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BENEDICTO GONZÁLEZ

VARGAS

La convivencia social,
una mirada desde
la Metafísica Cristiana

Ediciones de la Univirne
2018

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BENEDICTO GONZÁLEZ
VARGAS

La convivencia social,
una mirada desde
la Metafísica Cristiana

Ediciones de la Univirne
2018

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© 2010 Benedicto González Vargas
© 2018 Ediciones de la Univirne
Se terminó de imprimir esta edición
especial para los estudiantes de la
Cátedra de Introducción a la Ciencia
Sagrada, en diciembre de 2018.

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Dedicado a Dios, que siempre
vive en mi corazón,
como mi Cristo Interno,
como el Templo Interior
que habita el Espíritu Santo,
como la Voluntad Divina
que me impulsa
a buscar la Verdad.

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Agradecimientos especiales para
Luisa Telyié H., nuestra Maestra,
Hermana y Amiga, por su enorme
y permanente trabajo por la
expansión de la Luz de Dios que
nunca falla, para Marcelo Cassano
E., nuestro hermano del alma, por
su permanente espíritu de servicio
y colaboración. Agradecimientos
muy especiales también para
Carla, Diego, Marcela, Marcela,
Ruth y Ximena que, con su
presencia e inquietudes, dieron
verdadera vida a esta Cátedra.

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La convivencia social,
una mirada desde
la Metafísica Cristiana

Es muy probable que nuestra


próxima reencarnación ocurra cuando
la Era de Acuario se encuentre ya
bastante entronizada en la Tierra. Sin
embargo, es necesario que no
esperemos esa ocasión si es que ahora
tenemos la conciencia para reconocer
que es fundamental y urgente empezar
a practicar las virtudes acuarianas
desde ahora, en esta encarnación y en
el actual estado desarrollo planetario.
Para qué esperar otra encarnación si
podemos empezar a manifestar en
nuestros días unas virtudes que sólo
pueden hacer el bien a la humanidad.

¿Cuáles son esas virtudes?


Entre otras, quiero destacar:

- Convivencia
- Autoconocimiento
- Autoconfianza
- Independencia
- Fraternidad
- Tolerancia
- Comprensión
- Servicio

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- Amor y reconocimiento de
Cristo en los demás

Se afirma en varios libros


espirituales y esotéricos que la Era de
Piscis podría reconocerse como la era
en que se desarrolló y afianzó la Ley y
que la Era de Acuario, en cambio, será
la de la libre decisión en conciencia
asumiendo los efectos que nuestras
causas generen. Pero ese estado de
conciencia, ese proceso evolutivo,
como todos los procesos requiere de
un desarrollo, de una historia en que
cada grado se va conquistando paso a
paso y va ensanchando los límites de
la conciencia personal y colectiva. Una
breve mirada al desarrollo de la historia
de las leyes humanas nos puede
iluminar en lo que a este proceso se
refiere.

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Debemos, como siempre, como
lo dicen muchas tradiciones
espirituales, partir desde el caos, desde
la inexistencia de la Ley, en una época
atávica, antigua, lejana, cuyo recuerdo
permanece en la historia de la
humanidad en mitos que nos hablan
del caos original donde adivinamos la
ausencia de la Divina Ley, pero
también el pronto advenimiento de
ésta.

Luego –intuímos– vemos como


aparece un rudimento de ley, una ley
en ciernes, una ley bosquejo, de
escasa influencia y desarrollo. Una
suerte de normas de convivencia
aplicables apenas a la familia próxima,
a lo sumo al clan; eran aquellos
tiempos de núcleos familiares
desorganizados, peleando y
enfrentándose a otros núcleos
familiares desorganizados, luchando
por su propio beneficio y supervivencia,
enfrentándose a veces todos contra
todos, sin mayor consciencia que saber
que ha de ganar el más fuerte, el que
usa mejor aquella fuerza bruta
desencadenada y desprovista no solo
de regulaciones, sino también de
justicia, misericordia y humanidad.
Fueron tiempos de Supervivencia,

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Recolección, nomadismo y
enfrentamientos. Ése fue el marco en
que surgieron esas primeras leyes que,
probablemente, en su escasa
influencia, apenas llegaron a favorecer
a la familia. Desde un punto de vista
más positivo, al menos llegaron a
favorecer a la familia.

