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Carla Prestigiacomo
Universidad de Palermo
1. Introducción
1
De acuerdo con Antonio Briz (2002: 9) entendemos la perspectiva pragmalingüística como aquella que atiende a las
relaciones entre lenguaje y uso, entre forma e intención comunicativa y, por lo tanto, entre estrategia y meta. El
análisis pragmático se identificaría, por lo tanto, con el análisis de las estrategias que el hablante adopta para lograr
una meta al interactuar con alguien, en un contexto comunicativo concreto.
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En la competencia lingüística, el domino de la gramática y la adecuación se sitúan en un mismo nivel. Además, esta
última “supone el conocimiento y dominio de la diversidad lingüística, debida a diversos factores (geografía, historia,
grupo social, situación de comunicación, canal), se basa en la noción de elección y consiste en saber escoger, de todas
estas opciones, en la solución más apropiada para cada situación de comunicación.” (Gómez Capuz, 2006: 1).
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Aunque no me detenga sobre el concepto de competencia, merece la pena subrayar que para que el discente alcance
la competencia comunicativa deseada, debemos tener presente en todo momento que enseñar lengua implica
transmitir cultura, y no en el sentido “tradicional” de trabajar con textos sobre temas elegidos ad hoc, sino
acostumbrando a nuestros estudiantes a interactuar de forma apropiada, en el sentido de emplear no sólo
determinadas realizaciones lingüísticas sino también planes y tácticas discursivas efectivas y eficaces que ayuden a
superar los obstáculos que pueden surgir en la comunicación (Briz, 2002: 9).
“La lengua es un reflejo de la cultura o, de otro modo, la cultura es la lengua en el espejo” (Briz, 2002: 15)
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Sin duda (SGEL, 2001), por ejemplo, en la sección ¿Qué me cuentas?, al final de cada unidad, propone un ejercicio,
para practicar sinónimos, antónimos, modismos..., en el que aparecen frases sueltas totalmente descontextualizadas.
1
Sin embargo, la evolución de los estudios sobre enseñanza y aprendizaje de una LE,
sobre todo a partir del desarrollo de los métodos comunicativos, ha puesto de relieve la
importancia de presentar discursos producidos en situaciones comunicativas reales, las
mismas en las que un estudiante se encontraría en un país de habla española5. Esto
implica la necesidad de que el alumno, según indica el Marco común europeo de
referencia para las lenguas6, a medida que avance en la escala de los niveles de
competencia, no domine sólo el léxico o las estructuras gramaticales de la nueva lengua,
sino que sea capaz también de emplearlos de forma adecuada en contextos de uso
reales. Cabe auspiciarse, pues, que se especifiquen, antes de explotar didácticamente un
texto - tanto oral, como escrito - todos y cada uno de los rasgos situacionales que lo
caracterizan y que determinan su registro. De esta manera, el estudiante se acostumbra a
“establecer correspondencias entre las variables externas que determinan el hecho comunicativo
y los aspectos lingüísticos adecuados a esa situación.” (Albelda Marco, 2006: 4)
En concreto, los registros, según la definición de Briz (2002: 20-22), se definen por dos
categorías distintas de rasgos: 1- Situacionales, es decir, el tipo de relación -social y
funcional- entre los interlocutores, su relación vivencial (de proximidad o de distancia),
el marco de interacción en que se desarrolla la comunicación (ajeno/familiar;
cotidiano/no cotidiano) y el tema de la comunicación (especializado/no especializado;
cotidiano/no cotidiano): 2 – Primarios, esto es, la finalidad de la interacción
(transaccional o interpersonal), la presencia o ausencia de una planificación del discurso
y, finalmente, el tono (formal o informal). Según se concreten y se combinen los rasgos
situacionales, el acto comunicativo será percibido como más favorable para emplear un
registro formal o informal-coloquial, “dos extremos imaginarios dentro del continuum de
manifestaciones de habla” (Briz, 1998: 26), en el que, a su vez, se situarían los registros
intermedios. En síntesis, se pueden distinguir por lo menos cuatro realizaciones
discursivas: coloquial oral, coloquial escrito, formal oral y formal escrito (Briz, 2002:
22-23). Hay que subrayar, además, que cada situación comunicativa puede presentar en
un momento dado cierta alternancia de registros o rasgos no propios de uno u otro
registro (formal o informal); la introducción de un tema grave en una conversación
cotidiana, por ejemplo, implicaría un inmediato cambio de tono.
En concreto, entre la modalidades discursivas escritas formales se pueden incluir leyes,
contratos, currículos, textos literarios; presentan características más coloquiales, en
cambio, las cartas personales, los anuncios publicitarios, los correos electrónicos,
noticias, editoriales, novelas o piezas teatrales (sobre todo en los diálogos). Son
modalidades discursivas orales más formales, debates, conferencias, entrevistas, juicios,
reportajes; son informales, finalmente, la conversación cara a cara – como se verá, la
conversación espontánea representa el género prototípico de lo coloquial - y algunos
géneros que se han desarrollado en los últimos años como el chat, los foros y los blogs7.
