su estética facial" (C. Temuco, 29 de junio de 1972, RDJ, t. LXIX, sec. 4ª, p. 66).
En la doctrina y jurisprudencia francesa el perjuicio del gusto de vivir (lo que en la experiencia
inglesa se denomina loss of amenities of life), es uno de los más importantes rubros de las
indemnizaciones de daño moral. Se suele definir como "la privación de las satisfacciones de
orden social, mundano y deportivo de las cuales se beneficia un hombre de la edad y de la
cultura de la víctima". Por cierto hay nociones restringidas y otras más abiertas de este
perjuicio, pero en general se señala que debe contabilizarse en el daño físico que produce
incapacidad permanente o temporal, y que la indemnización debe aumentarse si se prueba
que la víctima presenta un daño superior al promedio por haber cultivado con éxito alguna
capacidad creativa, un talento particular, un hobby, etc.
Se señala así que en los supuestos de daño existencial hay siempre un individuo que, después
de haber estado golpeado por el hecho ilícito, se encuentra impedido para desarrollar una o
más actividades a través de las cuales tomaba cuerpo la dimensión existencial que le es propia:
"No poder, por ejemplo, nunca más salir de la casa, en el caso de violación de la privacy, sin ser
importunado por los curiosos que por aquel suceso han sido puestos al corriente; no poder
más dormir un sueño tranquilo en la propia habitación golpeada por inmisiones de ruidos
intolerables; renunciar a relaciones sociales para dedicar todo el tiempo propio a la asistencia
de la persona cercana discapacitada. He aquí otros tantos ejemplos del perjuicio que se intenta
resarcir".
Nos parece que la mayor parte de los perjuicios que se intenta reunir bajo la común
denominación de "daño existencial" pueden ser suficientemente cubiertos por el uso de las
nociones de daño emocional y lesión a los derechos de la personalidad, por lo que la nueva
noción quizás puede prestar cierta utilidad para una exposición más sistemática de la materia,
pero no para una modificación de los criterios en la decisión práctica.
En la misma Italia, la noción ha sido sometida a críticas por prestarse a una excesiva dilatación
del concepto de daño y por estimarse que los supuestos de daño existencial podrían quedar
cubiertos con una apertura de la noción de salud, no entendida como la simple ausencia de
enfermedad sino como un estado de bienestar tanto físico como mental y social.
Desde hace ya algunos años, primero en Estados Unidos y luego en Europa, se están
presentando demandas que, de alguna forma, plantean que el hecho de que un niño haya
nacido es constitutivo de daño indemnizable en favor de los padres que deben acogerlo o
incluso del mismo niño que llega a la vida con alguna limitación física. Los casos suelen ser de
dos tipos: en algunos supuestos los padres reclaman por tener que hacerse cargo de las
responsabilidades paternas frente a un nacimiento imprevisto de un hijo e imputan una
negligencia médica o una falta de información en la práctica de una esterilización o de un
aborto frustrado. Son los casos que la doctrina, siguiendo los usos anglosajones, denomina
"wrongful birth".
Más complejos son algunos casos de más reciente data, en los que se pretende que si existió
algún error en la práctica de exámenes y diagnósticos prenatales y por ello no se advirtió a la
madre que su hijo venía con alguna malformación o discapacidad, los centros o profesionales
médicos deben indemnizar los daños patrimoniales y morales que representa para los padres
el nacimiento de un niño enfermo (son los casos de "wrongful life"). Se hace ver que la madre,
de haber sabido la tara que afectaba al hijo, habría podido impedir su llegada al mundo por
medio de un aborto, que en los países en los que estos casos se plantea está legalizado. Se
trataría de una "pérdida de una chance": el médico, con su error de diagnóstico, habría
impedido a la madre ejercer la posibilidad de elegir suprimir la vida del niño enfermo y evitarse
así la carga de cuidarlo.
Si este panorama se presenta como escalofriante para cualquier persona que mantiene un
mínimo respeto y consideración por la vida humana en general y por la del ser naciente en
particular, la situación se vuelve pavorosa al contemplar los casos en los que es el mismo hijo
discapacitado el que pretende exigir la reparación a los médicos por haber impedido a su
madre hacer uso del derecho de abortar y haberle obligado así a llegar a la existencia con una
seria discapacidad. Un caso de estos ha conmocionado la cultura francesa, ya que la Corte de
Casación accedió a la demanda. Ya muchos se preguntan si llegaremos a presenciar demandas
de los hijos contra los padres por haberlos traído a un mundo que ellos ven como dañino.
Por de pronto, hemos de dejar constancia que las leyes que autorizan el aborto, por más que
algunos las planteen sólo como técnicas de despenalización limitadas al campo penal, terminan
por introducir la licitud del aborto en todo el ordenamiento jurídico y determinan que la
facultad de abortar alcance en la práctica la categoría de un derecho subjetivo absoluto y
discrecional de la mujer: el derecho de matar al hijo que lleva en sus entrañas.
En estos países, al menos debe reconocerse que los médicos que omiten informar a la madre
de las malformaciones del feto cuando no existe ninguna posibilidad de tratamiento y sí que la
madre lo elimine recurriendo al aborto, no incurren en un hecho ilícito, ya que no hacen sino
cumplir con una exigencia de derecho natural que debe prevalecer por sobre leyes positivas
injustas.
Por cierto lo anterior no se opone a que el hijo pueda reclamar el daño corporal que le haya
sido causado in utero o por una manipulación en técnicas de procreación artificial. Tampoco a
que el hijo reclame por la falla de un diagnóstico prenatal que de haber sido hecho
correctamente hubiera podido permitir un tratamiento oportuno que le sanara de la dolencia
que le aquejaba in utero. En estos casos lo que se reclama es la lesión a la salud (por tanto de
un bien propio de la vida) del propio nasciturus.
Nada se opone tampoco a que los llamados casos de wronglife sean objeto de prestaciones y
ayudas de la seguridad social para permitir un mejor desenvolvimiento e integración familiar,
escolar y social del discapacitado. Esto es justamente lo contrario que tratarlo como daño y
rebajarlo a la categoría de indemnización monetaria: es considerarlo como persona cuya vida y
desarrollo es un bien para todos.
Como todo daño, el de carácter moral debe probarse. Proceden para ello todos los medios de
prueba admisibles legalmente.
Alguna jurisprudencia más reciente exige la prueba del daño moral, y rechaza la demanda que
no es respaldada por ningún medio probatorio presentado en juicio: "La solicitud relativa al
daño moral deberá ser desestimada, porque no se ha producido ninguna prueba relativa a este
capítulo de la demanda" (C. Stgo., 24 de junio de 1997, G.J. Nº 204, p. 141).
No obstante, existe una fuerte tendencia jurisprudencial a relajar la exigencia de prueba del
daño moral. Se sostiene, así, que es necesaria una mayor flexibilidad a la hora de ponderar la
prueba de este tipo de perjuicios.
Se ha sostenido que siendo el daño moral de índole netamente subjetiva: "esa especie de daño
escapa, un tanto, al rigor de la prueba admisible?" (C. Stgo., 26 de mayo de 1981, RDJ, t. LXVIII,
sec. 2ª, p. 67). Se ha dicho también, aplicando este criterio, que "La declaración del médico, la
ficha clínica y demás antecedentes del tratamiento médico son contestes en cuanto al
sufrimiento soportado y la afección sicológica del autor", de modo que bastan como prueba
del daño (C. Stgo., 15 de julio de 1997, G.J. Nº 205, p. 174).
Así, se ha dicho que "? Las lesiones físicas y mentales de una persona producen un sufrimiento
a ella misma y a las personas familiares más próximos, que no requiere de demostración ?
debiéndose hacer al respecto una apreciación equitativa y razonable por el tribunal" (C. San
Miguel., 8 de agosto de 1989, RDJ, t. LXXXVI, sec. 4ª, p. 73); que "Es obvio el sufrimiento de la
madre de la víctima" (C. Stgo. 22 de agosto de 1990, G.J. Nº 122, p. 72); que "El daño moral por
la muerte de una hermana es una realidad que emana de la naturaleza de las cosas y, por ende,
no necesita probarse" (C. Stgo., 22 de mayo de 1991, G.J. Nº 131, p. 92); que "El daño moral
representado por las actoras [muerte del cónyuge y del padre] no requiere mayor prueba,
atendida su naturaleza" (C. Stgo., 29 de marzo de 1971, RDJ, t. LXVIII, sec. 4ª, p. 193); que no es
necesario que se rinda prueba para acreditar el daño moral, "por cuanto es obvio que la
pérdida de un ser querido produce dolor y aflicción en la víctima" (C. Sup., 13 de noviembre de
1997, G.J. Nº 209, p. 80); que "de todo mérito de autos fluye la necesaria angustia que ha
debido sufrir la demandante ? por el solo hecho de las graves lesiones que en el accidente
recibió su hijo ? que se traduce en la prolongada preocupación e incertidumbre en torno a la
recuperación del aquél" (C. Stgo., 7 de mayo de 1997, G.J. Nº 203, p. 161); que "atendida la
gravedad de los hechos, la aflicción que debía significar, el ser atacado en su oficina profesional
no sólo para el ofendido directo sino que también su familia?" son factores para determinar
prudencialmente la indemnización por daño moral (C. Sup., 4 de noviembre de 1997, RDJ, t.
XCIV, sec. 4ª, p. 258); que "el resarcimiento del daño moral experimentado por las
demandantes a raíz del accidente en que perdió la vida su deudo, cuya determinación
pecuniaria queda entregada a la discreción del juez de la causa y que los sentenciadores
regularán prudencialmente y en la forma en que más condigna con el mérito del proceso,
teniendo en cuenta no sólo el pesar o dolor que aquéllas han debido soportar, sino también la
actuación que le cupo a la víctima" (C. Valparaíso, 27 de abril de 1998, G.J. Nº 214, p. 93); y que
influyen en la determinación del daño moral "lo irracional e incomprensible de la muerte ?
ocurrida en un sitio exento de todo riesgo o peligro", lo que ha debido intensificar hasta el
extremo el dolor y aflicción sufridos por los progenitores" (C. Sup., 27 de abril de 1998, G.J. Nº
226, p 56).
Según una posición más extrema, el daño moral no requeriría prueba, puesto que la sola
constatación de una lesión a un derecho extrapatrimonial genera el perjuicio, quedando el juez
atribuido de la facultad discrecional de constatarlo y avaluarlo.
Así, se ha dicho que "cualquiera sea la estabilidad emocional de una embarazada, es un hecho
indubitable que un choque de la envergadura del objeto de esta causa -en la que el vehículo
que conducía la demandada resulte con pérdida total- provoca en la afectada un estado
emocional de, a lo menos, preocupación por el estado de la criatura que nacerá, lo que por
otra parte en el proceso está acreditado con prueba testimonial ? en los casos de atentados en
contra de derechos personalísimos del ser humano que no tienen contenido económico, el solo
hecho de producirse el hecho atentatorio produce el daño moral, cuyo monto a indemnizar
queda entregado a la determinación del juez, atendida las facultades del responsable, pero
especialmente deberá considerar las facultades, condiciones y situación personal del ofendido,
tanto individual como en la comunidad y la manera en que ha sido afectado en sus actividades
normales" (C. Stgo., 1º de julio de 1997, RDJ, t. XCVI, sec. 2ª, p. 79).
En otros fallos se estima que la naturaleza inmaterial del dolor impide la prueba del daño
moral. Así se ha fallado que "El daño moral consiste en los dolores físicos, sufrimiento y
angustia experimentados por la víctima, ? daño que -sin duda- no es de naturaleza
propiamente pecuniaria y no implica, por ende, un deterioro o menoscabo real en el
patrimonio de la misma, susceptible de prueba y determinación directa para ser avaluado en
dinero con relación a la época en que el daño se produjo; motivo por el cual su reparación
monetaria sólo puede procurar, en lo posible, que el perjudicado obtenga en reparación
satisfacciones racionalmente equivalentes que sean de la misma índole?" (C. Stgo., 16 de
agosto de 1984, RDJ, t. LXXXI, sec. 4ª, p. 140).
En el mismo sentido, se ha defendido que el daño moral no requiere prueba si se acredita el
hecho externo que afecta la integridad física o moral del individuo (C. Stgo., 11 de octubre de
1984, RDJ, t. LXXXI, sec. 2ª, p. 121). Algunas sentencias sostienen que tratándose de lesiones
corporales, el hecho de acreditar éstas permite prescindir de la prueba del daño moral. Se
sostiene que si se conceptualiza el daño moral como una lesión o agravio de un derecho
subjetivo de carácter inmaterial o inherente a la persona: "? se sigue de este concepto, como
consecuencia necesaria, que la demostración de la transgresión o agravio del derecho subjetivo
importa, al mismo tiempo, la prueba de la existencia del daño moral" (Cuarto Juzgado de
Policía Local Santiago, 4 de junio de 1984, C. Stgo., 13 de marzo de 1985, RDJ, t. LXXXII, sec. 2ª,
p. 6). En otros casos, los tribunales asumen un planteamiento teórico distinto pero que se
asemeja en sus resultados prácticos; estiman que de las mismas lesiones físicas puede
presumirse el daño moral: "Esta decisión de acoger la acción civil por daño moral se
fundamenta en el hecho de que, por tratarse de lesiones corporales propias, resultan posibles
de presumir sin necesidad de mayor probanza" (Juez de instancia, 24 de julio de 1986, C.
Antofagasta, 29 abril de 1987, RDJ, t. LXXXIV, sec. 2ª, p. 50).
Pero la prueba del daño moral debe acomodarse a su naturaleza especial: si se alega un daño
corporal, debe acreditarse la pérdida que la lesión o enfermedad produce a la víctima (no es
necesario acreditar dolor si la indemnización se concibe como una reparación del daño
corporal, y no el pretium doloris); si se trata de un daño estético, debe apreciarse por el juez
que efectivamente el daño es real; si se trata del dolor psíquico, la prueba deberá centrarse en
la acreditación de los hechos que ordinariamente para una persona normal en la misma
situación hubiera sentido. De este modo, la prueba por presunciones adquiere especial
relevancia. Pero debe tenerse cuidado en no convertir la presunción en una mera ficción de
daño. La presunción debe fundarse en hechos conocidos, probados y existentes en el proceso y
el juez debe explicar el raciocinio lógico por el cual del hecho conocido es posible arribar al
hecho ignorado y que se quiere establecer.
Aparte de las dificultades de prueba del daño moral, los tribunales se enfrentan a la dificultad
de traducir lo que es un concepto intangible en una realidad monetaria y lucrativa. La
avaluación del daño es una facultad privativa de los tribunales del fondo y no es susceptible del
control de casación (C. Sup., 7 de mayo de 1998, RDJ, t. XCV, sec. 1ª, p. 38).
Ante estas dificultades, que son más patentes en los llamados daños corporales, se han
propiciado por la doctrina, y aceptado por la legislación, sistemas de tarificación previa de los
daños corporales. Es lo que sucede en España para los accidentes de circulación, para los que
se ha establecido una especie de sistema de puntuación atendiendo a las lesiones sufridas por
el accidentado. Sin embargo, el sistema es cuestionado y tachado de inconstitucional por
violentar el principio de igualdad ante la ley. Según sostiene Díez-Picazo, el principio de
igualdad se opone a estos sistemas por tres razones: primero, ya que no se entiende por qué
los daños causados por accidentes sufren limitación legal y no los ocasionados en otros
sectores; segundo, no hay razón para que los daños a las cosas sean indemnizables sin baremos
legales y sí lo sean los daños a las personas, siendo estos de valoración constitucional superior;
tercero, no se entiende por qué ciertos daños tienen limitación o no según si son consecuencia
de lesiones corporales o materiales (así el lucro cesante del taxista por el daño al vehículo sería
reparable íntegramente; mientras que el mismo lucro cesante fundado en una lesión física
sufrida por el conductor quedaría afecto a la tarificación legal).
Herramientas más moderadas para evitar las indemnizaciones excesivas son la difusión pública
de los criterios judiciales, la exigencia de que los fallos especifiquen cada categoría de daño
moral que incluyen en la reparación y las fundamenten separadamente. Ha escrito Carmen
Domínguez, que esto no puede suponer una limitación a las facultades de los tribunales, sino
un auxilio en una tarea que les corresponde y que es especialmente ardua: "Ellas constituyen el
único modo posible de armonizar la doctrina jurisprudencial y de reducir los posibles excesos a
que una aplicación incorrecta de la discrecionalidad judicial conduce y que, con toda razón, son
fuente de permanente crítica".
Pero se advierte una resistencia a indemnizar el daño moral cuando es producto del descrédito
de una persona jurídica con fines de lucro, a través de una mayor severidad en la exigencia de
la prueba. La Corte Suprema ha estimado que "Es verdad que el descrédito de una firma
comercial puede ocasionarle perjuicios indemnizables, pero ello siempre que acarree un daño
efectivo, material, concreto, derivado de ese desprestigio y que resulte comprobado y posible
su apreciación prudencial, lo que aquí no sucede" (C. Sup., 25 de abril de 1986, F. del M. Nº
329, sent. 19, pp. 149-156). A veces se niega por principio: C. Sup., 2 de abril de 1997, G.J. Nº
202, p. 97.
Según otras sentencias, el daño moral se fundamenta en la naturaleza del ser humano y en una
lesión objetiva en sus facultades afectivas, motivada por algún hecho externo. Se advierte de
esta forma que "Consideración aparte merece el daño moral, de índole netamente subjetiva,
cuyo fundamento se encuentra en la naturaleza misma del ser humano, de manera que puede
tener origen en cualquier acción u omisión capaz de lesionar las facultades espirituales del
hombre, sus afectos o condiciones sociales o morales?" (C. Stgo, 26 de mayo de 1981, RDJ, t.
LXVIII, sec. 2ª, p. 67. Cfr. también C. Stgo., 11 de octubre de 1984, RDJ, t. LXXXI, sec. 2ª, p. 121).
Existe un pronunciamiento que, extremando esta línea, identifica el daño moral con una lesión
de un derecho subjetivo, con prescindencia de las repercusiones psíquicas de dicha lesión
objetiva: "Se entiende el daño moral como la lesión o agravio, efectuado culpable o
dolosamente, de un derecho subjetivo de carácter inmaterial o inherente a la persona y que es
imputable a otro hombre. Se sigue de este concepto como consecuencia necesaria que la
demostración de la trasgresión o agravio del derecho subjetivo importa, al mismo tiempo, la
prueba de la existencia del daño moral. Que por consiguiente ? resultan indiferentes para su
existencia las repercusiones de orden psíquico que el agravio originaría en el individuo que lo
sufre. Sea que se exprese en dolor, sufrimiento, aflicción, incomodidad u otras penalidades"
(Cuarto Juzgado de Policía Local de Santiago, 4 de junio de 1984, C. Stgo., 13 de marzo de 1985,
RDJ, t. LXXXII, sec. 2ª, p. 6).
Para nuestros tribunales la gran fuente de daño moral es el dolor producido por la muerte de
un ser querido o por las lesiones e incapacidades sufridas con ocasión de un hecho que afecta
la integridad física. No hay una distinción, como se observa en otras latitudes, entre daño
corporal o biológico (daño a la salud) y daño espiritual o propiamente moral.
Como daño moral son consideradas también las lesiones que motivan dolor físico y psíquico.
No se hacen mayores distinciones entre el sufrimiento físico y el de carácter espiritual o
emocional: "Las personas afectadas por la ilicitud del hecho del reo han debido soportar un
dolor físico y moral, como se acredita con los informes de lesiones ? que acreditan que el
querellante y su esposa sufrieron lesiones de mediana gravedad, con una incapacidad de 26 a
28 días, en cada caso, y que debe serles indemnizado" (C. Pdte. Aguirre Cerda, 11 de julio de
1984, RDJ, t. LXXXI, sec. 4ª, p. 123).
El hecho de quedar huérfana la víctima, unido a las lesiones físicas sufridas, son estimados
también claras especies de daño moral (C. Sup., 28 de diciembre de 1981, RDJ, t. LXXVIII, sec.
4ª, p. 235). Igualmente, la Corte de Apelaciones de Santiago ha estimado fuente del daño
moral las cicatrices permanentes causadas por lesiones corporales: "Que el dolor, sufrimiento,
preocupaciones y molestias sufridos por la ofendida al ser herida con cuchillo, en diversas
partes del cuerpo, en un sitio público, el quedar con una cicatriz en la cara y tener un período
de recuperación prolongado, constituyen el llamado daño moral, que debe ser indemnizado"
(C. Stgo., 8 de agosto de 1983, RDJ, t. LXXX, sec. 4ª, p. 90).
Como daño moral también se justifica la indemnización que se ordena pagar para compensar la
pérdida de un órgano o una función corporal; así, se concede reparación a título de daño moral
por una lesión sufrida en un ojo, que le provoca a la víctima la pérdida definitiva de visión (C.
Stgo., 3 de octubre de 1989, RDJ, t. LXXXVI, sec. 4ª, p. 135).
En raras ocasiones, los tribunales han incluido en el concepto de daño moral sufrimientos
diversos a los provocados por lesiones físicas, como cuando se trata de imputaciones
injuriosas, y además, cuando los hechos han provocado al afectado una situación de por sí
angustiante. Por ejemplo, se ha juzgado que si se procede ejecutivamente contra una persona,
se le embargan y se le rematan bienes, todo ello en virtud de un supuesto aval en un pagaré
que se acredita como falsificado, deben serle indemnizados los perjuicios morales, pues "tiene
que haber tenido un sufrimiento moral muy intenso" (C. Stgo., 13 de junio de 1991, RDJ, t.
LXXXVIII, sec. 4ª, p. 72).
iv) Sobre la necesidad de incluir en la demanda la reclamación por el daño moral y su monto
La jurisprudencia suele ser muy comprensiva para admitir la indemnización del daño moral,
aun cuando no se haya especificado el monto en la demanda. Se ha determinado que no hay
vicio de ultra petita en la sentencia que condena a indemnizar el daño moral, aun cuando la
actora haya avaluado en una suma general los perjuicios, y no haya precisado la parte que
reclamaba como daño moral (C. Sup., 5 de junio de 1986, F. del M. Nº 331, pp. 384-385). En el
mismo sentido se ha fallado que "la circunstancia de no haber precisado el actor el monto de la
indemnización pedida por daño moral, no puede causar el vicio de ultra petita en una acción
indemnizatoria por daño moral, porque éste ? se regula de manera prudencial, criterio que
hace del todo innecesario que sea señalado el monto de la pretensión" (C. Stgo., 30 de
septiembre de 1997, G.J. Nº 207, p. 190).
Tampoco se exige que la demanda califique correctamente el perjuicio demandado como daño
moral. Así, aun cuando en la demanda se pida daño emergente, si éste no se logra acreditar,
bastará sostener al tribunal que en realidad se solicita daño moral para que la indemnización
sea otorgada. Es lo que sucede en un caso fallado por la Corte de Apelaciones de Santiago:
"Que si se tiene en cuenta que el daño emergente es el empobrecimiento real y efectivo
padecido por quien pide que se le indemnice, hay que concluir que la actora ? no ha deducido
demanda por este capítulo, ya que el daño al que da este nombre, consistente en el
menoscabo físico causado por las lesiones, cae bien más [sic] dentro del concepto de daño
moral" (C. Stgo., 7 de diciembre de 1984, RDJ, t. LXXXI, sec. 4ª, p. 266).
Por regla general, los tribunales declaran sin problemas esa presunción de sufrimiento cuando
se trata de parentesco próximo o directo (de sangre), aunque suelen apoyarse también en
declaraciones testimoniales: "Que, sin embargo, a fin de evitar la multiplicidad de acciones por
daño moral, ya que podrían ser numerosísimas las personas que se lamentaran del mal
acaecido a otra a pretexto del afecto que le tenían, su indemnización sólo debe acordarse en
favor de aquellas que acrediten haber sufrido real y efectivamente un dolor profundo y
verdadero. Esta prueba, dice el autor antes citado [Alessandri], será fácil cuando el
demandante sea un pariente muy próximo del difunto (cónyuge, padre, hijo): su parentesco
legal hará presumir la efectividad de ese dolor, a menos que se demuestre lo contrario, como
por ejemplo, tratándose de cónyuges que estaban divorciados o de padres e hijos que estaban
en malas relaciones. El vínculo de parentesco hace suponer la depresión, dolor o angustia en
que se traduce el daño moral invocado" (Se citan fallos anteriores como RDJ, t. LIII, sec. 4ª, p.
38; RDJ, t. XXXVIII, sec. 1ª, p. 239; RDJ, t. LXIII, sec. 1ª, p. 235; RDJ, t. LXVIII, sec. 4ª, p. 193) (2º
Juzgado de Concepción, confirmada mediante queja rechazada por C. Sup., 15 de diciembre de
1983, RDJ, t. LXXX, sec. 1ª, p. 128).
Con esta doctrina, se ha fallado que el parentesco de padres y de hermanos legítimos con la
víctima permite presumir el daño moral "? ya que es natural que entre ellos haya existido una
conexión afectiva" (C. Concepción, 23 de abril de 1985, RDJ, t. LXXXIII, sec. 1ª, p. 96).
Incluso se ha estimado que debe concederse indemnización por daño moral cuando el
demandante no logra acreditar daños materiales ni representación de la víctima, pero sí su
calidad de hermano. La Corte Suprema estuvo por estimar que "La acción debió acogerse en lo
que atañe a los daños morales sufridos por el actor, pues si bien no existe prueba directa al
efecto, puede deducirse del parentesco de hermano que lo ligaba con E.G. cuyo asesinato en
las circunstancias en que ocurrió ha debido causarle aflicción y sufrimientos de índole moral"
(C. Sup., 17 de enero de 1985, RDJ, t. LXXXII, sec. 4ª, p. 11).
Los tribunales han estimado igualmente que el hecho de que los padres de un lesionado hayan
anulado su matrimonio, no les impide demandar daño moral por la lesión sufrida por el hijo (C.
Stgo., 4 de septiembre de 1991, RDJ, t. LXXXVIII, sec. 4ª, p. 141). Tampoco se ha estimado óbice
el hecho de que la cónyuge de la víctima haya contraído nuevo matrimonio (C. P. Aguirre Cerda,
1º de abril de 1981, RDJ, t. LXXVIII, sec. 4ª, p. 52).
No obstante, hay casos en los que se ha exigido algo más que la acreditación del vínculo. Se ha
considerado insuficiente la mera comprobación de la calidad de hermana de la víctima: "Sólo
hay el hecho en el proceso de que es hermana legítima de la ofendida; pero fuera del
parentesco no se ha establecido que entre ellas haya, además del vínculo legal, uno afectivo, ni
tampoco alguna circunstancia tal como, por ejemplo, que vivan juntas, que se visiten con
frecuencia, que la querellante cuidaba de la ofendida durante su enfermedad, ni ninguna otra
que haga presumir que N.N. sufrió, a causa de la agresión de que fue víctima su hermana, un
daño que deba ser indemnizado. Por lo tanto, procede rechazar su acción" (C. Stgo., 8 de
agosto de 1983, RDJ, t. LXXX, sec. 4ª, p. 90).
En otra oportunidad, tratándose también de una hermana, esta vez natural, el tribunal no
desechó la demanda, pero rebajó el monto de la indemnización sobre la base de que no se
acreditaba el vínculo real que ligaba a la demandante con la víctima (C. Stgo., 26 de diciembre
de 1983, RDJ, t. LXXX, sec. 4ª, p. 151).
vi) Criterios de avaluación
Están contestes los tribunales en que la avaluación del daño moral es una cuestión que está
entregada a la discreción y prudencia del juzgador. Sin embargo, no se trata de una decisión
caprichosa o que pueda proceder sin fundamento racional. Más bien, se aprecia un gran
esfuerzo por justificar la avaluación del perjuicio moral mediante la aplicación de criterios
diversos, aunque todavía no aparezcan del todo afinados ni suficientemente sistematizados.
En lo que se refiere a las lesiones o daño corporal, los tribunales suelen conceder importancia a
la gravedad de la lesión y a la incapacidad que determinan en el individuo afectado. Así señala
un fallo: "? el daño moral de que se trata, debe regularse prudencialmente -en concepto de
esta Corte- en la cantidad de $ ?. atendida la naturaleza de las lesiones sufridas por el ofendido,
el tiempo de su mal y menor capacidad deambulatoria" (C. Stgo., 16 de agosto de 1984, RDJ, t.
LXXXI, sec. 4ª, p. 140. Cfr. en el mismo sentido C. Stgo., 21 marzo de 1984, RDJ, t. LXXXI, sec. 4ª,
p. 35). No se puede alegar en contra que el daño médico producido (operación de una cadera
diversa de la que correspondía) podía ser provechoso para la salud del paciente, ya que "? el
mal causado no puede analizarse con la consideración de si la artoplastía total de la cadera
izquierda que indebidamente se le hizo al paciente (en lugar de la derecha) le causó o no
provecho, puesto que el daño sufrido por éste se consumó y agotó al haber sido intervenido en
un miembro sano sin indicación quirúrgica ninguna" (C. Sup., 20 de junio de 1996, F. del M. Nº
451, p. 1228).
Otras decisiones judiciales ponen el acento para efectuar la tasación del daño moral en la
situación de menoscabo en la que queda el ofendido: "Corresponde al juez regular
prudencialmente la satisfacción mediante una suma de dinero, del daño moral, pero teniendo
como parámetros para fijar su monto tanto la naturaleza del hecho culpable y del derecho
agraviado como las facultades del autor; pero, principal y esencialmente, deberá considerar las
facultades, condiciones y situación personal del ofendido tanto individual como en la
comunidad, y la manera como ha sido afectado en sus actividades normales" (Cuarto Juzgado
de Policía Local de Santiago, 4 de junio de 1984, C. Stgo., 13 de marzo de 1985, RDJ, t. LXXXII,
sec. 2ª, p. 6).
Se considera, en ocasiones, el grado de cercanía o de relación afectiva que el actor tenía con la
víctima. Así, por ejemplo, se reduce significativamente la indemnización cuando además del
parentesco (hermana natural) que liga al demandante con la víctima, no se acreditan en el
proceso otros antecedentes sobre el grado de cercanía entre ambos y sus concretas relaciones
sociales (C. Stgo., 26 de diciembre de 1983, RDJ, t. LXXX, sec., 4ª, p. 151).
Otro factor que se suele tener en cuenta ha sido la gravedad de la imprudencia del autor que
causó el perjuicio. Así se ha determinado que "Para la reparación del doloris pretium deben
considerarse las consecuencias sociales y morales que naturalmente debe producir el
comportamiento imprudente del querellado, como asimismo, las condiciones en que se
ocasionó el cuasidelito, esto es, al incurrir en gravísimas infracciones a la Ley del Tránsito, como
la de no respetar un disco de señalización ?Pare?, como también de conducir a velocidad
excesiva en un área urbana y no disminuirla al aproximarse a una intersección" (C. Stgo., 4 de
septiembre de 1991, RDJ, t. LXXXVIII, sec. 4ª, p. 138).
El mismo criterio aparece en otro fallo en que se avalúa el daño moral provocado por
imputaciones injuriosas, y en que la gravedad de la injuria parece relevante a los efectos de
cuantificar la indemnización (C. Sup., 19 de abril de 1984, RDJ, t. LXXXI, sec. 4ª, p. 29).
Un elemento que con frecuencia creciente aparece como gravitante en la avaluación del daño
moral es la situación patrimonial o económica no sólo del ofendido sino también -y ello es más
discutible- del ofensor. Se ha introducido quizás aquí un elemento que parece transformar la
reparación del daño moral en una sanción pecuniaria, que debe medirse por la capacidad
patrimonial del culpable, cuando en rigor la indemnización debería solamente tender a reparar
el daño efectivamente causado en la víctima, sin considerar si el autor está en condiciones
económicas de hacer frente a esa reparación o no. Varias sentencias enuncian, entre los
elementos que se han tenido a la vista para determinar el monto de la indemnización del daño
moral, la situación económica del ofendido y la del ofensor. Por ejemplo, la Corte de Rancagua
declara que "Siendo el daño moral de orden espiritual y por lo mismo no susceptible de
apreciación aritmética, precisamente corresponde al sentenciador fijar prudencialmente el
monto de su indemnización ponderando los antecedentes del caso, tanto en relación a la
persona que lo solicita como a la capacidad económica del responsable?" (C. Rgua., 18 de
marzo de 1988, RDJ, t. LXXXIII, sec. 4ª, p. 36).
Más recientemente, se tiende a hacer una enumeración de los factores que el sentenciador
asegura haber tenido en cuenta en la avaluación del daño moral, pero sin que se entreguen
detalles sobre cuál ha sido la forma en que esos antecedentes han influido en la cuantificación
del daño moral acordado.
261 que enumera diversos elementos que ponderan el quantum de la indemnización del daño
moral: "Para regular el daño moral ? esta Corte tomará en cuenta todas las consecuencias
físicas, psíquicas y familiares que la conducta ilícita del imputado ha originado y que fluyen de
las motivaciones precedentes, especialmente cuando ellas han afectado a una persona en su
plena juventud y que tanto esperaba de su futuro, sin desatender, por otra parte, la forma en
que fueron causadas las lesiones, esto es, en un accidente de tránsito en que se cometió una
infracción grave por parte del querellado, quien conducía bajo el influjo del alcohol y que
desapareció por más de tres horas, sin constar que en ese entonces ni después se haya
preocupado de la situación del ofendido" (C. Stgo., 4 de septiembre de 1991, RDJ, t. LXXXVIII,
sec. 4ª, p. 141). Agrega la sentencia que la capacidad económica del encausado debe ser
considerada en el quantum de la indemnización, pero se limita a declarar que aunque no se ha
rendido prueba sobre el particular, se le han embargado acciones y se ha afirmado sin
contradicción que es un corredor de la Bolsa de Comercio. Volvemos a reiterar que no parece
suficientemente clara la relevancia de estos criterios, y menos la justificación de que entre a
tañer la capacidad económica, tanto de la víctima como la del autor del daño.
En relación con quiénes se encuentran habilitados para pedir indemnización del daño moral, se
ha vuelto tesis de general aceptación que no sólo la víctima puede solicitar reparación del
perjuicio moral sufrido, sino a su vez aquellos que por su relación con ésta han sufrido también
por el atentado al directamente perjudicado. Se ha fallado que "Tratándose de daño moral,
pueden demandar su reparación la víctima inmediata o directa, esto es, la persona misma en
quien recae la lesión, ofensa o injuria que lo causa, y los que sin tener esa calidad también lo
sufren en razón de que el daño inferido a aquélla los hiere en sus propios sentimientos o
afectos, incluso aun cuando no sean sus herederos o parientes" (2º Juzgado de Concepción,
confirmada en queja por C. Sup., 15 de diciembre de 1983, RDJ, t. LXXX, sec. 1ª, p. 128). Y se ha
aceptado por ello que, conjuntamente con la víctima, reclamen indemnización del daño moral
sus parientes próximos. Así en un caso se otorga indemnización en favor de los padres de la
víctima, lesionada en accidente de tránsito y también demandante de su propia indemnización
(C. Stgo., 4 de septiembre de 1991, RDJ, t. LXXXVIII, sec. 4ª, p. 141).
En un caso que permanece aislado, se estimó que los padres legítimos del menor no pueden
pedir indemnización separada por el daño moral que cada uno de ellos ha sufrido. Se funda la
sentencia en que este tipo de daño resulta ser indivisible. Veamos la sentencia: "No puede
aceptarse el pago de indemnizaciones separadas para cada uno de los padres del menor, ? por
concepto de daño moral que puede haber experimentado cada uno de ellos a consecuencia de
las lesiones sufridas por su hijo, porque por su propia naturaleza el dolor que afecta a varias
personas a la vez, en las condiciones conocidas, tiene como origen un solo hecho, y aunque se
extienda a todos ellos constituye un todo indivisible, ya que no podría determinarse si cada
persona ha sufrido un daño distinto y el grado o intensidad de ese dolor para poder solicitar las
sumas de dinero adecuadas y equivalentes a la intensidad que cada cual experimentó a
consecuencias del hecho ilícito que le da origen" (C. Stgo., 23 de julio de 1987, RDJ, t. LXXXIV,
sec. 4ª, p. 105). El fundamento del fallo no parece sólido, y está contradicho por resoluciones
de la misma Corte, como la que se cita más arriba, en que no tuvo problemas para dividir la
indemnización considerando que los padres habían anulado su matrimonio.
