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Si la transmisión del saber supone a alguien que posee ese saber y otros que van a
aprenderlo, la escolarización resolverá el punto poniendo a muchos que “no saben” al
comando de unos pocos que “sí saben”. Dicho de otro modo: la escolarización masiva
de la población exige una instancia colectiva de trabajo, la organización de las
poblaciones según cierta economía de esfuerzos. La masividad es una condición de la
escuela moderna, y en tal sentido, estar en la escuela obliga a quienes asisten a ella
en calidad de alumnos a aprender a “vivir en una masa” (Jackson, 1991) y a quienes
se desempeñan en ellas como docentes a controlar grandes grupos. Todos nuestros
intentos por individualizar la enseñanza, por personalizarla, tropiezan una y otra vez
con este rasgo estructural de la escuela: en ella se concentran muchas personas para
hacer al mismo tiempo las mismas cosas al comando de unos pocos. Para completar el
análisis, debemos señalar que, sin embargo, el carácter masivo de la escuela no exige
la enseñanza simultánea sino que esta, en todo caso, se impuso entre otras formas
posibles. Digamos que la cuestión se resolvió de un cierto modo, que no era necesario,
pero que tiene efectos enormes en el modo en que se produjo en adelante el proceso
pedagógico.
Entre los conceptos más poderosos que se han generado para analizar y desnaturalizar
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“Prácticas como las aulas graduadas por edades estructuran las escuelas de una
manera análoga al modo en que la gramática organiza el significado en la
comunicación verbal. Ni la gramática de la escolaridad ni la gramática del habla
necesitan ser comprendidas a conciencia para operar como debe ser” (Tyack y Cuban,
2001: 168).
Pero hay más complicaciones en lo que acaban de leer. En primer lugar, es discutible
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He aquí uno de los efectos del modo en que el dispositivo escolar moderno resolvió la
masividad: la escuela trabaja sobre un supuesto de homogeneidad y, por ello, para la
mejor adecuación de los alumnos a sus métodos, procura reducir las diferencias
iniciales a un estado que permita un tratamiento homogéneo de la población escolar.
Esto no sucede porque las escuelas “funcionen mal” sino, en todo caso, porque han
sido concebidas para funcionar así.
En la mente de un maestro, esto es mucho más que un dato: lo lleva a suponer ciertas
características de los alumnos de determinada edad teórica, una cierta homogeneidad
de tales características, y por tanto la posibilidad de acudir a criterios conocidos para
organizar la enseñanza según tales características. En general, los métodos que ha
desarrollado históricamente la Didáctica, apoyados en parte por la mirada clasificadora
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“la escuela es una prolongación natural del hogar: les ofrece libros, papeles, lápices,
formas de expresión lingüística y hábitos que ya les son conocidos, pero representa un
corte abrupto para otros niños que provienen de los sectores más desfavorecidos (…)
La cultura escolar presupone el grupo homogéneo y, al aflorar la diversidad, interpreta
las diferencias entre los niños como deficiencias y transforma así la diversidad en
patología” (Lus, 1995: 57-58).
Gramática de la escolaridad
─ Cronosistema
─ Descontextualización
─ Presencialidad
─ Enseñanza simultánea
En el primer rectángulo del gráfico se lee “las 3 R”. Esta fórmula es la referencia
sintética que se encuentra en la bibliografía (por ejemplo, en Pineau, 1999) a la
expresión inglesa ‘Reading, wRiting and aRithmetics’, que se traduce en la literatura
pedagógica castellana como ‘lectura, escritura y cálculo’. Lo que expresan las 3 R en el
gráfico es que, hacia la primera mitad del siglo XIX, si los chicos iban a la escuela, era
para aprender lectura, escritura y cálculo. No es que no existiera otra educación:
podemos recuperar aquí –entre otras- la imagen de la institutriz que proveía una
educación más amplia a los hijos de los sectores sociales más acomodados. Pero esta
otra educación no era para todos, y no ocurría en las escuelas. Los niños de otros
sectores sociales, si asistían a alguna clase de institución, iban a la escuela, e iban
para aprender lectoescritura, cálculo elemental, en fin, saberes tenidos como
“instrumentales” y cuyo dominio se propiciaba sólo hasta el punto que se juzgaba
necesario para manejarse en ciertos aspectos de la vida cotidiana.
y las materias) que hoy vemos con sentido crítico pero que fue, en su momento, la vía
para una importantísima ampliación de la transmisión cultural en las escuelas.