En un estadio evolutivo más


avanzado tenemos que el nómade
recolector se volvió agricultor y se
estableció en centros que llamamos
ciudades, ampliando con ello su
conciencia, convirtiéndose en un ser
colectivo de mayor alcance y
complejidad que el del mero clan, que
debió conjugar no pocos conflictos para
vivir con mucha gente bajo un mismo
alero social. Las ciudades amuralladas,
con sus príncipes primero y sus
señores feudales después, fueron el
lugar en que la ley dejó de ser familiar
o de clan y se convirtió en un objeto de
respeto social cuyo alcance podríamos
señalar, sin temor a equivocarnos,
pretendía organizar y defender los
intereses de una ciudad en su conjunto
y complejidad.

No nos olvidemos que en


tiempos bíblicos ese gran iniciado que

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fue Moisés, que escuchó la voz de Yo
Soy en la zarza ardiendo, entregó a su
pueblo la Ley que le permitió a los
hebreos convertirse en la gran nación
que aún son y cuya factura está en la
base de las normas de convivencia de
todas las comunidades cristianas,
judías y musulmanas hasta el día de
hoy. Dios mismo, dijo Moisés, entregó
esas leyes a su pueblo y por eso aún
son parte de nuestra vida.

Es más o menos en este periodo


en que nace en la Grecia clásica, la
tierra amada de los dioses olímpicos,
un sistema que pronto cayó en el olvido
de los seres humanos, pero cuyas
semillas generaron raíces fuertes y
profundas que le dieron plena vigencia
desde los tiempos modernos: me
refiero a la democracia, como ejercicio
político cuyas leyes pretenden
favorecer por igual a todos los
ciudadanos de una nación.

Sin embargo, lo que predominó


por mucho tiempo fueron los
absolutismos, las monarquías totales,
las oligarquías e, incluso, las tiranías
personales cuyas leyes, salvo
excepciones muy honrosas,
favorecieron siempre a los poderosos,

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a quienes ostentaban el poder. Sin
duda un retroceso en la evolución de
los sistemas legales.

Y así tenemos que al inicio de la


Era de Piscis el Amado Maestro Jesús
de Nazareth vino a enseñarnos su
Reino de Salvación y a explicarnos las
leyes divinas, separándolas de las
humanas. “Mi reino no es de este
mundo”, solía decir, para demostrarnos
que sus enseñanzas se referían a lo
trascendente y no a lo material. Gracias
al Amado Jesús, por primera vez estas
leyes tuvieron proyección universal.

Sin embargo, “no hay mal que


por bien no venga” y esos absolutismos
de los que antes hablé permitieron que
se gestara en su propio suelo aquellos
movimientos que barrieron con las
leyes autoritarias y absolutistas y que
paulatinamente dieron paso a las
monarquías constitucionales modernas
donde el rey “reina, pero no gobierna”,
recuperando el pueblo algo, muy poco,
de sus derechos. Reconozcamos, no
obstante, que fue un pequeño paso
adelante, aunque la mayoría de las
leyes beneficiaban a la corona reinante
y a la alta burguesía que la sostenía.

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Vino luego la Revolución
Francesa, con toda su carga de muerte
y horror, pero también con su triada de
Libertad, Igualdad y Fraternidad,
levantando las banderas de un nuevo
contrato social en palabras de
Rousseau, donde se afirma que cada
ciudadano cede una parte de sus
derechos en los representantes a
quienes elije y designa para
desempeñar cargos en su nombre. Así
se recuperó la democracia y así el
pueblo soberano elige sus
representantes para que gobiernen en
su nombre y esto, qué duda cabe,
representa un salto de conciencia
enorme en su calidad y profundidad. La
Ley, por lo tanto, empieza a pensarse
en beneficio de todos los ciudadanos.

