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Siete ensayos

Tít ulo s Universidad Nacional

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Colombia, Fer nan do

de historiografía Uri coc che a


_ Tipo logía s polares, socie-
dad trad icional y cam pes i-

ESPAÑA ARGENTINA MEXICO


\ nado, Jaime Edu ardo
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MARCO PALACIOS I COMPILA 1850, ¡oh n Lyn ch
DOR _ El c ulto a Bolívar , Ger mán
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Herber t, Braun
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editorial
universidad
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AA 14490
Te\.' 368 1287
Fax: 22 \ 956 8
eun editorial universidad nacional Bog otá , Col om bia
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Siete ensayos
de historiografía

UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
Siete ensayos
de historiografía
España, Argentina, México

Marco Palacios
Compilador

eun editorial universidad nacional

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
907.2
55735 Siete ensayos de historiografía: España, Argentina, México I comp. Marco
Palados. - Bogotá: Editorial Universidad Nacional, 1995.
192 p.
ISBN: 958-17-0152-4
1. Espaii.a - Historiografía 2. Movimientos sociales - Historiografía 3. Espa-
ña - Población 4, Argentina - Historiografía 5. México - Historiografía
6. Argentina - Pobladón 7. México - Población
BEM-Sección Catalogación U. N.

e 1995, Marco Palacios Rozo, compilador


(ti 1995, Editorial Universidad Nacional
Apartado Mrro 14490 - Te!. 368 12 87 - Fax 221 95 68, Bogotá
ISBN: 958-17-0152-4
Primera edición: diciembre, 1995
Diseno de carátula: Gustavo Zalamea
Preparación editorial: Editorial Universidad Nacional
Impresión y encuadernación: Editorial Presencia
Bogotá, Colombia

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A Gennán Colmenares
In memoriam

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Contenido

EL HISTORIADOR SIN CERTIDUMBRES . 11


El simposio de Cartagena . 11
El historiador en la polis 12
El historiador y su cajita de herramientas. 15
¿Dónde estamos? 22
Bibliografía 23

HISTORIOGRAFfA DE LOS MOVIMIENTOS POLmeOS


y SOCIALES EN LA ESPAÑA CONTEMPORÁNEA. 25
Bibliografía .. 42

LA HISTORlOCRAFfA ECONÓMICA ESPAÑOLA


EN EL SIGLO xx . . . .. .. .. .. . 45
La historiografía española en el siglo XX:
rasgos generales. 46
Los principales interrogantes del siglo xx . 50
De la crisis colonial a la guerra europea 57
La modernización de la agricultura. 59
La economía española de entreguerras, 1919-35 . 62
La economía española y la guerra civil . . . . 65
La economía española durante el franquismo 67
Conclusión 72
Bibliografía. 75

Los ESTUDIOS DE DEMOGRAFíA


HISTÓRICA EN FSPAÑA 83
Antecedentes y situación actual 84
La evolución de la población española, 1797-1930 . 86
Grandes temas de investigación 88
Concl usiones . 94
Bibliografía . . . . . . . . 95

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SIETE ENSAYOS DE HISTORlOGRAFlA 10

HISTORIA poLtncA, HISTORIA INTELEC1lJAL:


VIEJOS TEMAS, NUEVAS ÓPTICAS 97
Un antecedente ineludible: de la renovación
de los sesenta al derrumbe de 1976 98
Lo que vino después 101
La historia en crisis . 104
Historia y ciencia política: los temas compartidos. 107
Historia intelectual: la ampliación de un campo. 112
Un diálogo imprescindible 119
Bibliografía. 120
EL PERÍODO COLONIAL
EN LA HISTORIOGRAFíA ARGENTINA RECIENTE 125
Los temas 135
A modo de conclusión 140
Bibliografía. 141
MÉXICO: EL CAMBIO POLÍTICO
EN EL SIGLO XX 147
La discontinuidad del 88: analogías y orígenes 147
El cambio político . . . . . . . . . . . . . . . ..... 151
El cambio a gotas 153
El Estado, principal promotor del cambio. 156
El fin de la autonomía estatal 158
El cambio: apuesta a la imaginación 161
Bibliografía. 163
LA HISTORIOGRAFIA ECONÓMICA
COLONIAL MEXICANA. 165
Bibliografía. 183
Los AUTORES 189

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El historiador sin certidumbres
Marco Palacios
El Colegio de México

EL SIMPOSIO DE CARTAGENA

EN 1990 SE REALIZÓ en Cartagena un simposio internacional sobre


las ciencias sociales en la historiografía de lengua española, patro-
cinado por el Jefes. Veinte historiadores profesionales ~co argen-
tinos, siete colombianos, cuatro españoles, un mexicano,· W1
ecuatoriano y un peruano-- leyeron ponencias especia lmente pre-
paradas para el evento. Dos mexicanos, que no pudieron acudir,
enviaron luego sus trabajos.
La Editorial de la Universidad Nacional, EUN, aceptó entregar
esta selección de ensayos que, si bien no hace justicia a los quince
excluidos, no publicarla equivaldría a dejar en el olvido el esfuerzo
intelectual e institucional que cuajó en Cartagena y sobre cuya im-
portancia es difícil añadir o quitar algo a lo ya dicho por Blanca
Sánchez Alonso [1990] en su nota referente al seminario.
Por más de que quisiera, el historiador no puede abrir su taller
en la 'casa en el aire'. Por más de que su oficio consista en 'de-
sentrañar' y dar significado al pasado, vive inmerso en el presente.
En esta breve presentación se quieren destacar dos puntos: prime-
ro, la condición política del historiador quien casi siempre es un
ciudadano bastante consciente; segundo, las concepciones analíticas
y las técnicas y estrategias investigativas o expositivas empleadas por
el historiador terminan haciendo parte de un arsenal comunal, re-
conocido como tal por sus pares y por las disciplinas afines.

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12 SIETE ENSAYOS DE HlSTORlOGRAFfA

EL HISTORIADOR EN LA POUS

La historia -entendida en la doble acepción objetiva y subjetiva del


vocablo: lo que ha sucedido y la narración de lo que ha sucedido- I
está politizada. Politizaci6n no se refiere aquí al dictllm: "la historia
es la política pasada y la política es la historia presente" [Bmke
1991, 3] sino a un hecho que abordan la mayoría de las ponencias:
las condiciones políticas generales de la producción historiográfica.
Para ilustrarlo, hay que destacar algunos puntos específicos de los
ensayos aquí reunidos.
En cuanto al papel de la dictadura franquista (1939-75) en obs-
taculizar el desarrollo de una historia desapasionada y objetiva del
siglo xx español, Pablo Martín Aceña sei\ala tres aspectos: a} la im-
posibilidad práctica de acceder a las fuentes primarias; b) la visión
ideológica del régimen --según la cual en los períodos históricos
anteriores se gestó la decadencia del país, superada por el fran-
quismo- otorga implícitamente al Estado y a la política económica
un papel protagónico, y c) "sin libertad política ... los investigadores
dedicaron sus esfuerzos a estudiar épocas más alejadas y menos
comprometidas". En consecuencia, el 'despegue historiográfico' fue
el resultado de la paulatina desaparición de las restricciones polí-
ticas, con lo cual: a) mejora la calidad de la información, en par-
ticular de la estadística; b) proliferan los trabajos de investigación
sectorial y se supera la fase de división cronológica, y e) pierden
peso los enfoques que veían la historia económica española del si-
glo XX desde la atalaya del Estado.
El ensayo de Enrique Tandeter se concentra precisamente en
la historiografía de esas 'épocas más alejadas' pero no deja de cons-
tatar la presencia de la política. Tandeter parte de tma reflexión
de su colega y compatriota Hilda Sábato sobre la continuidad his-
toriográfica del período colonial para enfocar el asunto de este modo:
En una historiografía signada, como tantos otros aspectos de la vida na-
cional, por la discontinuidad institucional resultante de la alternancia de
regímenes civiles y militares, merecen explorarse las razones de lo que
hoy puede aparecer como una relativa continuidad.

La renovación de los estudios de la historia colonial argentina


se prodtlce en tina atmósfera de mayor libertad pol~tica: entre la

Sobre esta idea de Hegel, véase White [1992al.

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PRESENTAOÓN 13

caída del peronismo en 1955 y el golpe militar de 1966. En este


período se gestan corrientes y debates que reaparecen en un clima
de intensa politización, durante el breve segundo gobierno de Pe-
rón (1973-75), y prácticam~nte desaparecen con la intervención mi-
litar de 1976 que "originó un exilio de dimensiones inéditas entre
los intelectuales argentinos" en "un contexto de represión feroz ge-
neralizada". Finalmente, con "el retorno a la democracia en 1983
se produjo una gran expansión de la actividad historiográfica ar-
gentina".
Al seguir la huella del efecto de la dictadura sobre la produc-
ción historiográfica, debe subrayarse la experiencia vivencial de los
sujetos. José Álvarez Junco recuerda que
La juventud que se formó (o nos formamos) en los medios academicos
españoles entre los últimos años cincuenta y los primeros setenta, a la
vez que reaccionábamos contra el régimen político y, en muchos casos,
conectábamos con organizaciones clandestinas de ideología revoluciona-
ria, comenzamos a orientar nuestra producción académica en un sentido
diametralmente opuesto al descrito [es decir, al establecido, MP] {... ] Fren-
te a las glorias y fastos de la monarquía hispánica en su época imperial,
nosotros subrayábamos las tristes realidades de la España contemporánea
[... ] de las capas sociales más alejadas del poder.

En estas condiciones, historiar iba de la mano con militar en


la política. 'Lo social' quedó reducido a la clase obrera y al sin-
dicalismo. Por ello es frecuente que la 'historia' que se escribe no
pase del panfleto político, sin capacidad crítica y con una enorme
capacidad de deformar el pasado. Así, "El hecho en sí de que se
dedicase una enorme cantidad de estudios a un fenómeno como
el obrerismo industrial organizado (muy minoritario en la España
contemporánea, al menos hasta los años 1960) era ya una primera
deformación". Pese a su objeto explícito, ésta no era una historia
social, sino una 'historia política encubierta' de las cúpulas del po-
der y del contrapoder. Por tanto, esta corriente, pese a que en al-
gunos casos lograría obras de tuajes superiores a los habituales en
la producción académica, no renovó pues fue un obrerismo sen-
timental, 'más propio de Dickens que de Marx'.
El caso es menos obvio en México, 'la dictadura perfecta', se-
gün Mario Vargas Llosa. El historiador se halla aquí en presencia
de una gran reconstrucción mítica, la 'Revolución', que, al tiempo
que da cuenta del cambio, tiende a petrificarlo, como muestra con
elocuencia el ensayo de Soledad Loaeza. México presenta un ré-

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14 SIETE ENSAYOS DE I-USTORIOGRAÁA

gimen político de gran continuidad en el siglo XX, y la más rica


historiografía de toda América Latina. Ambos -el régimen y la his-
toriografía- pueden atribuirse a la Revolución. Como dice Loaeza,
"la conciencia histórica ha sido la piedra de toque de la construc-
ción del Estado y de la nación". A ese respecto sostiene que mien-
tras 'la Revolución', con mayúscula y mitificada, se coloque como
el centro de gravedad de un proceso histórico que continuaría has-
ta hoy, y no como un acto colectivo que tuvo un comienzo y un
final, la historiografía crítica no podrá avanzar ni se podrán recu-
perar los distintos pasados de los mexicanos, de los que vencieron
en la gesta revolucionaria y de los que salieron perdiendo. Los
avances de tal historiografía muestran, precisamente, que en Mé-
xico no todo ha sido revolución. Hay mucha evolución, mucho gra-
dualismo, que quizás hayan contribuido más que la misma
'Revolución' a la modernización mexicana.
Otro aspecto que amerita nuestra atención puede establecerse
haciendo un contrapunteo entre las historiografías colon.iales argen-
tina y mexicana. Es evidente que en su ponencia, Enrique Tandeter
se refiere a "la práctica reciente de los historiadores argentinos que,
independientemente de su lugar de residencia, han tomado como
tema de sus investigaciones los aspectos socioeconómicos del pa-
sado colonial de cualquiera de las regiones hispanoamericanas". En
esta frase hay que resaltar cuatro nociones: nacionalidad del his-
toriador, lugar de residencia (que eventualmente puede otorgarle
derechos de ciudadanía), ámbito geográfico y cultural del objeto
de investigación y, finalmente, acotamiento socioeconómico de la
investigación.
No se quiere repetir lo que ilustra muy bien el artículo de Tan-
deter y que, en síntesis, demuestra el aporte de los historiadores
argentinos sobre el pasado colonial de los Andes centrales. El re-
basamiento de los límites nacionales no obedece solamente al cos-
mopolitismo de los intelectuales de ese país sino también a las
articulaciones inevitables de la formación nacional argentina con
un espacio altoperuano, para decirlo de alguna manera. Por otra
parte, investigaciones más recientes, entre ellas algunas del mismo
Tandeter, muestran una orientación hacia temas que convencional-
mente situamos por fuera de lo 'socioeconómico', como lo étnico
y la etnicidad.
En el caso mexicano encontrarnos una historiografía colonial
más total, en el sentido de que abarca prácticamente todos los as-

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PRESENTAOÓN 15

pectos de la vida social, aunque la ponencia de Miño se concentra


específicamente en el debate acerca del crecimiento económico de
largo plazo, donde son protagónicos personajes muy caros a los
Annales como la geografía y la demografía. Por otra parte, el enri-
quecimiento a través de témicas, métodos y concepciones proviene
en buena medida del trabajo de investigadores norteamericanos, al-
gunos europeos y aun argentinos. z Este fenómeno se puede exten-
der a toda la región latinoamericana y caribeña pero se concentra
de modo muy especial en México, diferencia que se observa cuan-
do se centra la atención en la nacionalidad de los historiadores ci-
tados por Tandeter y Miño. En este sentido, la historiografía
mexicana, igual que la historia mexicana del siglo xx, no sólo pue-
de explicarse en buena parte por la Revolución sino también por
el papel que juega la vecindad con los Estados Unidos.
Después de destacar el tema del papel de la política en la prác-
tica historiográfica, se puede dar una ojeada a la cuestión de los
métodos, las teorías y las técnicas.

EL HISTORIADOR Y SU CAJITA DE HERRAMIENTAS

El eje del simposio de Cartagena era simple en apariencia: la


consideración de que las ciencias sociales son el elemento medular
del análisis histórico contemporáneo. Pero era inevitable pregun-
tarse: ¿cuáles ciencias sociales?, ¿acaso no experimentaban ellas
mismas una profunda crisis, un cuestionamiento de sus fundamen-
tos teóricos y epistemológicos?
En esta sección se presenta una reseña del actual debate inte-
lectual, un breve recuento basado en los ensayos de este volumen
y en las fuentes mencionadas en la bibliografía, cuyo propósito no
es otro que referir las condiciones de la producción historiográfica
al clima cultural de nuestros días. Cabe recordar que once años
antes del seminario de Cartagena, Lawrence Stone [1979] resumía
las tendencias y preocupaciones que prosiguen hasta nuestros días.

2. Algunos colombianos también han contribuido a la historiografía mexicana.


Baste citar las tesis doctorales de Javier Ocampo López, Fernando Diaz Diaz y
Víctor Álvarez, presentadas en El Colegio de México, las dos primeras publicadas
por dicha institución.

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16 SIETE ENSA VOS DE H1STORICCRAÁA

Stone planteaba la vuelta de una nueva narrativa como método a


disposición del historiador, debido al agotamiento del marxismo,
de la escuela francesa de los Annales que se anunció en los años
treinta, se implantó en los años cincuenta y se consolidó en los se-
senta, y de la Nueva Historia Económica (o cllometría, como la lla-
man en España) que surgió en Estados Unidos en los años cincuenta
y se expandió desde los sesenta.
La mayoría de los ensayos aquí reunidos recuerdan que, en el
mundo de habla española durante las décadas del sesenta y seten-
ta, el marxismo en sus múltiples variedades interpretativas y la es-
cuela de los Annales fueron decisivos no sólo para moldear lo que
se conocería como una nueva historiografía, la 'nueva historia', si-
no que coincidieron con el período de profesionalización de la dis-
ciplina. La cliometría, empero, había encontrado fuertes barreras de
entrada. Como anotó Gabriel Tortella en su prólogo a la edición
española de la compilación de Peter Temin [1984], el ambiente as-
fixiante de la universidad española bajo el franquismo llevó a Jos
estudiantes y académicos orientados por el marxismo a estimar es-
te producto norteamericano de la economía neoclásica -y era evi-
dente el apoyo de los gobiernos norteamericanos al franquismo-
como algo sospechoso, como un producto más de la 'economía
burguesa' atacada por Marx.
Cuando apareció esa compilación, la nueva historia económica
apenas estaba abriéndose paso en España. Si se ven los resultados
unos diez años después, es evidente -por sus investigaciones, por
las cátedras que ocupan sus practicantes y por la continuidad y
lozanía de la Revista de historia econól11ica- que la diometría ha ger-
minado en suelo españoL Muy pocos se enojarán en la España de
hoy por lo que afirmaba Tortella en aquel prólogo: pese a que la
economía neoclásica adolece de graves limitaciones para tratar pro-
blemas del cambio a largo plazo, "representa el más operativo [si
se me apura, diría que el único] de los modelos que los historia-
dores económicos podemos utilizar" [Temin 1984].
La situación es un tanto diferente en América La tina, Es posible
que en el ambiente de politización universitaria de los años sesenta
y setenta hubiese consideraciones similares sobre el carácter 'reac-
cionario' de la Nueva H istoria Económica. Pero pueden aventurar-
se otras razones que limitaron la influencia de esta 'escuela. Una
es la formación económica y econométrica que exige de sus prac-
ticantes, Quien la posee prefiere aplicar su saber económico al aná-

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PRESENTAOÓN 17

lisis actual y sucumbe fácilmente a los mejores sueldos y al esta tus


social y de poder con que lo tienta la tecnocracia. Quizá otra razón
sean las fuentes estadísticas, las del siglo XIX y, en muchos casos,
de buena parte del actual. Pero la más importante parecería ser
el terreno ganado por el marxismo y los Annales en la historia
cuantitativa, y su dominio en el ámbito de la historiografía colo-
nial, fenómeno que Tandeter describe para la Argentina.
Por otra parte, algunos intentos de emplear los métodos de la
Nueva Historia Económica resultaron fallidos. Este fue el caso de
la interpretación de William Paul McGreevy, que irónicamente con-
tenía lo que bien puede llamarse una versión progresista y, en nin-
gún caso reaccionaria, de la historia de Colombia. La crítica a que
fue sometido este trabajo en 1975 canceló en este país, al menos
hasta ahora, las posibilidades de desarrollo de esa corriente. 3 Los
trabajos pioneros de John Coatsworth sobre la historia mexicana
del siglo XVIII y sobre todo del XIX tuvieron una recepción local
mucho más matizada y ambigua, aunque en la ponencia de Ma-
nuel Miño Grijalva parece advertirse cierto malestar con sus mé-
todos e hipótesis. 4
Mientras que las 'nuevas historias' se desarrollaban y el his-
toriador profesional ganaba relieve social en América Latina yen
España, la década del ochenta daba testimonio de una aceleración
de la historia presente, cuya expresión política más rotunda fue el
colapso del comunismo soviético y un nuevo cuestionamiento del
marxismo y de otras concepciones políticas, filosóficas o historio-
gráficas que se proclamaban herederas de 'la conciencia histórica'
de la Ilustración.
El estmcturalismo, en particular el de Lévi-Strauss, había for-
talecido el avance de los Annales, de las corrientes marxistas y aun
las de la cliometría, esta última tan poco propicia a la 'narrativa'.
Estas tenían en común una pretensión científica. Un elemento de
este cientificismo, bastante obvio en el marxismo althusseriano, era
la denuncia del humanismo burgués occidental y de su 'conciencia
histórica'. El desenmascaramiento de ese humanismo como ideo-
logía se atribuía a Lévi-Strauss, desde la etnología, y a Louis AI-

3. McGreevy 11971J. La crítica está recogida en lEC [19791 .


4. Las enormes posibilidades del método están ilustr..das en COiltsworth [19761 .
Ver, también, Coatsworth [1990] .

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18 SIETE ENSAYOS DE HISTORI<X;RAFlA

thusser, desde la filosofía. Según el etnólogo, si puede impugnarse


la validez de la separación entre lo 'prehistórico' o 'primitivo' y
lo 'histórico' o 'civilizado', la historiografía de las sociedades 'ci-
vilizadas' no podría distinguirse de los mitos y leyendas de las 'so-
ciedades primitivas' o 'salvajes'.
Desde una perspectiva filosófica igualmente 'antihumanista',
Althusser planteó que ese humanismo (y su historiografía) era una
ideología, entendida no como 'fals3 conciencia' sino como una
práctica de representación de la realidad capaz de crear W'l. sujeto
observador que se inserta en el sistema social donde actúa públi-
camente. En todo caso, el estructuralismo reforzaba la trinchera de
un tratamiento 'nuevo', 'científico' de la historia.5 La renovación
historiográfica a que dio lugar estaba en consonancia con la difu-
sión de las ciencias sociales y con el supuesto de que la realidad
observada no es la 'realidad real', pues ésta oculta estratos y me-
canismos 'subyacentes'. El papel de la ciencia consistiría en sacar-
los a la luz y emprender su análisis.
Braudel, el historiador más representativo de los Annales, había
considerado definitivos la superación de la 'historia narrativa o de
acontecimientos' y el advenimiento de lo que años más tarde Furet
llamaría la 'historia-problema'. Según Braudel, el objeto de la his-
toria consistiría en desentrañar los nexos entre el acontecimiento (el
plano del tiempo breve, del drama, de la biografía y de la política),
la coyuntura (el movimiento económico secular, como los ciclos de
precios a lo Kondratiev) y la estructura (los personajes de la larga
duración, es decir, el paisaje geográfico y la demografía).
Pero ya desde fines de la década del 60 tomaba fuerza el pen-
samiento según el cual estas 'ciencias' -marxismo, sicoanálisis, estruc-
turalismo- eran las últimas 'metafísicas o discursos universales',
La obra de Foucault, una de las más influyentes en este ámbito,
intentaba demostrar que cuando surge la distinción entre 'lo su-
perficial' y 'lo profundo', se evidencia el juego de la 'verticalidad',
el juego de un poder organizado que usa tal distinción para consa-
grarse. Siguiendo a los posestrllctllralistas y a los semiólogos -aquí
se suele citar a Lacan, Althusser, Foucault, Derrida, Barthes-, los
posmodernistas rechazaron la verticalidad, fuese positivista, mar-

5. Himmelfarb {1987) recuerda que el término 'nueva historia' fue utilizado por
primera vez en Estados Unidos a comienzos del siglo XX.

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PRESENT AOÓN 19

xista o estructuralista. "Todo lo que es sólido se desvanece en el


aire" -dijeron-, el mundo no tiene centro ni estructura, está des-
centrado y fragmentado, es flexible e incierto. En contraposición
a lo 'duro', a la alta cultura y alfordismo -() al toyotismo, su versión
de la segunda mitad del siglo xx- típicos del modernism06, los
posmodernos reivindican lo 'blando', el pastiche, la cultura pop,
la irreverencia y el hedonismo.7
En la década del 'pensamiento blando' perdía pertinencia cual-
quier modelo de histoire totale o simplemente estructurada. Así, re-
cobraron fuerza las críticas al intento braudeliano, que sostenían
que en el Mediterráneo (cuya publicación en inglés a fines de los
años setenta contribuyó al debate) no aparecía la anunciada cone-
xión entre acontecimiento, coyuntura y estructura. Además, que las
preguntas sobre 'el porqué', sobre la causalidad, eran pocas y nada
sistemáticas y que, cuando se las formulaba, era al acaso y no apa-
recían integradas al texto. En suma, que Braudel no habría tras-
pasado el umbral de un tipo de historia que seguía siendo
narrativa. 8
Así, se esfumaron las certidumbres de las décadas anteriores,
entre éstas la que asume una jerarquía de temas frente al histo-
riador: la demografía, los intercambios comerciales de larga distan-
cia, los precios seculares, las técnicas y su difusión, en la vertiente
de los Annales, o aun los temas tradicionales de la política y la re-
volución de las viejas escuelas.9
Llevada a su extremo y a su conclusión lógica, la idea pasmo-
derna niega la posibilidad de alcanzar la verdad histórica. La his-
toria no puede ser más que un inmenso palimpsesto de 'textos'
que comienzan como 'narrativas comunales', igual que la épica o
los libros del Nuevo Testamento. La historia aparece entonces co-
mo un ejercicio de reconstrucción imaginaria, como una invención

6. No se hace referencia al movimiento literario y artístico llamado modernismo


árca 1850-1900.
7. Para una contraposiciÓn de las características del modernismo y el posmo-
dernismo, ver Kirk [1994J.
8. Una síntesis de esta argumentaciÓn se halla en Merrill (l993], quien ilustra
sus argumentos con El MeditemSneo de Braudel y las posiciones de Fram;-ois Furet
sobre la superación de la 'historia-narrativa' por la 'historia como problema' .
9. Desde esta perspectiva, la crítica más comprehensiva a la idea posmoderna
se encuentra en los ensayos de Himmelfarb [1987).

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20 SIETE ENSA vos DE HlSTORlOC RAÁA

literaria y una reinterpretación -que puede ser crítica- de la tra-


dición preexistente. A pesar de que la historiografía es un género
eminentemente literario -narrativa, escritura, representación-, pa-
rece perder dicha condición en cuanto adquiere importancia ideo-
lógica, social y política.
Así. cuando se produce un cambio violento e irreconciliable en
la ideología y la mentalidad, su efecto es la transformación de los
sistemas de pensamiento histórico [Kemp 1991, Ricoeur 1984-1988].
El Renacimiento y la Reforma marcan la transición, es decir, la crí-
tica a la Edad Media y a su narrativa comunal.
Aquí arrima el hombro la semiología. Refiriéndose a los tiem-
pos modernos -a los siglos XIX y XX-, Barthes sostiene que la na-
rrativa -incluida la historiografía 'pseudocientífica', pariente de la
literatura realista del siglo XIX- cumple una función que no es 're-
presentar' sino 'inventar'. Inventa: como la épica o la novela. La
narrativa historiográfica no representa, construye un espectáculo,
pues proviene de una 'realidad referencial', es decir, sale 'de la na-
da'. Todo ocurre aquí en la "aventura del lenguaje, en la incesante
celebración de su llegada" [citado por White 1992b, 55].
Meter en el mismo saco a Balzac y a Braudel corno 'creadores'
de historia es, evidentemente, un exceso. Los practicantes de la
nueva vieja historia no aceptarían una narrativa separada de sus
términos de verdad, pese a que muchos de ellos sean adeptos al
'constructivismo', es decir, a la actual preocupación por 'la cons-
trucción de la realidad'.
Puestos en evidencia los excesos del 'pensamiento blando', que-
dan algunas lecciones y la vuelta a ciertas certidumbres. Hilda Sá-
bato las ilustra en su ensayo sobre la historia de la política y de
las ideas elaborada en Argentina durante los últimos diez o quince
años, a lomo de la sociología y de la ciencia política o de algunos
paradigmas tornados de la semiología y de la crítica literaria.
Entre estas certidumbres, más modestas que las de los viejos
maestros franceses, una proviene de la antropología. Retorna la
centralidad de un tema caro a los grandes historiadores europeos
del siglo XIX: las relaciones entre 'sociedad y cultura'. Aun en las
versiones marxistas, la metáfora de Marx de la estructura y la su-
perestructura --el principio de que la cultura es un producto, un
reflejo o una expresión de la economía y de la sociedad- se hace
más compleja y matizada. Aquí está una de las claves de la historia
política y de las ideas que menciona Sabato. Una vuelta a la his-

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PRESENTAOÓN 21

toria narrativa que, según Peter Burke, marca el retorno a perso-


najes, a tramas y temáticas de vieja data: el individuo, la comu-
nidad locaL la política, inclusive la 'alta política', vistos ahora bajo
un lente más antropológico [Burke 1993].10
Cabe subrayar aquí que el problema de la narración, la narra-
tiva y la narratividad -así como el de si la narración representa
o es mera ficción- no parece penetrar la historia económica y de-
mográfica. Los modelos y metodologías de la historia económica
y demográfica, que tratan realidades discretas y 'seriables', son
más herméticos y aparecen más allá de las posibilidades del 'cons-
tructivismo' propio de la narrativa, Esto queda demostrado en la
ponencia de Blanca Sánchez quien ilustra con gran precisión el ad-
venimiento de la historia demográfica en España, valga subrayarlo,
en la España posfranquista. Sin embargo, nos advierte que, pese
a todo, sería peligroso suponer que se está ante una especie de de-
mografía aplicada, sin más. La sociedad del pasado operó con sus
propias reglas, tuvo sus propias voces, funcionó con sus propios
códigos.
Por último, no sobraría recordar una observación reciente de
David Landes en relación con la 'historia optativa' -lo que pudo
haber sido, lo que debió ser, lo que pudo ser- en el campo de la
historia económica. Landes ilustra su punto con dos ejemplos: ¿cómo
Europa dominó el mundo? y ¿por qué las islas británicas tuvieron
precedencia en la revolución industrial y en la industrialización?
Concluye su ejercicio advirtiendo que la historia económica debe
protegerse de las cifras erróneas y que cuanto más sofisticada sea
la técnica cuantitativa de reconstrucción de cifras, más necesaria
se torna esa protección [Landes 1994]. Además, los maestros de la
Nueva Historia Económica insisten con fuerza cada vez mayor en
que la economía no existe en el vacío y que no puede compren-
derse sin las instituciones.

10. Burke es autor de uno de los más autorizados análisis de la historiografía


francesa y en particular de los Annales IBurke 1990).

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22 SIETE ENSAYOS DE HISTORlOCRAÁA

¿DÓNDE ESTAMOS?

El debate de los ochenta mostró cuán lejos se está de la historia


total, aunque aparecieron nuevas metodologías y concepciones
que, como ha señalado Peter Burke, quizás no sean tan nuevas, ni
estén exentas de problemas, muchos de los cuales ya habían sido
resueltos o al menos planteados por la 'vieja' historia [Burke 1993J :
la historia de 10 cotidiano, la historia desde abajo, la microrustoria
y la historia de las mentalidades. Con tul espíritu de unidad eu-
ropea, como corresponde al momento, este autor británico señala
los orígenes nacionales de esas cuatro corrientes historiográficas:
alemán, inglés, italiano y francés, respectivamente. También subra-
ya que no se trata de escuelas muy originales, que sus campos de
operación no están bien delimitados y que se prestan a la ambi-
güedad. Por ejemplo, Norbert Elias, un pionero, ya había anotado
que lo cotidiano se confunde con vida privada, costumbre, vida de
la gente común. La microhistoria parte de unos conceptos de co-
munidad y de consenso social que han sido cuestionados, además
de que encierran el peligro de aislar artificialmente la comWlidad
de la nación o del mundo intemadonal en LU1a época de 'tiempo
mundia l', como la actual.
En todo esto, ¿dónde se encuentra la historiografía de habla es-
pañola? Ése podría ser el tema de investigación. Por lo pronto, se
subraya con Burke que antes de la ola historiográfica de 'inven-
ciones' que aportó la nueva vieja historia -la invención de la tra-
dición, de la nación, de la ciudadanía-, el historiador mexicano
Edmundo O'Gorman había escrito sobre la invención de América
[1958] y que otro mexicano, Luis González, con su Pueblo en vilo;
micro}ristoria de San José de Gracia [1968J puede reclamar al menos
LU1a copaternidad sobre la microhistoria. Sería falaz, entonces, su-
poner que en estas latitudes no hay originalidad y que los méto-
dos, temáticas y herramientas se toman ciega y exclusivamente del
Atlántico Norte.
Esta breve reseña muestra cómo la producción histórica no
puede permanecer en los márgenes del 'estado de flujo' en que se
hallan la política mundial, las ideologías y los modelos de socie-
dad. Algunas ponencias leídas en el Simposio de Cartagena sobre
la historiografía colombiana, como las de Patricia Londoño sobre
la vida cotidiana, Pablo Rodríguez sobre la familia en el siglo XVIIl
neogra nadino o Carlos Uribe sobre la cultura en el siglo XX, de-

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PRESENT"aÚN 23

mostraron la permeabilidad de los historiadores colombianos a los


nuevos viejos métodos, térnicas y temáticas. Sin embargo, y salvo
la sección colonial, estas reorientaciones son captadas débilmente
en Historia al final del milenio. Ensayos de historiografía colombiana y
latinoamericana, la compilación de estudios historiográficos publica-
da el año pasado en dos volúmenes.
Cualquier intento de hacer tul balance de la producción histo-
riográfica colombiana tendría que registrar, en la columna de los
activos, el notable avance institucional en la enseñanza -carreras,
posgrados, cursos especiales- y en la investigación, diftuldida a
través de revistas, seminarios, libros y fascículos. El arranque se
produjo hacia los años setenta, aunque sin orientaciones y esfuer-
zos podría extinguirse. Para el historiador colombiano de hoy, co-
mo para el pionero de las vertientes andinas de finales del siglo
pasado, abunda el terreno fértil y baldío; además, crece la deman-
da. Hay que recordar el célebre grito de Uribe Uribe hace tul siglo,
"¡colombianos, a sembrar café!", y actuar en consecuencia.

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Historiografía de los movimientos políticos
y sociales en la España contemporánea
José Alvarez Junco
Universidad Complutense, Madrid

SI TODA CIENCIA SOCIAL tiene, indiscutiblemente, lUla carga ideo-


lógica e implica una toma de posición ante la conflictividad política
y social de su época, la historia destaca entre todas por su beli-
gerancia y dependencia respecto de la coyuntura en que surge.
Tanto el poder corno la rebelión contra el poder buscan legitimarse
invocando un pasado que se reelabora constantemente para ade-
cuarlo a las conveniencias del día, y los historiadores son instru-
mento consciente o inconsciente de las construcciones políticas
[Hobsbawm 1983].
La dictadura del general Franco, en la que vivió España entre
1939 y 1975, convirtió la historia en una especie de apéndice o pa-
ralelo de lo que se llamaba "formación del espíritu nacional",
una materia ideológica, de línea falangista, que se enseñó obli-
gatoriamente en todos los niveles y centros escolares durante la
mayor parte de aquel período. Tanto en los libros de Historia
como en los de Formación del Espíritu Nacional se exaltaba la
unidad religiosa y política impuesta en la Península por los Re-
yes Católicos, los descubrimientos y conquistas imperiales ini-
ciados en esa misma época y la hegemonía europea y mundial de
los monarcas "españoles", Carlos V y Felipe 11. Se demostraban, en
cambio, los proyectos modernizadores de la Ilustración y la revo-
lución liberal, a los que se atribuía la división -y la consiguiente
decadencia- patria. Sobre estas últimas fases se pasaba, de todos
modos, muy a la ligera. Lo único importante, en relación con ellas,
era destacar el caos fratricida en que habían sumido al país las

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26 SIETE ENSAYOS DE HlSTORJOGRAFlA

transformaciones políticas del siglo XIX y primer tercio del xx, caos
del que, providencialmente, Franco y el ejército habfan salvado a
España con su intervención de 1936. Pero no eran campo privi-
legiado de la Historia. Éste lo constituía, repito, la rrútica Edad de
Oro, o época de hegemonía "española" (de ningún modo de los
Habsburgo) sobre el mundo, que correspondía, grosso modo, al
siglo XVI.
El tipo de historiografía sobre la que se apoyaba esta versión
era tradicional, esto es, descriptiva y narrativa, apoyada en docu-
mentación proveniente de archivos administrativos o gubernamen-
tales. No era la documentación lo más objetable, ya que, pese a
la limitación de su enfoque exclusivamente político, podía ser depu-
rada y exhaustiva. Lo más frágil y menos elaborado de la construc-
ción eran los presupuestos conceptuales en los que se enmarcaba.
Ante todo, es importante destacar que no se consideraba necesario
hacerlos explícitos: no era preciso, por ejemplo, declarar que la uni-
dad estatal española se consideraba el supremo valor de la colec-
tividad; bastaba con presentar a los sucesivos reyes de manera
positiva o negativa según su papel fortalecedor o debilitador de
la unidad nacional. Por otra parte, la causalidad que guiaba los
acontecimientos humanos era del tipo que más tarde se llamaría
"idealista": eran las doctrinas, las creencias, las que impulsaban a
individuos y sociedades a la acción; no se dudaba, por ejemplo,
de que sólo el afán evangelizador había impulsado la exparu;ión
de Espaf'ia en América, al igual que la maldad demoníaca, en sus
diversas encarnaciones -protestantismo, Islam, separatismo antina-
cionalista- había inspirado a sus amigos. Al poder de las doctrinas
y creencias sólo era preciso añadir algunos ingredientes psicológi-
cos de mínima elaboración -la debilidad de tal rey, la ambición o
la envidia de aquel otro ministro-- para explicar los hechos polfticos
que se narraban luego en estricto orden cronológico. No era, en
definitiva, un enfoque muy distinto al del documentalismo histo-
ricista tradicional, aunque éste fuese, en general, más escrupuloso
con las fuentes y, sobre todo, menos excesivo en sus deformaciones
nacionalistas.
La juventud que se formó en los medios académicos españoles
entre los últimos años cincuenta y los primeros setenta, a la vez
que reaccionaba contra el régimen político y, en muchos casos, co-
nectaba con organizaciones clandestinas de ideología revoluciona-
ria, empezó a orientar la producción académica en un sentido

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MOVIMIENTOS POLfTICOS y SOCIALES EN EsPAÑA 27

diametralmente ,opuesto al descrito, Eso, al menos, era 10 que se


creía, Frente a las glorias y fastos de la monarquía hispánica en
su época imperial, se subrayaban las tristes realidades de la España
contemporánea y, dentro de este período, se fijaba la atención en
la historia de las capas sociales más alejadas del poder: las clases
trabajadoras y sus luchas político sindicales. Manuel Tuñón de La-
ra, padre, en cierto modo, y sobre todo símbolo, de toda la nueva
historia "social" española, lo dijo en cierta ocasión de manera ta-
jante: historiar el movimiento obrero era "situarse en la columna
vertebral misma de la historia" [Tllñón de L et al. 1980, 231].
Esa era la creencia general. Y ello explica que, aunque un ar-
tículo como éste incluya en su título, por igual, los movimientos
políticos y sociales, al centrarse en los intentos de renovación de
la historiografía española de los últimos treinta años tenga, nece-
sariamente, que restringirse casi en absoluto a lo "social", enten-
diendo además por historia social, casi con exclusividad, historia
del movimiento obrero. Porque eso es lo que ha predominado de
manera abrumadora entre los historiadores españoles surgidos en
las últimas tres décadas.
La historia de las luchas obreras había sido un campo extra-
académico hasta finales de los años cincuenta. El fenómeno no es
atribuible a la dictadura franquista, sino muy anterior. En el pri-
mer tercio de siglo, sólo los militantes sindicalistas -Anselmo Lo-
renzo, Manuel Buenacasa, Juan José Morato, Francisco Mora- y
algunos intelectuales no académicos preocupados por la conflicti-
vidad social -Díaz del Moral- habían hecho incursiones en este te-
rreno. En el exilio que siguió a la Guerra Civil, le prestaron
atención algunos historiadores más profesionalizados -Ramos Oli-
veira o Núñez de Arenas, entre Jos españoles; René Lamberet o
Max Nettlau, extranjeros también antifranquistas- y fue igualmente
fuera de España donde se formaron los primeros grandes archivos
sobre el tema, especialmente, el Instituto Internacional de Historia
Social, de Amsterdarn, centro todavía hoy insustituible para el es-
tudio, al menos, del anarquismo. Pero, al iniciarse la década de los
sesenta} el tema irrumpió con gran fuerza en el mundo académico.
Surgió la historiografía que entonces se llamó "progresista" y que

1. Podría c011siderarse, en realidad, que la obra que dio la seilal de salida fue
la de Casimiro Martí [1959).

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28 SIETE ENSA YQS DE HlSTORlOGRAFfA

algún autor reciente ha calificado, con más exactitud, de "frente-


populista" [Ucelay da Cal 1990]. Su éxito fue inmediato.
Eran los años, hay que recordarlo, del engagement, del compro-
miso del intelectual con la causa de los oprimidos. No es, pues, de
extrañar que la primera característica de este tipo de Historia fuese
su militancia. No se trataba sólo de conocer el pasado; había que
tomar partido. Pese a que se declarase que la verdad era, por sí
sola, revolucionaria, lo cierto es que un genuino afán de objetividad,
sin más, era tenido en los medios progresistas por cosa ingenua
e incluso sospechosa.
Dicho de manera más clara: muchas de las que se presentaron
como investigaciones históricas eran, en parte al menos, panfletos
políticos. No es sólo que se alineasen en posiciones genéricamente
izquierdistas, o favorables al proletariado. El compromiso admitía
todo tipo de matices. Ya que una crítica al dirigente o a la actua-
ción obrera objeto del estudio estaba descartada, la selección mis-
ma del tema indicaba las preferencias ideológicas del autor:
quienes defendían posiciones social demócratas escribían sobre Ju-
lián Besteiro o Fernando de los Ríos; quienes se orientaban hacia
soluciones más radicales lo hacían sobre la izquierda caballerista;
los comunistas investigaban una y otra vez sobre la escisión que
dio origen a su partido; quienes se consideraban anarquistas pu-
blicaban sobre Anselmo Lorenzo o La Revista Blanca¡ y los que hacían
suya la herencia trotskista escribían biografías de Nin o denuncia-
ban, al hilo de la crisis de mayo del 37, la "traición" del estali-
nismo. Algo semejante ocurría en el único terreno que disputaba
el protagonismo al movimiento obrero: el de los nacionales peri-
féricos¡ allí también se formaban los futuros políticos e intelectuales
de las actuales comunidades autónomas españolas investigando y
publicando obras apresuradas y semiclandestinas sobre los ante-
cedentes de los movimientos y las ideologías regionalistas o auto-
nomistas, rebautizadas ahora como nacionalistas.
Era una historiografía que, contrariamente a sus postulados ex-
plícitos, carecía de capacidad crítica, excepto en relación con el ré-
gimen político cuyas bases ideológicas intentaba minar y minaba,
sin duda, de manera eficaz. Pero, así como se exponían con com-
placencia los manejos maquiavélicos de las asociacione~ patronales,
de la represión policial o de la manipulación clerical, ningún his-
toriador "social" osó entrar a analizar los mecanismos por los que
Pablo Iglesias había conseguido, por ejemplo, imponerse sobre sus

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MOVfMlENTOS roLtncos y SOCIALES EN EsPANA 29

rivales y monopolizar el aparato de poder constihüdo nada menos


que por el PSOE, la UGI y El Socialista, como ninguno de los es-
pecialistas en anarquismo describió de manera realista los meca-
nismos de control que las minorías ideologizadas utilizaban dentro
de la CNT, ni ninguno de los historiadores apologistas del trots-
kismo desmenuzó la composición social de aquella tendencia po-
lítica, que probablemente le hubiera llevado a concluir que había
en ella más profesionales de clase media que obreros industriales.
La consecuencia inmediata de este tipo de planteamientos fue-
ron unos productos historiográficos seriamente deformadores del
pasado, dominados por unos cuantos apriorismos y preconcepcio-
nes omnipresentes en la investigación. Apriorismos que se hacían
explícitos, en parte porque la represión y la censura favorecían la
utilización del manto académico para encubrir tomas de posición
política, pero en parte también porque, en la tradición historiográ-
fica más clásica, se consideraban obvios.
El hecho en sí de que se dedicase tan enorme cantidad de estu-
dios a un fenómeno como el obrerismo industrial organizado -muy
minoritario en la España contemporánea, al menos hasta los años
1960-- era ya una primera deformación, derivada del teleologismo
implícito en aquellos enfoques: ese grupo social, el proletariado,
era el llamado a redimir a la colectividad; su papel -por grande
que fuese la evidencia empírica sobre la modestia de sus orígenes-
acabaría por ser el de protagonista triunfal. Paralelamente, y éste
era el aspecto más grave de la deformación, se relegaban a un se-
gundo plano los campesinos, artesanos o las elites intelectuales
"pequeñoburguesas", quienes, sin embargo, según se sabe ahora,
cargaron en realidad con la responsabilidad de las luchas más des-
tacadas en la España de los siglos XIX Y XX. Los movimientos es-
taban, pues, jerarquizados, a partir de preconcepciones, y no de
datos empíricos, y ello conducía a errores de muy considerable
gravedad.
Pero había un defecto, quizá, más sorprendente que el carácter
militante y sesgado de este tipo de historiografía, y que en todo
caso interesa más en este encuentro: su metodología científica in-
genua, positivista y, en definitiva, tradicional. A pesar de los pom-
posos alegatos metodológicos preliminares sobre el carácter
científico de estas obras, por contraste con el engaño ideológico de
la historiografía conservadora, lo cierto es que la historia obrera
tampoco superaba, en general, la crónica, la relación, sea de acon-

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30 SIETE ENSA VOS DE HlSTORlOGRAÁA

tecimientos, de datos estructural institucionales -número de agru·


paciones obreras de talo cual zona o época- o de citas textuales
que se suponía probaban creencias y actitudes. Lo grave de estos
planteamientos es su ingenua fe -de raigambre positivista- en que
el dato, el hecho, la realidad, están ahí, se muestran de manera ob-
jetiva, sin necesidad de hipótesis previas ni de interpretación ulte-
rior. Las "pruebas empíricas" a que habitualmente remiten estas
obras son siempre pruebas documentales. Sus autores no parecen
haber leído las páginas de E. H. Carr sobre la "doble refracción"
que sufren los hechos documentados, al ser filtrados por la sub-
jetividad inicial del observador que los anota y por la del histo-
riador actual, que lo lee a la luz de sus intereses y prejuicios.
El desarrollo formal de este tipo de trabajos históricos suele
partir de un marco general socioeconómico, al que se da trascen-
dental importancia teórica pero que raras veces supera las curvas
de precios y salarios. El resto, el verdadero núcleo del trabajo, con-
siste habitualmente en una descripción de la organización obrera
--en una línea que tampoco excede de la historia institucional clá-
sica- y de su ideología -con las técnicas habituales de la historia
de las ideas, es decir, el análisis, no muy formalizado, de contenido
de los textos; en este caso, la reorganización de los textos con base
en citas recortadas e hilvanadas de modo que sean coherentes con
los intereses o las posiciones políticas de un grupo social- para ter-
minar con algún relato de los conflictos laborales, acontecimientos
y cronología, mezclado con análisis coyunturales de la situación
política. Todo ello, en resumen, dentro del paradigma y los mé-
todos historiográficos decimonónicos, salvo el marco socio-
económico, que apenas tiene vinculación argumental con el resto.
Con todo, lo más tradicional -y lo más sorprendente, si se tiene
en cuenta que el objetivo fundamental de la historia social era des-
plazar el poder político como centro del análisis- es que se trata
de una historia política encubierta: son las instituciones del poder
--del contra poder obrero-- las que protagonizan la historia, las que
sustituyen a ese pueblo oprimido al que en teoría se quería estudiar.
Pues el movimiento obrero2 resulta ser la expresión "natural" del
pueblo; las organizaciones -partido, sindicato-- son la corporeiza-

2. Sólo hay W10, por axioma de partida: hablar de los movimientos obreros es,
por principio, reaccionario; no digamos hablar de "relaciones laborales", dando
por supuesto que éstas puedan existir sin resistencia obrera organizada.

