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Daniel H. Trujillo Martínez Cód. 04461043 Oct.

2012
El Brasil colonial
En el marco de la historia latinoamericana, el periodo colonial de Brasil está marcado por grandes
contrastes. La constitución de su sociedad, los efectos de la esclavitud, la economía exportadora, y su
evolución como territorio, muestran casos excepcionales del desarrollo colonial en América. Su historia,
revela de esta manera un significado muy distinto de lo que se entiende por colonia, usualmente referido a su
caso dominante: a la española. El territorio de la antigua Terra de Vera Cruz probó ser tan diverso que en su
seno se desarrollaron y confluyeron sociedades profundamente distintas, modos de producción internamente
competitivos y una extravagante mezcla de razas. Brasil fue el escenario de una inmensa riqueza étnica
mediada por patrones de poblamiento limitados por la geografía y la actividad económica; de un caso
excepcional en la historia de las monarquías europeas; de una independencia anómala; etc. Su estudio no solo
revela otra dimensión del fenómeno colonial americano, sino que, completa la imagen de la integración
mundial que comenzó con el descubrimiento del nuevo continente en 1492.
La colonia brasilera, en su formación, tuvo rasgos que la distinguieron profundamente de la empresa
española contemporánea. Además de haber comenzado en un periodo relativamente tardío, el espíritu con el
que se colonizaron los nuevos territorios tuvo un carácter distinto. La industriosa empresa española pasó muy
rápido del caribe a las costas y del litoral continental hacia el interior. Tan rápido fue el avance que hacia 1540
ya se habían fundado ciudades tan adentro del territorio como Santafé de Bogotá y Quito. Portugal, mientras
tanto, por esos años apenas fundaba Salvador sobre la costa nororiental (1549). La parsimonia de las
fundaciones en Brasil continuaría un ritmo semejante durante el siglo XVI y parte del XVII. El modelo
administrativo que se organizó fue relativamente similar al español. Se instalaron por decreto de Don Joao III,
quince capitanías hereditarias repartidas en cortes transversales al territorio cuya extensión llegaba tan adentro
hasta donde lo permitía el meridiano de Tordesillas. Se desarrollaron allí empresas de explotación agrícola,
sobre todo de azúcar y de Palo Brasil. Recordemos que Portugal tenía una fuerte tradición esclavista. Su
costumbre, marcada por los viajes al África y un fructífero comercio de esclavos y otros productos, fue
trasladada al nuevo territorio. En 1550 llegan a las capitanías, los primeros esclavos africanos. Un fenómeno
particular, pues en el caso español, no sería sino hasta el siglo XVI cuando se consideraría seriamente tomar
acción para hacer frente a la catástrofe demográfica de las poblaciones nativas. La importación de esclavos no
significó en las capitanías, la excepción de mano de obra indígena. Por el contrario, gran parte de ellas
funcionaron enteramente a partir de esta clase de mano de obra.
La sociedad que emergió en el nordeste brasilero fue una sociedad de castas. Similar a la española en
este sentido, pero anómala en sus proporciones. La introducción continua y desmedida de esclavos, el
mestizaje con las sociedades indígenas y la llegada de contingentes reducidos de europeos cimentó una
estructura piramidal y excluyente. Los señores de los ingenios, los grandes propietarios de fazendas y una
mínima burocracia local, disputaron la primacía de la pirámide social con los comerciantes en ascenso hasta
que eventualmente se fundieron en un grupo relativamente homogéneo. Debajo, estaba un vasto componente
de mestizos, libertos, artesanos, pequeños propietarios y comerciantes, que desempeñaban distintas labores en
el campo y en la ciudad. La primera etapa de la colonia en Brasil (esto es, antes del descubrimiento de
yacimientos mineros en la zona central) fue marcada por el campo. Las ciudades, con su lento desarrollo y
dependencia de los medios rurales, no lograron concentrar más que una masa empobrecida de artesanos, y otra
de burócratas y comerciantes.