En tiempos contemporáneos
asistimos al auge de una teoría en
principio maravillosa, pletórica de una
conciencia nueva, de una ampliación
de conciencia, pregonada por vez
primera por un hermano iniciado
masón, aunque con raíces en el
pensamiento comunitario de San
Pablo; me refiero al marxismo, donde
todos los seres humanos son iguales y
el estado administra los bienes para
satisfacción de todos sus ciudadanos

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en igualdad de oportunidades y
proveyendo en forma gratuita las
necesidades básicas de vivienda,
transporte, educación, salud, etc. Dicha
teoría, donde manda el pueblo, de una
factura evolutiva mayor, resultó no solo
un fracaso, un fiasco indefendible en
los lugares donde se aplicó y aplica,
porque fue adulterada en la práctica
por la ambición y las ansias de poder
de los dirigentes, generando abusos y
fracasos estruendosos en las políticas
sociales y económicas. Es curioso que
no son pocas las veces en que el
propio San Pablo arremete en sus
cartas contra quienes desvirtuaron las
primeras comunidades cristianas, como
si hubiera sido una premonición de lo
que pasaría veinte siglos después. Las
leyes –otra vez– involucionan,
favoreciendo a los jerarcas del partido y
no a quienes pregonaban como lo más
importante: el pueblo.

Dos pasos adelante y uno atrás,


así hemos ido avanzando, pero
avanzando al fin y al cabo, en lo que a
la evolución de conciencia manifestada
en leyes, se refiere. Hoy las naciones
tienen sus constituciones, escritas o no,
donde con arreglo a sus propias
tradiciones y particularidades las leyes

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pretenden mejorar la vida de sus
ciudadanos y así se ha ampliado cada
vez más la cobertura de la ley que
partió siendo de clan y que hoy día
agrupa a través de leyes y tratados
internacionales a continentes enteros y
aun a todo el planeta, con millones de
personas involucradas y beneficiarias
de esas leyes. Europa es, tal vez, el
ejemplo más notable de una
ciudadanía común con leyes que
benefician a sus habitantes en su
individualidad y conjunto.

Es más, para ayudar a cubrir las


necesidades que los estados aún no
consiguen cubrir del todo, la expansión
de conciencia ha permitido en los
últimos cincuenta años que miles de
ONGs se hagan cargo de buscar
soluciones y proteger a los más
desposeídos, pero ya no de un solo
país, sino de toda la humanidad,
porque las ONGs son la avanzada de
la conciencia colectiva planetaria que
combate sin tregua los males que
hemos ido manifestando sobre la
Tierra. Ora luchando contra el hambre,
contra la contaminación, contra el
maltrato animal, contra las
enfermedades, contra el abuso de los
ambientes naturales, contra las peleas

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raciales, contra la discriminación de las
mujeres, contra los abusos a los niños
y una larga lista de problemas que son
el quid del trabajo de una ONG en
particular; ora generando esa
conciencia planetaria surgida en
niveles no estatales, pero de influencia
grande en las naciones de la Tierra.

No es menor el legado de la Era


de Piscis en la evolución de la
conciencia humana. Las leyes han
mejorado, qué duda cabe. Lo que hace
cincuenta años no llamaba la atención,
hoy es motivo de escándalo y cada día
más exigimos mayores niveles de
probidad, más transparencia, más
entrega porque las leyes humanas dan
cuenta de la ampliación de conciencia
que hemos vivido. Nada mal para una
Era de Piscis a la que muchas veces
tratamos tan mal en nuestras clases
dándola por superada, negándole
virtudes en nuestro desarrollo personal
y social y tratando de borrar con una
sola palabra sus innegables avances
en beneficio de la humanidad.

