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Tribunal: Cámara Nacional de Casación Penal, sala II(CNCasacionPenal)(SalaII)

Fecha: 01/10/1998
Partes: Varela Cid, Eduardo.
Publicado en: LA LEY1999-B, 194 - DJ1999-2, 239 - Colección de Análisis Jurisprudencial Elems. de Derecho Penal y Procesal
Penal - Director: Andrés José D'Alessio - Editorial LA LEY, 2005 , 40, con nota de Alejandra L. Pérez;

Sumarios:
1. - Las llamadas inmunidades parlamentarias tienen un doble efecto: por una parte irresponsabilizan al congresista por sus
opiniones, discursos y votos en el ejercicio de las funciones respectivas; y por otra, se eximen de arresto --salvo excepción expresa-
-, desde la expedición del diploma hasta el inicio de la legislatura siguiente.
2. - Las opiniones de cualquier índole, vertidas por un legislador desde el interior del recinto parlamentario, no constituyen delito y
están exentas de la autoridad judicial, pero sí pueden comportar desorden de conducta (art. 66, Constitución Nacional) y son
susceptibles de originar sanciones por sus pares, pudiendo hasta expulsar del seno al miembro indecoroso.
3. - Si las opiniones vertidas por un legislador fuera del recinto parlamentario se relacionan directamente con la tarea que se está
llevando a cabo dentro de él, goza de la inmunidad conferida por la Constitución Nacional no pudiendo ser juzgado por tales
alocuciones.
4. - El informe suministrado por un legislador a un medio masivo de comunicación o a cualquier entidad, emitiendo opiniones que
no aparecen ligadas y no se unen indisolublemente a cuestiones propias de la actividad parlamentaria, no puede considerarse
vinculado con el desempeño de su función.
5. - Cae bajo la inmunidad, a pesar de no ser un acto de desempeño del mandato, la publicación de las opiniones o discursos hecha
por el propio legislador o por un tercero por cuenta de aquél.
6. - Las opiniones vertidas por un diputado fuera del recinto parlamentario y no ligadas de modo alguno con el pedido de juicio
político que --dentro de él y en contra de un juez de la Nación--, el congresista había formulado, resultan descontextualizadas de la
función legislativa, no pudiendo constituir --independientemente de su delictuosidad-- una opinión proferida desde tal condición,
extralimitándose del amplio privilegio del que goza como integrante del cuerpo legislativo (art. 68, Constitución Nacional).
7. - Las expresiones escritas u orales que pueda hacer el legislador superando el marco funcional de su actividad, queda exento del
privilegio y sujeto como los demás ciudadanos a los principios que consagran la libertad de expresión.
8. - La inviolabilidad de los parlamentarios mantiene sus efectos incluso cuando han dejado el cargo, de manera que las opiniones
manifestadas en ejercicio del mismo tampoco pueden ser perseguidas tras la pérdida de su condición de tal (art. 10, Reglamento del
Congreso de los Diputados y art. 21, Reglamento del Senado).
9. - La inviolabilidad parlamentaria se constituye en causa personal --aunque basada en la protección de la función-- de exclusión
de la responsabilidad, lo que significa que si la opinión manifestada en la Cámara por un parlamentario es contraria a derecho,
sigue manteniendo tal carácter aunque no pueda demandarse responsabilidad a su autor. Asimismo, idéntica manifestación verbal
será perseguible penalmente --por mantener su carácter ilícito-- si fuera pronunciada fuera de la Cámara.
10. - La Constitución Nacional debe analizarse como un conjunto armónico por tratarse de una estructura sistemática en el cual sus
cláusulas forman un todo coherente, debiendo en la inteligencia de cada una de ellas cuidarse de no alterar el equilibrio de
conjunto, donde las excepciones y privilegios deben interpretarse con criterio restrictivo.

Texto Completo: Buenos Aires, octubre 1 de 1998.


El doctor Mitchell dijo:
I. Llegan las presentes actuaciones a conocimiento de esta cámara en virtud del recurso de casación interpuesto a fs. 21/4 vta.
por la defensa oficial de Eduardo Varela Cid contra lo resuelto a fs. 16/8 vta. por la juez a cargo del Juzgado Correccional N3° 13
de esta Capital que decidió, en el punto II, no hacer lugar a la excepción de falta de acción deducida, disponiendo (en el punto IV)
que continúen los autos según su estado.
El remedio procesal impetrado fue concedido a fs. 25/6 vta. y mantenido en esta instancia a fs. 32.
II. Resultando el recurso formalmente procedente a la luz de las previsiones de los arts. 438, 456 inc. 1° y 457 del Cód.
Procesal Penal, y habiéndose superado la etapa procesal prevista en el art. 468 del ritual quedaron estos actuados en condiciones de
recibir nuestra inspección jurisdiccional.
III. La querella criminal de acción privada se interpone contra Eduardo Varela Cid en orden a los delitos de calumnias e
injurias reiteradas, propagadas por medio de la prensa (confr. fs. 1/7 vta. del principal).
Durante el término de citación a juicio previsto por el art. 428 del Cód. Procesal Penal de la Nación y con fundamento en lo
establecido por el inc. 2° del art. 339 del ritual la titular de la Defensoría Correccional N° 2, doctora Ana Arcos, interpuso
excepción de falta de acción por entender que la presente acción no pudo ser promovida teniendo en cuenta la calidad de la persona
imputada --diputado nacional--. Solicitó, en consecuencia, se dicte auto de sobreseimiento respecto de su defendido.
Previa vista a la parte querellante, la juez a cargo del juzgado interviniente dictó la resolución que ahora se recurre.
Para así decidir sostuvo que la protección o inmunidad que la ley confiere, a los efectos de garantizar la libertad de expresión a
los legisladores, que actúan por mandato soberano del pueblo, es relativa a hechos provenientes del ejercicio de sus funciones o
respecto a opiniones que emitan desempeñando el mandato referido. Que Varela Cid manifestó las expresiones que la querella tilda
de calumniosas o injuriosas fuera del recinto y que tampoco fueron emitidas como consecuencia del mandato que desempeñaba,
sino que las profirió a nivel personal, motivo por el cual no puede ampararse en la inmunidad invocada.
IV. El recurso de casación se deduce por inobservancia o errónea aplicación de la ley sustantiva (art. 456, inc. 1°, Cód. Procesal
Penal de la Nación), precisamente del art. 68 de la Constitución Nacional.
Señala la casacionista su concordancia con la a quo en el sentido que la inmunidad prevista en el artículo citado no es un
privilegio personal, pero, advierte, sí lo es funcional, ya que es una garantía inherente a la función política del Parlamento.
Con cita de Sebastián Soler indica que tal privilegio es pleno pues importa la total irresponsabilidad penal del legislador por las
opiniones vertidas en el desempeño de su mandato, de modo que la ley penal no puede llegar en ningún caso a imponerle sus
sanciones.
Indica que la inmunidad debe amparar a su defendido en razón de que las expresiones tildadas como calumniosas habrían sido
efectuadas mientras se desempeñaba como diputado nacional por el Partido Justicialista y se referían a la labor investigativa que
estaba efectuando en relación al pedido de juicio político de la doctora Larrandart, vale decir que sus manifestaciones fueron
efectuadas en cumplimiento de su labor legislativa y en directa alusión al tema que estaba tratando. Asimismo, agrega en su
recurso, debe considerarse que dentro de las funciones que le eran propias se encontraba la de informar sobre los sucesos que
estuviera debatiendo.
Solicita, en definitiva, se case la resolución impugnada declarándose que Varela Cid se encontraba amparado en la inmunidad
parlamentaria establecida en el art. 68 de la Constitución Nacional en el momento de proferir las expresiones supuestamente
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deshonrosas para el querellante, dictándose auto de sobreseimiento a su respecto.
V. Las llamadas inmunidades parlamentarias tienen un doble efecto: por una parte irresponsabilizan al congresista por sus
opiniones, discursos y votos en el ejercicio de las funciones respectivas; y por otra, se eximen de arresto --salvo excepción expresa-
-, desde la expedición del diploma hasta el inicio de la legislatura siguiente. La irresponsabilidad es perpetua, subsistiendo aún
después de concluido el mandato, o sea que lo expresado en el desempeño del mismo goza de inmunidad absoluta (también cuando
el legislador ha dejado de serlo); mientras que la inviolabilidad sólo vale durante la vigencia de la investidura. El primer efecto es
de derecho material, equivaliendo a una excluyente de la criminalidad; el segundo efecto es de derecho procesal.
Como la mayor parte de las libertades públicas y sus garantías jurídicas, las inmunidades parlamentarias tienen su origen en la
costumbre inglesa.
No obstante, su antecedente histórico se remonta a tiempos muy lejanos, situándose en Atenas, en donde los "magistrados",
elegidos por los sufragios de sus iguales, eran respetados y obedecidos por la ciudadanía y los otros poderes, aunque estaban
sujetos a ciertas responsabilidades bajo revocabilidad de su cargo frente a sus electores. Ese respecto, entonces, no suponía una
libertad absoluta en la tribuna. Advierte Carlos Sánchez Viamonte que Herodoto mostraba su asombro ante la libertad de los persas
reunidos en asambleas discutiendo sus problemas institucionales, diciéndose cosas y exponiendo opiniones, inconcebibles para los
griegos. En Atenas se penaba a los oradores que, usando la tribuna, daban malos consejos al pueblo o proponían por tres veces
consecutivas resoluciones contrarias a las leyes existentes, pudiendo inclusive ser perseguidos ante la justicia por esos actos
demagógicos (vid. voz "Asamblea" en Enciclopedia Jurídica Omeba, t. 1, p. 803 y R. García Martínez, ED, 21/4/98, p. 1).
En el año 1397, bajo el reinado de Ricardo II en Inglaterra, el privilegio es violado por primera vez. En esa época un miembro
del Parlamento llamado Haxey disgustó al rey con la presentación en la Cámara de los Comunes de un proyecto de ley para reducir
los gastos excesivos de la Casa Real. El Monarca pidió el nombre del autor de la propuesta, lo comunicó a la Cámara lamentando
mucho su conducta, y Haxey fue condenado por el Parlamento, como traidor, a la pena de muerte. Después, cuando Enrique IV
ascendió al trono, Haxey presentó una petición solicitando la revocación del fallo. El Rey anuló, en efecto, la sentencia, con
asistencia y consejo de los Lores, entrañando ello el reconocimiento del privilegio por la más alta autoridad de la Nación. Se afirmó
que aquél "había sido condenado contra la ley y costumbre del Parlamento y con anulación de la práctica de los Comunes" (confr.
L. Jiménez de Asúa "Tratado de derecho penal", t. II, ps. 1328/9, Buenos Aires, 1958 y B.A. Nazar Anchorena, JA, VI-280).
VI. En el "sub judice" se trata de opiniones y expresiones orales y escritas vertidas por un diputado nacional.
El art. 68 de la Constitución Nacional dispone que: "Ninguno de los miembros del Congreso puede ser acusado, interrogado
judicialmente, ni molestado por las opiniones y discursos que emita desempeñando su mandato de legislador". El texto aprobado
por los Constituyentes de 1994 es idéntico al art. 60 de la Constitución de 1853.
Con el agregado previo de las frases "el orador es inviolable, la tribuna es libre", esta es la redacción del art. 41 del Proyecto de
Constitución de la Confederación Argentina redactado por Juan B. Alberdi (vid. "Bases y puntos de partida para la organización
política de la República Argentina", Ed. Francisco Cruz, s/f.).