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MOVIMIENTOS POÚTlCOS y SCXlALES EN EsPAÑA 31

ción indiscutida del movimiento; y la cúpula dirigente roba, con


frecuencia, el protagonismo a la organización y al movimiento; in-
cluso una biografía del líder individual --en nada diferente, desde
un punto de vista metodológico, de cualquier biografía clásica-
puede acabar siendo el objeto de una historia que se pretende "so-
cial". No se ha logrado, en resumen, hacer la }¡istoire obscure de tout
le monde que pedía Ferdinand Braudel¡ entre otras razones, hay que
suponer que por las dificultades que entraña, especialmente dadas
las estrictas fuentes de archivo desde las que se plantean las in-
vestigaciones; el pueblo es oscuro, precisamente porque suele dejar
para la posteridad menos documentos escritos que el poder.
En resumen, aquella historiografía obrerista cumplió, sin duda,
su función política, en cuanto que proporcionó la legitimación his-
tórica que necesitaba la oposición antifranquista. Rompió, además,
de manera contundente con una tradición de elucubraciones y de-
bates sobre los males del "carácter nacional" o las glorias y agra-
vios del imperio, carente ya de interés científico, y orientó, en
cambio la atención de los historiadores hacia terrenos mucho más
modernos --especialmente la historia económica, pero también la
conflictividad obrera- en los que se adquirieron conocimientos pio-
neros. Su éxito editorial fue considerable, como pueden atestiguar
los cientos de libros y, probablemente, miles de artículos que se
publicaron en aquel campo, con tiradas, a veces, muy superiores
a las habituales en producciones académicas. Pese a todo ello, des-
de el punto de vista de la renovación metodológica y el paradigma
científico básico, aportaron poco. No superaron el positivismo do-
cumentalista y su inspiración última, corno escribió Juan Pablo Fu-
si, era un obrerismo sentimental "más propio de Dickens que de
Marx" [Fusi 1975, 8J.
La crisis de aquel tipo de historia se dejó sentir hacia el final
de la década de los setenta. En parte, se llegó a ella debido al éxito
del propio género, que obligó a extender las investigaciones a par-
celas menos conocidas y estudiadas: movimientos agrarios, obre-
rismos reformistas, populismos, manifestaciones menos políticas
de la cultura popular, entre otras. Los autores que se centraron en
estos fenómenos defendieron, como es habitual, la importancia de
su tema, y pronto hubo de reconocerse que estas áreas, conside-
radas marginales y atípicas, eran, en el caso español y desde un
punto de vista cuantitativo, más importantes que las "luchas obre-
ras" consideradas hasta entonces centrales o "normale~". Y, sin em-

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32 SIETE ENSAYOS DE HlSTORlOGRAÁA

bargo, en ellas; el esquema más común del enfrentamiento bipolar


de clases, funcionaba mal. Y funcionaba mal en varios aspectos:
1. Los grupos sociales protagonistas de los conflictos españoles de
los siglos XIX y XX resultaban ser artesanos, obreros cualificados,
campesinos, clases medias profesionales o intelectuales ... No era
fácil seguir descartando a todos los actores reales como "peque-
ñoburgueses" y seguir defendiendo la centralidad del proleta-
riado industrial, más aun cuando éste, en la medida en que
existía políticamente, se orientaba hacia las líneas de acción de
tipo reformista y colaborador con el republicanismo "burgués".3
2. El concepto de "conciencia de clase", eje alrededor del cual se
habían construido los estudios ideológicos en la historiografía
obrerista, también resultaba cuestionado al profundizar en los
conocimientos sobre la cultura popular y las mentalidades co-
lectivas. La identificación entre "conciencia de clase", "concien-
cia obrera" y "conciencia revolucionaria" se veía, sencillamente,
desmentida por la verificación de que la inmensa mayoría del
proletariado había tenido poco de revolucionario. Si, en el ex-
tremo opuesto, se entendía por aquel término meramente cultura
obrera o mentalidad popular, se entraba en un terreno vasto,
necesitado de técnicas más sofisticadas, de corte antropológico,
y tan alejado de compromisos revolucionarios que el historiador
"social" se veía obligado a recurrir a constantes exculpaciones
de la realidad por apartarse de sus esquemas teóricos: las famosas
disquisiciones sobre la insuficiencia o la desviación de la concien-
cia obrera en tal o cual contexto. Por último, se planteaba un
problema teórico de fondo de suma gravedad: si la conciencia
revolucionaria era la que definía al movimiento obrero, un aná-
lisis sociológico realista llevaba a atribuir tal cualidad -y, por
ende, la de verdaderos obreros- a los médicos, estudiantes o pe-
riodistas que habían nutrido los cuadros dirigentes de los par-
tidos obreros. Sería, pues, la conciencia la que determinaba el
ser social, y no viceversa, lo cual contradecía uno de los más

3. En el caso español, el ejemplo más espectacular es el de la organización sin-


dical catalana "Tres clases del Vapor", más propiamente proletaria industrial que
ninguna otra y, sin embargo, orientada políticamente hacia la modernización, ra-
zón que, según creemos, explica su exclusión de la historiograffa obrera, hasta que
llegó el iluminador libro de Miquel Izard {1973J.

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MOVIMIENTOS POuncos y SOClALES EN EsPAfiJA 33

básicos e irrenunciables presupuestos de la teoría sobre la que


se asentaba el conjunto de la construcción.
3. Tampoco resistía la confrontación con los datos la idea precon-
cebida de que la contradicción fundamental de la sociedad ca-
pitalista -entre trabajo colectivo y apropiación privada o, en
términos sociales, entre proletariado y burguesía- era insupe-
rable y llevaba, necesariamente, a niveles de creciente gravedad,
hasta culminar en el estallido revolucionario, la transformación
política y la elevación a un modo de producción superior. Ha-
bían pasado demasiados años desde la formulación de aquella
idea y la experiencia de los conflictos sociales enseñaba que,
junto a la tendencia a la escalada, surgían también frenos y
equilibrios; que el compromiso y la evolución, más que el con-
flicto y el salto cualitativo, eran la forma habitual del cambio
histórico; y que el capitalismo sobrevivía, transformado, mucho
más allá de lo que habían predicho sus prematuros enterrado~
res. En el caso de la historiografía española, su enigma central
_tI ¿por qué no se produjo la revolución obrera en España?"-
que había dado pie a tantas elucubraciones sobre la anormali~
dad de la formación social o de la correlación de fuerzas en el país
-atribuida, en definitiva, al retraso o fracaso de la revolución in~
dustrial- perdía sentido cuando se comprendía que la inexisten~
cia de tal revolución social era la norma, más que la excepción,
en el contexto europeo más industrializado.
4. Por último, el concepto mismo de "revolución", sobre el que se
montaban las cuestiones teóricas últimas de la producción cien-
tifica que estamos analizando, tampoco resultaba útil para explicar
la conflictividad político social de las dos últimas centurias de vi-
da españolas. Más que en relación con la inexistente revolución
obrera, los problemas se centraron en el modelo de la "revolu-
ción burguesa", base explicativa de las transformaciones políti-
cas del siglo anterior. lncuestionada por la historiografía social
hasta los primeros años sesenta, la "revolución burguesa" em-
pezó a caer bajo los focos críticos de la nueva historia, apadri-
nada por Alfred Cobban en Gran Bretaña y por Fran¡;ois Furet
en Francia. Este debate tardó en tener repercusión en España
e incluso se tendió a rechazarlo como maniobra antimarxista de
los medios académicos capitalistas. Todo lo contrario de lo que
se había hecho, algún tiempo antes, con la famosa polémica so-
bre la transición del feudalismo al capitalismo, que tampoco re-

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34 SIETE ENSAYOS DE HISTORlOCRAAA

cibi6 aportación algtUla de interés por parte española, pero que


fue ampliamente traducida y mitificada como muestra de la en·
jundia científica de la historiografía marxista.
En realidad, más que el debate Dobb-Sweezy, las polémicas es-
pañolas sobre la "revolución burguesa" recuerdan las desarrolladas
entre bolcheviques y mencheviques rusos allá por el 1900. El tema
aparente de la discusión era, en ambos casos, un "hecho objetivo":
el que se hubiese consumado o no la revolución burguesa en el
país; pero su resolución en sentido positivo o negativo terúa con-
secuencias políticas radicalmente divergentes para el movimiento
obrero: pasar de manera directa a la revolución proletaria o de-
fender el compromiso con las fracciones "progresistas" de la bur-
guesía, empeñadas aún en consumar su revolución. De ahí la
escasa entidad del debate científico, subordinado siempre a las ne-
cesidades estratégicas del momento, lo que explica los fáciles e in-
confesados giros de los partidos obreros, y de los intelectuales
ligados a ellos, en torno a esta cuestión. En el caso español. tales
giros podrían sintetizarse en las siguientes etapas o conclusiones
antagónicas sobre el terna:
1. Los primeros cuarenta años de existencia del PSOE, durante los
cuales los teóricos socialistas afirmaron inequívocamente el ca-
rácter burgués de la sociedad española, que en nada se distin-
guía, para los dirigentes obreros, de la alemana o la inglesa. La
tarea política que, consiguientemente, proponían, era pasar a la
fase histórica siguiente, esto es, a la conquista del poder por el
proletariado, rechazando toda alianza con la "izquierda burgue-
sa": los partidos republicanos. De este planteamiento partió el
PCE en 1920, y todavía en 1931 se sirvió de él para denunciar
al nuevo régimen republicano como una farsa política que en-
cubría la dictadura de clase bajo una fachada democrática. El
PSOE llevaba ya, por entonces, dos décadas colaborando con re-
publicanos y orientado hacia la reforma política, más que hacia
la revolución social. pero no por eno había realizado lUla rec-
tificación seria de sus análisis básicos sobre la etapa histórica
en que se encontraba la sociedad española.
2. A partir de los años centrales de la Segunda República, y hasta
fina les del franquismo, el PCE cambió de estrategia y pasó a dar
por supuesto el carácter inconcluso de la "revolu<;ión democrá-
tico burguesa" -también la terminología sufrió alteraciones- en
España. Lo que significaba que para plantearse la revolución

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MOVIMIENTOS POLfTlCOS y SOCIALES EN EsPAÑA 35

proletaria era preciso apoyar previamente a quienes pretendían


liquidar los "restos feudales", entre los que destacaba ellatifun-
dismo ausentista. Esta posición teórica sirvió, obviamente, de
justificación para las alianzas tácticas que los comunistas defen-
dieron con republicanos "burgueses" -el Frente Popular- contra
el fascismo, para su moderación bajo la Guerra Civil -frente al
revolucionarismo extremista de anarquistas y trotskistas- y para
la política de "reconciliación nacional" preconizada en las últi-
mas dos décadas del franquismo.
Fueron también éstos los años en que los académicos vinculados
a posiciones de izquierda -marginales en España, o simplemen-
te exiliados, pero destinados a ser los mentores de toda la joven
generación de historiadores y científicos sociales- elaboraron
sus tesis sobre el fracaso de la revolución burguesa en el país,
atribuido, en general, a la debilidad estructural del capitalismo
y sus valedores -Antonio Ramos Oliveira- o al correlativo peso
de unas estructuras agrarias latifundistas y técnicamente atra-
sadas (Pierre Vilar). Esta es todavía la línea seguida por Tuñ6n
de L. o Ramón Tarnames, ya en los años sesenta y setenta.
3, Sin embargo, desde los cincuenta se iba produciendo, en medios
quizá ligados a una izquierda más radical que la representada
entonces por el PCE, un giro perceptible hacia la posición opues-
ta. Fran~ois Bruguera, en una tesis doctoral publicada en París
en 1952, y modélica por su esquematismo, explicaba cómo la
formación social española era capitalista tras la revolución bur-
guesa, ocurrida, según este autor, en el período comprendido
entre 1808 y 1874, En 1968, también desde París, Ignacio Fer-
nández de Castro interpretaba la historia española en sentido
similar, y concretaba plazos y fases de realización de tal revo-
lución. Y, a comienzos de los setenta, Enric Sebastiá, desde Va-
lencia, intentaba plantear el tema con el máximo rigor, fijando
la fecha de la revolución en 1834-43, años que consideraba de-
cisivos para la abolición de las relaciones de producción feuda-
les y la toma del poder por la burguesía. A la misma conclusión
llegaban, desde planteamientos jurídicos, Bartolomé Clavero, en
su estudio sobre el mayorazgo --donde se concretaba más aún
la fecha, ya reducida a los años 1835-37- y Manuel Alarcón C,
en su análisis del proceso de disolución gremial y surgimiento
del derecho de asociación obrera en España. Estas dos últimas
obras aparecieron en 1974, a la vez que El desarrollo capitalista

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36 SIETE ENSAYOS DE HISTORlOGRAÁA

y la democracia en España, de José Acosta S., donde se distinguía


la revolución burguesa, fase de ruptura respecto a la situación
feudal, del proceso de formación del modo de producción ca-
pitalista en España. Con alguno de estos autores polemizó en
los años siguientes Josep Fontana, historiador económico que
denunciaba la tendencia de los historiadores del Derecho a otor-
gar máxima relevancia a las transformaciones jurídicas.
A este debate académico acompañó un nuevo giro ideológico
de los partidos. El PSOE abandonó el marxismo, como el PCE el
leninismo, con escenografía dramática e incluso escandalosa, pero
sin aportaciones doctrinales que superasen el nivel de lo fetichista.
En el caso del primero, tanto la "revolución" como la "burguesía"
han desaparecido hoy de sus programas o documentos oficiales,
sustituidas por la "democracia" y la "modernización". En el segun-
do, se detectan ecos de la vieja tesis de la revolución burguesa in-
completa en sus referencias a la contradicción entre "la gran
mayoría de la población" y la "minoría oligárquica monopolista",
que exige, como estrategia, "la profundización en la democracia
política y social", condición previa al salto hacia una revolución
socialista. 4 Y todo esto era antes de 1989. Tras el espectacular hun-
dimiento de los regímenes socialistas durante el segundo semestre
de aquel año, el PCE no ha reelaborado su teoría.
Impera, pues, la confusión y la manipulación en torno a la idea
de "revolución burguesa". Como substrato ideológico de estrate-
gias políticas, parece ser un término disponible, que "se vende" al
mejor postor, y los que la requieran una noche no la reconocen a
la mañana siguiente. De ahí que la tendencia dominante, hoy, sea
más bien el olvido del d~bate. La historiografía tiende a hablar de
"revolución liberal" y de liquidación del "Antiguo Régimen", más
que del feudalismo. 5 Pero, aunque con pocas resistencias explícitas
al cambio, persiste la inercia.
Es cierto que, en el terreno de la investigación creativa, o de
publicaciones, la contracción de la historiografía "progresista" o

4. Manifiesto-Programa de 1975. Estos giros son bien descritos en Pérez G.


(1980(.
5. M. Aftola, por ejemplo, quizá el historiador contemporáneo más significativo
en la Espai'la actual, habla últimamente de revolución "liberal", más que "burgue-
sa". Consideraciones más amplias sobre este tema se encuentran en Álvarez J.
[1985J.

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MOVIMIENTOS POtITICOS y SOCIALES EN EsPAJ'JA 37

"frentepopulista" es espectacular. Apenas se escriben ya historias


del movimiento obrero, tampoco se hacen reuniones académicas
sobre el tema. El público ha dejado de interesarse por los plan-
teamientos revolucionarios, o simplemente por los recuerdos y elu-
cubraciones sobre la conflictividad social de un pasado tan agitado
y doloroso como el español. Para este alejamiento no ha sido pre-
ciso esperar a los acontecimientos de 1989. El cambio de la marea
se produjo en España unos diez años antes, coincidiendo con la
recesión económica de la segunda mitad de los setenta y con la
transición política del posfranquismo, aunque también con los pri-
meros problemas del régimen polaco y Solidaridad.
Pero en los medios académicos no es tan fácil dar marcha atrás.
Los paradigmas científicos se resisten, como es bien sabido, a mo-
rir. Y el marxismo, además, es especialmente difícil de sustituir por
otro tan omnicomprensivo y autosatisfactorio. En los escalones in-
feriores de la enseñanza, sobre todo, donde impera la vulgarización
de 10 creado unos lustros antes, ésta es hoy la versión historiográ-
fica dominante: en los centros españoles actuales de enseñanza ge-
neral básica o bachillerato, se dan por verdades establecidas la
existencia de crisis económicas que explican las revoluciones, la ac-
tuación de una "burguesía revolucionaria" en la primera mitad del
siglo XIX y "conservadora" después, el protagonismo del "movi-
miento obrero" en el XX, la "lucha de clases" como explicación de
la Guerra Civil de 1936-39, la "pequeña burguesía" como cliché
que explica todo lo que no cabe en el esquema bipolar, entre otras.
No importa que la orientación política del centro de enseñanza en
cuestión, del alumnado o del propio profesor, sean moderadas o
incluso abiertamente conservadoras, pues tales planteamientos his-
toriográficos no dan lugar a las conclusiones revolucionarias que
parecerían inevitables a partir de ellos; por el contrario, el posibi-
lismo, el apoliticismo o incluso conservadurismo, imperan, por el
momento, en todo el país, incluidos sus ámbitos educativos. Aque-
llos son, simplemente, tópicos demasiado arraigados y cómodos
como para desembarazarse de ellos de un plumazo.
En los medios universitarios, además, la historiografía obrera
ha servido para escalar posiciones académicas, en competencia con
frecuencia dura y meritoria contra la historiografía conservadora,
apoyada por todo el peso de los resortes gubernamentales del ül-
timo franquismo. Pero, en definitiva, se ha acabado cimentando
una solidaridad generacional que, lógicamente, ha tendido después

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38 SIETE ENSAYOS DE HISTORlOGRAr:IA

a mantenerse y convertirse en llave de las posibilidades de apoyo


y ascenso, como cualquier red de clientelas académicas. Incluso, en
la vieja tradición moralizante y gregaria, se han esgrimido términos
tales como traición contra aqu~llos a los que la evolución intelectual
y política les ha llevado a cuestionar la herencia recibida.
En este contexto, se explica fácilmente que la nouvelIe histoire
haya sido recibida en la España posfranquista con poco entusias-
mo, acusada, de forma más velada que explícita, de "revisionismo"
político. Y que los historiadores españoles no hayan hecho apor-
taciones significativas a los debates metodológicos de las últimas
décadas. Por el contrario, se han limitado a seguir las influencias
tradicionales de la historia sodal, que en España tienen lUla doble
fuente, francesa e inglesa: de la escuela de los Annales, en el primer
caso -muy influyente, sobre todo, entre los medievalistas- y de los
marxistas británicos, en el seglUldo (Thompson, Rudé, Hobsbawm,
Hilton). Las corrientes más creativas de los últimos años, surgidas
en Alemania o Italia, apenas han tenido eco, ni han sido traduci-
das, en nuestro país. De los norteamericanos, la influencia es más
bien indirecta, a través de las obras de los hispanistas. ro
La situación actual, al no entrar nuevas corrientes y haber per-
dido ya capacidad creadora e incitadora tanto la historia tradicional
como la obrerista, es ciertamente confusa, sin criterios aceptados de
manera general. Domina, salvo excepciones, lUl eclecticismo ideo-
lógico y metodológico -al que algunos llaman "nueva historia" o
"historia total"- en el que todo vale: desde planteamientos estruc-
turales duros hasta la narrativa más etérea.
El ejemplo más claro de la desorientación que prevalece en los
movimientos políticos sociales en España quizá haya sido el cin-
cuentenario de la República y la Guerra Civil, que ha cubierto la
práctica totalidad de los años ochenta. Ciertamente, las drclUlstan-
das políticas no favorecían una celebración con bombo y platillo
de las efemérides revolucionarias ni la publicación de discursos rei-
vindicativos de la heroicidad del proletariado o de la clara visión
de sus dirigentes. Más bien, la inspiración política era moderada e
incluso exculpatoria, a partir del reconocimiento de la experiencia re-
publicana como un fracaso, no tanto de la izquierda sino de todas
las fuerzas políticas y del propio sistema. Pero, de todos modos,

6. Véanse el capitulo final de Casanova [en prensa] y Casanova [19891 .

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MOVIMIENTOS I'OLtnCOS y SOCIALES EN EsPAÑA 39

los esquemas intelectuales, aunque cada vez más borrosos, seguían


siendo los aquí denominados "frentepopulistas" -un vago trasfon-
do de lucha de clases para conducir a análisis políticos coyuntu-
ra les- y el discurso no abandonaba ni el tono ni la intención moral:
es decir, el relato sobre el pasado del que se extraen lecciones para
el presente: lecciones de moderación y prudencia, pero lecciones
al fin. En todo caso, la inseguridad explicativa que siente en los
últimos años la historiografía "frentepopulista" -y la inexistencia
de un paradigma dispuesto a tomar el relevo- ha dado lugar a una
carencia de elaboraciones o visiones sintéticas, sustituidas en las
preferencias de los historiadores por la monografía especializada,
en la mayoría de los casos loca lista. Las grandes síntesis sobre la
España contemporánea y las circunstancias que llevaron a la Gue-
rra Civil siguen siendo las anglosajonas de los años sesenta. 7
Hablando de historia Jocal, ésta ha sido, ciertamente, la moda o
cortina de humo que ha servido para enmascarar la falta de reno-
vación de los planteamientos metodológicos de la historiografía pro-
gresista. La historia local ha vivido en España un auténtico boom entre
los años finales del franquismo y los últimos ochenta. Las fechas
no son causales, pues, como la historiografía imperial bajo el pri-
mer franquismo o la obrerista bajo el último, la historia local tam-
bién ha cumplido su función política: justificar el nuevo "Estado
de las autonomías", edificado en España durante estos años. Su au-
ge se explica igualmente por razones económicas, pues todo un
mercado cultural se ha creado y expandido en el país debido al
deseo de las clases medias cultivadas de conocer el pasado de esa
entidad con la que ahora se identifican administrativamente, a la
necesidad de adquirir y exhibir nuevas señas de identidad, y la
inversión, por parte de nuevos organismos públicos, de cantidades
nada despreciables en la promoción de este tipo de productos, que
justifican su existencia y les permiten, de nuevo, un discurso auto-
complaciente. Pero las mismas causas de su expansión nos indican
ya los problemas con que ha debido enfrentarse esta actividad his-
toriográfica: la dependencia de organismos administrativos nada im-
parciales, la escasa renovación metodológica -pues, en general, estos
productos, pese a algunas justificaciones que pretendían acercarlos
a la microhistoria italiana, apenas han logrado superar la vieja tra-

7. Como balance, véase Avilés y Gil [19891.

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40 SIETE ENSAYOS DE HISTORlOGRAFfA

dición del erudito loca1- y la difícil elevación a terrenos concep-


tuales de valor general, ya que el método comparativo está, casi
por definición, excluido en este tipo de trabajos.s
Hay, desde luego, excepciones en este árido panorama. No es
cosa aquí de dar una lista de autores, que sería necesariamente in-
completa y arbitraria, sino, más bien, de indicar el tipo de cues-
tiones que los mejores historiadores españoles --en muchos casos,
sociólogos y polit61ogos, más que profesionales de la historia- es-
tán planteándose, en relación con la conflictividad social y los mo-
vimientos políticos en la España contemporánea.
El Estado parece ser el protagonista de los próximos años: el
proceso de formación de la unidad político administrativa que hoy
llamamos España, desde la monarquía hispánica prenacional o proM
tonacional de la Edad Moderna hasta el Estado nación de los siglos
XIX-XX. Hay serios proyectos, individuales y colectivos, de conocer
mejor su estructura, sus medios de influencia sobre la vida social
y sus carencias y límites. Ciertamente, la historia política será más
real y auténtica cuando sepamos cuánta era la capacidad de los
gobiernos para imponer sus reformas (en algt"m caso desde luego
muy limitada). Junto con el Estado habría que estudiar la nueva
legitimidad nacional, la construcción de sus símbolos y ritos, los
sujetos encargados de crear y difundir el nuevo paradigma de le-
gitimación y la influencia alcanzada por el mismo. Porque España,
que desde América se ve como una entidad unida y dotada de una
estructura administrativa poderosa, es, vista desde adentro, la más
frágil de las grandes unidades políticas europeas. De ahí el surgi-
miento de los nacionalismos periféricos, de innegable importancia,
pero que tampoco, a su vez, podrán ser estudiados ni compren-
didos en sí mismos, sino condicionados por siempre por el desa-
rrollo del nacionalismo central.
No es esto todo lo que el previsible retorno de la historia po-
lítica debe aportar a la compresión de 105 movimientos de protesta
en la España contemporánea. Habrá que estudiar también la mo-
vilización social, en términos no tanto de clases que toman con-
ciencia y se ponen en marcha, sino de constitución de identidades
colectivas, tal como lo entiende la sociología política actual. Todo
ello, dentro de un proceso de cambio -o de "modernización", para

8. Más sobre estas cuestiones en Álvarez y Juliá [1990).

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MOVIMIENTOS POLtncos y SOC1AUiS EN EsrMilA 41

quienes partan de este concepto- que afectaba a la sociedad espa-


ñola en su conjlU1to y que también convendría definir con mayor
precisión. Para estudiar la crisis de los años treinta, por ejemplo,
sería necesario partir de las capas sociales nuevas que habían ac-
cedido a la política recientemente y sus formas de encuadramiento
y movilización, así como los sistemas de control sodal que fallaron
en aquella década. En cuanto a las instituciones políticas rivales
al poder establecido habrá que explicar el fu ncionamiento de los
mecanismos internos de poder en cada partido, sindica to u orga-
nización coyuntural.
Desde un punto de vista cultural antropológico, 105 historia-
dores deberán acercarse a los mecanismos de la cultura popular
-y no sólo a la ideología expresa de sus capas más politizadas- que
explican conductas tales como el anticlericalismo. AqlÚ hay que des-
tacar la posibilidad de que resurja -como anunció en un resonante
artículo L. Stone para la historiografía anglosajona- la biografía y
la historia narrativa. A la historia social, tal como se ha escrito en
España, le ha faltado siempre vida: apenas ha habido nombres, y
de los que aparecían no se proporcionaban datos biográficos. Qui-
zá, hay que suponer que en un futuro próximo, a más de uno se
le ocurra que es interesante saber quiénes eran, y cómo vivían su
vida diaria, los anarquistas, los socialistas, las capas trabajadoras
en general, las clases medias, incluidos por supuesto todos aque-
\Jos sectores que ni eran propiamente proletariado industrial ni es-
taban politizados. Eso es historia social de la más legítima. Pero
requiere métodos radicalmente distintos del positivismo documen-
talista.
Por último, y para no alargar la lista de temas, es obvio que la
historia r:spañola reclama con urgencia enfoques comparados, con-
traslación entre los fenómenos políticos del país y otros casos que
puedan considerarse similares. Si las historias locales pecan de ais-
lamiento y autocomplacencia, y la carencia de una perspectiva com-
parada les imposibilita para homologar y valorar adecuadamente
lo que saben sobre el caso propio, se deduce también que el caso
español sólo podrá entenderse superando el marco de lo español.
Nuestros historiadores no sólo deben aventurarse en esfuerzos sin-
téticos, sino que también deben lanzarse a incursiones en historia
contemporánea no española. Especialmente los países del área cul-
tural cercana -Italia, Francia, Portugal- aportarían madelos y su-
gerencias de inestimable valor para comprender fenómenos que

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42 SIETE ENSAYOS DE HISTORlOG RAr-IA

tienden a explicarse como originales. Pero las grandes culturas y


las grandes potencias políticas del mundo son de inexcusable se-
guimiento también, especialmente en un siglo como el actual, ca-
racterizado por el surgimiento, por primera vez en la historia, de
un auténtico orden mundial.
Aparte de los campos o temas de interés inmediato, hay tam-
bién retos metodológicos y tecnológicos a los que no será posible
dejar sin respuesta en los próximos años, si no se quiere dejar las
disciplinas históricas en una marginación de largo alcance. Los tra-
bajos historiográficos deben dejar de ser meras tareas de recogida
de datos, pues precisamente es ésta la función que los ordenadores
van a cubrir, guste o no, en plazo breve. Todos Jos científicos, cual-
quiera que sea su especialidad, tendrán que plantearse, más que
la recolección de información a partir de delimitaciones geográficas
o cronológicas, la elaboración de criterios de selección e interpretación
del inmenso material proporcionado por los instrumentos técnicos.
Es decir, que por la propia dinámica de las máquinas que estén
a nuestro alcance, de manera inevitable, en pocos años, habrá que
potenciar la formación teórica frente a las clásicas cualidades de
curiosidad y paciencia coleccionista que adornaban a los investi-
gadores de ternas históricos.
y con esta evocación del futuro, más que del pasado, se con-
cluyen estas breves reflexiones sobre los retos y las esperanzas que
se abren en los estudios de la historia contemporánea española, y
en particular de los movimientos políticos y sociales.

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La historiografía económica española
en el siglo XXI

Pablo Martín Aceña


Universidad de Alcalá, Madrid

EL VALOR DE LOS ENSAYOS historiográficos estriba primordialmen-


te en su utilidad, que se manifiesta en: el permitir repasar cuáles
han sido los más destacados aportes al conocimiento de la historia
de un determinado país o región; el ser instrumento para catalogar
temas y debates tratados por la literatura; y el estar al tanto de
los interrogantes que se hayan planteado y de preguntas que estén
aún por resolver. Las revisiones historiográficas conllevan a su vez
a reflexiones metodológicas, a identificar cuál ha sido el método
que ha predominado entre los historiadores en cada época, y a la
vez evaluar de qué manera éste ha ayudado o entorpecido la labor
del investigador. Vale anotar que este tipo de ensayos son utili·
zados para realizar comparaciones de la manera como se ha 1I~
vado a cabo el trabajo investigativo en cada país.
En los últimos años en España se han publicado distintos en·
sayos bibliográficos sobre la historia económica de los siglos XIX
Y XX. Los más recientes y conocidos son Tortella [1980J, Harrison
[1990J y Barciela [1990J. Este trabajo se suma a los anteriores, ofre·
ce una panorámica de la historiografía económica del siglo XX, des·
taca los temas que han tratado las investigaciones más recientes

1. Agradezco a Carlos Barciela, quien generosamente me penniti6 utilizar con


total libertad su ensayo sin publicar sobre la historiografía del siglo XX, a Francisco
Comín y a Gabriel Tortella, cuyos comentarios y observaaones me permitieron
mejorar 5e1,siblemenle este texto. Naturalmente, los errores y omisiones son de
mi exclusiva responsabilidad.

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46 SIETE ENSA VOS DE HISTORlCX:;RAÁA

y llama la atención sobre aquéllos aspectos en 105 que se han pro-


ducido innovaciones metodológicas o interpretativas. Luego de expo-
ner los principales rasgos de la historiografía española en el siglo
xx, examina la evolución de la economía española en el mismo pe-
ríodo. El trabajo concluye con unas breves reflexiones de carácter
general y metodológico.

LA HlSTORIOGRAF1A ESPAÑOLA EN EL SIGLO XX,


RASGOS GENERALES

Al adentrarse en la bibliografía sobre la economía española del


siglo xx lo primero que se encuentra es su relativa escasez, en
comparación con la correspondiente al siglo XIX y a períodos an-
teriores. Esta escasez se debe a la existencia de grandes barreras.
En primer lugar, s610 muy recientemente se ha podido acceder
a las fuentes documentales adecuadas. Los archivos sobre el siglo
xx han permanecido cerrados, de modo que no estaban disponibles
los fondos sobre los períodos de la Dictadura de Primo de Rivera
(1923-30), de la Segunda República (1931-39) y de la etapa del fran-
quismo (1939-75). Los que decidían estudiar el siglo XX sólo dis-
ponían de fuentes secundarias. Esta situación no era compensada
por la existencia de una información cuantitativa más adecuada o
abundante. Hasta hace muy poco, para el siglo XX, se contaba con
los mismos censos, anuarios, cuentas públicas, o con los mismos
datos sobre el comercio exterior o el sistema financiero que para
el siglo X1X. Además, la guerra civil provocó, como señala Barciela
[1990], una ruptura con las estadísticas anteriores; de hecho, hasta
la creación del Instituto Nacional de Estadística, reinó cierta de-
sorganización que dificultaba la investigación y la comparación con
etapas anteriores.
A la falta de información se suma la existencia, hasta hace po-
co, de lo que podóamos llamar "restricciones políticas". La dictadura
franquista obstaculizó el desarrollo de una historia desapasionada y
objetiva del siglo xx. Como sugieren Nadal et al. [1987], el "triun-
falismo" del régimen condenó los tiempos anteriores en que -en
opinión del régimen- se había gestado la decadencia del país y su
fracaso económico. Resultaba sospechoso y peligroso, académica y
políticamente, ocuparse del pasado inmediato, sobre todo si se des-
cubría que lejos del estancamiento y del caos que se suponía, la

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HISTORIOGRAFíA ECONÓMICA ESPA!'JOtA EN EL SIGLO XX 47

sociedad y la economía española habían experimentado un proceso


lento pero continuo de modernización y progreso, interrumpido
justamente por la guerra y la posguerra. La historia oficial favo-
recía una visión pesimista del pasado económico anterior a 1939,
para que contrastase con el desarrollo industrial y el progreso eco-
nómico franquista. Sin libertad política y limitada la libertad de cá-
tedra, los investigadores y estudiosos dedicaron sus esfuerzos a
estudiar épocas más alejadas y menos comprometidas. El estudio
del siglo XX se pospuso para tiempos mejores.
Finalmente, cabría añadir que, durante algunos años, los inves-
tigadores de la historia económica procedieron casi exclusivamente
del campo de la historia y no abundaron los estudiosos de las cien-
cias sociales, en particular los economistas. Pero la complejidad
de las economías industriales modernas y la propia complejidad de
la economía internacional del siglo XX, exigían, quizá más que
en otras épocas, investigadores con preparación económica, razón
por la cual los historiadores tradicionales rehusaron inicialmente es-
tudiar la economía del período. Las pocas obras publicadas entonces
habían sido escritas por economistas interesados en la historia.
El segundo rasgo de la historiografía española del siglo XX es
su división por períodos y la falta de investigaciones sectoriales;
por este motivo no se dispone de estudios globales o de conjunto.
En cuanto a lo primero, las líneas de demarcación son varias, pero
la más llamativa es la separación que defIne la guerra civil. Como
ha señalado BaIciela en su reciente ensayo bibliográfico, los his-
toriadores económicos suelen detener sus trabajos en 1936 y los
economistas que estudian el franquismo sólo excepcionalmente se
remontan al primer tercio del siglo. Pero dentro de estas dos gran-
des etapas también se detecta una división en subperíodos con
problemática propia y analizados aisladamente: la Dictadura de
Primo de Rivera, la Segunda República, la Guerra Civil (1936-39)
y, durante el franquismo, la etapa de la autarquía (1940-59), el Plan
de Estabilización (1957-62) o los años del desarrollo (1963-74). Así,
como hizo notar Tortella [1980], los estudios de historia económica
del siglo XX más frecuentes han sido las monografías de límites
cronológicos más que temáticos. La falta de estudios sectoriales tie-
ne como resultado adverso un conocimiento poco profundo de las
transformaciones productivas y tecnológicas de la economía y del
comportamiento de los agentes económicos.

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48 SIETE ENSAYOS DE HISTORlOGRAFIA

El tercer rasgo es el excesivo énfasis en la política económica


yen el papel del Estado como agente principal de la evolución de
la economía. Quizá esto obedezca a la presencia cada vez más im-
portante del Estado en la vida económica -que se manifiesta en
un intervencionismo creciente- y al juicio adverso y negativo que
ha merecido dicha intervención [Barciela 1990). Mencionemos que
en la literatura sobre el siglo XIX se responsabiliza al Estado -8 su
política industrial, comercial, financiera, fiscal, monetaria- del atra-
so de la econofiÚa y del fracaso de la industrialización. A esto habría
que añadir la duración y repetición de los períodos autoritarios en
nuestro país, en los que se acentuó la intervención del Estado por
la desconfianza en el mercado como mecanismo para asignar y dis-
tribu ir recursos y por las dudas sobre la capacidad de la iniciativa
privada para promover el cambio y el progreso económico.
Los rasgos señalados siguen caracterizando a la historiografía
española, pero en los últimos años ha habido una notable reno-
vación bibliográfica que, en cierta medida, ha corregido algunos de
los defectos anteriores y ha contribuido a completar nuestros co-
nocimientos acerca del siglo xx. El despegue historiográfico ha sido
posible gracias a la paulatina desaparición de las restricciones men-
cionadas. Ha mejorado la información estadística gracias a un esfuer-
zo colectivo; se han publicado algunas obras de síntesis; proliferan
los trabajos sectoriales y comienza a subsanarse la estricta división
cronológica; también se rectifica el enfoque que ve la historia es-
pañola del siglo xx desde la atalaya de la política económica, ate-
nuando así el protagonismo del Estado.
La reconstrucción cuantitativa del pasado ha sido uno de los
campos que ha recibido mayor impulso, en buena medida gracias
a la financiación de diversas instituciones públicas, que ha permi-
tido dar bases sólidas a una reinterpretación del siglo xx. Hasta
hace muy poco sólo se disponía de algunas estadísticas oficiales
o semioficiales: las series de renta nacional del Consejo de Economía
Nacional, las publicaciones del Banco de Bilbao sobre la renta nacio-
nal y su distribución provinciaL las estadísticas de los Presupuestos
Generales del Estado publicadas por la Intervención General de la
Administración del Estado, las Estadísticas del Comercio Exterior
publicadas por la Dirección General de Aduanas y los Boletines Es-
tadísticos del Banco de España y del Consejo Superior Bancario.
También eran de indudable utilidad las siguientes recopilaciones:
Principales actividades de la vida española en la primera mitad del siglo

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HISTORlOGRAMA ECONÓMICA ESpMilOLA EN EL SIGLO XX 49

XX [1950], Estadísticas básicas de Espaiia, 1900-1970 [1970] Y Datos


básicos para la historia financiera de España, 1850-1975 [1976J.
Pero en los últimos diez años la reconstrucción ha sido masiva.
Aparte de las estadísticas producidas por organismos oficiales -en
particular el Banco de España y el Instituto Nacional de Estadís-
tica- merecen destacarse los siguientes aportes: el Grupo de Estudios
de Historia Rural [1983, 1985, 1987] Y Barciela 11989] han suminis-
trado nuevas series de producción y de precios agrarios; Carreras
[1984] ha reconstruido la producción industrial por sectores y los
índices correspondientes; Prados [1986] y Tena [1985] han ofrecido
nuevos datos sobre el sector externo; Comín [1985J ha presentado
estadísticas de ingresos y gastos del Estado, y Martín [1985, 1988],
una reconstrucción de los principales agregados financieros y mo-
netarios, del tipo de cambio y de las tasas de interés. Por su parte,
Alcaide [1976], Carreras [1965], Schwartz [1977) y Uriel [1966)
han presentado sendas estimaciones de la renta nacional y sus
componentes. Baigés, Malinas y Sebastián [19871 han ajustado las
distintas estadísticas disponibles para el período 1964-85. Las series
de precios para el siglo xx han sido reelaboradas y criticadas por
Ojeda [1988], y Maluquer (1989] ha recopilado la información seriada
disponible sobre salarios y beneficios. Rosee (1989J y Pérez {1984, 1985]
se han ocupado de la población. Finalmente, vale señalar el me-
ritorio esfuerzo de Carreras [1989], coordinador y editor de Esta-
dísticas hist6ricas de España. Siglos XIX y XX.
Aunque se carece de una síntesis interpretativa del siglo XX,
en los últimos años se han publicado excelentes trabajos que abordan
de forma global la economía de la centuria. A la conocida, aunque
ya algo obsoleta, exposición de Fontana y Nadal /1980] en la His-
toria Econ6mica de Europa, editada por CipoUa, hay que sumar los
libros de Harrison [1985J y de Liberman [1982], y, más reciente-
mente, el volumen editado por Nadal, Carreras y Sudriá [19871,
que reúne ensayos monográficos de los principales sectores y as-
pectos de la econonúa del período, aunque carece de unidad y no
hay un trabajo de interpretación general. Existe también un estudio
del cambio técnico que cubre ambos siglos, España: 200 años de tec-
nología, preparado por Carreras, Comín, Martín y Nadal [1988], y
el trabajo de Carreras [1988] incluido en el volumen colectivo Es-
paña. Economía. Mención especial merece el libro de Prados [1988],
sin duda el mejor ensayo interpretativo de la economía del siglo
XIX, que incluye un breve capítulo sobre el período 1900-1930.

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50 SIETE ENSAYOS DE HISTORlCX::;RAAA

Entre los trabajos que estudian de forma conjunta el siglo XJX


y el primer tercio del siglo xx, caben mencionar los artículos reu-
nidos en La modernización económica de España, 1830-1930, Sán-
chez [19851, "La nueva cara de la historia económica en España",
número monográfico de Papeles de Economía Espa,lo1a y, más re-
cientemente, Pautas regionales de la industrialización española, siglos
XIX y XX, editado por Nada} y Carreras [1990]. Estos tres úl-
timos incluyen ensayos de prestigiosos historiadores económicos
que abordan los aspectos más importantes de la economía espa-
ñola, aunque en ninguno de ellos se ofrece una interpretación de
conjunto.
Para antes de la guerra civil y el primer tercio del siglo XX,
se dispone de importantes trabajos de investigación, entre los
que se destacan los de Comín [19871, Carda [1984b] y Fraile
[1990]. Para los períodos franquista y posfranquista, los estudios
más completos son los de Clavera et al. [1973}, Donges [1979], Gon-
zález [1979], Martínez el al. [1982] y el más reciente de Segura el
nI. [1989]_
Finalmente, conviene referirse a diversos estudios que ofrecen
una visión a largo plazo de la economía española e intentan iden-
tificar los factores de crecimiento y estancamiento, así como los
cambios estructurales de los dos últimos siglos. Aparte del ensayo
pionero de Vicens Vives [1969], se cuenta con varias y recientes
síntesis interpretativas del comportamiento histórico de la econo-
mía española; sin duda, las más ambiciosas son las de Carreras
[1988], Comín [1988] y Prados [1990]_ A éstos y otros aportes se
hará referencia en las siguientes secciones.