Fue Max Heindel, el notable


hermano iniciado rosacruz quien, como
verdadero apóstol de la Era de Acuario,
nos ha recordado que antaño ya los

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judíos de la Era de Aries, guardaban
las tablas de la Ley al interior de la
Sagrada Arca de la Alianza y luego en
el Tabernáculo, como metáfora
incontestable de que las leyes no
deben ser externas sino que deben
guardarse y resguardarse en el interior.
En nuestro caso, internalizarlas en
nuestra vida personal para avanzar en
el sendero del desarrollo espiritual
llevando con nosotros, en nuestros Ser
Interno, aquello que nos sirve, sin
apoyarnos en cosas externas.

Por lo demás, fue eso lo que


mandó Jesús a sus apóstoles cuando
les dijo “id por el mundo y no llevéis
alforjas, ni sandalias ni bastón”, porque
la enseñanza de aquello es que las
cosas importantes no son externas sino
que viven en nuestro interior, como
también lo dijo el Amado Jesús cuando
señaló que su Reino está dentro de
nosotros. También San Pablo dijo que
“Cristo vino para hacer desaparecer la
ley externa”. Llevamos dos mil años
que eso se dijo y aún no lo entendemos
ni lo practicamos del todo.

Pero qué estamos haciendo


nosotros acá, en este hermoso Templo
que nuestra querida Hermana Luisa y

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nuestro querido hermano Marcelo1 han
levantado para mayor gloria de Dios en
la Tierra. ¿Qué venimos a hacer en un
seminario de Metafísica Cristiana sino
buscamos con genuina inquietud
empezar a practicar esas virtudes
señaladas antes? ¿No pretendemos,
acaso, que somos una suerte de
avanzada en la evolución de la
conciencia y que la Metafísica es la
enseñanza más moderna descargada
por los maestros de sabiduría que
conocen el Plan Divino?

Hablemos de autoconocimiento,
nada nuevo, incluso más antiguo que el
propio Cristo encarnado en Palestina.
Ya en Delfos, en el viejo templo de
Apolo, el mandato eterno “nosce te
ipsum”, “conócete a ti mismo”, nos
pedía conocernos a nosotros mismos
para poder llegar a influir positivamente
en la humanidad. “Nosce te ipsum” un
mandato tan antiguo como los dioses
de la Hélade y que, otra vez, hemos
desconocido por milenios. Pues bien,
en la Era de Acuario es ineludible
conocernos nosotros mismos porque
en ello nos va no solo la encarnación

1
Luisa Telyié H. y Marcelo Cassano E.,
directores fundadores de la Academia Tsering y
del ashram templo de Lampa.

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sino nuestra parte en la evolución
humana.

Autoconfianza. No es esa
autoconfianza orgullosa del infeliz que
se cree superior a todos. Es la
autoconfianza humilde del que sabe
que dentro de sí lleva en su corazón
incendiado por la llama tripartita el
fuego de Dios donde mora su Cristo
Interno, Real Ser, maestro y guía de
cada una de sus decisiones y de cada
uno de sus actos.

Independencia. La Era de la
Libertad, es la era de la independencia
personal. Pero su independencia en la
medida de la dependencia, o mejor
dicho, en la medida de la
interdependencia. Es esta una
independencia del libre albedrío que se
alcanza en la conciencia libre del ser
humano libre, aquel que se hace cargo
responsablemente, en la parte que le
corresponde de la construcción, no sólo
de su templo interior, sino del templo
que albergará la conciencia
evolucionada de toda la humanidad
que vuelve a mirar en los cielos los ojos
del Padre amoroso para regresar a la
Patria Eterna de la Nueva Jerusalén.