La titularidad de las personas jurídicas para reclamar daños extrapatrimoniales es resistida por
la jurisprudencia. Asentado que el daño moral es el pretium doloris o perturbación anímica, y
puesto que las entidades colectivas no pueden sufrir dolor, las sentencias se pronuncian por la
negativa: "El daño moral es aquel que la ley autoriza al que ha sufrido perjuicios derivados de
la comisión de un hecho ilícito ? [el daño moral] ha de entenderse referido a las personas
naturales, dado las características que tiene el mismo, las que son de carácter subjetivo, y no
pueden por consiguiente darse en una persona jurídica" (C. Sup., 2 de abril de 1997, G.J Nº
202, p. 97). Del mismo modo, se ha dicho que resulta improcedente acceder a la demanda de
reparación del daño moral, ya que éste tiene por objeto "reparar fundamentalmente el dolor
causado, un bien intangible que no puede ser sufrido por una sociedad, en cuanto es una
ficción legal" (C. Stgo., 9 de junio de 1999, RDJ, t. XCVI, sec. 2ª, p. 46).
El requisito aparece en forma expresa en algunas leyes especiales. La Ley sobre Procedimiento
ante los Juzgados de Policía Local dispone que "El solo hecho de la contravención o infracción
no determina necesariamente la responsabilidad civil del infractor, si no existe relación de
causa a efecto entre la contravención o infracción y el daño producido" (art. 14.1, Ley 18.287).
Lo mismo repite la Ley del Tránsito (art. 171 Ley 18.290). La Ley de Bases Generales del Medio
Ambiente también menciona el requisito tratando de la responsabilidad por daño ambiental
derivado de infracciones normativas: "sólo habrá lugar a la indemnización, en este evento, si se
acreditare relación de causa a efecto entre la infracción y el daño producido" (art. 52, inc. 2º
Ley Nº 19.300, de 1994).
La Corte Suprema ha dicho que "la relación de causalidad no está definida por el legislador, por
lo que debe entenderse en su sentido natural y obvio ? Entre un acto ilícito y un determinado
daño existirá relación causal si el primero engendra al segundo y éste no puede darse sin
aquél" (C. Sup., 16 de octubre de 1954, RDJ, t. LI, sec. 1ª, p. 488).
El análisis de las relaciones de causalidad en el devenir humano es una de las cuestiones más
complejas y sinuosas que es posible concebir, y cuyo tratamiento más profundo pertenece a la
filosofía (que se interesa justamente por las "últimas causas").
Para los efectos jurídicos, la identificación de la causa de un daño puede ser, en muchas
ocasiones, de resolución sencilla, porque intuitivamente imputamos el perjuicio al
comportamiento humano que nos parece ha sido el "causante". Pero la cuestión a veces se
complica y surge entonces el problema de precisar el concepto de causa y la forma en que ésta
debe identificarse en una determinada situación.
Usualmente se da el nombre de condiciones a todos los factores humanos y naturales que han
intervenido en el hecho dañoso y sin cuya existencia el daño no se hubiera producido. El
problema surge entonces al preguntarse si cabe asignar el rol de causa del daño a alguno de
ellos, prescindiendo de la concurrencia del resto.
El problema de la causalidad ha sido estudiado no sólo por la dogmática civil, sino por la
ciencia penal. El problema de determinar el nexo causal se da igualmente en todos los delitos
de resultado (como el homicidio o las lesiones) en los que el tipo penal exige que la acción u
omisión produzca (sea la causa de) un determinado resultado. No puede extrañar entonces
que el estudio de este problema en materia penal y materia civil esté estrechamente vinculado.
Hay que reconocer, por otro lado, que la doctrina penal, estimulada por los bienes personales
que están en juego cuando se trata de punir a una persona, se ha preocupado mucho más del
tema y ha dado lugar a una impresionante literatura sobre la materia. El enfoque civil no puede
prescindir de las reflexiones y aportes de la ciencia penal, aunque debe analizarlos a la luz de
sus propias categorías y finalidades.
Los estudios de derecho penal suelen mencionar diversos casos típicos en los que la conexión
causal es compleja, y que pueden servir para testear el funcionamiento de las diversas teorías
que se proponen resolver el problema. Estos casos son los siguientes:
b) Casos de agravamiento del mal por defecto imperceptible de la víctima: se pone aquí el caso
de quien golpea a otro sin más ánimo que causarle lesiones leves, pero por un defecto
constitutivo de la víctima, el golpe le provoca la muerte. ¿Ha sido la acción del agente causa del
homicidio?
c) Casos de desviación del curso causal normalmente esperable: en este rubro, es típico el
ejemplo del que golpea a alguien causándole lesiones leves, pero que luego al ser trasladado a
un centro médico en una ambulancia fallece con motivo de la colisión de ésta con otro
vehículo, o fallece por el incendio que se desata en el hospital adonde fue trasladado. ¿Debe
juzgarse al que causó el golpe inicial como agente causante del daño final en el que devino el
curso causal?
a) Teorías empiristas
Resulta curioso que esta teoría sea también muy popular en el ámbito anglosajón. Muchos
tribunales del common law aplican para determinar la causalidad la regla "but for" o "sine qua
non", que sostiene lo siguiente: la conducta del demandado es una causa del hecho si el hecho
no habría ocurrido si no fuera por ("but for") esta conducta; a la inversa, la conducta del
demandado no es causa del hecho, si el hecho habría ocurrido sin ella.
La teoría tiene la gran virtud de la simplicidad, lo que explica el arraigo que hasta ahora
encuentra en los tribunales. Sin embargo, en el plano doctrinal ha sido objeto de severas
críticas que denuncian sus deficiencias en supuestos causales más complejos, como, por
ejemplo, cuando existe causalidad acumulativa en que actúan dos causas independientes que
por su confluencia producen el resultado, pero que si se eliminara mentalmente cualquiera de
ellas debería llegarse a la conclusión de que ninguna es la causa, produciendo la impunidad del
hecho, o cuando se ignora la ley causal general bajo la cual puede hacerse el ejercicio de la
supresión mental hipotética (así, por ejemplo, en los casos de daños imputados a la talidomida
cuando se ignoraba la relación causa-efecto entre el medicamento y las malformaciones
ocurridas). Otra crítica de esta teoría provino de advertir que, aplicada con rigor, conducía a
una extensión exagerada de la responsabilidad, ya que cualquier hecho situado en la cadena de
acontecimientos en la que luego se inserta el resultado podía ser considerado causa del mismo.
En los casos típicos reseñados en el Nº 3, esta teoría afirma en todos la responsabilidad del
agente, incluso del que aconseja a alguien viajar en avión, si éste cae. Llevando las cosas al
extremo, podría imputarse la causalidad de un homicidio a los padres que procrearon al
asesino.
Roxin plantea esta refutación en los siguientes términos: "Si por ejemplo se quiere saber si la
ingestión del somnífero ?contergan? durante el embarazo ha causado la malformación de los
niños nacidos subsiguientemente, ? no sirve de nada suprimir mentalmente el consumo del
somnífero y preguntar si en tal caso habría desaparecido el resultado, pues a esa pregunta sólo
se puede responder si se sabe si el somnífero es causal o no respecto de las malformaciones,
pero si eso se sabe, la pregunta está de más. En una palabra: la fórmula de la supresión mental
presupone ya lo que debe averiguarse mediante la misma".
Esta construcción afirma que no todas las condiciones son idóneas o adecuadas para generar el
resultado, y que por tanto no todas ellas pueden considerarse causas del mismo. Se hace
necesario entonces, para determinar la relación de causalidad, una valoración de adecuación
entre las condiciones y el resultado. Sólo será causa del mismo la condición que es adecuada
por sí misma para generar el resultado realizado en la situación concreta. El juicio de
adecuación proviene de los datos de la experiencia afincados en el prototipo de un hombre
prudente más los conocimientos particulares del autor. De esta manera, se afirma que deben
considerarse las circunstancias fácticas del hecho que sean conocidas o cognoscibles para un
hombre medio (saber ontológico) más el conocimiento que se tenga o sea posible tener sobre
el funcionamiento de las leyes de la naturaleza física respecto del hecho (saber gnomológico).
La teoría toma en cuenta lo que habría podido conocer (en el plano de lo fáctico y de la
experiencia general) un hombre promedio, pero a ello añade los conocimientos particulares
que tenga el autor. Con este cúmulo de conocimientos, se puede analizar si la condición puesta
por el autor aparece como apropiada para producir el resultado, en el sentido de que era
previsible que lo generara.
La teoría tiene el mérito de limitar la extensión de la causalidad, y así, en los ejemplos típicos
mencionados, llevaría a descartar la relación de causalidad, porque aconsejar hacer un viaje
turístico no puede ser causa apropiada de la muerte, ni tampoco un simple golpe que, en el
contexto de la situación y con los conocimientos del autor, no daría lugar más que a una lesión
poco significativa.
No obstante, la teoría ha sido objeto de múltiples críticas en el ámbito penal. Se aduce, por
ejemplo, que es inconsecuente al negar la calidad de causas a las condiciones inadecuadas que
para las ciencias empíricas son indudablemente causas, y que al introducir la valoración de
adecuación se sale del plano de la mera causalidad para incursionar en lo normativo. Se le
cuestiona también que al identificar la adecuación con la previsibilidad se confunde la
causalidad con la culpabilidad (el dolo y la culpa que suponen también un juicio de
previsibilidad del resultado). Es difícil de aceptar, igualmente, que el conocimiento particular
que tenga el autor (por ejemplo de que el avión en que aconseja viajar lleva una bomba de
tiempo que explotará en el trayecto) transforme la acción en causal, mientras que el mismo
hecho, sin ese conocimiento, no lo sería. Tampoco la restricción de la causalidad operada por
esta teoría está exenta de deficiencias: se ha observado que la teoría no resuelve bien las
situaciones en las que conductas peligrosas son permitidas y en las que el resultado lesivo, aun
actuando con diligencia, es previsible, así como aquellas en las que el autor actúa, previendo el
resultado lesivo, pero tratando de disminuir sus efectos (como, por ejemplo, si intenta desviar
la bala que se dirige hacia un centro vital del cuerpo de la víctima).
Tampoco estas teorías han suscitado la aceptación generalizada, básicamente porque se niega
que puedan establecerse criterios de jerarquía, prioridad o eficacia, si se permanece en el
plano ontológico de los fenómenos naturales.
b) Teorías normativas
Mezger ha sido el autor de la teoría que por primera vez reconoce en forma explícita que la
cuestión de la identificación de la causalidad funciona en dos planos diversos: el ontológico o
empírico y el normativo. Para saber qué condiciones son causas en el plano empírico se
reconoce la validez de la teoría de la equivalencia: todas las condiciones son causas desde el
punto de vista meramente empírico. Pero este análisis no basta al jurista, ya que,
jurídicamente, no todas las causas son equivalentes. Para el derecho sólo pueden ser tomados
en cuenta los procesos causales relevantes. La relevancia de la causa se determina siguiendo
los criterios de previsibilidad utilizados por la teoría de la adecuación.
Como se ve, la teoría aparece como una conciliación y perfeccionamiento de las teorías de la
equivalencia y de la adecuación. Tal vez por lo mismo no ha sido acogida plenamente, y más
bien se le reconoce el mérito de haber sido precursora de la teoría de la imputación que parece
imponerse en las últimas reflexiones en el derecho penal.
Larenz y Honing son considerados los precursores de la teoría de la imputación objetiva, que es
la que parece predominar, no sin cuestionamientos, en la dogmática penal moderna. La
formulación de la teoría es obra de Roxin. En esta visión, se asume la posición de que
causalidad debe ser jurídicamente entendida como imputación medida por parámetros
objetivos. Sólo un resultado imputable al acto del autor puede generar responsabilidad. Ahora
bien, en las acciones existe un nivel de riesgo general de la vida que no puede ser evitado o
incluso riesgos que deben ser tolerados o fomentados para bien de la colectividad. La creación
de una situación en la que se mantiene el riesgo general de vida no puede ser considerada
causa del resultado producido por ese riesgo. Para Roxin la imputación de un resultado a un
ilícito penal típico "presupone la realización de un peligro creado por el autor y no cubierto por
un riesgo permitido dentro del alcance del tipo".
Así, en los casos en los que alguien manda a otro a un bosque donde amenaza una tormenta, si
le induce a tomar un avión con la esperanza de que caiga o a visitar un país contagiado con una
epidemia con la ilusión de que contraiga la enfermedad, el hecho de que se produzca el
resultado lesivo esperado por el actor no puede serle imputado objetivamente, ya que nada ha
hecho para incrementar el riesgo general que hubiera estado presente igualmente sin su
proceder. Sólo la creación de un riesgo superior al riesgo general de la vida y que, además, sea
jurídicamente desaprobado puede ser imputable al autor y generará responsabilidad. De esta
forma, se afirma la imputación (causalidad) si la acción humana ha creado un riesgo
jurídicamente desvalorado siempre que éste se haya dado en el resultado.
El principio general de la teoría ha sido complementado con varios criterios particulares que
permiten aplicarla a casos concretos. Estos criterios son: 1º) La disminución del riesgo: si el
actor actúa para disminuir el riesgo ya existente, su actuar no es imputable, como por ejemplo
si intenta desviar el proyectil para que lesione una zona corporal menos vital; 2º) La creación
de un riesgo jurídicamente relevante: aquí se acude al criterio de la adecuación que estima que
sólo es relevante el riesgo que era objetivamente previsible (así, por ejemplo, el que golpea a
otro y da lugar a que muera como resultado del choque de la ambulancia que lo llevaba al
hospital, no puede ser imputado por el resultado muerte, ya que dar lugar a un recorrido en
ambulancia no es un riesgo jurídicamente relevante); 3º) Aumento del riesgo permitido: si el
actor ha actuado con negligencia pero el resultado lesivo se hubiera producido del mismo
modo aunque hubiera obrado correctamente, se puede afirmar la imputación en la medida en
que el actor con su proceder negligente ha aumentado el riesgo permitido por la norma (así
por ejemplo si un fabricante entrega, con infracción de los reglamentos, un material no
desinfectado a sus operarios, y alguno de estos fallece por la contaminación, habrá
responsabilidad aunque se pruebe que aun cumpliendo con los reglamentos no se hubiera
evitado la muerte de la víctima); 4º) La esfera de protección de la norma: los daños que
pueden ser imputados son aquellos causados dentro del ámbito de protección de la norma que
los prohíbe: así, por ejemplo, no puede imputarse al homicida el shock emocional que le
produce a un tercero la noticia de la muerte de la víctima, ya que el riesgo de estas
consecuencias secundarias no está incluido en la prohibición del homicidio; 5º) La realización
del plan del autor: este criterio sirve para afirmar la imputación (causalidad) cuando se
produce una desviación del curso causal, pero que es adecuado a la finalidad planeada por el
autor, como si alguien lanza a otro a un río con la finalidad de que muera ahogado y éste muere
al golpearse la cabeza con un puente.
5. Nuestra posición
Para corregir estos puntos, nos parece que la teoría de la imputación objetiva, con sus
adecuaciones al campo civil, debería proporcionar resultados satisfactorios. Estimamos de este
modo que la previsibilidad del resultado complementado con el análisis del incremento ilícito
del riesgo ordinario de la vida constituyen el nexo de causalidad para los efectos de atribuir
responsabilidad civil al agente.
La previsibilidad requerida por la relación causal puede confundirse con la previsibilidad del
elemento culpabilidad (especialmente con la culpa o negligencia). Se suele señalar que la
diferencia reside en la forma de determinar su existencia: si se evalúa en términos abstractos,
de acuerdo a las reglas generales de la experiencia, la previsibilidad es requisito de la
causalidad. En cambio, si se determina respecto de la situación concreta y de cómo actuó el
agente en el caso, la previsibilidad es elemento de la culpabilidad. A nuestro juicio, la cuestión
no queda bien resuelta de este modo, puesto que, como veremos, la culpa en derecho civil
también se aprecia in abstracto, es decir, de acuerdo a la situación de un hombre medio
cuidadoso en un caso similar. No parece haber distinción entre la previsibilidad de la causalidad
y previsibilidad de la culpabilidad en la generalidad o particularidad de su apreciación.
Pensamos que la diferencia se sitúa más bien en el contenido. En la relación de causalidad se
analiza el resultado objetivo que se produjo después de un comportamiento: es ese resultado
el que nos interesa relacionar, por medio de la previsibilidad, con el actuar del agente. En
cambio, en la culpabilidad la previsibilidad estará referida a las consecuencias generales
dañosas que permiten calificar una acción humana como imprudente. Para que haya culpa
bastará que el actor haya tenido la posibilidad de prever que su actuación engendra peligro
para otro, es decir, puede causarle algún tipo de daño o perjuicio, sin que sea necesario que
haya existido la posibilidad de representarse en qué daño concreto pudo realizarse ese peligro
general. Puede pues haber culpa (previsibilidad de un peligro de daño para la víctima) sin que
exista relación de causalidad (previsibilidad de que ese peligro se realizara en el resultado
concreto que suscitó la acción).
El incremento del riesgo ordinario debe también ser tomado en cuenta para excluir como
causales las acciones humanas que, aun cuando hayan operado sobre hechos previsibles, no
son constitutivas por sí mismas de un incremento real de los riesgos generales e inevitables de
toda convivencia humana. De esta forma, un simple consejo de pasear por un paraje donde
suelen desatarse tormentas con relámpagos o de tomar un avión que puede caerse o de visitar
una zona inhóspita donde se puede contraer una enfermedad mortal, no puede atribuir
jurídicamente responsabilidad en el resultado si la muerte en realidad se produce, aun cuando
el hecho haya sido efectivamente previsto (y deseado) por el agente. En todos estos casos, el
agente no pone nada de su parte para incrementar con su acción el riesgo general que todas
esas actividades poseen y por ello no puede afirmarse que la realización del siniestro pueda ser
atribuible a su voluntad. Por la misma razón deberá negarse la causalidad en los procesos en
los que el agente actúa para mitigar los efectos de un riesgo que no fue causado por él (como si
intenta desviar el proyectil para que no impacte en una zona vital del cuerpo de la víctima,
aunque sea previsible para él que la bala igualmente la herirá).
Para determinar cuándo se ha producido el incremento del riesgo que configura la causalidad,
habrá que preguntarse si el mismo resultado se hubiera producido igualmente si el agente
hubiera obrado con total diligencia. En caso de respuesta afirmativa, se excluirá la causalidad,
ya que la acción del agente no habrá aumentado el nivel normal de riesgos.
Por último, pensamos que el criterio del ámbito de protección de la norma, en principio, no se
aplica a la responsabilidad civil, ya que, por regla general, esa responsabilidad no emana de
tipos normativos, en los cuales pueda incluirse una cierta finalidad de protección especial. La
responsabilidad civil emana del principio general del neminem laedere y en ese sentido el
ámbito de protección es global. No obstante, entendemos que si se pretende reclamar la
responsabilidad civil extracontractual que emana de un ilícito civil típico, la observación del
ámbito o la finalidad de protección de la norma en concreto (penal, administrativa o civil)
podrá incidir en el juicio de existencia de la relación de causalidad.
Nuestros tribunales han preferido muchas veces pasar por alto el problema y resolverlo sin
entrar en mayores explicaciones. Así por ejemplo en el caso "Puelche", la Corte Suprema
ordenó que se indemnizara el daño moral de la víctima que, con motivo de la retención ilegal
de la embarcación y el largo proceso para liberarla, sufrió depresiones, una grave enfermedad
derivada de ese estado, que en definitiva le condujo a la muerte por cáncer pulmonar (lo que
ocurrió durante la tramitación del proceso). El tribunal, sin mayores consideraciones,
prescindió del hecho de la muerte, estimando implícitamente que no tenía su causa en el
hecho ilícito: "Naturalmente que este tribunal no puede pronunciarse acerca del grado en que
estos sucesos pudieron influir en su posterior fallecimiento, y por consiguiente esta
circunstancia no es susceptible de ser motivo de indemnización en la presente causa" (C. Sup.,
6 de noviembre de 1981, RDJ, t. LXXVIII, sec. 5ª, p. 326). En otro caso, un motociclista a
consecuencia de un accidente sufre fracturas, tiene que permanecer hospitalizado y es
intervenido quirúrgicamente; luego, durante su tratamiento contrae una osteomielitis crónica
que le ocasiona como secuela el acortamiento de una pierna. La Corte Suprema con la
expresión general de que "A causa del accidente" la víctima ha permanecido largos períodos en
reposo y sometido a tratamientos, ha debido interrumpir sus estudios universitarios en La
Serena y habiendo sido una persona alegre y comunicativa, se ha tornado retraída y huraña, y
como secuela del accidente padece de cojera, ordena indemnizar todo ello como daño moral
(C. Sup., 13 de octubre de 1983, RDJ, t. LXXX, sec. 4ª, p. 109).
Igualmente, en otro caso, en que se reclamaba indemnización en contra de una empresa por
discriminación en sus precios y entregas, conducta que había sido ya sancionada por la
Comisión Antimonopolios, se consideró que no había responsabilidad, por falta de causalidad:
"Aun cuando Citroën Chile haya incurrido en una infracción legal y aun cuando esta infracción
pudiese ser calificada como delito civil o penal, lo cierto es que entre esa conducta,
debidamente sancionada por el tribunal competente, y el perjuicio cuya indemnización
reclama N.N. no existe la indispensable relación de causalidad en el sentido de que el proceder
de Citröen Chile haya sido determinante, en forma precisa, necesaria y directa para ocasionar
los perjuicios sufridos por N.N. en la compra referida de vehículos a precios anticomerciales, así
como su reventa sin margen de ganancia, gratificando, además, a sus distribuidores con una
comisión del 3% sobre el precio final de venta al público. Por el contrario, de lo que se viene
razonando puede desprenderse que tales perjuicios obedecieron única y exclusivamente a una
decisión libre y voluntaria de la demandante, que aceptó, como se dijo, los riesgos de un
negocio imprudente aun para un lego" (C. Stgo., 18 de mayo de 1990, RDJ, t. LXXXVII, sec. 2ª, p.
92).
Pero, como se observa, se rehúye indicar en este caso si se aceptó una tesis distinta de la
equivalencia de las condiciones. Por el contrario, la Corte Suprema en forma expresa mantiene
su adhesión a esta teoría. Ya en 1960 sostenía que "Hay concatenación causal entre la acción
del reo, que manejó su automóvil en forma deficiente e imprudente y que chocó o rozó el otro
automóvil que lo precedía, y el hecho de que el chofer de éste al sufrir esa colisión perdiera el
control del vehículo y chocara contra la muralla, produciendo lesiones a sus pasajeros. Por
tanto, es indudable que dentro de la teoría comúnmente aceptada de la equivalencia de las
condiciones, en que se estiman de igual valor las distintas condiciones o causas que generan el
resultado producido, la acción del reo fue causa del accidente y de las lesiones que sufrieron
los ocupantes del auto chocado por él" (C. Sup., 11 de enero de l960, RDJ, t. LVII, sec. 4ª, p. 7).
El problema de la causalidad ha sido abordado por la Corte Suprema en un fallo que puede ser
paradigmático. En el caso, el inculpado, conduciendo una camioneta en un cruce, colisionó por
un costado a un automóvil que iba a exceso de velocidad, no respetó el disco Ceda el Paso y era
conducido por la víctima en estado de ebriedad. A consecuencia de la colisión, el automóvil
siguió arrastrándose hasta la solera de la calle y como consecuencia del golpe con la solera el
conductor fue expelido hacia afuera azotándose en la vereda, recibiendo contusiones diversas
y falleciendo poco después en el hospital. La Corte expresamente acoge la tesis de la
equivalencia de las condiciones: "Es evidente que el procesado M.M., desde un punto de vista
físico, puso una condición sine qua non del resultado [lesiones y muerte de S.F.A.], pues
eliminando mentalmente su intervención, esto es, el choque o impacto que ocasionó, sería
forzoso concluir que no habría sobrevenido toda la serie de consecuencias señaladas ? Una
condición de esta naturaleza debe ser considerada causa, dada su equivalencia con otras
condiciones que también se dieron, según se verá más adelante, y ya que la causa de la causa
es causa del resultado ? el impacto inicial de la camioneta fue la causa de una causa y en
definitiva la causa del resultado" (C. Sup., 12 de agosto de 1981, RDJ, t. LXXVIII, sec. 4ª, p. 120).
En voto disidente el Ministro Erbetta y el abogado integrante Luis Cousiño rechazaron la tesis
de la equivalencia, que en el caso revela sus más extremas consecuencias, y señalaron que
"aún aceptando que el reo N.N. puso una ?condición física? del resultado fatal, no puede
considerársela ?causa? de éste, por no ser una condición adecuada para producir normalmente
ese evento". Plantearon, pues, los discrepantes las tesis de la "condición adecuada" como
criterio para determinar la causalidad.
En un reciente caso, los tribunales se negaron a aplicar la doctrina de la equivalencia de las
condiciones. Se trataba de un accidente ocurrido a un menor en una piscina pública. La Corte
señaló que la ausencia de salvavidas y los bordes resbaladizos de la piscina no eran causa del
daño sufrido por la víctima: "La ausencia de salvavidas en las inmediaciones de la piscina ? [no]
puede ser considerada causa necesaria de las lesiones sufridas por el menor. [No se puede
presumir] que un salvavidas hubiese prevenido el daño ? la piscina con los bordes resbaladizos
constituye en su funcionamiento una situación de normal ocurrencia, particularmente si se
tiene en cuenta la gran cantidad de personas que comúnmente ingresan y salen del agua?" (C.
Stgo., 1 de abril de 1999, G.J. Nº 226, p. 84). Asimismo, se ha juzgado que no hay vínculo causal
si el comprador en una venta forzada se ve privado del bien vendido por ser de propiedad de
un tercero, entre la venta de cosa ajena y el perjuicio consistente en el valor comercial de la
propiedad, por ser un daño indirecto: "Al respecto se debe tener presente -afirmó la Corte
Suprema- que la relación de causalidad no está definida por el legislador, sin embargo, debe
entenderse que entre un acto ilícito y un determinado daño hay relación causal cuando el
primero engendra el segundo y éste no puede darse sin aquél, en otros términos, existe
relación de causalidad cuando el hecho doloso o culposo es la causa directa y necesaria del
daño causado" (C. Sup., 7 de septiembre de 1999, RDJ, t. XCVI, sec. 1ª, p. 148). Da la impresión
de que la Corte tímidamente parece considerar otros elementos y no la sola concurrencia de
una causa, valorando cuál de ellos es "necesario" para que se produzca el daño.
Cuando se trata del análisis penal, se contemplan ya las doctrinas modernas de la imputación
objetiva, para en casos de concurrencia de causas escoger la llamada en los medios forenses
"causa basal". Se ha dicho así que debe considerarse causa basal aquella que se realiza en el
resultado y por ello es imputable al autor, ocupándose como criterios para determinar esta
realización "la necesidad de la conducta para explicar razonablemente la forma en que se ha
producido el resultado" y el "fin de protección de la norma" (C. Sup., 28 de enero de 1998, G.J.
Nº 214, p. 115).
7. La multiplicidad de causas
Si en algún supuesto cabe imaginar que caso fortuito y comportamiento negligente actúan
como concausas en forma necesaria y simultáneamente, quizás lo más justo sería no absolver
totalmente de responsabilidad al agente, pero sí reducir el monto de la indemnización de
manera proporcional a la entidad del aporte causal del agente.
b) Pluralidad de agentes
Si en un hecho existe participación de una pluralidad de personas, es necesario determinar si
es posible predicar una relación de causalidad respecto de todas ellas.
En primer lugar, puede resultar que la acción de un segundo agente excluya la causalidad del
primero, es decir, que interrumpa el nexo causal entre la primera acción y el resultado lesivo.
Se trata de lo que en doctrina se denomina hecho de un tercero. Es lo que sucede, por
ejemplo, si alguien golpea levemente a otro, y por ello éste se dirige a un hospital, y en el
trayecto es atropellado por el vehículo conducido por un tercero a exceso de velocidad. En el
fondo se trata de dos acciones, una de las cuales no es causa del daño.
Otro supuesto ocurre cuando las acciones de los agentes, en cambio, pueden considerarse
todas causas del daño, aunque fueron realizadas de modo independiente, como por ejemplo si
dos industrias vierten sus desechos tóxicos a un cauce de agua, que produce la intoxicación de
quienes beben de él. En este caso, pareciera que, siendo ambas conductas causa del daño,
deben contribuir a su reparación en proporción a la entidad causal de sus comportamientos.
En tercer término, puede suceder que los agentes no sólo hayan puesto causas independientes
del daño, sino que sean partícipes de la acción dañosa, cuya autoría puede considerarse plural.
Existiendo, entonces, unidad de hecho y pluralidad de agentes responsables, procederá la
responsabilidad solidaria que establece el art. 2317.
Pero si el actuar impropio de la víctima aparece no como la causa exclusiva del daño, sino como
una de las concausas, el deber del agente de reparar subsistirá, aunque deberá atenuarse su
responsabilidad. Es el principio que para el derecho chileno manifiesta el art. 2330, que
dispone que "La apreciación del daño está sujeta a reducción, si el que lo ha sufrido se expuso
a él imprudentemente".
Se ha fallado que la imprudencia de la víctima no debe ser tomada en cuenta para excusar la
responsabilidad del autor que ha transgredido los reglamentos: "La imprudencia de las víctimas
no excluye ni excusa la responsabilidad del conductor acusado ? pues su imprudencia e
infracción a los reglamentos del tránsito debe sancionársele sin que importe a este respecto la
culpa de las víctimas" (C. P. Aguirre Cerda, 2 de octubre de 1987, RDJ, t. LXXXIV, sec. 4ª, p. 166).
También en un caso en que fue la víctima la que motivó el accidente al no respetar un disco de
Ceda el Paso, la Corte Suprema no descartó la responsabilidad del autor del daño sosteniendo
que "La víctima puso por su parte, también, una condición del resultado, sin la cual no se
habría desarrollado la cadena causal y no se habría producido su muerte, contribuyendo a ellas
con su acción causal y culpable; pero sin excluir la condición puesta por el reo ni tampoco la
culpabilidad que a éste le afecta" (C. Sup., 12 de agosto de 1982, RDJ, t. LXXVIII, sec. 4ª, p. 120).
Pero si la imprudencia de la víctima ha desempeñado el rol de concausa junto con el obrar del
agente responsable, procede la disminución, de acuerdo con el art. 2330.
La jurisprudencia exige que la imprudencia de la víctima tenga algún nexo de causalidad con el
daño producido, pues de lo contrario no ha de tomarse en cuenta para estos efectos. Si la
víctima actúa con imprudencia pero el accidente es ocasionado por circunstancias
completamente diversas e imputables sólo al autor, no procede aplicar la reducción prevista en
el art. 2330 (C. Sup., 23 de julio de 1990, RDJ, t. LXXXVII, sec. 4ª, p. 58). De este modo, no tiene
relevancia que la víctima haya también concurrido con su negligencia a la verificación del
hecho dañoso si, excluida esta culpa, el accidente igual se hubiera producido por la negligencia
del actor: "No obsta a esta conclusión, el que la víctima haya cometido otras infracciones como
manejar con licencia y renovación técnica vencidas, neumáticos lisos y conducir a exceso de
velocidad" (C. Stgo., 4 de septiembre de 1991, RDJ, t. LXXXVIII, sec. 4ª, p. 138). En el mismo
sentido, se ha pronunciado la Corte Suprema, al señalar que si concurren por una parte el
exceso de velocidad de un motorista y el viraje indebido del conductor del automóvil, ha de
considerarse causa del hecho sólo la última conducta, ya que de haber venido a menos
velocidad el motorista igualmente habría colisionado con el automóvil (C. Sup., 22 de abril de
1998, G.J. Nº 214, p. 115).
Otra corriente jurisprudencial señala, sin embargo, que debe aplicarse la norma aun en el caso
en que se compruebe que sin la imprudencia de la víctima el daño se hubiera igualmente
producido, pero con menor intensidad. Así se reduce la indemnización por no haber el
demandante respetado la normativa sobre velocidad vigente, ya que de haberlo hecho, el
accidente no hubiera provocado en la misma medida los daños y lesiones que se causaron
(Juez de primera instancia de Antofagasta, 24 de julio de 1986, C. Antofagasta, 29 de abril de
1987, RDJ, t. LXXXIV, sec. 2ª, p. 50). En otro caso, el tribunal reduce la indemnización por haber,
el que resultó lesionado en accidente de tránsito, conducido su vehículo bajo la influencia del
alcohol y a una velocidad que materialmente no era la que correspondía al aproximarse a una
intersección: "? pues si bien tales factores no constituyen la causa basal del accidente, y
carecen de relevancia para el aspecto penal, donde no hay compensación de culpas, las
consecuencias del mismo pudieron si no evitarse por lo menos aminorar sus efectos"(C. Stgo.,
4 de septiembre de 1991, RDJ, t. LXXXVIII, sec. 4ª, p. 141).
Cuestión compleja es la de decidir si, para aplicar la norma de la reducción, debe tratarse de
una persona con capacidad delictual. En nuestra opinión, aquí no hay propiamente una
exención de responsabilidad del autor fundada en la responsabilidad de la víctima, por lo que
no es necesario acreditar que exista responsabilidad civil por parte de ésta con todos sus
elementos. Se trata más bien de una conducta de la víctima por la que se interviene el suceder
causal que da como resultado el daño. Siendo así, la exposición imprudente puede ser debida a
una persona inimputable. Sería difícil sustentar la rebaja de la indemnización cuando una
misma conducta ha sido desarrollada por una víctima capaz y negarla cuando ha sido llevada a
cabo por un menor o incapaz.
La norma del art. 2330 es general y se aplica a toda clase de hechos punibles, ya que no se
consideran excepciones a su respecto ni en el Código Penal ni en leyes especiales (C. Stgo., 23
de julio de 1987, RDJ, t. LXXXIV, sec. 4ª, p. 105).
En otras ocasiones, los tribunales buscan fundar la reducción en la misma imprudencia de los
parientes que reclaman el daño moral. En un caso de muerte de un infante en un accidente, si
bien la sentencia deja en claro que no procede reducción por parte de la víctima por su
incapacidad, sí se da lugar a la reducción respecto de los padres que al ausentarse del hogar y
dejar solo al niño en un sitio donde se realizaban faenas de excavación donde ocurrieron los
hechos, incurrieron en una manifiesta imprudencia, que autoriza la reducción de la
indemnización pedida (C. Concepción, 23 de abril de 1985, RDJ, t. LXXXIII, sec. 1ª, p. 96).
"La cuantía de esta reducción no tiene ningún índice matemático?" (C. Sup., 24 de junio de
1980, RDJ, t. LXXVII, sec. 4ª, p. 95). En la especie, el embestido por otro conductor que pasó
con luz roja enfrentó el cruce a 60 km. por hora. La Corte dictaminó que no se justificaba una
reducción tan alta de la apreciación del daño, del 50%, que había impuesto la Corte de
Apelaciones de Santiago.
Pero en todo caso es necesario que la exposición imprudente sea acreditada con los medios
legales de prueba, no pudiendo los tribunales suplir esta falta.
En nuestro parecer, el art. 2329 contiene más que presunciones de culpa por el hecho propio,
presunciones simplemente legales de causalidad en los hechos que se enumeran. Al tratar de
las presunciones de culpa volveremos sobre esto.
Aun a falta de disposición que presuma la relación, en cursos causales complejos bastará que el
demandante acredite que la actuación del demandado puede ser razonablemente considerada
causa de la lesión. Corresponderá en tal caso al demandado acreditar las circunstancias que
determinen la inexistencia de la relación de causalidad entre su obrar y el resultado lesivo. En
los casos complejos, será necesario al juez hacerse asesorar por peritos.
Nuestra jurisprudencia señala que la apreciación del nexo causal es una cuestión de hecho que
es exclusiva de los tribunales de instancia y no controlable por la vía de la casación en el fondo
(C. Sup., 7 de mayo de 1992, RDJ, t. LXXXIX, sec. 1ª, p. 41; C. Sup., 16 de octubre de 1954, RDJ,
t. LI, sec. 1ª, p. 448; C. Sup. 5 de noviembre de 2001, G.J. Nº 157, p. 39; C. Sup., 7 de
septiembre de 1999, RDJ, t. XCVI, sec. 1ª, p. 148).
Nos parece que de lo que queda dicho, es controvertible que la afirmación de causalidad sea
una mera cuestión fáctica. En los casos complejos los hechos podrán estar establecidos, y sin
embargo los criterios normativos que deben aplicarse (previsibilidad, creación de un riesgo,
ámbito de protección del tipo civil) podrán ser enfocados desde ángulos diversos. Sostenemos,
por tanto, que sólo son de competencia exclusiva de los tribunales de instancia los hechos y las
circunstancias que los ligan, pero no la afirmación misma de la causalidad, que por tratarse de
una cuestión jurídica (de imputación) estará sujeta al control de casación.
