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Acerca de la poesía

(Carlos Andrés Jaramillo)

Alejandra Pizarnik dice: “Hablo como en mí se habla”. Esto es, la poesía es un lenguaje que
cada uno oye hablar, crecer, en su interior. Un lenguaje íntimo, sí. Pero que, al decir de Hugo
Mujica, no viene del poeta, ni del mundo, sino de su encuentro. A veces de su colisión.

La poesía es así el sonido de tal concurrencia. Es el brotar lenguaje de una relación. Si no


tuviéramos palabras, el sonido sería inarticulado, como en el acoplamiento rítmico de dos
cuerpos; o mudo, como el chocar de dos piedras.

Por eso, las palabras que el poeta puede llamar suyas, hacen parte del oficio, de la periferia
de lo poético, no de lo fundamental. En cambio, aquellas que no le pertenecen, esas que lo
encuentran a él, son las esenciales, las verdaderamente poéticas: pues son el lenguaje
desnudo, auténtico de la vida irrumpiendo en otra vida y dándose a escuchar: encarnándose
palabra, naciendo lenguaje.

El encuentro es como el de dos cuerpos que conciben a otro ser. Ese ser, la poesía, lleva los
rasgos de cada uno de los padres. Habla con el lenguaje de los hombres, pero manteniendo
la oscuridad, la inaprensibilidad, de la vida

Por tal motivo, la poesía enseña: hace al poeta escucha (como en Mujica), pero también
testigo, lugar, de algo nuevo que acontece en su interior. De una revelación que no puede
llamar suya. De una luz, que no pocas veces es oscura. Por eso decimos que la poesía ocurre,
adviene. No se premedita, ni se anticipa. De la misma manera que se ignora cuál de los golpes
sobre la yesca es el que termina encendiendo el fuego. Sólo uno de esos encuentros, del poeta
con la vida, hace surgir a la poesía.

La poesía no ocurre al margen del lenguaje. Ella es el arte de las palabras. La palabra es su
forma de hacerse escuchar. Por eso, aprendemos el lenguaje, su uso, sus posibilidades: para
que ese encuentro con el mundo adquiera sentido, que no es igual a tener claridad. El sentido
expresa que algo se está diciendo, que nace de las palabras comunes, así su forma no sea del
todo clara. Son palabras nuevas para las que aún no tenemos oídos. Palabras que no nos
pertenecen en sentido estricto, pero cuyo sentido podemos intuir.

Las palabras hablan en el poeta, dicen desde él, pero no preexisten: no son un dictado. El
poema sólo ocurre desde el momento en el que lenguaje y la vida se cruzan, produciendo un
sonido que, a veces, tarda años en surgir. Por eso cedemos a la superstición de la inspiración,
cuando, en realidad, se trata de un sonido que demoró en llegar, en producirse. Por eso
Pizarnik dice “se habla”. No se refiere a nadie. El poema es una palabra sin dueño que ocurre
en el lugar interior, lejano, de un cuerpo.
A veces, la gestación de la poesía es difícil. El poema no llega a la superficie. De ahí que
alguien, tal vez Louis Aragón, haya dicho que "La poesía no quiere ser". No conozco una
definición más certera de la lucha con las palabras. Al mismo tiempo, la proposición
contraria: "la poesía quiere ser", también es exacta. Después de todo, como dice Roberto
Juarróz, el poeta siente en palabras. Esto es, siente con los sentidos del lenguaje, en un cuerpo,
el suyo, hecho de vocablos y de carne.

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