La sociedad azucarera del nordeste giró alrededor de los ingenios. Grandes empresas cuyos dueños se
vanagloriaban de poseerlas porque además de producirles riqueza, eran fuente de prestigio social. Salvador y
Pernambuco se establecieron durante el siglo XVII como los centros más importantes de esta producción. A su
alrededor, comenzaron a surgir empresas ganaderas y de otros productos alimentarios que lentamente se
unieron al circuito económico para abastecer la demanda de este tipo de productos. El tabaco haría su
aparición también en el recóncavo bahiano, llegando a posicionarse como el segundo producto de exportación
más importante. La sociedad azucarera y su economía, se expandió hacia el sur del litoral atlántico, dejando a
su paso poblaciones como Rio de Janeiro y Sao Paulo en el centro-sur, que pronto se convertirían en puntos
focales de empresas expedicionarias, conocidas como bandeiras, hacia el interior del territorio. Las crónicas
dan cuenta de una intensa actividad bandeirante durante el siglo XVII hacia el sertao. Tal vez la historiografía
rechace la fortuna como elemento constitutivo de los procesos históricos, pero el descubrimiento azaroso de
importantes yacimientos minerales en América parece ser una constante innegable en la historia colonial. Los
golpes de suerte que acompañaron a España en Potosí, Huancavelica y en menor medida, en el pacífico
neogranadino, también aparecen en la historia de Brasil.
Un siglo XVII interrumpido por invasiones extranjeras, traiciones, y conflictos internacionales con
otras potencias por el control del comercio del azúcar y de la trata negrera, finaliza con un golpe de fortuna.
En 1695 se descubre un rico yacimiento de metales preciosos al que se llama Minas Gerais, o, minas
generales. La sociedad azucarera, sacudida por una mareada de optimismo, se desbordó hacia la región central
en busca de metales preciosos. La fiebre fue tan intensa que la legislación migratoria de Portugal tuvo que ser
vigorizada por la corona para frenar el despoblamiento de la península. Pronto, la importancia de este nuevo
renglón económico estimularía la aparición de una nueva sociedad en la región meridional del territorio. Sería,
pues, una sociedad minera a la que, por su cercanía a Sao Paulo (y ser ellos quienes presuntamente
descubrieron Minas Gerais), también se le ha llamado la sociedad paulista.
La extracción de oro y otros minerales preciosos como diamantes, provocó cambios sustanciales en la
sociedad que se conformó alrededor de los yacimientos. Minas Gerais arrastró consigo el florecimiento de la
ciudad como foco urbano y cultural, a diferencia del norte, donde la economía agrícola había formado una
sociedad principalmente rural. Rio y Sao Paulo se convirtieron rápidamente en importantes centros mineros,
en tanto que en ellas, ahora elevadas a la categoría de ciudades, se concentraban capitales mineros y una
gruesa población de negociantes y comerciantes de oro y otros minerales. La afluencia de nuevos capitales
derivados del comercio atrajo la atención de la corona, cuya respuesta más inmediata fue la imposición de
nuevas normativas fiscales para aprovechar la bonanza de recursos minerales, y de importaciones extranjeras.
Si bien la economía minera tuvo su apogeo entre 1733 y 1748, sus efectos se perpetuarían en el desarrollo
futuro de Brasil, siendo el más importante por supuesto, la creación de toda una nueva sociedad.
Brasil, formada por la intensidad de la trata negrera, habría de consolidar un fuerte componente étnico
en sus sociedades. Aunque un buen ejemplo de la individualidad regional es el sertón, donde una población,
abandonada en el indómito nordeste por la presión de la actividad azucarera por las tierras fértiles alrededor de
Bahía, sería protagonista de fenómenos como la guerra de Canudos en el periodo republicano, la experiencia
colonial en Brasil revela la aparición de dos culturas en esencia distintas, cuya geografía, economía y patrones
de poblamiento determinaron estructuras muy concretas en sus manifestaciones raciales, culturales y
productivas; pero que a pesar de sus particularidades, lograron articularse y sentar las bases de un
extraordinario sentimiento de identidad, de pertenencia al territorio, al ser brasilero, que se habría de
manifestar posteriormente.
Bibliografía: Fausto, Boris. Historia concisa de Brasil. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2003.

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