1. Exigencia de culpabilidad
El hecho no sólo debe ser ilícito, sino también culpable, en el sentido de que ha de poderse
dirigir un juicio de reproche personal al autor. Este juicio de reprochabilidad puede fundarse en
la comisión dolosa (con dolo) o culposa (con culpa).
Chironi, en su clásica obra sobre la culpa, señala que al elemento objetivo, que es el acto
injustamente cometido, va unido el subjetivo, esto es, el estado particular de su ánimo con
relación a una determinada injuria: "pero respecto al acto ilícito, la conducta del agente puede
cambiar de carácter al efecto de originar, según sus varias manifestaciones, diversas
instituciones jurídicas. O se ha dado vida al hecho con la directa intención de dañar, o bien esta
intención no existe; en la primera hipótesis se tiene lo que se llama dolo; en la segunda se
tendrá la culpa". Como veremos, la culpa se aprecia objetivamente por referencia a un modelo
abstracto de comportamiento (el hombre prudente), pero ello no desconoce la relevancia
subjetiva del juicio de reproche que se dirige al autor: él debió haberse comportado de otro
modo y es su conducta displicente o descuidada la que funda la obligación de reparar.
Cuando el hecho ilícito es cometido con dolo, estaremos frente a un delito civil. Si no hay dolo
pero sí negligencia o culpa, habrá un cuasidelito civil.
¿Cuál es la importancia de esta distinción? Alessandri estima que es inútil, pero luego señala
importantes diferencias:
1º) En materia de accidentes del trabajo: la Ley Nº 16.744 exceptúa los accidentes del trabajo
"producidos intencionalmente por la víctima" (art. 5º).
2º) Las cláusulas de irresponsabilidad no proceden respecto del acto cometido con dolo
(delito).
3º) Es posible asegurarse contra el riesgo proveniente del propio cuasidelito (salvo culpa lata);
pero no del propio delito. Según el art. 552 CCom, se prohíbe al asegurador constituirse en
responsable de los hechos personales del asegurado.
4º) Sólo en caso de dolo se autoriza la demanda contra el tercero, que sin ser autor o cómplice
del delito, ha recibido provecho de la actuación dolosa (arts. 1458 y 2316).
5º) En ciertos ilícitos típicos se exige el dolo, por lo que se descarta la responsabilidad por culpa
(incluso grave): así sucede con el consejo malicioso (art. 2119) y con la venta de cosa
inexistente (art. 1814).
3. El dolo extracontractual
El Código Civil lo define expresamente: "El dolo consiste en la intención positiva de inferir
injuria a la persona o propiedad de otro" (art. 44 in fine).
Pensamos que el dolo es un concepto general de todo el sistema jurídico, por lo que se aplica
no sólo en el derecho civil, sino también en otras ramas o disciplinas jurídicas.
Esta posición es, a nuestro juicio, criticable. Se basa en una interpretación demasiado apegada
al texto literal de los arts. 44, 143 y 2284 que hablan de intención de inferir daño o intención
de dañar. El concepto de dolo es uno solo: la conciencia de hacer lo injusto. Injuria en el art. 44
debe tomarse en este sentido: de obrar contra derecho. Si existe esta intención general, haya o
no ánimo específico de causar daño, existirá dolo también en materia civil. Basta, en
consecuencia, que el sujeto se haya representado como posible el resultado lesivo y lo haya
querido, aunque a su pesar, como resultado directo de su acción (es lo que los penalistas
llaman dolo eventual para distinguirlo del dolo directo). Si el autor, en cambio, lo ha previsto
como posible, pero lo ha rechazado pensando que el evento dañoso no se producirá, habrá
culpa o negligencia (llamada con representación). Otra cosa es que para que surja la obligación
de indemnizar no sea suficiente con la conciencia del autor de obrar ilícitamente, sino que su
hecho haya causado daño efectivamente.
Según Monateri, lo que sucede es que el dolo admite graduaciones como la culpa. Así, el dolo
puede ser entendido como la voluntad de provocar un específico daño a una específica
persona (animus nocendi), la voluntad de provocar un daño genérico o, finalmente, la mera
conciencia de la eficacia dañosa de los propios actos. En ocasiones, la ley exigirá un dolo
específico, es decir, con intención de provocar un preciso daño, como sucedería con los
llamados actos emulativos, es decir, aquellos actos amparados por el derecho de propiedad,
pero que el dueño realiza sólo para dañar a un tercero.
Para saber si el agente ha actuado con dolo es necesario apreciar sus circunstancias personales,
es decir, si estaba en su intencionalidad actuar ilícitamente a sabiendas de que su conducta
podía causar un daño. Por eso se dice que el dolo se aprecia "in concreto".
4. La culpa
4.1. Concepto
Cuando hablamos de culpa suponemos que el sujeto no quiso causar el daño ("el hecho es
culpable, pero cometido sin intención de dañar", dice el art. 2284), pero actuó ilícitamente al
no observar en su comportamiento el cuidado debido que le hubiera permitido evitar la lesión:
"le basta al derecho que el sujeto haya ?querido? el acto para atribuirle la consecuencia dañosa
si su conducta se ha despreocupado del deber social de ajustarla de modo de no dañar
injustamente a los demás, a través de la adopción de las diligencias necesarias en cada caso".
Es cierto que las tendencias modernas que juegan en favor de la reparación integral del daño
llevan en ocasiones a difuminar el elemento culpabilístico, al estimar que la sola producción del
daño revela una violación de un deber de cuidado y constituye culpa. Parece darse así una
confusión entre culpa, falta de diligencia exigida de acuerdo a pautas razonables, y mero error,
inevitable o incluso muchas veces producto de una conducta refleja. Como dice Díez-Picazo, en
tal caso el factor de imputación se esteriliza, porque pierde toda posibilidad de funcionar como
prevención general y no llega a saberse por qué es un buen factor de atribución de
responsabilidad. Se hace necesario por tanto excluir del concepto de culpa los daños que son
debidos a inadvertencias y descuidos disculpables y en la práctica inevitables.
Los tribunales han señalado que la culpa tiene un aspecto subjetivo, que conecta al hechor con
el acto, y un aspecto objetivo que la relaciona con la infracción de un general deber de
cuidado. Así se ha juzgado que "Se incurre en culpa si se actúa sin diligencia, esto es, sin
atención, en forma displicente, descuidada o imprudente, infringiéndose el deber de cuidado y
de evitación del resultado de la figura incriminada. La culpa tiene una cierta base psicológica
que entrelaza al hechor con su acción ? Pero también la culpa, y por sobre todo, tiene un
carácter normativo que la entrelaza con la antijuridicidad, ya que se incurre en ella
precisamente porque se infringen deberes de cuidado impuestos por la norma, o sea, por el
orden jurídico que los implanta" (C. Sup., 12 de agosto de 1981, RDJ, t. LXXVIII, sec. 4ª, p. 120).
La culpa debe apreciarse en abstracto, esto es, comparando la conducta del agente con la que
habría observado un hombre prudente, el "buen padre de familia", que es el paradigma de
hombre medio cuidadoso que utiliza el art. 44. El análisis no se hace "en concreto", o sea,
según las circunstancias exclusivamente personales del agente o sus disposiciones psicológicas
o anímicas. Pero este análisis en abstracto debe ser relativizado para ponerlo acorde con el
nivel de especialización de las actividades riesgosas que existen en las sociedades modernas.
Pensamos que el prototipo de hombre prudente con el que se debe contrastar el actuar del
agente debe ser el que corresponde al hombre prudente promedio de la actividad en la que se
desempeñó el actor para causar el daño. Así, por ejemplo, si el autor es un médico, el hombre
prudente medio deberá ser un médico de la misma especialidad. Si el autor es un conductor de
autobuses, su conducta deberá ser comparada con lo que se exige a un conductor del mismo
tipo de máquinas.
La falta del deber de cuidado incluye la previsibilidad del daño. Es decir, para el autor, y de
acuerdo al modelo objetivo del hombre prudente medio, debe haber sido previsible el peligro
de causar un daño derivado de ese comportamiento. La previsibilidad constitutiva de la culpa
se diferencia de la previsibilidad de la relación de causalidad en que aquella se refiere en
general al peligro o riesgo de algún daño del tipo del que fue efectivamente causado, mientras
que la segunda debe concernir al resultado dañoso que efectivamente se produjo en razón del
comportamiento descuidado.
En ocasiones el deber de cuidado, de actuar con diligencia o prudencia para evitar que los
actos propios lesionen a otros, no está constituido sólo por un principio general de actuación
(neminem laedere), sino que se ha explicitado en reglas, normas, reglamentos, que en forma
expresa señalan cuál es el comportamiento cuidadoso exigido. En estos casos, el solo hecho de
que el agente ha transgredido con su conducta la norma expresada da pie para considerar que
ha existido culpa en su actuación. Se habla en este caso de "culpa contra la legalidad".
Es lo que sucede, por ejemplo, cuando no se respetan las leyes u ordenanzas del tránsito. Este
criterio se aplica, asimismo, para la vulneración de las reglas profesionales y de los reglamentos
que rigen deportes o juegos de destreza corporal. Apreciando culpa contra la legalidad, se ha
fallado que el incumplimiento de la empresa demandada del Reglamento de Piscinas,
consistente en no haber dotado a la piscina que dependía de ella, de una rejilla de protección o
seguridad, la hace responsable de la muerte de un menor que fue succionado por el desagüe
(C. Stgo., 22 de junio de 1987, RDJ, t. LXXXIV, sec. 4ª, p. 92).
La idea de que existiendo infracción legal no es necesaria la prueba de la culpa debe ser
matizada. En efecto, lo que se pretende decir con ello no es que la responsabilidad se
transforme en objetiva y que el solo acto material contrario a la norma genere el deber de
reparación. Lo que se sostiene en estos casos es que la culpa infraccional, que deberá ser
probada, es suficiente como culpa civil. Así, si se establece que un conductor infringió las
normas del tránsito sobre límites de velocidad y merece una sanción por esta infracción, esa
culpa (que deberá haberse acreditado en el proceso) es suficiente para que se genere el deber
de reparar el daño causado por el atropellamiento de un peatón.
Por eso, pensamos que es menester que el agente haya conocido la regla o norma incumplida
o al menos que haya debido conocerla y pueda estimarse inexcusable su ignorancia. La Ley de
Procedimiento ante los Juzgados de Policía Local acepta la alegación de la ignorantia iuris: el
juez "podrá absolver al infractor en caso de ignorancia excusable o buena fe comprobada" (art.
19.2, Ley Nº 18.287).
Asimismo, para que se produzca responsabilidad civil es necesario que la infracción haya sido la
causa de la producción del daño. Así, por ejemplo, si alguien circula en su vehículo sin cinturón
de seguridad comete una infracción, pero ella no podrá ser considerada causa de una colisión
con otro vehículo que circulaba en la misma vía.
No hay distinción en nuestro derecho entre los conceptos de culpa, negligencia o imprudencia.
En el plano terminológico a veces se concibe la negligencia como una actitud omisiva en la que
el sujeto se abstiene de actuar para evitar el resultado dañoso, y la imprudencia como el
comportamiento activo pero precipitado e irreflexivo que provoca el daño. No obstante, entre
nosotros los conceptos de negligencia e imprudencia no son sino formas de referirse a la culpa.
El art. 2329 lo señala al poner frente a la malicia (dolo) la noción de "negligencia" como
sinónimo de culpa. Además, el art. 44 habla de culpa grave o "negligencia" grave como
términos intercambiables.
Una culpa puede dar lugar a mera responsabilidad civil, si el comportamiento no está tipificado
como cuasidelito penal, o puede dar lugar a ambas responsabilidades.
Se ha fallado que si se extirpa el útero a una mujer, sin que se le hayan practicado los exámenes
adecuados, lo que impide emitir un diagnóstico de certeza y recomendar un posible
tratamiento médico previo, hay negligencia y cuasidelito. Pero la Corte juzga que respecto del
médico que recomendó la operación hay cuasidelito civil, y en cambio respecto de la persona
que, ejerciendo ilegalmente la medicina, la operó, hay cuasidelito penal de lesiones graves (C.
Stgo., 23 de octubre de 1991, RDJ, t. LXXXVIII, sec. 4ª, p. 159).
5. Prueba de la culpabilidad
La culpabilidad, en sus dos modalidades: dolosa y culposa, debe ser probada por quien la
alega. Esta es la regla general. Recuérdese que incumbe probar las obligaciones a quien alega
su existencia (art. 1698).
Pero se ha advertido que, aunque la culpa no desempeñe en estos casos el rol de justificación
de la responsabilidad, es necesario que algún otro concepto la sustituya de manera de evitar
una atribución de responsabilidad discrecional y que puede aparecer como arbitraria e injusta.
Surgen entonces propuestas sobre factores de imputabilidad diversos de la culpa que podrían
reemplazar el rol justificatorio que ejerce la culpa en el régimen tradicional.
La teoría ha sido acogida como fundamento de la legislación sobre accidentes del trabajo y
para la responsabilidad objetiva de otras actividades productivas riesgosas. Pero ha sido
considerada insuficiente, por no alcanzar los casos en los que el accidente se produce como
consecuencia de una actividad que no reporta beneficio económico.
Entre nosotros, Pablo Rodríguez acepta esta teoría, pero sólo como fundamento para la
imposición legislativa de una responsabilidad objetiva excepcional.
La teoría no está exenta de críticas, principalmente porque de aceptarse de manera
generalizada, al ser todas las actividades humanas potencialmente riesgosas, existiría una
inhibición del actuar humano que restringiría la libertad y coartaría el surgimiento de
actividades que, aunque peligrosas, necesitan desarrollarse en beneficio de la sociedad, y que
con la carga de responder objetivamente por todos los perjuicios no podrían llevarse a cabo.
Así, puede sostenerse que si el transporte aéreo hubiera tenido que cargar desde sus
comienzos con el gravamen de responder objetivamente de todos los daños, el rubro de la
aviación comercial no habría podido desarrollarse.
Se objeta a todas estas teorías el que ignoran los fundamentos moralizadores que tiene todo
sistema de responsabilidad, y que lo distancian de los modelos públicos de seguridad social.
Prescindir completamente de la culpa en la generación del daño, incluso del comportamiento
imprudente de la misma persona dañada, no parece sostenible si se desea mantener un
sistema de reparación de daño que responda a las intuiciones sociales compartidas sobre lo
justo y lo injusto.
Frente a las dificultades de las teorías objetivadoras se ofrecen teorías sincréticas que tienden
a ver en la culpa y el riesgo los dos factores de imputabilidad de la responsabilidad. Entre estas
corrientes existen algunas que ponen en una posición equivalente ambos factores de
imputación, sin que ninguno de ellos tenga preeminencia sobre el otro, pero tal solución es
criticada por falta de certidumbre sobre los casos no expresamente contemplados en las
normas. Otros piensan que el criterio de imputación subjetiva (culpa) debe considerarse el
fundamental, aunque no exclusivo. El fundamento del riesgo funciona de manera excepcional
para ciertas materias, en las cuales, por razones de política legislativa, se hace inconveniente la
adopción de los enfoques culpabilísticos.
Esta última parece ser la posición más aceptada y más sensata, en el estado actual de nuestro
derecho. Como hemos dicho, la responsabilidad debe conservar su vínculo nutricio con la
intencionalidad del agente. Los paliativos de la responsabilidad objetiva son importantes y
necesarios, pero deben cubrir sólo áreas en las que dicha responsabilidad es factible, y siempre
permaneciendo como referente general y mecanismo supletorio el de la responsabilidad por
culpa.
Estas zonas de responsabilidad por riesgo o sin culpa son admitidas a veces expresamente por
los textos legales. Más allá de eso, la interpretación que la jurisprudencia hace de las normas
relativas a la responsabilidad por el hecho de los dependientes, parece configurar una
responsabilidad que ya no se funda únicamente en la culpa o negligencia individual, sino en el
riesgo creado por ciertas actividades empresariales.
Los casos más representativos de esta forma de responsabilidad son los siguientes:
1º Responsabilidad por daños causados por animales fieros: El art. 2327 contiene un claro caso
de responsabilidad objetiva al hacer responsable de los daños causados por un animal fiero
que no es útil para la guarda o servicio de un predio, aun cuando no hubiera culpa, al dueño o
tenedor del animal. No parece ser un caso de auténtica responsabilidad objetiva el previsto en
el art. 2321, que impone a los padres responder por los daños causados por los hijos, que
provengan de una mala educación, ya que se funda justamente en la culpa de los responsables.
2º) Responsabilidad por daños causados por vehículos motorizados: La Ley Nº 18.290 en su art.
174 dispone que el propietario de un vehículo motorizado es responsable solidario con el
conductor de los daños y perjuicios que se ocasionan con motivo del uso del vehículo, sin que
pueda excusarse probando falta de culpa. Las únicas causales de exoneración son que el
vehículo haya sido usado sin su conocimiento o autorización.
3º) Responsabilidad por daños causados por aeronaves: El Código Aeronáutico contempla una
suerte de responsabilidad objetiva con límites de indemnización para daños que sufran los
pasajeros, la carga o terceros en la superficie (arts. 142 y ss. y 155 y ss.).
6º) Responsabilidad por derrames de hidrocarburos: La Ley de Navegación, D.L. 2222, de 1978,
contempla una responsabilidad objetiva o sin culpa para el dueño, armador u operador de una
nave o artefacto naval que produce el derrame o descarga de hidrocarburos u otras sustancias
contaminantes (art. 144).
7º) Responsabilidad por daños causados por medios de comunicación social: En cuanto la
Constitución atribuye una responsabilidad solidaria a los propietarios, editores, directores y
administradores del medio de comunicación social a través del cual se comete un delito contra
la honra o la vida privada de la persona, consagra una suerte de responsabilidad objetiva,
aunque fundada en la comisión de un ilícito punible (que requiere dolo) (art. 19 Nº 4, inc. 2º
Const.).
Hay casos en los que la responsabilidad, si bien tiende a la objetivación, supone todavía alguna
relación con el concepto de culpabilidad. Es lo que sucede con la responsabilidad del Estado,
municipalidades y organismos públicos: existen disposiciones legales que obligan a las
municipalidades, a los organismos de la Administración o al Fisco, en sus casos, a responder
por la suspensión indebida de un medio de comunicación (art. 16 Ley Nº 12.297), por los
accidentes que son consecuencia del mal estado de las vías públicas o de su señalización (art.
174 Ley Nº 18.290), o por los daños que provengan de una "falta de servicio" (art. 44 Ley Nº
18.575). Hay autores que defienden la responsabilidad objetiva del Estado sobre la base de
reglas y principios constitucionales, pero su posición es controvertible.
En otras ocasiones la ley contempla una presunción de culpa, que admite como defensa la
prueba de que el autor actuó con la diligencia debida. Así sucede con los daños causados al
medio ambiente (Ley Nº 19.300, art. 52) o por productos oficialmente declarados peligrosos
(Ley Nº 19.496, art. 47).
A nuestro juicio, es discutible que estos casos -a los que podrían añadirse las indemnizaciones
que prescribe el Código Civil por la imposición de servidumbres legales (arts. 847, 848, 850)-
sean propiamente de responsabilidad objetiva, porque nos parece que no son supuestos de
auténtica responsabilidad, ya que falta el requisito de la ilicitud del daño. Por el contrario, se
trata de intervenciones en el patrimonio de terceros que son autorizadas por la ley. La
indemnización que se prescribe por tanto no tiene su fundamento en la responsabilidad civil,
sino en la afectación lícita de derechos o lo que Díez-Picazo denomina "indemnizaciones por
sacrificio".
LECCION CUARTA
I. FUNDAMENTOS Y CLASIFICACION
El Código Civil establece en los arts. 2320 a 2329 varias formas de responsabilidad indirecta o
refleja, que son formalizadas al modo de presunciones de culpa o de responsabilidad culpable.
Estas formas son clasificadas tradicionalmente en tres grupos, dependiendo del hecho que
produce el daño y genera la presunción de responsabilidad: éste puede ser, 1º) propio y
personal del responsable, 2º) de un tercero ajeno al responsable, pero que depende de éste, y
3º) de cosas cuya propiedad, tenencia o cuidado corresponde, al menos en parte, al
responsable.
Es dudoso, sin embargo, que estemos frente a verdaderas presunciones simplemente legales
de culpa, como en general han sido comprendidas estas normas. La llamada "presunción
general de responsabilidad por el hecho propio", cuya formulación se encontraría en el inciso
primero del art. 2329, ha sido controvertida y tiende hoy a ser rechazada por falta de
descripción del hecho base. Las supuestas presunciones especiales del mismo precepto
parecen más presunciones de nexo causal que del elemento subjetivo de la negligencia.
La responsabilidad por el hecho de terceros es un régimen de atribución de responsabilidad
que excede los límites de la mera presunción de culpa, para incursionar en lo que en el ámbito
del common law se prefiere denominar responsabilidad vicaria. Lo mismo parece suceder en el
ámbito de las cosas, en el que el Código Civil, más que establecer presunciones, está
distribuyendo los riesgos de los daños entre los distintos posibles responsables.
Estas formas de responsabilidad refleja están, sin embargo, fundadas en último término en la
culpa. De allí que se permita la exoneración, por regla general, si se acredita que el imputado
ha actuado con el cuidado y la diligencia que se prescriben en atención a su situación.
Dice el art. 2329: "Por regla general todo daño que pueda imputarse a malicia o negligencia de
otra persona, debe ser reparado por ésta".
Siguiendo a Ducci, Alessandri piensa que el artículo consagra una presunción de carácter
general que se aplica cuando el daño proviene de un hecho que, por su naturaleza o por las
circunstancias en que se ha realizado, es susceptible de ser atribuido a culpa o dolo del agente.
Así sucede, por ejemplo, si se produce una colisión de trenes: los trenes deben movilizarse en
condiciones de no chocar, si chocan hay culpa.
Meza Barros discrepa de este criterio y sostiene que la norma es una explicitación del principio
general de que el que ha cometido con dolo o culpa un hecho ilícito dañoso debe responder. Lo
mismo piensa Rodríguez.
Por nuestra parte, no creemos que la regla general del inciso primero del art. 2329 contenga
una presunción propiamente tal. Pensamos que lo sostenido por Ducci y Alessandri, seguidos
por parte de la jurisprudencia, no es más que una presunción tautológica: según su opinión, la
ley presume culpa, cuando por las circunstancias deba presumirse culpa. Se confunde aquí lo
que es una presunción legal, con lo que puede dar pie a presunciones judiciales. Mas, tampoco
parece convincente la opinión contraria, que ve en esta norma una mera repetición de la
exigencia de culpa contenida en el art. 2314.
Una tercera lectura que podría ser razonable es la siguiente: la regla del inciso primero del art.
2329 tiene un cometido propio, y éste no es otro que el de manifestar la exigencia de la
"relación de causalidad" que debe existir entre el hecho culpable y el daño producido. Así
deben entenderse las expresiones todo daño "que pueda imputarse" a culpa; en suma, se está
diciendo que debe indemnizarse todo daño que sea el resultado causal de una conducta dolosa
o culposa.
2. Disposiciones particulares
El art. 2329, en su inciso segundo, señala que son especialmente obligados a esta reparación:
2º) El que remueve las losas de una acequia o cañería en calle o camino, sin las precauciones
necesarias para que no caigan los que por allí transitan de día o de noche.
La doctrina, seguida por la jurisprudencia, señala que estos casos enumerados en el art. 2329
son propiamente supuestos de presunciones de culpa que se basan en hechos del mismo autor
(por el hecho propio). Se trataría de presunciones simplemente legales, que admiten prueba en
contrario.
A nuestro juicio, los números del art. 2329 tampoco contienen presunciones de culpa, sino
presunciones de causalidad: la culpa debe ser objeto de prueba, pero la relación de causalidad
entre la conducta negligente (disparar el arma, remover las losas, tener en mal estado el
acueducto o puente) y el daño causado (muerte o lesión de una persona) se tiene por
establecida (se presume legalmente), mientras no se demuestre lo contrario.
De que la culpa no se presume en estas hipótesis, sino que hay que probarla, da cuenta la
misma dicción de la ley en el Nº 1 del art. 2329. Nótese que habla del que dispara
"imprudentemente" un arma de fuego, lo que obligará al que invoca esa regla a acreditar la
imprudencia (culpa) de la acción, como requisito para hacer aplicable el precepto.
1. Nociones generales
La jurisprudencia ha entendido que la falta del deber de vigilancia es lo que fundamenta esta
presunción de responsabilidad, en especial aquella que se refiere a los padres por los hechos
de los hijos, ya que aquéllos tienen por la ley el deber de cuidarlos. De esta forma, se ha dicho
que "El fundamento de la responsabilidad del padre respecto del hecho del hijo menor emana
principalmente de su deber de vigilancia hacia éste ..." (C. P. Aguirre Cerda, 11 de julio de 1984,
RDJ, t. LXXXI, sec. 4ª, p. 123). Lo mismo se ha indicado respecto de la responsabilidad de las
empresas educativas por las conductas de sus funcionarios: "La responsabilidad del sostenedor
del establecimiento educacional [por los delitos de sodomía y abusos deshonestos en que
incurrió un auxiliar del colegio ...] proviene ... de la falta de vigilancia que ha debido ejercer
sobre el subordinado o dependiente. [El sostenedor del colegio tiene] la obligación de velar por
la seguridad corporal, física y síquica del alumno" (C. Stgo., 22 de julio de 1997, G.J. Nº 205, p.
136). También se ha indicado la falta del deber de correcta selección de los dependientes como
fundamento de esta responsabilidad presunta: "El fundamento de esta responsabilidad es la
culpa in eligendo o in vigilando, ya que la ley considera que el amo debe proceder con
prudencia cuando busca a sus servidores, los que deben ser prudentes, honestos y de buen
comportamiento" (C. Concepción, 7 de noviembre de 1985, RDJ, t. LXXXII, sec. 4ª, p. 288).
Se ha discutido si la obligación de reparar el daño que surge del dependiente autor directo del
delito o cuasidelito y del tercero civilmente responsable de sus hechos, es simplemente
conjunta o solidaria. Alessandri ha sostenido que no procede la solidaridad, ya que la víctima
tiene dos responsables, a los que puede demandar separada o conjuntamente por el total del
daño. En este sentido, se ha pronunciado parte de la jurisprudencia, cuando se demanda con
fundamento en el art. 2320: "sí puede demandar primero a uno de los responsables; y en el
evento de no tener éxito, hacerlo con el otro; pero en caso alguno a ambos conjuntamente por
el total de la obligación; porque ello imputa [sic] ejercer una facultad inherente a la solidaridad
pasiva, que en la presente situación el precepto mencionado no autoriza" (C. Punta Arenas, 26
de octubre de 1989, RDJ, t. LXXXVI, sec. 2ª, p. 113). En otros fallos, los tribunales han aceptado
que se trata de una obligación solidaria entre el empresario y el dependiente (C. La Serena, 3
de mayo de 1978, RDJ, t. LXXV, sec. 4ª, p. 343; C. Stgo., 11 de agosto de 1997, G.J. Nº 206, p.
160).
A nuestro juicio, no se trata propiamente de una obligación solidaria (que no procede a falta de
texto legal expreso). No hay una obligación con pluralidad de sujetos, sino dos obligaciones, si
bien ambas tienen por objeto la satisfacción del mismo interés (la reparación del daño). Como
las acciones para exigirlas emanan de los mismos hechos, procede su acumulación, pero
acogida una necesariamente se deberá rechazar la otra, ya que obtenido el interés del
acreedor por el pago de una de las deudas se extingue por falta de objeto la segunda.
2. Requisitos
La doctrina ha señalado que para que se dé esta presunción deben cumplirse los siguientes
requisitos:
3º) Capacidad delictual del autor material del daño: El art. 2319 prevalece y si el subordinado
es incapaz, no se aplica la presunción y habría que probar la culpa del civilmente responsable.
La culpa del subordinado debe ser comprobada en el mismo juicio en el que se demanda al
responsable reflejo. No es necesario que se le demande, pero si no ha concurrido como parte
en el proceso, la sentencia no le será oponible. En cambio, entendemos que si primero se
demanda únicamente al dependiente, la sentencia que establezca su culpa tendrá efectos en el
juicio posterior que se siga contra el superior, aunque sólo en cuanto al establecimiento del
hecho culposo.
5º) Vínculo de subordinación o dependencia entre el responsable y el autor material del daño:
El vínculo de dependencia no requiere formalización jurídica, sobre todo cuando se trata de
dependientes de un empresario; es una situación fáctica caracterizada por la autorización
expresa o tácita del principal para que alguien gestione en interés del primero un determinado
negocio siguiendo sus instrucciones, órdenes u orientaciones. De este modo, cabe requerir "la
subordinación jurídica o posibilidad virtual de dirigir y controlar la tarea encomendada
(incumbencia subordinada) y que la actividad autorizada esté dirigida ab initio a satisfacer un
interés, servicio, utilidad o beneficio del principal".
El art. 2322 del Código Civil se ha extendido también por la vía de la interpretación judicial, y
los conceptos de "amo" y "criado" han sido comprendidos de una manera que difícilmente
podemos suponer que era la prevista por el redactor del Código. Se ha aplicado la norma en el
caso de un empleado de CORFO que atropella a una persona conduciendo un vehículo a exceso
de velocidad (C. P. Aguirre Cerda, 1º de abril de 1981, RDJ, t. LXXVIII, sec. 4ª, p. 52), como
también a un chofer de un empresario transportista privado (C. Concepción, 7 de noviembre
de 1985, RDJ, t. LXXXII, sec. 4ª, p. 288).
Se ha juzgado, además, que para que proceda la responsabilidad basta que la subordinación
sea coetánea al hecho que causó el daño, sin que pueda modificarse por el hecho de que ella
varíe o se extinga a posteriori: "El fundamento de la responsabilidad del padre respecto del
hecho del hijo menor emana principalmente de su deber de vigilancia hacia éste y como la
indemnización, por regla general, debe determinarse según el monto del daño al tiempo del
delito o cuasidelito cometido, debe concluirse que la responsabilidad del padre queda
determinada y fijada por la edad del hijo a la fecha del hecho punible, no importando si con
posterioridad, y a la fecha de la acción civil, éste ya es mayor de edad" (C. P. Aguirre Cerda, 11
de julio de 1984, RDJ, t. LXXXI, sec. 4ª, p. 123).
El vínculo de dependencia se ha ido abriendo también para dar cabida al caso en que el
empleador o tercero civilmente responsable es un organismo público, contrariamente a lo que
se sostuvo durante largo tiempo y a lo que defiende expresamente la obra de Alessandri, quien
estima que el vínculo debe ser de derecho privado (en el mismo sentido, todavía, la sentencia
de C. Sup., 28 de enero de 1998, RDJ, t. XCV, sec. 1ª, p. 1). Pero se tiene en cuenta que para que
se produzca la responsabilidad es necesario que el hecho dañoso se haya producido dentro del
ámbito de funciones o servicios atribuidos al dependiente.
1º) El padre, y a falta de éste la madre, es responsable del hecho de los hijos menores que
habiten en la misma casa (art. 2320 inc. 2).
Ya antes de la reforma al estatuto de la filiación por la Ley Nº 19.585, se sostenía que la norma
se aplica a todos los padres: legítimos, naturales, ilegítimos o adoptantes. La conclusión debe
mantenerse para los padres matrimoniales y no matrimoniales (los que incluyen a los
adoptivos). Para determinar cuándo se entiende faltar el padre, pueden aplicarse los arts. 109 y
110 respecto del asenso matrimonial.Creemos que también se entenderá faltar el padre, si éste
no habita de modo permanente con los hijos en el hogar común.
2º) El tutor o curador es responsable de la conducta del pupilo que vive bajo su dependencia y
cuidado (art. 2320 inc. 3º).
3º) Los jefes de colegio y escuela responden del hecho de los discípulos, mientras estén bajo su
cuidado (art. 2320 inc. 4º). Se trata de una responsabilidad de los directivos y no de los
docentes o profesores.
4º) Los artesanos responden del hecho de sus aprendices, mientras estén bajo su cuidado (art.
2320 inc. 4º).
5º) Los empresarios responden del hecho de sus dependientes, mientras estén bajo su cuidado
(art. 2320 inc. 4º).
6º) Los amos responderán de la conducta de sus criados o sirvientes, en el ejercicio de sus
respectivas funciones; y esto aunque el hecho de que se trate no se haya ejecutado a su vista
(art. 2322).
La Ley Nº 18.802, de 1989, excluyó de la lista de responsables del art. 2320 al marido por los
hechos de la mujer casada, puesto que dicha ley suprimió la potestad marital y la
representación legal a la que ésta estaba sometida.
Se trataría, en todo caso, de una presunción simplemente legal, que admite prueba en
contrario.
Se ha dicho que "El verdadero propósito [del art. 2320 CC] es establecer, a partir del
presupuesto debidamente establecido de que una acción de un dependiente causó daño, una
presunción simplemente legal de responsabilidad de la persona bajo cuyo cuidado y vigilancia
se encontraba dispensando al ofendido de probar la culpa de este último" (C. San Miguel, 6 de
septiembre de 1995, G.J. Nº 183, p. 88).
Sin embargo, en ciertos casos la ley niega toda prueba en contrario, convirtiendo la presunción
en presunción de derecho. No se admite la exoneración:
1º) Cuando los hijos menores cometen delitos o cuasidelitos que conocidamente provengan de
mala educación o de los hábitos viciosos que los padres les han dejado adquirir (art. 2321).
2º) Cuando el subordinado obra por orden del civilmente responsable. Así lo deduce Alessandri
del art. 2325. En este caso, el superior es coautor del ilícito y responderá solidariamente junto
con el hechor material (art. 2317).
En un antiguo fallo, se sostuvo que si un chofer de una persona saca clandestinamente el auto
y atropella a alguien causándole la muerte, se configura la causal de exculpación del art. 2322,
porque para que haya responsabilidad se requiere que el dependiente haya realizado un acto
propio del servicio y que haya habido culpa del amo (C. Sup., 9 de septiembre de 1924, RDJ, t.
XXIV, 1927, sec. 1ª, p. 670). Posteriormente, la jurisprudencia ha ido restringiendo la aplicación
de las causales de exoneración por la vía de asimilar los arts. 2320 y 2322: así en C. Sup., 21 de
noviembre de 1927, RDJ, t. XXV, sec. 1ª, p. 512; y recurriendo a la idea de culpa in eligendo: si
bien no pudo evitar el comportamiento indebido del dependiente, el empresario incurre en
culpa al elegir a alguien inadecuado para desarrollar la actividad (C. Sup., 8 de enero de 1943,
RDJ, t. XL, sec. 1ª, p. 394).
Pero aun fuera de estos casos, los tribunales son reacios a dar por establecidas las causales de
exoneración. Se ha dicho, por ejemplo, que la sola ausencia del padre del país no lo exime de
responder del accidente de tránsito causado por un menor de 17 años que conducía sin
licencia y no respetó el semáforo en rojo (C. Stgo., 23 de junio de 1997, G.J. Nº 204, p. 148).
El Código Civil dispone que "Las personas obligadas a la reparación de los daños causados por
las que de ellas dependan, tendrán derecho para ser indemnizadas sobre los bienes de éstas, si
los hubiere, y si el que perpetró el daño lo hizo sin orden de la persona a quien debía
obediencia, y era capaz de delito o cuasidelito según el art. 2319" (art. 2325).
Un primer expediente de objetivación parece ser el restringir la prueba liberatoria que consiste
en que el empresario no hubiere podido impedir el hecho.
Desde los inicios del siglo XX, la jurisprudencia comenzó a aplicar rigurosamente las excusas
liberatorias cuando el demandado era una empresa, en especial tratándose de la Empresa de
Ferrocarriles del Estado: así, aunque haya culpa de la víctima si los empleados infringieron
normas reglamentarias en su actuar, la empresa debe responder (C. Sup., 14 de abril de 1928,
RDJ, t. XXVI, sec. 1ª, p. 141; C. Sup., 2 de diciembre de 1943, RDJ, t. LXI, sec. 1ª, p. 409). Del
mismo modo, se asegura que si se acredita que los dependientes actuaron con negligencia, la
empresa debe responder (C. Sup., 14 de junio de 1945, RDJ, t. LXII, sec. 1ª, p. 26) y se declaran
insuficientes las probanzas presentadas para justificar la causal de exoneración C. Sup., 7 de
noviembre de 1949, RDJ, t. XLVI, sec. 1ª, p. 842). En un caso paradigmático en materia de
responsabilidad civil, la Corte Suprema conoció de la demanda que un propietario dedujo
contra la Empresa de Ferrocarriles del Estado para que le indemnizara los perjuicios que le
produjo un incendio causado por chispas que salieron de la locomotora al pasar por su
propiedad (una viña que resultó destruida). La demandada recurrió de casación en el fondo
invocando que se estaba presumiendo la culpa de los dependientes, lo que vulneraba el art.