Con distintos matices este privilegio parlamentario fue reconocido sucesivamente por el Reglamento Orgánico de 1811, la
Comisión Especial designada por el Segundo Triunvirato, el Proyecto de la Sociedad Patriótica presentado a la Asamblea General
Constituyente de 1813 (art. 20), el Reglamento de la Asamblea del año XIII redactado por López y Planes, la Constitución de 1819
(art. 27) y, entre otros documentos, la Constitución de 1826 (art. 35).
En todos los casos, y en cuanto a su naturaleza, siempre se entendió y se le otorgó al privilegio un carácter funcional, en el
sentido de estar orientado a proteger a una clase de personas en tanto y en cuanto la soberanía popular les ha encomendado el
ejercicio de una función, la de legislar.
VII. La solución que aquí propugnaré del tema traído a estudio requiere, como paso previo, efectuar una esquematización que
comprenda las diferentes posibilidades que se nos puedan presentar al abordar tan trascendente cuestión.
A) 1. Opiniones de un legislador dentro del recinto parlamentario vinculadas con la función.
2. Opiniones de un legislador dentro del recinto parlamentario sin vinculación con la función.
B) 3. Opiniones de un legislador fuera del recinto parlamentario pero vinculadas con la función.
4. Opiniones de un legislador fuera del recinto parlamentario sin vinculación con la función.
VIII. Opiniones dentro del recinto
En doctrina y jurisprudencia encontramos a los que consideran que las opiniones vertidas dentro de la legislatura están
amparadas sin limitación alguna por las inmunidades parlamentarias, y que sus excesos sólo se corrigen por sus pares; y también a
los que señalan que las alocuciones que los congresistas viertan en el Palacio tienen, según los términos proferidos, ciertas
restricciones.
Desde antaño la Corte Suprema de Justicia de la Nación ha reconocido que esta inmunidad "... debe interpretarse en el sentido
más amplio y absoluto, porque si hubiera un medio de violarla él se emplearía con frecuencia (Fallos 1:300). El precedente
("Calvete c. Piñero") trata de un hecho ocurrido en el año 1864 en donde el mayor Calvete había publicado en "El Pueblo" una
opinión injuriosa en contra del senador Martín Piñero. Estos principios generales fueron reiterados en Fallos 14:223.
Advierte Sebastián Soler que el precepto constitucional en análisis ha de interpretarse con total amplitud; a su juicio "el
privilegio es pleno" e "importa la total irresponsabilidad penal del legislador por las opiniones vertidas en el desempeño de su
mandato; de modo que la ley penal no puede llegar en ningún caso a imponer sus sanciones, ni aun cuando haya cesado el
legislador en su cargo, o cuando hubiese sido desaforado, por esa o por cualquier otra causa". Agrega también que "esas opiniones
o discursos tienen que ser emitidas desempeñando el mandato de legislador", alcanzando "a las presentaciones escritas, a las
manifestaciones de comisión, a las de una comisión especial investigadora, tanto como a los discursos producidos en las sesiones"
("Derecho penal argentino", t. I, ps. 222/4, Ed. Tea, Buenos Aires, 1953).
Esta opinión de Soler no es la seguida por algunos escritores de derecho constitucional que entienden que si el congresista
comete actos difamatorios desempeñando su mandato se hace reo de delitos comunes y la Cámara podrá suspenderlo en sus
funciones y ponerlo a disposición del juez competente.
El criterio amplio impulsado por el eximio penalista fue el adoptado por nuestro Alto Tribunal. Así, entre otros, ver Fallos
248:462 y 248:473.
Si bien en este último ("Solari, Angel c. Rodríguez Araya, Agustín") no surgen del pronunciamiento qué opiniones y en qué
lugar las habría emitido el congresista, considero que se debe incluir en este segmento por su remisión al primero ("Martínez
Casas, Mario"). Allí la querella se había iniciado por opiniones tachadas de calumniosas vertidas por dos diputados nacionales y se
hallaban referidas, de manera cierta y exclusiva, a pasajes o frases de discursos que los querellados pronunciaron en el recinto de la
Cámara respectiva. Al definir el ámbito de las inmunidades que se les reconocieron a los parlamentarios, se dijo que éstas tienen
"una dimensión mayor", y se les otorgó "carácter absoluto... en atención a su propia naturaleza", siendo este requisito "inherente a
su concreta eficacia". Se aclaró, por último, que "las demasías en que pudiera incurrirse al amparo de la disposición examinada no
son irreprimibles... los posibles abusos deben ser reprimidos por los mismos legisladores, sin afectar la esencia de aquél".
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Esta es la extensión que le otorgan a la prerrogativa L. Jiménez de Asúa (ob. cit., p. 1343), J. Oyhanarte (LA LEY, 51-1066), R.
C. Núñez ("Derecho penal argentino", t. I, p. 185, Ed. Bibliográfica Argentina, Buenos Aires. 1959), C. Colautti ("Derecho
constitucional", p. 116, Ed. Universidad, Buenos Aires, 1996 y LA LEY, 1989-A, 878) y, entre otros, F. D'Albora (h.) --LA LEY,
1985-D, 1174--. También J. M. Estrada, en su "Curso de Derecho Constitucional" (t. III, p. 211), indicando que "ninguna autoridad
podrá perseguirlos por votos u opiniones emitidos en el recinto de las Cámaras".
Esta fue la posición adoptada, con ciertas particularidades, por la Cámara Federal de esta Capital en los casos "Canton c.
Dickmann" y "Saguier c. Correa" (ambos publicados en JA, VI-280), habiéndose dicho en este último que el privilegio en cuestión
garantiza a los miembros de una asamblea legislativa contra toda persecución, ya sea civil o criminal, por motivo de cualquier cosa
dicha o hecha por ellos durante la sesión, resultando de la naturaleza y de la ejecución de las funciones de su empleo, siendo, en
suma, indispensable "la no intervención de un poder extraño"; y que "esto no implica en modo alguno reconocer en los senadores y
diputados el derecho de atacar a las personas sin razón o necesidad, o de hacer de su banca un baluarte inexpugnable para atacarlas
injustamente ... Tal abuso, limitado por el propio decoro, cultura y prudencia que debe suponerse en los miembros del congreso...,
no carece de sanciones, puesto que, sin contar la sanción moral de la opinión pública y de la propia conciencia, puede ser reprimido
por las cámaras dentro de las facultades que la Constitución Nacional les confiere para corregir a sus miembros por desorden de su
conducta". Por último se dejó sentado un interesante criterio, el que servirá infra para elucidar la presente cuestión: "...salvo los
casos de privilegio o inmunidad establecidos en los arts. 60 y 61 (actuales 68 y 69, Constitución Nacional), los legisladores están
sometidos a las leyes y a la jurisdicción de los tribunales como cualquier particular; pueden cometer delitos, pueden ser
sorprendidos en su ejecución, pueden calumniar fuera del desempeño de su mandato, y por ello ser acusados ante los jueces".
En definitiva, y con relación al alcance que ha de darse a las opiniones enmarcadas en el parágrafo Adel presente, la mayoría de
los autores y de los precedentes jurisprudenciales de los tribunales de nuestro país consideran que las opiniones de un legislador
vertidas desde el interior del recinto parlamentario, de cualquier índole, no constituyen delito y están exentas de la autoridad
judicial (salvo, para algunos, con la expresa excepción consagrada por el art. 29, Constitución Nacional), pero sí pueden comportar
desorden de conducta (art. 66, Constitución Nacional) y son susceptibles de originar sanciones por sus pares, pudiendo hasta
expulsar del seno al miembro indecoroso.
En contra de esta tesis ilimitada, y fijando una clara restricción a las opiniones del legislador efectuadas en el recinto sin
vinculación con su función parlamentaria, entre otros, Joaquín V. González, Manuel Montes de Oca, Humberto Quiroga Lavié,
Juan A. González Calderón, Segundo V. Linares Quintana, Carlos Sánchez Viamonte, Germán Bidart Campos, Rafael Bielsa,
Antonio Castagno, Jorge Oscar Sommariva, Silvia Adriana Díaz, Paolo Biscaretti di Ruffia, Salvador María Lozada, Néstor P.
Sagüés.
Este derecho no es ilimitado, sostiene el primer autor citado en su "Manual de la Constitución Argentina 1853-1860" (Ed.
Estrada, Buenos Aires, 1971), hasta el punto de convertir el legislador a su asiento de la Cámara en un lugar impune de difamación
contra los particulares, porque en este caso se hace reo de delitos comunes, y el Parlamento, para su juzgamiento, lo suspenderá y
pondrá a disposición de juez competente. Idéntica opinión sostiene Linares Quintana, en su obra "Gobierno y Administración de la
República Argentina", t. I, ps. 301/2.
Si bien estima que la aplicación de la jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia de la Nación con respecto a este tema es
exacta (se refiere a Fallos: 248:462), Bidart Campos advierte que la norma del art. 68 de la Constitución Nacional merece reforma
futura. En su obra "Tratado elemental de derecho constitucional argentino" (t. II, p. 95, Ed. Ediar, Buenos Aires, 1992) refiere que
"una impunidad total y absoluta, con la que un legislador en ejercicio de su mandato puede injuriar, calumniar, ofender, etc., no
parece éticamente sostenible. Ni el congreso, ni cada cámara, ni la división de poderes, ni ningún otro principio de independencia
funcional, tienen tan alta jerarquía como para suprimir la delictuosidad y el juzgamiento de hechos cometidos por un legislador en
"uso y abuso" de su libertad de expresión. Eso no es ya un privilegio, inmunidad o fuero parlamentarios, sino una irritante lesión de
la igualdad; una banca legislativa no puede proporcionar vía libre para delinquir. La supuesta indemnidad que excluye la
responsabilidad penal no es necesaria para garantizar el funcionamiento del Congreso".
Con apoyo a estas últimas expresiones, Sagüés entiende que "la sociedad contemporánea no admite que inmunidad pueda
significar impunidad, en el sentido que un legislador, por ser tal, pueda mancillar sin responsabilidad alguna la fama, el prestigio o
el honor de los habitantes" (ED, 150-323).
Con cierta vinculación a lo que posteriormente expresaré con motivo de exponer mi opinión con relación al parágrafo B), 3 y 4,
antes expresado, Biscaretti di Ruffia participa de esta tesis y observa que "tal multiforme irresponsabilidad está estrictamente
limitada en nuestro ordenamiento (se refiere a su país de origen) a las opiniones y a los votos, y no se extiende, por consiguiente, a
otros actos realizados en la sala (que pueden, a veces, ser también penalmente perseguibles: por ejemplo si ocasionan lesiones
personales); además, continúa amparando al parlamentario (en relación a la actividad por él desplegada) después del cese del
oficio, pero no obsta para que las opiniones citadas, si se vuelven a expresar en otro lugar (por ejemplo, en el ámbito periodístico:
de forma independiente y no como simple reproducción de las "actas parlamentarias"), le hacen responsable, al respecto, según las
normas del derecho común" ("Derecho Constitucional", p. 374, Ed. Tecnos, Madrid, 1987).
En LA LEY, 102-672 se efectúa una sugestiva crítica al fallo "Martínez Casas" de la Corte Suprema de Justicia de la Nación
antes citado, estableciéndose que "la inmunidad se tiene en razón de los discursos y opiniones y no de lo que se quiere decir ... el
principio de igualdad ante la ley excluye todo privilegio personal" (Próculo).