LOS PRINCIPALES INTERROGANTES DEL SIGLO XX

En La modernización económica de España, Sánchez [19851 reunió va~


dos ensayos sectoriales y regionales muy distintos entre sí que, sin
embargo, tenían una inesperada e importante coincidencia: todos
detectaban un cambio y una aceleración del ritmo económico y de-
mográfico a partir de 1900, y que desde entonces la modernización
de la economía y de la sociedad españolas apresuró el paso, re~
gistrando un proceso lento pero continuo de aproximación a los
niveles de desarrollo de los países europeos industrializados. Por
supuesto, ya antes -en 1914- un contemporáneo, Flores de Lemus,

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HiSTORlOGRAFfA ECONÓMICA ESPAÑOLA EN EL SIGLO XX 51

había observado el resurgimiento de la economía española. Tuñón


[1974], uno de los pioneros en el estudio del siglo xx, también había
mostrado que el país buscaba la modernidad desde 1900. Mientras
que en la pasada centuria España se retrasó y perdió posiciones
con respecto a Europa, en la actual ha acortado las distancias. El
siglo xx es, corno han señalado varios autores, el siglo de la in-
dustrialización o, si se prefiere, de la revolución industrial: "todas las
series rnacroeconómicas y nuestra propia experiencia vital lo tes-
timonian así", dice Tortella [1980, 187].
Los indicadores demográficos y económicos no dan lugar a du-
das. Entre 1900 y 1980, la tasa de mortalidad se redujo en veinte
puntos y la esperanza media de vida se multiplicó por dos; la tran-
sición demográfica española se inició y terminó en el primer tercio,
corno han señalado Arango [1987] y Pérez [1985].

ESPAÑA
ESPERANZA DE VIDA AL NACER
1900-1982
Años

Año Hombres Mujeres


1900 34 36
1910 41 43
1920 40 42
1930 48 52
1940 47 53
1950 60 64
1960 67 72
1970 70 75
1975 70 76
1982 71 78

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52 SIETE ENSAYOS DE HISTORIOGRAFÍA

ESPAÑA
TASA BRUTA DE MORTAUDAD
1900-1982
Por miles

Período TBM Años TBM


1901-1905 26.0 1946-1950 11.5
1906-1910 24.1 1951-1955 9.8
1911-1915 22.2 1956-1960 9.2
1916-1920 24.6 1961-1965 8.6
1921-1925 20.2 1966-1970 8.5
1926-1930 17.9 1971-1975 8.5
1931-1935 16.3 1976-1980 8.0
1936-1940 17.9 1981 7.6
1941-1945 14.3 1982 7.4

ESPAÑA
DIVERSOS INDICADORES DEMOGRÁFICOS
1900 Y HACIA 1980

1900 Hacia 1980


Población total (millones) 18.6 37.7
Tasa bruta de natalidad (%) 35 14
Tasa bruta ele mortalidad (%) 28 8
Tasa de mortalidad infantil (%) 200 11
Esperanza de vida al nacer (años) 35 73
Población activa en el sector primario (%) 67 19
Población activa en el sector secundario (%) 16 36
Población activa en el sector terciario (Q/Q) 18 45

A su vez, las cifras recopiladas por Prados [1988] muestran que


las tasas de crecimiento del producto interno bruto aumentan con
el paso del tiempo, en términos absolutos y por habitante. Esa mis-
ma conclusión se extrae al observar la evolución del pr~ducto in-
dustrial: entre 1913 y 1935 Y entre 1950 y 1985, la economía
española creció más que la europea -reduciendo distancias-- aun-

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HISTORlOGRAÁA ECONÓMICA ESPAÑOLA EN EL SIGLO XX 53

que la renta per cápita en España aún era claramente inferior a


la de los países industrializados en 1980.

ESPAÑA
ÍNDICES DEL PRODUCTO INTERNO
1800-1930
1910=100

Años Total Por habitante Por trabajador


1800 28.4 51.4 61.7
1830 31.2 50.5 n.d.
1860 43.9 56.0 49.4
1890 77.6 87.3 82.3
1910 100.0 100.0 100.0
1920 120.6 112.8 115.4
1930 161.0 136.2 141.6

ESPANA
TASAS DE CRECIMIENTO DEL PRODUCTO INTERNO
1800-1930
Porcentaje

Producto Producto Producto


Período total por habitante por trabajador
1800-1930 1.33 0.75 0.63
1800-1910 1.14 0.60 0.44
1860-1930 1.86 1.27 1.50
1800-1860 0.72 0.14 -0.23
1860-1910 1.65 1.16 1.41
1910-1930 2.38 1.54 1.74
1860-1890 1.90 1.48 1.70
1890-1910 1.27 0.68 0.95
1910-1920 1.87 1.21 1.43
1920-1930 2.89 1.88 2.04

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54 SIETE ENSAYOS DE HlSTORIOCRAfÍA

ESPAÑA Y "EUROPA"
TASA ANUAL DE CRECIMIENTO DEL PRODUCTO INDUSTRIAL
1900-1985
Porcentaje

Período España Europa (1-2)


1 2
1900-1913 1.66 3.39 -1.73
1913-1935 2.01 0.95 1.06
1935-1950 0.58 2.71 -2.13
1950-1985 6.85 4.09 2.76

LA ECONOMíA ESPAÑOLA EN EL CONTEXTO INTERNACIONAL


Dl5TRIBUCJON DE LA POBLACJON ACTIVA
1950, 1960, 1979
Agricultura Industria Servicios
País 1950 1960 1979 1950 1960 1979 1950 1960 1979
Estados Unidos 12 7 2 36 32 57 66
Reino Unido 5 4 2 50 48 47 44 48 56
Bélgica
Francia
11
29 22
8 43
, 47 48
39
41
3'
42 44
3'
56
52
Holanda 14 11 6 41 42 45 45 47 49
Alemania 23 14 4 44 48 47 33 38 49
Italia 44 31 11 2' 40 45 27 2' 44
Japón 33 13 30 38 37 49
España 50 42 l' 25 32 3' 25 26 42

PRODUCTO PER CÁPIT A y TASA DE CRECIMlENTO


Dólares y porcentaje
PPC Tasa
1979 1960-74
Estados Unidos 10.633 2.9
Reino Unido 6.320 2.3
Bélgica 10.920 4.5
Francia 9.950 4.4
Holanda 10.230 4.0
Alemania 11.730 3.7
Italia 5.250 4.2
Japón 8.810 8.8
España 4.380 5.8

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HiSTORlOCRAÁA ECONÓMICA ESPAÑOLA EN EL SIGLO XX 55

El crecimiento económico ha ido acompañado de un patente


cambio estructural, como indican los cambios en la distribución
sectorial del producto interno bruto y de la población activa por
sectores. En 1987, las ramas industriales -incluidas la construcción
y la energía- representaban el 37.1 por ciento del PIS, mientras
que las agrarias y pesqueras s610 representaban el 6.1 por ciento;
el sector servicios, por su parte, llegaba a 56.8 por ciento, cifra
que muestra el grado de terciarización de la economía española.
Estos datos contrastan con los de principios de siglo y los de 1950,
antes del despegue industrial de los sesenta y setenta, En 1900,
a lgo menos del 50 por ciento del PIS se generaba en el sector
agrario, mientras que el sector industrial producía el 19.6 y el
sector terciario, el 34 por ciento. A mediados del siglo, el sector
primario representaba el 29.9 por ciento y la industria, el 25.8 por
ciento, porcentaje que habría sido mayor de no ser por el pa-
réntesis económico de la guerra civil y de la primera autarquía
(1936-50).
Los cambios en la composición sectorial de la población activa
evidencian un continuo proceso de industrialización. El sector pri-
mario ocupaba el 65 por ciento del total en 1900 y el 48.9 por ciento
en 1950, mientras que el sector industrial ocupaba el 17.4 por ciento
en 1900 y el 25 por ciento en 1950. Para 1974, la población empleada
en la industria l~egaba al 26.3 por ciento del total y al 35.2 si in-
cluimos la construcción; los servicios ocupaban el 37.7 por ciento
y la agricultura, el 22.8 por ciento: el país había dejado de ser ruraL
En 1987, la población activa en el sector agrario sólo llegaba al 13.8
por ciento.
En suma, los datos agregados muestran con claridad el proceso
de industrialización de la economía española y atestiguan la conver-
sión de su estructura productiva: en el siglo XX, España dejó de ser
un país rural y agrario para convertirse en un país industrial y
urbano.

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56 SIETE ENSAYOS DE HISTORJOGRAFIA

PRODUCTO INTERNO BRUTO A C05TE DE FACTORES


RAMAS PRODUCTIVAS, 1974 Y 1987
Porcentajes
Rama productiva 1974 1987
Agricultura y pesca 10.6 6.1
Industria 42.2 37.1
Manufacturas y energía 34.2 28.9
Construcción 8.0 8.2
Servicios 47.2 56.8

ESPAÑA
PRODUCTO INTERNO BRUTO A COSTE DE FACTORES
SECTORES DE ACTIVIDAD
1990 Y 1950
Porcentajes
Sectores 1900 1950
Primario 6.4 29.9
Secundario 19.6 25.8
Terciario 34.0 44.3

ESPAÑA
POBLACIÓN ACTIVA POR RAMAS PRODUCTIVAS
1974 Y 1987
Porcentajes
Rama 1974 1987
Agricultura 22.8 13.8
Industria 26.3 21.5
Construcción 9.6 8.3
Servicios 37.7 46.0
Activos no clasificados 3.4 10.3

ESPAÑA
POBLACIÓN ACTIVA POR SECTORES DE ACTIVIDAD
1900 Y 1950
Porcentajes
Sectores 1900 1950
Primario 64.8 48.9
Secundario 17.4 25.0
Terciario 17.8 26.1

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HISTORIOGRAFÍA ECONÓMICA ESPAl'ilOLA EN EL SIGLO XX 57

Sin embargo, una cosa es describir los cambios económicos y


demográficos y otra muy distinta explicar por qué y cómo se han
producido. En este caso surgen las preguntas: qué factores provo-
caron el cambio de ritmo a partir de 1900 y qué fuerzas se acu-
mularon después para mantener tma tasa de crecimiento superior
a la histórica. Mientras que para el siglo XIX se trataba de explicar
las causas del atraso, fracaso o retraso de la industrialización, para
el XX se trata de explicar el éxito. En cierto modo, los principales
temas y debates historiográficos de los últimos años giran, explícita
o implícitamente, en torno de este gran interrogante. Buscan las cla-
ves del crecimiento e intentan explicar la evolución de la economía
por sectores y por etapas y los principales hechos económicos.
Así, los grandes temas del debate historiográfico han sido: el
papel de la agricultura en el siglo XX, el papel del cambio técnico,
los efectos de la demanda y de las inversiones externas, las con-
secuencias de la Primera Guerra Mundial, la incidencia de la Gran
Depresión, la política económica de la Dictadura de Primo de Rivera,
la política de reformas de la Segunda República, las consecuencias
de la guerra civil y de la política autárquica e intervencionista pos-
terior; Y, en fin, la responsabilidad del régimen franquista en el
despegue y crecimiento económico a partir de 1950, hasta la crisis
industrial de 1974-84. A estos deben sumarse dos interrogantes
más generales: el papel del Estado y de la política económica, antes
y después de la guerra civil, y el papel del comercio internacional
y de la integración de la economía española en el mercado mun-
dial.

DE LA CRISIS COLONIAL A LA GUERRA EUROPEA

Hasta hace poco, los estudios sobre el siglo XIX se extendían hasta
1914 y los del XX comenzaban con la Primera Guerra Mundial; sin
embargo, sendos ensayos de Carda [1981] y Maluquer [1987] al-
teraron la situación, al analizar el comportamiento global de la eco-
nomía española en el primer veintenio, desde la pérdida de los
residuos del viejo Imperio Colonial -Cuba, Puerto Rico y Filipinas-
hasta el final del ciclo bélico. Ambos autores han resaltado el impor-
tante ajuste que se produjo con el final de la guerra coloniCiI. Primero
un ajuste financiero que restableció el equilibrio presupuesta!, con-
solidando la deuda del Estado y estabilizando el tipo de cambio.

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ss SIETE ENSAYOS DE HISTORJOGRAFfA

Al mismo tiempo, se refuerzan el proteccionismo y el intervencio-


nismo estatal y se inicia la llamada "vía nacionalista del capitalis~
mo español", es decir, una política de sustitución de importaciones
y de crecimiento hacia adentro, illward orienfed growa/. Además, en-
tre 1900 y 1913 las inversiones extranjeras recuperaron el ritmo que
habían perdido en la última década del siglo XIX, dirigiéndose ahora
a las nuevas industrias eléctrica y química y a los servicios urba-
nos, dejando de lado los sectores tradicionales (minería, ferrocarri-
les y banca). Todo lo anterior y el fin de la larga crisis agraria de
finales de siglo, con la recuperación de los precios y de la produc-
ción, fueron las bases para crecimientos del PIS y de la producción
industrial más altos que los de las décadas precedentes, que se sos-
tuvieron durante la primera década y media de este siglo.
Para entender la evolución de la econoITÚa española durante la
guerra mundial y el impacto de esta última, sigue siendo imprescin-
dible el trabajo de Roldán y Garóa [1973], al que debe añadirse la
reciente revisión y actualización de Cabrera, Comín y García [1989].
El conflicto tuvo grandes efectos; la interrupción del comercio in-
ternacional dio lUla protección natural a la economía española que
facilitó la rápida sustitución de importaciones en sectores tradicio-
nales e incluso el nacimiento de industrias nuevas, como la química
y la eléctrica; hubo muchos signos de prosperidad: pleno empleo, su-
perávit en la balanza de pagos, altos beneficios empresariales, fun-
dación de nuevas sociedades, aumento de la producción, pero al
mismo tiempo hubo una fuerte inflación que erosionó los aumentos
nominales de la renta. A largo plazo, sus efectos positivos fueron me--
nOfes [García 1983, Sudriá 1990]¡ muchas empresas se adaptaron
pasivamente a la demanda exterior en alza y muy pocas empren-
dieron planes de renovación tecnológica y de capitalización. Además,
con el fin de la guerra y el regreso de la normalidad se presentó
lma profunda crisis industrial -reflejada en el exceso de capacidad
y el desempleo entre 1919 y 1922- con graves repercusiones polí-
ticas y sociales, de la cual se intentó salir aumentando la protección
arancelaria y con subvenciones estatales. Cabrera, Comín y García
[1989] muestran en detalle los diferentes impactos sectoriales de la
guerra y analizan las lirnHaciones de la política económica.
Los conocimientos sobre estas dos primeras décadas han au-
mentado, pero aún quedan muchas incógnitas y áreas .por profun-
dizar. Por ejemplo, debe estudiarse más a fondo la incidencia de
la política financiera y monetaria ortodoxa iniciada en 1900 y sos-

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HISTORl(X;RAÁA ECONÓMICA ESrAJ\lOLA EN EL SIGLO XX 59

tenida por casi una década; se requiere descender al nivel microe-


conómico para calibrar los efectos sectoriales de la guerra europea,
como hace el trabajo de Escudero (1986). En cuanto a la vía na-
cionalista del capitalismo español, deben precisarse la intensidad
de la intervención del Estado y la efectividad de la politica pro-
teccionista, examinando los aranceles de 1906 y 1921, esto es, ir
más allá de la legislación, en la línea de Serrano [1986, 1987]. En
este campo debe destacarse el estudio de Comín [1988], quien en
un capítulo hace una descripción completa de la coyuntura eco-
nómica entre 1874 y 1923. Además de ofrecer una visión integrada
y a largo plazo de ese período, el autor trata algtmas de las cues-
tiones mencionadas y, como en otros trabajos suyos, subraya los
factores reales y las fuerzas del mercado y atenúa el papel de la
política económica.

LA MODERNIZACIÓN DE LA AGRICULTURA

El debate en este campo busca determinar hasta qué punto -y si


al contrario del siglo XIX- el sector agrario se modernizó y con-
tribuyó a reducir el atraso de la economía española. Los especia-
listas, en particular el Grupo de Estudios de Historia Rural, GEHR,
[1983, 19851, afirman que el sector agrario fue uno de los más di-
námicos durante el primer tercio del siglo xx y que hizo impor-
tantes aportes al desarrollo. En su opinión, esto fue posible gracias
a la mayor dotación de tierras y a su explotación más intensiva y
eficiente; hubo un notable progreso técnico -reducción del barbecho,
rotación de cultivos, uso de animales de labor, abonos químicos-, una
mayor inversión de capital y una diversificación de los cultivos. Así,
la mejor utilización de 105 recursos aumentó los rendimientos al tiem-
po que se incrementaba la productividad del trabajo.
La posición del GEHR se expone sintéticamente en Sanz [1987,
véase también Gallego 1986] yen forma más completa en ]iménez
[1986]. quien ofrece una panorámica analítica e interpretativa del
sector agrario entre 1900 y 1936, expone las causas y consecuencias
de la crisis agraria de finales de siglo y la respuesta proteccionista
para limitar sus efectos. También detalla la evolución del producto
agrario y, lo que es más importante y novedoso, ana.liza -con un
sencillo pero eficaz modelo de oferta y demanda- los mecanismos
de la expansión; por el lado de la demanda: el aumento de la po-

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60 SIETE ENSAYOS DE HISfORlOGRAFfA

blación, el incremento de la fenta por habitante y la recuperación


de los precios agrarios; por el lado de la oferta: el aumento de la
superficie cultivada, la utilización de inputs de capital -convencio-
nales y no convencionales- y la reorganización de los cultivos con
una especialización regional más eficiente. El resultado fue un in-
cremento de los rendimientos y de la productividad: aumento de
la producción y descenso simultáneo de la población activa.
Frente a esta visión optimista y renovadora, Tortella (1984, 1985]
sostiene que los avances no deben exagerarse; en su opinión, los
aumentos en la productividad de los factores y en los rendimientos
fueron modestos y no cabe atribuir a la agricultura el dinamismo
que se pretende, o suponer que fue el motor de la industrialización
durante el primer tercio del siglo. Recuerda que aún en 1935 pre-
dominaban el sistema de cereal y los cultivos tradicionales, tanto
en el área cultivada como en cuanto al valor de la producción; que
todavía era una agricultura atrasada, dependiente del clima y es-
casamente mecanizada; existía, ciertamente, una agricultura medi-
terránea intensiva, dinámica y ligada al sector exportador [Palafox
1983, 1985] pero representaba una parte pequeña del total.
Por otra parte, "la cuestión agraria" fue el tema central del debate
social y político de las tres primeras décadas del siglo, en particular
la desigual distribución de la tierra, la existencia de grandes lati-
fundios y el jornalerismo. Los continuos intentos de reforma téc-
nica y de distribución de la propiedad prueban que los problemas
agrarios aún no habían sido resueltos en el país. Durante las tres
primeras décadas, la reforma técnica se intentó mediante la política
de colonización, pero sus realizaciones fueron muy limitadas {Mon-
c!ús y Oyón 1988]. En cambio, durante la Segunda República la
transformación de la estructura de la propiedad de la tierra fue
uno de los objetivos prioritarios de la política agraria (Malefakis
1971, Carrión 1973, Maurice 1975]; su fracaso, que frustró las espe-
ranzas de numerosos campesinos, obedeció a la falta de consenso
político y a la escasez de medios financieros. Como señala Barciela
en su ensayo historiográfico de 1990, ninguna de las reformas pre-
vistas y emprendidas habían dado frutos en 1936, las realizaciones
estaban muy distantes de la metas proyectadas y el problema de
la tierra seguía pendiente y era la fuente de la inestabilidad social
y política en el campo español.
Los estudios disponibles muestran que el sector agrario regis-
tró un fuerte retroceso después de la guerra civil, la superficie cul-

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HISTORIOGRAFtA ECONÓMICA ESPAÑOLA EN EL SIGLO XX 61

tivada, la producción y los rendimientos disminuyeron con respecto


a los niveles de 1935, provocando problemas de desabastecimiento,
escasez y carestía y la aparición del mercado negro [Barciela 1981b,
1986a]. La causa es fácilmente identificable: una política agraria
errónea, caracterizada por un fuerte intervencionismo y un despre-
cio total de los mecanismos de mercado; cabe mencionar, en par-
ticular, la política de precios que, al fijar los precios agrarios muy
por debajo de los precios de mercado, desvalorizó la producción
y causó un fuerte desequilibrio entre oferta y demanda [Barciela
1985]. La política de colonización y de regadíos, que sustituyó a
la reforma agraria tradicional. también fue un fracaso.
Sin embargo, en las décadas siguientes, el sector agrario expe-
rimentó cambios estructurales profundos que modificaron su papel
y sus funciones en la economía española: quebró el modelo de pro-
ducción rural tradicional y se transformaron los sistemas de pro-
piedad y de explotación de la tierra. García y Muñoz [1988] y
Barciela [1986cJ proporcionan la síntesis más reciente y acabada de
este proceso. A los cuales deben añadirse los estudios ya clásicos
de Naredo [1971], Leal el al. [1975] y Bareie!a [1981a]. De modo
que la recuperación de la agricultura en los cincuenta fue el re-
sultado de lma nueva política agraria: eliminación de obstáculos
legales, normalización de los mercados, reducción del intervencio-
nismo y, sobre todo, de la adopción de una política de precios más
realista. Además, en esta década se produjeron transformaciones
estructurales de importancia gracias a la intensificación de la po-
lítica colonizadora, que en esta ocasión tuvo mayor efectividad.
Así, la agricultura española por fin comenzó a desempeñar los
papeles clásicos que le asignan las teorías del desarrollo: proveer
una demanda de alimentos creciente y diversificada, liberar mano
de obra, transferir ahorro al sector urbano y constituir un mercado
para productos industriales. En los años sesenta, el sector agrario
recibe el impulso de un progreso industrial pujante, que expande
el mercado de productos agrarios cada vez más diversos y absorbe
cantidades crecientes de mano de obra procedente del campo. El
sector agrario respondió al reto con la mecanización, la introduc-
ción masiva de fertilizantes, la sustitución de secano por regadío
y la diversificación de cultivos, con lo cual se produjo un fuerte
aumento de los rendimientos y, sobre todo, de la productividad.
El resultado final fue la capitalización de la agricultura, el éxodo
rural y un notable aumento de la renta agraria. Después de siglo

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62 SIETE ENSAYOS DE HISTORIOGRAFíA

y medio de haberse iniciado la desamortización y plantearse la ne-


cesidad de reformar la agricultura, el sector agrario finalmente re-
solvió buena parte de sus problemas con la técnica y la emigración.
El éxodo rural y el crecimiento de la renta agraria dieron término
en España a la "cuestión agraria" y restaron interés y actualidad
a la reforma de la propiedad. En cuanto al viejo debate sobre el
papel de la agricultura, puede afirmarse rotundamente que, a par-
tir de 1950, cuando llegó el despegue industrial, aquélla ya no era
lUla rémora e incluso contribuyó decisivamente al desarrollo eco-
nómico del país.

LA ECONOMÍA ESPAÑOLA DE ENTREGUERRAS, 1919-35

Los especialistas se han interesado recientemente en este período,


aunque la mayoría ha hecho estudios sectoriales o trabajos que se
limitan a subperíodos aislados: la década de los veinte, que coin-
cide con la Dictadura de Primo de Rivera, o la de los treinta, que
coincide con la Segunda República.
No obstante, Comín [1987J ha publicado una síntesis interpre-
tativa de todo el período en la que examina la política económica
y muestra la evolución del sector real, resaltando las fuerzas que
determinaron la evolución de la economía. Este ensayo tiene, ade-
más, la virtud de servir como guía bibliográfica [véase, también,
Comín 1983]. Para Comín, las décadas de los veinte y los treinta
se caracterizan por el progreso agrario, por la reafirmación del pro-
ceso de industrialización y de diversificación industrial iniciado en
los decenios anteriores, y por la continuación de las pautas segui-
das desde finales del XIX, particularmente, en la orientación de la
política económica: mayor intervencionismo y proteccionismo. Sin
embargo, sostiene que en estos años la economía española, lejos
de alejarse de la economía mundial, amplió sus relaciones con el
exterior.
Otros estudios globales del período son el de Martín [1984] so-
bre la política monetaria y el de Comín [1988J sobre la hacienda
pública. El primero ofrece un detallado estudio de la historia mo-
netaria española y una interpretación del comportamiento macroeco-
nómico entre 1919 y 1935; el segundo examina en for~a exhaustiva
la evolución de la hacienda y del sector público. Por su parte, Tor-

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HlSTORlOCRAFlA ECONÓMICA ESPAJ\JOLA EN EL SIGLO XX 63

tella [1983] Y Tedde [1986] presentan interesantes síntesis de la eco-


nomía y del debate historiográfico sobre la Segunda República.
La mayor parte de la literatura se ha centrado en el papel de
la política económica de la Dictadura de Primo de Rivera, en los
efectos de la Gran Depresión y en la naturaleza y responsabilidad
de la política económica de los republicanos.
El estudio clásico sobre la política de la didadura es el de Ve-
larde [1968J: una revisión general de la política agraria, industrial;
fiscal y monetaria. Según éL el crecimiento económico entre 1923
y 1930 fue un resultado directo de la política oficial: de las medidas
protectoras e interventoras que aseguraron el mercado interior a
los productores nacionales y una de la fuerte expansión del gasto
público en iruraestructura, que estimuló la producción en sectores
básicos (cemento, qwmica, siderurgia). Malerbe [19791- Harrison
[1983], Hernández [1980, 1983], Florensa [1981] y Palalox [1980a,
19861 concuerdan con esta tesis, pero al mismo tiempo resaltan sus
inconvenientes: la intervención y la protección excesivas llevaron
a Wla asignación de recursos alejada de la competencia internacio-
nal y, al favorecer la oligopolización del sector industrial, la polí-
tica redujo los incentivos a la innovación técnica. También señalan
los inconvenientes de la expansión del gasto público que, al finan-
ciarse con dinero y deuda, presionó los precios y el tipo de cambio
y provocó Wla creciente inestabilidad monetaria.
La economía de los años treinta ha sido estudiada, entre otros,
por Hernández [1976, 1980, 1983, 1986], Palalox [1980a, 1980bJ, Flo-
rensa [1981], Comín [1988] y Martín [1984J quienes han mantenido
un intenso debate sobre el impacto de la Gran Depresión en la eco-
nomía española. En su momento, los contemporáneos sostuvieron
que por sus características especiales -tipo de cambio flexible, re-
lativo aislamiento del exterior y escasa industrialización- la crisis
golpeó a la economía española con menor intensidad que a las de
otros países europeos; el descenso de rentas y precios fue mode-
rado y el nivel de paro reducido. Los historiadores han confirma-
do, con matices, esta impresión, añadiendo nuevos argumentos.
Palafox ha señalado que aWlque la crisis fue poco profunda,
la producción de las ramas indust¡ialeSlffás ligadas a la demanda
pública se redujo notab"lemente. Además, según él, la crisis indus-
trial española no estuvo ligada a la crisis mundial sino al viraje
de la política económica posterior a la caída de la dictadura. Así,
la crisis obedeció al abandono de la política de obras' püblicas y

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64 SIETE ENSAYOS DE I-USTORlOGRAFIA

a la adopción de una política presupuestal restrictiva, junto a la


incertidumbre política, social y económica generada por el adve-
nimiento del nuevo régimen.
Por su parte, Hernández sostiene que la depresión española de
los treinta se gestó a mediados de los veinte, con la caída de los
precios agrarios, y opina que la crisis industrial y económica fue
más profunda de lo que parece. También señala que la crisis es-
pañola tuvo un ritmo semejante al de la internacional y muestra
sus similitudes; frente a Palafox, que se inclina más hacia un origen
interno de la crisis, Hernández destaca la influencia externa y con-
sidera que la política financiera y monetaria de la Segunda Repú-
blica fue decididamente negativa, en lo que coincide con Palafox
y otros a u tores.
Comín, con nuevos datos y una revisión de las cifras disponi-
bles, adopta una visión intermedia: sugiere que, en vista del com-
portamiento de las principales macromagnitudes, en vez de una
crisis, en los años treinta se presentó un estancamiento o depresión
leve. Esto no le impide admitir que determinados sectores indus-
triales, aquéllos ligados al comercio exterior, sufrieron una impor-
tante recesión. Con respecto a esto último, las cifras revisadas por
Tena [1985] y las del mismo Palafox muestran que el comercio de
exportación tuvo una importante caída, lo que hace suponer que
el sector externo sí fue un mecanismo de trasmisión de la crisis
y que el aislamiento de la economía era menor del que se pensaba.
En cuanto a la cuestión de la responsabilidad de la política eco-
nómica republicana, los trabajos de Comín y Martín [1984] advierten
contra los riesgos que supone atribuir al Estado un poder excesivo:
por su tamaño, por sus planteamientos doctrinarios y por los ins-
trumentos a su disposición, el Estado no pudo ejercer un papel do-
minante en la generación de los ciclos. El comportamiento del
sector privado --consumo e inversión- que suponía el 85 por ciento
del PIB, tuvo que ser necesariamente más determinante en la evo-
luci6p. de la economía. Además, ambos estudiosos han mostrado
que las políticas fiscal y monetaria no fueron tan determinantes y
que no fueron restrictivas sino al contrario. En efecto, la política
fiscal no alteró la pauta de la década anterior y tendió a compensar
la contracción de la inversión privada y la caída del sector externo
[Carda y Martín 1990]; la política monetaria no fue expansiva pero
tampoco contractiva. No obstante, la polémica sigue abierta y fal-

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HJSTQRlCX:;RAÁA ECONÓMICA ESPAÑOLA EN El. SIGl.O XX 65

tan investigaciones sectoriales para cuantificar y precisar las rela-


ciones económicas y los nexos causales.
Por último, hay que mencionar varios estudios sobre sectores
industriales específicos, una de las áreas más desatendidas hasta
ahora por los investigadores. Coll y Sudriá [1987J, Antolín [1988],
Sudriá [1987J, Tena [1988] y Hernández [1981] estudian el sector
energético y la industria eléctrica; González [1984] y Fraile [1985],
la industria siderúrgica; Martínez [1989], el desarrollo de la indus-
tria conservera; Martín [1987], la azucarera y Zambrana [19811, la fa-
bricación de aceite. También, los trabajos de Gómez [1985a, 1985b,
1986, 1987] sobre las industrias de material ferroviario, construc-
ción naval, construcción de viviendas y cemento. Y aunque sólo
referencia, deben mencionarse los importantes trabajos de Ben-Ami
[1984, 1990], Cabrera [19831 y Juliá [19841 por su importancia para
la correcta interpretación de la historia económica y social del pe-
ríodo republicano.

LA ECONOMIA ESPAÑOLA y LA GUERRA CIVIL

La guerra civil fue un paréntesis, incluso en la historiografía eco-


nómica, pues el número de trabajos e investigaciones es muy es-
caso; la bibliografía política, social o militar, en cambio, es mucho
mayor. Como ha señalado Malefakis [1987J, el tema se ha abordado
desde dos perspectivas: el papel de los factores económicos en el
inicio de la guerra y la evolución de la economía española durante
el conflicto.
En cuanto a la primera, hay cierto consenso con respecto a que
la guerra no estalló por causas económicas sino por motivos ex-
traeconómicos: políticos, sociales, religiosos e ideológicos. Esto no
significa que lo económico no tuviese importancia sino que no fue
un detonante. Es cierto que el nivel de desarrollo español no era
comparable al de Europa, que existían notables carencias de ser-
vicios públicos y una desigual distribución de la renta y de la ri-
queza. También es sabido que la Guerra Civil estalló en plena crisis
mundial y que España pasó por un período de esta ncamiento, aun-
que la depresión fue menor que en otras partes. El problema eco-
nómico durante la Segunda República fue, en realidad, el de
satisfacer, en una coyuntura recesiva, las expectativas de mejora
que despertó su advenimiento; la coalic ión republicana de izquier-

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66 SIETE ENSAYOS DE H1STORlOGRAF!A

das subió al poder con la promesa de modernizar la economía, la


justicia, la educación, reformar la propiedad de la tierra, promover
la participación obrera en la industria y reducir las diferencias SO~
dales. Así, fue la frustración de estas expectativas, en parte eco-
nómicas y en parte sociales, lo que llevó al fracaso del régimen y
a la agudización de los conflictos políticos e ideológicos.
Los únicos trabajos de conjlUlto sobre la economía de guerra
son los de Bricall [1985J y Velarde [1989]. A partir de la escasa li-
teratura disponible, ambos analizan la evolución de la producción
y las políticas de organización de los recursos en las dos zonas en
conflicto, destacando que la zona republicana disponia inicialmente
de mayores reservas productivas. También muestran que la frag-
mentación política republicana y su falta de previsión y capacidad
para organizar una economía de guerra impidieron una utilización
de los recursos tan eficaz como la de la zona franquista, donde
la dirección de la economía fue más centralizada y los recursos se
orientaron, desde el principio, a sostener el esfuerzo bélico.
Además de estos dos trabajos, hay investigaciones sobre espa-
cios geográficos más reducidos, en particular sobre las regiones
históricas de mayor peso. También existen importantes ensayos so-
bre la producción agraria y la política comercial en los años de la
guerra. La economía de Cataluña ha sido estudiada en detalle por
el propio Bricall [1970] y la del País Vasco por González [1988];
por su parte, Barriela [1983] y Garrido [1981] se han ocupado de
la agricultura y Viñas et al. [1979] del comercio exterior.
En varios trabajos, Viñas [1976, 1984] ha sido quien mejor ha
estudiado la financiación de la guerra, tanto en el bando republi~
cano como en el lado franquista, poniendo de relieve que ambos
acudieron al crédito externo y a la emisión monetaria (inflación);
los republicanos usaron, también, las reservas de oro del Banco de
España, que estaban entre las más importantes de Europa. Sardá
[1970] y Viñas [1976] han despejado, además, W1a incógnita y sal-
dado W1a vieja polémica sobre el destino del oro del Banco, que
las autoridades franquistas declararon había sido expoliado por la
República y exportado ilegalmente a la URSS, a la que cínicamente
reclamaban su devolución. Sardá demostró que el oro fue desti~
nado al pago de suministros de guerra y, luego, Viñas lo confirmó
de modo fehaciente.

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HISTORJOGRAÁA ECONÓMICA ESPAÑOLA EN EL SIGLO XX 67

LA ECONOMÍA ESPAÑOLA DURANTE EL FRANQUISMO

Tortella escribía en 1980:


La historia e<:onómica del franquismo está aún en plena elaboración.
Frente a [a afirmación incontrovertible de que es durante los años 1950-75
cuando tiene lugar la más profunda transformación de la economia española,
esto es, el gran despegue industrial, la ineludible pregunta es: ¿hasta qué
punto puede atribuirse al franquismo este crecimiento económico?

Esta pregunta sigue siendo pertinente y aunque los estudios


sobre la economía franquista han avanzado, todavía existen impor-
tantes lagunas. Por lo demás, no es una pregunta baladí y tras-
ciende el interés español puesto que plantea indirectamente la
cuestión de la compatibilidad o la incompatibilidad entre dictadura
y crecimiento, y la conveniencia o necesidad de cierto autoritaris-
mo para lograr una industrialización acelerada.
El debate en España enfrenta a quienes piensan que el régimen
franquista promovió la modernización del país y que su política
económica contribuyó al desarrollo industrial contra quienes admiten
la coincidencia pero no la causalidad, es decir, que el crecimiento
dLUante el franquismo obedeció a su afortunada coincidencia con
una etapa de alto crecimiento en Europa y en la economía inter-
nacional y a la creciente vinculación de la economía española con
el exterior. Para estos últimos, el único mérito de la política del
régimen fue haber abandonado sus principios de intervencionismo
totalitario y de nacionalismo económico y haber practicado, a par-
tir de 1951 y sobre todo desde 1957, una política económica rela-
tivamente flexible y abierta, que permitió vincular la economía
española a la de Europa Occidental. Como era de esperar, los ideó-
logos y propagandistas franquistas y los responsables económicos
del régimen defendieron, en su momento, la primera opinión,
mientras que la mayoría de los estudiosos e investigadores del pe-
ríodo son partidarios de la segunda, así admitan la importancia que
en algún momento tuvieron las decisiones de política económica.
Aunque son escasos, existen estudios de gran calidad. Los li-
bros de consulta necesaria por su rigor son los de Clavera et al.
11973), Danges 11979], Ganzález, 11979], Viñas el nI. 119791 y Mar-
tínez el al. [1982] y los del grupo de economistas de la Fundación
Empresa Pública -Fanjul y SegLUa [1977], Martfn y Rodríguez [1977],
Rodríguez y Segura [1981], Segura, Martín, Rodríguez el al. [19891
y Rodríguez [1990]- que han examinado detenidamente la evo!u-

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68 SIETE ENSAYOS DE HISTORJOGRAPIA

ción y los cambios de la estructura industrial española. Carda


[1988b] ha editado un extenso y utilísimo volumen -reúne más de
LUla veintena de trabajos- que ofrece un amplio análisis de la eco-
nomía española de las últimas décadas y un panorama bibliográ-
fico actualizado. También deben mencionarse los trabajos de Myro
[1981], García [1986a, 1987, 1990J, Fuentes [1984, 1986, 1988J Y Es-
tapé [1972]. Un rasgo común a todos ellos es que son escritos eco-
nomistas, con una perspectiva de economía aplicada, aunque el
paso del tiempo los ha convertido en clásicos de historia econó-
mica. De hecho, hasta hoy no se ha producido ningún trabajo sobre
el franquisffio desde la perspectiva de la historia económica, aun-
que naturalmente es difícil separar la historia económica de los es-
tudios de economía aplicada.
El debate historiográfico se ha centrado en dos temas ligados
entre sí: los efectos de la guerra civil y de la política autárquica
e intervencionista del primer franquismo (1940-1950), y los factores
que determinaron el crecimiento económico entre 1950 y 1974.
En cuanto a los efectos destructivos de la guerra civil, parece
existir cierta coincidencia en que no hubo grandes destrucciones
ni en la agricultura, ni en la industria, ni siquiera en la infraes-
tructura física. Las pérdidas materiales fueron escasas y nada com-
parables con las de los países beligerantes en la Segunda Guerra
Mundial [Barciela 1986a, Carreras 1986]; otro fue el caso de la pér-
dida de vidas y la migración del capital humano.
De mayor trascendencia fueron los problemas legados por la
financiación del conflicto y la ruptura de la unidad monetaria y
financiera, que en los años posteriores a la contienda exigieron un
lento y minucioso proceso de restauración [Martín 1986a, 1986b;
Comín 1986]. El estancamiento económico -quizá recesión- de los
años cuarenta no puede atribuirse a la destrucción de capital físico;
el retroceso industrial más bien obedeció a las dificultades de su-
ministro creadas por la guerra mundial, al aislamiento político al
que fue sometido el país y a la propia política intervencionista y
autárquica de las autoridades españolas.
Durante 10 que Carda ha llamado lila noche de la industriali-
zación española" (1940-50), el PIB per cápita apenas creció, se ru-
ralizó la sociedad y se paralizó la industria que estuvo sometida a
fuertes restricciones de energía, de inputs estratégicos y de materias
primas. Además, la transmisión de tecnología externa se interrum-
pió en esa década y las empresas tuvieron grandes limitaciones de

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H!STORJOGRAAA ECONÓMICA ESPAÑOLA EN EL SIGLO XX 69

financiación y de divisas. Por su parte, la política económica se ca-


racterizó por la autarquía y el intervencionismo, con base en tres
pilares: la constitución de empresas públicas, un férreo control de
cambios y Lma fuerte y exagerada reglamentación de la actividad
y de las inversiones privadas, que prohibía la inversión extranjera
en la industria. El consenso, ya muy general, es que durante estos
años, el franquismo detuvo el crecimiento en vez de promoverlo.
A comienzos de la década del cincuenta hubo un cambio im-
portante y la economía española salió de su letargo; entre 1950 y
1959 el PIB creció a tm ritmo de 5.3 por ciento anual y la produc-
ción industrial, por encima del 7 por ciento. Entre 1960 y 1974, la
tasa de crecimiento del PIB fue del 6.4 por ciento anual (5.8% en
términos per cápita). ¿A qué se deben esta aceleración a partir de
1950 y el crecimiento sostenido de los quince años siguientes?, ¿de
dónde provino el impulso para el rápido crecimiento económico
a partir de 1960? Donges, Carda, Conzález y Viñas ofrecen la mejor
explicación, señalando que el despegue se hizo posible por: 1) la
eliminación de las restricciones del período anterior y el abandono
del modelo autárquico, con la consiguiente flexibilización de la eco-
nomía; 2) la ayuda exterior a través del acuerdo con Estados Uni-
dos, que aumentó la capacidad importadora; y 3) el incremento de
la tasa de inversión privada, facilitado por una política monetaria
y fiscal permisiva y un elevado nivel de inversión pública en sec-
tores industriales básicos e infraestructura. No debe olvidarse que,
además, el despegue industrial tuvo un marco internacional favo-
rable: el rápido proceso de recuperación económica europeo gra-
cias al Plan Marshall, al restablecimiento del sistema de pagos y
a la multilateralización del comercio internacional. La industriali-
zación del país avanzó rápidamente a través de un fuerte proceso
de sustitución de importaciones.
Pero hacia finales de los cincuenta, la industrialización basada
en la sustitución de importaciones mostró signos de debilidad y
planteó serios problemas de equilibrio interno (inflación) y externo
(déficit de balanza de pagos y agotamiento de reservas). Se pro-
dujo, entonces, un viraje en la estrategia económica: se abandonó
el modelo de crecimiento hacia adentro, se adoptó el mercado co-
mo mecanismo de asignación de recursos y se apostó a la integra-
ción en la economía internacional; este viraje, en medio de una
coyuntura externa favorable, propició el desarrotlo económico en-
tre 1960 y 1974.