Esta revisión nos permite dejar planteadas algunas alertas sobre la escuela en el
mundo contemporáneo. Primero, que el curriculum básico, el que todavía podemos
reconocer hoy en día, refleja una organización del saber más propia de finales del siglo
XIX que de comienzos del siglo XXI; no debe extrañarnos entonces que conocimientos
y experiencias propias de la contemporaneidad no encuentren con facilidad su lugar en
la escuela. Segundo, que la enseñanza fue especializándose según la clasificación del
conocimiento que sostiene este curriculum básico, lo que lleva eventualmente a la
distinción y aún separación tajante de campos de conocimiento que podrían entrar en
relación en la formación de los alumnos y estudiantes. Tercero, que aunque el modo de
hacer las cosas en el mundo de la escuela es un producto histórico, se encuentra lo
suficientemente consolidado como para que modificarlo presente dificultades.
que, mientras en el mundo está teniendo lugar una mutación cultural enorme debido a
la mediatización de la sociedad, a la explosión de los conocimientos y a la
reorganización de la vida económica, las escuelas no se transformaron al mismo ritmo
ni parecen en condiciones de hacerlo. En cualquier caso, este nuevo clima de época ha
permitido poner en circulación trabajos que analizan los aspectos más estables de la
institución escolar, aquellos que permanecen (al menos en apariencia) inconmovibles a
los esfuerzos reformistas. Es en esta línea que se ubican trabajos como los de Tyack,
Cuban y Tobin citados en esta clase, que han contribuido a desnaturalizar a la escuela
tal como la conocemos y a explicar su relativa estabilidad.
Frente a tal estabilidad, la búsqueda de soluciones a las dificultades que tenemos para
concretar los derechos educativos de los niños, niñas y adolescentes de los sectores
más vulnerabilizados[iii] de nuestras poblaciones ha ido instalando en el discurso
educativo la idea de la necesidad de explorar “nuevos formatos” en la escolaridad. Un
recorrido por los documentos de las autoridades educativas y por la literatura reciente
contribuye a mostrar la instalación de la idea de “formatos” como modo de referirse a
aspectos estables de la organización escolar, y la propuesta de “nuevos formatos”
como cambio en tales aspectos y como solución posible a los problemas de la
escolarización. Son frecuentes las apelaciones a la reorganización interna de las
instituciones, a la flexibilización de tiempos y espacios, a la creación de nuevas
funciones en el ámbito institucional; estas apelaciones parecen sostenidas en la
expectativa de que la modificación en las estructuras organizativas de las instituciones
educativas hace posibles las transformaciones en el nivel de las prácticas.
Parte de los problemas que se señalan aquí ustedes los han abordado o
podrán retomarlos en el Módulo “Problemas, estrategias y discursos sobre
las políticas socioeducativas”. En la clase 4 de ese módulo se abordan las
ideas de inclusión en el acceso e inclusión como ampliación cultural.
Allí se advierte sobre lo que implica generar condiciones para el logro del
derecho a la educación con pluralidad e igualdad y se señala que muchos
cambios a veces no dieron los resultados esperados, pero que ello no
implica dejar de buscarlos, por el contrario es necesario conocer las
tradiciones y lo establecido para “traicionar” recuperando las ideas de
Hassoun que presenta el módulo.
La idea de “formatos” nos parece poco precisa desde el punto de vista conceptual
(Terigi, 2011). Por eso introduciremos una distinción, de elaboración propia (Terigi,
2008), entre lo que podemos llamar modelo organizacional y modelo pedagógico. Con
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Así, por ejemplo, los profesores de enseñanza secundaria cuentan con una formación
pedagógico – didáctica que los ha preparado para trabajar en un modelo
organizacional preciso: el aula monogrado. Eso significa que sus saberes pedagógicos,
sus saberes didácticos, los facultan para desarrollar un programa unificado de
aprendizajes de contenidos de sus materias con un mismo grupo de adolescentes
durante un ciclo lectivo. Puestos en otros modelos organizacionales (tutorías, clases de
apoyo, cátedras compartidas, entre otros), se abre la pregunta por las modalidades de
enseñanza apropiadas, y se plantea la hipótesis razonable de que, en las prácticas
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concretas de muchos profesores, se produce una extensión del modelo pedagógico del
aula monogrado (conocido debido a su biografía escolar, a su formación, a los saberes
institucionalizados a los que pueden acceder) a otros modelos organizacionales; una
extensión fallida, como cabe comprender, porque los criterios de agrupamiento de los
alumnos, la selección de los contenidos, la progresión en los aprendizajes, son
diferentes a lo que encontramos en el aula monogrado.
Notas
[i] Es importante aclarar que los cambios en las ideologías de la escolarización a los
que nos referiremos son los que han llegado a plasmarse a escala de los sistemas
escolares. En la construcción histórica de la pedagogía han existido muchas otras
discusiones sobre el sentido de la escolarización que dieron lugar a propuestas de
cambio de menor escala, frecuentemente identificadas en la literatura como
alternativas pedagógicas.
BIBLIOGRAFÍA
• Baquero, R. y Narodowski, M. (1994). ¿Existe la infancia? Revista del Instituto
de Investigaciones en Ciencias de la Educación, 4, 61-65.
• Benavot, A., Cha, Y., Kamens, D., Meyer, J. W. y Wong, S. (1991). El
conocimiento para las masas. Modelos mundiales y curricula nacionales. Revista
de Educación, 295, 317-344.
• Bolívar, A. (1996). El lugar del centro escolar en la política curricular actual. Más
allá de la reestructuración y de la descentralización. En M. A. Pereyra, et al.
(Ed.), Globalización y descentralización de los sistemas educativos.
Fundamentos para un nuevo programa de educación comparada (pp. 237-266).
Barcelona: Pomares- Corredor.