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Fraternidad: No nos cuesta
nada, queridos hermanos, ser fraternos
entre nosotros. Qué cosa más fácil que
ser fraternos con Luisa y Marcelo, con
mis hermanos del Grupo Metafísico,
con mis hermanos de la Hermandad
Blanca. Nuestra fraternidad es tan
grande que nos alcanza para ser
fraternos incluso con los hermanos
rosacruces, gnósticos, masones,
teósofos, budistas, judíos. espíritas,
hinduistas, zoroastrianos, bahais,
sufíes, wiccanos, asatrús, y hasta los
mapuches podrían caber en nuestra
amplia fraternidad. Pero esa fraternidad
es una fraternidad que se mira al
ombligo, es autorreferente y rayana en
lo inútil. Cuesta ser fraterno con
quienes no nos quieren. Con quienes
nos insultan, con quienes nos agreden.
Con quienes nos desprestigian. Con
quienes nos persiguen. ¿Puedo ser
fraterno con la iglesia que me
excomulgó? ¿Con la sociedad que me
expulsó? ¿Soy fraterno con quienes
tienes ideas tan distintas y distantes de
las mías? ¿Es fraterno un hincha de
Colo Colo con uno de la Universidad de
Chile? ¿Es fraterno un judío con un
palestino o con un musulmán? ¿Somos
fraternos con los que están en la otra
vereda política? Esa fraternidad es la

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que nos pide la Era de Acuario, Una
fraternidad de la conciencia, una
fraternidad que puede llegar a doler,
pero es la única fraternidad auténtica si
queremos de veras hacer realidad lo
que dice la Gran Invocación para que la
Luz, el Amor y el Poder restablezcan el
Plan Divino en la Tierra.

¿Y la tolerancia? Recorre
derroteros similares y paralelos con la
fraternidad. La tolerancia es un límite
que no siempre estamos dispuestos a
cruzar y, sin embargo, debemos
cruzarlo. Tolerancia incluso con la
intolerancia. Tolerancia no es
complicidad ni hacerse el leso.
Tolerancia es una lucha activa para
vencernos en nuestros dogmatismos y
para posesionarnos en nuevas
empatías. La tolerancia también duele,
porque incluso lesiona nuestro orgullo y
nuestra autorreferente superioridad.

¿Y qué más? Agreguemos la


creatividad, la originalidad, la
comprensión de los demás, el guiarse
por el criterio propio, la búsqueda
incesante de la Verdad mediante el
diálogo, la armonía, etc. Todo eso lo
sabemos. Pero ¿podemos practicar
esos valores, esas virtudes, sin

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conocer el soporte común que es, en
realidad, el primero de los valores
acuarianos y que llamamos
convivencia? Sin convivencia es
imposible practicar ninguna virtud
acuariana. Sin convivencia, la vida no
es vida. No nos olvidemos del viejo
Robinson cómo saltó de alegría al
descubrir las huellas de Viernes en la
playa.

Es falso el ego, el yo propio


individual. Somos un espíritu grupal,
por eso nos agrupamos, somos
gregarios. Ni siquiera los santos padres
ermitas del desierto pudieron escapar a
esto, porque se agruparon en
comunidades en torno a un modelo
común. Compartimos ideas,
conocimientos, experiencias y bienes.
En la era digital en que vivimos
nuestros jóvenes comparten archivos,
juegos, música y muchas cosas. Son
colaborativos e integrados como
nosotros ni siquiera hemos soñado ser.
Es lo previsto en el Plan Divino. Es la
voluntad de Dios. Es, por tanto, lo
natural, lo razonable, lo que se espera
de nosotros.

¿Y qué implica la convivencia?


Implica la comunicación. ¿Y qué es la

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comunicación? El hablar, el estar en
contacto, el discutir, el cambiar
impresiones y experiencias, el tener
amigos, el ser amigos...

¿Y qué otra cosa requiere la


convivencia para ser una virtud
acuariana? Amor, que es la Ley
Fundamental del Universo, como nos
enseñó Ami, el Niño de las Estrellas.
Hemos de tener presente, cada vez
que nos relacionemos con un
semejante, que es un espíritu tan
virginal como nosotros y que debemos
“hacer caso omiso de su aspecto,
frecuentemente poco agradable”, como
dicen los ritos de los templos
rosacruces.