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70 SIETE ENSAYOS DE HISTORIOGRAFIA

Fuentes Quintana es guien mejor ha resumido el c(¡mulo de


fuerzas que se combinaron para lograr ese crecimiento: 1) el deseo
soéial de lograr el desarrollo como motor esencial del cambio; en
España es válido el argwnento de Postan para explicar el desarrollo
europeo de aquellos años: un dese..., y un espíritu de desarrollo que
estuvieron por encima de las ~xigP l lcias y sacrificios que éste im-
ponía; 2) el atraso relativo acumulado cuya eliminación abrió inne-
gables oportunidades, dado el desnivel entre la técnica disponible
y la que se aplicaba en la producción española; 3) la incorporación
de tecnología mediante la importación de equipos, inversión direc-
ta y adquisición de patentes, marcas, etcétera, que permitió la mo-
dernización de los equipos y los procesos industriales; 4) el rápido
crecimiento de la demanda; en particular, el incremento en la tasa
de inversión con respecto a los períodos anteriores; 5) la apertura
externa que conectó la economía española con los mercados mun-
diales, mejoró la competitividad y amplió el estrecho mercado in-
terno; 6) la existencia de los recursos productivos necesarios para
crecer: ahorro interno -derivado del crecimiento de la renta- y ex-
terno -reflejado en importantes inversiones extranjeras- y un ex-
cedente de mano de obra no utilizada procedente de la agricultura
y de sectores que -corno las rnujeres- no estaban incorporados a
los procesos productivos; el éxodo rural no sólo proporcionó mano
de obra barata a la industria sino que también aumentó la pro-
ductividad en la agricultura e impulsó la mecanización agraria,
rompiendo y liquidando el sistema agrícola tradicional; 7) final-
mente, en esos años España contó con la fortuna, esto es, con una
relación de intercambio favorable a los países productores de ma-
nufacturas -industriales o en vías de industrialización- en la me-
dida en que favoreció a los precios industriales con respecto a los
precios de la energía, de las materias primas y de los alimentos.
Si éstos son los factores que explican el desarrollo español entre
1960 y 1974, el elemento clave fue el aumento de la productividad,
que se hizo posible gracias a tres hechos básicos que no se deben
pasar por alto: 1) la sustitución de técnicas atrasadas por otras más
modernas mediante la importación de bienes de equipo y la ad-
quisición e incorporación de tecnología y métodos de gestión vincu-
lados a la inversión extranjera; 2) la reasignación de los recursos
desde actividades con bajos niveles de productividad hacia otras
con mayores niveles de productividad; y 3) la mayor intensidad
de la acumulación de capital, es decir, el fuerte aumento de la tasa

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HISTORlOGRAfIA ECONÓMICA F.5I>ANOLA EN EL SIGLO XX 71

de inversión -superior al 20 por ciento del PIB- facilitado por un


clima de expectativas favorables, una relativa eficacia de los mercados
financieros y el apoyo gubernamental. A todo ello debe añadirse un
contexto económico y financiero internacional único y excepcional.
mente favorable; el rápido progreso de la economía internacional
se tradujo, para España, en un flujo continuo y elevado de inver-
sión extranjera directa y de divisas provenientes del turismo, en
la absorción de mano de obra excedentaria y en la expansión de
la demanda externa que facilitó las exportaciones españolas a los
países industrializados.
Llegado a este punto, ¿qué puede concluirse sobre el papel del
franquismo o, más concretamente, sobre la responsabilidad del Es-
tado franquista en la industrialización española? Hay un amplio
consenso entre los especialistas: la política autárquica e interven·
cionista retrasó por casi quince años la recuperación posbélica y
distorsionó gravemente la asignación de recursos; el alejamiento
del sistema de mercado perjudicó la economía. Así pues, la res·
ponsabilidad del fracaso y del estancamiento recae sobre el Estado,
aunque la guerra mundial y el aislamiento político exterior agra·
varon la situación. Pero cuando se trata de juzgar el papel del Es·
tado en el proceso de crecimiento, la respuesta se torna más difícil
y dar una respuesta definitiva es más complicado de lo que parece.
Desde luego, se coincide en la gran importancia del viraje de
la política económica, con el Plan de Estabilización de 1959 que
no sólo restableció los equilibrios básicos -interior y externo- sino
que llevó al abandono definitivo del modelo autárquico y a la ¡m·
plantación, aunque limitada, de una economía de mercado. No
obstante, el desarrollo posterior -1960-1974- obedeció a factores
distintos de la política económica. El motor del crecimiento no fue
el Estado, fueron los agentes privados, que aprovecharon las opor·
tunidades que ofrecía el mercado; otros impulsos, quizá los más
benéficos, vinieron del exterior. Podría afirmarse, incluso, que el
corporativismo del Estado franquista y un intervencionismo que
nunca desapareció del todo -y que tenía diferentes expresiones, en-
tre las cuales la principal era la existencia de Planes de Desarrollo-
tuvieron efectos negativos, sobre todo al impedir la asignación y
distribución de la renta en el marco de una economía competitiva:
el Estado intervino en favor de los grupos empresariales y sociales
con poder político, lo que provocó tina asignación subóptima y de-
sequilibrada de los recursos; el intervencionismo residual neutra·

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72 SIETE ENSAYOS DE HlSTORlOGRAFfA

!izó el mercado y favoreció una estructura productiva poco com-


petitiva, protegida, corporativizada y poco flexible, que sería una
rémora en la década siguiente cuando la economía española hubo
de hacer frente a la crisis [Myro 1988, Segura el al. 1989].
El crecimiento no fue un resultado del régimen franquista. ASÍ,
cabe suponer que con un régimen democrático similar al de otras
democracias europeas, la industrialización del país también se ha-
bría producido. No obstante, es difícil pensar que la tasa de cre-
cimiento habría sido más elevada sin el franquismo, esto es, que
la economía española habría crecido por encima de lo que creció
o muy por encima del crecimiento del conjunto de países de la QC-
DE. En cambio, cabría argumentar que sin franquismo, o al menos
sin la política franquista, el crecimiento habría sido más equilibra-
do y más parecido al de las economías europeas, es decir, más
acorde con las ventajas comparativas y con la disciplina que im-
pone el mercado. El resultado habría sido una asignación de la ren-
ta más eficiente y una distribución más justa y, por tanto, un
mayor nivel de bienestar global.

CONCLUSIÓN

Sin duda alguna, esta revisión bibliográfica no hace justicia a todos


los trabajos y autores citados, ni a todos los temas y cuestiones
tratadas. Existe la conciencia de no haber mencionado muchos es-
tudios meritorios. Sin embargo. se han tratado de destacar las cues-
tiones centrales del debate historiográfico en los últimos años, además
de señalar las carencias existentes, pero también la expansión de
los estudios sobre el siglo xx, que sin duda va a continuar. Más
que recapitular 10 dicho hasta ahora, en esta sección se indicarán
las áreas donde hay un amplio campo de investigación y se pro-
pondría una fructífera vía metodológica para profundizar el cono-
cimiento de la economía española del siglo xx.
Primero que todo, hacen falta más y mejores cifras, sobre todo
del sector real de la economía. Es necesario reconstruir las cuentas
nacionales anteriores a 1954, pues aunque existen algunos índices,
se desconoce la magnitud de los componentes de la demanda agre-
gada; tampoco se tienen cifras del producto interno bruto por ramas
de actividad anteriores a 1940, se necesitan buenas estimaciones de
la riqueza nacional y del stock de capital; se desconoce el valor

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HISTORJOGRA1'1A ECONÓMICA ESPAr\lOLA EN EL SIGW XX 73

de la producción industrial de los sectores nuevos o emergentes


en este siglo, en particular para el período anterior a la guerra civil;
actividades como la pesca, la construcción y los servicios están to-
davía en una zona estadística oscura, igual que la balanza de pa-
gos, con excepción de las partidas de la cuenta corriente. Tampoco
hay datos sobre las rentas percibidas por los distintos factores de
la producción y no es posible estimar el valor agregado. Finalmen-
te, se necesita información sobre el volumen del empleo agregado
y por sectores, así como sobre el número de horas trabajadas por
año.
También son necesarios más estudios sectoriales sobre la his-
toria macro y microeconómica de cada una de las principales in-
dustrias; es preciso analizar el proceso de difusión tecnológica, la
estructura industrial y la organización y naturaleza de los merca-
dos. Es poco lo que se sabe acerca de las empresas de cada sector,
sobre su organización interna y sobre su comportamiento en los
mercados de factores y de productos. Pero, sobre todo, se necesitan
estudios microeconómicos sobre productividad, por sectores, por
ramas industriales y por unidades empresariales.
En cuanto al papel de la política econónúca, el siguiente paso
es medir sus efectos, más que describir las acciones concretas; por
ejemplo, en el caso de la política arancelaria es preciso estimar la
protección efectiva real, y con respecto a las distintas políticas in-
tervencionistas, debe cuantificarse su impacto sobre cada sector. Lo
mismo se puede decir de las políticas fiscal y monetaria, donde
deben medirse sus efectos sobre la renta, la producción y el empleo.
Finalmente, se necesita más rustoria económica comparada. Es-
te enfoque ayudará a identificar los principales problemas y a des-
cubrir las singularidades históricas españolas, en caso de que
existan; también permitirá ubicar la experiencia española del siglo
xx en el contexto internacional. El método comparativo disciplina
los estudios puramente cualitativos y los cuantitativos al contrastar
cada argumento y cada cifra con lo ocurrido en otros países. La
interpretación de la realidad histórica --objetivo de la investiga-
ción- debe encuadrarse en el marco general de la historia de otras
regiones y países.
La propuesta metodológica que aquí se plantea para futuras
investigaciones podría sintetizarse del siguiente modo. Kuznets de-
fine el crecimiento económico como un incremento continuo del
producto per cápita, acompañado por transformaciones estructura les,

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74 SIETE ENSAYOS DE HISTORIOGRAFIA

que s6lo puede lograrse si la producción aumenta más rápidamen·


te que la población. Deruson, por su parte, sostiene que el creci-
miento se logra bien sea a través de un aumento de la cantidad
de factores -trabajo, tierra, capital- o bien a través de ganancias
de productividad o de eficiencia en el empleo de los recursos. Y Jo
que hace a una sociedad y a una economía más eficiente es: 1) la
tecnología, que consiste en la sustitución de mano de obra por ma-
quinaria, en el desarrollo de fuentes de energía más eficientes y en
la transformación de materias primas en nuevos materiales; 2) la in-
versión en capital humano, que permite elevar la capacidad del tra-
bajo y desarrollar el talento empresarial; y 3) la eficiencia en la
organización económica. En resumen y de acuerdo con Denison,
éstas son las causas del aumento de la productividad, el cual es,
en última instancia, el que lleva al aumento de la renta por habitante.
En forma alternativa al estudio del crecimiento por el lado de
la oferta o, en términos más rigurosos, a partir de la función de
producción, el crecimiento puede explicarse por el lado de la de-
manda, examinando el comportamiento de cada uno de los gran-
des componentes del gasto agregado: el consumo y la inversión
privados, el gasto -consumo e inversión- público y el saldo exter-
no neto: exportaciones e importaciones.
Ese es el esquema que se propone como guía para la investi-
gación para explicar el comportamiento de la economía del siglo
xx. Así, se debe partir del examen de las fuentes del crecimiento
y del comportamiento de cada componente de la demanda agre-
gada, lo que exige estudios macroecon6micos y microeconómicos,
y ese análisis debe ser el marco para plantear interrogantes espe-
cíficos, como el papel de la política económica o el de las relaciones
económicas internacionales: comercio, inversión extranjera, transfe-
rencia de tecnología.
Para concluir, hay que subrayar el papel de las ciencias sociales
en la investigación histórica. Este ensayo pone de relieve su fuerte
penetración, sobre todo de la economía, en la labor de los histo-
riadores de la economía española. El avance historiográfico reciente
es obra de científicos sociales -economistas- e historiadores que
han sabido emplear e incorporar los métodos e instrumentos de
las ciencias sociales. La economía suministra modelos que permiten
conectar los hechos aislados con los problemas económicos. La teo-
ría presta los conceptos y las relaciones para buscar. y organizar
la información; además, orienta la investigación y ayuda a formu-

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HISTORlCX:;RAFIA ECONÓMICA ESPAÑOLA EN El SIGLO XX 75

lar e identificar las hipótesis de partida y los hechos y variables


que deben explorarse. La teoría permite formular interpretaciones,
pues no basta descubrir los hechos sino que es preciso explicarlos.
Este ensayo también destaca la importancia de otros instru-
mentos auxiliares: estadística, econometría y contabilidad. Es cierto
que donde no hay datos poco se puede cuantificar, pero también
que donde sí los hay se pueden y se deben emplear los potentes
métodos de medición que ofrecen estas ramas de la ciencia. Así
mismo, las técnicas cuantitativas muchas veces señalan caminos
para llegar, por vías indirectas, a mediciones que, sin duda, han
existido en el pasado pero no han llegado hasta nosotros.
En resumen, la historia económica española del siglo xx de-
muestra que las ciencias sociales, en este caso particular la econo-
mía, han ganado la batalla historiográfica. El rápido avance de la
historia económica sólo ha sido posible gracias a su contribución.

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Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
Los estudios de demografía
histórica en España
Blanca Sánc1Jez Alonso
Instituto Universitario Europeo,
Florencia

LA DEMOGRAFfA HISTÓRICA vive en España un momento de vi-


talidad y renovación, evidente para cualquiera que se asome a las
investigaciones y publicaciones recientes. Este ensayo pretende re-
coger los últimos aportes al estudio de la población española. Su
principal objetivo es plantear los nuevos problemas e interrogantes
que surgen a raíz de estos trabajos y los desafíos que enfrenta la
disciplina en el momento actual. Así, se trata de delimitar las líneas
de investigación que recorre la demografía histórica española y los
retos de investigación para el futuro próximo.
El trabajo se divide en tres secciones. En primer lugar, se es-
bozan los antecedentes y la situación actual de la disciplina. En
segundo lugar, se trazan las grandes líneas de evolución de la po-
blación española desde finales del siglo XVIII hasta 1930. Por últi-
mo, se destacan cuatro grandes temas de investigación, bien sea
por la atención que han recibido o por la ausencia de trabajos.
Conviene señalar dos cuestiones de este ensayo. En primer lu-
gar; se circunscribe a un período histórico muy determinado; el si-
glo XIX y comienzos del XX. Esta cronología obedece no sólo a la
cantidad de investigaciones sobre este período --especialmente so-
bre la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del siglo XX- pu-
blicadas en los últimos años, sino también a su correspondencia
con los trabajos sobre España incluidos en este volumen, de modo
que el lector pueda enriquecer su panorama de esta época de la
historia española.

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
84 SIETE ENSAYOS DE HISTORIOGRAFiA

En segundo lugar, la mayoría de las obras recogidas tienen co-


mo centro de atención el conjunto de España, aunque todas ellas
resaltan la diversidad regional de la evolución y los comportamien-
tos demográficos. Existen, sin duda, monografías locales y regio-
nales de gran calidad, pero para el lector extranjero acaso sea de
mayor interés el cuadro global de los estudios de demografía his-
tórica sobre España.

ANTECEDENTES Y SITUACIÓN ACTUAL

El nacimiento de lo que hoy se conoce por demografía histórica


se puede situar en los años cincuenta, bajo el impulso de histo-
riadores y dernógrafos entre los que se destacan Michel Fleury y
Louis Heruy. La historia de la población -con métodos y contornos
inciertos e investigaciones discontinuas- se convirtió en demografía
histórica, basada en la explotación sistemática y continua de los re-
gistros parroquiales.
La disciplina 'antigua' se definía por su objeto: el pasado de las pobla-
ciones humanas; la disciplina 'nueva' se define por su método: la apli-
cación de las reglas del análisis demográfico al estudio de las poblaciones
históricas {Nadal 1980].

No es casual que esas palabras fueran escritas por Jordi Nadal,


uno de los precursores de la demografía histórica en España. Na-
da!, con su libro sobre la población española [1966] y sus trabajos
sobre demografía catalana es -junto con Massimo Livi Bacci- el
más claro antecedente de la "revolución" que, en los estudios de-
mográficos, se ha producido en España en los últimos años. Las
obras de Nadal y el trabajo de Livi sobre fecundidad y nupcialidad
en España [1968J son ptmto de referencia obligado para los inves-
tigadores españoles y estímulo para nuevas investigaciones.
Es cierto que hubo antecedentes notables en las décadas ante-
riores a 1960, sobre todo entre sociólogos y geógrafos, pero los tra-
bajos de Nadal y de Livi fueron, sin duda, los que introdujeron
la moderna demografía histórica en España, no sólo por sus temá-
ticas y enfoques sino también por la aplicación sistemática de téc-
nicas y métodos demográficos. Sin embargo, es en los últimos ocho
o diez años que la disciplina ha tenido un auge extraordinario, no
sólo por el interés que despierta entre los investigadores -como

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EsTuDIOS DE DEMOGRAflA EN EsPAÑA 85

muestra la cantidad de trabajos publicados- sino por su defini-


ción y delimitación como área específica dentro de las ciencias
sociales.
Es ineludible mencionar a dos investigadores que han contri-
buido de modo sobresaliente a esta pujanza de la disciplina. David
Reher y Vicente Pérez Moreda son, sin duda, figuras clave en la
renovación y vitalidad de los estudios demográficos en España. Su
labor como investigadores ha sido paralela a su extraordinario es-
fuerzo como coordinadores y organizadores de reuniones e impul-
sores de la Asociación de Demografía Histórica y la publicación
de su Boletín.
La Asociación de Demografía Histórica se creó en 1983 para:
Coordinar esfuerzos individuales a través de una mayor cOnexión infor-
mativa entre sus miembros, orientar investigaciones aisladas que en mu-
chos casos abortaban o perdían rumbo a pesar de la heroica voluntad
autodidacta de sus autores, y para facilitar, en la medida de lo posible,
la entrada de aires nuevos en una disciplina que, sin ser vieja, mostraba
ya en algunos casos signos preocupantes de mimetismo, falta de ideas
y anquilosamiento [Pérez y Reher 1988, 13J.

La Asociación ha cumplido con éxito la mayoría de estos ob-


jetivos y prueba de ello es el Boletín de la Asociación de Demografía
Histórica. Basta echar un v istazo a sus páginas para comprobar que
efectivamente se ha convertido en lffi lazo de unión entre los
miembros de la Asociación y un promotor de nuevos temas, en-
foques y perspectivas metodológicas. Además, la Asociación ha or-
ganizado varios congresos y realiza una labor permanente de
contacto con asociaciones extranjeras, de la que los Congresos
Hispano Luso Italianos de Demografía Histórica son una buena
muestra.
En 1988 apareció Demografía /¡istórica en España, editado por Pé-
rez Moreda y Reher, el más claro ejemplo del auge y creciente ma-
durez de la disciplina. El libro recoge trabajos de reputados
especialistas, ensayos regionales que evalúan 105 más impOrtantes
logros de la investigación a nivel local y una impresionante biblio-
grafía de más de dos mil títulos sobre demografía histórica de la
península Ibérica.
Sin embargo, en este florecimiento de la demografía histórica
hay dos deficiencias. En primer lugar, es cierto que los trabajos ge~
nerales no pueden situarse en un plano muy agregado que omita
la importancia de lo local, pero la investigación aún está excesi~

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86 SIETE ENSAYOS DE HlSTORlOGRAFtA

vamente orientada a trabajos de carácter local o regional, apenas


mencionan el contexto general y sus horizontes son demasiado es-
trechos. Además, tampoco es frecuente el enfoque comparativo,
esencial para entender las peculiaridades y las diferencias con otras
regiones o países.
En segundo lugar, algunos trabajos pierden de vista el carácter
histórico del objeto de estudio y el contexto social y cultural en
que se sitúan las poblaciones. El análisis se reduce a aplicar com-
plejas técnicas demográficas y estadísticas, sin duda importantes,
pero que por sí solas llevan a estudios "arustóricos".
A pesar de su vitalidad en estos últimos años, la demografía
histórica española tiene, pues, varios retos para el futuro. El más
difícil, y del cual dependerá su éxito en los próximos años, es la
conexión con las demás ciencias sociales. El demógrafo histórico
debe ser capaz de relacionar los comportamientos demográficos
con otros aspectos de la realidad económica, social y cultural. El
análisis de los mecanismos que determinan el comportamiento de
la población debe ligarse al análisis de la estructura económica y
social del momento histórico respectivo y el entorno cultural de
la población en cuestión. Esta orientación encierra más dificultades
que el simple análisis demográfico, pero es en esta frontera inter-
disciplinaria donde debe situarse el investigador, apoyándose en
la economía, la sociología o la antropología.

LA EVOLUCIÓN DE LA POBLACIÓN ESPAÑOLA, 1797-1930

Las grandes líneas de la evolución demográfica durante el de-


nominado "largo" siglo XVIII están bien definidas en la historio-
grafía española. La población española en su conjltl'to creció a un
ribno desconocido hasta entonces, pero menor que en otras naciones
europeas.
El crecimiento de la población cae desde finales del siglo xvm
hasta 1820. Este descenso está ligado a la crisis general de finales
de siglo, a la guerra de la Independencia, a las epidemias y a las
catastróficas cosechas de los primeros años del siglo. Todos estos
factores provocaron una alta mortalidad y, sobre todo, una caída
de la nupcialidad y de la fecundidad. Entre 1820 y 1860, en cambio,
la población creció rápidamente, aunque no se puede hablar de
una revolución demográfica pues fue apenas la recuperación de la

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fsrUDlOS DE DEMOGRARA EN EsPANA 87

caída anterior producto de diversas reformas institucionales, como


!a supresión del diezmo y la desamortización de tierras, que per-
mitieron aumentar la superficie cultivable. Los efectos de la desa-
mortización sobre el comportamiento demográfico siguen siendo
un área poco estudiada. En todo caso, no hubo -como ya señaló
Nadal- una revolución industrial y agraria paralela a este creci-
miento de la población [Nada! 1975, capítulo 1].
La población vuelve a crecer moderadamente a partir de 1860.
Sin embargo, su crecimiento durante el siglo XIX se puede calificar
de tipo tradicional. A lo largo de éste hubo periódicas crisis de
subsistencia, estudiadas originalmente por Sánchez Albornoz, y los
niveles de mortalidad fueron excepcionalmente altos ISánchez
1963]. Desde 1900, el crecimiento de la población es regular y con-
tinuo, excepto en el período 1918-1920, de gran mortalidad por la
epidemia de gripe.
Los demógrafos históricos españoles coinciden en que la ver-
dadera revolución demográfica empezó en España en la década de
1920, cuando comenzaron los descensos generalizados en los ni-
veles de fecundidad y mortalidad, especialmente, en la mortalidad
infantil.
También están bien establecidas las variaciones regionales en
el comportamiento demográfico. Cataluña fue la única región que
experimentó una auténtica modernización demográfica durante el
siglo XIX, como ponen de manifiesto la caída de la fecundidad y
el descenso precoz de la mortalidad entre 1820 y 1860. Durante la
primera mitad del siglo XIX, Castilla la Vieja y especialmente Ma-
drid sufrieron con especial intensidad la crisis del Antiguo Régimen,
mienlras que otras regiones -como Extremadura, muy beneficiada
por los cambios agrarios de carácter institucional en una región
tradicionalmente pastoril- experimentaron un (uerte crecimiento.
Las diferencias regionales son así evidentes y sus comportamientos
difieren atm más durante la segunda mitad de! sig lo XIX y el pri-
mer tercio del siglo XX. El éxodo rural, las migraciones - internas
y externas- y el crecimiento urbano no muestran una evolución ho-
mogénea en la península y las diversidades regionales son muy
notables.

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88 SIETE ENSAYOS DE HISTORlOCRAFtA

GRANDES TEMAS DE INVESTIGACIÓN

La evolución general de la población española es menos interesante


que el análisis de los problemas ligados al propio crecimiento o
al comportamiento de la población en determinadas situaciones o
frente a estímulos económicos y sociales. En palabras de Pérez y
Reher:
si la demografía histórica quiere justificar su razón de ser como discipllna
autónoma dentro de la historia o de la demografía, tiene la ineludible
necesidad de 5Upenlr el simple examen del crecimiento en sí, y pasar al
análisis de los mecanismos que subyacen a tal evolución Y, ante todo, a
la relación que vincula dichos mecanismos con la realidad social, económica
y culturaL Este tipo de análisis es mucho más difícil, pero también mucho
más fructífero desde una perspectiva intelectual [Pérez y Reher 1988].

Cuatro son los grandes temas de investigación en el campo de


los estudios demográficos españoles: la transición o modernización
demográfica, la nupcialidad y la familia, los movimientos mjgra~
torios y el estudio de la población activa.

La transición o modernización demográfica

La mortalidad fue por mucho tiempo el principal tema de análisis .


La fecw1didad se empezó a estudiar más tarde y los estudios ac-
tuales se centran en el problema del descenso de la fecundidad,
sobre todo en la relación entre ese descenso y los procesos de ur-
banización e industrialización asociados a la modernización demo-
gráfica y social.
Los estudios sobre mortalidad tropiezan con el problema de la
deficiencia de las fuentes; sin embargo, la historiografía española ha
realizado llil gran esfuerzo para estudiar la mortalidad, en especial
la mortalidad infantil, las crisis de los siglos XIX y XX Y la progresiva
desaparición de la estacionalidad de la mortalidad [Pérez 1980].
Entre los trabajos pioneros sobre la fecundidad en España debe
volverse a mencionar el sugerente artículo de Livi [1968] junto con
el estudio de Díez Nicolás [1971]. Gracias a un creciente número
de trabajos basados en el método de reconstrucción de familias,
hoy se conocen las líneas generales de la evolución de la fecun-
didad, aunque todavía se sabe muy poco sobre sus determinantes
y sus implicaciones.

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ESTUDIOS DE DEMOGRAF'lA EN EsPAÑA 89

Quizá el estudio más destacado en este campo sea el de Iriso


y Reher [1987).1 Su redente artículo sobresale no sólo por una me-
todología renovadora sino por la ambición de sus objetivos. Allí
proponen un modelo para explicar el peso relativo de los factores
económicos, sociales, culturales y demográficos sobre la fecun-
didad matrimonial y su evolución entre 1887 y 1920. Suponen
que la fecundidad femenina depende de las estructuras sociales y
económicas, de los valores culturales y de una realidad demográ-
fica concreta. Las variables que incluyen son muy diversas; desde
el analfabetismo, la secularización provincial y el móvil de las ac-
tividades hasta la nupcialidad y el mercado matrimonial.
Sin embargo, sus conclusiones revelan cuán difícil y escurridizo
es el estudio de los determinantes de la fecundidad. Las diferencias
entre los mlmdos rural y urbano resultan muy significativas, pues
mientras que los factores económicos y culturales ejercen influen-
cias semejantes, hay una clara y constante diferencia en cuanto a
los condicionantes demográficos. Las condiciones para una transición
demográfica no son claras. No obstante, los autores destacan di-
versas situaciones que estimulan o retrasan el proceso: un desarrollo
económico, con su cambio social y aumento de la urbanización co-
rrespondientes; una relativa saturación del mercado laboral; una
actitud cultural más permisiva y consciente sobre el número de
hijos; y un sistema demográfico caracterizado por un descenso de
la mortalidad donde la nupcialidad no puede neutralizar el aumen-
to de los niños supervivientes. Iriso Napal y Reher concluyen que
la realidad es muy diversa y a menudo contradictoria.
Los futuros estudios sobre fecundidad se situarán en estas coor-
denadas, ya que ésta es la línea que orienta a los investigadores de
demografía histórica en Europa.

Nupcialidad y familia

Aunque el tema de la nupcialidad no es nuevo y se han hecho


bastantes progresos, el estudio de la familia es aún bastante no-

1. También son importantes los trabajos de Arango 11980, 19871 Y la reciente


Tesis Doctoral de Roser Nicolau sobre las trayectorias regionales en la transición
demográfica española.

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90 SIETE ENSAYOS DE HJ5TORIOGRAFIA

vedaso pero está atrayendo el interés de los investigadores. 2 La in-


fluencia general en este campo -en España, igual que en toda Eu-
ropa- proviene de tos estudios pioneros de Hajnal [1953, 1965] Y
Laslett [1977, 1983]. El modelo matrimonial europeo -definido por
Hajnal- se caracteriza, en términos muy simplificados, por una alta
proporción de población que permanece soltera y un aumento de la
edad de matrimonio a lo largo del tiempo. Así, los trabajos que se
han hecho en España buscaban averiguar en qué medida nos acer-
cábamos al patrón matrimonial europeo, considerando este acerca-
miento como un signo de modernización demográfica. Sin embargo,
los trabajos de Livi Bacci y Pérez Moreda -tomando como punto
de partida el censo de 1797- muestran que a lo largo del siglo XIX
hubo una considerable reducción de la población célibe, debida en
gran parte a la notable disminución del clero y del estamento no-
bilia rio [Livi 1968, Pérez 19851. De acuerdo con estos datos, el país
estaría más cerca del modelo matrimonial de Europa del Este; ade-
más, a Jo largo del siglo XIX se distanció del patrón europeo.
Recientes trabajos europeos han puesto en duda la validez de
los modelos de Hajnal, enfatizando la diversidad regional de los
patrones matrimoniales europeos. En nuestro caso, se destaca el
trabajo de Rowland [19881 sobre los sistemas matrimoniales de la
Península Ibérica y su evolución entre los siglos XVI y XIX. Par-
tiendo de los estudios de Hajnal y de Laslett sobre tipologías de
las estructuras familiares y su localización geográfica, Rowland inves-
tiga la existencia o no de un modelo específicamente "mediterrá-
neo" de nupcialidad y estructuras familiares. Su trabajo confirma
el papel de la edad media de matrimonio como elemento estable
de los regímenes matrimoniales peninsulares hasta finales del siglo
XIX. Identifica tres situaciones claras en la Penmsula Ibérica: el sis-
tema familiar neolocal del sur de Portugal, la familia troncal del
noroeste y el sistema patrilineal de Cataluña y Aragón. En todas ellas,
la edad de matrimonio está determinada más por factores cultu-
rales que por factores económicos o demográficos. Rowland concluye
que la articulación entre régimen matrimonial y sistema familiar es
muy variable en la Península y que sería arriesgado analizar las
diversas situaciones observadas con modelos importados, sin tener

2. Véase la redente compilación de Chacón Jiménez [1987J.

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E!.'TUDlOS DE DEMOGRAI'IA EN ES!'AÑA 91

en cuenta que estos fueron elaborados en contextos distin tos. El


énfasis debe situarse, entonces, en los enfoques comparados.
Recientemente se han in iciado los estudios sobre la relación en-
tre estructuras familiares, edad de acceso al matrimonio y fecun-
didad con los distintos patrones de herencia y sis temas de tenencia
de la tierra. 3 Los investigadores españoles han establecido que des-
de finales del siglo XVIII existe una relación entre el número de
propietarios de una región y la edad de acceso al matrimonio: ésta
era más baja en las zonas donde no había posibilidades de poseer
la tierra, corno en Andalucía. Sin embargo, en este campo de in-
vestigación aún queda mucho camino por recorrer.

Las migraciones interiores y exteriores

Frente a la abundancia de trabajos sobre otros temas, resulta sor-


prendente la ausencia de investigaciones sobre los movimientos
migratorios en España. Las migraciones interiores, tanto las migra-
ciones rurales de corto alcance como las migraciones rurales-urba-
nas, aún deben ser estudiadas en forma analítica y sistemática.
Las migraciones del campo a la ciudad están ligadas estrecha-
mente a la urbanización y al desarrollo económico del país. El despegue
de la urbanización española no se produjo hasta bien entrado el siglo
XX, con las consabidas excepciones de Cataluña, el País Vasco y
Madrid, donde empezó a comienzos de siglo. Los estudios sobre
urbanización se han centrado en la cuantificación del grado de ur-
banización de la población, en la tipología de las ciudades, en las
modalidades de crecimiento urbano y en los comportamientos de-
mográficos de la población de los centros urbanos. 4 Apenas existen
estudios que contemplen a la ciudad como el centro de atracción
de la población rural y como impulsora de procesos de movilidad
de la población. 5 Sobre las migraciones interiores en el primer ter-

3. Aunque se trate de un estudio provincial, se destaca el trabajo de Reher [1988]


sobre Cuenca.
4. Véanse, por ejemplo, los trabajos de Gómez y Luna 11986], Reher (1986] y
Valero [19891 .
5. Hay que destacar, sin embargo, la tesis doctoral de Enriqueta Camps, Migra-
ciones internas y formación del mercado de trabajo en la Calaluña industrial del siglo
XIX.

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92 SIETE ENSAYOS DE HISTORIOGRAFíA

cio del siglo XX deben señalarse el trabajo clásico de Carda Bar-


bancho [19671, el de Arango [19821, sobre los movimientos migra-
torios en la parte oriental de la perúnsula, y la reciente tesis
doctoral de Roser Nicolau, que considera las migraciones interiores
como expresión de la modernización demográfica.
El panorama de los estudios sobre las migraciones interiores
durante el siglo XIX es aún más desolador cuando se tiene en cuen-
ta que hay abundantes fuentes para su estudio. La información pa-
rroquial sobre el origen de los novios, los padrones municipales
y los registros de diversas instituciones municipales pueden pro-
porcionar una información muy valiosa sobre el origen de los mi-
grantes y la evolución de las corrientes migratorias. Excepto algún
estudio de carácter local, nada se sabe sobre las migraciones ru-
rales estacionales y de corto alcance, tan frecuentes en el siglo XIX;
y menos aún sobre la influencia que determinadas situaciones eco-
nómicas pueden tener en el proceso de movilidad, así como sobre
la importancia de las estructuras demográficas y familiares en los
movimientos migratorios.
El panorama tampoco es satisfactorio con respecto a la emigra-
ción exterior. Hace algunos años, la escasez de estudios sobre la
emigración española era verdaderamente preocupante. Existían al-
gunos trabajos descriptivos, con metodologías muy tradicionales,
pero el tema parecía estar ausente de las preocupaciones de los de-
mógrafos históricos españoles. En 1985, Nicolás Sánchez Albornoz
organizó en La Coruña una rellili6n sobre la emigración española
a América, evento que fue decisivo para el relanza miento de los
estudios sobre este tema. Como en otros campos de la historiogra-
fía española, la figura de Sánchez Albornoz fue de capital impor-
tancia. Fruto de aquel encuentro es un libro, compilado por él
mismo, que recoge diversos trabajos sobre la emigración desde las
distintas regiones de España y sobre los destinos de estos emigran-
tes [Sánchez 1988].
Aunque ya se dio el primer paso aún queda un largo camino
por recorrer. Como sucede con buena parte de la demografía his-
tórica española, la mayor parte de los estudios son de carácter lo-
cal, en el sentido más negativo de la palabra, es decir, circunscritos
a unos horizontes muy estrechos. Apenas existen comparaciones
entre regiones y entre localidades; muchos trabajos adolecen de es-
caso refinamiento teórico y metodológico y, con algunas honrosas
excepciones, en los trabajos sobre la emigración española brilla por

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EsrUDlOS DE DEM(X;RARA EN EsPAÑA 93

su ausencia el enfoque analítico desde las ciencias sociales. Afor-


tunadamente hay varios proyectos en marcha, con un nuevo en-
foque, que sin duda arrojarán resultados interesantes.
Este enfoque debe cubrir diversos problemas. Desde una pers-
pectiva global, la gran pregunta sería por qué la movilidad de la
población española fue tan escasa durante el siglo XIX. En otras
palabras, por qué el campo español retuvo tanta población -de-
sempleada o con desempleo encubierto- mientras existía la alter-
nativa de la emigración exterior. Evidentemente, antes de pensar
en la salida del país, la opción inmediata era migrar a las ciudades.
En este sentido, un estudio de la emigración exterior debe relacio-
narla con las migraciones interiores. Tortella [1985], Pérez [1985]
y Arango [1987] han señalado que la baja capacidad de absorción
de las ciudades y del sector industrial ocasionó una fuerte emigra-
ción especialmente en la primera década del siglo XX. Cuando el
desarrollo urbano e industrial fue mayor -después de la Primera
Guerra Mund ial-, ésta descendió. Sin embargo, la relación entre
ambas no es muy clara: los emigrantes interiores y exteriores no
tienen por qué proceder del mismo segmento de la población; emi-
grar a la ciudad o a un país extranjero pueden ser opciones dis-
tintas para grupos de población diferentes. Para complicar más las
cosas, la emigración a la ciudad puede ser un primer paso para
salir del país, tras una estancia más o menos prolongada en el
mundo urbano.
Otro problema, sin duda el de mayor interés, son los determi-
nantes de la emigración espaflola, cuyo análisis requiere una doble
perspectiva: el contexto europeo y las diferencias regionales del
comportamiento migratorio. El estudio de variables como la estruc-
tura de propiedad de la tierra, los sistemas familiares, la estructura
de la población por edades, su división por actividades, la tasa de
analfabetismo, el sistema hereditario de acceso a la tierra es obli-
gatorio cuando se intenta explicar las diferencias regionales en la
emigración española y por qué unas regiones presentan altas tasas
de emigración y otras, como Andalucía, apenas participan en el
proceso.
El enfoque interdisciplinario y, sobre todo, analítico, puede
producir excelentes resultados en esta área de investigación.

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94 SIETE ENSAYOS DE HISTORIOGRAFíA

La población activa

El estudio de la población activa española es el gran desafío de


la investigación en un futuro próximo no s610 para los demógrafos
históricos sino también para los historiadores económicos. Es el in-
dicador demográfico-económico de mayor relevancia para explicar
105 procesos de modernización de las estructuras económicas y so-
ciales; por ello, es imprescindible la colaboración entre demógrafos
e historiadores económicos. Ni unos ni otros pueden pensar que el
esfuerzo en este campo es competencia de un grupo en particular.
Se sabe que la población activa empleada en el sector primario
apenas varió a lo largo del siglo XIX, pero el problema más urgente
es construir series fiables de población activa, pues los censos de
población tienen problemas. Los únicos trabajos en esta área son
los inéditos de Pérez Moreda sobre las deficiencias de las fuentes
y una tesis doctoral de la Universidad Complutense sobre la po-
blación activa en España entre 1860 y 1930 (Gil 1979].
Como ha sucedido en otros países europeos, los primeros pro-
blemas en tm estudio de población activa proceden de la confusa
definición de empleos agrarios o industriales en los censos. Un se-
gundo problema es la estimación del trabajo femenino, especial-
mente en las labores agrícolas, así como la estimación del empleo
de tiempo parcial, entre agricultura e industria, de gran parte de
la población.
Los problemas que plantean las fuentes no se agotan en este
breve repaso. Sin embargo, conviene de nuevo en la necesidad de
coordinar los esfuerzos de demógrafos e historiadores económicos,
subrayando que en la colaboración interdisciplinaria reside el fu-
turo de la investigación.

CONCLUSIONES

Este ensayo presenta, en forma concisa, el panorama de los estu-


dios de demografía histórica en España, resaltando el auge y la pu-
janza de la disciplina en los últimos años. Se hace énfasis en cuatro
grandes temas de investigación que por sus características permi-
ten la colaboración con otras ciencias sociales: la transición o mo-
dernización demográfica, la nupcialidad y la fecundidad, los
movimientos migratorios y la población activa, cuyo estudio abre

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EsTUDIOS DE DEMOGRAFIA EN EsPANA 95

todo un campo de posibilidades renovadoras a los demógrafos his-


tóricos. Los estudios de demografía histórica en estas áreas enlazan
con la realidad económica, social y cultural de las poblaciones que
se estudian y la colaboración interdisciplinaria puede resultar muy
fructífera. Esta orientación de las investigaciones implica superar
el estudio del crecimiento de la población por sí mismo, para pasar
al examen analítico de los mecanismos subyacentes en el compor-
tamiento y la evolución demográficos. El enfoque desde las cien-
cias sociales se vuelve, entonces, imprescindible.

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Historia política, historia intelectual:
viejos temas, nuevas ópticas!
Hilda Sábalo
Consejo Nacional
de Investigaciones Científicas
y Técnicas, Conicet, Pehesa-Cisea

Según un conocido dicho de Epicteto


no son los hecllos, sino las palabras
sobre los hechos lo que conmueve a 105 }wmbres.
[Koselleck 1974,7]

PARA QUIENES SE FORMARON en el clima intelectual de los sesenta,


el florecimiento de la historia política y de la historia de las ideas
aparece sin duda corno la novedad más destacable de la última dé-
cada. Áreas que parecían desprestigiadas y asociadas al ejercicio
más conservador de la profesión, hoy no s6lo atraen a los histo-
riadores más jóvenes y a los más innovadores, sino que en ellas
se producen los ensayos más originales y creativos de experimen-
tación intelectual. Más aún, si hace treinta años los influjos más
dinámicos sobre la historia como disciplina provenían de la socio-
logía y la economía, hoy se originan en la ciencia política, la filo--
sofía política, la crítica literaria y la lingüística.
Estas transformaciones han sido posibles por la crisis en la rela-
ción entre la historia y las ciencias sociales más arraigadas -eco--
nomia y sociología- que fue la base de la renovación historiográfica
durante varias décadas. En la medida en que se han puesto en

1. Agradezco los comentarios de Juan Carlos Korol a una versión preliminar de


este trabajo, así como los que recibí en el Seminario "Las ciencias sociales en la
historiografía de lengua española", Cartagena de Indias, julio de 1990.

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98 SIETE ENSA Y05 DE HISTORIOCRAFlA

cuestión los modelos interpretativos y los paradigmas que susten-


taron esa relación privilegiada, ésta ha perdido su centralidad para
los historiadores más ¡rmovadores, que han ampliado así su ámbito
de interrogantes y de diálogo con otras ciencias humanas.
La historiografía argentina reciente no ha sido ajena a las nue-
vas orientaciones. Buena parte de los historiadores que hoy laboran
en las universidades y otras instituciones académicas siguen las
pautas envejecidas de una tradición anquilosada -igual que en los
sesenta- pero la producción historiográfica no se limita a los po-
bres resultados de su actividad. Los historiadores aggiornados no
son la mayoría, pero han hecho los aportes más importantes en
todos los campos de la disciplina. Sin embargo, en los terrenos
renovados de la historia política e intelectual, los avances de los
últimos años se deben sobre todo a los trabajos de especialistas
en otras ciencias humanas que imprimieron W1a flexión histórica
a sus indagaciones. Mientras que la historia se ha alimentado de
los debates en la ciencia política, la filosofía política, la crítica li-
teraria o la lingüística, algunas de las corrientes dominantes en es-
tas áreas han incorporado el estudio del pasado como un aspecto
central de sus investigaciones. Así, el diálogo entre historiadores
y quienes exploran la historia desde otras disciplinas ha producido
novedades importantes en la historiografía argentina de los últi-
mos años.
Este trabajo examina esas expresiones renovadoras, así como
el diálogo con otras ciencias humanas que se inició en la Argentina
con la crisis de los modelos historiográficos y los paradigmas vi-
gentes en los sesenta. No sólo se analiza la producción de los úl-
timos diez años sino también las condiciones institucionales en que
ésta se llevó a cabo, las cuales han incidido de modo decisivo en
la configuración del campo profesional y de los ámbitos de debate
y reflexión intelectuaL

UN ANTECEDENTE INELUDIBLE, DE LA RENOVACIÓN


DE LOS SESENTA AL DERRUMBE DE 1976

En el último medio siglo, los períodos de clausura y cerrazón ideo-


lógicas han sido frecuentes, largos y penosos para quienes han pre-
tendido innovar en cualquier campo del quehacer intelectuaL Los
años siguientes al golpe de Estado que derroc6 al gobierno cons-

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HISTORIA I'OÚfICA, HISfORIA INTELECTUAL 99

titucional del General Perón en 1955 -sobre todo los primeros de


la década del sesenta- fueron uno de esos raros períodos en que
dicha cerrazón pareció disiparse, dando lugar a lo que Halperin
llamó una "coyuntura paradójica", donde "un régimen de restau~
ración sociopolítica desbloqueaba un horizonte ideológico que había
venido sufriendo durante el previo cuarto de siglo las consecuencias
de una progresiva clausura" [Halperin 1986, 492).
En ese clima de apertura hubo una muy importante tentativa
de renovar los estudios históricos. Halperin ha subrayado que este
intento se inspiraba en el modelo historiográfico que entonces pro~
poma el grupo de Annales, al tiempo que recibía los influjos de dos
disciplinas a la sazón en pleno desarrollo: la sociología y la economía.
En particular, los historiadores renovadores definirían sus temas y
problemas de investigación en un ambiente de preocupaciones
compartidas con especialistas de esas otras ciencias humanas.
Época de expansión económica y de optimismo generalizado,
los años sesenta destilaban confianza en el futuro. Historiadores
y científicos sociales argentinos no escapaban a esta fe cierta en
la capacidad de transformación y avance de las sociedades. Los di-
versos paradigmas en que apoyaban sus investigaciones compar~
tían algunas premisas básicas. La sociología de la modernización,
la teoría del desarrollo y el marxismo en sus diferentes varian tes,
como señala Halperin, "eran tres modos de abordar un único pro-
ceso" [1986, 4971·
El interés por determinar el rumbo de las sociedades -hacia la
modernización, el desarrollo o el capitalismo- iba acompañado por
una mirada hacia el pasado, para detectar los estímulos y obstácuJos
a ese proceso. La historia pasó así a ocupar un lugar central en los
trabajos de esa etapa y mientras que los historiadores se inspiraban
en la sociología o en la economía, los científicos sociales incursio~
naban en el pasado.
No sólo se coincidía en qué buscar y hacia dónde mirar; tam~
bién, en los temas que importaba abordar. Así, más allá de las di~
ferencias teóricas y metodológicas entre los diversos enfoques en
boga, estaba claro que los procesos económico-sociales eran deter-
minantes. Se dudaba -cuando menos- de la eficacia de las ideas
y se pensaba que la dimensión política careCÍa de autonomía; en
suma, se aseguraba que las claves explicativas se encontraban en
la esfera económico-social.