2320; la Corte rechazó el recurso y estimó que si la empresa no había acreditado que la
locomotora llevara un canastillo que previniera el salto de chispas fuera del tren, el art. 2320
había sido correctamente aplicado. (C. Sup., 29 de marzo de 1901, Gaceta 1901, t. I, Nº 263, p.
229).
Del mismo modo, se ha enfatizado que la excusa sólo puede admitirse cuando haya verdadera
imposibilidad y no solamente dificultad, aunque seria: "Al amo no le basta probar que fue
difícil prever o impedir que el criado ejerciera sus funciones de un modo impropio; debe
establecer que le fue imposible moral y materialmente. La ley no se contenta con que haya
habido dificultad, exige una verdadera y real imposibilidad" (C. P. Aguirre Cerda, 1º de abril de
1981, RDJ, t. LXXVIII, sec. 4ª, p. 52). Respecto de otros casos de responsabilidad por el hecho
ajeno del art. 2320, el criterio parece ser el mismo. Se ha sostenido que para quedar exento de
responsabilidad no es suficiente que el padre afirme que no pudo evitar el hecho imputado al
hijo por no encontrarse en el lugar en que éste bebió y en que ocurrió el accidente: "El cuidado
que se exige para los efectos liberatorios de responsabilidad no puede entenderse que debe
ocurrir en el momento mismo de la comisión del hecho ilícito ... El cuidado personal de la
crianza y educación del hijo se manifiesta no sólo cuando el padre se encuentra presente, sino
que también, y en mayor medida, en su ausencia, pues deriva de esa obligación que es anterior
al hecho ilícito" (C. San Miguel, 2 de diciembre de 1988, RDJ, t. LXXXV, sec. 4ª, p. 191). Se
rechaza también la idea de que al empleador le basta para liberarse de responsabilidad el
acreditar que tomó medidas precautorias a intervalos de tiempo, sosteniendo la Corte que, por
el conjunto de infracciones del dependiente (un chofer), era necesario concluir que se requería
de una vigilancia a toda hora por parte del empleador (C. Sup., 14 de noviembre de 1950, RDJ,
t. XLVII, sec. 1ª, p. 482). No es suficiente tampoco que el demandado acredite que todos sus
vehículos se encuentran en perfecto estado técnico, que tiene personal que fiscaliza el trabajo
de sus choferes y que les ha dado normas sobre sus obligaciones, si no prueba que en el caso
del chofer de que se trata se tomaron esas medidas o se trató de impedir su desempeño
impropio (C. Sup., 23 de julio de 1970; C. Sup., F. del M. Nº 140, p. 155). Las facultades de
supervisión de la autoridad pública no pueden sustituir las medidas de vigilancia del
empresario y por lo tanto no son suficiente excusa (C. Sup., 24 de marzo de 1958, RDJ, t. LV,
sec. 1ª, p. 27). No obstante, se reconoce que en caso de huelga ilegal de los trabajadores
procede la excusa liberatoria del art. 2322 (C. Sup., 14 de octubre de 1955, RDJ, t. LII, sec. 1ª, p.
331).
En otros eventos, los tribunales terminan afirmando la culpa por hecho propio de la empresa.
Así se estimó que la muerte de algunos obreros por la caída de un andamio atribuía
responsabilidad a la empresa que ejecutaba las obras aun cuando los carpinteros que
incurrieron en culpa al construir las crucetas del andamio no habían sido identificados en el
proceso. Se juzgó que la empresa en el conjunto de la ejecución no había actuado con la
diligencia del buen padre de familia. La Corte aplica entonces las presunciones de los arts. 2323
y 2328, que, en estricto rigor, sólo pueden aplicarse al dueño del edificio y no a la empresa
constructora (C. Stgo., 18 de octubre de 1956, RDJ, t. LIII, sec. 4ª, p. 138). Tratándose de los
perjuicios ocasionados por el conductor de un vehículo de propiedad de la empresa
demandada, se estima que la sentencia que no da lugar a la excusa liberatoria del art. 2320
porque el mismo accidente revela que las precauciones fueron insuficientes, no es casable a
pesar de lo discutible de tal afirmación si además se funda en que la demandada no demostró
haber instruido a sus choferes para evitar accidentes como el de la especie (C. Sup., 21 de
diciembre de 1969, RDJ, t. LXVI, sec. 1ª, p. 297).
Una segunda forma de objetivación de esta responsabilidad ha sido la extensión con la que se
ha interpretado el vínculo de subordinación.
La tercera fórmula que emplean los tribunales para objetivar la jurisprudencia del empresario
es la interpretación restrictiva de la alegación del demandado de que el dependiente obró
fuera del ámbito de sus funciones.
Se ha desechado el criterio simplemente cronológico para considerar casos en los que existe
una extralimitación de funciones del dependiente, que actúa sin el conocimiento, sin las
órdenes o autorizaciones del empresario, o incluso contra sus propias directivas. Así, por
ejemplo, responde el empresario por las lesiones causadas a un cliente de un bar por vigilantes
privados que actuaron sin autorización de su empleador (C. Sup., 8 de mayo de 1968, RDJ, t.
LXV, sec. 4ª, p. 88); o también por el daño que los empleados causan a un cuentacorrentista, al
depositar en la cuenta de un tercero un cheque nominativo girado en su favor (C. Punta
Arenas, 27 de junio de 1991, G.J. Nº 133, sent. 4, p. 63); o por los delitos sexuales cometidos
por uno de los auxiliares de un colegio municipal en contra de un escolar (C. Sup., 29 de abril
de 1991, RDJ, t. LXXXIX, sec. 4ª, p. 46). En contra, se ha sostenido que los funcionarios de
Carabineros culpables de delitos de homicidio no permiten la aplicación de la responsabilidad
del empresario (en este caso, el Estado) por cuanto "los hechores actuaron en horas en que
estaban de franco, sin uso alguno de sus uniformes ni de armas fiscales, respecto de hechos
que nada tienen que ver con el empleo o función y que, a no dudarlo, los habrían podido
cometer igualmente si en esos momentos ya no hubiesen pertenecido a la institución" (C. Sup.,
17 de enero de 1985, RDJ, t. LXXXII, sec. 4ª, p. 11).
Otra forma de objetivación de la responsabilidad del empresario consiste en atribuir una culpa
contractual al empleador mediante el reconocimiento de una obligación de seguridad envuelta
en el contrato que lo liga con la víctima. Es lo que ha sucedido en el derecho laboral, por obra
de la disposición del art. 184 del Código del ramo. Así, la responsabilidad del empleador se ve
afirmada con la sola constatación de que no adoptó las medidas adecuadas para evitar que el
accidente se produjera. No es necesaria la prueba de la concreta culpa de alguna persona
individual.
Así, por ejemplo, se ha dicho que "El actor sufrió el accidente laboral porque no se adoptaron
ni previeron por la demandada ... los métodos adecuados y seguros de ejecución de faenas,
incumpliendo el empleador la obligación de protección que le impone el art. 184 del Código
del Trabajo" (C. Stgo., 7 de diciembre de 1998, G.J. Nº 222, p. 196); y que el empleador tiene
un deber contractual de protección y seguridad destinado a evitar accidentes del trabajo, como
si se permite al trabajador no usar la ropa y elementos de seguridad necesarios para operar
una maquinaria que no se mantenía en óptimo estado de funcionamiento (C. Sup., 9 de marzo
de 1999, G.J. Nº 225, p. 175).
Puede observarse, por tanto, una tendencia hacia la objetivación de la responsabilidad del
empresario obrada por la jurisprudencia, que tiene aun alcances relativos y no totalmente
consolidados.
Coincidimos en que "Estos mecanismos correctores constituyen, sin duda, ingeniosas fórmulas
ideadas por nuestra jurisprudencia para hacer cada día más estricta la responsabilidad civil de
las empresas que causan daños en el ejercicio de las actividades propias de su giro o tráfico
comercial e industrial. Sin embargo, y queremos advertirlo desde luego, los criterios sentados
por esta jurisprudencia constituyen sólo tendencias que no configuran principios
definitivamente establecidos, pero que apuntan claramente a una finalidad común: una mayor
protección de la víctima inocente".
No existe una regla general, a diferencia de lo que sucede en otros ordenamientos jurídicos,
como el francés y el argentino, que haga responsable a una persona por los daños causados
por objetos que le son propios o que han sido puestos bajo la órbita de su vigilancia
(responsabilidad por custodia). Se trata sólo de casos específicos enumerados por la ley, que no
pueden extenderse a situaciones diversas a las descritas.
Señala el Código Civil que "El dueño de un animal es responsable de los daños causados por el
mismo animal, aun después que se haya soltado o extraviado" (art. 2326).
Se extiende la responsabilidad a todo el que se sirva de un animal ajeno. Pero éste tiene acción
contra el dueño si el daño ha sobrevenido por una calidad o vicio del animal, que éste con
mediano cuidado o prudencia debió conocer o prever, y de que no le dio conocimiento (art.
2326).
Pero si se trata de un animal fiero, que no es útil para la guarda o servicio de un predio, la
presunción no admite prueba en contrario: si el que tiene el animal alega que no le fue posible
evitar el daño, "no será oído" (art. 2327). Se trata claramente de un supuesto de
responsabilidad objetiva o sin culpa, que a modo de sanción, la ley establece en contra de
quien, sin necesidad, mantiene un animal peligroso. Por ello, pensamos que no se aplicará la
norma si el animal presta algún servicio o utilidad, aunque no sea en beneficio de un predio.
Así, por ejemplo, si se trata de animales que usa un circo o un zoológico, para necesidades de
entretención y diversión del público infantil. En estos casos, se aplicará la regla general y la
presunción devendrá en simplemente legal.
El dueño del edificio es responsable a terceros de los daños que ocasione su ruina (art. 2323).
La ley estima que el dueño ha incumplido sus deberes de cuidado y vigilancia si el edificio
causa daño por su ruina. En caso de copropiedad, la indemnización se divide a prorrata de las
cuotas de dominio, y no hay solidaridad (art. 2323, en relación con el art. 2317).
2º) Que el daño provenga de la ruina del edificio: Se sostiene tradicionalmente que existe ruina
cuando los materiales que forman el edificio han desempeñado un papel activo en la
producción del daño. No es necesario que el edificio completo se venga abajo, basta una ruina
parcial (la jurisprudencia lo ha aplicado incluso a la caída de un andamio en las obras de
construcción: C. Stgo., 18 de octubre de 1956, RDJ, t. LIII, sec. 4ª, p. 138). También es
concebible una ruina funcional, si el edificio provoca daño por no funcionar del modo como
debiera;
3º) Que la ruina se deba al hecho de haberse omitido las necesarias reparaciones, o de haberse
faltado de otra manera al cuidado de un buen padre de familia o a un vicio de construcción
(art. 2323).
Pero si la víctima que sufre el daño es un vecino del edificio ruinoso que no ha interpuesto y
notificado la correspondiente querella de obra ruinosa, no podrá después cobrar
indemnización de los perjuicios: "no habrá lugar a indemnización, si no hubiere precedido
notificación de la querella" (art. 934). Por eso el art. 2323 dispone que el dueño de un edificio
es responsable a terceros "que no se hallen en el caso del artículo 934". En este caso, la culpa
de la víctima libera de responsabilidad al autor presunto del daño.
b) Responsabilidad de los profesionales de la construcción
Cuando alguien sufre daño por efecto de una cosa que es arrojada o que cae desde un lugar
elevado, responden todos los que habitan la parte del edificio desde la cual se ha arrojado o
caído. Los requisitos para que se dé la presunción de culpa en este caso son
1º) Que el daño haya sido causado por una cosa que cae o se arroja.
4º) Que no se acredite culpa de una persona determinada. Si se prueba que el hecho se debe a
la culpa o dolo de alguna persona exclusivamente, será responsable esta sola (art. 2328.1).
Cumpliéndose estos requisitos, se presume la culpa de todas las personas que habitan la parte
del edificio de la que cayó o fue arrojada la cosa. Se trata, en verdad, de una responsabilidad
colectiva, en la que la ley entiende legitimado al grupo dentro del cual se encuentra un
responsable único pero anónimo. La obligación de responder no es solidaria, ya que la
indemnización se divide entre todos los presuntamente culpables (arts. 2328.1 y 2317.1).
LECCION QUINTA
La Ley Nº 16.744 regula este seguro obligatorio que entrega indemnizaciones que tienen por
finalidad reparar los daños producidos por un accidente laboral. La indemnización se devenga
independientemente de si hubo culpa o no en el empleador; sólo se excluyen "los accidentes
debidos a fuerza mayor extraña que no tenga relación alguna con el trabajo y los producidos
intencionalmente por la víctima" (art. 5º Ley Nº 16.744).
Por eso, si el organismo asegurador paga la indemnización que fija la ley, tiene derecho a
repetir en contra del responsable del accidente (art. 69, letra a, Ley Nº 16.744). En
consecuencia, procede acción de reembolso si logra acreditarse la culpa o negligencia subjetiva
de un tercero (que bien podría ser el empleador). Esta norma hace ver que las prestaciones del
seguro de accidentes del trabajo tienen finalidad reparatoria.
Los mismos afectados, vale decir, la víctima y las demás personas a quienes el accidente o
enfermedad cause daño, "podrán reclamar al empleador o terceros responsables del
accidente, también las otras indemnizaciones a que tengan derecho, con arreglo a las
prescripciones del derecho común, incluso el daño moral" (art. 69, letra b, Ley Nº 16.744).
Como hemos considerado que las prestaciones o beneficios del seguro tienen finalidad
reparatoria, debemos entender que esta norma permite a la víctima o los demás afectados el
reclamar del responsable, comprobando dolo o culpa, la parte del daño que no hubiere sido
cubierta por las indemnizaciones legales. De lo contrario, estaríamos frente a un cúmulo de
indemnizaciones, que no tendría justificación. Señala TOMASELLO, L., ob. cit., p. 80, que la
expresión "también" utilizada por la norma sólo tiende a connotar que asimismo se pueden
reclamar las indemnizaciones conforme al derecho común, pero no hacerlas acumulables con
las obtenidas en virtud del seguro de accidentes del trabajo. De esta forma, los accidentes
laborales son cubiertos en primera instancia por un seguro obligatorio, que es un mecanismo
de seguridad social, aunque con fines indemnizatorios, pero es complementado por la
responsabilidad civil por culpa como régimen supletorio.
La Corte de Apelaciones de Concepción ha declarado que "el artículo 69 [de la Ley 16.744]
establece la plena compatibilidad entre las prestaciones que establece la Ley 16.744 y las
indemnizaciones que pueden reclamarse del empleador culpable del accidente [del trabajo]...
Luego, el empresario puede ser responsabilizado de un acto u omisión imputable a su culpa o
dolo que provoca un accidente de trabajo, se encuentra obligado a indemnizar a pesar y más
allá de las obligaciones de la Ley 16.744" (C. Sup., 17 de marzo de 1997, RDJ, t. XCIV, sec. 3ª, p.
26, que rechaza el recurso de casación).
Se discute cuál sería el "derecho común" aplicable a estas acciones. Algunos sostienen que
debe distinguirse entre la acción deducida por el mismo trabajador afectado, que se regiría por
la responsabilidad contractual, y la de los parientes y demás terceros afectados, que tendría
naturaleza extracontractual. La misma sentencia de la Corte Suprema ya citada señala que,
como el art. 184 del Código del ramo introduce una obligación esencial en el contrato de
trabajo que pesa sobre el empleador de dar seguridad efectiva a sus trabajadores para impedir
que se dañe su vida o salud, la responsabilidad que surge por accidentes laborales es de origen
contractual, lo cual "no excluye la posibilidad de que el hecho u omisión del empleador
causante del accidente del trabajo pueda configurar delito o cuasidelito civil que genere
responsabilidad extracontractual" (C. Sup., 17 de marzo de 1997, RDJ, t. XCIV, sec. 3ª, p. 26).
Muchas sentencias parecen fundar la responsabilidad contractual en esa obligación de
seguridad nacida del contrato de trabajo que impone al empleador la protección de la vida y
salud del trabajador (C. Stgo., 7 de diciembre de 1998, G.J. Nº 222, p. 196; C. Sup., 9 de marzo
de 1999, G.J. Nº 225, p. 175; C. Stgo., 2 de julio de 2002, G.J. Nº 265, p. 85). La diligencia
exigida al empleador en el cumplimiento de esta obligación de seguridad se identifica con la
llamada culpa levísima, por lo previsto en el art. 189 del Código del Trabajo y por naturaleza del
bien jurídico que se busca amparar: la vida, salud e integridad física del trabajador (C. Stgo., 25
de octubre de 2000, G.J. Nº 245, p. 233).
Si se demanda por responsabilidad contractual, los juzgados del trabajo serían competentes
para conocer y determinar las indemnizaciones, incluidas las que corresponden al daño moral:
"el art. 420 del Código del Trabajo establece que los juzgados del trabajo conocerán de las
acciones relativas a la responsabilidad contractual del empleador derivada de accidentes del
trabajo y enfermedades profesionales ... incluida la indemnización del daño moral (por
aplicación del art. 69 de la Ley 16.744)" (C. Stgo., 23 de septiembre de 1997, G.J. Nº 207, p.
187).
En nuestra opinión, la indemnización por despido injustificado presenta también una finalidad
reparatoria, sólo que ha sido limitada legalmente, como en otros casos similares. Ahora bien,
nada impide que el trabajador pretenda reclamar un monto superior, acreditando daños por
un valor mayor, pero en tal caso deberá imputar a él lo que haya recibido en virtud de la
indemnización laboral.
Según el art. 64 del Código del Trabajo, el dueño de la obra, empresa o faena será
subsidiariamente responsable "de las obligaciones laborales y previsionales" que afecten a los
contratistas en favor de los trabajadores de ésta. Igual responsabilidad subsidiaria se impone al
dueño respecto de los trabajadores de los subcontratistas, y al mismo contratista por las
obligaciones de los subcontratistas.
En todo caso, es bien discutible que en la expresión "obligaciones laborales" el legislador haya
querido incluir los deberes de indemnizar. Como hemos visto, en el estado actual de nuestro
derecho los accidentes laborales son materia de la seguridad social, y las posibles
indemnizaciones que puedan corresponder al empleador son entregadas a la regulación del
"derecho común", esto es, al Derecho Civil. En consecuencia, parece razonable pensar que las
obligaciones propias de la responsabilidad por daños causados en el desempeño laboral (sean
contractuales o extracontractuales) son verdaderas obligaciones civiles y no laborales. Si el
legislador hubiera querido imponer un régimen de responsabilidad subsidiario y de carácter
objetivo, lo habría hecho de un modo expreso y no de una manera tan difuminada.
La responsabilidad por la utilización de cosas que potencialmente pueden causar daños está ya
contenida en el texto original del Código Civil, respecto de los daños causados por un animal
fiero. El art. 2327 dispone que "el daño causado por un animal fiero, de que no se reporta
utilidad para la guarda o servicio de un predio, será siempre imputado al que lo tenga, y si
alega que no le fue posible evitar el daño, no será oído". Se trata de un claro supuesto de
responsabilidad objetiva, ya que no es menester probar negligencia ni tampoco se admite
como causa de exoneración la falta de culpa.
Con la expresión "fiero" el Código ha querido aludir a los animales bravíos o salvajes, según la
conceptualización del art. 608, es decir, a aquellos que viven naturalmente libres e
independientes del hombre, "como las fieras y los peces". No se aplica la norma a los animales
domésticos ni a los domesticados.
La Ley del Tránsito Nº 18.290, de 1984, se ha preocupado de establecer una norma especial de
responsabilidad civil por los daños que pueden ocasionar los vehículos motorizados, e imputa
objetivamente esa responsabilidad al titular del dominio del vehículo.
Se trata de un caso de responsabilidad objetiva (del propietario) que se edifica sobre una
responsabilidad por culpa (del conductor). Por ser responsabilidad objetiva, "no es necesario
acreditar culpabilidad personal del dueño en relación con el daño provocado por el vehículo de
su dominio" (C. P. Aguirre Cerda, 19 de julio de 1999, RDJ, t. XCVI, sec. 2ª, p. 66).
Pero la responsabilidad solidaria (objetiva) del titular del dominio no excluye, sino que viene a
superponerse al régimen común de responsabilidad, por lo que procede la aplicación de los
criterios de responsabilidad por el hecho ajeno contemplados en los arts. 2320 y 2322 del
Código Civil. Así lo ha señalado la jurisprudencia, que ha entendido que la obligación del
propietario del vehículo se encuentra reglamentada no sólo por el art. 2320, sino por la norma
de la Ley del Tránsito, siendo ésta una disposición sustantiva y de aplicación general. La Corte
Suprema ha establecido, por otro lado, que la norma no establece una responsabilidad
subsidiaria, sino solidaria, y que por ello no obsta el retiro de la demanda presentada contra el
conductor (C. Sup., 21 de septiembre de 1983, RDJ, t. LXXX, sec. 1ª, p. 88).
La responsabilidad se conecta a la propiedad del vehículo. De allí que una de las alegaciones
que suele hacer el demandado para exonerarse es la de que no es el dueño actual del vehículo.
Para tales efectos, debe tenerse en cuenta que, según el art. 38 de la Ley Nº 18.290, se
presume propietario de un vehículo motorizado la persona a cuyo nombre figure inscrito en el
Registro, salvo prueba en contrario. La jurisprudencia ha debido resolver ciertos casos en los
que se pretendía desvirtuar esta presunción simplemente legal. Un fallo confirmado por la
Corte de Antofagasta ha resuelto que no resulta suficiente como prueba en contrario un
contrato de compraventa que consta de un instrumento privado que no fue autorizado por el
notario por falta de pago de los impuestos que gravaban la transferencia: "... toda vez que
existen en el proceso otros antecedentes que prueban que, pese a la existencia del contrato, el
demandado ejecutó actos demostrativos de su ánimo de señor y dueño sobre el vehículo, aún
después del accidente..." (Juzgado de Antofagasta, 24 de julio de 1986; C. Antofagasta, 29 de
abril de 1987, RDJ, t. LXXXIV, sec. 2ª, p. 80). Del mismo modo, se ha hecho primar la presunción
registral por sobre las reglas de los regímenes matrimoniales y, en especial, sobre las de la
sociedad conyugal. Se ha dicho que no basta para destruir la presunción la presentación de un
certificado de matrimonio de la mujer que aparece como dueña en el registro, ya que éste "...
sólo prueba que está casada bajo el régimen de sociedad conyugal, pero no acredita por sí
mismo que el vehículo es un bien social" (C. Sup., 12 de mayo de 1983, RDJ, t. LXXX, sec. 1ª, p.
32). Consideró, además, la Corte Suprema que como el vehículo era explotado como taxi en
último caso se aplicaba a la mujer el art. 150 del Código Civil por disposición del art. 11 del
Código de Comercio, debiendo considerársela separada de bienes respecto de esa actividad y
por ello propietaria del vehículo.338
La causal de exoneración prevista por la norma consiste en que el vehículo haya sido tomado
sin conocimiento o autorización expresa o tácita del propietario. Se trata de un supuesto de
hurto de uso. La cuestión puede ser compleja de acreditar. En general, la jurisprudencia ha sido
estricta en la apreciación de esta causal, estimando que el propietario debe responder incluso
si el conductor no ha devuelto el vehículo en el lugar, día y hora convenidos (C. Sup., 22 de
noviembre de 1976, RDJ, t. LXXIII, sec. 4ª, p. 234). Se ha juzgado que la sola prueba de que el
dueño se encontraba en el extranjero a la fecha de los hechos no lo exime de responsabilidad,
por cuanto su ausencia no excluye su autorización en el uso del vehículo (C. Sup., 26 de enero
de 1994, F. del M. Nº 422, p. 8).
Aunque no es reconocido expresamente por el texto de la ley, se deduce que también debiera
exonerarse el propietario cuando haya cedido el uso y goce del vehículo a un tercero, que
asume su explotación (cesión abdicativa). Un fallo de la Corte de Apelaciones de Rancagua
parece inspirarse en este criterio, pues ha establecido que el dueño no es responsable si ha
entregado el vehículo a un tercero que se obliga a repararlo, y éste provoca el daño mientras lo
conducía sin que hubiera necesidad de ello (C. Rgua., 18 de marzo de 1988, RDJ, t. LXXXIII, sec.
4ª, p. 36). La Corte restringe el concepto de autorización para excluir de responsabilidad al
propietario: "... este acto no tiene el alcance de la autorización tácita o expresa de que habla el
art. 65 de la Ley Nº 15.231 vigente al tiempo de los hechos. En efecto, dentro del contexto de
esa disposición tal consentimiento constituye un acto de mera liberalidad por parte del dueño
y por lo mismo es lógico que se le haga solidariamente responsable de lo que pueda ocurrir
como consecuencia del manejo que el tercero haga del vehículo. Por el contrario, el entregarlo
a un mecánico para ser reparado supone un contrato de prestación de servicios -o cualquiera
otro innominado- en cuya virtud aquél se compromete a repararlo y el dueño del automóvil a
pagar una suma determinada por el trabajo. Ahora bien, entregar el vehículo mediando dicho
contrato implica, a juicio de esta Corte, traspasar la responsabilidad del cuidado de éste al
mecánico que se obliga a repararlo, extendiéndose esta responsabilidad a lo que puede ocurrir
si es necesario poner en movimiento el coche para verificar si el trabajo efectuado ha tenido
éxito".
La indemnización tiene límites que establece el mismo Código (arts. 158, 159 y 160), pero se
permite demandar por sobre ellos probándose dolo o culpa (art. 172).
También se regula la responsabilidad en caso de abordaje (colisión entre dos o más aeronaves
en vuelo). Si se producen daños a terceros en la superficie, los explotadores de las naves
responden solidariamente de los daños, dentro de los límites establecidos (art. 166).
El Código hace responder al explotador de la aeronave entendiendo por tal a la persona que la
utiliza por cuenta propia y conservando su dirección técnica. Se presume que el propietario es
el explotador (art. 99). Cuando existe dualidad entre explotador y propietario, este último es
solidariamente responsable de cualquier daño que la aeronave produzca, salvo que el acto o
contrato por medio del cual se cede su explotación sea inscrito en el Registro Nacional de
Aeronaves (art. 100). También hay responsabilidad solidaria entre el explotador y el
transportador, si se trata de personas diferentes (art. 174, inc. 2º). Si el daño fue causado por la
aeronave mientras era usada por persona distinta del explotador, ambos responden
solidariamente; pero el explotador en tal caso puede eximirse probando que "adoptó todas las
medidas necesarias para evitar el uso de la aeronave, o que le fue imposible hacerlo" (art.
157).
La responsabilidad regulada por esta ley especial tiene un plazo de prescripción breve: un año
contado desde el día de los hechos (art. 175).
La Ley Nº 19.300, sobre Bases Generales del Medio Ambiente, de 9 de marzo de 1994,
establece un régimen general de responsabilidad en caso de producirse daños al medio
ambiente. La ley conceptualiza el daño ambiental como "toda pérdida, disminución,
detrimento o menoscabo significativo inferido al medio ambiente o a uno o más de sus
componentes" (art. 2º, letra e).
El sistema de responsabilidad por el que optó la ley es el subjetivo, fundado en el dolo o culpa
del demandado. Así lo establece el art. 3º, que dispone que "todo el que culposa o
dolosamente cause daño al medio ambiente, estará obligado a repararlo materialmente, a su
costo, si ello fuere posible, e indemnizarlo en conformidad a la ley". Lo mismo reitera el art. 51.
No obstante, la misma ley establece una presunción de responsabilidad (culpa) en caso de
acreditarse infracción a normas de calidad ambiental, normas de emisiones, planes de
prevención o descontaminación o normas sobre protección, preservación o conservación
ambientales, establecidas en leyes o reglamentos, siempre que se acredite relación de causa a
efecto entre la infracción y el daño producido (art. 52).
En presencia de daño ambiental causado por dolo o culpa, la ley otorga dos acciones: la "acción
indemnizatoria ordinaria", que tiene por objeto reparar el perjuicio causado a la persona
directamente afectada, y la "acción ambiental" o de restauración, que tiene por objeto reparar
materialmente el medio afectado, en tanto ello fuere posible.
Es competente el juez de letras en lo civil del lugar en que se origine el hecho que causa el
daño, o el del domicilio del afectado, a elección de este último (art. 60). Se aplica el
procedimiento sumario, con algunas normas especiales relativas a la prueba pericial (art. 61).
Todo este sistema es considerado el régimen general, sobre el cual deben aplicarse con
preferencia las regulaciones establecidas en leyes especiales. Asimismo, en lo no previsto en la
Ley de Bases Generales del Medio Ambiente recupera vigencia el título XXXV del libro IV del
Código Civil (art. 51).
Entre las regulaciones especiales que establecen responsabilidad objetiva por daño al medio
ambiente, y que deben aplicarse con preferencia al sistema subjetivo de la Ley de Bases, se
encuentran los regímenes de responsabilidad por daños nucleares y por derrame al mar de
hidrocarburos.
La Ley Nº 18.302, de 2 de mayo de 1984, Ley de Seguridad Nuclear, establece en sus arts. 49 y
siguientes un esquema objetivo de responsabilidad. La responsabilidad compete al que tenga
la calidad de explotador de una instalación, planta, centro, laboratorio o establecimiento
nuclear, lo que consta en la licencia o autorización dada por la Comisión de Energía Nuclear
(art. 50). Si son varios los explotadores responsables, y no puede precisarse la parte que
compete a cada uno, serán solidariamente responsables (art. 53). La responsabilidad se
impone también a los que transportan sustancias nucleares y a los que manipulan desechos
radiactivos, y si son varios, se aplica igualmente responsabilidad solidaria (art. 54).
La responsabilidad es objetiva (art. 49), por lo que el explotador responde incluso del caso
fortuito y de la fuerza mayor (art. 56). Pero se reconocen como causas de exoneración el
conflicto armado exterior, insurrección o guerra civil, si el accidente nuclear se debe a ellas (art.
56).
La responsabilidad tiene un límite: por cada accidente nuclear el explotador responderá hasta
un máximo de 75 millones de dólares estadounidenses (art. 60). Además, se establece la
obligación de todo explotador de caucionar su responsabilidad mediante la contratación de
seguros o la constitución de garantías, por el límite máximo (arts. 62 y ss.).
La acción para reclamar por el daño nuclear prescribe en el plazo de 10 años, el que se cuenta
desde la fecha en que ocurre o se denuncia por un inspector el accidente nuclear. Pero se
admite que el demandante pueda modificar su demanda en razón de la agravación del daño
sufrido, hasta el momento de dictarse sentencia definitiva de segunda instancia (art. 66).
Sobre la misma materia, puede verse también el art. IV de la Convención de Viena sobre
Responsabilidad Civil por Daño Nuclear, de 21 de mayo de l963, publicada en D. Oficial del 8 de
marzo de l990, y el art. 9º de la Convención sobre Seguridad Nuclear de Viena, de 20 de
septiembre de 1994, publicada en el Diario Oficial de 3 de junio de 1997.
Se dispone que para tales casos se aplicará el Convenio Internacional sobre Responsabilidad
Civil por Daños causados por la Contaminación de las Aguas del Mar por Hidrocarburos, de 29
de noviembre de 1969, aprobado por el D.L. 1.808, de l977, y promulgado por D.S. 475, de 12
de agosto de 1977, con las normas complementarias que establece el art. 144 del D.L. 2.222.
Entre ellas está la responsabilidad solidaria en caso de pluralidad de naves responsables de los
derrames o descargas (art. 144.1). Se reconocen como causas de exoneración la prueba de que
los daños se debieron exclusivamente a acto de guerra, hostilidades, guerra civil o insurrección,
o un fenómeno natural de carácter excepcional, inevitable e irresistible, o bien a una acción u
omisión dolosa o culpable de un tercero extraño al dueño, armador u operador (art. 144.2).
Este derecho optativo, salvo en lo que concierne a la devolución del precio, puede ejercerse
contra el fabricante o importador únicamente en caso de ausencia del vendedor por quiebra,
término de giro u otra circunstancia semejante (art. 21). Respecto de la reparación de los daños
extrínsecos, la ley sólo expresa que el derecho optativo se entiende "sin perjuicio de la
indemnización por los daños ocasionados" (art. 20, inc. 1º). Y agrega que el fabricante o
importador debe soportar los costos de las indemnizaciones que los proveedores hayan debido
pagar en virtud de sentencia condenatoria, "siempre que el defecto que dio lugar a una u otra
les fuere imputable" (art. 22), lo que parece indicar exigencia de acreditación de culpa
subjetiva.
Un régimen más claro de responsabilidad por culpa presunta establece la ley respecto de
productos o servicios declarados oficialmente como peligrosos. En tal caso se establece que los
daños o perjuicios que de su consumo provengan serán de cargo solidariamente del productor,
importador y primer distribuidor o del prestador del servicio en su caso (art. 47.1). Pero se
permite la exoneración cuando se acredite que se cumplieron las medidas de prevención legal
o reglamentarias establecidas y los demás cuidados y diligencias que exija la naturaleza de los
productos o servicios (art. 47.2).
Este régimen especial está contenido en los arts. 18 y 19 del D.F.L. Nº 458, de 1975, según los
cuales son responsables el propietario primer vendedor, el proyectista, los constructores y los
proveedores, fabricantes o subcontratistas.
El procedimiento es el que corresponde al juicio sumario, pero las partes pueden someter las
controversias a la resolución de un árbitro mixto, aunque nombrado por el juez civil (art. 19).
La responsabilidad prevista en este cuerpo legal prescribe en cinco años contados desde la
fecha de recepción definitiva de la obra por la Dirección de Obras Municipales (art. 18, inc.
final).
Los medios de comunicación social pueden ocasionar daños a las personas, sobre todo al
lesionar derechos tales como el honor, la intimidad o vida privada y la imagen. Entre nosotros
no existe una regulación orgánica que considere la responsabilidad civil de este tipo de
empresas, pero deben tenerse en cuenta algunos preceptos.
Por de pronto, la misma Constitución -después de disponer que la infracción del derecho al
respeto a la vida privada y pública y a la honra de la persona y su familia, cometida a través de
un medio de comunicación social con ciertas condiciones que ella precisa, será constitutiva de
delito y tendrá la sanción que determine la ley-, agrega: "Además, los propietarios, editores,
directores y administradores del medio de comunicación social respectivo serán solidariamente
responsables de las indemnizaciones que procedan" (art. 19, Nº 4 inc. 2º Const.).
El texto constitucional debe complementarse con la regulación que establece la Ley Nº 19.733,
de 4 de junio de 2001, sobre Libertad de Opinión e Información y Ejercicio del Periodismo, y
que sustituyó a la anterior Ley Nº 16.643, sobre Abusos de Publicidad.
Los delitos que pueden cometerse a través de las empresas periodísticas son los de injuria y
calumnia contemplados en los arts. 413, 418.1 y 419 del Código Penal, con penas pecuniarias
agravadas (art. 29 Ley Nº 19.733) y los de intromisión indebida en la vida privada previstos en
los arts. 161-A y 161-B del Código Penal (art. 39 Ley Nº 19.733).
La acción civil para obtener las reparaciones de perjuicios se rige en principio por las reglas
generales del derecho común, esto es, del Código Civil (art. 40.1 Ley Nº 19.733). Se hace
excepción, sin embargo, a lo que previene el art. 2331, y se reconoce que puede obtenerse
reparación del daño emergente, del lucro cesante y del daño moral (art. 40.2 Ley Nº 19.733).
En materia de autoría, la ley considera como coautor al director del medio (no al propietario) o
al que lo reemplace legalmente (art. 39.2 Ley Nº 19.733). No se trata, empero, de una
responsabilidad objetiva, sino simplemente por culpa presunta, ya que se permite al director o
su reemplazante legal el probar que no obró con negligencia: "salvo que se acredite que no
hubo negligencia de su parte" (art. 39.2 Ley Nº 19.733).
Cabe preguntarse, sin embargo, si esta norma que limita la responsabilidad a los directores no
debe considerarse inconstitucional, ya que la Constitución dispone perentoriamente que
"Además, los propietarios, editores, directores y administradores del medio de comunicación
social respectivo serán solidariamente responsables de las indemnizaciones que procedan"
(art. 19 Nº 4, inc. 2º). Si se mantiene que los preceptos de la Constitución tienen aplicación
directa, podría considerarse ampliada la responsabilidad civil respecto de los demás sujetos
mencionados por la norma.