Siguen este criterio Silvia A. Díaz en su trabajo publicado en LA LEY, 1994-B, 1134, con cita al respecto de Agustín de Vedia,
y Jorge Oscar Sommariva en JA, 1986-IV-911, quien refiere, agudamente, que "los dicterios pronunciados en el recinto no respetan
las formas parlamentarias y no pueden ser incluidos entre los juicios y las opiniones impunes. Ni el legislador que difama desde su
banca está "desempeñando su mandato" republicano, ni el privilegio desampara al ciudadano que no lo tiene y resultara ofendido
por esas expresiones. La inmunidad es para opinar, no para injuriar".
Así se ha dicho también que "si bien (esta inmunidad) ampara en su más amplia extensión la opinión del legislador, no lo
declara impune por los delitos que pueda cometer haciendo uso de la palabra desde su banca. La difamación y la injuria a personas,
hacen responsables a los legisladores que usaron su mandato y su banca, para cometer tales delitos (voz "Inmunidad", Enciclopedia
Jurídica Omeba, t. 15, ps. 939/40, Antonio Castagno).
De la crítica a un fallo, publicada en ED, 145-598 (La Ley, 1992-C, 59), se evidencia el descontento que expresa Miguel A.
Ekmekdjian acerca de que los congresistas emitan comentarios fuera del recinto legislativo. Así dice que "no está amparado por las
opiniones que pudiera vertir fuera del recinto, por ejemplo, si calumnia o injuria a una persona en un acto político, en un medio de
comunicación, ya sea como periodista o como invitado". En estos casos, advierte, habría que desaforar al legislador y proceder
luego en la justicia en consecuencia. De ese modo concluye --como una opinión valiosa para el próximo punto en tratamiento-- "se
habría preservado la necesaria libertad de éstos (los parlamentarios) y asimismo se habría protegido la honra de los ciudadanos, los
que de otro modo quedan indefensos ante la agresión de un legislador, en un medio que nada tiene que ver con los debates que se
producen en el recinto legislativo".
Interesa destacar también un reciente comentario publicado en ED del 27/8/98, en donde con claro criterio se ha logrado

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diferenciar el exceso en el ejercicio de las funciones legislativas de la ofensa deliberada al honor de un tercero en un discurso o
proyecto parlamentario.
Allí se sostuvo que "si mediare un desliz en las expresiones verbales o escritas que un legislador vertiera en el ejercicio de su
labor parlamentaria, que pudiera llegar a dar lugar a que alguien ajeno a la función legislativa se sintiera ofendido, el legislador en
cuestión estaría protegido por su inmunidad y, a lo sumo, si correspondiere, sería pasible de la sanción del cuerpo" (art. 66,
Constitución Nacional). "En cambio, si existiere un deliberado ataque al honor de ese tercero, pensamos que la garantía no debería
subsistir porque amparar a dicho legislador sería proteger a alguien que agrede sabiendo que no puede ser procesado, y éste no es el
sentido de la norma constitucional. La Constitución prevé inmunidad para las opiniones parlamentarias y no impunidad para las
agresiones al honor de terceros... Por lo tanto, en casos de deliberado e inequívoco ataque al honor, en la práctica debería poder
citárselo a juicio previo pedido de desafuero" (p. 5).
En este punto, y sirviendo de introito para el análisis del próximo tema, considero oportuno traer a colación el texto del art. 58
de la actual Constitución de la Provincia de Tucumán (según publicación del 5 de abril de 1991 en el Boletín Oficial), el que,
salvando las distancias, se ubica muy cerca de la disposición contenida al respecto por la Constitución de los Estados Unidos de
Norteamérica, que infra se reproducirá. Allí se expresa que: "Los legisladores no serán nunca molestados por los votos que
constitucionalmente emitan y opiniones que manifiesten en el desempeño de sus cargos, dentro del recinto legislativo".
IX. De lo expuesto resulta que existe una clara discordancia de criterios en aquél punto, sólo despejada en jurisprudencia por
las directrices emanadas por los fallos "Martínez Casas" y "Solari" de nuestro más Alto Tribunal, otorgándole extensión al
privilegio parlamentario cuando las opiniones se viertan dentro del recinto.
Opiniones fuera del recinto.
Urge, pues, a mi ver, establecer sin hesitaciones el alcance que se le debe otorgar a las opiniones que los congresistas emitan
fuera del recinto parlamentario.
Aquí me he inclinado por la tesis amplia, refiriendo que si las opiniones vertidas fuera del palacio legislativo se relacionan
directamente con la tarea que se está llevando a cabo dentro de él, el parlamentario goza de la inmunidad conferida por la
Constitución Nacional no pudiendo ser juzgado por tales alocuciones.
Entiendo que éste ("relación directa con la tarea legislativa") es un aspecto decisivo a tener en cuenta en todos los casos. Es
decir, la inmunidad vale en tanto y en cuanto el legislador obre desempeñando su mandato, y para ello es determinante la
oportunidad funcional. Basta esa conexión funcional del acto.
Estimo, en este sentido, que la opinión extraparlamentaria tiene que haberse producido con motivo y en ejercicio de la función
que el legislador detenta. Descarto, entonces, que sea decisivo para juzgar si ciertas opiniones efectuadas fuera del parlamento
quedan impunes o no, el elemento espacial.
Será determinante, como dije, el vínculo funcional, ya que fuera del recinto --en la sala de periodistas del palacio legislativo, en
sus galerías, sus lugares privados, o bien opinando ante la prensa oral o escrita, formulando cualquier comunicado o discurso en un
acto partidario, público o ante entidades privadas, etc.--, deberá verificarse inexorablemente la aludida conexidad.
Ergo, observado el ligamen legisferante, no habrá dudas en cuanto a que el diputado o senador que emitió esa clase de
opiniones estará eximido de la autoridad judicial.
Por el contrario si no se advierte el vínculo, esas expresiones en nada se diferenciarán con las emitidas por cualquier ciudadano,
precisamente por todo lo expuesto: el que las expresó fuera del parlamento y sin estar desempeñando la función legislativa no
estará amparado en inmunidad alguna, por lo que deberá hacerse cargo de sus alocuciones respondiendo, si así se lo requiere, al
llamado de la justicia.
En el precedente "Delconte, Juan Carlos c. Pierri, Alberto" (rto. el 27 de abril de 1989), y como integrante de la sala II de la
Cámara Nacional en lo Criminal y Correccional Federal de esta Capital, he sostenido este criterio.
El caso trataba sobre una querella iniciada por el titular de la Aduana contra un diputado nacional por el delito de desacato. En
primera instancia se había desestimado la querella, y en la alzada se resolvió confirmar el temperamento adoptado, poniéndose de
relieve que "al momento de los hechos, Alberto Pierri era el Presidente de la Comisión de Comercio de la Cámara de Diputados de
la Nación, cuyos integrantes se encontraban avocados a la investigación de actividades desarrolladas en el organismo a cargo de
Delconte, y que los reportajes que se le efectuaran a Pierri en diferentes medios periodísticos se relacionaban directamente con la
tarea que se estaba llevando a cabo, por tal razón y atento al carácter amplio que se le ha asignado a la norma que nos ocupa (art.
60, Constitución Nacional --actual 68--) las manifestaciones que el mencionado diputado vertiera quedan alcanzadas por el
privilegio acordado por la disposición constitucional aludida, sin perjuicio de que tales dichos hayan sido expresados fuera del
recinto parlamentario, ya que no obstante esta circunstancia Pierri se encontraba realizando la pesquisa en la Aduana en pleno
desempeño de su mandato" (LA LEY, 1991-B, 383).
X. Planteado en términos generales el tema en análisis estimo que, sin más dilaciones, es menester emitir mi opinión para
elucidar definitivamente la cuestión debatida. Aquí los hechos denunciados:
Hecho 1: el 1 de mayo de 1995, por el programa emitido en el horario de 22 a 24 hs. por América TV que conducen los
periodistas Haddad y Longobardi, Eduardo Varela Cid habría emitido las siguientes expresiones, a juicio de los querellados,
calumniosas e injuriosas contra sus personas:
-- V.C.: "te tocó Larrandart, la más polenta" no bueno. Ella es socia del Estudio Jurídico de Gustavo Gené y de Joaquín da
Rocha. Yo sí, bueno no sé, si no tengo entidad como para discutir con el Senador Bordón o con el candidato Massaccesi o con
quien quiera que quiera debatir este tema, a mí me gustaría que parte del debate presidencial del 14 de mayo, los argentinos
resolvamos si vamos a luchar contra el narcotráfico o nos vamos a entregar de esta manera. Y le explico lo siguiente: en diciembre
del '93 ella era letrada patrocinante de José Bismark Arredondo Alvarez, era abogada de Gil Suárez y Maldonado Balderrana, tres
narcotraficantes bolivianos en nuestras cárceles. En marzo era Presidenta del Tribunal Oral N° 1 con asiento en Olivos. En otra
parte del "cassette" lo menciona perfectamente bien. Como será la benignidad de esta magistrada para con los narcotraficantes que
aparentemente, y me imagino que se va a investigar ahora, que las personas que están detenidas entre ellos dicen que le cobran mil
y tres mil solamente para lograr el sorteo. Ahora resulta que el señor Gustavo Gené es asesor del senador Bordón. Yo quiero
debatir con el señor Gené, con el señor Bordón, con el señor Da Rocha cómo va a ser el futuro Gobierno, el que sea, qué
mecanismos va a utilizar para la designación de los jueces y póngase un minuto en la piel del policía que gana $ 400 que detuvo a
esa persona. Arriesga su vida, detiene a una persona y después por cuatro mil pesos arreglan el tribunal en donde dicen zafan todos.
-- L.: Dos consultas más. La primera, el señor que está detenido y que dice que tiene ganas de salir, por qué está detenido?
-- V.C.: Por narcotráfico.
-- L.: La segunda. Usted se hace responsable de todos los dichos, de lo que dijo en este bloque.
V.C.: Absolutamente. Siempre me hice responsable, y además a la señora Lucila E. Larrandart le pedí juicio político el día 8 de
marzo de 1995, y este "cassette" lo voy a poner a disposición de la Comisión esta semana, y ya la otra vez que estuve en este
programa le pedía que renunciara por dignidad de la justicia porque en 9 de cada 10 causas ella encuentra fallas de procedimiento,
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deja en libertad a los narcotraficantes y deja procesados a los policías. Entonces yo quiero incorporar el tema de la lucha contra el
narcotráfico en el próximo debate y cuando la gente vote a un senador, sepa que ese senador después le da acuerdos a jueces como
éste.
Hecho 2: con fecha 3 de mayo de 1995, en el programa de radio "La mañana de Carlos Varela", conducido por este periodista,
en el horario de 10 a 12 hs., Eduardo Varela Cid expresó:
-- V.C.: No sé, no sé. Pero digamos si yo lo sabía creo que tiene obligación de saberlo. Me acuerdo cuando se le dio el acuerdo
a la doctora Tapia. Hubo algunos senadores que dijeron "yo me opuse" y yo los miraba por televisión y decía pero senador pero si
su asesor en temas jurídicos es socio del Estudio Jurídico de Larrandart.
-- V.: Usted habla del Pilo Bordón.
-- V.C.: De varios.
--V.: Pero usted habla del Pilo Bordón.