¿Y cuándo el prójimo presenta


un aspecto poco agradable? Algunos
dirán que cuando está desaliñado, o
sucio, o su vocabulario es inculto o sus
modales no son apropiados, en este
Templo, donde estamos hoy
probablemente no encontremos esos
aspectos poco agradables. ¿Quiere
decir que no tenemos nada
desagradable?
No lo creo. La falta de
comunicación y, consecuentemente, de
convivencia; el no compartir ideas,

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proyectos, aspiraciones, experiencias,
conocimientos, soluciones de
problemas, interpretaciones, eso es lo
desagradable entre nosotros, La
envidia, los deseos de preeminencia, el
tratar de pasar por delante de nuestro
propio hermano para agradar a la
Maestra.

¿Y cómo podemos solucionar


esa carencia por nuestra parte?
Simplemente, compartiendo.

Si cada uno nos quedamos en


nuestra casa, si nos aislamos, no
podremos evolucionar. Nos
convertiremos en “autistas espirituales”,
viviendo en nuestro mundo, creyendo
que es el mundo real, y convencidos de
estar en la verdad y de ser superiores a
los demás, que es lo peor que le puede
pasar a un estudiante de Metafísica
Cristiana. Nuestra verdad, que no es
más que la que hemos podido extraer
de nuestro interior, sólo sirve en la
medida en que se vincula en
reconocimiento y colaboración con la
verdad de los otros. En la humildad de
reconocer que a nuestro lado hay gente
que puede enseñarnos cosas.

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Como muchos saben, soy
profesor, y muchos de mis colegas
practican aquello de dictar cátedra a los
ignorantes faltos de luz que llamamos
alumnos. Yo sostengo que es posible
que un joven de quince años de un
segundo medio puede ser un alma tan
evolucionada espiritualmente que me
puede dar ejemplo y enseñar de amor
al prójimo y convivencia fraterna más
que la mayor biblioteca espiritual que
pueda reunir en toda mi vida.

Si no existe esa comunicación,


la evolución es imposible. Pero, no sólo
no evolucionamos, sino que,
lamentablemente, retrocedemos.

He escuchado en otras
escuelas, e incluso alguna vez en ésta,
a hermanos decir que la “la evolución y
el camino en el sendero son una
cuestión personal e individual”. Y creo
que eso es un error inmenso. Es,
incluso, contrario a las Enseñanzas.
Las Enseñanzas de la Era de Acuario
nos exigen vivir en el mundo, en la
familia, con hijos, con cónyuge, con
suegra, con trabajo, con jefes que nos
pueden parecer ineptos, con amigos,
algunos difíciles de entender en
ocasiones, con problemas...en una

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palabra: conviviendo. Porque así, y
sólo así, es como evolucionamos.

¿Cómo vamos a expresar y a


vivir el amor al prójimo si no convivimos
con él, si lo rehuimos? ¿Cómo vamos a
comprobar la fortaleza de nuestras
virtudes y la espiritualización de
nuestro carácter, de lo que tanto
hablamos, si no sabemos ampliar
nuestra conciencia, ni ponernos en el
sitio de los demás, con sus ideas, sus
problemas y sus necesidades? ¿Cómo
vamos a vivir en esta incomprensión
por no querer dar el paso adelante de
dialogar buscando la luz con amor?

Es necesaria la convivencia.
Pero la convivencia con amor, sin
prejuicios. Cuando, en una discusión,
ponemos por delante los prejuicios, ya
nos hemos descalificado a nosotros
mismos para discutir. Es preciso que
busquemos la verdad, la luz, lo más
conveniente, y no lo que a nosotros nos
gustaría que fuera lo más conveniente.
Es preciso escuchar a los demás con
mente abierta y contrastar sus
opiniones con las nuestras. Es
necesario hablar, precisamente con las
personas que nos son más ajenas, más
lejanas, las que más discrepan de

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nosotros, aquellas cuyas ideas se
encuentran en las antípodas de las
nuestras y buscar el intercambio de
opiniones. Es preciso buscar esa forma
de conocimiento. Una vez Jesús dijo a
sus apóstoles: “Vosotros sois mis
amigos”, si no intentamos al menos ser
amigos entre nosotros, ¿cómo vamos a
pretender ser amigos de nuestro Cristo
Interno?