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100 SIETE ENSAYOS DE HISTORlOGRARA

Este clima intelectual favoreció la renovación historiográfica de


los sesenta, que legó buena parte de las mejores obras hasta ahora
disponibles sobre la historia argentina. Como ya se señaló, esta re-
novación se confinó a algunos grupos y se circunscribió a dos o
tres centros de investigación, pero fue parte de un proceso más
amplio: la formación de un campo académico. En efecto, a media-
dos de los cincuenta comenzó a constituirse -sobre todo en Buenos
Aires- un campo académico para las ciencias sociales y hwnanas,
diferenciado de los espacios tradicionales por reglas propias de va-
lidación y de prestigio. Este ambiente de producción y debate se
apoyó institucionalmente en ciertos espacios renovadores de las
universidades, donde carreras nuevas como la sociología y la eco-
nomía operaban como centros dinámicos, pero también en otros
núcleos que se desarrollaron fuera de la órbita oficial. en particular
el Instituto Di TeUa y la revista Desarrollo Econ6mico. Los historia-
dores renovadores integraron este espacio académico, donde desa-
rrollarían su labor de investigación y discusión con reglas de juego
propias y compartidas.
Este campo académico vivió su apogeo hacia mediados de los
sesenta y en 1966 habría de resistir al derrumbe definitivo de los
proyectos renovadores para la universidad con la instauración del
gobierno militar de Onganía. Más coherente que su predecesor de
1955, este régimen clausuró la etapa de libertad y renovación cul-
tural de manera sistemática, desatando una ola de represión y cen-
sura -superada tristemente por otra dictadura una década más
tarde- que paralizó y llevó al exilio a muchos intelectuales.
A pesar de los golpes recibidos, el campo académico pronto
empezó a recomponerse, debido en parte a la activación de ám-
bitos institucionales alternativos a la universidad, donde se reunían
y continuaban su labor de investigación quienes se quedaron en
el país. En todo caso, la cerrazón cultural impuesta por el gobierno
militar fue cediendo a finales de los sesenta y poco a poco se fue
reconstruyendo un espacio que aún conservaba parte de los códi-
gos y reglas de juego de la etapa anterior.
Sin embargo, esa unidad comenzó a quebrarse muy pronto. En
un país crecientemente traspasado por conflictos que no parecían
poder resolverse sino por la violencia, las polémicas especificas so-
bre los problemas sociales fueron subordinándose al debate más
general acerca del papel de las ciencias sociales frente a esos con-
flictos. En el mismo campo intelectual surgieron propuestas que

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HISTORIA POLlTICA, HISTORIA INTELECTUAL 101

afirmaban la racionalidad y la necesidad de la violencia y en las


ciencias sociales ,omo nunca antes o después- se cuestionaron se-
riamente los límites entre acción y reflexión.
Así, el espacio unificado de producción y debate se fue disol-
viendo a causa de un doble movimiento: por un lado, la existencia
misma de un campo estrictamente académico comenzó a ser cues-
tionada desde adentro y desde afuera; por otro, la homogeneidad
de ese campo fue quebrantada por la multiplicación de códigos,
espacios institucionales e instancias de legitimación. El golpe de
1976 y la instauración de la dictadura más represiva que hemos
conocido pusieron un violento final a estos procesos. 2

LO QUE VINO DESPUÉS

A principios de los setenta era visible que el campo académico en


que convergían los esfuerzos innovadores en las ciencias sociales
y humanas atravesruba una crisis profunda. Lo que vino después
de 1976 no fue, sin embargo, su profundización sino su violenta
interrupción. Primero vino el terror: la intervención de las univer-
sidades, la expulsión de profesores e investigadores de las mismas
y del Conieet, el cierre de carreras, la persecución ideológica.3 Y luego
sus consecuencias: la prisión, la desaparición, la muerte, el exilio
interno y exterior. El área renovadora de las ciencias sociales y hu-
manas fue un blanco predilecto y quedó desmantelada, diezmada.
La actividad pronto se reanudó desde el ámbito oficiaL Las
universidades y el Conieet -"limpiadas" de todo elemento sospe-
choso de disidencia o reparo hacia el régimen militar- volvieron
a ocuparse de las ciencias sociales. En algunas áreas -historia eco-
nómica, etnografía y geografía- los años del Proceso fueron rela-
tivamente proWicos en términos del volumen de producción. Ésta
se realizaba en algunos institutos y centros favorecidos por la dic-
tadura. Seleccionados por su incuestionable adhesión al régimen,

2. Sobre estas vicisitudes, véase Koro[ y Sábato [19871, cuya versión revisada se
publicó en LA/in American Research REvitw 1, 1990.
3. En rigor, la persecución polltica e ideológica en las universidades comenzó
en el gobiemo de Isabel Per6n, a finales de 1974, pero la dictadura militar llevó
la discriminación y la represión hasta sus últimas consecuencias.

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102 SIETE ENSAYOS DE HISTORIOGRAFíA

por SU ideología derechista y su oscurantismo científico, estos nú-


cleos conformaron tul sistema aislado de la producción internacional,
discriminatorio en materia de contactos e insumas intelectuales, ob-
soleto en cuanto a métodos y térnicas de investigación, y cerrado
a los criterios y estándares vigentes fuera de su propio y encap-
sulado mundo. Así, el problema no fue el volumen sino la calidad
de su producción.
Más allá del sistema oficial, lenta y tenazmente, se intentaba
otra reconstrucción. Como en las demás esferas intelectuales, don-
de poco a poco y con grandes riesgos se fueron gestando espacios
de producción disidente y alternativa -núcleos más o menos in-
formales de debate y reflex.i6n-, en las ciencias sociales también
se formaron grupos de trabajo independientes (Altamirano 1986].
Aquí se contaba con una base previa, algunos centros privados de
investigación que ya funcionaban en la década anterior al golpe
militar. 4 Reducidos en número, víctimas de la persecución ideoló-
gica y política, y de la expatriación de algunos de sus miembros,
estos grupos lograron sobrevivir y, más tarde, crecer y consolidar-
se, convirtiéndose en nicho de unas ciencias sociales claramente
distintas de las que amparaba el aparato oficial.
En forma de grupos de estudio, de núcleos de reflexión, de se-
minarios de trabajo y también en algunos centros de investigación,
Jos historiadores que quedaron reanudaron su tarea. En palabras
de Halperin "En· esos espacios múltiples y diminutos iba a tratar
de anidar el nuevo esfuerzo por elaborar una historiografía 'a la
altura de los tiempos'" (1986,513]. La labor de esos años fue lenta
y zigzagueante, en un momento en que a los problemas políticos
y a las dificultades materiales se sumaban las incertidumbres pro-
piamente intelectuales de una etapa en que se quebraba acelera-
damente toda fe heredada.
Con la decadencia del régimen militar a partir de 1982 se am-
plió la actividad intelectual de estos grupos de trabajo, a los que
comenzaron a sumarse gentes de las nuevas generaciones y quie-
nes volvían del exilio, exterior e interior. Pero el cambio esencial
para la renovación de la historia y las demás ciencias sociales y

4. Continuaron en actividad instituciones como el Cicso y el Instituto di Tella;


de este último se desprendieron varios núcleos que lograron autonomía y forma-
ron centros como Cenep, Cisea, Ceur y Cedes.

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HIsTORIA POLfTICA, HISTORIA INTELECTUAL 103

humanas ocurrió en 1984, cuando la dictadura dio paso a un go-


bierno constitucional que inauguró un nuevo período de apertura
y libertad, tan tristemente escasos en nuestra historia reciente.
En los años siguientes hubo, además, una importante transfor-
mación institucional. la universidad recuperó la libertad de ense-
ñanza e investigación, y su autonomía en materia de gobierno. Con
resultados dispares, se ha intentado mejorar el nivel científico,
modernizar las carreras, actualizar los planes de estudio, renovar
los planteles docentes y fomentar la investigación. Buena parte de
quienes fueron marginados en los años anteriores reingresaron a
la universidad y hoyes notable la presencia en las cátedras de los
historiadores más innovadores, pese a que en el conjunto del país
aún distan de ser mayoría.
Más difícil que renovar la docencia ha sido reconstruir los gru-
pos de investigación, en un medio con escasos recursos materiales
y poca eficiencia administrativa. De todos modos, hay núcleos im-
portantes, que trabajan con el apoyo decisivo del Conicet. En efecto,
entre 1984 y 1989 el Consejo Nacional de Investigaciones Cientí-
ficas y Técnicas realizó un esfuerzo sistemático, nunca antes visto,
para apoyar el desatrrollo de las ciencias sociales y las humanida-
des, en especial las rcorrientes más actualizadas en cada disciplina,
buscando revertir lél¡s tendencias de los años anteriores. Parte im-
portante de ese esfuerzo estuvo dirigido hacia las universidades,
pero los centros privados de investigación también fueron benefi-
ciados con esa política [Conicet 1989].
Así, en estos últimos años se han incorporado decenas de his-
toriadores y científicos sociales -hasta entonces marginados de to-
do apoyo oficial- formados como investigadores, mientras que los
más jóvenes recibían becas y los equipos de trabajo, subsidios para
investigación. Los recursos materiales eran escasos para cubrir ade-
cuadamente estos programas, aunque no fueron desdeñables y, en
un ámbito tan castigado, el efecto fue casi inmediato. La brusca
reversión que esas políticas experimentaron en 1989 puso de re-
lieve la importancia de ese aporte, cuya ausencia hoy golpea du-
ramente a la comunidad científica.
En el campo de la historia, los resultados de estos cinco años de
cambios fueron, primero, una ampliación del lugar que los historia-
dores renovadores tenían en el espacio académico y un incremento
de su peso institucional; segundo, una tentativa de profesionaliza-
ción y de fijación de estándares científicos l/a la altura de los tiem-

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104 SIETE ENSAYOS DE HISTORJOGRAFlA

pos", junto con un intento de definir una "carrera" posible.S Por


último, una proliferación de investigaciones de distinto nivel y en-
vergadura que circulaban y se discutían en los numerosos congre-
sos y seminarios que se celebraron en estos años.
Todo esto llevó a la lenta reconstrucción de un espacio de re-
flexión compartido, a la definición de reglas de juego propias y a
la creación de áII.lbitos de debate y confrontación. Es difícil saber
qué sobrevivirá al colapso actual del aparato del Estado.6 Sea como
sea, el campo académico que se reconstituyó en los últimos anos
presenta un rasgo distintivo en relación con su antecedente de los
sesenta: la fragmentación. Hoy no existen grandes debates sobre
temas globales y compartidos, en su lugar brotan múltiples temas
y discusiones parciales que expresan intereses y preocupaciones di-
versas. Esta multiplicidad es el resultado de la crisis de los mo-
delos historiográficos y de los paradigmas científicos vigentes hace
veinte años y, por tanto, de la relación con las ciencias sociales,
también en crisis. Estos cambios han afectado áreas que, como la
historia económica, ya tienen cierta tradición en Argentina.' A con-
tinuación se verá cómo han modificado las relaciones de los his-
toriadores con áreas antes desprestigiadas, corno la historia política
o la historia de las ideas.

LA HISTORlA EN CR1S1S

Este es un tiempo de perplejidad e incertidumbre para 105 histo-


riadores. No se trata solamente de la pérdida de coruianza en los
paradigmas vigentes hasta hace poco sino también --como señala

5. Las escalas deL Conieet para investigadores y becarios eran escalones que de-
bían transitarse, cumpliendo los requisitos que fijaban los nuevos estándares. La
rapidez con que esa trayectoria se consideró "natural" por parte de quienes se
iniciaban en la investigación fue paralela a la ingenuidad de creer que era impo-
sibLe volver atrás. La actual crisis revela que en La Argentina no s610 es posible
volver atrás sino que, en general, es lo más probable.
6. Hoy los recursos materiales para esta disciplina son cada vez más escasos,
prácticamente i.nexistentes, y se ha revertido la política de apoyo a los sectores
renovadores por parte del CONcet que, como se vio, fue uno de los pilares de
la reconstrucción de los últimos años.
7. Véase el trabajo de Enrique Tandeter en este nUsmo volumen.

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HISTORIA POLtncA, HISTORIA INTELECTUAL 105

un editorial publicado por la revista Annales- del "consenso im-


plícito que fundaba la unidad de lo social identificándolo con lo
real" [1988]. En el mismo sentido, Halperin destaca la pérdida de
vigencia de esa "fe simple" en que se apoyaba el empeño intelec-
tual de los sesenta:
Una suerte de implícita teoría del conocimiento doblemente materialista
(en cuanto veía en el proceso de conocimiento la aproximación progresiva
a los rasgos básicos de un objeto externo y en cuanto esperaba descubrir
esos rasgos en la esfera material de ese objeto) [Halperin 1986, 515].

El cuestionamiento de la primera de esas certezas ha generado


entre los historiadores un debate acerca de la naturaleza de la pro-
ducción historiográfica, del esta tus del texto histórico y de la po-
sibilidad misma de conocer el pasado. Éstos no son temas nuevos,
pero recobraron vigencia en la última década. Como en ocasiones
anteriores, estas preocupaciones no han lanzado a los historiadores
más innovadores y creativos a la filosofía de la historia (a la que
en general son poco adeptos), sino a hacer llistoria de otra manera,
es decir, a renovar sus preguntas, métodos y enfoques. En parti-
cular, el acercamiento a la crítica literaria, a la semiótica y a la lin-
güística pueden interpretarse como un resultado de las nuevas
actitudes frente a lo que hasta hace poco se consideraba "el objeto
dado" de estudio, es decir, de la convicción de que "el objeto his-
toriográfico jamás está dado, se construye", como dice Cinzburg
[1990].
El cuestiona miento del segundo aspecto del materialismo se-
ñalado por Halperin -la certidumbre de que los aspectos materia-
les de la vida social daban las claves del devenir de la humanidad-
ha tenido consecuencias múltiples para la historiografía. Primera,
la historia económica no ocupa ya el lugar privilegiado de los se-
senta, como área innovadora por excelencia y disciplina que per-
mitía desentrañar los mecanismos básicos de la realidad social.
Segunda, la economía y la sociología dejaron de ser disciplinas de
referencia obligada, como lo eran antes, cuando los historiadores
recurrían a ellas en busca de modelos de causalidad "fuerte" [Al-
tamirano, en prensa] y métodos positivos. Pero más importante
que este doble desplazamiento es la falta de sustitutos: hoy no hay
ninguna rama de la historia que cumpla el papel que entonces ju-
gaba la historia económica, ni disciplina alguna que sirva de mo-
delo fuerte para los más innovadores.

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106 SIETE ENSAYOS DE HISTORJOCRAFÍA

En cambio, se puede hablar, igual que Carlos Altamirano, de


lila emergencia de una nueva coyuntura en la práctica historiográ-
fica, sin polos hegemónicos en cuanto a las vías, los instrumentos
y los objetos que permiten lecturas, de resultados significativos, de
nuestro pasado". Junto a esta diversidad, se destaca además la re-
cuperación del
interés por lo particular, por los actos que [escapan] a la regularidad de
los modelos, ... [dIe! gusto por los acontecimientos que no [pueden] ser
deducidos de ninguna serie, aunque (pueden] aparecer en un punto de
intersección singular de diferentes series, o revelar, o producir cambios
en el contexto más amplio del que (son] parte. [Altamirano, en prensa)

Esto permite entender el interés creciente de los historiadores


por los acontecimientos políticos, la vida cultural y las creaciones
intelectuales. Esta tendencia encuentra en Argentina motivos adi-
cionales para afirmarse. Nuestro pasado reciente ha profundizado
las dudas y los interrogantes compartidos con el resto del mundo.
Los años de muerte vividos luego de la etapa de ilusiones revo-
lucionarias, de fe en el cambio y en la violencia, de aspiraciones
protagónicas, fueron traumáticos en grado sumo. Las certezas an-
teriores se derrwnbaron, no tanto por la crisis que afectaba a la
historia y a las ciencias sociales en todo el mundo sino por la fuer-
za de los hechos: ¿cómo creer en la razón en medio de la sinrazón,
cómo confiar en el avance hacia un futuro mejor en pleno retro-
ceso? Anclados en ese presente, las preguntas de los historiadores
perdieron la seguridad que brindaban las teorías y los modelos vi-
gentes hasta hacía muy poco tiempo: ¿Hacia dónde mirar?, ¿cómo
mirar?, ¿qué buscar?
La diversidad de respuestas ha sido la característica más no-
toria de los últimos años, después de que la transición a la demo-
cracia despejara las nubes más negras que pesaban sobre la
sociedad argentina y reabriera espacios institucionales para el tra-
bajo de los historiadores. Aquí también pueden detectarse algunas
tendencias y, aunque sea riesgoso identificar preferencias en medio
de tanta heterogeneidad, no deja de llamar la atención la cantidad
de trabajos en los campos de la historia política y, más aún, de
la historia de las ideas o historia intelectuaL

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HISTORIA POLfrICA, HISTORIA INTELECTUAL 107

HISTORIA Y CIENCIA POlÍTICA, LOS TEMAS COMPARTIDOS

En el esfuerzo renovador de los sesenta, la historia política ocu-


paba tul lugar marginal pues, por varias razones, se consideraba
tula rama arcaica y menor. Arcaica, porque se la asociaba con la
histoire événementielle -la vieja historiografía descriptiva de hechos
e instituciones- contra la cual luchaban las nuevas corrientes. Me-
nor, porque según los modelos analíticos vigentes la vida política
podía "explicarse" a partir de otros niveles, es decir, de aquéllos
que la determinaban en última instancia.
En ese contexto, Revolución y guerra, de Halperin Donghi, fue
excepcional. Su prólogo empezaba con esta frase que resultaba de-
safiante en 1972: "Este es ante todo tul libro de historia política".
Aunque aclara inmediatamente después que:
si se abre con un examen de la economía y la sociedad rioplatense en
transición hacia la independencia es porque pareció imposible ignorar las
dimensiones mismas de la colectividad de la que se trataba de trazar esa
historia.

Es decir, aun quien buscaba eludir toda ortodoxia no podía


analizar "la formación de una elite dirigente" sin antes referirse a
la estructura social y económica de esa sociedad en transformación.
Más aún, quizá lo más logrado del libro -sin.duda lUlO de los me-
jores trabajos de historia argentina- sea el cuidadoso estudio de
la relación entre la elite política y "los restantes sectores de la eli-
te", es decir, los vínculos entre poder político y poder económico
y social.
Por su parte, desde la sociología, en Política y sociedad en una
época de transición, Cino Cermani [1968] daba lUl apoyo histórico
a sus interpretaciones más generales, el cual revelaba lUl panorama
de la vida política de mayor complejidad que la que podfa captar
su esquema. Así, muchos de los temas que planteó, hoy vuelven
a aparecer en los estudios más recientes. De todos modos, el en-
foque de este autor remitía del análisis político al de la estructura
social, pues consideraba que ésta ofrecía las respuestas más pro-
fundas a los interrogantes que planteaba el análisis político.
Pero a partir de los setenta se comenzó a pensar la política co-
mo instancia relativamente autónoma. Quedaron atrás los marcos
interpretativos basados de una forma u otra en los postulados del
marxismo y del liberalismo clásicos que, al plantear la extinción
de la política en su horizonte utópico, mostraban una incapacidad

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108 SIETE ENSAYOS DE HISTORlOGRARA

radical para pensar lo político [Rosanvallon 1989]. Frente a la in-


suficiencia de esos modelos se fue abriendo paso una ciencia po-
lítica renovada, en cuyo marco surgirían diversas propuestas
teóricas y metodológicas. Desde la izquierda y desde la derecha
se llegó a coincidir en el centro de interés y las il1stitu.ciones se con-
virtieron en el principal objeto de análisis de la ciencia política.
Este enfoque institucional encontró un terreno fértil en América
Latina, donde adquirió un perfil propio y original [OszIak 1983].
La inestabilidad politica y la fragilidad de la democracia se con-
virtieron en el eje del debate en aquellos países que, como Argen-
tina, habían sufrido las dictaduras más sangrientas de su historia
reciente y pasado a una difícil etapa de transición y construcción
democráticas. La instauración de regímenes militares, la supresión
de los partidos y su posterior vigencia como articuladores de la
oposición a la dictadura revalorizaron las "formas democráticas"
y llevaron a explorar los procesos que produjeron su destrucción
[Mainwaring 1988]. Como señala Norberto Lechner: "si algo posi-
tivo tienen los nuevos regímenes autoritarios es habernos mostrado
la insuficiencia de nuestras concepciones de lo político" [1981, 8].
Estas preocupaciones compartidas rápidamente generaron nú-
cleos temáticos privilegiados. Primero que todo el problema del Es-
tado. Por supuesto, las investigaciones sobre esta cuestión no eran
novedad en nuestros países. La sociología de la modernización, el
desarrollismo cepalino y los estudios sobre la dependencia habían
tratado el tema del Estado, ligándolo a sus intereses centrales en
el plano socio-económico. Pero, como precisa Lechner, sólo con la
aparición de los regímenes autorit:;uios en los años setenta "el Es-
tado mismo pasa a ser el centro del análisis" [1981,301-3021.
Dentro de la problemática del Estado surgió la cuestión de la
naturaleza de los regímenes políticos que se alternaban en el poder
y el problema de la legitimidad. Parte de la atención se ha centrado
en las instituciones, los sistemas de representación y las estructuras
simbólicas, tratando de entender el cambio a partir del conflicto
en el marco de esas estructuras. Otra perspectiva enfatiza el com-
portamiento de los actores políticos, postulando su eficacia frente
a las estructuras, las cuales condicionan pero no determinan los re-
sultados de la acción política [Gallardo 1988].
Dentro de esta temática general, surgieron dos áreas sucesivas
de interés. En primer término, las instituciones y los actores que
aparecían como protagonistas de la escena política latinoamericana,

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HISTORIA POLtrICA, HISfORlA INTELECTUAL 109

bien fuese los que tenían una larga historia de relación con el po·
der -las Fuerzas Armadas o los sindicatos- o bien los que se vis·
lumbraban como fuerzas nuevas de oposición y contestación
organizada desde la sociedad civil, en particular, los llamados mo·
vimientos sociales. Sólo en un segundo momento cobró relevancia
el tema de los partidos políticos, cuando comenzaron a recobrar
visibilidad en la oposición a la dictadura militar y, mayor aún,
cuando la transición democrática los colocó como actores centrales
en la construcción de un nuevo sistema político (Mainwaring 1988,
Thompson 1988J.
En suma, éstos fueron los principales temas de debate en el
campo de las ciencias políticas latinoamericanas. Estos debates tl¡·
vieron impacto sobre la historiografía de la región. En primer lu·
gar, porque el enfoque institucional -compartido en líneas
generales por las diversas corrientes- ha enfatizado la dimensión
histórica de los procesos analizados, de modo que buena parte de
los trabajos de ciencia política incluyen un examen del pasado. Ca·
mo resultado, algunos de los trabajos más sugerentes sobre la his·
toria política argentina han sido escritos por no historiadores. En
segundo lugar, porque los historiadores han sido sensibles a los
aires renovadores y han incursionado en la historia política con in·
quietudes semejantes a las de sus colegas de la ciencia política, re--
cibiendo la influencia de sus debates y estableciendo con ellos un
diálogo no siempre fácil pero sí fecundo.
En cuanto al aspecto institucional, los ámbitos de intercambio,
producción y difusión de los trabajos de historia y ciencia política
fueron en Argentina los centros privados de investigación y, des-
pués de 1985, la nueva carrera de ciencia política creada en la Uni-
versidad de Buenos Aires, las revistas Crítica y Utopía y La Ciudad
Futura, y la colección Biblioteca Política Argentina del Centro Editor
de América Latina, CEAL. Los debates han girado en torno de los
mismos núcleos temáticos dominantes en la ciencia política.
El tema del Estado se ha abordado desde diversas perspectivas.
Guillermo O'Donnell (19821 abrió todo un campo de análisis con
su definición del "Estado burocrático autoritario" y su estudio del
caso argentino entre 1966 y 1973. Desde una óptica entroncada con
la sociología política de la década anterior, que explora la relación
entre clases sociales y poder político, este trabajo trasciende los Ií·
mites de ese enfoque en más de una página de perceptivo análisis
de las coyunturas políticas del período. De estirpe semejante son

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110 SIETE ENSA VOS DE HISTORIOGRAFÍA

los artículos de Waldo Ansaldi [1985, 1986·1987, 1989] quien --con


una perspectiva gramsciana- traza la historia de la relación entre
Estado, partidos políticos y clases sociales en la Argentina del úl-
timo siglo.
En cambio, un enfoque más estrictamente político-institucional
orienta dos libros de factura muy diferente: La formación del Estado
argentino, de Osear Oszlak [19821, y El orden conservador, de Natallo
Botana [1977]. El primero se ocupa sobre todo de la historia de
la conformación del Estado nacional, de sus embrionarios comien-
zos y de su desarrollo institucional, de su creciente poder y de su
carácter constituyente en relación con la sociedad. Corno señala
Luis A. Romero, quizá su mayor debilidad sea la "falta de un aná-
lisis pormenorizado de la política, pura y simple" y en "hacer una
historia de lo que fue, descartando qué pudo no haber sido, o ha-
ber sido de otro modo" [1983].
La preocupación central de Botana, en cambio, no es la forma-
ción del Estado sino la constitución de un régimen político, su con-
solidación en 1880 y la paulatina pérdida de legitimidad que
desembocó en su transformación hacia 1916. En la interpretación
de Botana, el conjunto de ideas y valores compartidos por la elite
de la época fue el punto de partida para la organización del Ré-
gimen de 1880 y la base de su legitimidad por tres décadas. Su
objetivo es reconstruir la trama institucional que dio solidez a ese
régimen, la que a su entender no fue seriamente cuestionada por
los conflictos políticos de la época. Subraya una y otra vez la con-
tinuidad, perdurabilidad y recurrencia de los comportamientos. El
régimen político empezó a erosionarse cuando se socavaron los va-
lores en que se apoyaban sus instituciones. El mayor atractivo de
este libro es, también, su mayor debilidad en términos históricos:
en su construcción de "esta imagen del régimen político (que) se-
meja un tipo ideal capaz de imponer coherencia concephlaJ, gene-
ralizando, a un conjunto de acciones singulares" [Botana 1977,
14-15], el autor no logra sortear el peligro que él mismo señala:
"embretar el pasado en un esquema de análisis que acentúa, en
demasía, aquellas acciones a las cuales el observador le asigna más
significado" [1977, IsJ.
Otro grupo de trabajos se ocupa de las instituciones y los ac-
tores del sistema político. Los libros más importantes sobre las Fuer-
zas Armadas han sido escritos fuera del país, por razones fáciles de
adivinar. Aquí no trataré el tema de los sindicatos y del movimiento

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HISTORIA roLtrlCA, HISTORIA INTELECTUAL 111

obrero, pues corresponde a la ponencia que Juan Carlos Torre [1990J


preparó para este mismo seminario. Me detendré, en cambio, en los
trabajos sobre partidos políticos, su historia y su dinámica.
El interés por los partidos políticos tampoco es nuevo. Aquí
no se hace referencia a las versiones apologéticas de su historia
elaboradas por cada agrupación sino a la sociología política de los
sesenta, que estudió la participación democrática y la representación
política de los diversos sectores sociales. Ya se hizo referencia al
trabajo de Germani; esa misma línea siguen los artículos más re-
cientes de Torcuato di TeUa, quien insiste en explicar las caracterís-
ticas del sistema político argentino por la ausencia de "adecuadas
conexiones orgánicas entre los partidos y las clases" [1983J.
Un enfoque más novedoso del sistema político y de los parti-
dos aparece en los trabajos de Marcelo Cavarozzi [1983J y de Li-
liana de Riz [1986], sobre la historia reciente. Haciendo énfasis en
"los valores, normas y prácticas que definen el sistema político"
IMainwaring 1984J, Autoritarismo y democracia, 1955-1983, de Cava-
rozzi, reconstruye la historia de ese período, combinando narración
y análisis en su esfuerzo por demostrar las debilidades de la cul-
tura política democrática en la Argentina contemporánea. El pe-
ronismo y, más recientemente, el radicalismo, también han sido
estudiados por los politólogos.
Los historiadores han abordado el tema de los partidos sólo
en forma puntual. Sobre el Partido Radical se había escrito muy
poco hasta la década pasada; hoy se ha comenzado a estudiar su
funcionamiento nacional y su desarrollo provincial, aquí cabe men-
cionar los análisis del radicalismo en Córdoba y en Santa FeB. Estos
trabajos monográficos participan de las nuevas formas de pensar
lo político en la óptica del historiador.
Por último, la historia ha abordado en los últimos años un pro-
blema básico para la democracia: la participación política. De nue-
vo, éste se entronca con las discusiones sociológicas de los sesenta
sobre la representación política de los distintos sectores sociales y
con los análisis de la ampliación de la ciudadanía que provenían
del análisis político. Sin embargo, la visión actual de los historia-
dores se distancia de estos enfoques para estudiar las relaciones

8. Aruña [19841, Mustapic [1984]. Tcach [1988], V¡dal [1989], Bonaudo y Son-
zogni [1989].

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112 SIETE ENSAYOS DE HISTORlOGRAFlA

entre sociedad civil y sistema político, rastreando las diversas formas


de participación de la población en la vida política. Los recientes
debates sobre el viejo tema de "los inmigrantes y la política" en los
años de la inmigración masiva revelan esta nueva óptica, así como
una creciente preocupación por pasar de las afirmaciones globales
a los estudios de casos concretos.9
Como se puede ver en el catálogo de temas, en los enfoques
para estudiarlos y en los aportes de los politólogos, la ciencia po-
lítica ha influido de modo importante en el estudio del pasado po-
lítico argentino. Más aún, casi toda la producción ha sido obra de
quienes incursionaron en la historia con los métodos y enfoques
de esa disciplina. Los trabajos con preguntas y oficio de historiador
son aún escasos, pero la historiografía muestra un creciente interés
por este campo de análisis. Sin embargo, el futuro de esta labor
no es muy claro. El reciente éxito de enfoques como el del pub/ic
choice entre los politólogos puede desviar el interés por la dimen~
sión histórica de los fenómenos políticos, limitando el diálogo entre
la ciencia política y la historia. Aunque hoy los historiadores te~
nemas nuestra propia agenda, este diálogo es indispensable para
seguir renovando la historia política.

HISTORIA INTELECTUAL LA AMPLIACIÓN DE UN CAMPO

Más impactante que la renovación de la historia política es aquella


que recorre el vasto terreno de la historia intelectual y cultural, tan~
to por la cantidad de trabajos como por la envergadura de algunos
de ellos. Esta área también tuvo escasa popularidad entre los his~
toriadores durante los años sesenta, aunque nunca estuvo tan aso-
ciada a las prácticas historiográficas arcaicas como la historia
política. José Luis Romero y Tulio Halperin Donghi transitaron ese
terreno de manera creativa -aunque fueron la excepción más que
la regla- y contribuyeron a dar densidad innovadora a esta ver-
tiente de la historia. A ellos podemos sumar los intentos de Chia-
ramonte y Weinberg que, aunque como dice Halperin "veían sobre
todo en la marcha de las ideas un aspecto parcial de un desarrollo

9. Una síntesis de esa polémica se encuentra en SAbato y Cibotti [19901. Ver,


también, SAbato [19891.

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HlSTORIA POLíTICA, HISTORIA INTELEcruAL 113

más general" [Halperin 1986, 517J Y -de acuerdo con los enfoques
predominantes en la época- tendían a subordinar la esfera de las
significaciones a otras más determinantes, también aportaron al de-
bate sobre el mundo de las ideas del pasado.
Sin embargo, la renovación en la historia de las ideas ha sido
más profunda que en la historia poütica: su objeto mismo fue cues-
tionado, ampliado y renovado, Además, recibió influencias muy
variadas, de diferentes disciplinas y campos intelectuales.
En el prólogo a El desarrollo de las ideas en la sociedad argentina
del siglo XX, José L Romero advertía que eludía "la exposición del
pensamiento sistemático, porque creo que la historia de las ideas
no puede ser una mera yuxtaposición de historias parciales de in-
numerables campos de la reflexión" [1965, 9J. Hacía referencia así
a la historia de las ideas tradicional, que se limitaba al pensamiento
sistemático y a las grandes figuras. En una perspectiva diferente
a la de Romero, el grupo de Annales venia proponiendo otra forma
de acercarse al mundo de las significaciones: la historia de las men-
talidades, que
define su objeto de manera opuesta a la de los historiadores clásicos de
las ideas: a la construcción consciente de los individuos contrapone la
mentalidad colE'Ctiva que regula las representaciones y [os juicios de los
sujetos sociales [Sábato 1986, 31].

Otras tradiciones historiográficas también remiten al mundo de


las significaciones. Tal es el caso de la lnlellectual History, cuyo au-
ge en los medios académicos de los Estados Unidos se alcanzó en
la década del cincuenta. Por ese entonces, ya se empezaban a cues-
tionar los límites de su análisis -la historia de los intelectuales o
de las elites culturales, de su producción y sus discursos- para pro-
poner una indagaci ón "en la dimensión colectiva de las ideas, in-
tentando captar los 'mitos y símbolos' típicos de cada comunidad;
el 'espíritu' de cada época y sobre todo, la esencia de la 'ameri-
canidad'" [Sába'o 1986, 291.
Aun en la tradición marxista, por la influencia que la obra de
Grarnsci ejerció sobre la izquierda europea y latinoamericana a
partir de los cincuenta, se despertó el interés por la esfera de las
ideas. De nuevo, era una visión amplia de lo cultural: la concep-
ción del mundo de las capas dirigentes, el sentido común de las
clases subalternas, la religión y el folklore, el papel de los intelec-
tuales, se volvieron tema de análisis para los gramscianos que in-
corporaron la dimensión simbólica al estudio de lo social. El embate

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114 SIETE ENSAYOS DE HISTORJOGRAÁA

estructuralista desplazó esta orientación en los twnultuosos años seten-


ta, pero ya a partir de mediados de esa década, "la cornurnadón del
althusserianismo dejó el espacio libre para la difusión de Gramsci"
{Aricó 1988, 1021 Y para el estudio de la ideología y la hegemonía,
que hizo aportes muy innovadores al pensamiento de izquierda.
También en la década del cincuenta y principios de los sesenta,
un intelectual inglés de raigambre socialista, Rayrnond Williams,
propuso una nueva manera de analizar las relaciones entre cultura
y sociedad y contribuyó a fundar lo que se llamó la corriente his-
tórico-culturalista. M.ientras que desde el marxismo clásico y desde
el estructuralismo surgían diversas aproximaciones al tema de la
ideología, en las que ésta se subordinaba en última instancia a la
esfera material, Williams proponía un "materialismo cultural" que
consideraba la producción de significados como constitutiva de lo
social. Para Altamirano: "El foco de los análisis de Williams eran
las significaciones -entendidas como ideas, pero también como es-
tructuras de sensibilidad- y el sentido que ellas conferían a las ex-
periencias sociales",10
Con estos antecedentes, el objeto mismo de la historia intelec-
tual resulta difícil de precisar. Además, en el actual momento de
búsqueda, estas vertientes de análisis que nacieron y se desarro-
llaron de manera relativamente autónoma aparecen tan cruzadas
y combinadas que hoyes difícil reconocer los límites entre historia
de las ideas, historia social de la cultura, histoire des méntalités, i/l-
telleclual lIistory ... El objeto se redefine una y otra vez.
Así, hay propuestas tan generales como la de Baker, quien con-
fiere a la historia intelectual el estudio de todas "las dimensiones
intelectivas de la acción social constituidas históricamente" [1982]
o la de Veysey, para quien puede "definirse en términos de la his-
toria de las mentalidades colectivas, de la historia de los sistemas
formales de pensamiento ... o de las dimensiones cognitivas o es-
téticas de la existencia humana" [1979]. Desde la escuela francesa,
Chartier se acerca a Williams cuando propone
por una parte, el estudio crítico de los textos, ordinarios o literarios, ca-
nónicos u olvidados... por otra parte, la historia de los libros y ... de todos
los objetos que llevan la comunicación de lo escrito¡ finalmente, el análisis

10. Para una síntesis de las propuestas de Williams, ver AItamirano [1981, 1988].
Ver, también, Sarlo [1989] .

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HIsTORIA POÚTICA, HISTORIA INTELECJ1JAt 11S

de prácticas que, de manera diversa, se apropian de los bienes simbólicos,


produciendo también usos y significaciones diferenciadas [Chartier 19891.

y así siguiendo: ideas sistemáticas, mentalidades, climas de


opinión, pensamiento no formalizado, ideologías, visiones del
mundo, prácticas culturales ... objetos múltiples, que además son
abordados de manera muy diversa. En cada proceso de construc-
ción del objeto, el diálogo con otras disciplinas ha sido decisivo.
Ya habíamos señalado que este acercamiento a otros saberes
era el segundo rasgo destacable. Es tarea ardua rastrear las hete-
rogéneas influencias que ha recibido la historia de las ideas y aqui
sólo señalaremos las más obvias. Hayden White, reflexionando so-
bre su campo de trabajo, destaca que
nuevos modelos, representados por Benjamin, Gadamer y Ricoeur, por
Habermas, Foucault y Derrida, Barthes y posiblemente J. L. Austin pa-
r&:en estar movié"ndose hacia el centro de la escena, para autorizar nue-
vas formas de mirar los textos, de inscribirlos en 'discursos' (un término
nuevo para los historiadores intel&:tuales de esta generación) y de vin-
cularlos a sus con~xtos {White 1982].

Sin duda, estos nombres no aluden a una sola coordenada y


White se acerca más. a una de ellas al elegir una manera de hacer
historia que -bajo el influjo de los enfoques hermenéuticos y de
las recientes teorías del lenguaje- privilegia el análisis semiológico
de los textos y el establecimiento de una relación dialógica con és-
tos [White 1982; 1987, "Introducción''].
Si el postestructuralismo brindó nuevos marcos de referencia,
la filología, la crítica literaria y la sociología de la literatura han
ejercido aún mayor influencia sobre la nueva historiografía, y nom-
bres como Bachtin o Bourdieu han tenido un impacto decisivo entre
los historiadores. En el caso particular de América Latina, habría que
agregar los nombres de Ángel Rama, António Candido, Adolfo
Prieto y David Viñas. También la antropología ha sido esencial en
el acercamiento al tema de la cultura. Williams ya había adoptado
en sus trabajos una concepción antropológica de la cultura "como
sinónimo de estilo o modo global de vida que incluye prácticas y
relaciones sociales, instituciones y producciones simbólicas" [Alta-
mirano 1981, 21]. Más recientemente, la obra de Clifford Geertz ha
sido una fuente de inspiración y debate para los historiadores.
En la producción historiográfica argentina de los últimos años
pueden reconocerse muy rápidamente estas novedades: una am-
pliación-multiplicación del objeto y de las maneras de construirlo

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116 SIETE ENSAYOS DE HISTOruOCRAfÍA

y una creciente apertura al diálogo con un conjunto de disciplinas


que sirven de interlocutores privilegiados para los historiadores de
la cultura. Más aún, igual que en la historia política, buena parte
de los mejores trabajos de mstoria intelectual ha sido escrita por
no historiadores. La producción de la década ha sido mucha y muy
buena. El interés por este campo surgió entre los intelectuales ar~
gen tinos a mediados de los setenta Y, a pesar de las duras condi~
dones, se crearon espacios de producción y de debate. La revista
Punto de Vista jugó un papel muy importante en la introducción
y difusión de novedades provenientes en otras latitudes, en la pro-
ducción de trabajos de historia cultural y en la discusión y el inter-
cambio interdisciplinario. Las colecciones del CEAL fueron también
un vehículo de difusión de la producción local y de rescate de tex-
tos anteriores que podían alimentar las nuevas preocupaciones por
el mundo de las ideas. Los centros privados no ocuparon en este
caso un lugar central, salvo el Cisea que albergó a un grupo de
historiadores (reunidos bajo la sigla Pehesa) que contribuyó a cons-
tituir un ámbito común con otros núcleos, Los espacios institucio-
nales se ampliaron después de 1985 tanto para quienes ya tenían
una trayectoria intelectual reconocida como para investigadores jó-
venes que hoy se vuelcan en número creciente a la historia de las
ideas. Las editoriales también están más dispuestas a publicar y,
a pesar de la crisis, hace varios años que varias editoriales impor-
tantes lanzaron colecciones con nombres como Historia y Cultura,
Cultura y Sociedad, o La Ideología Argentina.
El número de trabajos de calidad hace imposible reseñar aquí
los principales libros editados. Sin embargo, vale la pena señalar
algunas de sus características a partir de una agrupación tentativa
que atiende a los límites que en cada caso se ha impuesto a la cons-
trucción del objeto y deja de lado explícitamente los textos que no
ofrecen novedades historiográficas.
Libros como La tradición republicana, de Natalio Botana [1984],
José Ingenieros: pensar la t!ación, de Osear Terán [1986a], La Ilustra-
ción en el Río de la Plata, de José Chiaramonte [19891, exploran el
mundo de las ideas sistemáticas producidas por intelectuales.!1 Sin
embargo, sus enfoques son radicalmente diferentes. El prólogo de
Chiaramonte a un conjunto de textos escritos en el Río de la Plata

11 . Ver, también, Terán [1979, Prólogo; 1986b y 1988, Prólogo).

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HISTORIA POLITICA. HISTORIA INTELECTUAL 117

durante la Colonia tardía combina el estudio de las ideas sistemá-


ticas con una sutil indagación de las controversias filosóficas, doc-
trinarias, institucionales y políticas en el seno de la Iglesia Católica,
que dieron el tono al clima cultural de la época. Siguiendo un ca-
mino más tradicional en la historia de las ideas, Botana busca y
encuentra un hilo conductor para trazar la historia intelectual de
Alberdi y de Sarmiento y convierte ese contrapunto entre dos hom-
bres en la versión local de la tensión universal entre los paradigmas
de la virtud y del interés. Terán, en cambio, rastrea la diversidad
del pensamiento de Ingenieros, sus cambios y sus contradicciones.
Su libro tiene puntos de contacto con otra excelente obra de esta
década, LA locura en la Argentina, de Hugo Vezzetti [1983J,12 no sólo
porque ambos se interesan por el positivismo sino por la notoria
influencia foucaultiana en ambos textos que, sin embargo, eluden
cualquier ortodoxia .
Algunos trabajos de Halperin Donghi también pueden inscri-
birse en la historia de las ideas sistemáticas. Pero su producción
es, también aquí, heterodoxa y si en algunos de los artículos in-
cluidos en El espejo de la historia [1985] se reconoce una filiación
clara con la historia clásica de las ideas, el José Hernández y sus
mundos [1987] combina de manera increíblemente original una serie
de niveles de análisis que desafían cualquier clasificación.
Otro conjunto de textos estudia la producción literaria y cul-
tural desde una perspectiva histórica. Quizá el libro más impactante
sea el de Beatriz Sarlo [1988J, Una modernidad periférica: Buenos Aires
1920 y 1930, que reconstruye con maestría la atmósfera intelectual
porteña de esos años de construcción de una cultura de mezcla,
de acelerado tránsito hacia la modernidad. Trabajos previos de Sar-
lo y Altamirano y algunos ensayos de María Teresa Gramuglio de-
muestran que la crítica literaria tiene excelentes resultados cuando
ensaya el camino de la historia, que ya transitaron con éxito David
Viñas y Alfonso Prieto. 13

12. Ver, del mismo autor [1989, Prólogoj y varios artículos publicados en Punto
de Vista .
13. Sarlo y Altamirano [1983] . De María Teresa Gramuglio, ver sus artículos pu-
blicados en Plinto de Vista . Recientemente ha aparecido un tomo de la HistoriJ1 social
de la literatura argentina coordinado por Gradela Montaldo, que integra una obra
colectiva dirigida por David Viñas y reune articulos escritos desde diversas pers-
pectivas por críticos y literatos.