La Ley Nº 19.628, sobre protección a la vida privada, estableció un estatuto para la protección
de los derechos de las personas frente a la actividad de tratamiento de datos o información de
carácter personal. La regla general es que se requiere el consentimiento de la persona a la que
se refiere una información (a la que la ley llama titular de los datos) para que ésta sea
manejada, almacenada y comunicada por otras personas. No es necesario el consentimiento
cuando la ley lo autorice en ciertos casos o cuando los responsables de registros o bancos de
datos obtengan la información personal de "fuentes accesibles al público", esto es, de registros
o recopilaciones de datos de acceso no restringido o reservado a los solicitantes. No es
necesario tampoco el consentimiento para el tratamiento de datos de carácter comercial o
económico cuando éstos consten de los instrumentos que se determinan en la ley o en decreto
supremo especial, siempre que se ajusten a los períodos de tiempo establecidos en la ley (si la
obligación ha sido pagada hasta ese momento, y en caso contrario hasta por cinco años desde
su exigibilidad: art. 18 Ley Nº 19.628, reformado por la Ley Nº 19.812, de 2002).
Junto con establecer variados derechos para las personas en relación con los bancos de datos
(de acceso, de cancelación, de modificación, de bloqueo), la ley contempla también una
regulación sobre la responsabilidad que puede recaer en quienes mantienen registros o bancos
de datos de carácter personal. El art. 23 señala que la persona natural o jurídica privada o el
organismo público responsable del banco de datos debe indemnizar los daños que causare por
el tratamiento indebido de los datos, sin perjuicio de proceder a eliminar, modificar o bloquear
los datos de acuerdo a lo requerido o, en su caso, lo ordenado por el tribunal.
3. Perjuicios indemnizables
El art. 23 de la Ley Nº 19.628 dispone que la reparación puede comprender tanto los perjuicios
patrimoniales como los morales: "deberá indemnizar el daño patrimonial o moral". Para fijar el
monto de la indemnización, el juez debe considerar las circunstancias del caso y "la gravedad
de los hechos" (art. 23.3 Ley Nº 19.628). Se observa aquí la función punitiva que, aun en
nuestro régimen, sigue manteniéndose, si bien en forma soterrada.
Si la responsabilidad surge por una conducta infraccional que no es de las señaladas en el art.
16 (y en el art. 19 que se remite a él), según el art. 23.2 de la Ley Nº 19.628, debe aplicarse
para el establecimiento de la infracción y para la indemnización de perjuicios el procedimiento
sumario.
Actualmente, sin embargo, no siempre suelen darse ambas características puras, y así hay
quien considera que un técnico que ha seguido estudios y que desarrolla una actividad
independiente bajo propio riesgo (como un plomero y un electricista) es también profesional,
aunque su oficio sea predominantemente manual. Por otro lado, muchos profesionales
liberales son hoy día dependientes de empresas o del Estado.
A nuestro parecer, la profesión liberal debe seguir siendo caracterizada por la intelectualidad
(predominante) y la liberalidad (falta de dependencia). Es cierto que un profesional liberal
puede contratarse como asalariado o como funcionario público, pero en tal caso su estatuto
será el que rige para los trabajadores dependientes o para el personal de la Administración del
Estado.
De esta manera, el Código Civil distingue dos tipos de profesiones liberales. La primera consiste
en la realización de obras inmateriales o en que predomina la inteligencia sobre la obra de
mano, ya se trate de un servicio puntual (como la corrección de un impreso) (art. 2006), ya se
trate de una larga serie de actos (como un profesor particular) (art. 2007), y que se regulan
como un contrato de arrendamiento de servicios (arts. 2006 y ss.). La segunda clase de
profesión liberal corresponde a las "profesiones y carreras que suponen largos estudios, o a
que está unida la facultad de representar y obligar a otra persona respecto de terceros" (art.
2118). Los servicios de estas profesiones son regulados por las reglas del contrato de mandato
y, supletoriamente, por las del contrato de arrendamiento de servicios inmateriales (arts. 2118
y 2012).
Concretamente, se aplicará la norma del art. 1999, al que se remite el art. 2006, y que
expresamente dispone: "Habrá lugar a reclamación de perjuicios, según las reglas generales de
los contratos, siempre que por una o por otra parte no se haya ejecutado lo convenido o se
haya retardado su ejecución" (art. 1999). Esta misma norma rige para las profesiones que se
regulan por las reglas del mandato, con las graduaciones de responsabilidad que establece el
art. 2129.
Habrá también supuestos de responsabilidad precontractual, como el que regula el art. 2125,
que obliga a las personas que por su profesión se encargan de negocios ajenos y que se
excusen de asumir un encargo que les fuere ofrecido, a tomar todas las providencias
conservativas urgentes. El incumplimiento de esta obligación precontractual dará lugar a la
correspondiente acción de perjuicios.
Por último, habrá casos en los que la responsabilidad profesional deba ser considerada
extracontractual o, al menos, no derivada de contrato. Es lo que sucede cuando el deber de
actuación profesional proviene de un imperativo legal, como por ejemplo cuando el Estado
nombra a un abogado de turno para representar a quien no puede procurárselo por sí mismo,
o cuando un profesional presta sus servicios no en calidad de tal, sino como amigo, por caridad
o espíritu de beneficencia. También habrá responsabilidad extracontractual (según la posición
que se asuma respecto al derecho común en materia de responsabilidad) cuando la gestión
profesional se realice sin el consentimiento del interesado y se den los supuestos de la agencia
oficiosa. Interpretando extensivamente el art. 2122 debe estimarse que si el profesional
ejecuta un contrato inválido o se excede del campo de las atribuciones que le han sido
otorgadas por el cliente, responde como agente oficioso. Por otra parte, todos los daños que el
profesional cause a terceros en ejecución del contrato se regirán evidentemente por la
responsabilidad extracontractual, ya que para ellos el contrato no les resulta oponible.
Existen profesiones para las cuales la ley puede regular un régimen particular de
responsabilidad. Es lo que hace el Código Civil respecto de los arquitectos (art. 2004), y la Ley
General de Urbanismo y Construcciones para los proyectistas y otros profesionales de la
construcción (art. 18).
Han resultado excluidos los profesionales liberales de la responsabilidad que se regula por la
Ley Nº 19.496 sobre Protección de Derechos de los Consumidores, ya que tales profesionales
no ejecutan actos de comercio y no se da el requisito del art. 2º de dicha ley de que se trate de
un acto mixto: mercantil para el proveedor y civil para el consumidor.
¿Cómo se responde si uno de los miembros del grupo o socio causa el daño por su desempeño
profesional? En Francia, por la ley de sociedades civiles profesionales de 1966, cada asociado
es responsable de sus actos, pero, al mismo tiempo, la sociedad también resulta responsable.
Se sostiene que como la sociedad es quien es parte del contrato, ella también debe responder.
Esta solución parece razonable, aunque nos asalta la duda sobre el fundamento de la
responsabilidad del profesional individual, ya que él como persona no ha sido parte del
contrato de prestación de servicios. Es posible que este sea un supuesto de responsabilidad
extracontractual, de modo que la sociedad (y todos los socios) responderán en virtud del
contrato y el socio que causó el daño podrá ser demandado con fundamento en la
responsabilidad extracontractual. Nuevamente debe decirse que las sociedades profesionales
no responden por la Ley Nº 19.496 de Protección al Consumidor, ya que, a pesar de que en la
historia de la ley algunos parlamentarios pensaron que quedaron incluidas, el texto del art. 2º
les hace inaplicable la ley al no ejecutar dichas sociedades actos mercantiles.
Para los grupos no constituidos como sociedad, la respuesta debe ser distinta. El contrato de
prestación de servicios se habrá otorgado entre el cliente y el miembro que causó el daño, de
manera que sólo él será responsable de su deficiente desempeño profesional, y no el resto de
los profesionales que integran la comunidad.
Yzquierdo Tolsada sostiene en cambio que la responsabilidad tanto en los grupos de hecho
como en las sociedades, debe ser individual, pues, aunque para la víctima es beneficioso poder
demandar a la sociedad, esta regla puede ocasionar una relajación de los profesionales
individuales que se verán descargados del riesgo de un comportamiento negligente.
Es claro que hay diferencias relevantes entre estimar si la acción del paciente es por
responsabilidad contractual o extracontractual, en términos de cláusulas de exención de
responsabilidad, de determinación de los perjuicios, de plazos de prescripción, etc. La cuestión
más relevante, sin embargo, es el problema de la carga de la prueba sobre la negligencia
médica. En el régimen de la responsabilidad extracontractual, la negligencia debe ser probada
por la víctima. En la responsabilidad contractual puede pensarse en aplicar la norma del art.
1547 y estimar que la culpa se estima producida por el incumplimiento médico, debiendo el
profesional demostrar que procedió de acuerdo a las reglas de su arte. Para evitar esta
conclusión se ha forjado en la doctrina francesa la distinción entre obligaciones de medio y de
resultado. De esta manera, el médico sólo se obligaría a poner los medios terapéuticos
aconsejados pero no garantizaría la salud o recuperación del enfermo. En tal sentido, la culpa
-es decir, que no se pusieron los medios correctos- debe probarla la víctima. En Chile se discute
si nuestra legislación acepta la distinción. A nuestro juicio, el art. 1546 al relativizar el deber
contractual a la naturaleza de la obligación asumida permite concluir que ciertas obligaciones
médicas son de actuación; es decir, de actuar diligentemente conforme a los conocimientos y
habilidades de su profesión. Pero ello no significa que aquí no se aplique la regla del art. 1547,
sino únicamente que debe probarse el incumplimiento mediante la acreditación de la
negligencia. La sola falta del resultado esperado: la salud recuperada, no basta para estimar
incumplido el contrato.
No siempre las obligaciones médicas son de actuación o de medios. Así, por ejemplo, las
intervenciones de cirugía plástica pueden ser concebidas como resultado en cuanto el médico
ha prometido lograr una determinada reparación estética. Lo mismo puede predicarse de la
hemoterapia, la radiología, la anatomopatología y los análisis bioquímicos, en que lo
contratado es un determinado resultado o fin.
c) El equipo médico
Surge la pregunta sobre la responsabilidad que incumbe al equipo médico que interviene en
una determinada operación. Parece claro que el personal auxiliar que se subordina (sea por
contrato directo o por contrato con el centro hospitalario) al médico que ejerce de jefe,
compromete a éste bajo responsabilidad indirecta por el hecho del dependiente, sea en virtud
del art. 1679 o 2320, según exista o no relación contractual entre el médico-jefe y el paciente.
La responsabilidad que corresponde a los otros médicos que colaboran en la intervención sin
tener un vínculo de dependencia del médico-jefe, puede ser concebida en dos formas:
individualmente considerada, es decir, cada médico responde sólo por sus actos;
colectivamente considerada, esto es, por el acto dañoso de uno responden todos. En este
segundo caso, la responsabilidad colectiva puede ser simplemente conjunta (el monto de la
indemnización se reparte entre las partes) o solidaria: cualquiera de ellos puede ser
demandado por el total. A nuestro juicio, si la responsabilidad es contractual podría estimarse
que se trata de una obligación indivisible y que procede aplicar el art. 1526 Nº 3. En cambio,
parece complejo aplicar al mismo supuesto la norma del art. 2317 para la responsabilidad
extracontractual, salvo que el hecho negligente haya sido de autoría de todo el equipo. Otra
cosa es que pueda predicarse respecto del médico que interviene como jefe del equipo una
culpa propia fundada en la elección inadecuada de un profesional asistente (culpa in eligendo)
o en la falta de supervisión de los actos de su colaborador (culpa in vigilando). Así, por ejemplo,
aunque el cirujano no puede responder por las negligencias que cometa el anestesista en lo
que son los conocimientos y destrezas propias de este último profesional, sí deberá hacerse
responsable por los daños causados por una deficiente supervisión, si permite al anestesista
retirarse temporalmente del quirófano.
Para que opere esta responsabilidad es necesario acreditar la culpa del directamente
responsable. Así lo establece la sentencia de la C. Stgo., de 28 de enero de 1993, G.J. Nº 151,
1993, p. 54: "establecido en este proceso que, por culpa de la pabellonera de la clínica, que
intervino en la operación del actor, se irrigó durante la intervención del paciente su vejiga con
una solución de cloruro de sodio, ? preciso es concluir que en la especie se encuentran
acreditados todos los presupuestos que hacen procedente la responsabilidad civil por el hecho
ajeno atribuida a la clínica demandada". Aunque formalmente la jurisprudencia parece
afrontar el tema con los criterios de la responsabilidad refleja del art. 2320, lo que en teoría
permite a la empresa hospitalaria el exonerarse si prueba que no habría podido evitar el hecho
con la diligencia debida, hay indicios de que en la práctica se está introduciendo -como en
otros ámbitos de responsabilidad del empresario- una objetivación de la responsabilidad, de
modo que la empresa hospitalaria, como cualquiera organización de prestación de servicios
debe responder directamente de los daños causados por una actuación deficiente. Se sostiene
que hoy se estaría transitando de un sistema de responsabilidad presunta por el hecho ajeno a
un sistema de responsabilidad vicaria, según el cual, acreditada una culpa en el agente directo
(que incluso no necesita ser individualizado), la empresa debe responder sin que quepa la
posibilidad de exoneración por haber desarrollado una diligencia debida.
El sistema público de prestaciones médicas recae en los Servicios de Salud, que son personas
públicas organizadas regionalmente y dotados de autonomía técnica, administrativa y
patrimonial (D.L. 2763, de 1979). Cuando se produce un daño a un paciente atendido por un
consultorio, clínica u hospital dependiente de alguno de estos servicios, se presenta el
problema de la responsabilidad del Estado en virtud de sus órganos o servicios. Si la prestación
se realiza en el sistema de libre elección de la Ley Nº 18.469, en el que el paciente elige el
médico o establecimiento sanitario, habrá responsabilidad contractual (o extracontractual si se
admite el cúmulo) entre las partes, y si la prestación se desarrolla en establecimientos
administrados por el Servicio de Salud, procederá también la responsabilidad de este servicio
estatal. La jurisprudencia en estos casos se mantiene adherida a la tesis de que corresponde
aplicar la responsabilidad indirecta del empresario por el hecho de sus dependientes, en
conformidad con el art. 2320, o incluso una responsabilidad directa en virtud del art. 2314.
Parte de la doctrina critica esta solución y sostiene la inadecuación de las normas civiles para
resolver estos problemas. Se piensa que la invocación de la falta de servicio regulada por el art.
42 de la Ley Nº 18.575 podría otorgar un fundamento mejor a las sentencias condenatorias de
los Servicios de Salud, o incluso la aplicación de una responsabilidad objetiva o por riesgo
basada directamente en preceptos constitucionales. Una consecuencia de esta opinión es que
no se aplicará a este tipo de responsabilidad la prescripción prevista en el art. 2332, y que, a
falta de un precepto de derecho público al respecto, debería sostenerse que la acción de la
víctima es imprescriptible. Tampoco sería procedente la solidaridad del art. 2317. Como vemos,
se trata de determinar cómo y bajo qué reglas deben responder el Estado y sus organismos,
materia que abordaremos al final de esta lección.
Por de pronto, nos resulta curioso que la legislación civil sea el derecho común para todos,
menos para el Estado, y nos parece que la consecuencia que se extrae sobre la prescriptibilidad
de la acción es atentatoria contra el principio de igualdad ante la ley: ¿por qué el paciente
atendido en un hospital privado tendría una acción que se extingue a los cuatro años y el que
sufre el mismo daño pero en un hospital público gozaría de una acción imprescriptible?
En un caso de mala práctica de un examen del virus VIH (Sida) que dio un falso positivo, la
Corte estimó que la responsabilidad -contractual- debía recaer en el laboratorio que practicó el
examen, y eximió al Fisco por entender que el Instituto de Salud Pública, que ratificó dicho
examen, operó sobre las muestras que le proporcionó el laboratorio (C. Stgo., 2 de marzo de
2000, G.J. Nº 257, p. 39, confirmando el fallo de primera instancia). Se ve que la Corte no aplicó
el criterio de la responsabilidad objetiva, sino el de la negligencia. En otro caso, la Corte
Suprema se ha negado a casar una sentencia de instancia que establece la responsabilidad de
un Servicio de Salud, ya que, si bien efectúa consideraciones sobre la responsabilidad del
Estado, lo hace a mayor abundamiento y no como razón decisoria, la que es, por el contrario,
haber acreditado negligencia de la demandada (C. Sup., 24 de enero de 2002, F. del M. Nº 497,
p. 370).
1. La regulación normativa
Se hace ver que a diferencia de lo que sucede en los supuestos de daños causados por la
Administración Pública, donde se impone al perjudicado que demande al Estado, el que
después podrá repetir contra el funcionario culpable, en el ámbito jurídico privado los
esfuerzos de doctrina y legislación parecen dirigirse a lograr que la afirmación de la
responsabilidad directa de la persona jurídica no suponga la negación de la posibilidad de
hacer valer la responsabilidad individual de los dirigentes de la sociedad. La diferencia puede
encontrarse en que el funcionario público no posee la solvencia que tiene la Administración,
mientras que en las sociedades puede darse muchas veces que la sociedad sea insolvente, pero
no sus directores.
Nuestra Ley sobre Sociedades Anónimas, Nº 18.046, de 22 de octubre de 1981, contiene una
regulación que está lejos de tener la claridad y sistematicidad que ameritaría un tema tan
neurálgico en el funcionamiento del mercado de capitales. Existe una fragmentariedad,
multiplicidad y ambigüedad de normas que obliga a hacer un esfuerzo interpretativo de vasto
alcance, y que por lo mismo difícilmente quedará libre de críticas.
Una primera cuestión que, creemos, debe tenerse en cuenta es que la regulación que ofrece la
Ley Nº 18.046 no es un sistema sectorial que se baste a sí mismo. Es un conjunto normativo
que aborda algunos puntos, pero que guarda silencio en otros. Este núcleo de normas
especiales se aplica a todos los daños que puede causar la actuación de un director o gerente
en su calidad de tal, independiente de quien lo haya sufrido: si es un tercero, un accionista o
socio, o la misma sociedad. En este sentido, estas disposiciones especiales no discriminan entre
si el daño es contractual (como podría serlo el daño causado a la sociedad) o extracontractual
(como con seguridad lo es cuando los perjudicados son los accionistas o los terceros).
Pero como estas normas no son autosuficientes, en los aspectos no regulados habrá que
buscar un sustento normativo recurriendo a las disposiciones generales, y, dado que éstas
distinguen entre responsabilidad contractual y extracontractual, habrá entonces que
diferenciar el régimen de la llamada acción social (si se pretende la reparación de daños
causados a la sociedad) y el de la llamada acción individual (si se persigue la reparación de los
perjuicios ocasionados a accionistas o terceros).
Los directores serán responsables si se acredita culpa o dolo en su actuación sea individual
(aunque en desempeño de sus funciones) o colectivamente, por acuerdos del directorio. Puede
tratarse de una acción o de una omisión.
En caso de que actúen culposa o dolosamente en un mismo hecho ilícito (por ejemplo, en la
adopción de un acuerdo), responden solidariamente (art. 41 Ley Nº 18.046). Para que proceda
la solidaridad, la culpa debe ser probada por el demandante. Cuando se trate de un acto o
acuerdo celebrado en sesión del directorio, la culpa será atribuible a todos los que concurren
en su realización. El art. 48 inc. 4º de la ley dispone que "el director que quiera salvar su
responsabilidad por algún acto o acuerdo del directorio, deberá hacer constar en el acta su
oposición", de modo que en estos casos la única forma de liberarse de la solidaridad por la
actuación colectiva negligente será mediante una prueba preconstituida: la oposición
expresada en el acta. Si el director se abstiene o no salva su responsabilidad, habrá culpa y
responsabilidad solidaria (la ley entiende que es coautor del hecho ilícito). Pensamos, en
cambio, que si el director no asistió a la sesión donde se cometió el ilícito, no puede
considerársele coautor ni solidariamente responsable, pero bien podría incurrir en culpa propia
si su ausencia no es justificable.
Lo anterior se confirma con lo dispuesto en el inciso tercero del mismo precepto, que aclara
que ni la aprobación de la memoria o balance ni la aprobación específica de ciertos negocios,
exonera a los directores de responsabilidad, "cuando se hubieren celebrado o ejecutado con
culpa leve, grave o dolo".
Esta misma responsabilidad se impone a los gerentes, a las personas que hagan sus veces y a
los ejecutivos principales, "en lo que sean compatibles con las responsabilidades propias del
cargo o función" (art. 50 Ley Nº 18.046). En el caso de los gerentes, responden también como
coautores del acuerdo ilícito, aun cuando sólo tengan derecho a voz en las reuniones del
directorio, salvo que dejen constancia en el acta de su posición contraria (art. 49 inc. 2º Ley Nº
18.046).
En varias ocasiones la ley presume la culpa de los directores, de manera que el perjudicado es
eximido de la carga de probar la falta de diligencia para reclamar la reparación de los daños.
iii) Si la sociedad ocultare sus bienes, reconociere deudas supuestas o simulare enajenaciones
(art. 45 Nº 3 Ley Nº 18.046);
iv) Si los directores se benefician en forma indebida, directamente o a través de otra persona
natural o jurídica de un negocio social que, a su vez, irrogue perjuicio a la sociedad (art. 45 inc.
final Ley Nº 18.046);
Aunque no están formuladas a manera de presunción, parece que además deben asimilarse a
ellas los siguientes casos:
Estas presunciones de culpa son aplicables, en su caso, también a los gerentes, a las personas
que hagan sus veces y a los ejecutivos principales (art. 50 Ley Nº 18.046). La presunción del art.
106 resulta aplicable en cambio sólo a los directores y gerentes.
Estas presunciones de culpa generan una responsabilidad solidaria para todos los directores
(arts. 45 inc. 1º y 106). Por excepción, la solidaridad se restringe a los directores que hayan
cometido la infracción en caso de omisión de información (art. 46 inc. 2º Ley Nº 18.046) y a los
que concurrieron al acuerdo de repartición de dividendos habiendo pérdidas acumuladas (art.
45 Nº 2 Ley Nº 18.046).
Es doctrina común entre los comentaristas que se trata de presunciones simplemente legales,
por lo que procedería la prueba en contrario, es decir, de la diligencia. Pero hay casos en los
que esto no es posible. Por ejemplo, si se reparten dividendos habiendo pérdidas acumuladas
hay responsabilidad sin que sea admisible que los directores aleguen que al hacerlo no violaron
los deberes de cuidado que les eran exigibles. La violación de dichos deberes está ya incluida
en la presunción. La única excusa admitida es no haber concurrido con el voto al acuerdo (art.
45 Nº 2 Ley Nº 18.046). Si no se entrega la información exigida, será difícil que se pruebe en
contra de la presunción, ya que siempre podrá imputárseles responsabilidad por omisión o
falta de vigilancia (art. 45 inc. 2º Ley Nº 18.046).
Los supuestos de negociación incompatible regulados por el art. 44 tampoco admiten prueba
de la diligencia, por lo que pueden calificarse de responsabilidad sin culpa u objetiva: basta que
se haya celebrado el acto incompatible para que haya que indemnizar los perjuicios causados.
El supuesto de esa responsabilidad es que el acto sea calificado de incompatible según las
condiciones previstas en la norma. La Ley Nº 19.705, de 20 de diciembre de 2000, agregó a
este respecto una inversión de la carga de la prueba: en caso de demandarse los perjuicios,
corresponde al director demandado probar que el acto se ajustó a las condiciones de mercado
o que las condiciones de negociación reportaron beneficios a la sociedad. Esta inversión del
onus probandi no se aplica si la operación fue aprobada por la junta extraordinaria de
accionistas (art. 44 inc. final Ley Nº 18.046).
Los que sean considerados culpables de una infracción a alguna de las siguientes fuentes: la
Ley Nº 18.046, su reglamento, el estatuto social o las normas impartidas por la
Superintendencia, son responsables de los daños ocasionados a otro por dicha infracción, sin
perjuicio de las demás sanciones civiles, penales o administrativas que correspondan (art. 133
inc. 1º Ley Nº 18.046).
Los directores, gerentes y liquidadores que incurran en responsabilidad por infracción
normativa o estatutaria se obligan solidariamente al pago de todas las indemnizaciones civiles
(art. 133 inc. 3º Ley Nº 18.046). Se trata de una solidaridad por coautoría del hecho ilícito.
La responsabilidad que se asigna a los directores en este último caso tiene carácter objetivo, ya
que no es necesario probar culpa o dolo en el respectivo director. Basta acreditar la culpa de la
sociedad en la infracción y la relación de causalidad entre ésta y el daño. La única excusa
liberatoria que es admisible a los directores es que conste su falta de participación o su
oposición al hecho constitutivo de la infracción. La constancia de esta falta de participación o
de oposición deberá ser acreditada por el respectivo director o gerente.
La ley no ha cuidado de señalar cómo deben armonizarse estos tres grupos de normas.
Pensamos que la cuestión puede resolverse del siguiente modo:
iii) Si la responsabilidad emana de una infracción normativa, pero que contiene reglas
especiales de responsabilidad, deben aplicarse éstas con preferencia a las del art. 133. De esta
manera, las normas de presunción de culpa o responsabilidad objetiva previstas en los arts. 44,
45, 46 y 106 prevalecerán por sobre las reglas, tanto del art. 41 (no es necesario probar la
culpa) como del art. 133.
Queda por dilucidar, sin embargo, qué normas y criterios deben aplicarse en relación con
aspectos de la responsabilidad que no están regulados en la Ley Nº 18.046 en ninguno de los
tres bloques normativos que hemos caracterizado, como por ejemplo, la carga de la prueba de
la culpa (cuando no haya presunciones), la prescripción, la extensión de la reparación, la
legitimación procesal, la competencia judicial. Para ello se hace indispensable distinguir los
casos en los que la sociedad es quien ejerce la acción de responsabilidad (acción social) de
aquellos en los que los demandantes son los accionistas o terceros interesados (acción
individual).
3. La llamada acción social
a) Titulares
La acción subrogatoria está prevista en dos supuestos: en caso de infracción normativa (art.
133 bis, agregado por la Ley Nº 19.705, de 2000) y en el evento de actos o contratos en los que
un director tiene interés celebrados por la sociedad sin las exigencias de ser aprobados por el
directorio y ajustarse a condiciones de equidad similares a las de mercado (art. 44 Ley Nº
18.046).
La acción subrogatoria en caso de negociación incompatible puede ser ejercida por cualquier
accionista o por un tercero interesado, pero se limita a pedir al director involucrado el
reembolso de una suma equivalente a los beneficios que a él, a sus parientes o a sus
representados les hubieran reportado dichas negociaciones (art. 44 inc. 15 Ley Nº 18.046). Se
trata, por tanto, de una indemnización tasada legalmente.
La acción subrogatoria por infracción normativa puede ser ejercida por uno o más accionistas
que representen a lo menos el 5% de las acciones emitidas o por cualquiera de los directores,
individualmente considerados. En este caso, el objeto de la acción es la reclamación de todos
los perjuicios que correspondieren a la sociedad. Los que ejercen la acción actúan "en nombre
y beneficio de la sociedad" (art. 133 bis Ley Nº 18.046). Sin embargo, la ley les permite
apropiarse de las costas a que sean condenados los vencidos. En cambio, si son los
demandantes los condenados en costas, ellos deben soportar la pérdida sin que puedan
trasladarla a la sociedad.
Antes de la reforma de la Ley Nº 19.705, algún autor sostenía que podía construirse
analógicamente, sobre la base del art. 44, una acción indirecta o subrogatoria general en favor
de accionistas y terceros. Opinamos que el razonamiento no era aceptable atendido el parecer
común de la doctrina civil de que la subrogación necesita texto legal expreso. La reforma de la
Ley Nº 19.705 viene a respaldar la tesis de que la acción subrogatoria sólo procede en los
supuestos y con las condiciones previstas por la ley.
Es un hecho que la Ley Nº 18.046 descartó que entre la sociedad y sus directores existiera
contrato de mandato. De allí que algunos piensen que no puede hablarse de responsabilidad
contractual cuando los directores causan daño por faltar de alguna manera a sus funciones. Se
habla así de responsabilidad legal. Si seguimos esta línea de argumentación, y sostenemos que
la responsabilidad en la que incurren los directores es la violación de sus deberes legales,
entonces se nos abren dos posibilidades según cual sea nuestra opinión sobre el derecho
común en materia de responsabilidad: para quienes afirman que el derecho común es la
responsabilidad contractual será claro que esta responsabilidad legal tendrá que ser regulada
por las normas que rigen los incumplimientos contractuales; en cambio, para quienes, como
nosotros, estiman que el derecho común en la materia está representado por las normas del
título XXXV del libro IV del Código Civil, esta responsabilidad legal debe asimilarse a la
responsabilidad por delito o cuasidelito.
Pero hay quienes piensan que la relación entre sociedad y directores individualmente
considerados, si bien ya no de mandato, sigue siendo contractual por una especie de contrato
innominado de prestación de servicios. Si esto es así, es evidente que el incumplimiento de sus
deberes producirá directamente responsabilidad contractual.
En nuestro parecer, no resulta razonable pensar que el vínculo entre sociedad y directores
(individualmente considerados) sea de génesis legal. Una cosa es advertir que la ley regule
detalladamente la figura y deberes del director, y otra muy diversa negar que existe la relación
negocial típica de los contratos entre la sociedad que designa (a través de la junta de
accionistas) y el director que acepta ejercer el cargo. Siendo así, como ya dijimos, la
responsabilidad por los daños causados a la sociedad por el incumplimiento de los deberes del
cargo de director es contractual.
Ello no puede discutirse respecto de los gerentes y personas que hagan sus veces, porque
respecto de éstos no hay duda de que existe vínculo contractual (contrato de trabajo,
arrendamiento de servicios o mandato).
Ahora bien, afirmada la responsabilidad contractual, debemos constatar que muchos de los
deberes de los directores y gerentes están recogidos expresamente por la ley. Si hemos
sostenido que la infracción de ley produce responsabilidad extracontractual, tendremos que
afirmar en este momento que en tales casos se producirá un concurso o cúmulo de
responsabilidades, el que, en nuestra opinión, permitiría elegir a la sociedad entre una u otra
acción.
a) Titulares
La acción individual puede ser ejercida tanto por los accionistas de la sociedad como por
terceros, en la medida en que reclamen la reparación del daño que personalmente han sufrido
por la actuación de un director o gerente de una sociedad que ha actuado en su calidad de tal.
Pueden plantearse dudas sobre la legitimación de los terceros para ejercer la acción individual
cuando el daño causado por el director no provenga de la infracción de algún deber específico
(caso en el que opera el art. 133, que contiene una legitimación amplia), sino de la falta de
cuidado ordinario que le es exigida por el art. 41 de la Ley Nº 18.046. En efecto, esta
disposición menciona sólo a la sociedad y a los accionistas como posibles demandantes.
Pensamos, sin embargo, que se trata solamente de una inadvertencia que debe ser suplida por
el intérprete invocando el espíritu de la legislación (no se divisa qué motivo justificatorio podría
tener la limitación) o, en último caso, la aplicación subsidiaria de las reglas generales de la
responsabilidad extracontractual que, como veremos a continuación, son las que cabe aplicar
en estos supuestos.
En este caso hay claridad de que no media vínculo contractual entre demandante y
demandado. Será necesario aplicar el régimen de la responsabilidad extracontractual. A la
misma conclusión debe arribarse en caso de que el daño se haya causado por la infracción de
un deber expresado en la ley, ya que la violación de obligaciones legales, en nuestro criterio,
produce responsabilidad aquiliana.
Las facetas en las que puede actuar el Estado y los órganos que lo integran son variadas. Para
efectos de la responsabilidad se suelen contemplar los campos de la actividad legislativa
(daños causados por la aprobación de una norma legal o de un tratado), de la actividad judicial
(daños causados por resoluciones o actuaciones judiciales consideradas indebidas o ilícitas) y,
finalmente, de la actividad de gobierno o por actos de la administración.
En nuestra Constitución existe un caso en el que se regula una forma de este tipo de
responsabilidad: el del Nº 7 letra i) del art. 19, que señala que una vez dictado sobreseimiento
definitivo o sentencia absolutoria, el que hubiese sido sometido a proceso En el nuevo proceso
penal, en el que no existe el auto de sometimiento a proceso, se entiende que el requisito se
cumple desde que se haya promovido respecto del afectado la persecución penal. o condenado
por resolución que la Corte Suprema declare injustificadamente errónea o arbitraria, tendrá
derecho a ser indemnizado por el Estado de los perjuicios patrimoniales o morales que haya
sufrido.
Según el art. 174, inc. 5º de la Ley 18.290, de 1984, Ley de Tránsito, "La Municipalidad
respectiva o el Fisco, en su caso, serán responsables civilmente de los daños que se causaren
con ocasión de un accidente que sea consecuencia del mal estado de las vías públicas o de su
señalización". La demanda deberá interponerse ante el juez de letras en lo civil y se tramita de
acuerdo con las normas del juicio sumario (art. 174, inc. 5º Ley Nº 18.290).
La norma parece establecer una responsabilidad sin culpa, ya que no permite la alegación de
una supuesta falta de negligencia en el mal estado de las vías públicas o de su señalización.
Aunque se ha sostenido que la base del precepto estriba en una presunción de falta de la
administración. Así lo ha entendido la jurisprudencia. Cfr. C. Sup., 13 de septiembre de 1999,
Ius Publicum Nº 6, 2001, pp. 187 y ss., caso en que la Corte sostuvo que la adecuación de la
señalización debía considerarse conforme a las circunstancias concretas de riesgo de la vía y
que un semáforo de cuatro tiempos era una señalización esperable y adecuada en el lugar del
caso sublite, porque su ausencia implicaba la responsabilidad de la Municipalidad por falta de
servicio; en otro caso la falta de señalización de una obra que obstaculizaba el tránsito obliga a
la Municipalidad a indemnizar los daños causados por la muerte de un ciclista que chocó
contra ella: C. Sup., 29 de enero de 2002, F. del M. Nº 498, p. 660.
Se ha fallado que la responsabilidad descrita por el art. 102 de la Ley 18.290, que hace
responsable a quien ejecuta trabajos en la vía pública, "no excluye en absoluto la que recae
sobre entes de orden público como las Municipalidades, por el deber ineludible de vigilancia y
salvaguarda de las vías de tránsito público en zonas urbanas, para cuyo expedito cometido se
las ha dotado de facultades y atribuciones especiales. En la especie, es evidente que medió
falta de vigilancia oportuna de los inspectores municipales respecto del funcionamiento y
estado de las señalizaciones de peligro, que equivale a falta de servicio, ? ya que sólo después
de ocurrido el accidente se cursó el parte correspondiente [por el Juez de Policía Local] en que
expresamente se dejó constancia de no respetarse la señalización exigida, con peligro de
accidente" (3er Juzgado Civil de Stgo. en sentencia confirmada por C. Sup., 4 de noviembre de
1993, F. del M. Nº 420, p. 955).
La responsabilidad del art. 174 no cubre sólo a los vehículos motorizados, sino que también se
aplica a los daños causados a los peatones por el mal estado o deficiente señalización de las
vías (C. Sup., 7 de mayo de 2001, RDJ, t. XCVIII, sec. 1ª, p. 88).
El mismo criterio de responsabilidad por falta de servicio contiene la Ley Nº 18.695, Ley
Orgánica Constitucional de Municipalidades, que dispone que "Las municipalidades incurrirán
en responsabilidad por los daños que causen, la que procederá principalmente por falta de
servicio. No obstante, las municipalidades tendrán derecho a repetir en contra del funcionario
que hubiere incurrido en falta personal" (art. 141).
Contra la opinión que ve aquí una consagración de una suerte de responsabilidad objetiva
absoluta, se esgrime que la falta de servicio es una fórmula que concreta la responsabilidad
subjetiva de la Administración. La falta de servicio no es más que la culpa del servicio, ya que
implica probar un mal funcionamiento del servicio o el no funcionamiento del mismo. Pero la
subjetividad de este concepto es controvertida, y hay quienes prefieren hablar de
responsabilidad pública objetiva, o al menos de responsabilidad objetivada. Según la
autorizada opinión de Soto Kloss, la expresión "falta de servicio" no es equivalente a la
expresión francesa "faute de service" ("culpa del servicio"), pues en castellano la preposición
"de" y no "del" impide que se lea la palabra falta como "culpa" o "mal funcionamiento de
servicio". Sugiere que "falta de servicio" sea leída sencillamente como vacío o ausencia de
servicio (responsabilidad del Estado por omisión). No obstante, nos parece que, aun así, se
mantiene la articulación de un régimen de responsabilidad basada en el mal funcionamiento
del servicio, ya que éste puede ser concebido justamente como la ausencia o falta de un
adecuado y correcto servicio. Pero que esta es una interpretación excesivamente literalista se
deduce de la contraposición que hace el artículo entre "falta de servicio" del inciso primero del
art. 44 y "falta personal" del funcionario del inciso 2º.