3. El español coloquial
5
No es el caso aquí de adentrarnos en la compleja cuestión de las variantes diatópicas del mundo hispánico; sin
embargo, cabe señalar la importancia de proponer materiales que evidencien, por lo menos, las principales diferencias
fonológicas, léxicas y morfológicas del español.
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La traducción española del Common European Framework of Reference for Languages: Learning, Teaching,
Assessment (Strasbourg, Council of Europe, 2001) se puede consultar en
http://cvc.cervantes.es/obref/marco/default.htm
7
Sobre las características de estos géneros discursivos remito a Pano (2008).
2
otra, se identifica con conversacional. En cuanto al primer aspecto, el primer problema
se manifiesta en la entrada de los diccionarios. El Drae (2001) y Moliner (2001),
respectivamente, definen vulgar en los siguientes términos:
1. adj. Perteneciente o relativo al vulgo. Apl. a pers., era u. t. c. s.; 2. adj. Común o
general, por contraposición a especial o técnico; 3. adj. Que es impropio de personas
cultas o educadas; 4. adj. Dicho de una lengua: Que se habla actualmente, en
contraposición de las lenguas sabias; 5. adj. Que no tiene especialidad particular en
su línea.
La misma ambigüedad se releva en las marcas de registro, puesto que la misma entrada
puede presentar marcas diferentes en diferentes diccionarios (normalmente oscilan entre
vulgar y vulgar malsonante; raramente coloquial) o, incluso, en las varias ediciones del
mismo diccionario. Valga como ejemplo el tratamiento que sufren el sustantivo
carbonada y el adjetivo puto/puto en el Drae. En el primer caso, la marca vulgar
desaparece en el avance de la XXIII edición, para ser sustituida por coloquial; en el
segundo, se realiza el proceso contrario. De esta manera, expresiones tan normales - si
pronunciadas en situaciones comunicativas adecuadas -, como “Me quedé en la puta
calle” o “No tengo ni un puto duro”, se ven desahuciadas por ser consideradas vulgares:
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Resulta evidente cómo, en ningún momento, se consideran vulgarismos las
desviaciones de la norma8, es decir, expresiones morfológicas, fonéticas o sintácticas
empleadas en lugar de la forma correcta. Es vulgar decir con mí en lugar de conmigo;
haiga en lugar de haya; habían muchas personas en lugar de había muchas personas o
vale la pena de que en lugar de vale la pena que...
En resumidas cuentas, lo vulgar tiene que ver con la incorrección, se refiere a un
nivel de lengua y no a un nivel de habla, puesto que el empleo de vulgarismos está
directamente vinculado a las características socioculturales de los hablantes y no a las
modalidades diafásicas. Un acto comunicativo coloquial puede presentar, o no,
vulgarismos, todo depende de los usuarios que lo realizan, puesto que un hablante no
suficientemente culto no es capaz de distinguir las diferentes modalidades lingüísticas
más adecuadas a cada situación. Adoptar una actitud positiva hacia expresiones
malsonantes y “vulgares” (en el sentido del Drae), obviamente, no significa que
tengamos que animar a los discentes a que las empleen, pero, seguramente, tenemos que
concienciarlos de que lo normal es que aparezcan en situaciones coloquiales.
La segunda cuestión importante es la relativa a la identificación coloquial-
conversacional. Lo primero no se puede hacer coincidir con lo segundo: conversacional
se refiere a un género discursivo oral, es decir, a la conversación, a “ la manifestación
prototípica9 de lo oral, dialogal, caracterizado por la inmediatez comunicativa ” (Briz, 2000:
51) y por una serie de rasgos que lo definen. La conversación es:
1 – Dinámica, porque constituida por una sucesión de intercambios no
predeterminada10 y por “la continua permuta y cambio de papeles entre los interlocutores (de
hablante a oyente, de oyente a hablante)” (Ibídem);
2 – Inmediata, puesto que sus coordinadas espacio-temporales son las relativas
los participantes al acto comunicativo: aquí, ahora, hacia ti (lo contrario de lo que
sucede, por ejemplo, en un informativo de televisión).
3 – Cooperativa, puesto que, frente a los discurso monologales (como el
discurso político), “se obra juntamente con otro y su intervención” (Ibídem).
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Moliner (2001) alude de alguna manera a la dimensión sociocultural de la lengua, definiendo vulgarismo “m.
Palabra o expresión que no son propias del uso culto de la lengua, usadas por personas de poca instrucción.” El Drae
(2001), mantiene la ambigüedad: “1. m. Dicho o frase especialmente usada por el vulgo.”