¿Cuántos de nosotros nos


preocupamos por los problemas de los
demás? ¿Cuántos de nosotros
comentamos con los demás nuestros
problemas de salud, económicos,
sociales o espirituales? ¿Cuántos de
nosotros estamos dispuestos a
compartir esos problemas y a esperar
la ayuda, la orientación o la luz de los
demás? Pues eso es convivir. Eso es
formar una familia humana. Estando
aislados no es posible practicar la
principal virtud acuariana: la
convivencia Y, si no somos capaces de
encarnar ésta, en la que desembocan
las otras, fracasaremos
estrepitosamente en todas las demás.

En definitiva, se trata de tener


claro que nuestra evolución es solo una
parte de la evolución planetaria y que

29
nuestra evolución depende de la
evolución planetaria.

La Era de Acuario está


rápidamente envolviéndonos en sus
vibraciones. Y uno de sus principales
efectos es el vertiginoso avance de las
comunicaciones. Aprovechémoslas,
adaptémonos, estemos en contacto
permanente unos con otros,
convivamos internacionalmente y no
nos aislemos. No nos aislemos ni
espiritual ni materialmente. No nos
quedemos en el 4 en 1, en el Librito
Azul, o los más entendidos en la
Doctrina Secreta o el Concepto
Rosacruz del Cosmos tal como lo
leímos por vez primera o única vez. Lo
mismo vale para la Santa Biblia, el
Tanaj, el Zend Avesta o el
Bhadavadgita. Volvamos a ellos y si
no somos capaces, en esta nueva
lectura de descubrir algo nuevo, quiere
decir que no hemos evolucionado nada
desde entonces.

Los grandes iniciados que


prestaron servicio en nuestro planeta,
los maestros encarnados aún hoy,
nuestros grandes ejemplos como
Conny Méndez, Max Heindel, Emmet
Fox, Manuel Nácher, Guy Ballard, Mark

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Prophet, Geraldine Inncente o Viola
van de Wyngardt, siempre estudian y
leen a muchos autores, dentro y fuera
de sus propias escuelas. ¿o es que
acaso la verdad la tiene sólo la
Metafísica? Las otras escuelas también
tienen su porción de la verdad que les
corresponde y esa porción nos sirve
para incrementar el saber de nuestra
propia escuela. Sin traicionar ni
abandonar nuestros preceptos más
queridos, muy por el contrario, eso es
ser un ser humano libre, capaz de
convivir y de evolucionar.

La convivencia es necesaria en
todos los niveles para evolucionar. No
temamos, pues, la convivencia.
Busquémosla en todos los campos y en
todas las ocasiones. Si nos quedamos
sólo con el 4 en 1 o el Librito Azul y lo
interpretamos como hace 30 años nos
habremos convertido en integristas, en
fanáticos, en ciegos a las demás
opciones, en intolerantes, en
exclusivistas, en segregacionistas, en
sectarios y no estaremos practicando
las virtudes acuarianas.

Si ahora nuestra gentil anfitriona, la


dulce Hermana Luisa nos preguntara a
todos los aquí presentes quiénes se

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consideran en posesión de la verdad
absoluta sobre cualquier asunto,
seguramente ninguno de nosotros se
atrevería a levantar la mano. ¿Por qué,
entonces, apenas salimos de este
templo, nos comportamos todos, a
veces, unos con otros, como si toda la
verdad fuera nuestra?

Jesucristo, durante sus tres años


de ministerio en la Tierra, nos dio el
ejemplo de lo que es la convivencia. Y
convivió con sus discípulos y
seguidores, pero también con sus
familiares y sus amigos y sus vecinos y
los leprosos, y con los publicanos y los
fariseos y los mercaderes y los
anarquistas y las prostitutas y los
endemoniados y los ladrones...

En realidad, estuvo
permanentemente conviviendo.
¿Queremos o podemos encontrar un
mejor ejemplo?

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