--V.C.: En el caso puntual sí, pero no solamente eso, o sea, no quiero politizar ese tema, porque ese tema, porque además le
digo otra cosa, el otro socio fue Secretario de Justicia del Gobierno peronista, por consiguiente esto va más allá, yo creo que tiene
más que ver con que los arg... éste sería el título si yo fuera periodista y tuviera que titular una página "Los argentinos no hemos
tomado conciencia de que los carteles están entre nosotros" éste sería el título.
-- ...
--V.C.: ...La información que yo tengo en la computadora aquí en mi despacho, aparentemente los Senadores que firman los
acuerdos no lo tienen o tienen una opinión diferente lo cual es más peligroso, porque si hay senadores que realmente saben que
letrados patrocinantes de narcotraficantes en diciembre del '93, en marzo del '94 pasan a ser Presidentes de tribunales orales
federales en donde se discuten el 90% de las causas por narcotráfico, bueno yo quiero tener un debate ideológico sobre este tema
porque descarto, y se lo digo con toda sinceridad, que no hay corrupción, aquí estamos hablando de profesionales que representan
por ejemplo a la Argentina en Congresos Internacionales de la Asociación Internacional de Derecho Penal. Que tiene fundaciones
especializadas, que dan cursos, que manejan el doctorado en Derecho este, en ciertas facultades. No estamos hablando, de, de, no
sé, de cosas menores que nos han tocado en otras causas. Esto no es Nicosia, eh. Que que, cobraba para que el Estado pierda un
juicio. Esto es una discusión de fondo. El Estado argentino se defiende del narcotráfico, sí o no...
Hecho 3: el día 3 de mayo de 1995, Eduardo Varela Cid remitió por fax una nota a la Asociación de Bancos de la República
Argentina, expresando por escrito:
"Mensaje a enviar por fax. Destinatario: Lic. Escasany Pte. Adeba. Remitente: Lic. Eduardo Varela Cid. Cargo o Función:
diputado nacional".
1. La doctora Lucila E. Larrandart se desempeñó hasta el mes de diciembre de 1993 como letrada patrocinante de tres
narcotraficantes bolivianos (José Bismark Arredondo Alvarez, Humberto Gil Suárez y Wilson Balderrana Maldonado) a quienes
les dictaron prisión preventiva los mismos jueces que en la actualidad tienen una jerarquía inferior a la magistrada.
2. En enero de 1994 pasó de abogada de narcotraficantes a presidenta del Tribunal Oral Federal N° 1 de San Martín juzgando a
quienes poco tiempo atrás defendía.
3. El 3 de marzo de 1995, en la causa "Romero Saucedo, Carlos Alberto y otros s/ infracción a la ley 23.737", la sala III de la
Cámara de Casación Penal resolvió: a) Declarar nulo el fallo del Tribunal Oral que disponía la libertad de los narcotraficantes. b)
Ordenar que el tribunal se aparte de la causa. c) Se formen las actuaciones correspondientes para solicitar el juicio político de los
magistrados.
4. El 8 de marzo de 1995, el Diputado Eduardo Varela Cid, solicitó el juicio político de los doctores Larrandart, Casani y
Heredia, basándose en la resolución adoptada por la Cámara de Casación Penal.
5. La cinta grabada, en donde conversan un detenido (por narcotráfico), su madre y un ex detenido por narcotráfico, de la que
se desprende la popularidad que tiene la sala I como liberadora de narcotraficantes, es legal ya que fue ordenada por un juez, y se
enmarca en lo establecido en la nueva ley de lucha contra el narcotráfico que preserva el anonimato de los denunciantes.
6. La cinta no compromete a los miembros del tribunal Oral, doctores Lucila E. Larrandart, Lucía Casaín y Marcelo Heredia,
sino a los que organizan el sorteo de las causas.
7. Resta averiguar por qué lo presos quieren ser juzgados por el tribunal oral en cuestión.
8. Cómo es posible que en el ámbito del Ministerio de Justicia se forme una comisión para luchar contra el lavado de dinero, y
la Asociación de Bancos de la República Argentina propone para su integración al doctor Gustavo Gené, socio de la doctora
Larrandart que era abogada de narcotraficantes y lavadores de dinero. Firmado. Eduardo Varela Cid, Callao ..., ... p.".
XI. En ese contexto, y con apoyo en las citas jurisprudenciales y doctrinarias expuestas en los acápites anteriores, entiendo que
las expresiones verbales y escritas de Eduardo Varela Cid --efectuadas a la prensa y a una entidad cuando detentaba la calidad de
Diputado de la Nación, referidas a la persona de los querellantes y que éstos imputan como configurativas de los delitos de
calumnias e injurias no guardan nexo causal alguno con la función legislativa de quien las emitió. No advierto que hagan al
desempeño de su cargo, a su actividad parlamentaria.
Asumo la elevada doctrina que entiende que la inmunidad parlamentaria es garantía de la función y no privilegio de la persona.
Las expresiones endilgadas a Varela Cid, vertidas fuera del recinto e imputadas de delictuosidad, no se hallaban vinculadas al
ejercicio de la actividad legisferante.
Según la defensa oficial, en sus escritos corrientes de fs. 174/9 vta. del principal y de fs. 21/4 vta. del presente incidente, su
motivación fue un pedido de juicio político a una magistrada integrante de un tribunal oral en lo criminal federal de la Provincia de
Buenos Aires. Se indicó que con ese sustento el querellado había emitido las opiniones contra los dos letrados particulares y ahora
querellantes. La asistencia técnica también dijo que se debía observar que su defendido "se estaba postulando para el cargo de
Diputado por la Capital Federal a propuesta del Partido Justicialista para las elecciones de octubre de ese año, y que su finalidad
era obviamente hacer saber a la población sus ideas sobre todo lo relacionado con la droga y el narcotráfico como así también sus
innumerables propuestas y proyectos en tal sentido" (confr. fs. 175 vta. del principal).
A mi ver, si las expresiones formuladas y supra transcriptas sólo hubieran estado dirigidas a cuestionar la actividad que como
funcionaria llevaba a cabo la juez aludida, todo ello vinculado con la petición efectuada en el recinto (pedido de juicio político),
estimaría que efectivamente existiría ese mínimo ligamen o nexo funcional que exige la disposición constitucional en análisis, y así
el legislador, amparándose en las inmunidades parlamentarias, estaría evitando la persecución penal por sus dichos. En este
sentido, ver Corte Suprema de Justicia de la Nación: "Varela Cid, Eduardo" (comp. N° 34.XXIV) del 7 de julio de 1992, causa
iniciada con motivo de la querella promovida por el entonces Juez Nacional de Primera Instancia en lo Criminal de Instrucción,
doctor Luis Jorge Cevasco. Aquí este último le imputaba al diputado nacional Varela Cid --quien había solicitado en el recinto el
juicio político del funcionario por su desempeño como juez en determinados procesos-- la presunta comisión del delito de desacato
calificado en virtud de ciertas expresiones formuladas por aquél en distintos medios de comunicación relacionadas con su

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actuación funcional en causas sometidas a su juzgamiento; por lo que era evidente y palmaria la relación directa de las opiniones
vertidas con la tarea legislativa desarrollada en el Parlamento.
Reconozco, al igual que lo hacen Bidart Campos en un artículo publicado en ED, 144-235 y Miguel Angel Ekmekdjian en su
trabajo antes citado, que en el perfil actual de la democracia participativa hay que computar el valor que para su funcionamiento
revisten los medios de comunicación social, así como el derecho de recoger, recibir y transmitir información, y el interés de la
sociedad en dar seguimiento al modo cómo se desempeñan los gobernantes y funcionarios del Estado. Pero entiendo que aquí las
opiniones orales y escritas no lucen proporcionadas con la actividad que el legislador ejerce en el parlamento.
Un informe suministrado por un legislador a un medio masivo de comunicación o a cualquier entidad, emitiendo opiniones que
no aparecen ligadas y no se unen indisolublemente a cuestiones propias de la actividad parlamentaria, no pueden considerarse
vinculadas con el desempeño de su función. Menos aún si una de sus motivaciones lo es la campaña que hace ante el público, fuera
del recinto parlamentario, para renovar una banca en el Congreso.
La realidad particular del caso no muestra que tales alocuciones hagan al cumplimiento del cargo.
El entonces diputado nacional, con sus expresiones que hoy se tildan de injuriosas y calumniosas, ha aprovechado la crónica
informativa del reportaje radial y del set televisivo para excederse abusivamente, al referirse indistintamente a dos particulares que
ejercían la actividad de abogados, de su capacidad y actividad legisferante.
La información que se da a los medios debe tener estricto sentido funcional, y ello se requiere en casos como éstos cuando se
sobrepasa aquella libertad, a la que los grandes autores constitucionalistas de nuestro país llamaban "de tribuna" (v.gr. Joaquín V.
González, ob. cit.).
La Corte Suprema de Justicia de la Nación, en Fallos: 135:250 y 185:360, decidió casos en donde consideró que los
congresistas, en determinadas ocasiones y vertiendo opiniones fuera del recinto, no ejecutaban actos como parte del rol de
legislador.
Así en el primero ("Parry c. Repetto"), en querella iniciada contra el diputado nacional Repetto por sus opiniones vertidas en el
diario "La Vanguardia", del cual era director, se dijo que a los miembros del Congreso sólo les es otorgada la inmunidad de
proceso "en la medida indispensable para asegurar la independencia del cuerpo de que formen parte... Que no intentándose en el
caso responsabilizar al querellado por opiniones vertidas en el desempeño de su cargo, el rechazo "in limine" de la querella,
fundado en la sola circunstancia de ser dirigida contra un diputado, importa consagrar en favor de este último la exención absoluta
de proceso contrariamente a lo que establece la Constitución Nacional en sus arts. 60 y 61". Idéntico criterio se sostuvo en el otro
precedente, "Conte Grand c. Zunino (La Ley, 17-96)"; en éste Zunino era diputado nacional pero la querella se le había promovido
en su carácter de editor responsable del diario "La Acción" por una publicación periodística.
Refiere C. Sánchez Viamonte en su obra "Instrucción cívica Manual de derecho constitucional" (Ed. Kapelusz, Buenos Aires,
1945) que si bien el legislador no puede ser molestado por lo que haya dicho en los debates durante el desempeño de su mandato,
pues corresponde a la función y pertenece, en definitiva, al cuerpo del que el legislador forma parte y ninguna autoridad podrá
perseguirlos por votos u opiniones emitidas en el recinto de las Cámaras, no puede, sin embargo, escribir en la prensa pues ello "no
es ejercer funciones de senador o diputado" (p. 274).
Singular relevancia presentan también para decidir el alcance que tienen las opiniones vertidas por los congresistas fuera del
recinto parlamentario, los siguientes precedentes:
-- "Cucurullo, Ana M.": Cámara Nacional en lo Criminal y Correccional de esta Capital, sala VII, rto. el 3 de abril de 1986,
publicado en JA, 1987-II-286. Causa iniciada por querellas recíprocas entre Guillermo P. Kelly y el diputado nacional --en ese
entonces y al momento de proferir las expresiones tildadas de delictuosas-- Norberto Imbelloni. Se resolvió que la inmunidad del
art. 60 de la Constitución Nacional (actual 68) no le era atribuible a este último "sólo como consecuencia de la calidad funcional, ni
porque varias de las frases traídas al proceso habrían sido vertidas por aquél en la Sala de Periodistas del Palacio Legislativo, desde
que tampoco es la sede física la que otorga el privilegio, sino el hecho de que las opiniones o discursos se hayan emitido en el
desempeño del mandato".