Se trata de un problema que ha sido muy debatido, tanto en el pasado como en el presente. A
falta de una disposición legal expresa, como las ya señaladas, ¿cuál es el régimen de
responsabilidad que debe aplicarse cuando los órganos del Estado causan daño en el ejercicio
de sus cometidos?
En general, es un parecer unánime que el Estado debe responder por los daños que causen sus
funcionarios o agentes al desarrollar indebidamente sus funciones administrativas. Está
superada la antigua tesis jurisprudencial que veía un obstáculo insalvable en la ausencia de los
tribunales contencioso-administrativos para proceder contra el Estado. Hoy está claro que
tienen esta competencia los tribunales ordinarios de justicia.
Una segunda explicación ha sido la de estimar que el régimen general de responsabilidad del
Estado debe desmarcarse del derecho privado para configurarse como un sistema autónomo
propio del derecho público. Al igual que en materia de nulidad, se propicia así la existencia de
una responsabilidad de derecho público, cuyas fuentes normativas serían exclusivamente
preceptos constitucionales.
La responsabilidad de derecho público es la posición que ha sido desde largo tiempo defendida
por Eduardo Soto Kloss, quien estima que sobre la base de los preceptos constitucionales de
los arts. 6º y 7º, 19 Nº 24, 19 Nº 20, 38 y 40 Nº 8 puede construirse un régimen de
responsabilidad del Estado que impone a éste el deber de reparar todo daño que se haya
producido por sus órganos, y que pueda ser calificado de antijurídico, por no encontrarse la
víctima "en la obligación jurídica de soportarlo, desde que no ha sido puesto a su cargo por el
derecho, porque significa una igualdad que se rompe, un equilibrio que se perturba, un
desajuste en el orden existente, que es necesario restablecer, equilibrar, ajustar, a fin de que se
haga justicia...". Sus partidarios suelen denominar esta forma de responsabilidad autónoma
que pretenden construir como "responsabilidad de derecho público", por oposición a la de
derecho privado, que sería regida por las leyes civiles.
Según alguna opinión más extrema, este sistema común de responsabilidad pública del Estado
tendría además algunos regímenes específicos como el relativo al error judicial (art. 19, Nº 7,
letra i) Const.) y el de la acción de responsabilidad del art. 38, inc. 2º Const., de tal manera que
la responsabilidad por falta de servicio consagrada a nivel legal (leyes 18.575, art. 42 y 18.695,
art. 141) vulneraría la Constitución al restringir un sistema constitucional. En este mismo
sentido, se estima que si una ley, diversa del Código Civil, establece un régimen especial de
responsabilidad, dicha normativa no puede aplicarse al Estado, el que responde por el régimen
constitucional de manera objetiva. Así se ha defendido la inaplicabilidad al Estado del estatuto
de la responsabilidad civil medioambiental previsto en la Ley de Bases Generales del Medio
Ambiente N° 19.300.
Sin perjuicio de considerar muy atendibles los planteamientos que pretenden construir una
responsabilidad de derecho público que sólo rija a las actuaciones del Estado, pensamos que
una conveniente armonía del derecho de daños no permite una separación tan tajante entre
sistema público y sistema privado. Además, pareciera ser que la interpretación que tiende a ver
en la Constitución un sistema autónomo o autárquico que rechaza toda regulación y
complementación legal, no se aviene con su consideración de Ley Fundamental y por ello
precisada de desarrollo. Una cosa es sostener la aplicación directa de la Constitución a falta de
norma legal, pero otra muy distinta es aplicar las normas constitucionales con prescindencia de
las normas legales que versan sobre la misma materia, tachándolas de inconstitucionales,
sobre todo si la misma Constitución se remite a la ley para concretar los sistemas de
responsabilidad respecto de los cuales ella asume sólo la tarea de fijar los principios: así, por
ejemplo el art. 6º, inc. final: "La infracción de esta norma generará las responsabilidades y
sanciones que determine la ley". En consecuencia, nos parece difícilmente sustentable que los
sistemas legales que regulan la responsabilidad del Estado sobre la base de la falta de servicio
puedan ser descartados o subsumidos en una construcción de corte exclusivamente
constitucional. Para aquellos casos en los que no puedan aplicarse dichas leyes, una buena
complementación entre los principios constitucionales y los preceptos del derecho común
(esto es, el Código Civil) podría ser suficiente para dar efectiva protección a los particulares
perjudicados por el actuar del Estado. Es sugerente la tesis de Pedro Perry en cuanto a aplicar a
las Fuerzas Armadas, de Orden y Seguridad, al Consejo Nacional de Televisión y Contraloría
General de la República, y otras instituciones a las que no se aplica la Ley de Bases, 18.775, el
régimen del Código Civil (arts. 2314 y 2329) sobre la base de la antigua teoría de la
responsabilidad civil de las personas jurídicas por la actuación de sus órganos, llegando así a la
elaboración de una culpa en la organización (en la que no es necesario identificar al funcionario
culpable) que se identificaría con el concepto de falta de servicio del art. 44 de la Ley de Bases.
En cuanto a la exigencia de antijuridicidad, nos parece que ella se debe conservar, ya que de lo
contrario el instrumento de la responsabilidad se desnaturaliza. No es posible hablar de daño,
de lesión, de perjuicio, sin presuponer una actuación que, al menos en su resultado, es injusta,
o sea, ilícita. Los autores que defienden la teoría suelen fundarse en la lesión del principio de
igual repartición de las cargas públicas para sostener que el daño es injusto, pero a nuestro
juicio se incurre en un argumento circular que no prueba nada. Decir que hay responsabilidad
porque el lesionado no debe soportar el daño no es más que retornar al problema medular de
toda responsabilidad, es decir, saber cuándo el que sufre un daño no debe soportarlo y puede
transferirlo a otro patrimonio. De esta manera, el referir el problema de la ilicitud a la igualdad
ante la ley no es útil para clarificar si hay o no responsabilidad.
Del mismo modo, no puede aceptarse que el silencio constitucional sobre una prescripción de
la acción sea indicativo de una imprescriptibilidad del derecho a demandar perjuicios del
Estado. Nuevamente hay que insistir en que la Constitución no puede haber querido regular
completamente un tema tan complejo excluyendo al legislador. En lo no previsto, debe
aplicarse el derecho común. Por ello, la acción es prescriptible del modo que contempla el art.
2332 del Código Civil.
Esta tendencia ha llegado a su máxima expresión en el llamado caso "Galletué con Fisco", en el
cual la Corte Suprema afirmó la responsabilidad del Estado incluso tratándose de un acto
administrativo fundado en una normativa legal, y por tanto lícito: "Que, dada la naturaleza y
entidad de los hechos que el fallo asienta y que recién se han sintetizado, forzosamente tenía
que concluirse que la demanda era atendible: la prohibición del Decreto Supremo Nº 29,
aunque loable y oportuna porque esos bellos, nobles e históricos árboles estaban en vías de
extinción [araucarias] y aunque basada en la ley, redunda en graves daños para los propietarios
de Galletué que han acatado la decisión de la autoridad, no siendo equitativo que los soporte
en tan gran medida sin que sean indemnizados por el Estado, autor de la decisión, conforme a
los principios de equidad y justicia" (C. Sup., 7 de agosto de 1984, RDJ, t. LXXXI, sec. 5ª, p. 181).
Pero en este caso parece haber más bien una indemnización por afectación lícita de derechos
(la restricción de la facultad de disponer del dominio), y no a título de responsabilidad.
En todo caso, no puede estimarse que se trata de una jurisprudencia consolidada. En primer
lugar, porque la mayor parte de los fallos que invocan la responsabilidad del Estado tienden a
fundarla en alguna especie de funcionamiento deficiente o indebido de sus órganos, y no en
una mera responsabilidad por riesgo (así, por ejemplo, C. Sup., 29 de enero de 2002, F. del M.
Nº 498, p. 660).
La jurisprudencia se resiste además a excluir completamente las reglas del Código Civil y aun
resurge la idea de que el Fisco cuando actúa como agente privado debe responder según las
reglas propias del régimen privado. C. Stgo., 30 de diciembre 1985, RDJ, t. LXXXII, sec. 2ª, p.
129).
En los últimos años, parece haber un giro hacia una mayor compenetración de las reglas que
regulan las actuaciones ilícitas de los órganos del Estado y el derecho común patrimonial
contenido en el derecho civil. Es la orientación que marca la sentencia de la Corte Suprema de
7 de noviembre de 2000, G.J. Nº 245, p. 17, por la cual se entiende que, sin perjuicio de la
nulidad de derecho público que afecta a los actos de la Administración, la acción
indemnizatoria, siendo de carácter patrimonial, debe ser situada en el ámbito que le es propio,
"cual es, del derecho privado común". De esta manera, la última jurisprudencia descarta la
pretendida imprescriptibilidad de la acción indemnizatoria contra el Estado en razón de la
aplicación, ante el silencio de las normas especiales, de las reglas del Código Civil, ya sea la de
prescripción general de las acciones del art. 2515 (C. Sup., 7 de noviembre de 2000, G.J. Nº
245, p. 17; C. Stgo., 10 de octubre de 2000, G.J. Nº 245, p. 169) o derechamente la de cuatro
años del art. 2332 (C. Stgo., 30 de agosto de 2002, G.J. Nº 266, p. 92).
LECCION SEXTA
La legitimación procesal activa es la titularidad que el sistema jurídico reconoce para ejercer
una acción judicial. Pero es menester que quienes actúen ante los tribunales tengan capacidad
para comparecer ante ellos o, en caso contrario, lo hagan debidamente representados. Se
trata, por cierto, de una cuestión diversa de la legitimación, pero no menos importante. En
materia de incapacidad del demandante, se ha resuelto que si se trata de incapacidad relativa y
el demandado no opone la correspondiente excepción, ella no es bastante para invalidar el
juicio. La sentencia se refiere a la incapacidad de la mujer casada (hoy suprimida), pero resulta
aplicable a otras incapacidades relativas. Dice el fallo: "La incapacidad de la mujer casada debe
probarla el que la alega, puesto que la regla general es que toda persona sea capaz. En el caso
en estudio el demandado podría haber opuesto la excepción de falta de capacidad del
demandante, lo que no hizo, y tratándose de un vicio que conforme a las normas del Código
Civil acarrea nulidad relativa, no puede el juez declararla de oficio..." (C. Stgo., 21 de marzo de
1984, RDJ, t. LXXXI, sec. 4º, p. 35).
Los legitimados para ejercer la acción de responsabilidad pueden ser titulares por derecho
propio (como el mismo perjudicado) o por derecho derivado, como sucede con los que
adquieren por sucesión la facultad de reclamar la indemnización. A su vez, los titulares por
derecho propio pueden ser víctimas directas del daño o perjudicados indirectos que sufren un
perjuicio que directamente ha recaído en otra persona (son las llamadas víctimas por
repercusión).
Para determinar los titulares por derecho propio, debe distinguirse entre los que son
directamente lesionados por el actuar del autor del ilícito y los que son afectados como
consecuencia del daño producido a la víctima directa.
a) Lesionados directos
Si se trata de daños causados a las cosas (bienes patrimoniales), pueden interponer la acción
para hacer valer la responsabilidad:
4º) El que tiene la cosa con obligación de responder de ella (art. 2315), por ejemplo, un
comodatario, un depositario, un arrendatario, etc.
En general, cualquiera de los mencionados puede interponer la acción, pero deberá pedir
indemnización por los daños que personalmente sufre por la destrucción o deterioro de la
cosa. Por excepción, el que tiene la cosa con obligación de responder de ella, pero sin que
posea un derecho real, sólo es admitido a interponer la acción "en ausencia del dueño" (art.
2315). No obstante, para el arrendatario existe una regla especial: "Si el arrendatario es
turbado en su goce por vías de hecho de terceros, que no pretenden derecho a la cosa
arrendada, el arrendatario a su propio nombre perseguirá la reparación del daño" (art. 1930).
También son legitimados los que sufren una lesión directa en intereses o derechos no
susceptibles de avaluación pecuniaria. Sea que concurra o no con un daño material o
patrimonial, los afectados en los bienes extrapatrimoniales pueden demandar para pedir
reparación del daño moral, en sus diversas categorías: el dolor o daño psíquico, el daño
corporal o biológico, el daño a derechos de la personalidad, etc.
Los lesionados indirectos son aquellos que reciben un daño, no directamente a su persona o
bienes, sino por sufrir ellos las consecuencias de un daño causado a una persona con la cual
tienen alguna relación.
A su vez los lesionados indirectos pueden reclamar daño patrimonial o daño moral. Las
víctimas de daño patrimonial pueden ser personas que han experimentado un perjuicio en su
patrimonio, al verse privadas de todo o parte del auxilio pecuniario o de los beneficios que el
físicamente ofendido les proporcionaba. Se comprende aquí las personas que tenían derecho a
reclamar alimentos de la víctima directa (siendo discutible si sólo basta el título si no estaba
fijada la concreta prestación alimenticia por sentencia o por cumplimiento espontáneo del
alimentante); las personas que, sin tener derecho a alimentos, vivían a expensas del ofendido;
las personas que sufren daño con la muerte o incapacidad de la víctima directa por tener con él
una relación profesional o laboral o que están de alguna manera vinculadas económicamente
con él.
Con más cautela se mira a los actores que invocan un daño por repercusión de carácter
extrapatrimonial. En principio, todas aquellas personas que por la muerte o lesión de la víctima
directa sufran un perjuicio moral estarán habilitadas para solicitar su reparación. No obstante,
como un criterio amplio sobre la materia podría multiplicar las demandas indemnizatorias y
hacer inoperante el sistema, se buscan límites que den racionalidad a las pretensiones.
Algunos sostienen la necesidad de articular una especie de prelación entre los posibles
afectados por rebote, llamando en primer lugar al cónyuge y a los hijos, luego a los parientes
de grado más próximo. Sin embargo, esta prelación no parece condecirse con la autonomía del
daño que se pretende indemnizar: ¿por qué el daño del hijo necesariamente es mayor que el
del padre? Como dice Elorriaga: "la indemnización de las víctimas por rebote es una
compensación individual y no colectiva".
Debe advertirse, sin embargo, que en el nuevo proceso penal, para la interposición de la acción
civil en sede penal, se usa un sistema de prelación. En efecto, si el ofendido por el delito ha
muerto o es incapaz de ejercer sus derechos, se considera víctima -y por ende con derecho a
demandar civilmente en el juicio penal-, en primer lugar, al cónyuge y a los hijos; en segundo
término, a los ascendientes; en tercer lugar, al conviviente; en cuarto, a los hermanos, y
finalmente, en quinto, al adoptado o adoptante (art. 108). Esta jerarquía de demandantes en
sede penal no puede extinguir el derecho de los perjudicados preteridos a demandar la
indemnización en el procedimiento civil.
Pero sin ocupar un orden fijo de prelación, lo cierto es que frente a las demandas de familiares
más próximos (cónyuge e hijos o familiares que conviven con la víctima) se tiende a presumir
con más facilidad la existencia del daño, mientras que para otros parientes así como para
personas que sólo tienen lazos de afecto con el ofendido (novios, conviviente, amigos, etc.) se
exige la presentación de pruebas más contundentes.
Entre nosotros, la jurisprudencia suele ser muy laxa en materia de prueba del daño moral de
familiares próximos. Se ha dicho así que "la sola muerte del jefe del hogar que tiene a su cargo
el cónyuge sobreviviente y cuatro hijos menores, permite presumir que su desaparecimiento
ha debido ocasionar un daño moral y material a la familia" (C. Sup., 24 de octubre de 1968,
RDJ, t. LXV, sec. 4ª, p. 293).
Se debe distinguir bien la calidad en la que se pide la reparación: si se hace a nombre propio
por el daño sufrido por quien demanda, o si se solicita la reparación del daño causado a la
víctima directa y en su representación. Se ha fallado que si la demanda de daño moral la
impetra la cónyuge por ella y sus hijos, no necesita acreditar la representación de la sucesión
del directamente ofendido (C. Stgo., 6 de septiembre de 1991, RDJ, t. LXXXVIII, sec. 4ª, p. 138).
En cambio, si se solicita el daño moral para un incapaz, debe acreditarse la representación, no
bastando que la demandante sea la madre de la niña afectada (C. Stgo., 8 de agosto de 1983,
RDJ, t. LXXX, sec. 4ª, p. 90).
En este punto, existe una cuestión que ha devenido en clásica: ¿Pueden los herederos intentar
la acción para pedir reparación del perjuicio causado a la víctima cuando el hecho ilícito ha
provocado su muerte? Se trata obviamente del caso en que la muerte se produce
inmediatamente como consecuencia del hecho dañoso, y no del evento de lesiones que
producen la muerte a corto plazo, ya que en esta última situación parece claro que el derecho
a la indemnización, incluidos los daños morales, ha ingresado al patrimonio del causante y es
transmitido a su sucesión.
La cuestión estriba en el caso de muerte instantánea. Según una posición, los herederos no
podrían reclamar esa reparación, porque el ofendido, al morir, no habría alcanzado a ingresar
en su patrimonio el derecho a pedir la indemnización y por ende no ha podido transmitirlo a
sus sucesores. Para otros autores, el hecho ilícito es anterior a la muerte y en el instante en que
se produce existe en el patrimonio del ofendido el derecho a pedir la indemnización: "el
crédito se transmite, ya que la víctima muere por su crédito, lo cual no significa que haya
muerto antes de ser acreedora, sino que ha muerto porque se convertía en acreedora". Esta
parece ser la postura más abierta si se tiene en cuenta que la noción de muerte instantánea se
revela como un concepto artificioso que no coincide con la realidad biológica y jurídica de los
hechos: "es claro que la muerte es un daño que la persona padece en vida". Pero, como resalta
Carmen Domínguez, lo decisivo no es tanto si el daño de privación de la vida es sufrido o no
por la víctima, sino la función de la responsabilidad: la pérdida de la vida en cuanto tal es
irreparable, y no cabe por tanto que la acción de reparación sea transmitida a los herederos, a
menos que admitamos un enriquecimiento injusto y que la indemnización en este caso no es
reparadora sino punitiva.
b) Cesionarios
El derecho a pedir indemnización de perjuicios ya devengado puede ser objeto de cesión por
acto entre vivos. El título será venta, donación, transacción u otro cualquiera translaticio de
dominio, y la tradición se hará conforme a las reglas de la cesión de derechos personales. La
cesión puede ser total o parcial.
La cesión procede aunque el daño a reclamar sea de naturaleza moral, ya que la indemnización
tiene un carácter patrimonial y no hay norma que prohíba su transferencia.
Podría aducirse en contra que en tal caso la indemnización pierde su fin reparatorio, ya que va
a una persona que no ha sufrido el daño, pero no es así: la reparación la brinda la ley a la
víctima mediante la atribución de un crédito y reconociéndole el poder de ejecutar las
facultades que son propias de este crédito, entre las cuales se cuenta la de disposición.
Las personas jurídicas, de cualquier naturaleza, de derecho público o privado, con o sin fines de
lucro, pueden reclamar la responsabilidad extracontractual cuando el daño afecta a la sociedad
o persona jurídica como un todo. La acción la harán valer los representantes de la respectiva
persona jurídica.
Los socios o miembros no podrían accionar por sí mismos si reciben un daño en cuanto
asociados o integrantes de la persona jurídica. Podrían hacerlo sólo si el daño a la sociedad o
corporación les reporta además un daño personal (por ejemplo, si se publica un balance
fraudulento, y el socio suscribe nuevas acciones sobre la base de dicho balance). Por excepción,
la Ley Nº 18.046, sobre Sociedades Anónimas, permite a los accionistas demandar en nombre y
favor de la sociedad, aunque no tengan su representación legal (art. 133 bis).
A la posibilidad de que la persona jurídica reclame el daño moral nos hemos referido ya al
tratar de este último.
En el sistema continental se observa con mucha atención la institución de las acciones de clase
(class actions) admitidas en la litigación del sistema del common law estadounidense y por la
cual se acepta que uno o más miembros de una categoría o clase de personas demande
invocando el interés común, siempre que la clase sea tan numerosa que haga impracticable el
litis consorcio, que se acredite que hay cuestiones de hecho y de derecho comunes a la clase,
que las demandas o excepciones de las partes representativas sean típicas respecto de las
demandas o excepciones de la clase y que las partes representativas protegerán equitativa y
adecuadamente el interés de la clase (Federal Rule 23. Class Actions).
Según el art. 2316, la persona obligada a la indemnización "es el que hizo el daño". Se trata
propiamente del autor del hecho dañoso.
En caso de existir pluralidad de autores, hay solidaridad entre ellos; según el art. 2317, si un
delito o cuasidelito ha sido cometido por dos o más personas, cada una de ellas será
solidariamente responsable de todo perjuicio procedente del mismo delito o cuasidelito (art.
2317 inc. 1º).
Esta norma presenta algunas dificultades de interpretación. Se discute si incluye a los meros
encubridores. Alessandri, Bidart y Fontecilla sostienen la afirmativa; Ducci y Tapia se oponen.
Según esta segunda opinión el encubridor responde sólo en cuanto se aprovecha del dolo
ajeno y hasta concurrencia de ese provecho (así se ha fallado: C. Sup., 5 de julio de 1967, RDJ, t.
LXIV, sec. 4ª, p. 175).
Se duda, además, si procede la contribución a la deuda y en qué proporción (es decir, si el que
paga el total tiene derecho a pedir el reembolso a los demás). Algunos piensan que procede la
contribución en proporción a la culpabilidad, otros dicen que esto es imposible de determinar,
por lo que la contribución se hará por partes iguales.
Por excepción, no hay solidaridad en los casos de daños causados por ruina del edificio (art.
2323) y por una cosa que cae o se arroja (art. 2328).
En cambio, en otro caso en que se establece que un médico recomendó negligentemente una
operación no necesaria a una mujer y otra persona, ejerciendo ilegalmente la medicina, la
realizó produciéndole a la víctima un serio daño, se estimó la existencia de responsabilidad
solidaria. Pero la Corte restringe la solidaridad a una parte de la indemnización a la que
condena al encausado por delito penal (ejercicio ilegal de la medicina) (C. Stgo., 23 de octubre
de 1991, RDJ, t. LXXXVIII, sec. 4ª, p. 159). En el mismo caso, el hecho de que la Isapre tuviera en
su lista de médicos al encausado penal la hace responsable como tercero y no como autor, por
lo que su responsabilidad no es solidaria, sino que "es simplemente conjunta, vale decir,
independiente de la que corresponde a los restantes demandados" (C. Stgo., 23 de octubre de
1991, RDJ, t. LXXXVIII, sec. 4ª, p. 159). La sentencia condena a la Isapre a una cantidad por
indemnización del daño moral distinta de la que condena a los otros demandados.
Tratándose de la responsabilidad de la empresa que ejecuta obras en la vía pública sin las
debidas señalizaciones, sin que la municipalidad respectiva hubiera cumplido con su deber de
vigilancia y fiscalización, se estima que puede demandarse solidariamente a ambos como
coautores del hecho ilícito que causa el daño (3er Juzgado Civil de Stgo. en sentencia
confirmada por C. Sup., 4 de noviembre de 1993, F. del M. Nº 420, p. 955).
El Código Civil declara expresamente que es obligado el autor del daño "y sus herederos" (art.
2316). Por lo tanto, la obligación de indemnizar es de aquellas que se transmiten a la muerte
del deudor a sus sucesores universales (art. 951.2).
Como dato histórico, debe tenerse en cuenta que el Proyecto de 1853 y el Proyecto Inédito de
Código Civil establecían, en cambio, que el heredero no estaba obligado sino en cuanto hubiere
aumentado la herencia por causa del daño. En todo caso, si son varios los autores, la
solidaridad no se transmite a los herederos. Deberá demandarse a cada uno en proporción a la
cuota que le corresponda en la herencia. Si han aceptado con beneficio de inventario, se
aplicará la limitación de la responsabilidad ultra vires que dicho beneficio representa para los
herederos.
La responsabilidad se transmite a los herederos, no a los legatarios. Pero nada impide que el
testador haya impuesto el pago de la deuda a un legatario como una carga o gravamen de la
asignación. Ahora bien, aunque el testador haya impuesto esta carga a algún legatario, la
víctima podría demandar directamente a los herederos si lo prefiere (cfr. arts. 1104, 1362 y
1363).
No está claro si podría cederse por acto entre vivos la deuda implicada en la responsabilidad
civil. Debe tenerse en cuenta que en general se estima que nuestro Código Civil no concibe la
cesión de deudas. En cualquier caso, de admitirse la cesión de la deuda de responsabilidad, el
demandante, salvo que haya aceptado la cesión, podría dirigirse tanto contra el cedente o sus
herederos como contra el cesionario.
Como ya vimos, no sólo el autor material del hecho dañoso es obligado a la indemnización,
sino también aquella persona que responde por sus hechos, al existir una especie de atribución
refleja de culpa (art. 2320).
También los herederos de este tercero responsable deben considerarse legitimados pasivos,
por aplicación de la regla general de la transmisibilidad de las obligaciones.
Se discute si es necesario acreditar el dolo del autor principal y si debe declararse previamente
la existencia del delito. Algunos están por la negativa; otros piensan lo contrario.
Afirmada la posibilidad de que la persona jurídica responda (cfr. arts. 39 CPP y 58.2 NCPP), y
rechazada la idea de que la persona jurídica sea una mera ficción, carente de voluntad, se
discute sobre cuándo los individuos que actúan por la entidad colectiva comprometen su
responsabilidad civil. Surgen aquí dos tesis que intentan encontrar una fórmula adecuada:
1ª) Teoría de la representación: Los individuos que gestionan son representantes de la persona
jurídica, y sólo pueden obligarla si obran dentro de la órbita de sus poderes.
2ª) Teoría del órgano: La persona jurídica es responsable cuando el delito o cuasidelito ha sido
cometido por las personas naturales o por los consejos en quienes reside la voluntad de la
persona jurídica, según la ley o los estatutos.
La opinión predominante en nuestra doctrina postula la teoría del órgano. Pero se aprecia que
es necesario que el órgano actúe dentro de sus funciones, lo que a nuestro juicio resta utilidad
práctica a la distinción.
Por cierto, todo lo anterior no empece a que la persona jurídica responda también en virtud de
los arts. 2320 y 2322, es decir, por los delitos o cuasidelitos que cometan los empleados o
dependientes.
El grupo de personas se debe haber formado para la realización de actividades lícitas, pero que
son susceptibles de causar daños. Se discute si es necesario exigir una concertación previa (por
ejemplo, jugadores, cazadores, equipos de profesionales, vecinos) o basta con la formación
espontánea de la agrupación de la que surgió el daño (asistentes a una manifestación o a un
espectáculo, barras deportivas). En todo caso, es requisito necesario el anonimato del
verdadero responsable: si éste es identificable para la víctima, sólo en él recaerá la legitimación
pasiva.
La legitimación pasiva de los grupos es utilizada también por regulaciones modernas. Es lo que
suele suceder con la responsabilidad por productos y por las actividades constructivas. Así, el
art. 47 de la Ley Nº 19.496 permite demandar solidariamente al fabricante, importador y
primer distribuidor; el art. 53 de la Ley Nº 18.302, sobre seguridad nuclear, dispone que si son
varios los explotadores, y no puede precisarse de cuál es la responsabilidad, todos serán
solidariamente responsables; los arts. 18 y 19 del D.F.L. Nº 458, de 1975, conforman una
especie de grupo de personajes de la construcción, pero focalizan la imputación en el
propietario primer vendedor, el que puede luego repetir contra el constructor, diseñador,
contratista que sea el real responsable del defecto constructivo.
Aunque lo normal será que el juicio verse sobre la procedencia de la obligación de pagar los
perjuicios y sobre su monto, es posible que la determinación de éstos pueda reservarse para la
ejecución de la sentencia o para un juicio posterior, aplicándose lo dispuesto en el art. 173 CPC.
Alessandri se opone por estimar que la reserva sólo procede para la responsabilidad
contractual. No obstante, alguna jurisprudencia, a nuestro juicio correctamente, sostiene la
aplicación de la norma también a la responsabilidad extracontractual (C. Sup., 28 de junio de
1987, RDJ, t. LXXXIV, sec. 5ª, p. 217; C. Stgo., 7 de enero de 1997, RDJ, t. XCIV, sec. 2ª, p. 3). La
Corte Suprema, sin embargo, ha vuelto a la tesis tradicional en un fallo reciente al casar de
oficio la sentencia que concedía la reserva en materia extracontractual (C. Sup., 24 de enero de
2002, RDJ, t. XCIX, sec. 1ª, p. 23). Debe seguirse el último parecer de Abeliuk, quien sostiene
que no hay razón para distinguir entre responsabilidad contractual y extracontractual para
conceder la reserva, pero a condición de que en el juicio principal se hayan alegado y
especificado la naturaleza y contenido de los perjuicios. La reserva opera sólo para fijar su
avaluación económica, esto es, su monto o cuantía. No basta con la declaración genérica de
que procede indemnizar perjuicios, como erróneamente parece entenderlo la Corte Suprema
en el fallo de 15 de septiembre de 1999, RDJ, t. XCVI, sec. 1ª, p. 158 (con voto disidente). La
responsabilidad sólo puede afirmarse frente a perjuicios determinados y probados y acreditada
la correspondiente relación causal. Lo que puede reservarse es su avaluación pecuniaria o
tasación en dinero.
Cuando el hecho del que surge la responsabilidad es constitutivo de delito, se permite que se
ejerza la acción civil en el mismo proceso penal; lo que resulta obligatorio si la acción civil tiene
por objeto la mera restitución de la cosa (art. 5º CPP; art. 59 NCPP).
En el nuevo proceso penal, si comenzado el juicio oral se sobresee, el tribunal debe continuar
con el juicio para el solo conocimiento y fallo de la acción civil (art. 68.4 NCPP). Si el juicio penal
se termina o suspende, la víctima debe demandar ante el tribunal civil en el plazo de sesenta
días y el proceso se sustancia conforme a las reglas del juicio sumario (art. 68.1 NCPP).
La acción civil puede ser también de conocimiento de los jueces de policía local si ella se deriva
de faltas o infracciones que son de su competencia o de accidentes del Tránsito (art. 14, Ley
15.231). Se aplican las reglas del procedimiento respectivo (cfr. art. 9º, Ley 18.297).
La Corte Suprema ha señalado que la ley les confiere a estos tribunales una competencia en
materia civil que es anexa a la contravencional, aunque ella se rige por las normas generales (C.
Sup., 30 de enero de 1985, RDJ, t. LXXXII, sec. 1ª, p. 5). Ahora bien, si la demanda no se deduce
oportunamente ante el juez de policía local, o no se notifica dentro de plazo, la acción civil que
se interponga ante el juez ordinario, una vez condenado el infractor, se someterá a las reglas
del juicio sumario (art. 9.5, Ley 18.287).
Otros procedimientos han sido descartados por la jurisprudencia. Así, no sería idóneo para el
ejercicio de una acción de responsabilidad extracontractual el procedimiento laboral (C. Stgo.,
28 de enero de 1983, RDJ, t. LXXX, sec. 3ª, p. 51; C. Stgo., 29 de mayo de 1991, RDJ, t. LXXXVIII,
sec. 3ª, p. 82). Tampoco el proceso penal de calificación de quiebra de un deudor comerciante
(C. Sup., 4 de octubre de 1988, RDJ, t. LXXXV, sec. 4ª, p. 133).
En algunas situaciones especiales se requiere una autorización previa para proceder civilmente.
Es lo que sucede respecto de los Ministros de Estado (art. 49 Nº 2 Const.), caso en el que debe
contarse con la autorización del Senado. Respecto de los jueces el mismo tribunal llamado a
conocer de la acción debe pronunciarse previamente sobre su admisibilidad (art. 328 COT).
La demanda de responsabilidad civil extracontractual debe cumplir con los requisitos previstos
por las reglas procesales pertinentes. Aquí sólo cabe discutir algunos aspectos que son
relevantes desde el punto de vista sustantivo.
Una primera cuestión es si es admisible una demanda que se limite a los perjuicios sufridos por
el demandante sin indicar si se trata de responsabilidad contractual o extracontractual, o
invocando preceptos y fundamentos legales de una y de otra. A nuestro juicio, no existe una
acción genérica de indemnizar perjuicios, sino que acciones específicas que permiten obtener
la reparación con diversos fundamentos. La demanda genérica resulta inadmisible; carecerá de
la explicitación de la causa de pedir, es decir, de los fundamentos de derecho en que se apoya
la pretensión (art. 254 CPC) y procederá la interposición de las excepciones dilatorias de
ineptitud del libelo y falta de enunciación de las peticiones que se someten al fallo del tribunal.
Lo mismo sucede si la demanda mezcla indiscriminadamente fundamentos de derecho
contractual y de derecho extracontractual. Como ya hemos visto, sólo es aceptable en nuestro
derecho el cúmulo de opción que reconoce como facultad la de elegir entre acciones, no entre
aspectos normativos de una y otra (C. Stgo., 29 de mayo de 2001, RDJ, t. XCVIII, sec. 2ª, p. 51).
Por cierto, las acciones con fundamento incompatible pero basadas en los mismos hechos
pueden deducirse en una misma demanda, pero sólo en forma subsidiaria (art. 17.2 CPC). El
juez necesariamente deberá resolver la demanda principal y sólo cuando desestime ésta podrá
entrar a ponderar la demanda subsidiaria.
1. Formas de reparación
La reparación puede ser "en especie" o in natura: ejecución de actos o adopción de medidas
que hagan desaparecer el daño; o "en equivalente": el daño se compensa por un sustituto, que
generalmente es una suma de dinero.
La víctima tiene facultad para elegir en la demanda la forma de reparación que prefiera, de
manera que podría hablarse de un cierto derecho de la víctima de exigir "la supresión del
ilícito" por medidas no patrimoniales. Este derecho sin embargo tiene sus límites. Así, se
entiende que la reparación en especie sólo podrá exigirse si es materialmente posible acceder
a ella y siempre que no cause un daño desproporcionado y excesivamente gravoso al
demandado.
El Código Civil italiano consagra expresamente el derecho del perjudicado a optar por la
reparación in natura, pero faculta al juez para controlar esta demanda si resulta excesivamente
onerosa para el deudor (art. 2058).
2. Extensión de la reparación
1º) El perjuicio patrimonial: El daño emergente y el lucro cesante (se aplica el art. 1556,
aunque esté pensado para la responsabilidad contractual; C. Sup., 19 de junio de 1928, RDJ, t.
XXVI, sec. 1ª, p. 234).
2º) Los perjuicios no patrimoniales, entre los que caben el dolor psíquico, el daño corporal o
biológico, la lesión de derechos de la personalidad, y otros rubros ya analizados.
En esta materia, el art. 1558 CC pareciera contener una contradicción, ya que atribuye al que
incumple dolosamente un contrato la responsabilidad por todos los perjuicios "que fueren una
consecuencia inmediata o directa", aunque no hubieran podido preverse al tiempo del
contrato. Si se aplica el criterio de previsibilidad objetiva, resultaría un contrasentido, ya que si
los perjuicios son absolutamente imprevisibles para un hombre medio, no pueden considerarse
consecuencia (efecto directo) de ese incumplimiento. Si se analiza la doctrina de Pothier en la
cual se funda este precepto, puede advertirse que cuando el Código habla de perjuicios que no
pudieron preverse no se está refiriendo a los perjuicios absolutamente imprevisibles, sino a los
que aun siendo previsibles en el contexto general de las circunstancias, no lo son atendida la
distribución de riesgos que establece el contrato (considerada a la época de su celebración).
Por eso, por ejemplo, si alguien vende a sabiendas una vaca que sufre una enfermedad
contagiosa, no sólo será responsable del daño que le causará al comprador la pérdida de la
vaca enferma (riesgo previsible según el marco contractual), sino también del contagio que la
vaca enferma provoque en el ganado (riesgo imprevisible en el marco contractual en el que no
se dejaba constancia alguna de que la vaca del comprador iba a convivir con su ganado, pero
previsible en el marco de la experiencia y circunstancias generales de la vida).