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Sobre la utilidad y la manera de la explotación didáctica de conversaciones coloquiales reales remito a Albelda
Marco (2006). Aquí, en cambio, me referiré solamente al léxico del registro informal
10
La falta de planificación es un rasgo diferenciador, mientras que los demás rasgos pueden ser compartidos por otros
géneros discursivos.
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La estrecha vinculación a la situación, además, hace que su uso sea transversal y no
uniforme11; es decir, merece la pena volver a subrayarlo aún a riesgo de repetirme, no
está vinculado a un nivel de lengua determinado sino a las diferentes circunstancias de
las situaciones comunicativas, en las que vulgarismos y dialectalismos pueden aparecer
– o no - en función de las características de los hablantes (Briz, 1996: 25-31) y de los
temas objeto del intercambio.
4. El léxico coloquial
Si oímos expresiones como “Niño, ¡deja de dar la lata!”, “Ayer en la cena me puse
morado” o “Ayer en el cine había cuatro gatos”, las reconocemos inmediatamente como
coloquiales. Sin embargo, no siempre es tan fácil identificar las voces propiamente
coloquiales porque, como hemos visto, en ocasiones tampoco nos sirven de ayuda los
diccionarios. Por lo tanto, la primera cuestión que hay que afrontar es cómo
reconocerlas. La lingüística computacional y los estudios de Val.Es.Co.12, basados en un
corpus de conversaciones coloquiales, por una parte han demostrado que formarían
parte del léxico coloquial las voces más frecuentes en situaciones de cotidianeidad. Por
otra, si realizamos un estudio comparativo entre diferentes voces, se puede llegar a
determinar cuál de ellas tiene una marca coloquial con respecto a las demás. Es el caso,
por ejemplo, de o sea, es decir y esto es. De las tres, conceptualmente idénticas, o sea es
la más coloquial, es decir la más neutra y esto es la más formal. En clase,
presentándolas siempre en un contexto, podemos invitar a los alumnos a que busquen el
correlato más neutro o más formal de expresiones como: así, mejor, casi, primero, sitio,
a lo mejor, de verdad... (Briz, 1996:61).
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No se puede afirmar que el registro coloquial sea dominio de una clase social o de una comunidad discursiva
determinadas; de hecho, puede presentar elementos diferentes según las características dialectales y sociolectales de
los usuarios.
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Val.es.co. nace en 1990. Sus componentes, además de definir las características del registro coloquial (rasgos
lingüísticos y estrategias comunicativas –metáforas, intensificación y atenuación-, orden de palabras, entonación,
unidades fraseológicas, conectores, léxico…), han llevado a cabo el análisis de la estructura y las constantes
lingüísticas de la conversación espontánea. Del análisis estadístico y de las frecuencias léxicas se ha ocupado
Terrádez Gurrea (2002: 111-124).
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4.2 Las pro-formas
Una de las constantes del léxico coloquial es el recurso a las llamadas pro-formas. Con
este término o con el sintagma comodines léxicos (Briz, 2002: 69) se indican
determinadas preferencias léxicas, voces, palabras, expresiones de uso muy común, que
poseen una gran extensión significativa y, por ello, una alta rentabilidad léxica.
Podemos distinguir pro-sustantivos, pro-adjetivos, pro-verbos, pro-adverbios: cosa,
bicho, trasto, chisme, esto/eso, aquello, mono, así, hacer, decir13, tener.... En un
hablante nativo estas preferencias léxicas pueden ser índice de una competencia léxica
carente o, más simplemente, pueden constituir un recurso de “economía” discursiva;
para nuestros estudiantes, en cambio, se pueden convertir en una estrategia
comunicativa, sobre todo si pensamos en los principiantes Enseñar a reconocerlas y, por
consiguiente, a evitarlas en determinados registros, puede resultar especialmente
ventajoso para los aprendices italianos, dada la excesiva frecuencia de uso del pro-verbo
hacer y del pro-sustantivo cosa por ser casi idénticos en su lengua. Una vez más, se
pueden proponer ejercicios de reconocimiento y sustitución, como en las siguientes
expresiones:
1. ¿A qué hora es la peli?
2. No hacía más que repetirme que me fueras.
3. Tengo que decirte una cosa.
4. Tengo un montón de cosas que leer.
5. La cosa no fue como me esperaba.
6. Estoy haciendo la tortilla.
7. Ha hecho historias.
8. ¡Qué mona esta falda!