"Nougués, Isaías": Cámara Nacional en lo Criminal y Correccional de esta Capital, sala VI, rto. el 12 de abril de 1966.
Tratándose de una cuestión de competencia, el tribunal zanjó la controversia con remisión al dictamen del Fiscal de Cámara, quien
estimó que aunque Nougués revestía la calidad de diputado nacional, la actividad que se le imputaba debía considerarse
extraparlamentaria, indicando en su presentación que no se advertía, "... con los recortes agregados, que el hecho imputado se haya
producido con motivo y en ejercicio de la representación popular ante el Congreso de la Nación" (LA LEY, 122-482).
-- "M. R. U. s/ calumnias calificadas c. R. V. y O. D." ST Santiago del Estero, rto. el 3 de junio de 1986, publicado en ED, 120-
626. Aquí se debía resolver el caso en donde un diputado provincial había presuntamente agraviado con sus manifestaciones al
querellante por opiniones vertidas en un plenario de gremios de la Confederación General del Trabajo, expresiones luego
reproducidas en un periódico ("El Liberal"). Entre otras consideraciones el Superior Tribunal de esa provincia indicó que de
ninguna manera puede sostenerse que "el privilegio opera fuera del marco del mandato que ha recibido el legislador y en el estricto
ejercicio de las funciones que le competen, sea a través de opiniones o de juicio formulado, cuando éstos devienen por su sustancia
en políticos o sindicales y circunstanciados en escenarios lejos del ámbito de la legislatura. Los pronunciamientos que el diputado
hiciere desde la tribuna pública y en el ejercicio partidista, sindical o de cualquier otro carácter, tendrán la debida trascendencia
jurídico penal sustantiva que le quepa a cualquier ciudadano como tal. No existe en esta esfera inmunidad de opinión (conf.
Sánchez Viamonte, "Manual de derecho constitucional", p. 284)". En el precedente también se efectuó una cita de Bidart Campos -
-ya expuesta en el presente en el punto VIII de este voto--, refiriendo que el artículo constitucional que sindica la inmunidad
parlamentaria (104, Constitución de Santiago del Estero, 68, Nacional) no consagra impunidad absoluta y total de calumniar y
ofender para contrariar la ética, suprimir la delictuosidad y el juzgamiento de hechos cometidos por el legislador abusando de la
libertad de expresión.
-- "Alsogaray, Alvaro C.": Cámara Nacional en lo Criminal y Correccional de esta Capital, sala VII, del 22 de agosto de 1985,
publicado en LA LEY, 1985-E, 228. Si bien de la lectura del fallo no se puede determinar con fehaciencia el ámbito en donde se
virtieron las expresiones, destaco que en el caso el tribunal resolvió revocar un auto de primera instancia (presumiblemente de
sobreseimiento), disponer el procesamiento de Augusto Conte Mac Donell (diputado nacional al igual que el querellante) y ordenar
al juzgado instructor que solicite el desafuero de dicho legislador, paralizando las actuaciones hasta que ello ocurra. Se afirmó en la
resolución que "... las expresiones 'bazofia golpista', que el imputado vertiera públicamente, poseen aptitud para herir el honor del
aludido por ellas; en consecuencia no cabe negarles relevancia jurídico-penal como lo hiciera el a quo".
Por otro lado, y al igual de lo que sucedía con las opiniones vertidas por un legislador dentro del recinto, advierto que existen
criterios dispares en lo atinente a determinar si la publicación que un congresista hace de lo que expuso en el Parlamento y consta
publicado por las propias Cámaras en sus Diarios de Sesiones o en otros documentos por ellas impresos, también encuentra tutela
constitucional en este privilegio. Jiménez de Asúa lo llama el problema de la "relación veraz de lo acontecido en los debates o
comisiones" y reconoce que existe cierta discrepancia de tratamiento con respecto a su protección constitucional tanto a nivel
nacional como internacional (ob. cit., ps. 1350/1).

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Los que se inclinan por la negativa no adscriben a la tesis amplia que aquí propicio (confr. González Calderón, "Derecho
constitucional argentino", t. II, p. 503; Max Ernest Mayer --cit. por Jiménez de Asúa en ob. y loc. cits. y Soler en ob. cit., ps. 223/4,
nota 15-- y Cushing en "Elementos de la ley y prácticas de las asambleas legislativas en los Estados Unidos", N° 604).
A esta altura considero adecuado citar el art. I, sección VI; cláusula I de la Constitución de los EE.UU., el que establece en la
parte pertinente que "...tampoco se le podrá pedir (al parlamentario) cuentas en otro sitio por discurso o debate sostenido en el seno
de sus respectivas Cámaras".
Con cita de Bernard Schwartz, R. García Martínez, en el trabajo antes citado, expresa que el privilegio de la libertad de palabra
ha sido llamado en los Estados Unidos "el atributo esencial de toda legislatura libre", pero su amplitud es relativa. Si bien es cierto
que la Corte Suprema de ese país ha dispuesto en un precedente que sería "un estrecho punto de vista de la disposición
constitucional limitarla a las palabras pronunciadas en el debate", y que hay que ampliarla a los informes escritos, a las comisiones,
a las resoluciones propuestas y a los actos de votar, se dice que no se extiende a la publicación exterior de asuntos difamatorios
expresados en el Congreso. Menciona el caso de Alger Hiss, que debió esperar que el legislador Whittaker Cambers repitiera en un
programa de televisión su acusación de que Hiss era comunista, para poder perseguirlo por difamación.
Participan de aquella postura restrictiva Silvia A. Díaz, según lo expuesto en su trabajo publicado en LA LEY, 1994-B, 1134,
refiriendo, con cita de Agustín de Vedia ("Constitución Argentina", p. 209), que "siendo el objeto de la inmunidad garantir la
libertad de los debates, debe aplicarse estrictamente a la actuación de aquéllos dentro del recinto parlamentario, sin que pueda
considerarse amparada por ese privilegio la publicación que hiciese el orador de sus discursos".
Considero, por mi parte, que la reseña veraz, aún parcial, de un acto parlamentario configura un verdadero caso de inmunidad,
no pudiendo ser perseguido judicialmente el legislador en razón del contenido de esa crónica.
Participo, en este aspecto, de la posición sustentada por Ricardo C. Núñez (ob. y loc. cits.), en cuanto a que cae bajo la
inmunidad, a pesar de no ser un acto de desempeño del mandato, la publicación de las opiniones o discursos hecha por el propio
legislador o por un tercero por cuenta de aquél, porque, por una parte, estando aquéllos, en razón del sistema republicano de
gobierno, destinados a la publicidad, la cual se efectiviza por el Diario de Sesiones de la Cámara, la exención tiene en cuenta ya la
divulgación de la opinión o discurso, sin que la publicación por otra vía que la oficial le pueda conferir carácter delictuoso al
hecho, porque no le agrega nada a la circunstancia del conocimiento por terceros, en el cual residiría su delictuosidad. Por otra
parte, la incriminación de la publicación tendría por consecuencia someter a la revisión judicial lo que en sí mismo está libre de
ello.
La jurisprudencia, con buen criterio, ha entendido que para que el texto constitucional se traduzca fielmente en la realidad, ha
menester que tampoco surja responsabilidad criminal de la reproducción de las frases del legislador en publicaciones diferentes de
Actas o Diarios de Sesiones del Congreso o bien en cartas privadas (confr. C. Fontán Balestra, "Tratado de derecho penal", t. I, p.
301, Ed. Abeledo Perrot, Buenos Aires, 1966). Esta doctrina surge del fallo "Bordabehere" de la Cámara del Crimen de la Capital
Federal, resuelto el 18 de junio de 1926 y publicado en JA, 20-984. Este precedente trataba de una querella interpuesta por Jorge
Molina por calumnias contra el diputado nacional doctor Enzo Bordabehere por las opiniones vertidas por éste en una carta
publicada en un diario. El tribunal decidió que está amparado por el art. 60 (actual 68, Constitución Nacional) el diputado que
publica en un periódico una carta que contiene conceptos que pudieran ser calumniosos, si esa carta es reproducción de sus
opiniones vertidas como diputado en el Congreso y con mayor razón si ha sido ya publicado en el Diario de Sesiones, por lo tanto
"las imputaciones que según la querella ha hecho, lo han sido en la Cámara y con relación a cuestiones debatidas en la misma".
Similar criterio fue expuesto en un fallo de segunda instancia de la Ciudad de Mendoza ("Cano c. Marianetti"), en JA, 67-699,
y ello provocado por una querella iniciada por expresiones calificadas de calumniosas e injuriosas proferidas en el debate
parlamentario durante la sesión del 26 al 29 de setiembre de 1938, por el ex Diputado Marianetti, y también por las contenidas en
la carta abierta publicada en el diario "Los Andes" del 2 de octubre de 1938. Allí se dijo, con relación a las expresiones escritas
vertidas fuera del recinto --en la carta abierta-- que "la simple enunciación de los hechos basta para considerar lo íntimamente
vinculada que aparece esta publicación al debate parlamentario.... Si las imputaciones que formula son una reproducción de lo
dicho en la Cámara, necesariamente debe declararse que esa carta está amparada por el privilegio parlamentario".
Como dato sugestivo se indica que la publicación fue efectuada a raíz de una invitación o provocación del ofendido, por lo que,
según comenta R. C. Núñez en la ob. cit., p. 188, nota 242, lo publicado no cae bajo la inmunidad si no hubiera mediado esa
provocación.
Se indicó por último en el fallo citado que "la ratificación de los cargos formulados en el debate, no pueden dar pie a este
proceso... por lo que el contenido de la carta abierta (aun cuando choque cierta postura desafiante adoptada por el legislador), en
todos sus aspectos, está amparada por el privilegio", no sin antes referir que "fuera de lo que es la función parlamentaria
(participación en la sesión, en los trabajos de comisión, en las misiones parlamentarias al exterior), el diputado vuelve al derecho
común".
Efectuando ciertas observaciones participan de esta posición Jiménez de Asúa (ob. cit., ps. 1350/1), Soler (ob. cit., ps. 223) y
Arturo M. Bas ("contrariamente a la teoría que en esa época prevalecía en Inglaterra y EE.UU.", dice en "Derecho federal
argentino", t. I, p. 364, Ed. Abeledo, Buenos Aires, 1927); y en jurisprudencia reciente, la Cámara Nacional en lo Criminal y
Correccional Federal de la Capital Federal, sala II, en causa "Mondino, Manuel A.", resucita el 17 de setiembre de 1993.
Agrega el segundo prestigioso autor citado que son opiniones o discursos emitidos "desempeñando el mandato de legislador",
las presentaciones escritas, las manifestaciones de comisión, las de una comisión especial investigadora, los discursos producidos
en las sesiones; y no lo son, naturalmente, "las manifestaciones privadas, ni los discursos políticos o de cualquier otro carácter
hechos fuera de la actividad oficial de legislador" (p. 224). Este criterio fue seguido por la Cámara Nacional en lo Criminal y
Correccional de esta Capital en la causa N° 31.251 "Toma, Miguel", del 21 de setiembre de 1992.
También quedan excluidas del ámbito de protección brindado por la disposición constitucional las manifestaciones que se
hagan en una campaña proselitista (vid. Felipe Seisdedos, en ED, 114-898).
