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Los hadrosaurios, que son los dinosaurios más australes hallados hasta el momento en el
continente, son solo el principio. En efecto, los sitios de excavación de El Puesto, Las
Chinas y Cerro Guido, parte de las formaciones Dorotea y Cerro Fortaleza cerca de la
frontera con Argentina, son una especie de “Piedra de Rosetta”: aportan una resolución sin
precedentes a los períodos Campaniano y Maastrichtiano, hace entre 72 y 66 millones de
años cuando el Cretácico llegaba a su fin, minutos geológicos antes del impacto fatídico del
meteorito de Chicxulub, en la península de Yucatán, México, el presunto responsable de la
desaparición de los dinosaurios. “Es un récord marino y terrestre muy extenso de lo que
hasta ahora era una parte faltante de la historia, y nos habla de un momento bastante
activo de nuevas especies, competencias y distribuciones de organismos”.
Este hueso de hadrosaurio parcialmente quemados hace pensar que estos animales quizás habrían
sido víctimas de un gran incendio forestal. / Pablo Ruiz, INACH
Uno de los efectos más dramáticos de esos cambios de clima hacia finales del Cretácico fue
la fluctuación de los niveles marinos –llegando a caer al menos 25 metros en tan solo un
millón de años–. En varias ocasiones, las recesiones del océano dejaron al descubierto
puentes de tierra entre ambos continentes, formados sobre los peldaños de las antiguas
rocas de Gondwana.
Los fósiles que Leppe está hallando en Patagonia y en las islas Shetland del Sur y la cuenca
de James Ross, en Antártica, apoyan las teorías de que el nivel del mar bajó en al menos
tres momentos, obedeciendo a tres pulsos de frío consecutivos hace 73, 70 y 68 millones
de años. Y establecen conexiones terrestres entre Antártica y Suramérica mucho antes del
Cenozoico, la era de los mamíferos, como es comúnmente aceptado.
Un conglomerado en la parte superior de la secuencia en El Puesto apoya las teorías de que el nivel
del mar bajó varias veces, obedeciendo a pulsos de frío consecutivos, formando puentes de tierra
entre Sur América y Antártica. / Pablo Ruiz, INACH.
Viajeros en el tiempo
Caminando por laderas, valles y cumbres patagónicas sin fin aparente, los paleontólogos
se desplazan en el tiempo geológico: con solo avanzar o retroceder algunas docenas de
metros, pasan del Campaniano al Maastrichtiano, y con solo ascender a la colina de
enfrente, aterrizan en el Cenozoico. También se mueven entre la tierra y el mar, ya que en
algunos lugares la secuencia de sedimentos marinos y terrestres se superpone en vetas
pardo claro y oscuro.
“Ahí se ven claramente las transgresiones y regresiones marinas, ya que esta fue una zona
sensible a las mareas, y ese alejarse y acercarse del océano con los cambios del clima”, dice
el geólogo Gerson Fauth, de la Universidad de Unisinos, en Brasil. “Nosotros buscamos
trozos de tierra que contengan los foraminíferos y otros microfósiles porque son excelentes
indicadores de las condiciones marinas en que vivían, así que trabajamos a fondo en su
estudio y datación”, explica pausadamente.
El porqué el registro fósil del planeta no muestra flores anteriores a 120 millones de años
es algo que el mismo Darwin llamó “el abominable misterio de las angiospermas”, que de
pronto explotaron en el Cretácico para dominar el mundo hasta hoy en día. Debajo de la
flor original, Wilberger halló una capa de muchas otras, “como si hubieran caído ayer del
árbol”.
“La flor es maravillosa, y la estamos describiendo, pero una de las evidencias clave en la
teoría de los puentes de tierra firme entre Antártica y Suramérica son las hojas de
Nothofagus, que hemos hallado en ambos continentes”, interviene Marcelo Leppe.
El análisis paleobiológico de esta antigua planta revela que sus semillas son intolerantes al
agua de mar y que el viento no las dispersa sobre largas distancias. En otras palabras, el
Nothofagus necesita tierra firme para avanzar.
Las hojas de Nothofagus patagónico,
de 68 millones de años, son muy
similares a las que pueblan los
bosques modernos del sur de
Suramérica. / Pablo Ruiz, INACH
No obstante, la dispersión del Nothofagus hasta Nueva Zelanda aún requiere una
explicación satisfactoria por la falta de puentes de tierra entre este país y Australia que
justifiquen la presencia de fósiles en ambos lugares.
“No todo está dentro del saco”, dice Leppe riendo. “En cambio, el año pasado en isla
Nelson, Antártica, hallamos una cama de los Nothofagus más grandes y mejor preservados
del momento, cercanos en edad los de Tania Dutra. Son hojas de 15 centímetros de largo,
adaptadas a condiciones cálidas, es decir nivel del mar alto, así que probablemente
vivieron en un momento de desconexión Suramérica-Antártica. Los siguientes Nothofagus
en nuestra historia son los que están aquí en Cerro Guido. Los tamaños de esas hojas no
son muy grandes, por lo tanto hay correlación con clima más frío”.
El trabajo forense ha revelado una sorpresa más: para finales del Cretácico, el bosque
antártico y el del extremo de Suramérica eran bastante parecidos al moderno bosque de
Valdivia, en Chile, y aquellos propios del sur del Brasil. Además de los Nothofagus, el
pasado y el presente tienen en común araucarias, podocarpáceas (familia de coníferas),
proteáceas (familia de angiospermas), licopodiales (plantas vasculares) y equisetales (cola
de caballo). Es fácil imaginar a un titanosaurio navegando lentamente entre ellos, quizás
masticando una suculenta bocanada de flores.
“Antártica está viva hoy en los bosques de Chile”, afirma Leppe. “Necesito
que los chilenos entiendan que eso es algo muy especial”.
En un momento dado, estamos vigilados por ocho cóndores de los Andes flotando en
círculos sobre nuestras cabezas, sus collares blancos resplandeciendo bajo la luz de la
tarde. Ocasionalmente algunos se abaten en dirección de los investigadores que
permanecen largos ratos tumbados boca abajo sobre la ladera.
“Vienen a ver si estamos muertos”, dice el investigador. “A veces se han acercado tanto que
les podemos ver los ojos”. Cóndores al acecho, alpinismo de ocho horas bajo morrales
cargados de palas y rocas, noches donde lo único que separa al durmiente de los fríos
vientos de la primavera austral es la delicada tela de una carpa. Esta es la moneda con la
que se negocia la paleontología extrema en el sur profundo de Suramérica.
La temperatura durante comienzos de la primavera varía entre 1oC y 27o C, con posibilidad de nieve, y
vientos huracanados que asolan las laderas de las montañas. / Pablo Ruiz/INACH
c) ¿Cuáles son los principales problemas a los que se enfrentan los paleontólogos?
e) Explica que significa la frase: “La Antártica está viva en los bosques de Chile”. Que nos dice la frase
respecto a la información que podemos extraer del conocimiento geográfico de nuestros Bosques.
f) ¿Creen que los restos fósiles es responsabilidad de toda la humanidad preservarlos y estudiarlos?
g) De no contar con la información brindada por los fósiles ¿Qué cosas cambiarían en la vida de hoy?
h) ¿Cuál es su importancia?