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118 SIETE ENSAYOS DE HISTORlOCRAFlA

Estos trabajos reconocen una constelación de influencias: desde


Barthes y Benjamin a Williams y Bourdieu, así como la obra más
reciente de Schorske y Berman, y la de 105 pioneros locales: Hal-
pedn, Candido, Rama, Viñas y Prieto. El discu.rso erial/ista en la for-
mación de la Argentina moderna, Prieto [19881- también figurará entre
las grandes obras de esta década. Su material de trabajo es la li-
teratura gauchesca del repertorio criolJista, pero su exploración es
mucho más amplia. Como señala Altamirano, su proyecto es
describir e interpretar la reactivación simbólica de un ámbito en curso
de desaparición --el escenario y [os personajes de la campaña tradicional-
donde el criollismo producirá sus estereotipos y hallará eco y funciones
sociales diversas. 14

Para lograr su objetivo no sólo recorre el circuito de la cultura


letrada sino también el de la cultura popular y, en este punto, se
interna en una problemática que ha despertado el interés de los
historiadores en años recientes.
En efecto, la cultura de los sectores populares ha sido el tema
central de una serie de trabajos y debates importantes en la Ar-
gentina. Al evaluar el impacto de las controversias en la historio-
grafía inglesa a partir de los setenta, Leandro Gutiérrez y Luis
Alberto Romero introdujeron en Argentina la problemática de la
cultura de los sectores populares en una perspectiva histórica .
Mientras que los estudios tradicionales se limitaban al análisis de
las ideologías sistemáticas socialistas y anarquistas, la aproxima-
ción que ellos proponen sigue la línea trazada por E. P. Thompson
y R Williams. Así, consideran la cultura como un "conjunto de
representaciones simbólicas y sentidos sociales, constituidos por
una sociedad pero a la vez constituyentes de ella, y de las prácticas
e instituciones relacionadas con su producción, circulación y con-
sumo" lGutiérrez y Romero 1989).15 Hoy se habla, además, de cul-
tura de los sectores populares más que de cultura popular, para
subrayar el carácter complejo, fragmentario, heterogéneo y no ne-
cesariamente alternativo frente a la alta cultura, del mundo sim-
bólico de los sectores populares.
Los trabajos publicados en la Argentina sobre este tema no sólo
recogen la influencia de estos historiadores sino también la de los

14. Altamirano [19891, comentario al libro de Prieto.


15. Ver, también, Gutiérrez y Romero [1985] y Romero [1986}.

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HISTORIA POLtrICA, HISTORIA INTELECfUAL 119

debates que generaron entre los intelectuales ingleses -sobre todo


entre los de izquierda-, así como la de los trabajos más recientes
de sociólogos de la cultura latinoamericanos como Néstor García
Canc1ini y José Brunner. Entre los textos más importantes se pue-
den citar, además de los de Gutiérrez y Romero, los de Beatriz Sar-
lo [19851 y Ricardo Falcón [1986-871_
Aquí sólo se han citado algunos trabajos producidos durante
la última década en el vasto campo de la historia intelectual y cul-
tural, aquéllos considerados más innovadores y creativos. Esta lista
no agota la extensa bibliografía publicada¡ además, deja de lado
los esfuerzos de un conjunto de jóvenes investigadores que traba-
jan en esta área pero aún no han publicado sus resultados. De to-
das maneras, la revisión es suficiente para mostrar el vigor de la
historia de las ideas en la Argentina, aunque buena parte de su
éxito no obedezca al aporte de historiadores en sentido estricto.

UN DIÁLOGO IMPRESCINDIBLE

Como se dijo antes, los últimos quince años fueron críticos para
los historiadores: estallaron los marcos teóricos y metodológicos
con que construían el conocimiento histórico. En Argentina se des-
truyeron también los marcos institucionales, y hoy la reconstrucción
es lenta y llena de obstáculos. Las visiones optimistas de progreso
social han quedado atrás y es difícil pensar el presente y el futuro
de un país que ha abandonado la senda que parecía recorrer desde
hace más de un siglo. No sorprenden, entonces, la incertidumbre
y la perplejidad. Quizá más asombroso sea descubrir que no han
llevado a la parálisis y que, así no haya grandes debates ni inter-
pretaciones globales del curso de la historia, hoy proliferan los tra-
bajos puntuales sobre temas muy diversos, inspirados en diversos
modelos historiográficos, donde las respuestas son siempre parcia-
les y acotadas.
En un artículo reciente, Roger Chartier subraya que las trans-
formaciones que está experimentando la historia no se deben tanto
a la "crisis general de las ciencias sociales" ni a los "cambios de
paradigma", sino a "la toma de distancia ... vis a vis los principios
de inteligibilidad que desde hacía veinte años gobernaban la mar-
cha de la historia" [Chartier 1989, 1508J. A medida que se derrum-
baban esos principios, se abría la posibili ' incorporar una

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120 SIETE ENSAYOS DE HlSTORlOGRAFlA

pluralidad de enfoques. Es cierto, sin embargo, que en la "toma


de distancia" y en la apertura posterior, lo que sucedía en las cien-
cias sociales no era indiferente para los historiadores; así, la crisis
de los paradigmas ha contribuido a que ningún camino sea pri-
vilegiado, a priori, a la hora de construir la historia.
Más aún, la reconstrucción de un espacio de producción y de-
bate en los campos más innovadores de la historiografía argentina
se ha logrado en conjunción con quienes, no siendo historiadores
de profesión, han impreso una flexión histórica a sus indagaciones.
Este no es el lugar para discutir cómo se delimitan las diversas
disciplinas o para evaluar si los límites han sido borrados por la
fragmentación y la multiplicación de enfoques. Se puede pensar
que si bien los préstamos y las influencias mutuas son cada vez
más importantes, subsisten diferencias de puntos de partida y de
oficio que imprimen su sello distintivo a buena parte de la pro-
ducción intelectual reciente. En ese sentido, muchos de los textos
aquí reseñados no reconocen una perspectiva propiamente histó-
rica. Sin embargo, han sido decisivos para la renovación historio-
gráfica. En tanto disciplina, los cambios en la historia argentina han
sido lentos. Los esfuerzos innovadores son aún limitados y casi tí-
midos. El diálogo con las ciencias humanas ha sido intenso y pro-
vocativo, pero en ellas no se han buscado modelos fuertes para
trasladar a la investigación histórica. En cambio, se ensayan cami-
nos diversos, búsquedas múltiples, cuyos resultados son todavía
inciertos. No sólo se trata de una incertidumbre epistemológica: en
las actuales condiciones argentinas es casi imposible pensar en el
futuro de cualquier empresa intelectual colectiva.

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El período colonial
en la historiografía argentina reciente!
Enrique Tandeter
Cedes-Conicet
Universidad de Buenos Aires

En recuerdo de Alberto CalvII a quien no dejaran


recorrer más etapas de un camino común.

AL TOMAR COMO OBJETO de estas reflexiones la historia colonial


argentina, se le define de un modo arbitrario y no muy frecuente
en los balances historiográficos: la investigación de los historiado-
res argentinos que, independientemente de su lugar de residencia,
se ocupa de los aspectos socioeconómicos del pasado colonial de
cualquier región hispanoamericana. Con toda su arbitrariedad, esta
definición remite, sin embargo, a tul campo académico hoy fácil-
mente perceptible, tanto por 105 que se sienten incluidos como por
historiadores especializados en otros períodos de nuestra historia.
Así, Hilda Sábato -una investigadora no integrante de la especia-
lidad-, al reseñar las Jornadas Argentinas de Historia Económica
celebradas en 1985, señalaba la excepcionalidad del "caso de his-
toria colonial, donde parece existir una tradición que ha encontra-
do formas de continuidad" [Sábato 1985, 30]. En lUla historiografía
signada --como tantos otros aspectos de la vida nacional- por la
discontinuidad institucional causada por la alternación de regíme-

1. Agradezco las críticas de José Aricó, José Carlos Chiaramonte, Jorge Gelman
y Ernesto Laclau a versiones previas de este trabajo. Por supuesto, el texto es de
mi exclusiva responsabilidad.

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
126 SIETE ENSAYOS DE H1STORlOGRAFlA

nes civiles y militares, merecen explorarse las razones de esa re-


lativa continuidad.
Como en otros campos de la historiografía argentina, el punto
de referencia para la historia colonial es la renovación de los es-
tudios históricos que, con distinta intensidad y características, sur-
gió en varios centros universitarios de Buenos Aires, Rosario y
Córdoba entre la caída del peronismo en 1955 y el golpe militar
de 1966 [Halperin 1972a, 1980, 1986].
José Luis Romero, figura central en el proyecto de moderniza-
ción universitaria en Buenos Aires, primero como interventor de
la Universidad y luego como Decano de la Facultad de Filosofía
y Letras, impulsó esa renovación historiográfica desde su cátedra
de Historia Social General y, más tarde, desde el Centro de Estu-
dios de Historia Social [Halperin 1980, Schwarzstein y Yankelevich
19891. A pesar de la importancia de Romero en el proyecto uni-
versitario de aquella época y del lugar que hoy concedemos a la
experiencia de Historia Social en la historiografía argentina con-
temporánea, es necesario subrayar la rnarginalidad del espacio que
aquélla ocupó junto a las cátedras e institutos universitarios tra-
dicionales. Marginalidad con respecto al currículo de la carrera de
Historia, donde sólo un curso de Historia Social General ofrecía
una visión alternativa de la historia europea desde el Bajo Imperio
hasta el siglo XX, frente a las que se desplegaban morosa mente des-
de las cátedras tradicionales. Mientras que los seminarios de His-
toria Social Argentina dictados por Tulio Halperin Donghi, desde
su refugio institucional en la carrera de Sociología, proponían un
modo distinto de recorrer la historia nacional al que sólo accedían
los estudiantes de la carrera de Historia en uso de una opción cu-
rricular. Marginalidad, también, con respecto a los añejos institutos
de investigación histórica de la Facultad de Filosofía y Letras, frente
a los cuales Historia Social se estableció, deliberada y modestamente,
en un nivel institucional inferior como Centro de Estudios.
Ceferino Garzón Maceda, por su parte, tuvo una inserción algo
mayor en las estructuras tradicionales de la Universidad de Cór-
doba. En 1956 accedió a la Dirección del Instituto de Estudios
Americanistas de la Facultad de Filosofía y Humanidades. Sin em-
bargo, su cátedra de Historia Económica formaba parte de la Fa-
cultad de Ciencias Económicas y, aun en el Instituto, su base se
localizaba en la nueva Sección de Investigaciones en Historia Eco-
nómica y Social.

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PERlooo COLONIAL EN LA HISTORIOGRAFíA ARGENTINA 127

En Rosario se desarrolló el intento más orgánico dentro de la


estructura universitaria, con la designación de Nicolás Sánchez Al·
bomoz como Director dellnstituto de Investigaciones Históricas de
la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad del Litoral y
de su Anuario.
Describir en toda su complejidad ese período de renovación
implica ubicar a sus protagonistas mayores en el campo de la cul-
tura nacional durante el peronismo -en especial en los años pre-
vios al fin del régimen en 1955- y el período posperonista [Terán
1988, 3-7; Sigal 1986]. En este trabajo sólo serán tratados algunos
puntos de confluencia de la actividad docente e investigativa de
esos grupos renovadores. Uno de ellos fue, sin duda, su filiación
con la escuela francesa de los Annales. La "historia problema", que
Febvre y Bloch postularon en la década de los treinta en oposición
a la "historia de acontecimientos", conservaba todo su valor po-
lémico en la Argentina posperonista, cuando los epígonos de la
Nueva Escuela Histórica recuperaron las posiciones de poder en
las universidades. El aséptico apego de estos investigadores al
"método histórico", definido de una vez y para siempre por Bern-
heim, rechazaba todo intento de explicitación del problema y de
su relevancia. Así, la referencia a los Annales, aunque desde posi-
ciones marginales, cuestionaba los núcleos tradicionales de docen-
cia e investigación.
La renovación de la enseñanza fue especialmente notoria en la
cátedra de Historia Social General. José Luis Romero inició un ex·
cepcianal trabajo de acercamiento de sus estudiantes a las corrientes
más novedosas y a las cuestiones más debatidas de la historiografía
contemporánea. Las traducciones internas de artículos y ponencias
permitían conocer toda la riqueza de las investigaciones históricas
en arras latitudes, tanto en su variedad metodológica y técnica co-
mo en la diversidad de sus interpretaciones.
La historiografía francesa también inspiró el programa de in·
vestigaciones de los grupos renovadores. El énfasis en la historia
económica y social, y, en particular, la elaboración de series his-
tóricas para el análisis cuantitativo fueron rasgos distintivos de
muchas investigaciones realizadas en Buenos Aires, Córdoba y Ro-
sario. Por otra parte, la interacción con las ciencias sociales, que
los Annales postulaban imprescindible, se vio favorecida en Buenos
Aires -no sin conflictos- por la creación de las carreras e institutos
de sociología y psicología en la Facultad de Filosofía y Letras, y

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128 SIETE ENSAYOS DE HISTORIOGRAfÍA

la Licenciatura en Economía Política en la Facultad de Ciencias


Económicas.
Vale recordar que los Annales de la década del cincuenta -a
diferencia de su período iniciaL antes de la guerra mundial- se
concentraban en trabajos sobre los siglos xv a XVIIT europeos [Wes-
seling 1978, 185-194]. Sus propuestas metodológicas encarnaban,
preferentemente, en investigaciones sobre sociedades y economías
análogas a las hispanoamericanas coloniales. Eso llevó a que el pe-
ríodo colonial se destacara en la producción historiográfica reno-
vadora argentina.
El interés de Halperin Donghi sobre la época de la Revolución
de la Independencia lo llevó a publicar en 1961 un estudio sobre
el lugar de la tradición política española en ese proceso y fragmen~
tos de lo que sería su obra mayor sobre el tema, en un fascículo
y en sendos artículos de los dos números de la revista que publicó
el Centro de Estudios de Historia Social [Halperin 1964, 1965,
1966].2 Las admirables páginas que Halperin dedicó a la estructura
prerrevolucionaria contrastaban en forma inusitada con la historio-
grafía colonial prevaleciente hasta entonces.
Pero fue en Córdoba y en Rosario donde se percibió con mayor
nitidez la abundancia y calidad de las fuentes coloniales disponi-
bles para una historia seriaL Ceferillo Garzón -también interesado
en la historia colonial- orientó con firmeza a sus estudiantes hacia
la búsqueda y parsimoniosa exploración de las que se encontraban
en repositorios cordobeses [Garzón 1968).3 ASÍ, después de casi
treinta años de investigaciones y publicaciones dedicadas al estu~
dio de grandes hombres o de acontecimientos singulares, el catá-
logo de ediciones del Instituto de Estudios Americanistas registró
en 1965 el primer resultado de su nueva orientación en una mo-
nografía, "con 17 cuadros", sobre El tráfico de esclavos en Córdoba
1588-1610, a la que seguirían otras más [Assadourian 1965]. Nicolás
Sánchez Albornoz, junto a sus trabajos sobre la España del siglo
XIX, se dedicó -e impulsó a muchos estudiantes y jóvenes egresa-
dos- a explotar las fuentes americanas aptas para elaboración serial.
Demografía e historia económica fueron los ternas de los numero-
sos trabajos reunidos en los números 6, 7 Y 8 del Anuario de Ro-

2. Ver, también, Ha!perin [1972c).


3. Ver, también, los trabajos incluidos en el Homenaje al Dador Ceferina Garzón
Maceda, Córdoba 1973.

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PERIODO COLONIAL EN LA HlSTORlOCRAFfA ARGENTINA 129

sario, el último de los cuales se dedicó a la América colonial [Sán-


chez 19651.
Los innovadores trabajos de Buenos Aires, Rosario y Córdoba
encontraron ámbitos de discusión y divulgación en las reuniones
académicas organizadas desde 1963 y en la nueva Asociación de
Historia Social y Económica. Publicaciones y Actas reflejan la ac-
tiva participación de académicos extranjeros con intereses afines,
franceses en particular. Ruggiero Romano combinará sus visitas
con investigaciones sobre la historia colonial chilena y rioplatense,
lo que tendría importantes consecuencias para el campo que esta-
mos comentando.
En el terna de la historia colonial es necesario tratar la relación
entre la renovación historiográfica y el marxismo, sobre todo a co-
mienzos de los sesenta. Más que las posiciones de los protagonistas
mayores frente al marxismo, importa subrayar los casos de jóvenes
que entonces se iniciaban en la investigación o que aún eran es-
tudiantes de las carreras de Historia en Buenos Aires, Rosario o
Córdoba, y que militaban en organizaciones políticas de la izquier-
da. Su militancia los llevaba a adherir con entusiasmo a la reno-
vación historiográfica y a participar en cátedras y proyectos de
investigación. Al tiempo, adelantaban sus propias polémicas ideo-
lógico-políticas dentro y desde el campo de la izquierda, varias de
las cuales se referían a la historia y a la historiografía argentinas.
Así, en la primera época de la revista Pasado y Presente -editada
en Córdoba entre 1963 y 1965 por un grupo gramsciano escindido
del Partido Comunista-, junto al análisis y discusión de la actua-
lidad nacional, se encuentran colaboraciones de jóvenes que, por
esos años, se iniciaban en la dura exploración de los archivos y
textos coloniales [Chiaramonte 1963, Arcando 1963, Assadourian
1964].4 Por entonces, las publicaciones monográficas que editaban
los autores renovadores eludían la polémica abierta con las gran-
des líneas de la historiografía nacional, mientras que las interven-
ciones en los órganos político-culturales de la izquierda eran, en
general, revisiones bibliográficas extremadamente críticas.
Los militantes de organizaciones de izquierda se adhirieron a
la renovación historiográfica no sin matices. Era natural que, entre
la producción del grupo de Annales, los marxistas argentinos si-

4. Sobre la revista, ver Aricó 11987].

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130 SIETE ENSAYOS DE HlSTORlOGRAFlA

guieran con más atención la de aquéllos que, corno Pierre Vilar,


compartían sus preferencias ideológico-políticas. En cambio, el por-
menorizado análisis de la obra de Fernand Braudel, de Halperin
Donghi [1962], se consideró como un ataque al marxismo y fue res-
pondido desde las páginas de Pasado y Presente [Del Barco 1963].
El uso de fondos extranjeros para la financiación de investigaciones
históricas también fue motivo de discrepancia entre algunos mili-
tantes de izquierda y otros historiadores renovadores.
El golpe militar de 1966 y la subsiguiente intervención de al-
gunas universidades nacionales pusieron punto final a esa etapa
de renovación historiográfica. Pero hacia esa misma época, la his-
toria colonial se perfilaba como un área privilegiada en la que se
reunían las grandes líneas de investigación histórica formuladas en
los años pasados con la variada problemática intelectual que preo-
cupaba a la izquierda, pues en las discusiones de la izquierda la
interpretación del pasado ocupaba un lugar importante.
En el debate de la izquierda latinoamericana en la década de
los sesenta no sólo fueron importantes los grandes procesos polí-
ticos internacionales (Revolución Cubana, conflicto China-URSS,
Khruschev, por ejemplo) sino también los insumas teóricos, bien
fueran las elaboraciones conceptuales o la edición de textos de
Marx hasta entonces ignorados. Uno de éstos fue Fonnaciones eco-
n6micas precapitalistas, texto marxiano que, a partir de su publica-
ción en francés e inglés en 1963, reactivó el tema del llamado
"modo de producción asiático" y, en un ámbito más general, la
discusión sobre las etapas en la evolución de la humanidad. El
temprano interés que éste suscitó en la izquierda argentina remon-
ta a 1965, en un artículo de Pasado y Presente y en las dos ediciones
argentinas simultáneas del texto de Marx [Del Barco 1965, Marx
1966, Aricó 19661.
Otro campo de debate surgió con la difusión en español de la
polémica en torno a los Estudios sobre el desarrollo del capitalismo
[1946] de Maurice Dobb y las críticas que Paul Sweezy hizo en
1950 a su explicación de la "transición del feudalismo al capita-
lismo" y, en particular, al papel del capital mercantil [Sweezy el
al. 1967]. La interpretación del pasado adquirió más urgencia po-
lítica en un tercer debate de la izquierda latinoamericana genera('o
por los trabajos de André Cunder Frank [1967], donde se puso de
relieve que la caracterización de las sociedades latinoamericanas --el
que fuesen "feudales" o "capitalistas" desde la época colonial- in-

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PERíODO COLONIAL EN LA HlSTORlQGRAFlA ARGENTINA 131

fluía más o menos directamente en la elección de estrategias al-


ternativas para la acción política contemporánea. Ese debate ya te-
nía antecedentes en América Latina [Chiaramonte 1983]. En la
Argentina, Sergio Bagú [1949a, 1949b1 había planteado mucho an-
tes una interpretación cercana a la de Cunder Frank. Mucho antes,
Rodolfo Puiggrós [1940], en cambio, había caracterizado las socie-
dades coloniales americanas como feudales y, residente en México,
lanzó uno de los primeros ataques contra la obra de Frank.5 Pero
fueron otros dos jóvenes historiadores argentinos, también residen-
tes en el exterior, los que criticaron el "circulacionismo" de Frank
inspirados directamente en los debates europeos sobre la "transi-
ción" fLadau 1969, 1971; Assadourian 19711.6
Estas polémicas confluyeron, en todo el continente pero muy
especialmente en la Argentina, en el debate sobre los modos de
producción en América Latina de los setenta, donde la lectura al-
thusseriana de Marx alcanzó su momento de máximo predominio
[AAVV 19731. Ese momento ideológico tuvo un correlato institucio-
nal en Argentina cuando -como parte de las experiencias univer-
sitarias iniciadas en el gobierno peronista de 1973, que perduraron
por un escaso par de años- buena parte de la enseñanza de la his-
toria americana y argentina se organizó explícitamente dentro de
ese marco concep:ual.
No era eviderte que las cosas iban a ocurrir de ese modo. El
perorusmo y sus tendencias más radicalizadas -a las que se entregó
el control de las universidades- tenían otras referencias ideoló-
gicas; sobre todo a líneas de pensamiento nacionalistas cuya tra-
dición historiográfica se remontaba al revisionismo rosista de la
década del treinh, el cual ejerció gran influencia en las univer-
sidades durante los gobiernos peronistas previos a 1955 [Hernán-
dez 1960].
El revisionism) compartía el marcado sesgo prohispánico de la
historiografía ofical que impugnaba. En estudios y declaraciones
de la Academia flíacional de la Historia, esta última había defen-
dido la peregrina rlea de que "las Indias no eran colonias" [Levene

5. El debate entre G.ll1der Frank y Puiggr6s fue publicado en el Galio Ilustrado,


sup lemento dominical de El día de México en 1965 y reproducido en IzquierdD Nu-
ciO',zaI3, 1966, Buenos Aires.
6. Ladau [1971} y Pssadourian [1971} fueron reproducidos en "Modos de pro-
d woción en América L1ina", Cuadernos rk Pasado y Presente 40, Córdoba 1973,23-81 .

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132 SIETE ENSAYOS DE HISTORl(X;RAFIA

19511. Por su parte, los impugnadores revisionistas siempre tuvie~


ron dudas acerca de si los indígenas que poblaban el territorio an-
tes de la llegada de los españoles tenían alguna relación con la
historia patria (Quatrocchi 1989; 227, 335-336]. Los historiadores
que fueron convocados en 1973 para llenar las cátedras de Historia
Colonial compartían, en su mayoría, las posiciones políticas de las
autoridades universitarias; sin embargo, sus referencias ideológicas
fueron los debates de la izquierda que ya mencionamos y, en par-
ticular, la propuesta althusseriana.
Las discusiones sobre el "modo de producción asiático" habían
cuestionado la idea de una senda única de evolución social y, con
ella, el carácter inevitable y progresivo de la sucesión de etapas
propia de Europa occidental. Se señalaba entonces la especificidad
de las sociedades americanas antes de la Conquista y se subrayaba
el carácter traumático de las transformaciones que ésta produjo,
buscando recuperar la "visión de los vencidos", En conjunto, los
debates sobre el "modo de producción asiático" y la "transición
del feudalismo al capitalismo" enfatizaron la excepcjonalidad del
feudalismo europeo y el carácter endógeno de su transición al ca-
pitalismo. Así, reavivaron el interés por identificar las rasgos pro-
pios de las sociedades indígenas antes de la Conquista y de las
nuevas formas sociales que surgieron de ésta. Las impugnaciones
a los textos de Gunder Frank -quien pretendía subsumir toda la
historia latinoamericana desde el siglo XVI dentro del "capitalis-
mo"- acentuaron ese interés. La vivacidad de los debates y su par-
ticular referencia al período colonial atrajeron a nuestro campo
numerosos estudiantes de historia. Ensayistas de izquierda también
consideraron que la historia colonial era un lugar importante de
intervención ideológica [Ramil y Pérsico 1974J.7
Pero la clave del momento era la lectura althusseriana de Marx.
En esos años, ésta parecía ofrecer una guía infalible para que la
indagación histórica rindiera rápidos y opíparos frutos. Los cursos
universitarios más variados incluían una sección propedéutica so-
bre las categorías básicas de la nueva propuesta. El espejismo con-
sistía en creer que el uso riguroso de esas categorías garantizaba
una investigación histórica de alta rentabilidad, en la que el estudio
de un grupo de haciendas o plantaciones contribuiría al conoci-

7. Un ejemplo más tardío es Vargas (19831.

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PERIoDO COLONIAL EN LA HISTORIOGRAFÍA ARGENTINA 133

miento de una parcela de la historia regional y a la taxonomía histórica,


al anunciar el descubrimiento de un nuevo modo de producción.
Esa etapa universitaria de extrema politización fue interrum~
pida en Buenos Aires ya en 1975 y con el golpe militar de 1976
desaparecieron sus rastros en todo el país. Sólo algunos de los pro-
tagonistas de la renovación historiográfica del período 1955-1966
retornaron a los claustros universitarios entre 1973 y 1976, pero la
mayoría de los profesores de estos años habían sido estudiantes
de las cátedras renovadoras durante ese primer período. La inter-
vención militar de 1976 llevó a un exilio de dimensiones inéditas
entre los intelectuales argentinos. En 1966, unos cuantos historia-
dores formados habían encontrado ubicación como docentes en
universidades extranjeras, otro pequeño grupo mantuvo una limi~
tada actividad académica en el país y muchos jóvenes egresados
y estudiantes vieron frustrados para siempre sus proyectos histo-
riográficos.
En 1976, en cambio -en el contexto de una feroz represión ge-
neral- se produjo un exilio masivo de estudiantes, historiadores jó-
venes y docentes. A quienes pudieron continuar la actividad
académica en el exterior se les abrió una nueva perspectiva. Un
nutrido grupo logró una formación regular de posgrado en Europa
o en Estados Unidos. En forma paradójica, la difícil situación de
exilio traería consigo una notable profesionalización de la investi-
gación histórica argentina. Por otro lado, con respecto a esa pro-
fesionalización, el programa de investigaciones en el campo de la
historia colonial más o menos implícito en los desarrollos docentes
de 1973-1976 sólo podría cumplirse con el paulatino abandono del
enfoque althusseriano.
En primer lugar, por sus mismas limitaciones. B Mientras que
en el marxismo europeo ese alejamiento daría lugar a una profusa
bibliografía crítica y autocrítica, en la historiografía argentina se
destaca el solitario y valiente esfuerzo de José Carlos Chiaramonte,
que en 1983 publicó una serie de trabajos dedicados a
examinar las dificultades empíricas y teóricas del esfuerzo por interpretar
y periodizar la historia latinoamericana. Propósito [que] concierne, fun-
damentalmente, al uso de categorías como modo de producción, feuda-
lismo, capitalismo, y otras vinculadas a ellas [Chiaramonte 1983, 131.9

B. Un temprano llamado de atención se encuentra en Tandeter (19761.


9. Entre la bibliografía europea, ver en especial Hindess 11977] y Wolpe (1980].

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134 SIETE ENSAYOS DE HISTORlOGRAAA

En la historia colonial, los cambios en los marcos ideológicos


obedecieron también al mayor contacto con la historiografía lati-
noamericana y al creciente número de estudios anglosajones)O Lo
significativo de todo esto fue la confluencia con los programas de
investigación y las ideas de la etapa renovadora de 1955-1966.
En efecto, la historia serial había hecho ya algunos aportes im-
portantes sobre el período colonial pero la interrupción de 1966 ha-
bía dejado pendientes proyectos de investigación mucho más
ambiciosos: el estudio integral de los flujos mercantiles a partir de
las fuentes fiscales, la reconstrucción de series de precios y el aná-
lisis de los registros parroquiales, entre otros, se consideraban de-
seables hacia 1966 [Romano 1963; Altimir el al. 1965, 1966; Sánchez
1967; Arcando 1968]. La influencia de Ruggiero Romano sobre un
buen número de historiadores argentinos que completaron sus es-
tudios de posgrado en la École des Hautes Éhtdes en Sciences So-
ciales de París fue determinante tanto para la elección de la historia
colonial como para el reencuentro con los temas y las orientaciones
de una época de la universidad argentina en la que él había par-
ticipado directamente.
Después de 1976, dentro de Argentina también hubo desarro-
llos que, algo paradójicamente, confluirían de manera tardía con
el campo de la historia colonial que se estaba redefiniendo en el
exterior. En particular, el Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas, Conicet, en los años del gobierno militar au-
mentó sustancialmente el apoyo a las ciencias sociales, que había
sido muy escaso desde su creación en 1956, permitió el ingreso de
cuarenta historiadores de todo el país a la Carrera dellnvestigador
y concedió un mayor número de becas internas de investigación.
Este proceso ocurrió bajo la hegemonía de los sectores más tradi-
cionales de la historiografía argentina en general y, en particular,
de historiadores coloniales de inspiración hispano-católica. Sin em-
bargo, el incremento de los investigadores y becarios dedicados a
la historia y la multiplicación de actividades académicas --como los
Congresos de Historia Regional convocados por la Academia Na-
cional de la Historia y las Jornadas de Historia Económica- con-
tribuyeron a la profesionalización. Con el paso de los años, ésta,
a su vez despertó el interés -entre algunos de los más jóvenes-

10. Para UIl buen resumen de los aportes anglosajones acerca del Río de la Plata,
ver Socolow (1984).

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PERlODO COLONIAL EN LA HISTORIOGRAFÍA ARGENTINA 13S

por las nuevas corrientes y los nuevos temas que surgían fuera de
la Argentina favorecido por los viajes al exterior y por el contacto
con historiadores que retornaban al país y renovaban una actividad
académica marginal que nunca se había interrumpido por comple-
to.
Con el retorno de la democracia en 1983 se produjo una gran
expansión de la actividad historiográfica en la Argentina. Sin ex-
clusión de profesores e investigadores que en ese momento traba-
jaban en las universidades y el Conicet, numerosos historiadores
que habían estado en el exilio -exterior e interior- se incorporaron
a los claustros docentes y a los centros de investigación. El Conicet
apoyó la investigación histórica mediante un gran aumento del nú-
mero de becas internas de investigación y un programa de subsi-
dios a equipos y publicaciones.

LOS TEMAS

Los congresos, libros y revistas recientes ponen de presente la de-


finición y consolidación del campo de la historiografía colonial
argentina. Esa historia --que hasta ahora se ha seguido en sus trans-
formaciones institucionales y sus cambios ideológicos- también pue-
de rastrearse en las obras individuales y los núcleos temáticos
compartidos. Carlos Assadourian es un historiador fundamental en
la conformación de la historiografía colonial argentina. Alumno de
Garzón Maceda en Córdoba, prosiguió en Chile su carrera de in-
vestigador, hasta el golpe de 1973 que lo hizo volver por pocos
años a la Argentina; luego se instaló definitivamente en México.
Además de sus primeras monografías, antes de dejar Córdoba ya
había escrito la síntesis del período colonial temprano para la His-
toria Argentina que, bajo la dirección de Halperin Donghi [1972dJ,
reunió a muchos exponentes de la renovación historiográfica de
1955-1966. A comienzos de los setenta publicó su conocida crítica
de Gunder Frank, pero será a finales de esa década y comienzos
de la siguiente cuando dará a conocer una sucesión de textos de
gran importancia [Assadourian 1979, 1982; Assadourian el al. 1980].
Ya desde sus tempranas monografías cordobesas, Assadourian
se había interesado en el papel de la minería potosina en el ámbito
rioplatense. Pero en su obra madura postula -más en general- que
para entender cabalmente la dinámica de la economía colonial era

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136 SIETE ENSAYOS DE H1STORlOGRAFIA

necesario desplazar el énfasis que la historiografía había dado al


comercio trasatlántico hacia los centros mineros. Su obra no s610
desmonta los mecanismos de la producción de la plata potosina
sino que también estudia las consecuencias de su localización para
una gran extensión geográfica que Assadourian define como el es-
pacio peruano. Su análisis comprueba la relativa autosuficiencia del
espacio peruano y el bajo peso de las mercancías europeas y asiá-
ticas en la circulación interna americana. El abastecimiento de los
centros mineros -principalmente de Potosí- y de los centros urba-
nos llevó a la especialización en la producción de alimentos, ma-
nufacturas e insumas de distintas regiones de ese espacio, definido
por una trama de circuitos mercantiles entre puntos geográficos
que, excepto los puertos ultramarinos, teman entre sí relaciones
más intensas y más frecuentes que con cualquier punto de fuera
del espacio. En consecuencia, la dinámica económica del espacio
dependía fundamentalmente de los centros que generaban esa de-
manda y, en forma particular, de la minería potosina. El tráfico tra-
satlántico perdía así la primacía absoluta que la historiografía le
había asignado como motor de la economía colonial.
Assadourian expresaba en 1982 el convencimiento de que sus
aportes acerca de la existencia y el funcionamiento del mercado in-
terior
permiten reordenar la discusión sobre los modos de producción en Amé-
rica Latina, [y} dejar de lado la estéril controversia entre modelos pura-
mente abstractos, estáticos [Assadourian 1982].

Assadourian estimuló, en efecto, varias lineas de investigación


que conjugan la historia económica serial de inspiración francesa
y la teoría marxista, ese rasgo tan peculiar de su obra. La hipótesis
acerca del mercado interno ha sido explorada por historiadores ar-
gentinos en dos tesis francesas sobre la región del Paraguay y el
puerto de Buenos Aires [Garavaglia 1983, Moutoukias 1988a]. Sus
ideas son uno de los puntos de partida de una tesis española, de
autor argentino, sobre la articulación entre el comercio trasatlántico
de la costa pacífica y la circulación interna [Malamud 1986). Tam-
bién han inspirado la investigación de dos autores argentinos sobre
el comercio interno novohispano [Garavaglia y Grosso 1987, 1989].
La circulación rioplatense en el período colonial tardío ha sido es-
tudiada por Wentzel {l988].
Al definirse cada vez más nítidamente -desde el punto de vis ta
temático- como una investigación de la problemática andina, la

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PERfODO COLONIAL EN LA HISTORlOGRAÁA ARGENTINA 137

obra de Assadourian ha confluido con la pujante etnohistoria de-


dicada a los Andes y producido una singular reactivación del in-
terés por Potosí, por todo el Alto Perú -actual Bolivia- y por la región
noroeste del actual territorio argentino. La insistencia de Assadourian
en la importancia de la minería ha estimulado, en la historiografía
argentina, el análisis de Potosí en el siglo XVIII [Tandeter sJ.]. Tra-
bajos de investigadores argentinos ocupan un lugar importante en
los análisis recientes de la problemática de la mercantilización de
las sociedades andinas durante el período colonial, donde se des-
taca el uso de fuentes fiscales -como los registros de alcabalas- cuya
necesidad se había planteado en los años sesenta. 1l Otras fuentes
seriales, como las de diezmos y precios, hoy se usan con más fre-
cuencia [Tandeter y Wachtel 1983]. La propiedad de la tierra y sus
formas de explotación en las regiones andinas han visto aportes im-
portantes [Madrazo 1982 y Santamaria s.f.]. Las comunidades indíge-
nas, sus líderes étnicos y las rebeliones son también tema de gran
interés [Cangiano 1987; Serulnikov 1988, 1989J. La influencia de la
etnohistoria andina es más visible en las investigaciones realizadas
en el Instituto de Ciencias Antropológicas de la Facultad de Filosofía
y Letras de la Universidad de Buenos Aires. 12
El reencuentro de las técnicas e ideas historiográficas de ins-
piración francesa con la problemática del marxismo y su confluen-
cia con la etnorustoria han provocado, naturalmente, acercamientos
y rechazos. Entre los primeros, cabe mencionar los de algunos in-
vestigadores que iniciaron su carrera en el Conicet, en los años pre-
vios al retorno al régimen democrático en 1983, que hoy participan
plenamente en la vida académica renovada y ampliada e influyen
y son influidos por el intercambio de ideas. Un ejemplo paradig-
mático es el de Gastón Gabriel Doucet -historiador de formación
jurídica- cuyos eruditos trabajos sobre la encomienda en el Río de
la Plata han pasado de un enfoque rígidamente institucional a la
inclusión cada vez mayor de referencias sustantivas a la realidad
étnica, social y económica de los indígenas encomendados [Doucet

11. Véanse los artículos de Carlos Assadourian, Enrique Tandeter, Vilma Mille-
tich, María M. Qllier, Beatriz Ruibal, Daniel 1. Santamarla y Liliana Lewinski, en
Harris el al. [1987].
12. Véanse 10$ capitulos dedicados a los aborígenes del noroeste y las guerras
calchaquíes en Ottonello y Lorandi [1987]. Ver también Lorandi 119841, Lorandi
y Boixadós [1987-88], Lorandi y Bunster [1987-88] y del Río y Presta [1984J.

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138 SIETE ENSAYOS DE HlSTORJOGRAÁA

1989]. En cambio, desde algunas posiciones de izquierda, la pro-


fesionalización historiográfica en el campo de la historia colonial
es vista como un abandono del carácter crítico de la investigación
de. la realidad social [Rodríguez 1985).
Un área específica en la que ha cobrado fuerza un cuestiona-
miento análogo es la historia rural de la campaña bonaerense en
el siglo XVIII, donde hasta hace muy poco predominaba una visión
que subrayaba, a la vez, el predominio de la ganadería vacuna en
grandes explotaciones y la importancia del gaucho entre la fuerza
de trabajo que empleaban. Las referencias ineludibles de esta sín-
tesis son algunas obras producidas durante la renovación historio-
gráfica de 1955-1966, aunque algo distantes de las corrientes
universitarias [Coru 1956, 1969; Giberti 1954; Rodríguez 1968]. Des-
de 1983, investigadores formados y sus becarios se han volcado
masivamente a los estudios monográficos sobre la historia rural co-
lonial tardía, los cuales ponen en cuestión varios aspectos de esa
imagen tradicional. Como bien señala Jorge Gelman [1989-90L la
clave de esos cuestionamientos es el uso de una variedad de fuen-
tes que habían sido descuidadas. Así ocurre con las series de diez-
mos, que han abierto un debate entre los mismos revisionistas
sobre la reducción del papel que jugaba la ganadería con respecto
a la agricultura [Garavaglia 1987, Amaral y Ghio en prensa]. Las
contabilidades de estancias, por su parte, han suscitado un debate
acerca del verdadero grado de la inestabilidad de la mano de obra
y de sus causas; algunos autores subrayan factores relacionados con
la oferta de trabajadores y otros, con la demanda de las empresas. lJ
Sea como sea, de esos debates ya sillge con claridad una cam-
paña rillal en la que había una abigarrada variedad de actividades
económicas y sectores sociales. L"1 explotación sistemática de los
abundantes padrones coloniales de población está apenas en sus
inicios y contribuirá a precisar los contornos de esos "campesinos"
que hoy parecen ocupar el primer plano, antes reservado a "es-
tancieros" y "gauchos".
No sin sorpresa, es posible comprobar que la síntesis tradicio-
nal así disuelta es defendida con ardor desde posiciones de izquier-
da que también en este campo aducen que la multiplicación de

13. Véase en particular la polémica sobre gauchos, campesinos y fuerza de trabajo


en la campaña rioplatense colonial, con contribuciones de Carlos Mayo. Samuel
Amaral, Juan Carlos Garavaglia y Jorge Gelman, en Mayo el ¡¡I, [19871.

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PERIODO COLONIAL EN LA HISTORJ(X;RAÁA ARGENTINA 139

monografías lleva a una pérdida del carácter cuestionador de la


investigación histórica. Lo que parece estar en juego en el campo
de la historia rural colonial es el temor de que el derrumbe de la
imagen previa arrastre consigo la visión de los ganaderos como
sector dominante de la sociedad colonial rioplatense [Azcuy 1988J.
Sin embargo, los trabajos recientes han dedicado mucha aten-
ción al estudio de los sectores dominantes. Varios se han dedicado
a ese tema en ¡!l Río de la Plata durante los siglos XVII y XVIII [Sa-
guier 1982, Gelman 1985, Fradkin 1987, Moutoukias 1988b, Mecle
1989]. Otros investigadores argentinos han tratado la cuestión de
las elites en otras regiones americanas, incluyendo el ámbito ecle-
siástico [Mayo 1984; Peire 1988, 1989, s.f.; Grosso 1989]. Muchas
de estas obras incorporan la novedosa temática de la mujer y de
la familia Cicerchia [1990].14
El interés por los sectores dominantes se asocia, naturalmente,
al estudio del Estado colonial. Un importante libro de Halperin
Donghi estudia en detalle las finanzas del Estado rioplatense entre
fines del siglo xvm y la primera mitad del siglo XIX [Halperin
1982]. Samuel Amaral ha suscitado un debate acerca de los datos
de la contabilidad del Estado colonial que, sin duda, llevará a una
mayor precisión en futuras monografías. 15
Un último campo que merece comentario es el de la demogra-
fía histórica. Nicolás Sánchez Albornoz, su principal promotor des-
de el Instituto de Investigaciones Históricas de Rosario antes de
1966, continuó dedicando atención, entre sus múltiples intereses,
a la demografía histórica colonial. a la andina en especial, lo que
ha contribuido a la reactivación de este campo en la Argentina

14. En las Jornadas sobre "Familia y mujer, siglos xvrn y XIX", Buenos Aires,
Cedes, 1989, se presentaron, entre otros, los siguientes trabajos sobre el periodo
colonial: Suárez, Teresa, "Género y sociedad en una sociedad colonial marginal.
Santa Fe, 1680-1690"; Palermo, Silvana, "Familia y sectores populares en Buenos
Aires en la segunda mitad del siglo XVIII"; Mayo, Carlos, "La mujer robada: plebe
rural y relaciones extra matrimoniales en el Río de la Plata, 1750-1838"; Canedo,
Mariana, "La familia rural en la primera mitad del siglo XVIII en San Nicolás
de los Arroyos"; Paz, Gustavo L, "Familia y política en el Noroeste Argentino,
1780-1850"; Mallo, Silvia, "La mujer porteña de mediados del siglo xvm. Ideales
y realidad".
15. Amaral [1984), seguido de comentarios de Javier Cuenca, 10M TePaske, Her-
bert Klein, J. R Fisher y Tulio Halperin, Hispanic American Histarical Review 64,
2, mayo, 297-322.

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140 SIETE ENSAYOS DE HISTORJOGRAFtA

[Sánchez 1978, 1982a, 1982b, 1982c, 1983a, 1983b[. También se debe


decir que en los cursos del Celade, en Córdoba, se ha entrenado
un grupo de demógrafos que se orientan hacia la historia, inclu-
yendo la colonial {Celtan 1987J. Además, los censos y registros pa-
rroquiales se explotan sistemáticamente en relación con los temas
más generales reseñados hasta aquí y, en algunos casos, en relación
con las fluctuaciones climáticas y econórnicas. 16

A MODO DE CONCLUSIÓN

Se partió de una aparente continuidad en la historiografía colonial


que la diferencia de otras áreas de la historiografía argentina. Sin
embargo, este recorrido ha mostrado que las graves alteraciones
de la vida institucional y sus penosas consecuencias para la actividad
universitaria han afectado todos los campos historiográficos de
modo similar. A la vez, la profesionalización de la investigación
histórica fuera y dentro de la Argentina también ha llegado a di-
versas especialidades en los últimos quince años. La singularidad
de la historia colonial se presenta en los contenidos específicos de
su profesionalización. Estos son el resultado de una confluencia de
ideas, métodos y proyectos de la etapa de renovación historiográ-
fica que se dio en las universidades argentinas entre 1955-1966 con
las preocupaciones teórico-políticas de la izquierda de las décadas
de 1960 y 1970.
La referencia al pasado inmediato de la disciplina y a los pro-
yectos de hace décadas que apenas ahora pueden fructificar implica
cierta fuerza y cierto anacronismo. Investigadores más maduros o
más jóvenes han compartido en estos el entusiasmo por pagar en
monografías las deudas del pasado. Quizás en el futuro plantearán
desde el presente, en particular desde el presente de la historio-
grafía en el mundo, nuevas preguntas sobre el pasado colonial de
nuestras sociedades.