Agudamente advierte Carlos María Bidegaín que "se entiende que si las palabras ofensivas reciben solamente la publicidad que
se da a los debates de las Cámaras por los órganos regulares de información, la inmunidad es aplicable estrictamente, pero si el
legislador da una publicidad especial por su cuenta y riesgo, excede los límites de su derecho" ("El Congreso de los EE.UU. de
América", p. 114, Ed. Depalma, Buenos Aires, 1950).
Pongo de manifiesto que, ante estos casos, siempre será determinante la actividad desplegada por el legislador, acotada sólo por
su competencia y por el mandato que el pueblo le confirió, para otorgarle, como integrante de un cuerpo, inmunidad parlamentaria
a su opinión, discurso o acto ejecutado. En síntesis, la extensión del privilegio, amplia por cierto, solamente estará limitada por la
necesidad funcional a que responden.
Así M. A. Montes de Oca nos ilustra refiriendo que "los privilegios parlamentarios... son peculiarísimos, tienden a dar majestad
a las cámaras, pero no destruyen los deberes que a sus miembros impone la sociedad como a todos los habitantes de la Nación, sino
en cuanto es indispensable para no herir la independencia y libertad legislativas... Las facultades del Congreso y de las Cámaras
consisten en el ejercicio de aquéllas funciones para que fueron creadas, y sus privilegios son las garantías de que la ley los rodea,
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para que puedan llenar bien esas funciones y ejercer dichas facultades" (en "Notas tomadas de sus conferencias" por Alcides V.
Calandrelli, t. II, ps. 161/2, Ed. Menéndez, Buenos Aires, 1927).
En el "sub judice" las expresiones del querellado se trasuntaron en alocuciones y notas escritas que no estaban
inescindiblemente vinculadas, de manera instrumental y consecuente con la competencia típica y propia de la actividad
parlamentaria. No advierto qué representación del cuerpo legislativo en sí mismo estaba realizando Varela Cid al proferir esas
expresiones verbales y escritas, que ahora se tildan de delictuosas, en contra de dos abogados particulares que, independientemente
de ejercer o no la defensa de las personas que refiere el ex legislador, se encuentran en todo su derecho de desempeñar su papel de
consejeros legales de los particulares, pues están autorizados por ley a defender causas o pleitos ajenos, catalogándoselos como
"profesores de jurisprudencia que con título legítimo se dedican a defender en juicio por escrito o de palabra los intereses o causas
de los litigantes" (Diccionario razonado de legislación y jurisprudencia "Escriche", t. I, p. 60, Ed. Cuesta, Madrid, 1874).
En definitiva, éstos, por naturaleza --y salvo que actúen por derecho y en causa propia-- sólo accionan o resisten en nombre de
aquél a quien en concreto le corresponde el derecho de acción o de defensa, pueden ejercitar en el proceso los poderes de acción
(penal o civil) y de defensa (en su sentido más amplio), pero sin sustituirse a la persona de aquellos en cuyo beneficio actúan; no
sustituyen ni excluyen, sino que representan o asesoran. Actúan en vez o al lado de la parte, pero no son "parte" ni se suman con
ella para integrarla sustancialmente. Esto ya es suficiente para distinguirlos de los sujetos del proceso penal a cuyo lado o en cuyo
nombre actúan, tanto desde el punto de vista funcional como en consideración a las consecuencias prácticas del proceso. Nunca
desempeñan una función pública, sino una tarea profesional o la satisfacción de una exigencia legal dentro de la esfera privada. El
ejercicio de la profesión (en cuanto a abogados y a procuradores) nunca puede ser confundido con el ejercicio de una función
pública no obstante estar reglamentada por una ley del Estado (vid. Jorge Clariá Olmedo, "Tratado de derecho procesal penal", t.
III, p. 1201, Ed. Ediar, 1963).
Las opiniones por Varela Cid vertidas fuera del recinto parlamentario no se ligaban de ningún modo con el pedido de juicio
político que dentro de él, y en contra de una juez de la Nación, el congresista había formulado. Ellas resultan a todas luces
descontextualizadas de la función legislativa y de ninguna manera pueden constituir --independientemente de su delictuosidad, lo
que se determinará con el curso del proceso-- una "opinión o discurso" proferido desde tal condición, extralimitándose del amplio
privilegio del que éstos, como integrantes del cuerpo legislativo, gozan por imperio del art. 68 de la Constitución Nacional.
Entiendo que ésta debe ser la correcta interpretación a asignarle al artículo constitucional citado, y así, sólo desde esta
perspectiva, corregir eventuales abusos de quienes, amparándose en esta irresponsabilidad penal cometan actos que puedan llegar a
reputarse delictivos, cuidando en no restringir, de ningún otro modo, la prerrogativa con que cuentan los miembros del Congreso,
tan trascendente para la vida democrática de nuestra Nación. A no olvidar que se trata de una autoridad de la Nación que integra,
según la organización de nuestra Ley Fundamental, uno de los tres poderes en los que se divide la República.
De este modo y con estas concretas consideraciones, si bien no encuentro óbice para que un legislador aclare e informe a sus
electores, por cualquier medio a su alcance, dentro o fuera del Palacio Legislativo, la completa actividad que en el recinto
desarrolla desempeñando sus funciones, en el caso en análisis, y sin abrir juicio acerca de su delictuosidad, entiendo que las
expresiones vertidas por Eduardo Varela Cid no fueron emitidas como opinión o discurso de legislador, por lo que doy mi voto
para que se confirme la resolución recurrida de fs. 16/8 vta. y se rechace el recurso de casación impetrado, con costas.
El doctor Madueño dijo:
En reciente ocasión señalábamos que nuestra Constitución contempla tres funciones que merecen especial protección para que
puedan ser ejercidas por sus titulares sin estar sujetos a un posterior juicio de responsabilidad: la inmunidad del legislador
consagrada en el art. 68, que tiene vieja prosapia; la que se le atribuye al Defensor del Pueblo, en relación al control de la autoridad
administrativa y defensa de los derechos humanos frente a la actividad de la Administración; y por último la de los integrantes del
Ministerio Público Fiscal como responsables del control de legalidad y del ejercicio de la acción pública en defensa de los intereses
generales de la sociedad (conf. mi voto en causa N° 1632, "Romero Victorica, J. M. s/ recurso de casación" del registro de la sala II
del 4/8/98 (La Ley, 1998-E, 662).
Toca en esta oportunidad establecer el sentido y alcance de la cláusula que reconoce inmunidad a los legisladores "por las
opiniones o discursos que emita desempeñando su mandato de legislador".
El precepto tiene origen en Inglaterra para la época en que los nobles y burgueses que integraban los parlamentos resistían los
embates de los monarcas por reivindicar sus poderes y prerrogativas.
Así quedó plasmado en el art. 9° del "Bill of Rights" de 1688 aún hoy vigente, que dice: "la libertad de palabra y los debates y
procedimientos del Parlamento no pueden ser materia de acusación ni de cuestión en ninguna Corte fuera del Parlamento", fue
antecedente de cláusulas similares en las Constituciones americana de 1787 y francesas de 1791 y de 1793.
La cláusula norteamericana no tiene el mismo alcance que los precedentes franceses, que protegen al legislador por sus
opiniones emitidas en el ejercicio de sus funciones; criterio amplio que inspiró el art. 35 de la Constitución de 1826, aunque los
constituyentes de 1853 siguieron con pocas modificaciones el texto sugerido por Alberdi en su proyecto de constitución (conf.
Seco Villalba, José A., "Fuentes de la Constitución argentina", p. 180 y sigtes., Buenos Aires, 1943; Colautti, Carlos E., "La
inmunidad de expresión de los miembros del Congreso", LA LEY, 1989-A, 878 Alberdi, Juan Bautista, "Obras completas", t. III,
p. 567, Buenos Aires, 1896; Sutherlan, Arthur E., "De la Carta Magna a la Constitución Norteamericana", p. 117 y sgtes., Buenos
Aires, 1982").
Por su trascendencia, aparece hoy consagrada en todos los ordenamientos fundamentales del mundo occidental, por constituir
un elemento clave para la seguridad de acción de los representantes del pueblo en el cumplimiento de su cometido constitucional
que debe verse libre de toda interferencia.
Lejos de convertirse en un privilegio personal ajeno a los principios republicanos, constituye una prerrogativa directamente
relacionada con la función, en defensa de la necesaria independencia con que los legisladores deben desarrollar su labor, en tanto
que la vigencia del régimen democrático requiere entre otros presupuestos un vigoroso y eficiente funcionamiento del órgano
legislativo.
En tal sentido destaca Loewenstein la necesidad de alejar a los miembros del parlamento de toda injerencia o presión
gubernamental durante el ejercicio de su mandato, constituyendo suficiente garantía las inmunidades parlamentarias, que
reconocidas en todas las constituciones democráticas, protegen al legislador de cualquier persecución penal o de otro cualquier
tipo, por acciones que haya realizado en el ejercicio de su función parlamentaria (Karl Lowenstein, "Teoría de la Constitución", p.
256, Barcelona, 1964).
II. En el derecho inglés donde se gestó el precepto que, como dijera, fue receptado por el resto del mundo y hace a la naturaleza
de la labor legislativa, está acotado en su dimensión, así por la "Parliamentary Papers Act" --1840, sección 2ª-- se establece que la
libertad de palabra debate o proceder en el parlamento incluye todo cuanto sea expresión oral o escrita en el recinto, en las
comisiones como en los documentos publicados por orden de la Cámara de los Comunes. Y por extensión comprende las
entrevistas televisivas a un miembro del parlamento en relación a sus expresiones formuladas en el curso de un debate ("Church of
Scientology v. Johnson Smitith" de 1972).
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La "Parliamentary Privilege Act 1770" (1958), excluye las expresiones que no tengan relación con la actividad parlamentaria,
aun volcadas en la sede del parlamento y si bien la justicia inglesa no interviene en los asuntos internos de las cámaras, las cortes se
han considerado habilitadas para intervenir en los casos en que la actividad del parlamentario involucra los derechos de terceros
ajenos a la cámara para establecer si el privilegio invocado es aplicable al caso (John Alder "Constitutional & Administrative
Law", p. 130 y sigtes., 2ª ed. Londres, 1994).
III. Por su parte, el art. I, sección 6ª cláusula 1ª de la Constitución de los Estados Unidos de Norteamérica dispone que "por
ningún discurso o debate dentro de las cámaras serán molestados en otro lugar".
En oportunidad de resolver en el caso "Kilbourn vs. Thompson" (103, U.S. 168, 203-204) la Corte Suprema de Justicia de los
Estados Unidos sostuvo que constituiría una visión estrecha, una aplicación de la cláusula que limite los efectos del privilegio a las
palabras pronunciadas en el debate y que es imperativa la aplicación de la regla a los informes escritos, no obstante que sean
reproducidos oralmente y al acto de votar ya sea oral o mediante pasaje ante escrutadores (Bidegain, Carlos "El Congreso de los
Estados Unidos", p. 84, Buenos Aires, 1950 y Pritchett, C. Herman, "La Constitución americana", p. 221, Buenos Aires, 1965).