Se ha sostenido que la avaluación de los perjuicios debe hacerse en relación con el hecho ilícito
del cual se generan. Pensamos que los perjuicios se fijan en el momento del delito o
cuasidelito, pero bien puede el juez avaluarlos (esto es, traducirlos en dinero) al momento de
dictar sentencia.
b) Reducción de la indemnización
El art. 2331 señala que las imputaciones injuriosas contra el honor o el crédito de una persona
no dan derecho para demandar una indemnización pecuniaria, a menos de probarse daño
emergente o lucro cesante, que pueda apreciarse en dinero. Es decir, para las conductas lesivas
de la honra de las personas se limita la extensión de la reparación, que deberá circunscribirse al
daño patrimonial. Se excluye la indemnización del daño moral.
La razón de la limitación puede residir en evitar los litigios, en una época en la que los insultos
o agresiones eran ordinariamente verbales y no podían afectar en forma tan seria la psique de
un individuo. La norma parece carecer de fundamento en una sociedad de masas donde los
efectos de imputaciones injuriosas pueden ser devastadores por los incisivos medios a través
de los cuales se pueden difundir.
En algún caso los tribunales se han resistido a aplicar esta limitación por considerarla contraria
a la equidad: "Atentaría, pues, a los principios generales del derecho, contenidos por ejemplo
en el art. 2329, ya citado, y a la equidad natural, que un hecho vejatorio, constitutivo no sólo
de delito civil, sino incluso de uno penal, pueda quedar, a diferencia de lo que sucede con los
cuasidelitos, sin que se indemnice el daño moral sufrido por el ofendido" (C. Stgo., 16 de abril
de 1991, RDJ, t. LXXXVIII, sec. 4ª, p. 29).
No obstante, la cuestión sigue siendo debatida. Así, la Corte Suprema durante 1996 se
pronunció en casos similares de un modo contradictorio: mientras se niega a dejar sin
aplicación el art. 2331 en un caso en que la empresa demandada había cortado la energía
eléctrica al demandante imputándole conexiones fraudulentas (C. Sup., 16 de diciembre de
1996, G.J. Nº 198, p. 20); descarta la aplicación de la norma cuando se trata de la calumnia de
robar en supermercado: "El artículo 2331 del Código Civil se refiere a la indemnización
pecuniaria por daño emergente y lucro cesante, a la que hace alusión expresa, pero no a la
indemnización del daño moral cuya fuente es el artículo 2314 del Código Civil, que obliga al
que ha cometido un delito o un cuasidelito a una indemnización, sin limitar su alcance, lo que,
por lo demás, está acorde con el art. 10 del Código de Procedimiento Penal?" (C. Sup., 2 de
abril de 1996, F. del M. N° 449, p. 785).
La reciente doctrina tiende también a calificar de injustificada esta limitación: "A nuestro
entender -escribe Diez- el art. 2331 del Código Civil es una norma eminentemente injusta, que
resiente los cimientos de la responsabilidad civil extracontractual, al imponer a una persona la
obligación de soportar gratuitamente ciertas consecuencias nocivas de un hecho ilícito que la
afectó, por cuanto en muchos casos la única posibilidad de resarcimiento que tiene la víctima
de un atentado al honor o crédito es la indemnización pecuniaria del daño moral sufrido, lo
que precisamente le impide el legislador". Concordamos con este planteamiento. En verdad,
bien puede sostenerse que esta limitación se revela como inconstitucional, a la luz de los
preceptos de los Nos 1 y 4 del art. 19 de la Constitución, que consagran la protección de
derechos de la personalidad como la integridad psíquica y el honor e intimidad de las personas.
Otro caso de limitación legal de la responsabilidad está contenido en el art. 115 del Estatuto
Administrativo, Ley Nº 18.334, de 1989, que establece que el funcionario público destituido
que después es absuelto y que no es reincorporado tiene derecho a una indemnización única
por los daños y perjuicios que la medida disciplinaria le haya irrogado, que ascenderá a la
remuneración que le habría correspondido percibir en su cargo durante el tiempo que hubiere
permanecido alejado de la Administración, hasta un máximo de tres años. Se trata de un caso
de indemnización tasada legalmente.
No es imposible de concebir que la víctima pueda obtener, además de los perjuicios, una causa
de ganancia. Por ejemplo, si la víctima vende los materiales que dejó la ruina del edificio
derrumbado o si se aprovechó del guano que depositaron los animales que pisotearon el
terreno del perjudicado. Vulneraría el principio del enriquecimiento sin causa si no se
descontaran estos lucros de la indemnización que debe el autor. Se habla así de la necesidad de
compensar el lucro con el daño (compensatio lucri cum damno) o de la no subsistencia del
daño resarcible en el monto del lucro.
En esta materia no queda más que entregar la decisión al libre arbitrio del juez, el que deberá
determinar la indemnización que proceda por daño moral buscando cumplir con la justicia y la
igualdad. No obstante, se hace necesario que las sentencias condenatorias fundamenten
claramente la existencia y acreditación de los perjuicios, así como la categoría precisa a la que
ellos pertenecen en el caso bajo litigio (daño corporal, sufrimiento psicológico, lesión a un
derecho de la personalidad, etc.). Las indemnizaciones por daño moral "en globo",
absolutamente subjetivas y variables por entender el daño moral sólo como el dolor
psicológico, y prescindiendo de la necesaria prueba del respectivo daño, conspiran en nuestra
jurisprudencia para una adecuada estimación del daño no patrimonial.
Los sistemas de tarificación legal del daño corporal, articulados en algunas legislaciones como
la española para los accidentes por vehículos a motor, pueden tender a la uniformidad de
criterios judiciales. No obstante, tales sistemas, sobre todo si son obligatorios, son resistidos
por la doctrina y por la misma jurisprudencia. En España, el Tribunal Supremo llegó a declarar
inconstitucionales incluso los llamados "baremos" de recomendación o voluntarios por invadir
la función judicial de decidir en cada caso la reparación integral del daño. Se critica también
que esta limitación legal de la avaluación del daño no sólo beneficia a las compañías de seguro
implicadas, sino a los autores de los ilícitos, de modo que las víctimas terminan pagando parte
de los costos de los accidentes, con lo cual estos costos se externalizan y se desligan de las
actividades económicas que los producen.
d) La reajustabilidad de la indemnización
Hoy se afirma sin discusión que el valor del daño debe también reajustarse para que la
indemnización repare completamente el menoscabo sufrido por la víctima.
No obstante, la procedencia de intereses debe ser discutida. Hay que distinguir entre intereses
compensatorios y moratorios. A nuestro juicio, con razón se ha hecho ver que no corresponde
condenar al demandado al pago de intereses compensatorios, ya que éstos son frutos civiles
de un capital que se ha colocado en una situación que le permite fructificar (es decir, han sido
invertidos o negociados) y esto no ocurre cuando se otorga una suma de dinero que intenta
reponer el daño causado. Así, por ejemplo, el dueño de un automóvil de alquiler que ha sido
dañado por otro sólo puede cobrar el monto del daño emergente y del lucro cesante, pero no
los intereses de esas sumas. Ahora bien, una vez determinada la indemnización en dinero y
hecha exigible la obligación de su pago, procederá el pago de intereses moratorios, porque
aquí sí podrá suponerse que, de no haber mediado la demora en el pago, el demandante
hubiera podido haber invertido el capital y obtener una rentabilidad financiera.
Una primera opción es la que consiste en estimar que el momento inicial lo configura la fecha
en que ocurrió el hecho dañoso (C. Sup., 28 de mayo de 1990, RDJ, t. LXXXVII, sec. 4ª, p. 43; C.
Stgo., 9 de mayo de 1985, RDJ, t. LXXXII, sec. 4ª, p. 151; C. P. Aguirre Cerda, 17 de septiembre
de 1982, RDJ, t. LXXIX, sec. 4ª, p. 227; C. Sup., 10 de octubre de 1985, RDJ, t. LXXXII, sec. 4ª, p.
240). El criterio se ha aplicado especialmente respecto de los delitos aduaneros (C. P. Aguirre
Cerda, 10 de abril de 1984, RDJ, t. LXXXI, sec. 4ª, p. 57; C. Sup., 9 de mayo de 1984, RDJ, t.
LXXXI, sec. 4ª, p. 67).
Otro criterio que cuenta con amplio respaldo jurisprudencial es tomar como fecha de inicio del
cómputo el de la presentación o notificación de la demanda de reparación del daño (C. Sup., 14
de junio de 1945, RDJ, t. XLIII, sec. 1ª, p. 26; C. Sup., 19 de junio de 1980, RDJ, t. LXXVII, sec. 4ª,
p. 87; C. Stgo., 21 de marzo de 1984, RDJ, t. LXXXI, sec. 4ª, p. 35; C. Sup., 27 de octubre de
1983, RDJ, t. LXXX, sec. 4ª, p. 121; C. Sup., 13 de octubre de 1983, RDJ, t. LXXX, sec. 4ª, p. 109).
Se aplica también este criterio si lo solicitado es la indemnización del daño moral. Se ha dicho
que si en la demanda se expresa que los valores solicitados por daño moral se han considerado
sobre la base del valor monetario al momento de su presentación, la cantidad en la que el
tribunal la avalúa debe ser reajustada desde la fecha de su notificación hasta su pago. Y se ha
aclarado que si son dos los sujetos responsables solidarios, el reajuste ha de computarse desde
la última notificación (C. Sup., 28 de diciembre de 1981, con aclaración de 28 de enero de
1982, F. del M. Nº 277, p. 581).
3º) Desde la sentencia definitiva
Un tercer criterio es el que considera como momento inicial para el cómputo la fecha de la
sentencia que establece la indemnización (C. Stgo., 4 de septiembre de 1991, RDJ, t. LXXXVIII,
sec. 4ª, p. 138; C. Sup., 12 de agosto de 1981, RDJ, t. LXXVIII, sec. 4ª, p. 120). Se ha respaldado
este criterio observando que en materia extracontractual no puede haber mora, sino con
posterioridad a la fecha en que adquiere el carácter de firme la sentencia condenatoria (C.
Sup., 18 de enero de 1988, RDJ, t. LXXXV, sec. 1ª, p. 12). La solución es aplicada sobre todo en
lo referente al daño moral (C. Stgo., 26 mayo 1981, RDJ, t. LXVIII, sec. 2ª, p. 67; C. Stgo., 16 de
agosto de 1984, RDJ, t. LXXXI, sec. 4ª, p. 140; C. P. Aguirre Cerda, 11 de julio de 1984, RDJ, t.
LXXXI, sec. 4ª, p. 123; C. Sup., 20 de enero de 1983, RDJ, t. LXXX, sec. 4ª, p. 5).
Además de la reajustabilidad del daño moral se incluye también el cálculo de intereses desde la
misma fecha. La indemnización del daño moral establece un fallo confirmado por la Corte
Suprema (2º Juzgado de Concepción, confirmada en queja por C. Sup., 15 de diciembre de
1983, RDJ, t. LXXX, sec. 1ª, p. 128), se debe pagar "con más los reajustes que experimente el
índice de precios al consumidor entre la fecha de esta sentencia, toda vez que la regulación del
daño se hizo prudencialmente en el día de hoy, y la de su pago, con más los intereses legales
entre el mismo período". En otra oportunidad, sin embargo, la Corte de Santiago ordenó
reajustar la indemnización del daño moral desde la fecha de la sentencia, pero sin intereses (C.
Stgo., 23 de marzo de 1983, RDJ, t. LXXX, sec. 2ª, p. 11).
Existe un fallo en que se acoge este criterio. La Corte de Santiago juzgó que la indemnización
debe pagarse reajustada "... entre la fecha del fallo de primera instancia y la del pago efectivo"
(C. Stgo., 17 de diciembre de 1981, RDJ, t. LXXVIII, sec. 4ª, p. 267). Se acoge la opinión de
Fernando Fueyo, quien piensa que se deben reajustes e intereses desde el instante en que el
juez fija el "quantum" que debe pagarse, es decir, desde la fecha de notificación de la sentencia
de primera instancia.
Un quinto criterio es mixto, ya que combina las soluciones antes mencionadas, dependiendo
de la naturaleza del daño que se ordena reparar. Así se ha juzgado que el reajuste y los
intereses se cuentan, tratándose del daño moral, "desde la fecha del presente fallo" en cambio,
los intereses del daño emergente "se calcularán sobre la cantidad reajustada desde la fecha del
ilícito" (C. Stgo., 4 de septiembre de 1991, RDJ, t. LXXXVIII, sec. 4ª, p. 141). En otra
oportunidad, para el daño material se atiende a la fecha de la demanda y para el daño moral a
la dictación del fallo (C. Stgo., 22 de abril de 1987, G.J. 1987, t. 82, Nº 1, pp. 78-79).
En alguna ocasión se ha dicho que los daños patrimoniales deben reajustarse desde la fecha de
notificación de la demanda, y el daño moral desde la fecha de la sentencia (C. Stgo., 30 de
diciembre de 1985, RDJ, t. LXXXII, sec. 2ª, p. 129).
De acuerdo con otro fallo, esta vez de la Corte de Apelaciones de Rancagua, el daño pecuniario
ha de reajustarse desde la fecha en que se produjo el menoscabo patrimonial. Así, el daño
material debe reajustarse desde la fecha de la factura del funeral de la víctima, y la
indemnización del daño moral desde la sentencia, todo con intereses desde el mismo período
(C. Rgua., 18 de marzo de 1988, RDJ, t. LXXXIII, sec. 4ª, p. 36).
Otra distinción que se observa es la de reajustabilidad del daño moral y los intereses
correspondientes a esta indemnización. Mientras para la primera se toma como fecha la de la
sentencia que la establece, los intereses se ordenan pagar desde que ella quede ejecutoriada
(C. Stgo., 23 de octubre de 1991, RDJ, t. LXXXVIII, sec. 4ª, p. 159). Lo mismo puede apreciarse
en otra sentencia que respecto de la indemnización del daño moral por lesión corporal,
dispone reajuste entre la fecha en que se dicta la sentencia y el pago efectivo, e intereses a
contar de que el fallo quede ejecutoriado (C. Stgo., 3 de octubre de 1989, RDJ, t. LXXXVI, sec.
4ª, p. 135).
Como puede comprobarse, sobre esta materia reina la más completa disparidad de criterios,
no habiéndose decantado la jurisprudencia por ninguna de estas soluciones. Pareciera que se
atiende a cada caso concreto para determinar el punto, lo que suscita una notable
incertidumbre desde todo punto de vista perturbadora.
La acción para exigir la responsabilidad extracontractual se extingue al igual que la de todos los
derechos personales o créditos. Es conveniente, no obstante, analizar algunas particularidades,
respecto de algunos modos de extinción, como la renuncia, la transacción y la prescripción.
2. Renuncia
Es perfectamente aplicable el art. 12 del Código Civil a la renuncia de la acción para perseguir la
responsabilidad civil. Así lo confirman el art. 28 CPP y el art. 56 NCPP, que declaran la extinción
por renuncia de la acción civil derivada de cualquiera clase de delitos. La renuncia sólo podrá
afectar al renunciante y a sus sucesores (art. 29 CPP; art. 57 NCPP); como todo acto jurídico,
posee efectos relativos.
3. Transacción
Este modo de extinguir la responsabilidad extracontractual lo admite expresamente el Código
Civil: "La transacción puede recaer sobre la acción civil que nace de un delito, pero sin perjuicio
de la acción criminal" (art. 2449).
En el Nuevo Código Procesal Penal si esta transacción se realiza entre imputado y víctima y
recae sobre los daños provocados por tres tipos de delitos: aquellos que protegen bienes
jurídicos patrimoniales disponibles, lesiones menos graves y todos los delitos culposos, junto
con extinguirse la acción civil, al ser aprobado el "acuerdo reparatorio" por el juez, se
determina también la extinción de la responsabilidad penal (art. 242 NCPP). Nos parece
criticable que se transgreda así el carácter público de la acción penal y su necesaria
indisponibilidad por transacción.
4. Prescripción
a) Prescriptibilidad de la acción
Existe una norma general que regula el plazo y la forma de computarlo: "Las acciones que
concede este título por daño o dolo prescriben en cuatro años contados desde la perpetración
del acto" (art. 2332).
c) Suspensión de la prescripción
En este sentido, se pronuncia una sentencia de la Corte de Santiago (C. Stgo., 7 de julio de
1988, RDJ, t. LXXXV, sec. 2ª, p. 63).
En cambio, otra sentencia de la misma Corte se decanta por la posición contraria, estimando
inaplicable la disposición del art. 2524 en razón de que ella se refiere a los "actos o contratos",
y en cambio la prescripción que regula el art. 2332 se refiere a hechos y no a negocios
jurídicos: "Al emplear el legislador en el art. 2332 del Código Substantivo el vocablo "acto" lo
refiere, únicamente, al hecho jurídico voluntario realizado sin la intención de producir efectos
de derecho, en este caso, delito o cuasidelito ... Atendida la diferencia fundamental entre
ambos tipos de actos, estima el Tribunal que la referencia del art. 2524 a ?ciertos actos o
contratos? no comprende a los delitos y cuasidelitos, pues, para incluirlos debió hacerse en
forma inequívoca. No habiéndose hecho así, no cabe considerar la prescripción establecida en
el art. 2332 del Código Civil entre las de corto tiempo a que se refiere aquel artículo, sino
reconocer que ella se rige por las reglas generales de la prescripción ordinaria, siéndole, en
consecuencia, aplicable el art. 2509 de dicho Código" (C. Stgo., 12 de enero de 1988, RDJ, t.
LXXXV, sec. 2ª, p. 1). Las razones de la Corte son fundadas y parecen justas.
2º Rechazo de la demanda por vicios formales: Si se rechaza la demanda por vicios formales,
sin resolver el fondo de la acción deducida, se entiende "suspendida" la prescripción en favor
del demandante civil, desde que interpuso la demanda civil o, en su caso, desde que se
constituyó en parte civil. De este modo, la acción podrá renovarse ante el juez de letras (art.
450 bis CPP).
En el Nuevo Código Procesal Penal también se han adoptado reglas sobre la interrupción de la
prescripción por la interposición de la demanda en el proceso penal. En primer lugar, se
dispone que una vez formalizada la investigación, la víctima puede preparar la demanda o
constituirse en parte civil, lo que produce la interrupción de la prescripción a condición de que
la demanda se deduzca oportunamente. Se establece, por otro lado, que si antes de comenzar
el juicio oral, el procedimiento continúa conforme a las reglas del procedimiento abreviado, o
si, por cualquier causa, el proceso penal se termina o suspende sin que se falle la acción civil
oportunamente deducida, la prescripción seguirá interrumpida siempre que la víctima
presente su demanda ante el juez civil en el plazo de sesenta días desde que queda
ejecutoriada la resolución que dispone la suspensión o terminación del procedimiento penal.
La acción civil en este caso se sustancia en procedimiento sumario (art. 68 NCPP).
Se ha fallado que "la querella, en cuanto se dirige exclusivamente a obtener la condena penal,
no es suficiente motivo para producir la interrupción del plazo de cuatro años cuestionado, ..."
pero si el escrito (de querella) reúne en germen al menos la esencia de lo que constituye la
demanda ... y se extiende a reclamar de los querellados la indemnización pertinente a los
demandantes es suficiente para constituir a los querellantes en parte civil" (C. Sup., 15 de
diciembre de 1997, RDJ, t. XCIV, sec. 4ª, p. 192).
LECCION SEPTIMA
LA RESPONSABILIDAD PREVENTIVA
Pero frente a este sistema de responsabilidad surge el problema de que en la mayor parte de
los casos la víctima y la sociedad hubieran preferido que el daño no se hubiera producido. La
sabiduría popular resume esta preferencia con el dicho "es mejor prevenir que curar". ¿Es
posible que la responsabilidad pueda servir no sólo para reparar, sino para cautelar y prevenir?
Una tendencia internacional está propiciando una reformulación del fin y objetivo de la
responsabilidad civil para comprender en ella la función preventiva como elemento
anticipatorio de la reparación de un daño. La toma de conciencia de la irreversibilidad de
ciertos daños, como los referidos a bienes extrapatrimoniales (honor, intimidad), la aparición
de los daños al medio ambiente que no pueden remediarse, los daños provocados por graves
desastres nucleares o por manipulación genética, etc., inducen a postular un régimen de
responsabilidad preventiva.
Se piensa, así, que el modelo final de responsabilidad debiera graficarse como círculos
concéntricos. En el centro la responsabilidad clásica reparatoria por culpa. En otro círculo de
circunferencia más amplia los supuestos de responsabilidad sin culpa (por riesgo). Finalmente,
en un tercer círculo la responsabilidad anticipada o preventiva. Para lograr lo cual habría que
formular una cierta "culpa de precaución". Esta tendencia a incluir la prevención dentro de las
finalidades de la responsabilidad civil conduce también a difuminar la separación radical entre
lo civil y lo procesal. Como señala una autora argentina, "el derecho de daños no es una
cuestión exclusiva del derecho sustancial; el derecho procesal no puede desentenderse de la
cuestión; ? se advierte que la verdadera reparación no es tal si la víctima debe esperar 8, 9 ó 10
años hasta que la sentencia se dicte y luego pasen otros tantos para ejecutarla eficazmente".
Esto, que puede aparecer novedoso, no lo es tanto para el sistema chileno, que reconoce
desde sus inicios la posibilidad de articular medidas, sobre la base de la responsabilidad, para
evitar daños que amenazan con cierta certidumbre de ocurrencia. En el Código Civil se regula
claramente el supuesto de responsabilidad por un daño contingente (aún no ocurrido) que
amenace a personas determinadas o indeterminadas por imprudencia o negligencia de alguien
(arts. 2333 y 2334). Además, se establece como caso especial la amenaza de caída de una cosa
de la parte superior de un edificio (art. 2328.2).
Aunque tratados como acciones posesorias, es indudable que cumplen el mismo rol los
llamados interdictos de obra nueva y de obra ruinosa (arts. 930 y ss.).
Para que proceda la responsabilidad anticipada o preventiva, debe existir una amenaza cierta y
real del daño, una relación de causalidad entre la conducta del demandado y la posibilidad de
ocurrencia del daño, una ilicitud en la conducta por quebrantamiento del deber de cuidado de
prevenir el surgimiento del daño, y la imprudencia o dolo en el autor. La naturaleza de la lesión
amenazada determina la legitimación para reclamar la responsabilidad. La omisión del
legitimado para actuar previniendo el daño puede tener consecuencias en sus pretensiones de
demandar la indemnización por el perjuicio ya ocurrido.
El art. 2333 habla en general de "daño contingente", es decir, que puede suceder o no, sin
hacer ninguna distinción.
Sin embargo, no basta que el daño sea meramente hipotético o posible, es necesario que sea
más que probable. No basta que haya un mero riesgo de que se produzca el daño o una
situación de peligro general.
Se requiere que haya amenaza o inminencia clara y probada de que, de no adoptarse medidas
preventivas, el perjuicio ocurrirá ciertamente. De lo contrario, la norma podría prestarse a
abusos. Pensamos que bien puede utilizarse para este efecto el concepto de amenaza
elaborado por doctrina y jurisprudencia para conceder la acción constitucional de protección
(art. 20 Const.). De acuerdo con Soto Kloss, la amenaza debe ser cierta y no ilusoria, actual,
contemporánea al momento de deducirse la acción, precisa y no vaga, de tal modo que el juez
pueda determinar si es o no ilícita, y concreta en sus resultados, por constituir realmente una
intimidación.
La amenaza puede provenir tanto de un comportamiento activo como de una omisión. Así se
ha establecido para la acción constitucional de protección.
Así lo sostiene Alessandri: "Como el art. 2333 es suficientemente amplio -se refiere a todos los
casos de daño contingente sin distinguir-, la acción que confiere puede ejercitarse cualquiera
que sea la clase o la naturaleza del daño que se teme". Más recientemente, Abeliuk reconoce
que "cualquier persona puede recurrir al juez solicitándole que tome medidas de prevención
cuando exista un daño que fundadamente se tema", aunque señala que no "será una acción
indemnizatoria". No es indemnizatoria por no consistir la reparación en dinero, pero es una
acción de responsabilidad con tutela anticipada.
2. Relación de causalidad
La amenaza del daño debe tener como causa un comportamiento descuidado del demandado.
Esta vinculación coincidirá normalmente con la relación de causalidad que existiría entre el
daño que se produciría y la conducta negligente del responsable. Si esta relación existe
(hipotéticamente), debe afirmarse la causalidad entre la amenaza y el hecho activo u omisivo
del agente.
3. Culpabilidad
El art. 2333 es claro al exigir que de parte del agente exista negligencia, es decir, culpa. La
amenaza debe corresponderse con una omisión que al demandado le sea imputable por haber
incumplido un deber de cuidado que le inducía a eliminar la amenaza o inminencia del daño.
Lo que se dice de la culpa, con mayor razón se aplicará si el agente no toma las precauciones
necesarias con la intención de que el daño sobrevenga, es decir, dolosamente.
4. Legitimación pasiva
Pasivamente está legitimada toda persona natural o jurídica a la cual le corresponda el deber
de suprimir una situación de amenaza o de riesgo inminente de un daño a otro. Por aplicación
de las reglas generales, el demandado debe tener capacidad para delinquir. Pero por él pueden
responder las personas a cuyo cargo esté, de acuerdo con el art. 2319.
Discutible es si procede en estos casos la responsabilidad de los superiores por el hecho de sus
dependientes, en conformidad con los arts. 2320 y 2322. Una interpretación menos literal de
las normas podría llevar a permitir que se demande al superior cuando el subordinado está
creando una situación de amenaza real de causar un daño, siempre que el superior tenga a su
alcance el adoptar las medidas preventivas que sean necesarias para evitarlo.
5. Legitimación activa
a) Acción individual
Si el daño contingente amenaza a personas que están determinadas, sólo a éstas compete la
acción: "si el daño amenazare solamente a personas determinadas, sólo alguna de éstas podrá
intentar la acción" (art. 2333).
Al parecer se trata de una acción indivisible, por lo que cualquiera de los afectados podrá pedir
la adopción de las medidas preventivas que sean necesarias para suprimir la amenaza del daño
para todos.
No se concibe que la acción sea ejercida por herederos o cesionarios. Pero sí por
representantes legales.
No vemos inconveniente de que el demandante sea en este caso una persona jurídica, si
comparece a través de sus legítimos representantes.
b) Acción popular
Si no fuera posible identificar claramente a los afectados por el daño y si más bien este
amenaza a cualquier persona indeterminada que se exponga a la situación amenazante, la ley
concede acción popular: "Por regla general, se concede acción popular en todos los casos de
daño contingente que por imprudencia o negligencia de alguien amenace a personas
indeterminadas" (art. 2333).
El ejercicio de la acción popular tiene una consecuencia económica: el actor debe ser
indemnizado de todas las costas de la acción, además de lo que valga el tiempo y diligencia
empleados en ella (art. 2334). Estas sumas las apreciará discrecionalmente el juez, y deberá
abonarlas el demandado.
Además, señala el Código que lo anterior es "sin perjuicio de la remuneración específica que
conceda la ley en casos determinados" (art. 2334). Se conecta esta norma con la del art. 948,
que, tratándose de una querella posesoria de acción popular, establece una recompensa en
favor del actor cuyos límites la norma fija.
1. Juicio ordinario
Para hacer valer la responsabilidad preventiva, esto es, por daño contingente, se aplicará el
mismo procedimiento ordinario ante los jueces con jurisdicción civil que es el contemplado
para la acción de responsabilidad por daño causado. Como muchas veces la lentitud del
procedimiento conspirará en contra de la efectiva prevención del daño, debe entenderse
aplicable también el procedimiento sumario, en virtud del art. 680 del Código de
Procedimiento Civil.
Más aún: entendemos que es posible presentar medidas prejudiciales precautorias que
tiendan a evitar la efectiva realización del mal amenazado mientras se ventila el pleito (arts.
298 y 279 CPC).
Cuando el daño que se pretende precaver puede ser objeto de una acción posesoria de
amparo, o de obra nueva, obra ruinosa u otros interdictos especiales, existe el procedimiento
establecido en los arts. 549 a 583 del Código de Procedimiento Civil. En la demanda o querella
debe el actor especificar las medidas o garantías que solicite contra el perturbador "si pide
seguridades contra el daño que fundadamente teme" (art. 551 CPC).
La procedencia del llamado recurso de protección frente a daño contingente o amenaza cierta
de un mal aparece claramente reconocida por el texto constitucional, respaldado por la
doctrina y por la jurisprudencia: "el ordenamiento jurídico ha previsto medidas cautelares
tendientes no sólo a solucionar las colisiones de derechos y a que quienes han ejercido
ilegítimamente de los suyos respondan por el daño causado, sino que, y por vía preventiva, la
Constitución ordena evitar que esa lesión se produzca cuando, acreditados los antecedentes
suficientes, queden los tribunales persuadidos de la amenaza al ejercicio legítimo de un
derecho fundamental o de un daño todavía mayor al que ya ha sido quebrantado".
Las medidas que pueden adoptarse para prevenir el daño no están tipificadas en la ley, y serán
multiformes dependiendo de la naturaleza del daño y del modo en que está amenazando a la
víctima. Lo lógico será seguir el criterio del art. 551 CPC, que señala como exigencia al actor
que especifique en la demanda o escrito inicial las seguridades que pide contra el daño temido.
No parece que pueda aplicarse a la responsabilidad preventiva la norma del art. 2332, ya que
ordena computar la prescripción desde la "perpetración del acto". Es decir, supone que el daño
ya ha sido causado.
Tratándose de daño contingente, debiera aplicarse la norma del art. 950, que establece la
imprescriptibilidad de las acciones dirigidas a precaver un daño mientras haya justo motivo
para temerlo. Es decir, mientras exista amenaza de un daño, con los requisitos que hemos
precisado, estará abierta la acción para evitarlo mediante el juicio civil ordinario, posesorio o
mediante la acción constitucional de protección.
La responsabilidad por daño ambiental regulada por la Ley Nº 19.300, Ley de Bases Generales
del Medio Ambiente, sólo se refiere al caso en que el daño ya se ha verificado, y no se coloca
en la situación de daño inminente. De esta manera, frente a una amenaza clara y precisa de
daño al medio ambiente procederá el recurso de protección constitucional y la acción de
responsabilidad extracontractual por daño contingente de los arts. 2333 y 2334 del Código
Civil. Estas disposiciones pueden aplicarse en virtud del rol supletorio que se reconoce al
Código Civil en el art. 51 de la Ley de Bases.
También parece que pueden aplicarse las normas que se refieren a interdictos posesorios
especiales que se conceden para la seguridad de personas indeterminadas, establecidas en los
arts. 948 y 949 del Código Civil.
Debe recordarse que para estos casos la acción municipal o popular por daño contingente no
prescribe "mientras haya justo motivo de temerlo" (art. 950, inc. 2º CC). Además, el mismo
Código Civil establece que ninguna prescripción se admitirá contra las obras que corrompan el
aire y lo hagan conocidamente dañoso (art. 937 CC). Alguno podría pensar que esta norma no
es aplicable, en virtud del empleo preferente del art. 63 de la Ley de Bases. Pero en contra
puede sostenerse que estamos frente a procedimientos especiales (diferentes de la
responsabilidad civil), y que en esta parte del Código Civil debe ser considerado ley especial
que prevalece por sobre las disposiciones de la Ley de Bases. Por lo demás, la misma norma
está repetida en el Código de Aguas respecto de las obras que corrompen las aguas (art. 124).
En otras leyes especiales existen acciones populares que pueden utilizarse en resguardo del
medio ambiente (art. 12 del D. L. 3.557; art. 128 del Código de Aguas; arts. 149 y ss. de la Ley
de Urbanismo y Construcciones; art. 42 de la Ley Nº 17.288, sobre Monumentos Nacionales;
art. 5 de la Ley Nº 18.378, sobre protección a la agricultura; art. 30 de la Ley Nº 18.362; art. 161
del Código Sanitario).
LECCION OCTAVA
RESPONSABILIDAD CIVIL Y CONTRATO DE SEGURO
Nadie puede dudar hoy que se ha estrechado cada vez más la relación entre el contrato de
seguro y la responsabilidad civil, proceso que ha coincidido con una verdadera expansión de
ambos fenómenos jurídicos. Así, mientras la responsabilidad civil extracontractual ha conocido
un desarrollo realmente explosivo en el último siglo, evolución que parece no estar concluida y
promete proseguir, el seguro también ha experimentado una transformación radical, al
incorporarse como un rubro empresarial que se considera vital para el progreso económico de
los países y al llegar a constituirse en un factor esencial en la planificación y ejecución de
cualquier actividad personal, profesional, comercial o industrial.
Se observa que no se ha recepcionado la figura del seguro de responsabilidad civil, la que, más
que desconocida en la época, era considerado ética y jurídicamente inadmisible. La definición
que el art. 512 CCom da del contrato de seguro pone en evidencia que el legislador estaba
pensando siempre en el riesgo que sufrían determinadas cosas del asegurado: "El seguro es un
contrato bilateral, condicional y aleatorio por el cual una persona natural o jurídica toma sobre
sí por un determinado tiempo todos o alguno de los riesgos de pérdida o deterioro que corren
ciertos objetos pertenecientes a otra persona..." (art. 512 CCom). No se contempla la
posibilidad de asegurar el riesgo que corre el patrimonio entero de una persona por el
surgimiento de una deuda cuya causa es la responsabilidad civil del asegurado. Lo mismo
puede observarse en otras disposiciones del Código, como la que exige por parte del asegurado
un interés real en evitar los riesgos, sea en calidad de propietario, copartícipe, fideicomisario,
usufructuario, arrendatario, acreedor o administrador de bienes ajenos, sea "en cualquiera
otra que lo constituya interesado en la conservación del objeto asegurado" (art. 518 CCom).
Esta práctica ha tenido que superar algunos obstáculos más complejos que la simple ausencia
de regulación. En efecto, de las normas del Código de Comercio podía colegirse no sólo una
laguna normativa, sino una posible inadmisibilidad jurídica, fundada en el antiguo principio de
que el contrato de seguro sólo puede cubrir riesgos provenientes de caso fortuito y nunca de
culpa del interesado. Se dispone en dicho Código que "el asegurador no está obligado a
indemnizar la pérdida o deterioro procedentes ... de un hecho personal del asegurado o de un
hecho ajeno que afecte civilmente la responsabilidad de éste" y, más categóricamente, que "le
es prohibido constituirse responsable de los hechos personales del asegurado" (art. 552
CCom).
Se ha hecho necesaria, en consecuencia, una interpretación hasta cierto punto correctiva del
texto de la norma para fundar la licitud del seguro de responsabilidad. Se ha sostenido, de esta
manera, que el precepto sólo exige que el seguro de responsabilidad civil por hecho propio o
por hecho ajeno se pacte expresamente, y que la prohibición de constituirse el asegurador en
responsable de los hechos personales del asegurado se refiere únicamente a los hechos
intencionales, es decir, a los dolosos. Así, se ha escrito que "siendo la norma prohibitiva, debe
entenderse en principio que la cobertura de hechos personales del asegurado sería una
cláusula nula por adolecer de objeto ilícito. La expresión ?hechos personales del asegurado?
incluiría tanto los actos dolosos como los culpables del asegurado, que de esta manera no se
podrían asegurar. Sin embargo, un examen más profundo de la situación permite concluir que
el seguro de acontecimientos que tengan por causa hechos constitutivos de culpa leve o
levísima del asegurado es posible de ser contratado válidamente ... Lo que está prohibido y ése
es el alcance que debe darse a la expresión ?hechos personales del asegurado" que usa el art.
552 del Código de Comercio, son los actos voluntarios e intencionales del asegurado, o sea los
constitutivos de dolo". ACHURRA LARRAIN, JUAN, Seguro de responsabilidad civil en Chile,
escrito inédito, que hemos tenido la ocasión de utilizar gracias a la gentileza del autor. Don
Juan Achurra Larraín es abogado y asesor del Directorio de la Casa Reaseguradora de Chile S. A.
y Miembro del Directorio de A.I.D.A.-Chile. En general, la exigencia de licitud del seguro, esto
es, que el riesgo cubierto no puede ir contra las reglas morales o de orden público ni ser en
perjuicio de terceros, ha tenido que enfrentar la justificación de dos eventuales excepciones: el
seguro de vida en caso de suicidio del asegurado, y el seguro de responsabilidad civil.