16. Moreno [1989), Arl"Ondo [1990), Tandeter !I991j. Sobre fluctuaciones climáti-
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México: el cambio político
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Soledad LooeZil
El Colegio de México

LA DISCONTINUIDAD DEL 88, ANALOGtAS Y OruGENES

CADA GENERACIÓN ES TENTADA a reescribir la historia y debe ha-


cerlo. Quizás por ello, la historia política mexicana del siglo XX ha
florecido de manera extraordinaria desde 1968. Han aparecido nu-
merosas investigaciones o ensayos cuyos enfoques y visiones va-
fiadas desafían las verdades establecidas y los lugares comunes
que por años rigieron el conocimiento sobre el pasado del poder
en México. Esta empresa no ha sido fácil ni del todo exitosa. La
conciencia histórica ha sido la piedra de toque de la construcción
del Estado y de la nación mexicana;l por eso mismo, la historia
política ha sido la víctima más notoria de lo que Luis González
llama la "historia de bronce". Ese sacrificio llevó a una visión uni-
lineal y acumulativa de la historia, una visión en esencia optimista
que, conforme a la idea del progreso heredada del siglo XIX, con-
ducía inexorablemente hacia un futuro mejor, pero cuyo sentido
real era justificar el presente como etapa necesaria en nuestra tra-
vesía hacia la tierra prometida de la democracia.
A pesar de su diversidad, los estudios de historia política del
siglo XX de los dos últimos decenios guardan una coherencia in-

1. Como sucedió en Francia. Vale la pena recordar que el proyecto de educación


nacional de Justo Sierra, de finales del siglo XIX, seguía punto por punto las pro-
puestas que en esa misma época hadan Jules Ferry y los defensores de la edu-
cación laica en Francia; véase Le Goff (1987).

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148 S!ETE ENSAYOS DE HISTORlOGRAF!A

dudable: casi todos los autores buscan separar esa historia del ci-
vismo. En muchos casos, esta perspectiva crítica ha logrado romper
el cerco de la ftmción social integradora que le atribuyó Justo Sie-
rra, desde finales del siglo XIX, para responder a las corrientes in-
telectuales y a las preocupaciones políticas de la época.
Estos trabajos han enriquecido de manera significativa el co-
nocimiento del pasado por lo menos en dos aspectos: las diferentes
visiones de los vencidos y las continuidades, así como las rupturas,
que subyacen tras la actual realidad del poder.
Con respecto al primero debe decirse que la reciente historio-
grafía política ha recordado que la revolución fue, además de una
gesta heroica, una guerra civil sangrienta y desgarradora en la que
hubo vencedores y vencidos. Así mismo, ha hecho reconocer que
al ser excluidos del poder, estos últimos fueron marginados his-
tóricamente. Para citar de nuevo a Luis González, la "historia de
los revolucionados" -regiones, grupos sociales y corporaciones que
han ocupado a 105 historiadores de las últimas dos décadas- ha
llenado lagunas, ha cubierto ausencias y ha corregido o comple-
tado las imágenes distorsionadas que durante años ofrecieron las
versiones oficiales. La historia crítica ha enseñado que, a pesar del
poder, todos los vencidos siguieron haciendo su propia historia de
modo casi subrepticio, pero no por eso menos eficaz, de suerte que
habría llegado el momento de volver -como han hecho muchos-
para destruir el mito del pasado único.
La recuperación de los pasados que rechazaban el poder tam-
bién permite entender la revolución, el gran acontecimiento polí-
tico del siglo xx, como una forma específica y privilegiada del
cambio, como una acción colectiva a la que ya no se puede seguir
viendo como un proceso, algo que tuvo fecha de nacimiento-1910-
pero que no tiene final [Furet 1978, 14]. Hoy parece más claro que
nunca lo que dijo Raymond Aran: "La revolución no es ni fatalidad
ni vocación, es un medio" {1955, 58]. Esta liberación historiográfica
parece indispensable para entender cabalmente la historia política
mexicana del siglo xx. Sin embargo, en este terreno es donde me-
nos se ha avanzado. Así lo demuestran los problemas que supone
la periodización de esta época, en particular de la etapa posrevo-
lucionaria, que no ha podido escapar al ritmo que supuestamente
impone la sucesión sexenal. La historia de la revolución mexicana
de El Colegio de México o la de la clase obrera publicada por el
Instituto de Investigaciones Sociales y Siglo XXI son ejemplos de

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M~xlco: CAMBIO roÚflCO EN EL SIGLO XX 149

este tipo de ordenamiento. No obstante, estas mismas obras ofre~


cen criterios alternativos, de más largo plazo y de mayor signifi-
cado real, para distinguir los diferentes momentos de este período,
como serían las etapas del crecimiento económico o los ciclos de
centralización y dispersión relativa que rigen la historia del mo-
vimiento obrero [GilIy 1983, Meyer 1986].
Es indiscutible que cada sexenio gubernamental se distingue
por circunstancias particulares, pero a excepción del período 1934-
1940 -es decir, de la presidencia de Lázaro Cárdenas- esas dife-
rencias no justifican que un cambio de gobierno se identifique con
el fin de una etapa histórica. Más aún, es probable que las conti-
nuidades más claras en el siglo xx se manifiesten en el plano del
ejercicio gubernamental. La periodización sexenal ha sido un arti-
lugio utilizado por el poder para hacer creer que cada nuevo pre-
sidente era un cambio suficientemente importante como para
reemplazar la competencia real y la alternancia partidista. Esta se-
ría una de las implicaciones políticas más significativas de teorías
como la del péndulo, tan socorrida para explicar la sucesión pre-
sidencial [Lemer y Ralsky 1976J, o la de la autonomía sexenal [Mu-
ñoz 1973, 217-228]. Peor todavía, cuanto más nos acercamos al
presente, mayor es la servidumbre de la historiografía política a
esa versión oficial, que de ningún modo está muerta y el poder
no está dispuesto a dejar morir.
La historia crítica se ha empeñado también en enfatizar las con-
tinuidades, con el sano propósito de calibrar las ruptmas y res-
ponder a las graves preguntas que plantea el hecho de que el país
latinoamericano que se ufana de haber vivido la primera revolu-
ción social del siglo xx se cuente entre los que exhiben la peor dis-
tribución del ingreso. El rastreo de las permanencias ha traído una
visión más equilibrada del cambio y ha puesto al descubierto, con
tanta fuerza como las visiones de los vencidos, la función de di-
simulo que ha cumplido la historia política en México.
Otro cambio notable en la disciplina, que también ha contri-
buido a la aparición de visiones alternativas del poder, ha sido el
uso creciente de los métodos de las ciencias sociales, por ejemplo,
de las técnicas cuantitativas. Los historiadores hablan mucho de
sus incursiones en este terreno, pero poco se habla del creciente
interés por, la historia de profesionales formados en la sociología,
la ciencia política, las relaciones internacionales o la demografía,
cuyos trabajos también han abierto nuevas perspectivas, hasta con-

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150 SIETE ENSAYOS DE HJSTORlOGRAFlA

vertiese en una de las vetas mejor explotadas en dos decenios de


investigación. 2
Los sociólogos y los analistas políticos en particular han encon-
trado en la historia respuestas que han enriquecido notablemente
el conocimiento del proceso de modernización. Los fenómenos del
poder parecen ser siempre los mismos: todas las sociedades están
sujetas a relaciones de dominación, a asimetrías y a juegos de in-
fluencia, pero solucionan los problemas de modo distinto. Las res-
puestas están condicionadas por factores geográficos, culturales,
sociales e históricos; aSÍ, sus experiencias son en buena medida úni-
cas y comprensibles sólo en sus propios términos. Por esta razón,
el método comparativo parece más útil cuando establece contrastes
que cuando se empeña en encontrar semejanzas, las más de las ve-
ces muy simplificadoras. Este es uno de los problemas de muchas
investigaciones arustóricas sobre el poder en México, en particular
las de los años sesenta. La penuria de sus resultados explica que
día con día crezca el número de científicos sociales que buscan en
el pasado el significado de los problemas del presente y de las so-
luciones propuestas. No llegarán a colonizar la historia pero, así
como los historiadores seguirán utilizando los métodos de las cien-
cias sociales, aumentarán el número de sociólogos y politólogos cu-
riosos por la historia.
Quizás los mayores atractivos de la producción de historiogra-
fía política sean su afán de fidelidad al pasado y el deseo de en-
tender su relación con el presente. Este último es el que ha dado
mayor brillo a esos trabajos. Ya no se discute el para qué de la
historia, tema que hace diez años ocupó a ciertos historiadores en
un debate que resumió tendencias y sentó líneas de reflexión
[AAVV 1978]. Es evidente que además del placer intelectual que
ofrece el conocimiento del pasado, la historia juega un papel básico
en la comprensión del presente, no porque proporcione una guía
para la acción política sino porque posee una fuerza explicativa de
la realidad del poder mayor que la de los modelos paradigmáticos
que aún dominan amplias áreas del conocimiento.
En México se vive un momento que se inauguró el 6 de julio
1988, un corte significativo de la historia reciente del país. Hoy se
habla de una discontinuidad: antes y después de las elecciones pre-

2. Pensemos en Romana Falcón, Luis Javier Garrido, Carlos Martínez Assad, Lo-
renzo Meyer, Cecilia Rabell.

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MD:lco: CAMBIO FOLtnco EN EL S!GLO XX 151

sidenciales de ese año. Algunos afirman que se está pasando por


una crisis de legitimidad, otros corrigen y precisan que se acerca
una crisis de gobemabilidad, es decir, un desbordamiento del apa-
rato administrativo y político por la sociedad. El cambio de régi-
men parece inminente; la transición, una realidad. Ante la certeza
de que la política no será la misma después de julio de 1988, es
pertinente volver los ojos al pasado, como referencia indispensable
para evaluar ese cambio. Hoyes crucial entender cuándo ocurrió
el cambio político en México, cómo ocurrió, qué lo originó, en qué
dirección, cuál ha sido el tempo y qué podemos esperar. La historia
política no adolece del afán de predicción, uno de los peores males
de las ciencias sociales, pero no nos puede decir qué va a pasar,
en cambio --como dice Lewis Namier- sí agudiza la intuición acer-
ca de cómo no pueden ser las cosas [Stern 1973, 375].

EL CAMBIO poLtnco

El rasgo central de la vida política mexicana del siglo xx ha sido


el cambio. Un cambio que ha procedido por rupturas, transforma-
ciones y mutaciones calladas, pero que explica por qué, así per-
sistan la desigualdad social y los hábitos y las prácticas
antidemocráticas, el país ha escapado a las experiencias traumáti-
cas de la dictadura, el militarismo, la inestabilidad crónica o la vio-
lencia generalizada de otros países latinoamericanos.
Hubo revolución y ha habido evolución. Pero ambas formas de
cambio han sido enmarcadas por tres hechos fundamentales: el
fraccionamiento geográfico y social, la adhesión al sistema capita-
lista y la vecindad con Estados Unidos. Estos tres condicionantes,
relacionados pero de naturaleza distinta, han determinado el curso
del cambio político, han dado lugar a cierto tipo de soluciones y
a auténticas tradiciones políticas, cuya persistencia ha hecho pensar
en continuidades estructurales. Por ejemplo, la centralización del
poder, característica del proceso político mexicano, fue sin lugar
a dudas un prerrequisito para la modernización pero como rasgo
esencial de la práctica cotidiana de la autoridad ha sido un ins-
trumento estabilizador. En ambos casos, la concentración ha sido
una respuesta a los escollos de un mapa de intereses fragmentarios
y encontrados, que puede revertirse. En cambio, la ineludible ve-
cindad con Estados Unidos ha reforzado la base ideológica del ca-

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152 SIETE ENSAYOS DE HlSTORlOGRAFfA

pitalismo y ha restringido efectivamente la gama de opciones po-


líticas para lffi cambio de largo plazo.
Con todo y el peso de esas restricciones, México ha experimen-
tado en el siglo XX cambios en dos niveles que con frecuencia se
confunden: primero en el sistema político, es decir, en las relacio-
nes entre los actores del juego del poder y en sus posiciones res-
pectivas; luego en el régimen politico, en el orden estrictamente
institucional [Rouquié 1985J. La revolución de 1910 fue una rup-
tura en el primer nivel; entre 1920 y 1970, las modificaciones fue-
ron del segundo tipo.
La discontinuidad revolucionaria que produjeron los movimien-
tos de 1910 no deja lugar a dudas. Entre los historiadores persisten
desacuerdos frente a un indicador clave del cambio revolucionario:
el destino de las clases altas. Unos sostienen que fueron elimina-
das, otros afirman que lograron sobrevivir y salvaguardar las bases
de su privilegio,3 pero coinciden en que con la revolución llegó al
poder un nuevo grupo social o, si se quiere, una fracción de clase
que desplazó a la elite porfirista [Smith 1981]. No obsMnte, varios
estudios sobre la revolución permiten eludir esa polémica sin aban-
donar el tema del cambio, el cual abordan desde la perspectiva de
la movilización social provocada por las batallas. Ese fenómeno,
que se ha tratado con mayor acuciosidad en los últimos años, fue
el verdadero origen de las transformaciones de largo alcance que
singularizan la experiencia mexicana. Es posible que no haya mo-
dificado las relaciones de producción, pero es indudable que la re-
volución precipitó la "ruptura en las conciencias" [Furet 1978, 33],4
punto de partida de cualquier cambio duradero. Aquí cabe men-
cionar la descripción de John Womack, en su libro sobre Zapata
[1977], de los cambios en el comportamiento de los campesinos de
Morelos en 1911, cuando se desmoronó la estructura internalizada

3. Véanse, por ejemplo, las diferencias entre Knight [1986), Katz 11981) y Ruiz
[1980].
4. Esta ruptura corresponde al proceso de movilización social que Karl Deutsch
define como aquél en el que la sociedad abandona valores y comportamientos tra-
dicionales y queda en disposición de adquirir otros nuevos [Deutsch 1961). Para una
interpretación de la Revolución Mexicana desde esta perspectiva, véase Guerra
[1988J. Pese a las aparentes contradicciones con este autor, el historiador inglés Alan
Knight llega a las mismas conclusiones que Guerra expone en su último capítulo.

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MÉXIco: CAMBIO rOLtnco EN EL SIGLO XX 153

de autoridad que hasta entonces les prohibía caminar en las ban-


quetas, junto a blancos y mestizos.
El cambio en las conciencias fue decisivo para el éxito relativo
del desarrollo mexicano. Por muchos años determinó las actitudes
dominantes frente a la modernización, la igualdad y la libertad.
Así mismo, es probable que el recuerdo de la violencia de esta gue-
rra también haya nutrido el conformismo y la no participación que
signaron la vida política durante los años de crecimi.ento. Sin em-
bargo, con la estabilidad, el peso de las estructuras se impuso fi-
nalmente y esa ruptura fundamental luego sirvió para encubrir
desigualdades y desequilibrios.

EL CAMBIO A GOTAS

La historia crítica de la revolución mexicana admite que la discon-


tinuidad revolucionaria orientó el sentido esencial de la moderni-
zación del poder en el siglo XX, pero sugiere que los cambios
políticos más trascendentes han ocurrido gradualmente y, algunos,
casi de manera imperceptible. Esta hipótesis se funda en el rela-
tivamente amplio consenso historiográfico que se ha alcanzado
desde 1968: el movimiento de 1910 no puso fin a la antidemocracia
ni a la centralización del poder. Sin embargo, sólo las interpreta-
ciones más simplistas encuentran una línea ininterrumpida de con-
tinuidad entre el México del porfirismo y la situación actual, los
que comparan punto por punto como si fuesen situaciones idénticas.
Es cierto que después de 1920, fecha reconocida como fin de
la lucha armada e inicio de la posrevoJución, no ha habido dis-
continuidades violentas comparables a la de 1910, pero eso no sig-
nifica que la estructura política se haya congelado. Al contrario,
su permanencia habla de flexibilidad, de capacidad de adaptación
y de transformación: mutaciones silenciosas las más de las veces.
Son muchos los casos en que una determinada decisión, al parecer
sin mayores consecuencias, ha tenido un profundo alcance en el
curso de nuestra vida política. Como ejemplo puede citarse la his-
toria del partido oficial, de Luis Javier Garrido (1982], que describe
la indiferencia que rodeó a la fundación del Partido Nacional Re-
volucionario.
Pocos eran conscientes en 1929 del papel que habría de jugar
el partido, pero esta decisión definió el carácter del régimen po-

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154 SIETE ENSAYOS DE l-nSTORl<:x;RAFlA

lítico hasta nuestros días. Es probable que ni siquiera el Presidente


Calles previera la longevidad de las instituciones que proponía
aunque al crear un partido oficial estrechamente vinculado con el
Estado centralizara con firmeza el poder y consolidara su postura
en la organización de la sociedad. En el momento de su fW1dación,
el Partido Nacional Revolucionario era una fórmula pragmática pa-
ra resolver problemas básicos de transmisión del poder y circula-
ción de las elites, y no la culminación de un designio político más
ambicioso. Así mismo, la creación del Partido de la Revolución Me-
xicana en 1938 fue una respuesta a los problemas inmediatos de
la movilización popular, cuyos efectos de mediano y largo plazo
de control real de la participación de obreros y campesinos no pu-
do anticipar su inspirador, el Presidente Lázaro Cárdenas.
Si este ejemplo no basta para apoyar la hipótesis de que los
grandes cambios políticos del siglo XX han sido producto de de-
cisiones en apariencia limitadas, se debe pensar en las consecuen-
cias de la creación del sector popular en el propio partido -también
en 1938- y, luego, en 1948, de la Confederación Nacional de Or-
ganizaciones Populares. Con estas modificaciones, el partido -que
según Cárdenas debía ser instrumento de los trabajadores- pasó
a manos de tecnócratas de clase media que en poco tiempo se apo-
deraron de las posiciones de dirección e incluso se pusieron al fren-
te de los sectores obrero y campesino [Garrido 1982, Smith 1981].
Años después, la decisión del Presidente Gustavo Díaz Ordaz de
destituir a Carlos Madraza de la dirigencia del partido se vio como
un simple escándalo político. No obstante, para entender los aprie-
tos en que hoy se encuentra el partido oficial habrá que revisar
el porqué y el cómo de este revés, cuyos efectos no terminaron con
la carrera personal de ese ilustrado prüsta ni con el desafortunado
avionazo de Monterrey.
El alcance de un acontecimiento dramático puede permanecer
oculto incluso para quienes participaron con mayor intensidad,
aunque de manera inesperada se convierta en causa de procesos
que alteran esencialmente el rumbo de la trayectoria política. To-
davía en septiembre de 1968 el mismo Presidente Díaz Ordaz se
empeñaba en que el movimiento estudiantil sólo pasaría a la his-
toria como un problema de orden público. Aunque su origen in-
mediato haya sido, en efecto, un incidente de esta naturaleza,
pocos previeron que la movilización provocada por la policía del
Distrito Federal o el Regente de la ciudad, que buscaban restable-

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MI!XICO: CAMBIO roLfnco EN EL SIGLO XX 155

cer el orden a cualquier predo, sería el detonador del reformismo


de los años setenta.
Paradójicamente, frente a decisiones intrascendentes en apa-
rienda pero con consecuencias de largo alcance, la historia política
del siglo xx registra sucesos de los que mucho se esperaba pero
cuyos resultados fueron flor de un día, por ejemplo, en los recu-
rrentes intentos de unificación de las organizaciones obreras desde
los años cincuenta; cuando éstos finalmente concluyeron, poco mo-
dificaron el sistema o, siquiera, el régimen político. Hubo nume-
rosas organizaciones políticas cuya aparición tuvo escaso impacto,
como fue el caso del Movimiento de Liberación Nacional a prin-
cipios de los años sesenta. No son pocos los ejemplos de iniciativas
de cambio cuyas consecuencias fueron pobres y contrarias a los ob-
jetivos originales, como en el caso de la Central Campesina Inde-
pendiente, que nació a finales de los cincuenta como alternativa
a la Confederación Nacional Campesina y cuya existencia y final
integración al aparato de control de Es tado neutralizaron por mu-
cho tiempo las tentativas de organización independiente en el medio
rural. Ese ha sido el triste destino de muchas otras organizaciones
sociales. La nacionalización de la banca en septiembre de 1982 es
quizá el ejemplo más notorio de decisiones espectaculares que ter-
minan en nada o producen efectos perversos: si su propósito era
recuperar la autonomía del Estado frente al sector privado, es in-
dudable que seis años después resultó ser el trampolín que impul-
só a los grandes empresarios mexicanos a las alturas del poder
político. Las reformas fallidas tienen las consecuencias más reac-
cionarias.
La historia del cambio político posrevolucionario enseña que
los efectos de las reformas dependen en buena parte del contexto
en que éstas ocurren. La legislación electoral ofrece un espléndido
ejemplo del carácter relativo de los cambios: la ley electoral de
1948, que sustituyó a la de 1918, no alteró el régimen político en
forma significativa; fue más bien la consagración de los procesos
de centralización de los años anteriores. La ley de 1963, que in-
trodujo las diputaciones de partido y el principio de la repre-
sentación de minorías, no tuvo más efecto inmediato que da r
respiración de boca a boca a una oposición partidista exangüe, ante
la indiferencia más o menos generalizada. Tanto así que, a prin-
cipios de los años setenta, la ley tuvo que reformarse de nuevo,
para reducir de 2.5 por ciento a 1.5 por ciento el mínimo de votos

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156 SIETE ENSAYOS DE HISTORJOGRAÁA

que d ebía obtener un partido para lograr la representación política.


En cambio, es indudable que la ley electoral de 1977 -conocida co-
mo Ley LOPPE- creó las bases de una tradición política novedosa
en México, por el aliento que dio a las organizaciones políticas in-
dependientes y el encauzamiento de la participación política hacia
la actividad partidista y parlamentaria. Esta última observación lle-
va a plantear el tema del origen de los cambios.

EL E5T ADO, PRINClPAL PROMOTOR DEL CAMBIO

Al discutir el cambio político se plantea inevitablemente la pregun-


ta sobre sus orígenes. ¿Quién lo promueve?, ¿de dónde proviene?
En el caso mexicano, la respuesta de los historiadores ha sido con-
sistente: los efectos desintegradores de la modernización, particu-
larmente en el caso del movimiento de 1910, han sido el motor,
la causa primordial del cambio. Así, el cambio explica el cambio.
La tautología no es del todo desacertada. La aparición y el forta-
lecimiento de nuevas clases sociales, producto del crecimiento eco-
nómico, han generado impulsos y presiones para transformar la
estructura política. Estas ofensivas democratizadoras se han visto
como el complemento necesario de las alteraciones en otras esferas
de la vida social. Pero así mismo, las reacciones defensivas de los
grupos tradicionales han incidido en las mutaciones del poder. Si
se piensa, por ejemplo, en la reconciliación social que el Presidente
Manuel Ávila Camacho ofreció en 1940 para aliviar las tensiones
producidas por la movilización carderusta. 5
El Estado ha sido, por lo menos hasta hace poco, el promotor
más importante del cambio político, a pesar de los intereses crea-
dos y del afán por mantener la estabilidad y garantizar la repro-
ducción social e institucional. El cambio y su orientación sugieren
que la acción estatal ha obedecido a las necesidades del equilibrio
político antes que a las demandas de la economía y no al contrario,
como sostienen algunos autores lReyna 1977}. Al criticar las expli-
caciones de la instauración de regímenes autoritarios a partir de
las necesidades de acumulación del capital, Albert Hirschman
[1979} advierte que las elites políticas de los países latinoamerica-

5. A este propósito, véanse Medina [1977] y Loaeza [1988] .

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MÉxIco: CAMBIO POLITICO EN EL SIGLO XX 157

nos tienen una irremediable propensión a usar la economía para


proteger su monopolio del poder político. Confiadas en la "elas-
ticidad de la economía", han recurrido a ella como si fuese un ar-
cón inagotable de compensaciones al inmovilismo político. En
México, el reformismo echeverriísta sería el ejemplo más claro de
una política de preservación del stat![ quo político basada en la pre-
tensión del cambio económico. Más aún, quizá uno de los proble-
mas centrales del proyecto reformista del delamadridismo fue su
propósito de subordinar las necesidades del equilibrio político a
las de la eficiencia económica. Un ejemplo de ello fue su objetivo
inicial de limitar el poder sindical, dictado menos por lUla conciencia
democrática que por las exigencias de la modernización tecnoló-
gica, al costo de grandes tensiones en el PRl que pusieron en en-
tredicho todas las reformas propuestas,
El equilibrio político en el México posrevolucionario consistió,
por lo menos hasta los años sesenta, en mantener la autonomía del
Estado con respecto a la sociedad. Los objetivos de la soberanía
interna han sido múltiples: desde configurar una instancia capaz
de representar los intereses colectivos hasta sustraer el poder po-
lítico a los condicionamientos de la estructura de clases. 6 Esta apre-
ciación no es necesariamente estatólatra, ni siquiera se trata de
sostener la supuesta neutralidad social del poder político y, por
consiguiente, su naturaleza esencialmente democrática. Contraria-
mente al uso ideológico de esta autonomía del poder político, esa
autonomía fue en realidad el fundamento del Estado bismarckiano
modernizador y dirigista que se desarrolló con base en la expe-
riencia revolucionaria, la Constitución de 1917 y el partido oficial.
La contrapartida negativa de esa autonomía, piedra de toque del
autoritarismo, fue el ejercicio impune del poder y la arbitrariedad
gubernamental.
El Estado mantuvo el monopolio de la iniciativa política, ex-
presada periódicamente en la apertura gradual a la participación
independiente de grupos de interés, sindicatos y partidos, apoyado
en la desigualdad y la diversidad sociales. Desde los años veinte
y por lo menos hasta los sesenta, la referencia esencial de su or-
ganización política fue una estructura centralizada del poder. No
por otra razón, en ese período los interlocutores privilegiados de

6, Para un análisis desde esta perspectiva, véase Hamilton (19821.

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158 SIETE ENSAYOS DE HlSTORlOGRAFlA

cada grupo social fueron siempre el Estado y sus gobiernos. El


fraccionamiento social y la prevalencia del Estado explican la mar-
ginación real. no sólo simbólica o historiográfica, de las oposiciones
antiestatistas y la debilidad política de los actores sociales a los que
el poder no concedía beligerancia ninguna, cuya influencia y radio
de acción fueron limitados durante todo ese período.

EL FIN DE LA AUTONOMÍA ESTATAL

La discontinuidad que produjo la crisis de 1968 fue en cierta forma


comparable a la de 1910, por cuanto también precipitó un cambio
de sistema que, en algunos aspectos esenciales, es la base del cam-
bio de régimen que hoy presenciamos. No es exagerado comparar
ambas rupturas. Finalmente, todos los trabajos de los últimos años
que coinciden en identificar el carácter tocquevilliano de la revo-
lución mexicana plantean el problema de la violencia como con-
dición necesaria de cambios profundos. Hacia el final de su libro
sobre el tema, Alan Knight hace una comparación válida, al mar-
gen de todas sus posibles y previsibles respuestas, no por eso me-
nos dolorosa: ¿cómo comparar el cambio que produjo una lucha
que cobró un millón de muertos con el de la revolución cubana,
bastante más económica en términos de vidas humanas?
1968 fue una ruptura con el pasado porque significó el ingreso
a la vida política independiente y con plenos derechos de las clases
medias, que hasta entonces habían jugado un papel meramente pa-
sivo, símbolo de la modernidad, y que después de ese año acce-
dieron al liderazgo político, el cual disputan desde entonces con
el Estado [Loaeza 1988]. La irrupción de estos grupos sociales co-
mo sectores auténticamente participantes en el poder ha llevado
al desmantelamiento paulatino, pero cada vez más acelerado, de
tm régimen que garantizaba la impunidad del poder, y el fin del
monopolio estatal sobre la organización política. El régimen se
transformó en los últimos veinte años por la aparición de organis-
mos de representación y de participación relativamente inde-
pendientes y, en particular, por el fortalecimiento de una opinión
pública que de manera gradual ha logrado poner diques a la au-
toridad del Estado.
Las interpretaciones acerca de los orígenes del 68 coinciden en
que fue una nueva crisis de modernización, resultado del empuje

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M~xlco; CAMBIO POLtnco EN EL SIGLO XX 159

de los grupos más modernos de la sociedad que reclamaban una


mayor participación política [López 1971}. En los años setenta se
impuso la explicación de que el movimiento había sido causado
por el deterioro del nivel de vida de las clases medias y su reacción
ante la clausura de los canales de movilización social [Carda 1980,
Guevara 1980, Zermeño 1978]. Esta explicación contiene elementos
acertados, pero es parcial: cuando la crisis se analiza desde la pers-
pectiva de las instituciones, de la autoridad, el resultado es dife-
rente. La ruptura fue al mismo tiempo el principio del reformismo
y el fin de la impunidad gubernamental.
Esto significaría que con el movimiento estudiantil de 1968 ter-
minó una larga fase de la historia política del siglo xx caracteri-
zada por la no participación, que la mayor parte de la sociedad
aceptaba como condición legítima de la estabilidad. La opinión' pú-
blica -una forma primaria de participación- irrumpió como dato
ineludible de la dinámica política durante y después de la crisis.
Así lo sugie'ren, por ejemplo, los esfuerzos del Presidente Díaz Or-
daz por justificar, en su informe del primero de septiembre de
1969, las decisiones del año anterior. El contraste entre la persis-
tente arbitrariedad del poder y el deseo de explicar su comporta-
miento se explica porque el desarrollo político es normalmente un
proceso signado por deseqwlibrios pues sus componentes no evo-
lucionan en forma paralela. Cuando el presidente Díaz Ordaz se
empeñaba en obtener el apoyo, o por lo menos la aquiescencia de
la opinión pública, incurría en una paradoja: fundaba sus argu-
mentos en el principio autoritario de la autonomía del Estado, se-
gún el cual éste se encuentra por encima de todos los grupos
sociales cuyas demandas son --en su caso- presiones inadmisibles.
Así, aceptaba la existencia de una sociedad que demandaba infor-
mación pero no le reconocía el derecho a intervenir en las deci-
siones del poder.
Desde esta perspectiva, la violencia diazordacista frente al de-
safío de los estudiantes no puede compararse -como tanto se hizo
entonces- con la represión con que las clases altas y los militares
conosureños respondieron al Gran Miedo que desató la revolución
cubana en el continente. Más que como un anticomunista primitivo
-como tal vez lo era- el presidente Díaz Ordaz reaccionó a la crisis
como un heredero de la tradición callista, decidido a rechazar cual-
quier limitación a la soberanía del Estado. En esos términos explicó
él mismo su dureza, primero ante las protestas de los médicos al

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160 SIETE ENSAYOS DE HlSTORJOGRAFlA

principio de su mandato, 1964 y 1965, Y luego frente a los uni-


versitarios. En todos los casos, Díaz Ordaz insistió en que el Estado
y su gobierno eran los únicos representantes válidos y legítimos
de los intereses colectivos porque eran superiores a particularismos
de gremios y corporaciones.
El reformismo político que se inició después de 1968 trae la
huella de esa crisÍS. La tolerancia a formas de participación inde-
pendiente en partidos, centros de enseñanza superior y medios de
comunicación fue la respuesta del poder a las demandas de aper-
tura. El presidente Luis Echeverría atenuó descontentos y desafec-
tos, pero como su objetivo central era reconciliar al Estado con las
clases medias, sus medidas estuvieron condicionadas en todo mo-
mento por los destinatarios, y la atención que recibieron estos gru-
pos llevó a desplazar los intereses populares de las preocupaciones
del poder, tendencia que se mantuvo en el sexenio de José López
Portillo. A partir de 1970 las clases medias se convirtieron en in-
terlocutores privilegiados del Gobierno, aunque fueran aliados in-
ciertos. Para citar datos concretos: las cifras de gasto público y de
distribución del ingreso para el período 1970-1982 muestran que
los principales beneficiarios del crecimiento de esos años fueron los
grupos medios; recuérdese, por ejemplo, el gasto destinado a ser-
vicios urbanos o, más claramente, el tratamiento preferencial a la
educación superior frente a la educación elemental [Fuentes 1978] .
A pesar de las reformas, el régimen seguía siendo autoritario;
de ahí que el equilibrio político era -y sigue siendo- un juego de
suma cero: la ganancia de un actor es la pérdida de otro. Por otra
parte, los efectos perversos del populismo echeverriísta se obser-
varon también con respecto a poderosos grupos empresariales, que
fueron beneficiados por políticas concretas en apariencia incompa-
tibles con el altisonante discurso presidencial [Ayala 1985, Cordera
1985b, Pereyra 1985}. Lo más importante en cuanto a la evolución
del régimen político inducida por el cambio de sistema que pre-
cipitó la nueva posición de las clases medias fue la creciente to-
lerancia gubernamental -yen general, social- de la participación
independiente. Sin embargo, como uno de los propósitos del re-
formismo era preservar las piezas fundamentales del régimen, el
partido oficial se mantuvo al margen de los cambios: el PRI se con-
servó intacto al tiempo que perdía la precedencia en la transfor-
mación política, una de sus atribuciones históricas.

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MíxICO: CAMBIO POLíTICO EN EL SIGLD XX 161

Otro elemento del reformismo echeverrilsta que afianzó el nue-


vo rumbo de las alianzas sociales del Gobierno mexicano fue el
rejuvenecimiento de los cuadros políticos, enfrentado al profundo
conservadurismo de una tradición que sustituía a las personas co-
mo alternativa al cambio de estructuras. Abrir las puertas de los
niveles superiores de la administración pública y del aparato po-
lítico a los jóvenes era, en principio, lUla manera de reconciliarlos
con el poder; sin embargo, esta solución tuvo consecuencias ne-
gativas en cuanto a la permeabilidad social de la elite en el poder.
El rejuvenecimiento del personal político y administrativo de alto
nivel se justificaba por las exigencias de la modernización pero lle-
vó a tecnocratizar el aparato político y administrativo, proceso que
aceleró la oligarquización de estas elites pues el saber y el entre-
namiento profesional se convirtieron en el único sostén legítimo de
una carrera pública exitosa. En países como México, el predominio
de estos criterios cierra los cargos de decisión a los grupos sociales
cuyo acceso a la educación superior es limitado. Durante el sexenio
echeverriísta se violaron consistentemente las reglas del personal
político mexicano que establecían una suerte de especialización de
trayectorias para acceder al poder público. El conocimiento se im-
puso también como criterio de selección para los cargos de repre-
sentación. Este cambio produjo algunos conflictos de corto plazo
-concretamente entre camarillas rivales- pero lo importante es que
acentuó _el peso del origen de clase sobre las posibilidades de ingreso
a la elite política y clausuró el canal de promoción social que los car-
gos de elección constituyeron por varias décadas [Smith 1981).

EL CAMBIO, APUESTA A LA IMAGINACIÓN

Puede intentarse una evaluación del 6 de julio de 1988 en el con-


texto más amplio del desarrollo político mexicano en el siglo xx.
A raíz de esa contienda presidencial, muchos observadores se de-
jaron llevar por un entusiasmo y un posibilismo inspirados en la
sorpresiva fuerza electoral de la oposición -que en conjunto obtuvo
49 por ciento en esos comicios- y diagnosticaron el fin del régimen
priísta y el inicio de la democracia o, cuando menos, de la tran-
sición democrática. Al día siguiente de los comicios, el debate po-'
lítico se vio inundado por ecos porfirianos, rumores maderistas y
runrunes magonistas. Se hicieron apresuradas comparaciones con

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162 S!ETE ENSAYOS DE HISTORlQGRAÁA

el fin de régimen que preludiaron las elecciones presidenciales de


1910: al recurrir al fraude tradicional para imponer nuevamente la
mayoría priísta -se decía-, las autoridades políticas violentaron la
voluntad popular y con ello habían firmado su propia sentencia
de muerte. Quienes así pensaban consideraban que la insurrección
electoral -en varias ocasiones los responsables gubernamentales
afirmaron que la tasa de participación no tenía precedentes- había
enfrentado abruptamente las palabras del poder con sus acciones
y que el choque entre el discurso democrático y la práctica auto-
ritaria había precipitado una crisis de legitimidad que, según mu-
chos, sólo podía resolverse con un cambio de régimen.
Por lo menos hasta diciembre de 1988, la discusión política en
México estuvo dominada por las certidumbres democráticas de
quienes establecían una relación mecánica entre el fin del mono-
polio electoral priísta y el del régimen. No obstante la violencia
de la sacudida electoral, ninguna institución política se derrumbó.
Es muy probable que los eventos de las últimas elecciones fede-
rales induzcan reformas y modificaciones que lleven a un régimen
institucional distinto del vigente, aunque seis meses después de los
acontecimientos, apenas se discutían los mecanismos para elaborar
un nuevo código electoral.
A pesar de las reservas anteriores es indudable que el 6 de julio
de 1988 será una fecha memorable, antes que nada porque ese día
afloró una discontinuidad en la imaginación y el comportamiento
políticos de amplios sectores sociales. Un cambio de esta natura-
leza no es una condición suficiente para que ocurran otros cambios
duraderos y de largo alcance pero es, desde luego, una condición
necesaria. Al menos esa es una de las conclusiones más sugerentes
de obras sobre la revolución mexicana como la de Franc;ois-Xavier
Guerra y Alan Knight: para que estalle una revolución, antes debe
ser imaginada. En términos actuales, esta observación se expresaría
así: para que sea posible un cambio profundo, antes debe ser ima-
ginado. Los resultados que en las urnas obtuvieron las oposiciones
antiprüstas en julio de 1988 ampliaron las posibilidades de la de-
mocracia en México a través de métodos tan económicos como las
elecciones; de ahí su atractivo.
Al cabo de varios años, tal vez la conclusión sea que, si cabe
una comparación válida entre 1910 y 1988, ésta ha de hacerse en
el plano de los símbolos y las creencias, antes que en el de las ins-
tituciones o los medios de producción. Frant;ois-Xavier Guerra S05-

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M~xlco: CAMBIO I'OlITlCO EN El SIGLO XX 163

tiene que los valores liberales que transmitía la escuela mexicana


en el último tercio del siglo xx fueron erosionando el consenso au-
toritario que Porfirio Díaz había impuesto con la pacificación y
abonando el terreno para la lucha democrática. Podría afirmarse
que los orígenes del cambio que afloró en julio de 1988 son el ar-
tículo tercero constitucional, la versión oficial de la historia, los
cursos de civismo de la posrevolución y, en general, el compro-
miso de largo plazo que el régimen mexicano adquirió con la de-
mocracia en 1917.

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La historiografía económica
colonial mexzcana
Manuel Miño Grijalva
El Colegio de México

EN LOS ÚLTIMOS QUINCE AÑOS la historiografía económica mexi-


cana ha alcanzado tul alto nivel de complejidad. La renovación es
importante. Han aparecido nuevos ternas, problemas, fuentes y
métodos poco usados o desconocidos hasta 1970. El "paciente pa-
ralítico" -término que usó David Brading [1972, 100-110] para
diagnosticar la situación de la historia económica latinoamericana
de esa época- ha empezado a caminar, aunque no ha dejado sus
muletas por completo, avanzando en ciertos sectores y estancán-
dose en otros. No obstante, sus logros son sustanciales, en cantidad
y en calidad, dependiendo por supuesto de la perspectiva usada
para observar su movimiento.
Las visiones historiográficas más sugerentes han sido explora·
das recientemente por Coatsworth [1988J y Van Young [1981,
1988]. Este último pone énfasis en el siglo XVI1I, al que califica de
"siglo paradójico". Coatsworth, en cambio, busca establecer y de-
mostrar que el desfase del desarrollo económico mexicano con res-
pecto a las potencias industriales empezó en 1800 y, por ello,
que el imperialismo y la dependencia nada influyeron en el de-
sarrollo desigual del período republicano. Los índices de producti-
vidad y de ingreso per cápita confirmarían, según sus cálculos, esta
posición. El origen de los males en México sería, entonces, la defec-
tuosa o limitada configuración de la estructura económica colonial.
La duda latente es si este desfase no puede ser rastreado hasta
el mismo siglo XVI, con lo cual ni la dependencia colonial ni la pos-
terior dependencia económica habrían incidido en el desarrollo del

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166 SIETE ENSAYOS DE HlSTQRlQGRAfÍA

espacio latinoamericano. El brillante análisis de Coatsworth --cuyos


trabajos empiezan a influir de modo importante en la revisión y
comprensión del siglo XVlIl- también busca demostrar que se debe
hablar de un siglo de crisis en vez de un siglo de crecimiento, co-
mo es corriente. Pero si se considera la crisis del siglo XVII y la
misma preocupación del autor acerca de que "acaso no hubo tal
depresión en el siglo XVII porque no hubo prosperidad en el XVI"
[Coatsworth 1988, 282], el resultado podría ser que el período co-
lonial fue un largo deambular en la obscuridad, excepto ciertas y
muy contadas coyunturas.
En la discusión no ha pasado inadvertida la crisis del siglo
XVII. TePaske y lClein [1982, 116·117}, con base en los ingresos fis-
cales, arrojan dudas sobre una posible depresión secular, pues ob-
servan que entre 1600 y 1699 éstos no presentan una tendencia
descendente y permanecen' constantes, de modo que no se podría
hablar de crisis. En otras palabras, la economía novohispana
durante ese siglo se caracterizaría más bien por la estabilidad,
con ciclos de recesión y de "suave prosperidad" que, así no fue-
ran muy pronunciados fueron el "preludio para un crecimiento es-
pectacular y sostenido en el siglo XVIII" ITePaske y Klein 1982,
119-1251·
Esta hipótesis supone que las rentas reales reflejaban el movi-
miento de la economía en su conjunto y que la depresión obedecía
a un descenso de las actividades globales. La debilidad de la hi-
pótesis es evidente -según Coatsworth- porque lo que determina
la "salud de una economía" es el producto per cápita, y, además,
"dos terceras partes o más de los artículos y servicios producidos
en Nueva España en el siglo XVII escapaban al recaudador de im-
puestos, de modo que la hipótesis es un tanto desmedida" [Coats-
worth 1988, 2821. Años atrás, Chiaramonte [19811 había hecho
notar que en una población constituida en un 80 por ciento por
indígenas dispersos alejados del consumo urbano no es posible
atribuir efectos directos a las fluctuaciones comerciales internas e
internacionales. Todo esto, sin tener en cuenta la evasión de im-
puestos no sólo por el aumento de las tasas, del 2 al 6 por ciento
después de 1638, sino también por la compleja trama de las rela-
ciones de poder local, que impedía -sobre todo por la venta de
cargos públicos- la eficiente recaudación de impuestos, como se-
ñalaron Klein y Barbier.

