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Jorge Luis Borges: el axioma de la literatura argentina

Beatriz Sarlo

Los lugares comunes algunas veces aciertan. Por ejemplo: es imposible pensar la literatura argentina sin
Borges. Pieza maestra del siglo XX, a partir de él se cruzan o se dispersan todas las líneas. Esto vale hasta
comienzos de 1980. Desde entonces pasan cosas diferentes que darían lugar a otra nota, cuyo título podría
ser "La literatura argentina después de Borges", cuando comenzó a funcionar de modo más "normal",
menos volcánico; sigue siendo el Gran Escritor con quien, sin embargo, ya no todos ajustan cuentas y se
trazan diagonales que Borges no pisó. La culminación absoluta y el apaciguamiento.

¿Cómo habría sido la literatura hasta los años ochenta sin Borges? Es difícil imaginar a Bioy Casares sin
ese prólogo a La invención de Morel que escribió Borges. Pero podemos imaginar otros que,
probablemente, habrían dibujado una cartografía distinta, despojada del "centro Borges". La pregunta
permite pensar "en hueco", no como si algo faltara sino intentando imaginar su radical inexistencia. Si se
lo pensara como un simple faltante, el ejercicio no valdría la pena.

En cambio, se trata de olvidar que existió y reordenar lo que queda. Los libros inaugurales de lo nuevo
habrían sido Veinte poemas para ser leídos en el tranvía (1922), Calcomanías (1925) y Espantapájaros
(1932), de Oliverio Girondo, y no la serie Fervor de Buenos Aires (1923), Luna de enfrente (1925) y
Cuaderno San Martín (1929). Probablemente nadie habría releído a Evaristo Carriego, como lo hizo
Borges, y la poesía argentina tendría en su centro operaciones más "vanguardistas", como las de Girondo.
Y en lugar de las orillas porteñas, el barrio y las calles rectas hasta el horizonte, estaría el paisaje fluvial y
fluyente de Juan L. Ortiz. En ausencia de Borges, probablemente ésas serían las dos grandes líneas
poéticas de la primera mitad del siglo XX.

Martínez Estrada fue el gran escritor ideólogo; pero, sin Borges, no habría obstáculos para pensarlo, en
soledad, como el gran ensayista del siglo. Por otra parte, sus relatos se correrían al centro del sistema. El
prodigioso "Marta Riquelme", por ejemplo, habría inventado un espacio original, fantástico, laberíntico,
arbitrario y terrible. "La inundación" sería el tributo que la literatura argentina, en ausencia de Borges,
rindió a Kafka, el escritor que Borges admiró de modo incondicional. Pero algo estaría faltando. Martínez
Estrada no es citable como lo es Borges, y una literatura es, entre otras cosas, un sistema de citas y
reconocimientos, rebotes, préstamos y deformaciones.

Sin Borges, la forma más simple de ordenar la literatura de la primera mitad del siglo caería en pedazos.
La servicial oposición en la que Borges fue lo que Arlt no pudo ser y viceversa le da un orden a los libros
hasta 1950. Pero sin Borges, la originalidad de Arlt enlazaría directamente con la de Puig: dos escritores
que escriben "desde afuera" de la literatura, aunque sea un mito sostener que no sabían literatura. Arlt
escribe desde el periodismo, el folletín y la novela rusa (Borges detestaba la novela rusa y le gustaban,
como una debilidad, sólo los folletines gauchescos); Puig escribe desde la novela sentimental y el
imaginario del cine (Borges detestaba la novela sentimental, y le interesaba el cine, pero no a la manera
de Puig: ponía sus distancias, hacía esguinces).

Probablemente Bioy no habría sido quien fue realmente sin Borges y a Silvina Ocampo se le reconocería
una marca de originalidad muy fuerte. Ella no fue borgeana; su escritura tiene una turbiedad, una buscada
imprecisión, una perversidad en el acople de palabras que no son borgeanas. Hay en Silvina Ocampo una
especie de rebeldía a la racionalidad formal y a la trama bien compuesta, a la nitidez de lo complejo (la
gran marca de Borges) que la coloca siempre como una outsider. Sin Borges, Silvina Ocampo habría sido
una alternativa de primer plano, no una escritora extraña que, paradójicamente, estuvo cerca de Borges
mucho tiempo.

Algunos escritores intocados por la ausencia de Borges: Leopoldo Marechal, por ejemplo. Poco habría
cambiado. Adán Buenosayres está escrito en absoluta contemporaneidad con los grandes relatos de
Borges, pero como si perteneciera a un sistema musical diferente, con otros tonos y escalas. La huella de
Marechal habría sido probablemente la misma. Borges y Marechal no se escuchaban. Cortázar, en
cambio, leía a Borges y declaró que quiso escribir en la lengua que Borges usaba. Como inventor de
ficciones buscó lo que Borges rechazaba: el shock del surrealismo, el disparate de la patafísica. No estoy
muy segura de que Borges le fuera indispensable del modo en que lo fue para Walsh o para Piglia. Lo
fantástico de Cortázar no es una respuesta a Borges; es diferente.

Sin Borges, ¿qué habría sido Saer? Su primer libro, de 1960, En la zona, es tan borgeano como un
homenaje o una ironía. Después, Saer (lector de Borges, de los mejores) se dedica a lo suyo, como si En
la zona hubiera sido el paso necesario para mostrar que cualquiera imita a Borges, en un momento de
copia necesaria y de competencia temeraria que, una vez atravesado, abre un territorio original. Copiar
para exorcizar; copiar para ausentar.

Sin Borges, la literatura argentina no habría tenido un capítulo "anti-Borges" donde se discutieron las
implicaciones entre figuración literaria e ideología política. AntiBorges es el título de la recopilación,
hecha por Martín Lafforgue, de esos debates. Aunque parezca una discusión vieja, no lo es tanto y, a
veces, vuelve en el momento menos pensado (precisamente porque es el momento en que se piensa
menos). Sin Borges, el escritor de literatura fantástica más citado habría sido Cortázar, que presenta pocos
problemas ideológicos después de su conversión a la revolución cubana. La oposición fantástico-realista
habría tenido como objeto sus relatos.

Sin Borges, la teoría literaria no habría encontrado una obra que le permitiera alcanzar una autoconciencia
argentina: pensar problemas teóricos con textos escritos acá, como si esos textos anticiparan aquellos
problemas, los adivinaran y los dejaran abiertos. Y, aunque la lengua de Arlt y la de Saer llegan de
geografías originales, sin Borges no se habría escrito en ese castellano rioplatense límpido, tan criollo
como cosmopolita, que (al revés de los enigmas rebuscados pero banales) sólo muestra su dificultad
magistral, su desafío a la inteligencia, una vez que el lector se ha acercado a comprenderla

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