En el caso "Doe vs. Mc Millan" (412 US 306) a través del voto del "justice" White, la Corte sostuvo que los congresales gozan
de inmunidad por sus acciones en el ámbito de la esfera legislativa, no obstante si su función es realizada fuera del contexto
legislativo puede ser juzgada inconstitucional o contraria a las leyes criminales o civiles, con cita de Jefferson, quien sostuvo que
los legisladores no deben situarse por sobre la ley sino bajo sus alcances como si fueran personas ordinarias.
En coincidencia, los "justices" Brennan y Marshall señalaron que la función legislativa de informar al público sobre cuestiones
que atañen al Congreso o que conciernen a la Administración del Gobierno son esenciales para mantener la democracia
representativa y por lo tanto, la actividad informativa que atañe directa y necesariamente a la función de legislar debe caer bajo la
protección de la cláusula constitucional.
En "Hutchinson vs. Proximire" (443 U.S. 111), se demandó al senador Proximire por sus expresiones críticas sobre una
investigación realizada por el actor que consideró humillantes. El discurso pronunciado en el recinto del Senado fue reproducido en
un programa de noticias, en una carta a los ciudadanos y en una entrevista televisiva.
La mayoría del tribunal a través del voto del "justice" Burger consideró que la Corte ha dado una lectura más práctica que
estrictamente literal al precepto constitucional extendiendo la protección a las audiencias e informes de las comisiones, aun cuando
se lleven a cabo fuera de la sede del Congreso, sin apartarse de proteger sólo las actividades legislativas.
Cualquiera sea la imprecisión que pueda haber en el término "actividad legislativa" --sostuvo--, es claro que nada en la historia
o en el lenguaje explícito de la cláusula sugiere la intención de crear un privilegio absoluto de responsabilidad o imposibilidad de
demandar por declaraciones difamatorias hechas en alguna de las cámaras.
Un discurso de Proximire en el Senado podría ser totalmente inmune y podría estar a disposición de los miembros del público
en los registros del Congreso. Pero ni las solicitadas ni las publicaciones en la prensa eran esenciales para las deliberaciones del
Senado y ninguna era parte del proceso deliberativo; si bien es conocido, que los miembros del congreso se involucran en muchas
otras actividades además de las puramente legislativas, protegidas por la cláusula de debate y discurso, esto no incluye la
preparación de solicitadas o cartas de lectores a los ciudadanos, publicaciones periodísticas y discursos formulados fuera del
congreso.
En el caso "Daniel Bogan vs. Janet Scott-Harris" del 3 de marzo último, expresamente la Corte Suprema norteamericana
reconoce a los miembros de un concejo deliberante la misma inmunidad que gozan los legisladores federales, estaduales y
regionales en relación a los actos realizados en la esfera de la actividad legislativa legítima (Tenney 341 vs. 376) entendidos éstos
como los pasos esenciales del proceso legislativo ("Investigaciones", publicación de la Secretaría de Investigaciones de Derecho
Comparado de la Corte Suprema de Justicia, p. 59, 1998).
IV. En Francia el art. 26 de la Constitución de la V República en su parte no alterada por la reforma de agosto de 1995,
establece que ningún miembro del Parlamento puede ser perseguido, buscado, arrestado, detenido o juzgado como consecuencia de
las opiniones o votos emitidos por él en ejercicio de sus funciones, entendida como inmunidad que garantiza el libre ejercicio del
mandato parlamentario (Georges Burdeau, "Derecho constitucional e instituciones políticas", p. 163 y sigtes., Madrid, 1981).
En tal sentido André Hauriou señala que la irresponsabilidad --inmunidad de fondo-- junto con la inviolabilidad --inmunidad de
procedimiento-- vienen a constituir un sistema de protección contra las amenazas o medidas de intimación de que pudiera ser
objeto un parlamentario en ocasión del ejercicio de su mandato que en el caso de la primera, como en el sistema argentino, es de
carácter absoluto, en su relación al campo civil penal o político y perpetuo ("Derecho constitucional e instituciones políticas", p.
581, Barcelona, 1971).
Criterio amplio que no parecen compartir en toda su extensión España y Alemania y que el Tribunal Europeo de Derechos
Humanos ha puesto en evidencia al decir que "mientras que la libertad de expresión es importante para cualquier persona lo es en
especial para un representante elegido por el pueblo. El representa su electorado, presta atención respecto de sus preocupaciones y
defiende sus intereses. De acuerdo a ello las interferencias con la libertad de expresión de un miembro del Parlamento de la
oposición, como el recurrente exigen la interpretación más restrictiva por parte de la Corte".
Así lo resolvió en el caso del senador Miguel Castells (año 1992) que fue condenado por un artículo periodístico en el que
hacía graves imputaciones al Gobierno español en tanto que el Tribunal Constitucional de ese país se inclinó por una interpretación
estricta de las prerrogativas parlamentarias para no devenir privilegios que puedan lesionar derechos de terceros ("Inmunidad
parlamentaria y jurisprudencia constitucional", recopilación del Centro de Estudios Constitucionales, ps. 66 y sigtes., Madrid,
1994).
V. Formulada esta breve reseña del sentido y alcance actual de los preceptos en los que se inspiraron los Constituyentes de
1853, hemos de analizar la norma a la luz de los precedentes de nuestro más Alto Tribunal de Justicia.
En primer lugar me interesa destacar el caso Alem de diciembre de 1893 en donde se dijo que "la Constitución no ha buscado
garantir a los miembros del Congreso con una inmunidad que tenga objetos personales, ni por razones del individuo mismo a quien
hace inmune. Son altos fines políticos los que se ha propuesto, y si ha considerado esencial esa inmunidad, es precisamente para
asegurar no sólo la independencia de los poderes públicos entre sí, sino la existencia misma de las autoridades creadas por la
Constitución" (Fallos: 54:432).
Con relación al alcance de la inmunidad de expresión, en los casos "Repetto" (Fallos 135:250) y "Conte Grand" (Fallos
185:360), limitó la prerrogativa sólo a las opiniones y discursos emitidos en el desempeño de su cargo, cuando --es de recordar--
los acusados además de su actividad legislativa actuaron en el ámbito periodístico.
En el caso "Martínez Casas" de 1960, entendió que "La disposición contenida en el art. 60 de la Constitución Nacional supone
la irresponsabilidad penal de los legisladores relativamente a los actos que el precepto contempla, con excepción del supuesto
previsto en el art. 29. La prohibición de acusar judicialmente rige, con pleno efecto exonerador, en el caso de una querella por
calumnias con motivo de opiniones vertidas por un legislador en el desempeño de su función" que considera "de carácter absoluto
en atención a su propia naturaleza, requisito inherente a su concreta eficacia. La atenuación de tal carácter mediante el

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reconocimiento de excepciones no contenidas en la prohibición del art. 60, significaría abrir un resquicio por el cual, si se pudiera
distinguir entre opiniones lícitas o ilícitas de un legislador, podría penetrar la acción sojuzgadora, intimidatoria o simplemente
perturbadora de otros poderes del Estado o aun de particulares" (Fallos 248:462).
Más recientemente y con cita del precedente anterior, la Corte tuvo oportunidad de reiterar que "las previsiones del art. 60 de la
Constitución Nacional tienen una elevada significación, pues su finalidad no es la de proteger a un miembro del parlamento para su
propio beneficio, sino que están destinadas a garantizar la independencia funcional de las cámaras legislativas, habilitando a los
representantes del pueblo a cumplir sus funciones sin temor a acciones civiles o criminales"; dando un más amplio alcance al
precepto, al señalar que no sólo comprende "las opiniones o discursos en el desempeño de la función de legislador o con motivo de
un informe, una resolución, un voto emitido en ejecución de los deberes y responsabilidades del empleo para el que ha recibido
mandato popular, sean estos trabajos en el seno de una comisión u otras actividades intralegislativas" (Fallos 315:1470).
VI. Habida cuenta el texto definitivamente adoptado por los Constituyentes no caben dudas sobre el alcance absoluto de la
inmunidad por las opiniones escritas u orales vertidas por los legisladores con motivo de su desempeño, en el ámbito del recinto, en
el seno de las comisiones, como también aquella que sea directa consecuencia de su actividad parlamentaria; condición necesaria
para impedir se afecte el normal funcionamiento de las Cámaras del Congreso, o altere la composición que a las mismas le ha dado
la voluntad popular; y en este sentido el distinguido colega que lleva la voz en este acuerdo ha sido preciso en describir los
alcances de esta inmunidad.
Con certero juicio, Joaquín V. González la define como una prerrogativa en favor del legislador que en su materialidad consiste
en la libertad que tiene para expresar en el desempeño de sus funciones o ideas y juicios sin temor a ninguna responsabilidad que
pudiera menoscabar su independencia.
Son derechos y poderes peculiares de la asambleas legislativas indispensables para su conservación, independencia y seguridad
respecto de sus miembros como del conjunto de la corporación ("Manual de la Constitución Argentina", ps. 359 y sigtes., Buenos
Aires, 1983).
En rigor y como lo ha destacado nuestro máximo tribunal, constituyen una garantía al libre ejercicio de la función legislativa
para mantener la integridad de los poderes del Estado (Fallos: 169:76; 217:122; 252:184 y 308:2091 --La Ley, 1986-E, 569--).
En igual sentido, César Enrique Romero recuerda que la libertad de opinión que la norma fundamental reconoce, está destinada
para asegurar el decoro, la independencia, seguridad y jerarquía del cuerpo legislativo. La prerrogativa --señala-- se halla
condicionada a que las opiniones --emitidas dentro o fuera del recinto-- se enderecen o sean ellas mismas al mandato legislativo
("Derecho constitucional", t° 2, p. 219, Buenos Aires, 1976).
VII. Pero no es éste el tema concreto a dilucidar.
Tal como se han planteado las cosas en esta causa, y conforme lo describe en su exhaustivo voto el doctor Mitchell, las
expresiones por las que accionan penalmente los querellantes han sido volcadas en un ámbito y en circunstancias que resultan
ajenas al quehacer parlamentario.
La Constitución ha creado un sistema de gobierno equilibrado, coherente, armónico y homogéneo, en donde la interpretación
de sus cláusulas debe prevalecer el contenido teleológico de sus preceptos, pues si bien es instrumento del Gobierno, también es
restricción de poderes en amparo de la libertad y dignidad del hombre (Linares Quintana, Segundo V., "Reglas para la
Interpretación Constitucional", ps. 48 y 90, Buenos Aires, 1987).
Estos han de ser los valores fundamentales a tener en cuenta para fijar la inteligencia de la norma que nos ocupa, a la vez que se
hace necesario recordar que --como reiteradamente lo ha sostenido la Corte Suprema de Justicia-- la Constitución debe analizarse
como un conjunto armónico por tratarse de una estructura sistemática, sus distintas cláusulas forman un todo coherente, y que en la
inteligencia de cada una de ellas ha de cuidarse de no alterar el equilibrio de conjunto, donde las excepciones y privilegios deben
interpretarse con criterio restrictivo (Fallos: 105:30; 167:121; 250:86; 256:246; 258:269 y 306:330 --La Ley, 114-515; 1984-C, 45-
-).
El actual art. 68 de la Constitución tiende a preservar al legislador de todo cuestionamiento, acusación o molestia, en relación a
su actuación como tal para preservar la espontaneidad y libertad de acción y de expresión con que debe contar en el ejercicio de sus
funciones, como una manera de impedir que por excesos verbales de momento o por temor a ulteriores cuestionamientos omita,
silencie o consienta aspectos que deben tener estado público en resguardo de la salud de la República y el adecuado
funcionamiento de las cámaras legislativas.