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HIsrORlOGRAFlA ECONÓMICA COLONIAL MEXICANA 167

En suma, esta hipótesis parece insostenible y el "siglo de la de-


presión" y de la crisis política y social novohispana parece tener
mayores evidencias, corno Israel subrayó en varias oporttmidades
[1979, 128-153; 1982, 150-156J.
Por su parte, 105 nuevos supuestos están convirtiendo el siglo
XVIII -la clásica época dorada- en un "claroscuro" o, mejor, en un
espectro "plomizo" que no refleja un color definido, como ha dicho
Eric van Young. Quizá esta impresión sea la misma que se ha te-
nido siempre, sólo que 105 matices hoy se aprecian mejor, cuando
más allá de los cálculos fríos se evidencian las desigualdades so-
ciales. Un análisis más detenido de los diversos sectores puede
ayudar a precisar mejor las diferencias.
En el ámbito de la población, no parece haber dudas sobre la
tendencia descendente de la población novohispana en el siglo XVI,
básicamente por la mortalidad debida a las epidemias. Hecho bien
conocido. Tampoco hay mayores avances en cuanto a la evolución
demográfica del siglo XVII aunque, en general, todo parece indicar
que el nivel de población más bajo se presentó a mediados del si-
glo y que la recuperación empezó en la segunda mitad. En cambio,
la visión de sus efectos y repercusiones sobre la econOITÚa han
cambiado significativamente desde la original tesis de Borah
[1951], según la cual éste fue el principal determinante de la caída
en la producción minera. No obstante, Bakewell demostró que la
producción minera -al menos en Zacatecas entre finales del siglo
XVI y 1630- se desplomó por otros motivos, principalmente por la
falta de capital y el deficiente abastecimiento de mercurio [Bake-
well 1975, 20]. En el caso de los textiles entre 1570 y 1630, las evi-
dencias parecen confirmar también una tendencia expansiva, más
que de contracción (Miño 1990J.
La demografía del siglo XVIlI está mejor estudiada y se sabe
que el crecimiento de la población tuvo apreciables variaciones re-
gionales. Ya no puede sostenerse que la población indígena creció
al mismo ritmo en todas partes, pues hay contrastes evidentes. En
el centro y el sur de México su tasa de crecimiento era cercana a
cero, mientras que la población no indígena seguía aumentando en
todas las regiones [Brading 1979, 305-306]. La región de Puebla-
Tlaxcala se vio sacudida por una serie de crisis que acentuaron la
migración hacia la ciudad de México o de ciudades menores a
otras mayores. Hay una clara inestabilidad y el nivel de población
sufre graves alteraciones que, como en el caso de Cholula, son de-

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168 SIETE ENSAYOS DE HISTORlOGRARA

finitivas, 1 También es claro que las epidemias atacaron principal-


mente a la población indígena, sobre todo en coyunturas como la
de 1737-39, cuando el matlazáhuatl asoló la población.
En cambio, en Querétaro, el Bajío, Guanajuato, San Luis de la
Paz y más al norte -donde predominaba la población no indígena-
hay, sin duda, un claro crecimiento demográfico y una mayor es-
tabilidad de la población. 2 La población total también aumenta en
Guadalajara [Van Young 1981, 1988] pero, por supuesto, las crisis
agrícolas y las epidemias condicionaron su ritmo de crecimiento:
entre 1660 y 1740 se presentan altas tasas de crecimiento, aunque
después de 1760 y hasta 1810, la población indígena se estanca
mientras que los criollos y las castas altas continuaban creciendo.
El problema medular de la historiografía económica mexicana
del futuro será dilucidar la relación recursos y población o, corno
plantea Marcelo Carmagnani, recursos-poblaci6n-producción, para en-
tender mejor el tipo y el nivel de vida que alcanzaron los pobla-
dores de México. Por ahora, Cook y Borah han explorado la
relación entre crisis demográfica y dieta. Malvido y Florescano han
empezado a precisar la relación entre epidemias, hambrunas y po-
blación durante la época colonial. Y Van Young [1987J ha hecho
un gran esfuerzo para medir el nivel de vida de la población me-
xicana en el siglo XVIII, con la hipótesis de que hubo una baja en
los salarios seguida por un alza de los precios que contrajeron el
mercado.
El resultado sería un desequilibrio en la relación población-re-
cursos, o sea que el incremento de la población en grandes zonas
de la Nueva España intensificó las luchas por recursos cada vez
más escasos y llevó a la agudización de la miseria en el campo y
a una fuerte migración. Mientras tanto, la urbanización se extendía
por todo el reino. ASÍ, según Ouweneel y Bijleveld [1989], "el cre--
cimiento de la población y la urbanización aventajaban a la pro-
ducción agrícola hacia finales del siglo XVIII".
La pobreza y la miseria serían la consecuencia más inmediata
para amplios sectores de la sociedad, particularmente para la po-

1. Vollmer [1973, 47-49], Calvo [1973, 79-80), Malvido [1973, 83), Morin (1973J,
Garavaglia y Grosso \1987, 224), Moreno y Agume (1974, 36-37), Davis [1972, 502-
503), Boyer y Davis [1973, 41-42J.
2. Borah y Cook [1975), Moreno [1972), Morin (1983, 9; 1979, 72-83], Wu [1984,
287-3071, Rabell (1986).

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HISTORJOGRAFfA ECONÓMICA COLONIAL MEXICANA 169

blación indígena. Sin embargo, esta hipótesis no deja de tener gran-


des debilidades, pues el ochenta por ciento de ios pobladores de
Nueva España eran indígenas y sus estrategias económicas debe-
rían haber dependido del mercado. Sin embargo, su respuesta fue
mucho más compleja que la que le atribuyen los historiadores. Las
haciendas empleaban una pequeña porción de fuerza de trabajo,
pero, en cambio, las comunidades y los pueblos tenían muchas al-
ternativas: productos agrarios para el mercado y la subsistencia o
bienes artesanales, particularmente textiles. Así, parece ser que fue-
ron el núcleo de un sector artesanal muy diversificado, que creció
al amparo de los comerciantes y con recursos propios de las co-
munidades, acudiendo al trabajo compartido clásico para enfrentar
caídas en el nivel de subsistencia.
El problema, sin embargo, es que la historiograffa novohispana
no dispone aún de investigaciones que permitan medir el creci-
miento de esta economía. Por ejemplo, en relación con la produc-
ción agrícola sólo disponemos de estudios de diezmos para ciertas
regiones, aunque la visión que ofrecen en todo caso está lejos de
mostrar una crisis del sector. 3
Por 10 menos esa es la impresión que surge en el caso de las
más estudiadas, como Guadalajara y el Bajío, donde la producción
aumentó debido a la mayor extensión de tierra cultivada más que
a innovaciones tecnológicas, aunque sin duda también las hubo
(diques, canales, graneros). Según Brading [1985, 67; 1988, 303J Y
Van Young {1983, 221], sus economías pueden considerarse simi-
lares a las de los Países Bajos e, incluso, de Inglaterra. Con todo,
Garner [1985, 310-3181 estima -para la región del Bajío- que la pro-
ducción de cereales tuvo una tendencia decreciente en el siglo
XVIII. En cambio, es indudable que en región de Puebla y Tlaxcala
hubo una crisis agraria en las últimas décadas del siglo XVIII y pri-
meros años del XIX.4
Este panorama sugiere que las nuevas investigaciones pondrán
énfasis en las variaciones regionales de la agricultura colonial. Va-
riaciones que se observan claramente en la nueva historiografía so-
bre la hacienda colonial. Momer [1976] y Van Young [1983] han

3. Rabel! [19861, C alicia [1975J, Medina [1983], Florescano y Espinosa [1987), Ou-
weneel y aijleveld (1989) .
4. Florescano (1971). Moreno [1972], Garavag!la y Grosso [1986], Thompsom
[1979).

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170 SIETE ENSAYOS DE HlSTORlOCRARA

señalado los rasgos característicos y los resultados logrados des·


pués del trabajo clásico de Chevalier, así que no se tratará aquí
este tema, aunque cabe decir que desde entonces varias contribu·
ciones han enriquecido el conocimiento sobre el sector agrario,S Co-
mo balance, conviene destacar que el enfoque para analizar la
hacienda se ha complicado con estudios empresariales o corpora-
tivos, sectoriales o regionales, pero la mayoría coinciden en que la
propiedad agraria se caracterizó por un alto grado de inestabilidad
patrimonial. También se sabe más acerca de los vínculos entre ha-
cienda y actividad mercantil y sobre la organización interna de las
unidades productivas, sin dejar de lado la importancia del papel
económico que desempeñaron los hacendados.
Quizá lo más significativo haya sido romper con la extendida
idea -derivada del modelo de Chevalier- de que el mundo rural
mexicano estuvo dominado desde la conquista española por gran-
des propiedades ineficientes, con estructuras sociales patriarcales
o feudales, que se valían de una fuerza de trabajo empobrecida y
servil. Hoy se puede afirmar con solidez que los procesos regio-
nales impusieron tipos de propiedad y relaciones de trabajo muy
heterogéneas [Brading 1978]. Brading muestra el predominio de la
pequeña propiedad en el Bajío, TayJor [1976] muestra la multipli-
caci6n y la fragmentación de la propiedad en Oaxaca, y en el mis-
mo norte, el predominio de los grandes latifundios es cuestionado
por la existencia de una pequeña propiedad cuya presencia es más
clara de lo que se creía [Cuello 1988]. Del mismo modo, las relaciones
de trabajo hoy son objeto de un detenido examen, el cual descubre
un entramado más complejo que la mera relación de explotación
[Nikel 1987]. Se ha hecho más claro que la fuerza de trabajo fue
generalmente reducida y que los pueblos y las comunidades pro-
porcionaron su contingente principaL
En cuanto a la producción minera, por David Brading se sabe
que se expandió bajo el auspicio del Estado borbónico y que su
caída definitiva sólo puede situarse después de 1810, por efecto di-
recto de los movimientos insurgentes [Brading 1988, 299]. Esto no
genera controversia pues del otro lado del Atlántico, Morineau

5. Véanse, por ejemplo, Serna [1977], Van Young [1981J, Konrad [1980J, Ewald
[19761, Taylor [1982J, Leal y Huacuja [19841, Wobeser [1988J, Moreno Carda [1989J,
Jirnénez [1990J, Nickel [1988J yel informe del simposio sobre la hacienda mexicana
entre los siglos XVI al XX, Jarquín el al. [1990).

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HIsTORlOCRAFlA ECONÓMICA COWNlAl MEXICANA 171

[1985,37] encuentra una tendencia similar, con coyunturas de baja


entre 1796 y 1800.
Coatsworth sostiene actualmente que el aumento de la produc-
ción física de plata no fue estable y que en su evolución se ob-
servan momentos de estancamiento. Al deflactar los índices de
precios de ciertos productos agrícolas, particularmente del maíz,
con los precios de la ciudad de México y San Luis de la Paz, con-
cluye que el valor real de la minería mexicana descendió durante
los treinta últimos años del período colonial, es decir, después de
1790 [Coatsworth 1986]. Sus cálculos tienen una debilidad insupe-
rable, pues en el siglo XVIO y primeros años del XIX no existía un
precio nacionaL Los precios eran, en general, regionales. Las agu-
das observaciones de Carmagnani también ponen en descubierto
las debilidades del modelo de Coatsworth que, "convincente como
técnica [es] poco convincente como resultado", pues en una eco-
nomía con escasa monetización, las mismas cifras de Humboldt y
Brading muestran que, hacia 1790, "el costo de producción de la
plata es inferior en un 25 por ciento a su costo de producción no-
minal". Así, su modelo es "interesante, aunque difícilmente acep-
table" [Carmagnani 1988, 62].
Es necesario establecer qué pasó con el sector textil -quizá la
rama industrial mejor conocida hasta ahora- durante el largo curso
de la economía colonial. Las discusiones sobre este punto son me-
nores, pues se acepta que los obrajes novohispanos descendieron
desde 1630, excepto los obrajes queretanos que crecieron entre 1640
y 1740, Y las unidades manufactureras de Acámbaro que se expan-
dieron a partir de 1750. Con respecto a la producción de tejidos
de lana, Richard Salvucci ha establecido que fue básicamente co-
mercial, que dependía de la demanda interna y de sus fluctuacio-
nes y que su productividad permaneció constante (Salvucci 1987,
135 Y ss.]. Pero en su obra con Linda Salvucci no explican por qué
la producción obrajera no creció a pesar del incremento de la po-
blación y del ingreso real [Salvucci 1987, 75J.
Las razones de su estancamiento y declinación durante el siglo
XVIII son, en cambio, más claras. Después de los sugerentes plan-
teamientos de Potash [1959J y Bazant [1964J, González y Sandoval
[1980] encontraron una multiplicación de tejedores por el reino,
vinculados al trabajo doméstico y en gran parte articulados al ca-
pital comercial. Para el caso de Puebla y otros espacios productores
de Nueva España, la hipótesis más razonable -según Thompsom

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172 SIETE ENSA VOS OF, HISTORIOGRAfÍA

[1986]- es que esta multiplicación estuvo ligada a la expansión de


la producción de algodón, particularmente desde mediados de si-
glo. A ese respecto, se ha postulado que los tejidos de algodón des-
plazaron a los de lana y que, en términos de la organización del
trabajo, el obraje se vio relegado por el tejedor doméstico urbano
y rural, llevando a que la población optara por tejidos más baratos
-mantas y rebozos- y de tradición indígena [Miño 1983, 1990]. Esta
hipótesis se refuerza con la de Van Young, quien observa una caí-
da en los niveles de vida populares durante la segunda mitad del
siglo XVIII.
Este deterioro condujo a los campesinos a repartir su tiempo
entre los trabajos agrícolas y las labores de tejido a fin de resguar-
darse. En las ciudades aparecieron también cientos de trapicheros
o tejedores domésticos que se dedicaban a la elaboración de gé-
neros ordinarios. Esto produjo una dara expansión de la organi-
zación doméstica en desmedro de la producción obrajera, mientras
que en las comunidades indígenas coaccionadas por el repartimien-
to también se producía para el mercado. AsÍ. el capital comercial
y el trabajo textil se articulaban de manera eficiente, en unos cen-
tros -Puebla, Tlaxcala, Texcoco, Villa Alta, Zamora- más que en
otros. El trabajo doméstico independiente también estuvo presente.
Tampoco se duda que la circulación textil tenía un amplio ra-
dio de comercialización que cubría amplias zonas rurales, núcleos
urbanos y centros mineros ubicados en Tierra Adentro. Ya no se
acude al argumento de que la producción textil era local o regional
y destinada a un "mercado mexicano desarticulado" que lindaba
"en la autarquía económica". Pues si se asume que 105 centros mi-
neros eran los únicos mercados que demandaban y absorbían los
productos textiles, la conclusión obvia sería que sólo ciertas regio-
nes -Tierra Adentro y el Bajío- habrían generado esa demanda y,
por lo tanto, su efecto dinamizador sobre la industria textil habría
sido limitado, puesto que el sector minero sólo involucraba entre
45.000 y SO.OOO personas, según los cálculos de Humboldt [1966, 48] .
Estas agudas observaciones olvidan, en primer lugar, que cuan-
do se dice que el sector minero era el predominante, el que impul-
saba la economía colonial, se da a entender que fue el sector
dinámico de la economía colonial tanto en la demanda de recursos
como en la de mercancía dinero o "papel monetario" . Además, la
capacidad de consumo del sector minero "sólo es parte de una ex-
plicación más compleja". En segundo lugar, cuando se señala que

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HISTORlOGRAFIA ECONÓMICA COWNIAL MEXICANA 173

los productos textiles "estaban capacitados para ganar una gran


participación en el mercado interno, a pesar de las mercancías ex·
tranjeras y los altos costos del transporte dentro de México" [Van
Young 1988], sólo se quiere demostrar que la autarquía económica
y la desarticulación eran poco probables, al menos en ese tiempo,
dado el evidente desarrollo de los grupos comerciales y el nivel
de mercantilización de la economía.
En los últimos años, la historiografía ha expuesto en forma irre-
futable el papel de los grupos de comerciantes, que actuaban en
la esfera internacional y en el mercado interno colonial. El trabajo
de Cristina Borchart de Moreno [1984] sobre los comerciantes en
tiempos de Carlos ID; el de JOM Kikza [1986] sobre los empresa-
rios durante la última parte del período borbónico; la investigación
de Cristina Torales, que revela la intensa y extensa red de rela·
ciones mercantües de Francisco de Yraeta [Torales 1985], los tra·
bajos de Pérez Herrero [1988], Greenow [1983] y Gisela van
Wobeser [1990, 849·879] sobre el crédito y sus instrumentos, sin
mencionar los numerosos estudios regionales, han dejado al des·
cubierto la vasta red de influencias que dominaron la escena de
la economía colonial en sus diferentes niveles y regiones. Estudios
concretos sobre diversas expresiones regionales -como los de Su-
per [1983] para Querétaro, Lindley [1987] para Guadalajara, Liehr
[19761 para Puebla, Hadley para Parral [1979], Tutino [1975, 19761
para los valles centrales de México y Toluca, además de los clásicos
trabajos de Brading [1975] y BakewelI [1975]- muestran la estrecha
relación entre intereses comerciales y actividades mineras, agrarias
o manufactureras en el marco de las especificidades regionales y
locales. Los trabajos de Garavaglia y Grosso [1986, 1987], con base
en los registros de las alcabalas novohispanas de Tepeaca, indican
un alto nivel de mercantilizaci6n de su economía. Estos aportes
han enriquecido el conocimiento sobre el consumo urbano y rural
y de los flujos mercantiles, el cual sin ellos sería realmente pobre.
En cuanto al comercio internacional, hay discusiones historio-
gráficas que no pueden dejarse de lado, pues aunque es seguro
que los decretos de libre comercio "estimularon el desarrollo de
los intercambios transatlánticos" no es tan cierto que éstos crecie-
ran en la proporción y niveles indicados por Joho Fisher, quien
los sobrevaloró al tomar como base el año 1788, cuando la inmi-
nente guerra con Gran Bretaña distorsionó los niveles normales del
intercambio. Así mismo, también es dudoso que la proporción de

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174 SIETE ENSAYOS DE HISfORlOGRAAA

productos españoles dentro de las exportaciones haya pasado de


38 por ciento en 1778 a 52 por ciento, en promedio, para 1782 y
1796, no sólo porque en 1778 el libre comercio era poco repre·
sentativo sino también porque buena parte de las mercancías ex·
portadas incluían telas pintadas y estampadas sobre telas
extranjeras, harinas fabricadas con trigo extranjero y vestuario con-
feccionado con telas importadas [Delgado 1986, 9-10].
No es posible mencionar aquí los efectos sobre la economía es-
pañola, pero en relación con el comercio colonial la discusión lleva
a mirar con más escepticismo y cuidado las cifras disponibles. En
este sentido, debe tomarse reserva la exactitud de las cifras que
ofrecen Ortiz de la Tabla [1978] y Javier Cuenca [1981], aunque en
cuanto a la tendencia del intercambio, no hay duda de tuvo un
ritmo creciente alterado por las coyunturas bélicas, como también
han mostrado Izard [1974] y García [1972].
Frente a esto, las preguntas parecen evidentes: ¿Acaso toda la
mercancía que entraba en forma creciente por Veracruz y otros
puertos -como la gran cantidad de mercancías del comercio con
Filipinas [Yuste 1977]- no circuló por el mercado interno colonia!?,
¿si en ese tiempo hubo una caída de los niveles de vida, dónde
se consumía la gran cantidad de tejidos importados de segunda?,
¿o es que los almaceneros novohispanos los consumían todos?
Los centros mineros y urbanos -igual que muchos pueblos in-
dígenas- eran el destino principal de este comercio a lo largo y
ancho del reino, al cual se añadían los flujos mercantiles de la enor-
me población indígena inscrita en circuitos mercantiles de distinto
alcance, según una lógica económica propia que investigaciones re-
cientes han definido con gran precisión. Éstas han abandonado el
análisis general para ahondar en los casos regionales, y sus prin-
cipales aportes son el de Dehouve [1988] para Tlapa, en el actual
Guerrero; el de Rodolfo Pastor [1977] para los pueblos de la Mix-
teca; el de Marcello Carmagnani [1988] para Oaxaca; el de Horst
Pietchmann [19771 para la región de Puebla-Tlaxcala y el de Ga-
ravaglia y Grosso [1987] sobre Tepeaca.
Las "estrategias económicas" de las comunidades parecen ir
más allá de la simple economía de autosubsistencia, aunque no to-
das las comunidades tenían la misma cantidad de recursos. Gran
parte de los trabajos mencionados muestra, en forma sorprendente,
que los bienes que integraban el patrimonio comunitario eran apre-
ciables. Su importancia se aprecia cuando se encuentra que los bie-

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HiSTORIOGRAFíA ECONÓMICA COLONIAL MEXICANA 175

nes de la comunidad aportaron casi 400.000 pesos a la Intendencia


de Oaxaca, cuyo ingreso total era de ~OO.OOO pesos. En Puebla y
Tlaxcala, las comunidades acumularon 176.000 pesos en solo 25
años [Pietchmann 1988, 75]. Si a estas cifras se añade la suma de
750.000 pesos que las comunidades indígenas entregaron a la Junta
de Consolidación [Lavrin 1973, 41; Marichal 1989, 125]. es lícito
suponer que muchas comunidades estaban lejos de la pura y
simple economía de subsistencia y, por supuesto, de la pobreza
y la miseria.
Los recursos comunitarios eran variados y provenían de dis-
tintas fuentes pero, en general, se observa que -por ejemplo, en
Oaxaca- a 10 largo del siglo XVIII se produce una "mayor mone-
tización de la economía indígena dada la expansión mercantil que
hay en la región, particularmente en la segunda mitad del siglo"
rCarmagnani 1988, 127-129]. Los bienes de la comunidad también
muestran un "alto grado de monetización" en Puebla. De modo
que la participación de los pueblos indígenas en la economía co-
lonial -como consumidores y productores- era mucho más intensa
de lo sospechado [Pietchmann 1988, 73J. En Tepeaca ocurre algo
semejante, dada la "intensa red de intercambios" que caracterizó
a la villa entre 1780 y 1820 [Garavaglia y Grosso 1987, 218].
Las investigaciones hoy hacen énfasis en el papel de las cofra-
días, las hermandades y las cajas de comunidad como fuente de
riqueza. Así, según Carmagnani, la multiplicación de las cofradías
obedeció al crecimiento de los recursos comunitarios y no al con-
trario, es decir, a la reducción de los recursos, como plantea Pastor.
En otras palabras, estas formas de "acumulación" pudieron mul-
tiplicarse porque las comunidades disponían de considerables re-
cursos, lo cual demuestra, como consecuencia directa, que la
tmidad doméstica logró superar "yen mucho, el puro y simple
nivel de subsistencia" rCarmagnani 1988, 137], al menos en Oaxaca
y en las demás regiones de alta densidad indígena.
También se conoce mejor el ámbito de la circulación en las zo-
nas indígenas; se sabe que ésta era compleja, regulada y articulada
por las autoridades étnicas, y que en su conjunto no se hmdaba
en la regulación económica, es decir, en la autorregulación, sino
en una administración de carácter político [Carmagnani 1988, 144-
174]. Las evidencias recientes muestran que las tiendas de mestizos
y españoles y los mercados o ferias jugaron un papel crucial en

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176 STETE ENSAYOS DE HISTORlOCRAFlA

la conformación de la estructura económica indígena, con lo cual


debilitan los supuestos alejados de la realidad.
Es indudable que los flujos mercantiles tuvieron distintos al-
cances al interior de los pueblos y en relación con los circuitos in-
terregionales; también, que existía un fuerte nivel de integración,
por 10 menos mayor del que sugiere cierta literatura. Por ejemplo,
el caso del pueblo de Tlapa y su mercado, estudiados por Dehou-
ve, revela una basta red de intercambios entre los productos de
la costa -algodón y jícaras- necesarios para su propia producción
interna, así como de objetos chinos y cacao transportados desde
Acapuleo. "Es impresionante" I dice Dehouve, observar la circula-
ción, sobre todo de textiles, entre una provincia y otra en el siglo
XVIII. Se vendían bienes provenientes de Texcoco, Puebla y Tlax·
cala y la producción se comerciaba en otros lugares. En esta red
de intercambios "interveruan, de uno u otro modo, las existencias
monetarias del pueblo" [Dehouve 1988, 90·91, 98].
Otra área que ha recibido especial atención en los últimos años
es la Real Hacienda. Ya conocíamos, de modo muy general, varios
de los problemas que enfrentó, como la continua presión para re·
caudar ingresos cada vez mayores; sin embargo, no se disponia de
mayor precisión cuantitativa, particularmente en lo que atañe al
ritmo y evolución de las rentas reales, así como de las alternativas
que impuso la Corona para conseguir préstamos y subsidios, ins·
titucionales e individuales, de los súbditos novohispanos.
TePaske [1989] ha expuesto los rasgos esenciales de la dinámica
financiera colonial. Encuentra un notable aumento de ingresos en
la caja de la ciudad de México entre 1791 y 1810, tendencia que
comparten las cajas regionales. Este crecimiento constante y "es·
pectacular" obedeció al aumento de la producción minera, a una
recaudación fiscal más eficiente, al incremento de la población y
a la creación de nuevos impuestos. Al comenzar el siglo XVIII, la
caja de México recaudó dos millones y medio; hacia la mitad de
la primera década del XIX ya se recaudaban 14 millones y algo
más; y en 1809, sus ingresos alcanzaron la suma de 28 millones.
Sin embargo, en el lado oscuro de la moneda se presentó un mo-
vimiento todavía más espectacular: la deuda subió de 13.9 millones
en 1791 a más de 34 millones en 1798. Después, el ritmo fue in·
sostenible, de 37.5 millones en 1815 pasó a 81 millones en 1816.
A partir de estos datos, TePaske argumenta que el proceso de
desintegración financiera empezó poco antes de las guerras de in·

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HISTORlOGRAÁA ECONÓMICA COLONIAL MEXICANA 177

dependencia y que pudo haberse consumado, de hecho, al tiempo


del"Grito de Dolores". Sin embargo, sus estimaciones plantean se-
rios interrogantes. Sería importante definir en forma explícita qué
se entiende por desintegración financiera. En principio, aunque de
manera superficial, yo la concebiría como el colapso de un sistema
que ha dejado de funcionar para dar paso a un conjunto de re-
formas y su reemplazo por otro. Si es así, la desintegración que
TePaske observa antes de 1810 es poco probable, por cuanto el ru-
bro de ingresos muestra una evidente tendencia expansiva que, le-
jos de sugerir un agotamiento de recursos, confirma su excepcional
crecimiento, no obstante los riesgos de esta afirmación. Es posible
que la capacidad para lograr mayores recursos haya llegado a su
tope en 1810, pero sería necesario evaluar mejor el significado de los
movimientos insurgentes y su impacto sobre la estructura financiera,
pues aún es válido suponer que, si omitimos el año 1810, la ten-
dencia creciente de los ingresos pudo haber continuado o, al menos,
permanecer en el nivel de los años inmediatamente anteriores.
Una explicación podría ser que la caída de los ingresos obe-
deció a la suspensión repentina de las remisiones de las cajas re-
gionales. Sin embargo, esto no es una explicación completa, pues
también influyó un acontecimiento político y social que no recogen
las cifras: los trastornos que creó el movimiento insurgente, que
hicieron posible que las cajas regionales invirtieran su metálico en
sus propias necesidades. Así lo apunta TePaske, pero lo que im-
porta investigar es si este movimiento tuvo o no un efecto positivo
en las economías regionales.
Por otra parte, no sería sensato subestimar el peso de la deuda.
Sin embargo, ciertas coyunturas -como la de 1799, en que baja de
34 miUones a 22.7 y a 17.7 en 1805- inducen a pensar que la "de-
sintegración financiera" aún está lejana porque, con la Consolida-
ción de los Vales Reales, la Corona demuestra una vez más que
sus alternativas no están agotadas y como sistema fiscal -según el
mismo Klein- para entonces era "probablemente el sistema.. más
moderno que existía entonces en el mundo occidental" [1985,592].
La desintegración financiera sería, entonces, paralela a la del sis-
tema colonial en su conjunto después de 1810, lo cual parece más
verosímil.
Los cálculos sobre el monto de los préstamos son, también, po-
co confiables. Según Klein, los subsidios y Jos préstamos de fuentes
privadas ascendían a 5.8 millones de pesos al año en la década

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178 SIETE ENSAYOS DE HISTORlOGRAFIA

de ·1790 Y subieron a una cifra descomunal, 21.6 millones, en el


primer decenio del siglo XIX [Klein 1985, 589]. Carlos Marichal -
quien ha investigado en detalle la documentación apropiada- afir-
ma que los préstamos y donativos alcanzaron lUla cifra global de
3.404.000 en la década de 1780, es decir, un promedio de 340.400
por año y no de 900 mil como estima K1ein. Los préstamos recau-
dados entre 1793 y 1795 llegaron a 6.652.260 Y, entre 1796 y 1802,
10.086.521, 10 cual da un promedio anual de 1.673.878 [Marichal
1990, 889]. En suma, las diferencias son enormes, pero si las esti·
maciones de Marichal se considerasen correctas, prácticamente de-
sintegran las de KIein.
Hay claras evidencias de que el sector económico predominan-
te en el mundo novohispano, ante el riesgo de perder sus capitales
líquidos por las acometidas de la Corona, decidió invertirlos en
"negocios al interior del virreinato", en bienes raíces urbanos y ru-
rales, y en transacciones con Europa y algunos puntos de América,
tendencia que según Marichal se acentuó a partir de 1780. La in-
versión minera también fue útil, no sólo para la acumulación, sino
para asegurar las fortunas. Y este proceso de inversión interna algo
debió repercutir sobre la dinámica económica novohispana. Surge,
entonces, una pregunta evidente: ¿no será acaso una expresión de
fortaleza más que de depresión?
Investigaciones concretas recientes sugieren que lejos de pre-
dominar un clima de incertidumbre económica entre los grupos de
propietarios, en ese tiempo había una sensación de estabilidad y
de crecimiento. Así lo indican, por ejemplo, los datos del Real Fisco
de la Inquisición, cuya actividad principal era otorgar préstamos,
muchos de ellos cuantiosos. Como muestra Gisela van Wobeser
[1990, 864-865], éstos eran posibles por la "abundancia de pesos,
originada en la bonanza de las minas", la cual llevó a que la oferta
del crédito superara la demanda, hasta tal punto que el interés se
redujo deIS por ciento al 4.5 y luego al 4 por ciento. Es posible
que haya aumentado la fluidez de la circulación del capital porque
los préstamos no pagaban alcabala y el crédito se abarataba sen-
siblemente. El Fisco prefería perder un punto de interés a mantener
sus capitales improductivos, como ocurrió en 1794 y 1805, cuando
el Consulado pretendió redimir un préstamo originado por las so-
licitudes de la Corona; pero en 1810, cuando las presiones de la
Corona se acentuaron y sus ingresos se vieron afectados por la in-
surgencia, optó por la segunda, después de aclarar a las autori-

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H1STORJOCRAFlA ECONÓMICA COWNlAL MEXICANA 179

dades que sus "arcas estaban vaáas". Es decir, la Corona como


sujeto de crédito había perdido credibilidad, pero existían recursos.
Este ejemplo corrobora la visión que John TePaske tenía en
1986 -antes de su ensayo sobre la "desintegración financiera"-
cuando sostenía que durante el siglo XVIII y primeros años del XIX,
a pesar del alza de precios y la inflación, los préstamos forzosos,
la política fiscal represiva y los nuevos impuestos, existió una gran
riqueza acumulada por instituciones e individuos que testimonia
su vitalidad económica, más al principio que al final del siglo XViII.
y que si bien se perciben una distribución desigual. una sociedad
rural proletarizada, un aumento de la pobreza y del bandidaje, una
mayor presión por los recursos -particularmente por la tierra-, un
alza en los precios y una caída en los salarios, no obstante, la eco-
nomía muestra todos los signos de una prosperidad, ante todo a
mediados de la centuria [TePaske 1986, 326]. El mismo Klein con-
cluye que la dinámica de las rentas reales se produce en el marco
de un "crecimiento extraordinario de la economía novohispana,
desde el último cuarto del siglo XVII hasta los primeros decenios
del XIX".
Pese a lo anterior, y sin desdeñar críticas sustanciales a esas
conclusiones, las hipótesis recientes sobre los efectos sociales del
desequilibrio económico sugieren un desfase entre producción
agrícola y crecimiento demográfico, la aparición de sectores socia-
les dedicados al vagabundeo, de la miseria y de la migración como
consecuencia del deterioro de los niveles de vida [Van Young
1988]. y se agudiza la lucha por los recursos (Tutino 1990]. En la
cara opuesta, las elites gastan inmensas fortunas. Así, según Van
Young "la sombra del empobrecimiento contribuyó a la creciente
asimetría en la distribución de la riqueza que parece haber mar-
cado el final del período colonial" (1988, 213]. De la misma forma,
Claude Morin examinando el extenso Obispado de Michoacán, lle-
ga a una conclusión similar: "esta expansión de la producción mul-
tiplicó la pobreza, creó mayores desigualdades y permitió un
mayor enriquecimiento de la minoría".
Estas conclusiones han requerido un esfuerzo arduo para re-
construir el movimiento de la población, elaborar intrincadas series
de diezmos, revisar cifras de producción minera, alcabalas, exac-
ciones fiscales y comercio exterior. Ha significado una tenaz per-
sistencia de los investigadores en busca de planteamientos y
problemas que sobrepasan la explicación institucional. Los logros

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180 SIETE ENSAYOS DE HlSTORlOGRAFtA

son evidentes en cuanto a fuentes y métodos, y ahora se sabe más


sobre el proceso de la economía colonial durante el siglo XVIII, pero
en definitiva, la conclusión es idéntica a la que había llegado Hum-
boldt en 1803 cuando se refería al "aumento de la prosperidad co-
lonial": "las castas blancas poseen grandes riquezas" que, por
desgracia, están repartidas con una desigualdad rayana en la mi-
seria [Humboldt 1966, 83-86]. Y no hace más que confinnar la visión
de Florescano y Gil cuando constataban el crecimiento de ese siglo
y afirmaban que la "exclusiva minoría (principalmente de mineros
y comerciantes) ... recibía los más altos ingresos mientras la inmen-
sa mayoría tuvo que subdividir las ganancias de un auge que
veía ... escaso en retribuciones [para ella]". Es curioso que, a estas
alturas, las desigualdades sociales parezcan extrañas, cuando en re-
alidad son el hilo conductor de la historia.
Parece que se ha vuelto a la vieja discusión sobre el valor ab-
soluto de las cifras y los cálculos, sin críticas suficientes para de-
terminar su validez; y con empeño se quiere explicar una realidad
compleja y particular con criterios y principios económicos anacró-
nicos, bajo el pretexto de la objetividad de las series y los índices.
ASÍ, la caída relativa de la minería mexicana entre 1790 y 1810 ¿es
la manifestación de una crisis económica en la segunda mitad del
siglo xvm? La relación de cifras sueltas sobre precios y salarios de
regiones específicas, en una sociedad en la que no había precios
nacionales y el salario adoptaba infinidad de formas ¿puede ex-
plicar la miseria de un pueblo constituido en un ochenta por ciento
por indígenas cuya racionalidad económica apenas se está cono-
ciendo? Si este ochenta por ciento de la población vivió en la cons-
tante miseria, ¿por qué los estudios concretos muestran una
situación bastante diferente?
Por supuesto, existieron zonas deprimidas, pero no se desco-
noce su proporción. No hay duda que en algunas regiones hubo
crisis de subsistencia y graves epidemias, sobre todo en las décadas
de 1730, 1760, 1780, pero esto no significa que el siglo XVJI[ no-
vohispano fuera un siglo sin perfil. Quizá la discusión esté mal en-
caminada, a menos que los argumentos escondan intenciones
políticas, como en el caso de Coatsworth, para quien el "atraso re-
lativo del país en los albores de la época contemporánea ... no se
debe en modo alguno a los efectos supuestamente perniciosos del
imperialismo y la dependencia actuales", sino al "desfase" en la

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"HISTORlOGRAÁA ECONÓMICA COLONIAL MEXICANA 181

productividad que se produjo entre México y los países desarro-


llados hacia 1800.
Sea corno sea, los ternas y problemas abordados, así corno la
renovación e incorporación de nuevas fuentes a 10 largo de los úl-
timos años, responden a las expectativas planteadas en el Congreso
Internacional de Americanistas, en conjunto con la Coordinación
de Historia Económica de CLACSO, realizado en Lima en 1970.
En cuanto a las fuentes, la demografía histórica ha recibido un
impulso importante con la utilización de los registros parroquiales,
antes inexplotados. Así mismo, en el sector agrario la utilización
de los registros y las cuentas de los diezmos ha permitido recrear
la dinámica de la producción agrícola en ciertas regiones novohis-
panas, lógicamente como una aproximación a la dinámica real,
pues un amplio sector de la población y muchos productos no es-
taban sujetos al pago de diezmos. 6
Otro rasgo importante de la historiografía mexicana, como ha
señalado Van Young {l983] para el caso de la hacienda colonial,
es el alejamiento cada vez más mayor de las fuentes institucionales
-informes gubernamentales, leyes, relatos de viajeros, crónicas- y el
acercamiento a los libros de contabilidad, la correspondencia ad-
ministrativa y comercial, los registros notariales -testamentos, hipo-
tecas, registros de compra y venta, registros de dotes, gravámenes
eclesiásticos- y a la documentación de tipo judicial. Estas fuentes
han resultado de gran utilidad para desenmarañar el intrincado
nudo de las relaciones económicas y sociales, no sólo del mundo
rural sino sobre todo de los grupos de propietarios: hacendados,
comerciantes, mineros y obrajeros. Con respecto al problema del
trabajo, la inmensa obra de Silvia Zavala [1985-1989J sobre el ser-
vicio personal novohispano es una contribución sólida y perma-
nente a la historia económica colonial.
Aunque aún en sus inicios, las alcabalas han empezado a ser
explotadas con éxito para medir la intensidad y diversidad de los
flujos mercantiles; lamentablemente sólo se han usado las de una
sola parroquia novohispana. Por otra parte, independientemente
del valor que se le atribuya a las series de TePaske y Klein [1986J,
el gran esfuerzo para sistematizar los ingresos y egresos de la Real

6. Además de los estudios conocidos, el reciente trabajo de Florescano y Espi-


nosa [1987J sobre los diezmos en la Diócesis de Michoacán arrojará luz sobre este
importante sector de la agricultura colonial.

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182 SIETE ENSAYOS DE HlSTORlOGRAFiA

Hacienda de Nueva España tiene W\ valor y una utilidad incues-


tionables, además de haber abierto una nueva perspectiva para el
estudio de W1 importante sector de la economía colonial.
Pero no s6lo se ha avanzado en el uso de nuevas fuentes. En el
ámbito de la organización arcruvística, México cuenta hoy con acervos
y servicios modernos que facilitan la consulta documental. El Archivo
General de la Nación y una importante red de archivos municipales
y notariales son de fácil acceso, aunque en algunos archivos de pro-
vincia aún persiste el mal que constataba Brading, pues el investi-
gador depende de su suerte y de la buena voluntad de 105 archiveros.
Además, han aparecido catálogos y bibliografías estatales y na-
cionales que facilitan el trabajo del historiador. Entre estas últimas,
se destaca la Bibliografía general sobre el desarrollo económico de Mé-
xico, 1500-1976, coordinada por Enrique Florescano [1980b], aunque
lamentablemente esta tarea quedó trunca. Es de esperar que sea
continuada y ampliada por el Boletín de fuentes para la /¡istoria eco-
nómica de México que empezó a editar Carlos Marichal [1990] en
El Colegio de México.
También hay esfuerzos que no han proseguido. El caso clásico
es el estudio de los precios; después de la contribución de Florescano
[1969], son pocos sus continuadores: Rabell [1986], Calicia [19751,
Carner {1985] y, últimamente, Crespo y Carda [1988]. Más lamen-
table es la falta de series sobre salarios, pues sólo se cuenta con
datos aislados poco confiables. Es posible y deseable llenar estos
vacíos, siempre que no queden en las simples series estadísticas.
También debe mencionarse el lamentable abandono de la geo-
grafía económica y del análisis de las relaciones campo-ciudad des-
pués de que Alejandra Moreno [1968, 1972] Y su seminario de historia
urbana abrieron el camino para entender la red de relaciones que
se establecieron en el interior de las regiones y en torno de los centros
urbanos. Así, el problema de las migraciones sólo se ha estudiado
para finales del período colonial y regiones muy localizadas.
Menos grave que lo anterior, pues no vive el abandono de los
estudios urbanos, es la falta de atención sistemática a la "racionalidad
económica" de las comunidades indígenas, aunque últimamente han
aparecido algunos trabajos importantes que ya citarnos. Los estudios
sobre la cohesión y jerarquización del grupo; las estrategias eco-
nómicas frente al estado colonial, la iglesia y los sectores privados;
la organización territorial; la relación con la hacienda y la presión
que las comunidades ejercieron sobre ésta, así como sobre la lucha

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H¡STORJOCRAF!A ECONÓMICA COLONIAL MEXICANA 183

entre pueblos por los recursos, son tareas prioritarias para el fu-
turo.
A pesar de las carencias, el balance es positivo desde la pers-
pectiva de la contribución general de la historiografía internacional
-anglosajona, española, francesa e italiana particularmente- pero
no tanto si la atención la limitamos a la propia historiografía na-
cional. El problema actual, por tanto, es qué hacer para fortalecer
nuestra propia visión del pasado. Se puede decir que esto dependerá
de los recursos y el sistema educativo de cada país, de la capacidad
para elaborar programas de docencia e investigación viables, del
auspicio y la creación de centros e institutos de investigación alejados
de la politización que caracteriza a las universidades latinoameri-
canas. Al no ser capaces de formar los propios recursos humanos
con niveles razonables de altura académica, la posibilidad de una
historiografía autónoma y original será nula.

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Los autores
PABLO MARTfN ACEÑA. Catedrático de historia económica, Universidad de
Alcalá de Henares. Sus obras incluyen Empresa pública e industrialización
en España, Madrid, 1990, y con Francisco Comín, 50 alias de ¡ndustria/i-
zación en Espmla, Madrid, 1991.
JOSÉ ÁLVAREZ JUNCO. Catedrático de historia política, Universidad Complu-
tense de Madrid. Sus obras incluyen El emperador del paralelo: Lerroux y
la demagogia populista, Madrid, 1990, y El movimiento obrero en la hisloria
de Ctídiz, Cadiz, 1988.
BLANCA SÁNCHEZ ALONSO. Profesora de historia de la Universidad Nacional
de Educación a Distancia, España. Ha publicado La inmigración espmloln
en Argentillo, siglos XIX y XX, Oviedo, 1992.
MANUEL MIÑO GRlJALVA. Profesor-investigador de El Colegio de México. Es
autor de La manufactura colonial; la constitución técnica del obraje, México,
D.F., 1993, Y La protoindustria colonial hispanoamericana, México, D.F., 1993.
Este ensayo, preparado especialmente para el Coloquio de Cartagena, fue
publicado, con modificaciones, en Historia Mexicana, vol. XLll, 2, 1992, pp.
221-60 con el título "Estructura económica y crecimiento: la historiografía
colonia! mexicana".
SOLEDAD LOAEZA. Profesora-investigadora de El Colegio de México. Sus
obras incluyen E/llamado a las urnos, México, D.F., 1989 y, Clases medias
y política ell México: la querella escolar, 1959-1963, México, D.F., 1988. Este
trabajo apareció publicado en El llamado a las unzas, pp. 15-32.
ENRIQUE TANDETER. Profesor de historia de la Universidad de Buenos Aires
e investigador del Cedes. Es coautor de Coercion and Market; Si/ver Millillg
in CO/Ollial Potosí, 1692-1826, Albuquerque, 1993, y La participación indígella
en los mercados sUTandinos. Estrategias y reproducción social. Siglos XVI a XX,
La Paz, 1987.
HILDA SÁBATO. Profesora de historia de la Universidad de Buenos Aires. Es
autora de Agrarian Capitalism alld fhe World Market; Buenos Aires in the Pas-
tora/ Age, 1840·1890, Albuquerque, 1990, y con Luis Alberto Romero, Los
trabajadores de BI/enos Aires: la experiencia del mercndo, 1850-1880, Buenos
Aires, 1990.

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en el mes de diciembre de 1995
en los talleres gráficos
de Editorial Presencia
Bogotá, Colombia

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Títulos eun
- Mitolog ía del encue1Hro y
del desencuen tro, ¡De qué se ocupan las polémicas historiográficas en Espa-
$01 Montaya ña, Argentina y M éxi co? ¡Qué papel juega la politica en su
- Hechicería, bru;ería e produ cción y cómo han evolucionado sus métodos, teorías
Inquisición en el Nuevo
Reino de Granada, y técnicas? Son las refl exiones que desarrollan los au tores
Diana Luz Ceba llos G. /2a ed.J. de estos siete ensayos presentados en el simposio interna-
- La historia al final del cional sobre las ciencias sociales en la historiografía de len-
milenio, Bernardo Tovar
/comp. ) /2a ed .) gua española qu e tuvo lugar en e artagena en 1990.
- América Latina ante el
reordenamiento económico De cara a la profunda crisis de las ciencias sociales, que
internacional, Luis Jorge toca sus fundam entos teóricos y epistemológicos, hay que
Garay
referir las condiciones de la producción historiográfica al
- Cuba·Colombia: una
historia común, va rios autores clima cultural de nuestros días.
- Dos arlos entre los indios,
T hcodor Koch -Grünberg La vuelta a un a nueva narrativa está planteada como mé-
- Religión y mitología de Jos todo a disposición del historiador, ante el cuestionamiento
uitotos, Konrad T h. Prcuss del marxismo, de la escuela de los Annales y de la Nueva
- Lewis Henry Morgan: Historia Económica.
confesiones de amor y odio,
Luis Gu illermo Vasco
Tras el advenimiento de la historia-problema; el descifra-
miento de los nexos entre acontecimiento¡ coyuntura yes-
tru ctura como objeto de la hi storia; el marxism o, el
sicoanálisis y el estru cturalismo como discursos universa-
les¡ y la distinción entre lo superfi cial y lo profundo que
evidencia la verticalidad¡ rechazada por los posmodernistas,
aparece el l/ pensamiento blando", en el qu e pierde perti-
nencia cualquier modelo de historia total o estructurada
eun para dar paso a una historia sin certidumbres.
editorial
universidad
nacional

A.A.14490
Te!. ,3681287
Fax: 22 1 9568
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