Excluido el dolo, y admitida la culpa leve o levísima, habría que determinar lo que sucede con
la culpa grave. La doctrina aplica el principio de que la culpa lata se equipara al dolo, y se
entiende prohibida su cobertura: "no cabe la menor duda -señala Baeza- de que el dolo y la
culpa grave del asegurado no pueden ser asumidos por el asegurador ? Creemos que no hay
inconveniente en que el asegurador asuma el riesgo de culpa leve o levísima del asegurado,
porque no hay en ello comprometido un interés público que la ley quisiera proteger con una
prohibición legal absoluta".
En cualquier caso, si la responsabilidad es por el hecho ajeno, no impide la eficacia del seguro
que el acto del tercero por el cual responde el asegurado sea doloso o gravemente culposo,
pues en tal caso el asegurado responde sólo por una presunción de culpa, que no puede
calificarse de lata o grave.
El seguro de responsabilidad civil es plenamente aceptado por la práctica en Chile y hay pólizas
inscritas sin inconvenientes en la Superintendencia de Valores, por lo que se han superado los
obstáculos que se creyó encontrar en la antigua normativa del Código de Comercio. La Ley Nº
18.660, de 20 de octubre de 1987, sustituyó el texto del art. 8º del D.F.L. 251, de 1931, para
disponer que las compañías del primer grupo serán "las que aseguren los riesgos de pérdidas o
deterioro en las cosas o el patrimonio", y se observa, de esta forma, una recepción a nivel
legislativo de un concepto más amplio del riesgo asegurado, que incluye los daños
patrimoniales, entre los cuales un lugar destacado tiene la responsabilidad civil.
La Ley Nº 18.680, de 11 de enero de 1988, que sustituyó completamente el texto del libro III
del Código de Comercio, incorporó de manera expresa la regulación de un seguro marítimo de
responsabilidad civil en el § 4 del título VII, arts. 1200 a 1202.
1. Concepto
La definición del contrato de seguro que contempla el art. 512 CCom ha sido criticada, entre
otras cosas, por incompleta, ya que se refiere exclusivamente a los seguros de cosas y no
comprende los seguros que se refieren a derechos, al patrimonio total y a la vida, salud e
integridad de las personas.
Muy similar es la definición que ofrece entre nosotros Achurra: "se ha definido el seguro de
responsabilidad civil como aquella especie de seguro mediante el cual el asegurador se obliga a
indemnizar al asegurado el daño patrimonial que éste sufre como consecuencia de la
responsabilidad civil en que haya incurrido frente a un tercero".
El proyecto de ley al que nos hemos referido lo conceptualizaba de la siguiente manera: "Por el
seguro de responsabilidad civil, el asegurador se obliga a indemnizar al asegurado el
menoscabo patrimonial proveniente de su obligación de reparar los daños y perjuicios
causados a terceros por un hecho previsto en la póliza del cual sea civilmente responsable, con
excepción de los que haya causado dolosamente" (art. 572).
Se trata, en consecuencia, de una clase de contrato de seguro que se especifica por el riesgo
asumido por el asegurador, que no es otro que el surgimiento de la obligación de reparar el
daño causado a un tercero por el asegurado durante la época en que está vigente el seguro.
Afirma en este sentido De Angel que "el seguro de responsabilidad civil cubre el riesgo de que
nazca una deuda por ese concepto o de dicha naturaleza (de responsabilidad civil) en el
patrimonio del asegurado. Lo que en principio significa que el ?siniestro? que el seguro afronta
es la eventualidad de que esa deuda nazca, como consecuencia de haber incurrido el
asegurado en una situación que le constituye en obligado a indemnizar por el concepto de
responsabilidad civil".
El concepto establecido es lo suficientemente amplio para dar cabida a la responsabilidad
contractual como extracontractual, así como para incluir la responsabilidad por culpa personal,
por culpa presunta y por atribución objetiva.
2. Caracteres fundamentales
El seguro de responsabilidad civil tiene dos características que lo diferencian de otras formas
de seguro.
En primer lugar, se trata de un seguro de daños, por cuanto pretende dejar indemne al
asegurado de un perjuicio que éste sufre como consecuencia de ser considerado legalmente
responsable, a su vez, de un daño causado a un tercero.
Podría sostenerse que, siendo el seguro de responsabilidad un seguro de daños, sólo podría
originarse cuando el asegurado pagara efectivamente la indemnización debida, ya que allí se
verificaría el perjuicio patrimonial. Pero lo cierto es que basta el surgimiento de la obligación, o
deuda de responsabilidad, aunque aún no haya sido judicialmente declarada o liquidada, para
que pueda estimarse que el daño se ha producido: la sombra de un pasivo oscurece ya el
patrimonio del asegurado.
Tratándose de un seguro de daños, rige el principio recogido en el art. 517 CCom en el sentido
de que la naturaleza del contrato de seguro es indemnizatoria, por lo que jamás podrá ser
ocasión de ganancia para el asegurado. Se indemnizará, en consecuencia, solamente el daño
que significa el pago de la obligación derivada del delito o cuasidelito civil. Aunque se incluirán
en él también, salvo pacto expreso, las costas del litigio que se inicie contra el asegurado.
3. El interés asegurado
El Código de Comercio dispone que como elemento esencial del contrato de seguro debe
existir de parte del asegurado "un interés real en evitar los riesgos", cuya ausencia produce la
nulidad absoluta del contrato: "El seguro en que falte este interés es nulo y de ningún valor"
(art. 518 CCom).
La disposición del Código de Comercio pone como ejemplo de interés la calidad del sujeto en
relación con la cosa asegurada: propietario, copartícipe, fideicomisario, usufructuario,
arrendatario, acreedor, administrador, terminando con la fórmula amplia de "sea en cualquiera
otra que lo constituya interesado en la conservación del objeto asegurado".
Nos parece que esta fórmula final, convenientemente actualizada y asumiendo que en su tenor
literal no podía estar comprendido un seguro que era desconocido a la fecha de redacción del
Código, puede quedar hoy incluido el interés que justifica y legitima la estipulación de un
contrato de seguro de responsabilidad civil. En efecto, en este tipo de contrato el asegurado
tiene el interés de mantener indemne su patrimonio, es decir, está interesado en la
conservación de la integridad de su activo patrimonial, que es el objeto sobre el cual recae el
contrato.
Por cierto, el concepto de interés del asegurado está en estrecha relación con el de riesgo, por
lo que debe ser complementado por éste. El riesgo tiene, en materia de seguro de
responsabilidad civil, algunas singularidades que pasamos a estudiar.
4. El riesgo
Se define el riesgo sosteniendo que se trata de "la posibilidad de un suceso dañoso que
amenaza bienes determinados, derechos a exigir prestaciones, al patrimonio mismo en forma
indeterminada o a la vida, salud o integridad de una persona". La realización del evento
riesgoso se denomina "siniestro", que es definido por el Código como la pérdida o daño de las
cosas aseguradas (art. 513 CCom).
Las posiciones de los autores están divididas. Mientras algunos sostienen que el siniestro se
verifica sólo cuando hay pago del daño al perjudicado, otros opinan que resulta de la
liquidación del valor del daño. Mientras unos defienden que el momento decisivo es el de la
reclamación judicial o extrajudicial del tercero perjudicado, otros piensan que éste no puede
ser más que el del hecho dañoso que determina la responsabilidad. Estas discusiones no son
muestras de un academicismo diletante, sino que provienen de una necesidad práctica
importantísima: determinar si un concreto evento resulta o no amparado por la vigencia de un
contrato de seguro. Por ejemplo, ¿qué sucede si la actuación médica que produce el daño se
realiza vigente el contrato de seguro, pero la reclamación del perjudicado ocurre cuando la
póliza está ya vencida?
La norma del art. 513 CCom que concibe el siniestro como "la pérdida o el daño de las cosas
aseguradas", convenientemente interpretada, favorece también la adopción de este criterio en
nuestro sistema jurídico, ya que la pérdida en la integridad del patrimonio del asegurado se
hará efectiva cuando surja la responsabilidad, y ésta nace con el hecho ilícito que causa el daño
(cfr. arts. 1437 y 2284 CC).
En nuestro país, Achurra, aunque en un primer momento parece sostener este mismo partido:
"el riesgo asegurado en este seguro es el nacimiento de una obligación que afecta al
patrimonio del asegurado. Esta obligación debe ser consecuencia de un hecho ocurrido
durante la vigencia de la póliza que da origen a la responsabilidad civil, aunque tal
responsabilidad se manifieste con posterioridad a la vigencia del seguro", más adelante se
pronuncia por la consideración de la reclamación del tercero: "parece lógico considerar como
hecho más relevante en esta cadena la reclamación del tercero perjudicado porque es allí
cuando se materializa la posibilidad de que se vea afectado el patrimonio del asegurado y que
nazca su obligación de reparar el daño causado".
El Proyecto de Ley que pretende modificar las reglas del contrato de seguro resuelve
expresamente este problema, pronunciándose por la doctrina de la ocurrencia del hecho
dañoso: "Se entenderá ocurrido el siniestro desde que acaezca el hecho dañoso imputable al
asegurado" (art. 573).
Por cierto, el riesgo en el contrato de seguro de responsabilidad suele estar muy bien
determinado en cuanto al ámbito de surgimiento de la responsabilidad: actividad profesional,
vehículos o cosas peligrosas, actividades empresariales, etc., así como también se regula en las
pólizas el ámbito territorial cubierto y donde debe originarse el evento dañoso.
Queda el problema de la eficacia de las cláusulas que limitan la cobertura del seguro por
hechos realizados durante la vigencia de la póliza a que la reclamación por parte del
perjudicado ocurra dentro de cierto plazo desde el cese de vigencia del contrato (son las
llamadas cláusulas claim made). La doctrina argentina ha sido renuente a admitir la validez de
estas estipulaciones. Los tribunales han uniformado su criterio adverso a la cláusula, a partir de
la sentencia de la Corte de Casación de 19 de diciembre de 1990. En España, se señala que la
presión de las compañías aseguradoras indujo la reforma de la Ley 30/1995, de 8 de
noviembre, por la cual se modificó el art. 73 de Ley sobre el Contrato de Seguros y se admitió la
posibilidad de pactar ciertas cláusulas claim made.
Las Pólizas de Responsabilidad Civil tradicionales (la suiza, POL 1 91 086, y la de 1997, POL 1 97
008) establecen que sólo cuando se cumpla el plazo de prescripción de la responsabilidad
contado desde la fecha del siniestro, la compañía queda liberada. Se exceptúa el caso de que
estuviese ya en tramitación una acción relacionada con la reclamación (arts. 11 y 14,
respectivamente). No obstante, la Póliza de Responsabilidad Civil más reciente (POL 10 20 30,
aprobada por Resolución de 12 de abril de 2002) establece que el seguro cubrirá sólo la
responsabilidad extracontractual derivada de hechos ocurridos durante la vigencia de la póliza,
o en el período anterior a ella establecido en condiciones particulares, siempre que sea
"reclamada por el tercero afectado durante el período de vigencia de esta póliza o dentro del
plazo posterior acordado con el asegurador" (art. 1.A.1). En todo caso, se permite al asegurado
dar aviso a la compañía de un hecho que pudiere dar lugar a un reclamo de responsabilidad y,
en tal caso, la aseguradora responderá si el reclamo se deduce efectivamente en el plazo fijado
en las condiciones particulares y, a falta de ellas, en los cinco años posteriores al aviso (art. 17).
Se distinguen cuatro grupos: los del primer grupo son los seguros de cosas; los del segundo,
son los seguros de derechos; los del tercer grupo son los seguros de patrimonio total y los del
cuarto son los seguros de personas.
A su vez, estos cuatro grupos de seguros son divididos en ramos. Entre los ramos del tercer
grupo (en los que el interés asegurado es el entero patrimonio) encontramos en lugar
preeminente el seguro de responsabilidad civil, junto al seguro contra el riesgo de incremento
de la responsabilidad familiar, y el seguro de accidentes del trabajo. BAEZA, S., ob. cit., pp. 37-
38.
514 Cada uno de estos ramos admite sus propias modalidades, por lo que habrá diferentes
tipos de seguros de responsabilidad civil de acuerdo con las necesidades prácticas y las
circunstancias concretas.
Así, por ejemplo, en Francia Eliashberg presenta una completa descripción de los numerosos
seguros de responsabilidad que ofrecen las compañías francesas. Los clasifica en: a) seguros de
responsabilidad civil de particulares; b) seguros de responsabilidad civil de empresas, y c)
seguros de responsabilidad civil de ciertas profesiones. En el primer grupo describe pólizas
como el seguro de responsabilidad civil "vida privada" (por ejemplo, seguros de
responsabilidad "jefe de familia", seguros de responsabilidad civil escolar), el seguro de
responsabilidad civil del cazador y el seguro de responsabilidad civil del propietario de un
inmueble. Entre los seguros de empresas, enumera los seguros de responsabilidad por ejercicio
de ciertas actividades empresariales y el seguro de responsabilidad civil "après travaux"
(después de ejecutados los trabajos, por ejemplo de responsabilidad civil del productor por los
bienes lanzados al mercado, y de responsabilidad civil de las empresas constructoras). Entre los
seguros de responsabilidad civil de ciertas profesiones, analiza el seguro de responsabilidad
civil de los productores agrícolas, el seguro de responsabilidad civil de los médicos, el seguro de
responsabilidad civil de los peritos de automóviles y el de la responsabilidad civil de los
hoteleros.
Entre nosotros, Achurra enumera diferentes riesgos posibles de ser asegurados por
modalidades específicas de seguro de responsabilidad. Habla de seguros de responsabilidad
civil de automóviles, naves, aeronaves y vehículos en general, responsabilidad civil
extracontractual de tipo general, ligada a determinados riesgos, de responsabilidad civil de
empresa, de responsabilidad civil de productos, de responsabilidad civil privada, de
responsabilidad civil profesional, de responsabilidad civil de directores y ejecutivos de
empresas y de responsabilidad civil por daño al medio ambiente.
En nuestro mercado de seguros existen ya varias de estas modalidades. Hasta hace poco regían
en el mercado la póliza de responsabilidad civil general (inscrita en el Registro de Pólizas de la
Superintendencia de Seguros bajo el Código 191086), denominada "Póliza Suiza" y la Póliza de
Responsabilidad Civil, registrada con el Código 197097. En el año 2002, se registró una nueva
Póliza General de Responsabilidad Civil: la POL 102030, aprobada por Resolución de 12 de abril
de 2002. Con la misma fecha, se registró la Póliza de Responsabilidad Civil para Profesionales
de la Salud (POL 102031) y varias cláusulas adicionales que permiten adaptar la póliza general a
ámbitos específicos (responsabilidad patronal, por transporte, por daños en garajes, para
titulares de inmuebles, por productos defectuosos).
La diversificación torna compleja la labor de uniformar los criterios y reglas comunes al seguro
de responsabilidad civil.
No existiendo una ley especial para el seguro de responsabilidad civil, su regulación quedará
conformada por los preceptos generales del Código de Comercio, normas que deben
interpretarse y aplicarse asumiendo el hecho de que se dictaron en un momento histórico en
que esta figura era desconocida. En lo no previsto, se aplicarán las reglas generales de la
contratación privada.
El seguro de responsabilidad civil marítimo, así como los seguros obligatorios se conformarán
en primer lugar a las reglas especiales del Código de Comercio (arts. 1200 a 1202 CCom) y a las
otras leyes particulares que se refieran a ellos.
1. Del asegurado
Se distinguen respecto del asegurado las obligaciones propiamente tales derivadas del contrato
y las que son más bien cargas, o sea, deberes impuestos en su propio beneficio para que sea
ejercitable el derecho a reclamar la indemnización del seguro y no pueda sostenerse la
caducidad del mismo.
La obligación propiamente tal que pesa sobre el asegurado es, como en todos los contratos de
seguros, la de pagar oportuna e íntegramente la prima convenida. Se puede agregar también el
deber de no agravar voluntariamente el riesgo.
Las cargas que suelen imponerse al asegurado son las de notificar el accidente (art. 556 Nº 3
CCom) y el llamado deber de salvamento: "Tomar todas las providencias necesarias para salvar
o recobrar la cosa asegurada, o para conservar sus restos" (art. 556 Nº 2 CCom).
Además, debe cooperar con la defensa judicial que asumirá el asegurador, dando aviso
oportuno de la demanda, otorgando patrocinio y poder a los abogados designados por la
compañía, proporcionando las pruebas y documentos necesarios para sostener la defensa y
cumplir con los actos procesales que exijan comparecencia personal.
2. Del asegurador
También pueden distinguirse obligaciones y cargas en el asegurador, aunque las cargas tienen
menor relevancia. Se mencionan como cargas el alegar la caducidad ante el incumplimiento del
asegurado y el pronunciarse dentro de cierto plazo sobre el derecho del asegurado en caso de
siniestro.
El pago del siniestro efectuado por el asegurador produce la subrogación prevista en el art. 553
CCom, pero en el caso de responsabilidad por hecho imputable exclusivamente al asegurado
ella no será factible. Lo será, en cambio, si el asegurado ha debido responder por el hecho
ajeno o ha pagado la totalidad de una indemnización atribuible a varios a título solidario. En
estos casos, la compañía aseguradora podrá repetir contra el directamente culpable por la
totalidad de la indemnización o contra el copartícipe solidario por la porción que le
corresponda en la deuda.
Existe otra obligación del asegurador que, entre nosotros, asume las características de carga, ya
que las pólizas suelen establecerla como una potestad facultativa. Se trata de la obligación de
asumir la defensa judicial del asegurado. Al tratarse de una facultad, queda incluida en el
concepto de carga, ya que si el asegurador no asume esta responsabilidad, no podrá después
eximirse del pago de la indemnización alegando que la defensa realizada por el asegurado no
fue la más correcta o apropiada. El Proyecto de Ley sobre el contrato de seguro reafirma esta
solución, al indicar que "el asegurador no está obligado a asumir la defensa judicial del
asegurado frente a la reclamación del tercero", pero establece el derecho del asegurador para
obligar al asegurado a encomendar la defensa a la persona que aquél indique (art. 574).
En torno al deber de asumir la defensa judicial se plantean complejos problemas que dicen
relación con los conflictos de intereses que pueden suscitarse entre asegurador y asegurado.
Por ejemplo, se pueden presentar conflictos cuando el seguro tiene una cobertura limitada y la
responsabilidad a que se expone el asegurado la excede. En estos casos, podría el asegurado
estar interesado en asumir personalmente la defensa por temer que el asegurador no sea tan
riguroso para defenderlo en el proceso. Algo parecido puede suceder si se propone una
transacción que el asegurado observa como conveniente por estar dentro de lo cubierto por el
seguro, pero el asegurador la rechaza previendo que logrará una sentencia más beneficiosa. La
ley argentina dispone que cuando el proceso ha sido seguido por decisión manifiestamente
injustificada del asegurador, éste deberá soportar íntegramente los gastos y costas
consiguientes (art. 111, párrafo 3º Ley 17.418, de 30 de agosto de 1967). La doctrina tiende a
ampliar el sentido literal de esta norma, sosteniendo que "se considerará manifiestamente
injustificada toda prolongación del litigio que el asegurador lleve a cabo a pesar de que el
reclamo del tercero sea correcto, y aun en caso de existir dudas acerca de la falta de
responsabilidad del asegurado".
Nuestro Proyecto de Ley se orienta en el mismo sentido al disponer que los gastos y costas
devengados en una causa mantenida por decisión manifiestamente injustificada del
asegurador, deben ser solventados íntegramente por éste (art. 575).
Para determinar al tercero beneficiario hay que precisar la noción de asegurado. En general, se
suele decir que asegurado es el suscriptor del seguro, así como todas las personas por las
cuales se ha estipulado con mención expresa la garantía aseguradora. Por ejemplo, una póliza
puede contemplar que la protección se extienda al cónyuge o los hijos del suscriptor.
Los terceros, entonces, se definen como toda persona ajena al contrato, con excepción del
asegurado y un cierto número de individuos que se enumeran. Puede estipularse, por ejemplo,
que no se considerarán terceros el cónyuge, los ascendientes, los descendientes del asegurado,
sus trabajadores o dependientes, etc.
Sostiene Eliashberg que la situación está lejos de ser simple y uniforme, y en la práctica
conviene referirse expresamente a las definiciones contenidas en cada póliza.
De allí que se sostenga que el tercero beneficiario no podría ejercer la acción de indemnización
de modo directo en contra de la compañía de seguros, a pesar de conocer la existencia del
contrato. La víctima debe demandar al asegurado.
En Chile, puede sostenerse con fundamento que, en ausencia de una norma expresa que
establezca la excepción, rige el principio general de la relatividad de los contratos y no procede
la acción directa.
Sin embargo, queda la duda de si una visión más articulada y completa del fenómeno de la
responsabilidad civil, entendiendo al seguro como un mecanismo inserto en ella y no como una
mera relación contractual, podría dar pie para admitir el derecho del perjudicado de demandar
directamente a la compañía aseguradora, al menos en ciertos casos. Este esfuerzo tendría
como manifiesto apoyo la interpretación analógica de la acción directa establecida
expresamente en el Código de Comercio tratándose del seguro de responsabilidad marítimo.
Según el nuevo art. 1201, "sólo en los casos en que un asegurador de responsabilidad otorgue
una garantía para cubrir la responsabilidad del asegurado, podrá ser demandado directamente
por el tercero a cuyo favor se ha emitido dicha garantía" (art. 1201, inc. 1º CCom).
Cuando se acepta la acción directa, queda el problema de resolver qué excepciones o defensas
se admitirán al asegurador.
La ley española dispone que "La acción directa es inmune a las excepciones que puedan
corresponder al asegurador contra el asegurado. El asegurador puede, no obstante, oponer la
culpa exclusiva del perjudicado y las excepciones personales que tenga contra éste" (art. 76).
Sin embargo, este texto que se refiere a la "inmunidad de excepciones" ha causado numerosos
problemas para la aplicación del precepto, dando lugar a toda suerte de interpretaciones,
desde las más favorables a las compañías aseguradoras hasta las más contrarias a sus intereses.
La jurisprudencia ha ido estableciendo que la acción directa presupone el contrato de seguro,
el que sigue rigiendo la participación del asegurador en la relación creada por la
responsabilidad. De este modo, el asegurador puede hacer valer frente al tercero demandante
las exclusiones objetivas del contrato de seguro, como, por ejemplo, la de conducir en estado
de ebriedad al momento del accidente automovilístico.
La obligatoriedad del seguro se basa en la exigencia legal de que un vehículo esté asegurado
para que pueda transitar por las vías públicas del territorio nacional (art. 1º Ley Nº 18.490).
La ley delimita lo que debe entenderse por vehículo motorizado: "aquel que normalmente está
destinado a desplazarse en el medio terrestre, con propulsión propia, que se encuentre por su
naturaleza destinado al transporte o traslado de personas o cosas y sujeto a la obligación de
obtener permiso de circulación para transitar" (art. 2º Ley Nº 18.490). Se incluyen los
remolques, acoplados, casas rodantes, pero se excluyen los vehículos que circulan por rieles,
los utilizados en lugares cerrados sin acceso al público, los tractores y otras maquinarias
agrícolas, así como los vehículos de tracción animal (art. 3º Ley Nº 18.490).
Las partes del contrato de seguro son el asegurado y el asegurador. El asegurador puede ser
cualquier compañía de seguros autorizada para cubrir los riesgos llamados del primer grupo
(donde están los riesgos del patrimonio) (art. 9º Ley Nº 18.490). El asegurado obligado a
contratar el seguro es el propietario del vehículo, presumiéndose el dominio respecto de quien
aparezca como dueño en el Registro de Vehículos Motorizados (art. 4º Ley Nº 18.490). No
obstante, la ley establece la cesión automática del contrato en virtud de la transferencia o
transmisión del dominio del vehículo (art. 19 Ley Nº 18.490). El asegurado es siempre el dueño
del vehículo, aunque no haya sido el tomador o suscriptor de la póliza.
La ley da otras normas especiales sobre el contrato, en cuanto a la formulación de su texto por
modelo de póliza aprobada por la Superintendencia de Valores (art. 21 Ley Nº 18.490), a su
suscripción y prueba (art. 17 Ley Nº 18.490), al plazo de vigencia y a las formas de terminación
(art. 5º Ley Nº 18.490).
Las obligaciones y cargas que se establecen para las partes son similares a las que ya hemos
analizado para los seguros de responsabilidad en general. El asegurado debe pagar la prima,
pero debe tenerse en cuenta que el no pago de ella no autoriza la resolución del contrato (art.
5º Ley Nº 18.490). Además, tiene la carga de dar aviso del accidente dentro del 5º día a la
compañía de seguros, y ponerla en conocimiento oportunamente de todos los avisos,
citaciones, cartas, notificaciones o cualquiera otra comunicación que reciba o de que tome
conocimiento en relación con el accidente. Igualmente, se le impone el deber de dejar
constancia inmediata del accidente en la unidad de Carabineros de Chile más cercana (art. 8º
Ley Nº 18.490).
El seguro que el texto original de la ley exigía contratar era un seguro con una doble
modalidad: 1º) un seguro por accidentes personales, y 2º) un seguro por los daños causados a
vehículos con ocasión de un accidente de tránsito (art. 14 Ley Nº 18.490).
En el seguro de daños, la ley señalaba que el asegurador "podrá intervenir como parte
principal..." en los procesos por responsabilidad del asegurado (art. 7º Ley Nº 18.490). Como
vemos, se concebía este deber como facultativo, por lo que entraba en el concepto de carga, ya
que en todo caso el asegurado debía pagar las indemnizaciones que fueran fijadas por
sentencia judicial ejecutoriada (art. 7º Ley Nº 18.490) y no podía alegar que hubo errores en la
conducción del juicio por parte de la defensa del asegurado.
La ley le concedía al asegurador el derecho de fijar los términos de una transacción judicial que
pusiera fin a la contienda. De esta manera, exigía, para que la compañía se hiciera responsable
del pago de la indemnización, que al acuerdo concurrieran el propietario y conductor del
vehículo asegurado, los terceros perjudicados y el asegurador (arts. 7º y 38 Ley Nº 18.490).
La regulación del seguro obligatorio contenida en la Ley Nº 18.490, aunque presentara algunos
vacíos y deficiencias, era lo suficientemente bien concebida para que el mecanismo del seguro
obligatorio funcionara de un modo adecuado. Se trataba, en suma, de dos tipos de seguros:
uno por responsabilidad absolutamente objetiva (muerte y lesiones corporales en accidentes
del tránsito) y otro de responsabilidad civil culposa (daño a vehículos en accidente del tránsito),
de naturaleza obligatoria, con cobertura limitada, regulación legal y libre acceso a la
designación del asegurador. Se ha justificado la derogación del seguro de responsabilidad civil
obligatorio sobre la base de que nuestra realidad socioeconómica no permitiría el sistema por
ser los costos de cobertura excesivos para las posibilidades del común de los obligados. Se
teme, en el fondo, que haya un incumplimiento generalizado del gravamen si la ley lo
impusiera imperativamente.
El seguro de accidentes personales cubre los riesgos de muerte y lesiones corporales que
sufran las personas como consecuencia de accidentes en que intervienen el vehículo
asegurado, sus remolques o cargas, fijando la ley las indemnizaciones en unidades de fomento.
Este seguro beneficiaba tanto al conductor del vehículo como a las personas transportadas por
él y cualquier tercero que resultara afectado (art. 24 Ley Nº 18.490). Se da aquí la
particularidad de que el mismo asegurado, dueño del vehículo, puede resultar beneficiado por
la indemnización, por lo que este seguro es más amplio que un seguro por propia
responsabilidad civil y se asemeja al seguro de vida o por daños personales.
Las acciones para reclamar las indemnizaciones por accidentes personales prescriben en un
año desde la fecha del accidente o desde que ocurrió la muerte, siempre que ésta tenga lugar
dentro del año siguiente al accidente (art. 13 Ley Nº 18.490).
Se cuida la legislación de no excluir el ejercicio de las acciones que sean procedentes por el
derecho común, y por las cuales los damnificados puedan hacer valer sus derechos. Pero quita
eficacia de prueba o de reconocimiento de culpabilidad al pago del seguro. Sin embargo, las
cantidades pagadas en virtud de este seguro se imputarán o deducirán de lo que respecto de
los mismos hechos o las mismas personas le pueda corresponder al propietario o conductor del
vehículo según las normas del derecho común (art. 15 Ley Nº 18.490).
Aparte de los seguros obligatorios de algunas leyes especiales referidas al medio ambiente
(D.L. 2.222, art. 146; Ley Nº 18.302, art. 62), la Ley Nº 19.300, de Bases Generales del Medio
Ambiente, establece que si el responsable de cualquier proyecto o actividad presentare junto
con el Estudio de Impacto Ambiental una póliza de seguro que cubra el riesgo por daño al
medio ambiente durante el plazo de 120 días que durará el proceso de evaluación, podrá
obtener una autorización provisoria para iniciar el proyecto o actividad, bajo su propia
responsabilidad (art. 15). El Reglamento del Sistema de Evaluación de Impacto Ambiental (D.
Sup., 30, de 27 de marzo de 1997, D. Of. 3 de abril de 1997) ha regulado en sus arts. 98 y ss. las
características de este contrato de seguro, y puede resultar interesante detenerse en algunos
aspectos de esta regulación.
Por una parte, los objetos o cosas aseguradas (art. 100, letra b del Reglamento) deben incluir
los elementos naturales y artificiales del medio ambiente que se encuentren en el área de
influencia del proyecto o actividad, y que, de acuerdo con el art. 12, letra f, del Reglamento,
comprenden no sólo el medio físico, el medio biótico, sino también el medio socioeconómico,
e incluso el paisaje y los "elementos naturales y artificiales que componen el patrimonio
histórico, arqueológico, antropoarqueológico, paleontológico, religioso y, en general, los que
componen el patrimonio cultural, incluyendo la caracterización de los Monumentos
Nacionales". Para determinar la suma asegurada deben valorarse estos elementos naturales y
artificiales "utilizando la metodología más apropiada" (art. 100, letra c, del Reglamento). Se
tratará de una labor bastante complicada.
Por otro lado, prácticamente se incluyen todos los riesgos posibles. Señala el art. 100, letra d)
del Reglamento que la póliza debe mencionar "los riesgos por los cuales el asegurador
responderá. Se indicará expresamente que el asegurador tomará sobre sí todos los riesgos por
daños al medio ambiente que sean consecuencia de los actos u omisiones del titular del
proyecto o actividad o de las personas de las cuales legalmente responde". Se añade que en
todo caso debe señalarse en forma expresa que el riesgo puede provenir de una situación
accidental, sea repentina o gradual.
Como paliativo a esta situación bastante incierta para el asegurador, se limita temporalmente
el seguro fijándose la época en la que deberá responder. Ella en principio debe extenderse por
el plazo de 120 días en el que se tramitará la Evaluación de Impacto Ambiental, pero el seguro
debe indicar que se prorrogará automáticamente si se extiende el plazo para dictar el
pronunciamiento sobre el Estudio de Impacto Ambiental (arts. 98, inc. 2º, y 100, letra g, del
Reglamento).
Internacionalmente, se ha visto que el seguro de responsabilidad civil por daño ambiental, para
que funcione en la práctica, debe ser bastante más acotado y diferenciado, de modo de
permitir una identificación más clara de los riesgos y de los costos que están en juego. La
aplicación del mecanismo asegurativo a la responsabilidad civil por daño al medio ambiente ha
generado muchas dificultades en el plano internacional. Como señala un autor, el marco de los
seguros medioambientales, centrado en llamadas pólizas E.I.L. (Environmental impairment
liability), "se desenvuelve en un campo bastante estrecho en el que una progresiva demanda
de cobertura aseguradora, en cierto modo forzada por algunos seguros de suscripción
obligatoria, se ve frenada por una escasísima oferta de pólizas y una casi absoluta ausencia de
competencia por parte del sector asegurador".
VIII. INFLUENCIA DEL SEGURO EN EL DESARROLLO DE LA RESPONSABILIDAD CIVIL
Pero no puede negarse que, en la otra cara de la medalla, el mecanismo asegurativo ha influido
también, y de un modo muy intenso, en el desarrollo del mismo sistema de responsabilidad. En
realidad, se trata de una suerte de doble influencia que se ha potenciado recíprocamente. El
seguro no habría tenido la posibilidad de crecer del modo como lo ha hecho si no hubiera sido
por la reformulación de los criterios de la responsabilidad, que tienden a la objetivización y a la
reparación completa de los daños causados a las víctimas. Pero, por otro lado, la
responsabilidad no habría podido llegar al grado de evolución actual si no fuera por la
existencia y la posibilidad de distribuir socialmente los riesgos mediante el pago de primas de
seguros. Se ha dicho así que la influencia del seguro sobre la responsabilidad transcurre en dos
direcciones aparentemente opuestas: una mayor extensión de la responsabilidad individual
haciendo más efectivo el principio de la integridad de la reparación, pero por otra, una mayor
socialización de los riesgos que suele llevar a la formulación de indemnizaciones tasadas o
limitadas.
Pero los autores no dejan de observar que esta influencia del seguro sobre el sistema de
responsabilidad civil puede resultar inconveniente si no se adoptan medidas correctivas. En
efecto, el gran problema que genera la extensión de la asegurabilidad es que se descuida la
prevención de los siniestros. El responsable de causar el daño ya no se siente como tal, ni
después del hecho dañoso ni antes, puesto que es la compañía aseguradora la que responde
efectivamente. El autor del daño no pasa de ser un mero deudor formal, que ni siquiera
participa en el proceso judicial donde se da por establecida su falta o descuido. Se advierte,
como de hecho ha sucedido en el sistema norteamericano, que esto puede conducir a una
crisis del régimen de responsabilidad y del mismo mercado asegurativo. En Estados Unidos, las
primas de seguros por responsabilidad en ciertas actividades han llegado a ser tan altas que
han inhibido la realización de esas funciones.
Se hace necesario revisar la relación entre responsabilidad y seguro, para que ambos cumplan
una función que resulte coherente y sana para el conjunto del cuerpo social.
Está claro que la evolución sostenida hasta hoy proseguirá, y los autores se preguntan si no ha
llegado la hora de reformular los criterios del seguro de responsabilidad, para permitir que el
asegurado causante del daño sea afectado también por las consecuencias de su conducta
descuidada y el contrato de seguro no sólo tienda a garantizar la conveniente reparación de las
víctimas y a hacer previsible el costo económico de los riesgos de ciertas actividades, sino que,
en conjunto con las reglas de responsabilidad, contribuya a prevenir y disminuir los siniestros,
ya que éstos son siempre un mal, un perjuicio, y en definitiva un empobrecimiento para toda la
comunidad.
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INDICE
Presentación
Abreviaturas utilizadas
LECCION PRIMERA
b) La responsabilidad política
c) La responsabilidad jurídica
a) La responsabilidad disciplinaria
b) La responsabilidad sancionatoria
a) Restituciones mutuas
3. La función preventiva
4. La función punitiva
5. La función institucional
1. Responsabilidad y justicia
LECCION SEGUNDA
I. El derecho romano
II. El derecho medieval
X. Actuales tendencias
EXTRACONTRACTUAL
1. Regla general
2. Incapacidades
4. Derecho extranjero
IV. Antijuridicidad
1. Manifestación legal y autonomía
a) Legítima defensa
b) Estado de necesidad
c) Otros supuestos
1. Noción de daño
c) Previsibilidad
5. Clases de daño
d) El daño estético
a) Teorías empiristas
b) Teorías normativas
5. Nuestra posición
7. La multiplicidad de causas
b) Pluralidad de agentes
1. Exigencia de culpabilidad
3. El dolo extracontractual
4. La culpa
4.1.Concepto
4.3.Graduación de la culpa
4.4.Culpa y previsibilidad
5. Prueba de la culpabilidad
LECCION CUARTA
2. Disposiciones particulares
1. Nociones generales
2. Requisitos
LECCION QUINTA
III. Responsabilidad por daños causados a los trabajadores con ocasión de la relación laboral
3. Perjuicios indemnizables
c) El equipo médico
1. La regulación normativa
a) Titulares
LECCION SEXTA
a) Lesionados directos
1. Formas de reparación
2. Extensión de la reparación
b) Reducción de la indemnización
d) La reajustabilidad de la indemnización
2. Renuncia
3. Transacción
4. Prescripción
a) Prescriptibilidad de la acción
c) Suspensión de la prescripción
LECCION SEPTIMA
LA RESPONSABILIDAD PREVENTIVA
2. Relación de causalidad
3. Culpabilidad
4. Legitimación pasiva
5. Legitimación activa
a) Acción individual
b) Acción popular
1. Juicio ordinario
IV. Prescripción
LECCION OCTAVA
1. Concepto
2. Caracteres fundamentales
3. El interés asegurado
4. El riesgo
1. Del asegurado
2. Del asegurador
Bibliografía