Constituye una barrera infranqueable para el Poder Judicial indagar sobre los alcances de todo cuanto actúe o exprese escrita u
oralmente el legislador en el ámbito de su actividad como tal aun cuando puedan ser reproducidas por los medios de información,
que queda bajo la exclusiva y excluyente órbita del cuerpo a que pertenece conforme lo manda el art. 66 del Estatuto Fundamental.
Pero como toda prerrogativa, aun admitida en su más amplia extensión, es la propia Constitución la que marca su natural cauce
cuando dice "desempeñando su mandato de legislador".
En los tiempos que corren, la vida en democracia tiende a ser más participativa. Así lo ha receptado la enmienda de 1994, uno
de cuyos ejes es necesaria información ciudadana sobre los asuntos de gobierno.
En lo que a los legisladores atañe, mantienen permanente contacto con los medios de información, participan de programas de
radio y televisión en donde se explayan sobre sus ideas y su labor en el Congreso; en la defensa de proyectos de leyes o los
criterios con los que los han votado; en fin, dan cuenta de todo lo que se relaciona con su quehacer legislativo en función de una
mayor transparencia y publicidad de los actos de gobierno. Sobre este aspecto no caben dudas que les comprenden las
prerrogativas constitucionales.
Pero también los legisladores como cualquier otro ciudadano y en igualad de condiciones, participan y se expresan en
campañas políticas, foros académicos, deportivos, culturales, entrevistas periodísticas, en fin una constelación de actividades
públicas y privadas que concordamos con Germán Bidart Campos en denominar extraparlamentarias, sobre las que no resulta
habilitada la prerrogativa, "sin caer en el exceso de expandir desmesuradamente para proteger extraparlamentariamente cualquier
opinión" (ED, 144-233).
Como corolario de lo expuesto considero que las expresiones escritas u orales que pueda hacer el legislador superando el sutil y
a veces difícil de establecer marco funcional de su actividad, queda exento del privilegio y sujeto como los demás ciudadanos a los
principios que consagran la libertad de expresión.
Y sobre este exclusivo aspecto considero que el tribunal se encuentra habilitado para pronunciarse.
Por todo ello, adhiero al voto del distinguido vocal que lleva la palabra en este acuerdo y extiendo el mío con idéntico alcance.
El doctor Fégoli dijo:
Poco queda por decir en torno a la cuestión que convoca a este acuerdo, pues los enjundiosos votos de los distinguidos colegas
preopinantes brindan argumentos y conclusiones de tan sólida consistencia jurídica que me llevan a suscribirlos en todos sus
términos.
No obstante lo cual paréceme interesante efectuar, en primer lugar, una somera revisión de los antecedentes que guardan
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vinculación con el "thema decidendi" obrantes en el Senado de la Nación en el período 1996/1997.
I. En materias políticas, expresó alguna vez Dalmacio Vélez Sarsfield, "... como en materias administrativas es imposible
separar la función del agente que la ejerce. El hombre político no es el instrumento momentáneo de un poder que subsiste fuera de
él. El recibe ese poder del mandato que le ha sido dado a su persona por el pueblo mismo. Ejerce un derecho que le pertenece en
virtud de una delegación las más de las veces directa. De aquí la necesidad, para proteger la función política de extender la garantía
a todos los actos de la persona y, principalmente a la inamovilidad del destino que ocupa hasta el término de su mandato...".
"Esta garantía, aunque personal, no es un privilegio, pues no es una prerrogativa del hombre diputado, sino una protección al
derecho político..." (Sala de Representantes de la Provincia de Buenos Aires, Buenos Aires, 22 de junio de 1852).
Se ha dicho que las prerrogativas, o también llamados privilegios o fueros, de los parlamentarios existen desde la misma
institucionalización (1853). Antes de esta etapa fundacional, igualmente los estatutos políticos ya consagraban cláusulas
estableciéndolos, en especial, la inmunidad de expresión (Constituciones francesas de 1791 y 1795; Carta de Filadelfia de 1787;
Constitución española "monárquica" de Cádiz, 1812, etc.).
En nuestro medio, merecen citarse dos proyectos presentados en el seno de la Asamblea General Constituyente de 1813 (el de
la Comisión Especial, designada por el Segundo Triunvirato, y el de la Sociedad Patriótica). Hasta este momento primaba el
criterio de que la inmunidad se vinculaba "con el ejercicio o en ocasión del ejercicio" de las funciones políticas.
Ya en 1811, la Junta Conservadora sancionaba: "Las personas de los diputados son inviolables, y en caso de delito serán
juzgados por una comisión interior, que nombrará la Junta Conservadora cada vez que ocurra" (art. 7°, Reglamento de la División
de Poderes).
En doctrina Humberto Quiroga Lavié dice, en general, que las prerrogativas son reconocidas "no en atención a preferencias
personales, ni en razón del individuo mismo a quien se hace inmune", sino para asegurar "no sólo la independencia de los poderes
públicos entre sí, sino la existencia misma de las autoridades creadas por la Constitución (doctrina en el caso "Alem", Fallos:
54:453)".
Por su parte el senador nacional Arturo Jiménez Montilla opinaba: "La garantía o prerrogativa es un derecho que surge de la
naturaleza misma de las cosas y es indispensable para la existencia de las instituciones que salvaguarda. Por lo tanto la garantía
pertenece al derecho común por razón natural y su interpretación queda sujeta a los principios ordinarios de la justicia común. Se
impone al legislador y éste tiene obligación de respetarla y su obligatoriedad es tal que el particular mismo no puede renunciarla.
El académico y también senador nacional Juan R. Aguirre Lanari ilustraba diciendo que "es una prerrogativa encaminada a
garantizar la independencia y fortalecer razonablemente la estructura del órgano legislativo frente a los embates que pueden
provenir de los restantes órganos del poder, de los poderes de hecho y de los excesos de los propios gobernados".
El distinguido constitucionalista y ex diputado nacional Jorge R. Vanossi expresó que "el origen de estas prerrogativas es evitar
que pueda haber interferencias de un poder sobre otro poder".
Asimismo, en el plano jurisprudencial, varios fallos --antiguos algunos-- nuestro Alto Tribunal ha establecido una serie de
pautas para la interpretación de la cuestión.
En el caso "Oroño" (1873), la Corte opinó que "fuera de estos privilegios (se refiere a los acordados por los actuales arts. 68, 69
y 70, Constitución Nacional), los legisladores tienen los mismos derechos y obligaciones que cualquier otro ciudadano; están
sometidos a las leyes del país, y a la jurisdicción de los tribunales...".
En tanto que en el precedente "Gascón" (1912) sentenció que "las inmunidades en sede provincial no tienen efecto de
extraterritorialidad, solamente tienen vigencia dentro del territorio de la provincia" porque tienen vinculación, precisamente, "con
la función que le ha sido reconocida, ...con el libre ejercicio de la función legislativa..." (cfr. Selección de la labor jurídico-
parlamentaria --período 1996/97--, Prosecretaría Parlamentaria - Honorable Senado de la Nación, 1997).
II. Desde otro punto de análisis he de finalizar este sufragio con una referencia al tratamiento de la cuestión en la Constitución
española, para lo cual seguiré la línea desarrollada por Francisco Muñoz Conde.
Así el art. 71 de la Constitución española establece que: "Los diputados y senadores gozarán de inviolabilidad por las opiniones
manifestadas en el ejercicio de sus funciones".
Lo primero que conviene notar es que la inviolabilidad de los parlamentarios sólo se extiende a determinadas actuaciones, esto
es, a las opiniones manifestadas en el ejercicio de sus funciones, respecto a las cuales, no podrá ser demandada responsabilidad
penal.
En segundo lugar, la inviolabilidad de los parlamentarios mantiene sus efectos incluso cuando han dejado el cargo, de manera
que las opiniones manifestadas en ejercicio del mismo, tampoco pueden ser perseguidas tras la pérdida de su condición (art. 10,
Reglamento del Congreso de los Diputados y art. 21, Reglamento del Senado).
La inviolabilidad parlamentaria se orienta a la protección de la función legislativa, en este sentido se pretende que los
parlamentarios puedan manifestar con absoluta libertad cualquier opinión sin temor a verse sometidos a un proceso penal por su
contenido, incluso si éste fuera susceptible de calificarse como delito de injurias, amenazas, etcétera.
Contando con tal punto de partida, no cabe establecer mayores límites a la inviolabilidad parlamentaria que los derivados de la
propia formulación constitucional: la ausencia de responsabilidad penal alcanza a todas las opiniones manifestadas en el ejercicio
de la función.
Señala el citado autor que lo que sí resulta aconsejable es acotar temporal y espacialmente el ámbito en el cual el ejercicio de la
función parlamentaria excluye la responsabilidad penal reduciéndolo a las reuniones válidamente convocadas de los órganos de las
Cámaras, único ámbito en el que, con arreglo a la Constitución, operan los privilegios de las mismas; así lo ha establecido también
el Tribunal Constitucional, admitiendo como única ampliación los actos exteriores a la vida de las Cámaras que sean reproducción
literal de un acto parlamentario (S.T.C. 28/11/92).
Ello es coherente, por otra parte, con el fundamento de la inviolabilidad en la protección de la institución y las funciones que
desempeña como tal, sin que pueda extenderse a las actuaciones de los parlamentarios fuera de dicho ámbito.
Con arreglo a este planteamiento, la inviolabilidad parlamentaria se constituye en causa personal --aunque basada en la
protección de la función-- de exclusión de la responsabilidad, lo que significa que si la opinión manifestada en la Cámara por un
parlamentario es contraria a derecho (por ejemplo constitutiva de injurias al Rey) sigue manteniendo tal carácter aunque no pueda
demandarse responsabilidad a su autor. Y asimismo, idéntica manifestación verbal sería perseguible penalmente --por mantener su
carácter ilícito-- si fuera pronunciada fuera de la Cámara.
Por tanto, concluye Muñoz Conde, que es preferible --y exigible, según el texto constitucional mencionado-- no establecer
límites al contenido de las expresiones de los parlamentarios, pero reduciendo estrictamente la prerrogativa al ámbito temporal y
espacial del funcionamiento de las Cámaras que son, en definitiva, el objeto de esta especial protección, lo que debe conjugarse con
la ampliación antedicha a los actos exteriores a la vida de las Cámaras que sean reproducción literal de un acto parlamentario
S.T.C. 28/11/92 (cfr. "Derecho penal - Parte general", ps. 186/190, 2ª ed., revisada y puesta al día conforme al Código Penal de
1995, Ed. Tirant Lo Blanch, Valencia, 1996).
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Con lo expuesto adhiero a los votos precedentes habida cuenta que, con el amplio desarrollo dado al tema por mis colegas,
extenderme en otras consideraciones me haría incurrir en repeticiones innecesarias.
En mérito al resultado habido en la votación que antecede la sala II de la Cámara Nacional de Casación Penal resuelve:
rechazar el recurso de casación interpuesto por la defensa y confirmar la resolución de fs. 16/8 vta., encontrándose la juez a cargo
del Juzgado Nacional en lo Correccional N° 13, en consecuencia, habilitada para pronunciarse en las presentes actuaciones, con
costas (arts. 456, inc. 1°, 470 "a contrario sensu", 530 y 531, Código Procesal Penal de la Nación).-- Wagner G. Mitchell. -- Raúl
R. Madueño. -- Juan E. Fégoli.

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