9. Recoge los trastos de la cocina.
10. Ese tío es un mal bicho.
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los llamados argot común y argot juvenil, por lo tanto, al registro informal. A pesar de
su frecuencia de uso, muchas voces todavía no aparecen en los diccionarios. Los
ejemplos siguientes han sido incorporados en el Drae (2001), con la marca coloquial:
4.4 La metáfora
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inmediata posible, transmite conceptos y encierra estrategias comunicativas como no lo
hace ningún rodeo verbal. La frecuencia de uso de estas acepciones figuradas en el
registro informal probablemente se deba a que hacen más visible una realidad que, en
principio, podría ser más compleja o, tal vez, a que en un sentido pragmático
desempeñan una función importante a la hora de matizar opiniones, de mostrar acuerdo
o desacuerdo ante una situación o, también, ante la actuación de alguien. Afirmar, por
ejemplo, “Algo le pasará a Pepe. Está más chupado que la pipa de un indio”, no tiene la
misma carga expresiva que “Algo le pasará a Pepe. Está muy flaco”; como tampoco es
lo mismo decir “Estos zapatos me han costado un ojo de la cara” que “Estos zapatos han
sido muy caros”. Lo mismo sucede si oímos: “Juan es un gallina”; si dijera simplemente
“Juan es un miedoso”, el enunciador estaría subrayando solo una cualidad de manera
más bien neutra. El recurso a la imagen animal, en cambio, acentúa la actitud
recriminatoria del enunciador.
Este último ejemplo nos lleva directamente a otro aspecto: los dominios cognitivos. Los
más frecuentes en las creaciones metafóricas son el mundo animal y el vegetal.
Numerosas son también las metáforas cosificadoras:
A pesar de las dificultades que puede presentar, este texto se presta al análisis del léxico
coloquial y, especialmente, a la explicación del léxico argótico y jergal. Después de
presentar el tema, se puede proceder con una lectura individual, pidiendo a los discentes
que identifiquen los elementos léxicos coloquiales (proformas, metáforas, marcas
argóticas...). Tras una puesta en común, y las explicaciones oportunas, se puede
continuar con ejercicios de sustitución y, dependiendo del nivel de competencia del
grupo, con actividades de producción escrita u oral.
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si le da el sol en el cogote o si es un poquito gilipollas. Concediéndole, sin embargo,
el beneficio de la duda, de ahí pasas a preguntarte si, en vista de que al pavo le
molesta o no le conviene llevar la visera de la gorra hacia delante, por qué usa gorra
con visera. Por qué no recurre a un casquete moruno, un fez turco o a una boina con
rabito. Luego terminas pensando que es raro que los fabricantes de gorras no hayan
pensado en hacer una gorra sin visera, para fulanos como el que acabas de ver; y de
eso deduces, malpensado como eres, que la mafia internacional de los fabricantes de
gorras de béisbol pone visera a todos los modelos para cobrar más caro y explotar al
cliente, y luego lo disimulan regalándole gorras a Leonardo DiCaprio para que se las
ponga del revés cuando saca en moto a su novia en el Diez Minutos. Eso te lleva
inevitablemente a pensar en la crisis de Occidente y el aborregamiento de las masas,
hasta que acabas echando espumarajos por la boca y decides apuntarte en Al Quaida
y masacrar infieles, mientras concluyes que el mundo es una mierda pinchada en un
palo, que odias a la Humanidad (...) y que la culpa de todo la tiene el Pesoe.
Llegados a este punto del artículo, ustedes se preguntan qué habrá fumado el
Reverte esta mañana; concluyendo que, sea lo que sea, le sientan fatal ciertas
mezclas. Pero yerran. Estoy sobrio y con un café; (...) (Pérez Reverte: 2009)
6. Conclusiones
Con este breve estudio he intentado evidenciar las ventajas que puede ofrecer el estudio
del registro coloquial para la formación de usuarios competentes. A través de la
explotación de materiales, tanto escritos como orales, podemos familiarizar a los
aprendices de los niveles más bajos con el léxico propio del registro informal
(frecuencias léxicas coloquiales, proformas, recursos de formación de palabras,
metáforas), para luego pasar, en los niveles más avanzados, al análisis de la estructura
sintáctico-pragmática, de la retórica conversacional o de otros géneros discursivos.
Bibliografía
9
Gómez Capuz, J. (2000), “La creación léxica”. En Briz A. & Grupo Val. Es.Co. (2000),
¿Cómo se comenta un texto coloquial?, Barcelona: Ariel.
Pérez-Reverte, A.: “Café para todos”. XLSemanal [en línea]. 14 Septiembre 2009
[15/09/2009]. Disponible en la web:
http://www.capitanalatriste.com.
Santos Gargallo, I., “Lo coloquial en la enseñanza del español como lengua extranjera
en niveles elementales”, En ASELE Actas IV (1994) [en línea], pp. 437-447.
[12/08/09]. Disponible en la web:
http://cvc.cervantes.es/ensenanza/biblioteca_ele/asele/pdf/04/04_0437.pdf
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